jueves, 5 de octubre de 2017

[2018...] "DIARIO DE MARTES"



CARICATURA DEL AUTOR, POR PERIDIS



(ÚLTIMAS ENTRADAS)

09/01/25

En la tertulia habitual coincido hoy con mi excompañero JG, correligionario y amigo. Como es costumbre, porfiamos (los más parlones) sobre asuntos de actualidad, incluido el sexo de los ángeles si llega el caso, además de arreglar el mundo de cabo a rabo. Pero con clara conciencia de que lo que digamos allí es lo mismo que lo que dicen los pobres en los pajares. Si participas en una tertulia, que sea de este tenor. Hay quienes lo confunden y se hacen mala sangre el resto del día. No, lo bueno es que sea terapéutica. Y fungible.

Eso sí, después de la reunión del grupo ordinario, nos vamos JG y un servidor hasta la plaza y allí tomamos otro café, mano a mano, y nos explayamos en asuntos que son de más interés y enjundia. Y tampoco tienen que versar sobre política necesariamente. Pero es aconsejable un mínimo nivel argumental para tratar algo en serio, aunque sea breve. Tengo muchísima experiencia en esto y sé que no hay cosa que canse más que debatir por entretenimiento. Hablar por hablar. Es como competir con alguien que empieza a practicar un juego. Muy cansino. Ni se te ocurra. Esquiva la polémica y tómate ese rato a cachondeo.

Aviso a media mañana al escritor RR, recordándole que mañana tenemos la cita telefónica en Radio Aguilar a las once cuarenta. Para que la entrevista le pille preparado en un lugar, sobre todo, sin ruidos. Le conozco desde hace años y me consta que es un tipo amable, cercano, burlón y muy inteligente. Además, es uno de mis escritores favoritos entre los de mi generación. Y esta oportunidad es tan gozosa que no la pienso desaprovechar.

Como propósito para este año nuevo, creo que lo mejor es no dejar ninguna de mis ocupaciones habituales e intentar aprovechar mejor el tiempo. No me queda otra. Debo recuperar un buen rato diario para la novela en curso. No es bueno tenerla parada muchos días. Pero es un equilibrio muy complicado porque la vida diaria requiere alteraciones continuas. De todas formas, no comprometerme con más de lo que tengo ahora mismo.

Estoy bastante bien de peso en estos momentos, pero en cuanto el tiempo lo permita tengo que moverme. No puedo dejar la actividad física. Aunque de aquí sea de donde menos me cuesta restar o prescindir. Un error.

En cambio, anímicamente, me encuentro sereno. Quizá porque no pienso demasiado en mí mismo ni me reviso por dentro. Es mejor no remover mucho las emociones. Vivir con interés cada día, dedicado al trabajo intelectual. Sentimientos, los justos para mantener el corazón con el mínimo número de latidos. Me conformo con no estar malo. Simplemente.


08/01/24

A poco que me paro a pensarlo, remontadas las fiestas navideñas, tengo la sensación de que ya llevamos medio año consumido. Dentro de nada, verano. Esta impresión de ir a escape, de motor a combustión lanzado hacia delante, es la vida. Y agradecido, pues podía ser peor y experimentar la caída hacia el fondo en forma de vórtice. Y esto sí que sería problema.

Siento la celeridad, la velocidad de los días, invitándome a llenarlos, a ocuparlos, a gozarlos. Sin pensar en más. En mi caso, consiste en vivirlos en esa facultad de la inteligencia que es la imaginación. Y confieso que mi vida es intensa. A pesar de que no sea demasiado movida.

A las seis ya estaba yo escuchando una de esas clases que voy seleccionando en la red. Lo disfruto. Soy así de friki. Pero hoy hacía un día de ventolera y lluvia racheada. No llamaba la calle. Me he conformado con el café y la picajosa discusión que surge todos los días en la tertulia a cuenta de cualquier actualidad. Importa el rato animado. Después vuelves a casa tranquilo.

El resto del tiempo lo he dedicado a leer en la confortable buharda. Como un eremita. Concentrado y despreocupado de cualquier asunto del mundo. Feliz, sinceramente. Por eso comprendo los versos del poeta Philip Larkin que encuentro en el libro que estoy leyendo: “…Days are where we live… They are to be happy in…” Tal vez aquí resuene por lo bajo el famoso pragmatismo anglosajón. Por mi parte, lo entiendo como una invitación a aprovechar los instantes sencillos de felicidad. Como un Carpe diem.

Pero, desde luego, la cita que más me ha impactado y que he recogido de mi lectura es la de un personaje de esta misma novela de RR, una mujer ya sesentona y desengañada, que reflexiona de la siguiente manera: “…tener una vocación es un privilegio, nada te detiene, haces lo que tienes que hacer. Los demás en cambio solo aspiramos a cosas sin importancia: una casa mejor, un sueldo mayor, pasar las vacaciones en el extranjero; cosas que no nos consuelan en nada, ambiciones adquiridas en películas. El que tiene un deseo propio vive en libertad, incluso (o sobre todo) mientras no lo cumple”. Por un momento, he creído que estaba hablando de mí.

Poner el rumbo hacia el horizonte, hacia el futuro. Eso es lo conveniente. Y no volver demasiado la vista atrás. Ya no. Me dedico, durante un pequeño descanso de la tarde, a limpiar el móvil de casi mil fotos, desde el año dieciocho para acá. Voy mirando mes a mes. Y en algunos casos siento el dolor de lo que condeno definitivamente al olvido (mucho dolor de corazón, mucho, cuando más que borrar se arranca un trocito de piel de la propia vida). Pero intento ser práctico. Es necesario hacer espacio, me digo. Debo despejar el camino. Seguir andando. Paso. A. Paso.


07/01/25

Realmente es con el cambio de calendarios cuando doy por concluido el año. Sustituyo los vencidos por los dos nuevos que me proporciona mi cuñado TR, grandes, visibles, claros. Uno en el estudio y otro en la cocina. Después de desayunar también retiro uno más de mi cuñada J. en el que se recuerdan los cumpleaños mediante fotos.

Decido dejar este último y antiguo ya plegado por la primera página, con una foto amplia de las dos niñas, que parecen llenar de una luz limpia la cocina. Para que me acompañen, me digo en silencio. Tal vez pase todavía bastante tiempo hasta que la casa vuelva a poblarse de una alegría semejante. Quién puede saberlo. En esta misma casa hemos vivido las tres épocas, tres infancias, podría decirse. Y esos auténticos hitos en el tiempo han sido gozosos. Pero la última camada comienza a caminar hacia la adolescencia y dejarán el hueco en suspenso más pronto que tarde.

Está la mañana lluviosa y hacemos tertulia un poco más demorada. En el Valen, que desde ayer ha reabierto. Temas de actualidad sobre la mesa que, como siempre, suscitan polémica. A mí me resulta difícil comprender razonamientos escolares. No puedo con ello.

A la salida me encuentro con mi amigo, JCA, que se dedica al negocio de la comunicación, y nos tomamos otro café en el Castillo. Me enseña una de esas páginas o podcast o como se llamen, que ha estrenado hace un mes y multiplica sus visitas exponencialmente. Es tema interesante si tuviese traslación a la literatura, pero me temo que lo mío no atrae en absoluto.

Es curioso constatar cómo funciona la desinformación (pues no puede denominarse de otra manera), a partir de alguien que tiene propósito de hacer periodismo serio. Cualquier vídeo de un minuto se transforma en una pelea llena de odio, en donde la ultraderecha agrupa el ochenta por ciento de los efectivos de la contienda. Sobre todo, en asuntos políticos. Y aquí es patente que no existe mucho más argumento que el insulto. Es a pequeña escala (y sin intención proterva en este caso) síntoma del peligro que se nos avecina en manos de plutócratas como los Elon Musk de turno. Qué miedo.

Paso por donde mi suegra a consultarle alguna cuestión técnica a mi cuñada J. Ya me había advertido mi hermano que esos errores de fechas en el ordenador pueden deberse a desgaste de la pila de la torre. ¿Y qué quiere decir esto? Regreso a casa y busco en un tutorial. Hay que abrir las tripas y buscar en la placa y sustituir la… Quita, quita. Mejor comprar un cacharro nuevo. Para Reyes del año que viene.

Bien descansado y bien leído y bien pertrechado de uno de esos juguetes que me han traído los Reyes Majos. Unos cascos para moverme con libertad y escuchar una buena cantidad de vídeos recogidos desde hace tiempo sobre estudios, conferencias y opiniones referentes a asuntos literarios. Ya ni siquiera miro el reloj cuando me desvelo a cualquier hora de la noche… Arriba. Cascos. Cama. Sofá. Sillón. Ya no importa el tiempo. Flotar.


06/01/25

Amanece un buen día de RRMM, con una temperatura suave para este tiempo. Suerte anoche para las cabalgatas y dichosos los que al alba han esperado y comprobado con ilusión el milagro.

A la hora de comer, poco antes, nos reunimos donde la abuela y se produce el alborozo de todos los años. Es el instante más significativamente familiar, pues se intercambian los regalos del corazón. Y seguidamente compartimos mesa, que es la otra manera pareja de disfrutar en común de los dones de la tierra. Apenas se nota, pero en el fondo de la fiesta es imposible no percibir que late un resto religioso. Es decir, religar, que significa reunir. Pero el rumbo de la historia y las nuevas costumbres son laicas. Apenas se siente ya el pálpito de los tiempos antiguos.

Por mi parte, no puedo decir que los Reyes Majos no se hayan portado bien. Próvidos y pródigos, que son dos cosas distintas pero complementarias. Quizá lo material resulte un poco excesivo. Pero no se puede estar al margen de la corriente social. En definitiva, ¿necesitamos tantas cosas? En el fondo, no. Pero una sola vez por año, nos gusta recibir, abrir, colmar la esperanza y el deseo.

Sí, eso es: un año más se extiende delante la esperanza y el deseo. Por cualquier cosa que merezca la pena.


05/01/25

No consigo resolver varios problemas técnicos del ordenador que en el fondo serán sencillísimos para otro. Ya llevo una temporada mosca porque en la pantalla, abajo, en la cinta negra de los iconos, a la derecha del todo figuran la hora y la fecha. Errónea. He buscado en el tutorial, pincho en lado derecho del ratón y me lleva a ajustar fecha y hora. Activo. Azul intenso. Se actualiza la hora. Hasta mañana que vuelva a entrar y vuelve a figurar la hora que le sale de los cojones. Se acabó. Último día que me pongo cardiaco por esto. Con no mirar, arreglado.

Tampoco doy con la forma de entrar en la sede electrónica de Muface. Por tercer día consecutivo. Quiero cambiarme a la Seguridad Social. Imposible. Llego a la página, introduzco el carné en el lector (lo pilla) y cuando pincho para que me permita entrar en dni electrónico… mierda puta. Se acabó. Ni un minuto más.

El tercer problema de este tipo es con el móvil y la tele. No consigo enviar de uno a otra los vídeos del Yutu. Pero se ha arreglado porque estaba aquí el Chaval y me lo ha apañado. Es muy incómodo aguantar sesiones largas en la pantallita. De ahora en adelante, no pondré ninguno más en la cama ni con los auriculares. La tele es ideal para esto. Total, excepto para el telediario y una peli de guindas a brevas, no la necesito.

Con este recurso, sigo una espléndida conferencia de la catedrática de Literatura de la universidad de Barcelona, RND, emérita, cuya labor conozco desde estudiante. Sus conclusiones sobre la autoría del Lazarillo, paso a paso, como si estuviese sentado en el aula tomando una clase magistral, me han maravillado. Hago propósito de ordenar la información que voy recogiendo y guardando en un grupo del guas sobre cuestiones literarias. Un lujo. Es como si uno no dejase de ser universitario y dispusiese de las lecciones a la carta de los mejores profesores. Formación continua.

Preparo comida y eso me lleva su rato. El Chaval no me estorba, incluso me echa una mano. Pero tengo que estar pendiente de unos putos garbanzos que han quedado duros después de doce horas a remojo y una de cocción. ¿Cómo es posible? ¿Tal vez cargo demasiado la olla? ¿Necesitan más tiempo? Se podían comer, pero hemos ronchado alguno. En las pausas echo un ojo al periódico.

Lo cierto es que hoy no he dispuesto de mucho tiempo porque no he dormido nada a partir de las seis. Sé que mucha gente de mi edad en adelante necesita menos horas, pero a mí me ataca la somnolencia a ratos y me pongo como un chivo de cabreado. No sé si recurrir a lo que hacen algunos escritores y estudiosos, que se van a la cama a las diez y se levantan luego a las seis. Hasta convertirlo en hábito. Pero esto me parece a mí exagerado.

Después de un cuarto de hora de siesta, me despejo y dejo de refunfuñar. Sin embargo, en un momento determinado entro al servicio con las gafas de leer y me sorprendo en el espejo con grandes ojeras. Otra vez. Y con la piel escamada en esa parte bajo los ojos. Voy a necesitar una quinta crema para hidratar la cara. Lo que me faltaba por añadir al aseo.

Me quedo clavado frente a mi fantasma al otro lado del azogue. No siento la conciencia del paso del tiempo con miedo por la decadencia física, sino que experimento un horror retardado por otro motivo: al percatarme de que ya apenas me miro en el espejo más que el instante imprescindible, apenas sin verme porque suelo estar con la mente en otra parte. En realidad, uno casi ni se interesa por sí mismo. Ni te fijas en ese. Es un desconocido. Ser anónimo.


04/01/25

Me despierto antes de la cuenta y ocupo más de una hora con el móvil debajo de la almohada y con el volumen bajito, oyendo los vídeos seleccionados de este catedrático de la universidad de Vigo del que ya hablé el otro día. El método de desperezarse es algo atípico, pero enseguida me capta la atención y me ayuda a despejarme. No así por la noche, que me desvela y no me conviene.

El tipo se ha hecho viral en ciertos ambientes académicos. Ronda los sesenta años y es una inteligencia muy brillante, pero tan atractivo en su enseñanza como polémico en ciertas formas: toques de intemperante, impertinente, provocador e incluso un poco agresivo a ratos. Sin llegar a extremos que te hagan mandarle a la mierda. A mí me hace gracia, de momento. Entre colegas se ha ganado una mala fama proverbial y entre alumnos resulta tan temido como admirado. Yo le veo como un asturiano un poco bocazas, atrevido y sobrao. Pero es indudable su altísimo CI, su sólida formación, su elocuencia y lo coherente de su razonamiento.

Catedrático de Teoría Literaria y LiteraturaCcomparada, funda la razón crítica de su sistema en el materialismo filosófico del ya desaparecido (y tambien muy polémico en su momento), Gustavo Bueno, y concretamente en su libro de principios de los noventa titulado “Teoría del cierre categorial”.

Tiene, si he entendido bien, más de mil vídeos en la red, organizados por temas, cursos, reseñas críticas, etc. Todo ello con muy buena calidad de sonido, en general. Aunque de entrada intuyo que es digno discípulo de su maestro, en cuanto al carácter atrabiliario, cierta soberbia dogmática y la tendencia a la invectiva innecesaria; sin embargo, lo peor de todo, que se achaca tanto a aquel como a este, dicen, es la cercanía aparente a posiciones ideológicas extremas (que no me creo hasta constatarlo por mí mismo). Seguramente, todo ello será la consecuencia de mentes brillantes en grado sumo, y es de justicia en estos casos creer solo cuando se ha conocido de cerca y durante un tiempo más bien largo. Escuchando lo que dicen ellos mismos, por supuesto, no la maledicencia ajena.

Yo voy a seguir con atención la trayectoria de este singular especialista de la literatura, pues de entrada la teoría literaria en concreto me gusta muchísimo y sus clases hasta el instante presente las he seguido con interés y entendiendo sin problema las explicaciones; además de que en mi caso la posición es comodísima: cuando me apetece, me pongo un vídeo que me sirve de reflexión y contraste con mis propias ideas. 

Porque, en definitiva, por talante yo no descalifico a nadie que me parezca inteligente, y menos por la soterrada envidia españolísima que corroe a tantos intelectuales. Mi carácter es de otra índole: hasta este momento le he escuchado algunas lecciones magistrales sobre el Quijote, por ejemplo, y quiero seguir informándome sobre la crítica de poesía y novela, referente a obras que conozco bien. Aunque es verdad que nada me apetecería más que oírle en presencia, en el aula frente a sus alumnos. Y finalmente, pasado el tiempo que considere suficiente, decidiré. De momento, disfruto con este rarísimo cátedro, de nombre Jesús G. Maestro. Ahí está para todo el mundo a quien le interesen estos temas. En el Yutu.


03/01/25

La segunda vuelta en un libro suele ser muy esclarecedora. La relectura de los grandes o de los que te han gustado mucho de primeras, es obligada. Desde luego, la manera de averiguar si uno sabe lo que ha leído es explicándolo por oral o por escrito. La lectura sin más y a por el siguiente es muy poco productiva. Por tanto, de lo que acabo de decir se desprende que es igualmente imprescindible leer tomando notas, por muy engorroso que resulte. Segunda lectura (como mínimo) y guion son la clave de quien va a exponer en público la crítica de un libro. Pero esto lleva tiempo.

Quedamos en el Burgalés, por ir probando a lo largo de la plaza dónde ponen el mejor café, ahora que tenemos cerrado hasta después de Reyes la sede habitual del Valen. Es difícil encontrar mejor calidad y acomodo. De todas formas, en este de hoy me sorprende la ampliación con un comedor nuevo bien grande, prueba de que es cierta la fama de que dan el mejor y más económico plato del día de todo Aguilar. Eso dicen.

Han pernoctado en casa el Chaval y la novia. A partir de las siete teletrabajaban. Me he arreglado bastante bien abajo, en la sala. Esta noche se quedarán en Barru. Los días que tengo la comida hecha me resulta relajado y me cunde. Seguimos con frío de cascar piñones, pero eso es lo bueno. No tengo tiempo para salir de paseo. En cuanto pasen las fechas. Además, estoy ya con el borrador de la entrevista de radio con RR.

En la tertulia todavía hay quien se resiste a señalar responsabilidades en Valencia. Para algunos, siempre es mejor compartidas. En el bar también hablan de ello, porque en la tele o en algún sitio han recordado la desgracia de una presa en Sanabria en enero del año en que yo nací. Ciento cuarenta y cuatro al cajón. Responsable, la empresa. Pero como la gente se levantó de cascos y no terminaba de aplacarse pagaron a la manera del franquismo: a noventa mil pesetas por cabeza de hombre, ochenta mil por mujer y veinticinco mil por niño… Sin comentarios. Para afusilar a alguien.

Me meto en la página de Muface que me ha enviado mi hermano Mon. El hombre está pendiente de todo, suyo y mío. Voy a cambiarme ya al Inss, lo tengo decidido. Lo malo es que la página me permite hacerlo mediante el dni electrónico y la web no chuta. Además, creo recordar que lo renové hace poco y dejé la clave en Santa. Pero se puede efectuar por correo ordinario rellenando una solicitud. Para mañana. Se me ponen los nervios de punta cada vez que tengo que parar y dedicarle un minuto a estas cuestiones. Y dolor de cabeza. No han tenido huevos de llegar a un acuerdo entre Administración y compañías sanitarias. A ver cómo se lo montan para recibirnos a millón y medio en lo público de golpe y porrazo. Literal. Inútiles. Desgraciaos, como decía Narci. Había que afusilarlos, como decía mi abuelo Melchor.

Me alegra la tarde saber que vamos los del foro a tomar una tapa y un vino donde los B/E que nos han convocado. Así uno pasa un rato olvidado de las penalidades de este mundo cruel. Ha pasado MF hace un momento a decir que me lleva en coche, pero quiero rematar estas líneas. Como me va a llegar otra partida de Julius, voy a gastar unas botellas de las pocas que me quedan de la remesa anterior. Y salga el sol por Antequera. Año nuevo. Tira millas.


02/01/25

Bien dormido y bien desopilado de las tripas, doy por asumidos en grasa los excesos de estos días pasados (por fortuna, apenas quedan un par de celebraciones para volver a la normalidad culinaria y, sobre todo, digestiva).

Incluso me adelanto a la hora habitual y enseguida me dispongo a leer con buen tono. Conservo los reflejos todavía para no dirigirle la palabra al que duerme la mona en esta casa, cuando se levanta a su teletrabajo y me da los buenos días. Pero a lo largo de la mañana se me olvidará por despiste cuando tenga que comunicarle algún recado. Una pena, porque no pensaba volver a hablarle en toda la vida. A la hora de comer, normalidad absoluta frente a sendos platos de patatas con jijas, un poquitín caldosos pero sabrosísimos. Mano a mano. Remato un Julius sobrante de la comida del día anterior. Crema para los labios.

No llama la tarde para paseo. Me distraigo con la tele hasta la hora de subir a la buharda y recuperar el trabajo. Eso es lo que me equilibra. Y siento la sensación benefactora de que el año comienza bien. Correcto, me susurro, como un contable. Sentado frente al ordenador, me entrego. A tope.

Vengo reflexionando que el estreno del año debería reflejarse en alguna variación sobre este diario, no demasiado, apenas ciertos toques casi imperceptibles que a la larga puedan suponer un nuevo tono. Pero sin prisas. Al tran tran. Es decir, debo ir abandonando, por ejemplo, la línea elegiaca que me imponía el luto, y que ha sido una melodía de las más importantes en estos dos últimos años. Debo abrir la mirada al horizonte y, sin abandonar todavía el mismo asunto esporádicamente, virar a otros más fuera de mí mismo, más generales o sociales. Por ahí me apetece encaminarme. Encarrilarme por algunas otras sendas novedosas. Variar. Buscar. Sin dejar de ser un estilo, un yo.

Quizá la parte que no se haya dicho o que no se pueda confesar nunca abiertamente sobre la muerte de Lourdes, quizás, vaya a parar con el tiempo a la angustia existencial de algún personaje como Ángel Gavilán, uno de los protagonistas de mi novela en marcha y a la espera, y cuya lentitud me desespera por falta de horas.

Esta tarde, sin ir más lejos, me la lleva el montón de libros por registrar en mi ordenador. No puedo aguantar sin concluir esta tarea todos los años. Me refiero a los comprados en papel. Las nuevas adquisiciones para el ebuc no las apunto, porque quedan ordenadas automáticamente.

La curiosidad me detiene en una columna de prensa donde se recuerda el accidente del metro de Valencia en dos mil seis y que costó cuarenta y tres vidas. Lo relaciono con un cómic de EP de este domingo pasado sobre la dana de finales de octubre. La periodista y dibujante es una de de las afectadas ahora y que denunció entonces el cierre en falso de aquella desgracia. Fue tal la infamia que se tardó diez años en esclarecer la manipulación del canal nueve para ocultar datos de la investigación. Son dos hechos semejantes separados casi por veinte años.

Son los de siempre. Los que jamás se responsabilizan de los muertos. Al contrario, se caracterizan por sacudírselos de encima y, si es posible, cargárselos a otros. Es un rasgo distintivo del adn de los miserables en la historia contemporánea española: los muertos, palosotros. Los de las cunetas, los del yak-42, los de la injusta guerra de Irak y su consecuencia en los de los trenes del 11M, los de las residencias de Madrid, los de la dana de Valencia. Pacristo. ¡Justicia!

En la contraportada del periódico nos dice la guapa sumiller del Ritz, GV, que el vino es cultura (de acuerdo), y que tenemos algunos de los grandísimos vinos del mundo (de acuerdo). Pero cuenta con demasiada inconsciencia que la gente no tiene ganas de cocinar en navidades y que por eso se va a disfrutar a un hotel… No dice que a mil trescientos euros el cubierto en su hotel. Y dice que entre los vinos que elegiría se quedaría, verbigracia, con un Valduero de seis años… No dice que cuesta ciento cincuenta euros. O sea, lo mejor, su concepto vitalista de la enología y su invitación a disfrutar un vino español bueno y barato. Lo peor, que la mayoría de la gente que no quiere cocinar no es la que va al Ritz a pagar ni una botella ni un plato a cojón de pato. ¿Estamos? Nos ha jodido con la sumilleresa. Solista.


01/01/25

Ha sido una Nochevieja tan acogedora como siempre. Suenan las campanadas y caen las uvas en su orden. Sin atacañarse el gargavero. Nos besamos y brindamos. Soslayamos el recuerdo de la mejor manera posible. Continuamos la vida con el salto al año nuevo. Según lo programado. Ya no quiere uno que haya variación significativa. Tampoco nos demoramos mucho ni volvimos tarde a casa.

Como era lógico, no había manera de coger el sueño. Prieto el buche. Tampoco demasiado vino ni otros licores. Pero pesa el exceso en la hormigonera. Bebo mucha agua. En la tele nada me entretiene ni nadie me seduce. Cargado a tope, coloco el móvil debajo de la almohada, con un volumen bajito, y dejo que me arrulle una de las sesiones magistrales del profesor JGM sobre Cervantes y el Quijote. No sé cuándo caí, pero no recuerdo haber apagado el cacharro.

He despertado por la mañanita (“por las mañanitas, cuando me levanto, tengo la colita más dura que un canto”, cantábamos de estudiantes; qué tiempos aquellos…), me he levantado a desayunar ligero y he decidido regresar a la piltra. Ninguna prisa y cierto cansancio, pero ¿de qué? ¿De comer? Hacia los ocho, el Chaval. Como un zombi. Como un acigüembre, decía un antiguo profesor de mis comienzos en Aguilar. Habíamos llevado a Estrasburgo a los alumnos mayores, a conocer el Parlamento Europeo (me apunté porque iba Lourdes, al comienzo de nuestra relación) y algunos de aquellos cabrones se emborracharon y nos dieron la noche. “Se ponen como acigüembres”, se quejaba el bueno de SM. Quiero creer que la palabra era un cruce del fruto así llamado y el sustantivo “azumbre”, que era antaño una medida de capacidad (de vino, normalmente).

Este capullo del Chico me pone de tal mala hostia que me amarga el primer día del año. Después, por supuesto, no ha podido levantarse a la comida en familia. Le pongo mala cara y me da la impresión de que no se me va a pasar fácil. En cuanto sale con la panda, se dedican a ponerse hasta el culo de cervezas y calimocho. Una noche entera. ¡Qué divertido! Por mis cojones, ya no hay más advertencias. La próxima, se queda en la puta calle.

Hacia las nueve, por fin, me levanto. Llega la Chiqui. Hablamos un ratito. No hay color entre la madurez de una chica a un chico. ¡Qué lástima que la naturaleza no haya dispuesto tener un varón por cada diez hembras! Prueba de que está mal hecho el mundo. Y por eso vamos de puto culo. Y ya que eso no es posible, me encantaría que volviesen las sociedades ancestrales de amazonas, donde el hombre cumplía una función ancilar. O las milenarias sociedades regidas por los mitos lunares de la Diosa Madre y la prevalencia de la mujer. Un hombre es como una cosa tonta. Mitad cochino y mitad burro. Un hombre es un “borricocho”. Solo aprende a hostias. Pero hay que dárselas a tiempo.

Por la tarde, después de la comida, cuando he regresado a casa, me he entretenido de nuevo con varios de esos vídeos de los que hablé. La Chiqui ha salido para León. El pájaro sigue en la cama. Cuando finalmente aparece y abre la puerta de la sala, ni le miro. Me subo a mi estudio de la buharda. Viene detrás y llama a la puerta. Le digo que no tengo nada  de que hablar. Que vaya a tomar por el culo. Ya no me fío de su cara de merluzo arrepentido. Al filo de los treinta, no se puede ser un tiopelele. Está claro. Sea quien sea. Mi hijo o el de Cristo bendito.

Única alegría del día: Mi buen amigo JLC me llama por teléfono. Volvemos a felicitarnos, pero ahora se trata de un recado referente al Ribera Premium, el Julius del que me va a surtir con otra partida el Mago de Pesquera. Está presente, MCC, su señora esposa. Me aseguran que van a venir una media docena de cajas. Me tiembla la curcusilla (en la Esgueva se dice “concasilla”).

La conversa se ha producido también por la mañana, pero ha sido una bendición. Se me han olvidado las amarguras del calamocano. Estoy pensando en retirarme a una isla desierta: Un libro, un ordenador, una copa de Sublime Caldo… Poco más. Sería la única manera de afrontar este declive criminal: artrítico, prostático, sonámbulo y semisordaco.

Y, sin embargo, todavía este primer día del nuevo calendario (no lo cito para evitar la rima), me he levantado con la ilusión de escribir una nueva historia, de leer un nuevo libro, de aprender algo nuevo de teoría literaria, de descorchar una nueva botella de buen vino y, en el colmo de la felicidad, al salir de la cama, de nuevo se me ha empinado. Aleluya. Feliz año nuevo. 


31/12/24

Vale. Se va el año y nada que objetar. Lo más valioso para mí es que no tengo la impresión de que ha sido un tiempo desaprovechado e inútil. Sí que noto, en cambio, la celeridad con que se ha esfumado y entiendo que es síntoma de que lo he vivido intensamente, a mi manera. No he tenido un solo día de vacío injustificado, por no saber en qué ocuparme. Eso me reconforta.

He dormido a ratos y me he levantado hacia las cinco. Ya lo tomo con paciencia. Me pongo los auriculares y me dedico a escuchar sesiones de un catedrático de teoría literaria de la universidad de Vigo que tengo localizado desde hace tiempo. JGM es un tipo polémico, provocador, un tantín bocachancla como buen asturiano. Lo malo es que sus clases pueden durar hasta hora y media. Tiene colgados unos mil quinientos vídeos en la red. Me consuela saberlo para tener algo que escuchar en las noches de insomnio que me queden hasta que me muera. Soy muy friki y me engancha cantidad. Me arrebujo en la manta y aguanto en el sofá hasta que de nuevo caigo arrullado por la melopea del paisano. A ratos me desvelo unos segundos, pero no saco las manos del nido. Así he ido sorteando dos sesiones, aunque no sé cuánto habré procesado. Total, que hoy no me ha preocupado la hora, porque a la habitual he desayunado, me he duchado y he seguido en el mismo plan de sofá hasta las nueve y pico.

Me llama el Mejor cuando estoy en el trono. Desde allí pregunto a madre Adela cómo se pone un codillo con toque de miel. Uno de estos días me cubro de gloria. ¡Quién pudiera tener a todos los de casa para celebrar un año nuevo! Sin una sola ausencia. Y cuánto me alegro por ellos. De corazón.

Resuelvo por la tarde algunos asuntos. Le pillo in extremis, a punto de irse a su tierra a pasar la nochevieja. Va a subir al autobús. Me confirma que haremos la entrevista el próximo día diez de enero. Andaba desde hacía tiempo detrás de él. Perfecto. Tengo bien leído el libro. ¡Qué literatura más divertida! ¡Qué talento el de RR! Conoceré ocho o diez libros suyos y jamás me ha defraudado. Y, sin embargo, no figura en las listas de las jaiparéis. Me encantará darlo a conocer en nuestra radio para toda la comarca.

Se me había olvidado. Pero a media tarde tengo guas de JC, el mago del Julius, famoso mundialmente. También este merecería su biógrafo o vinógrafo y figurar en la enciclopedia de artistas artesanos de Castilla y León. Una estatua le ponía yo en tol medio de Pesquera.

Andaba ya tieso de existencias. Me promete unas cajas. Tiro cuetes. Esta noche caen dos. De tinto, claro. No vayas a pensar otra cosa. Estamos como para alegrías con los colgajos.

Esta noche iremos, como siempre desde hace treinta años, donde la suegra. Las familias de los tres cuñados, más la abuela: Martes y trece. No importa. Yo no creo en chorradas. Para mí es una suerte inmensa compartir ese calor de familia. Y la mejor opción. Porque cuando lo pienso llego a la conclusión de que sería peor (o más triste) de cualquier otra manera. ¿Mis hijos, el socio y yo? ¿Mis hijos y yo? ¿En la casa de uno de mis hijos y su pareja?

No porque fuese mal recibido ni mal querido en ninguna de esas situaciones. Sino porque ¿dónde encaja quien siente una ausencia insustituible? De todos modos, brindemos un año más por la vida que nos queda. Feliz año nuevo. Salud y buen rollo. Adelante. A por el dos mil veinticinco. (Sin rima).


30/12/24

Esto ya es otra cosa. Hacia las och,o en mi móvil marca menos tres grados, pero después me dirán en la panadería que esta madrugada ha bajado a menos seis. Así es el invierno aquí, como tiene que ser, clima de montaña y una garantía de que el planeta resiste contra nuestra estupidez a pesar de todo. El invierno no se lo come el lobo, dicen los autóctonos.

Es el último día que soporto el café purgante que ponen en la cafetería de la plaza adonde nos hemos desplazado. Parece un juego de palabras, una contradicción o una antítesis. El caso es que hemos quedado mañana en otro sitio del que nos han llegado buenas voces: café en condiciones. Cueste lo que cueste. Para mí es una herejía (beber la sangre de un dios diferente) o una traición (a la propia fe, una apostasía) tomar un café malo, porque el acto mismo a esa hora precisa es sagrado, una comunión, una religión. El recreo, el café y el cigarro (antaño) eran irrenunciables, aunque se derrumbaran los pilares del mundo. Y así sigo. A esa hora hay que hacer una pausa. Breve, pero obligatoria. Después, ya se puede serguir trabajando.

En el bar me encuentro a AC, antigua alumna del insti de origen rumano, muchacha inteligente y trabajadora que lleva desde pequeña aquí y terminó estudios de Derecho. Me parecía una niña buena y sensible. Así continúa, por lo que puedo apreciar. Estaba con su madre y aprovecho para felicitarles el año nuevo.

Me pide que le dedique mi libro de relatos. Quedamos en que lo deje comprado en la librería y después paso yo por allí a firmarlo. Las operarias me avisan cuando venden alguno. Este sistema tan sencillo me ha funcionado estupendamente y así he cumplido con unos cuantos amigos y conocidos. Además, en estos casos llevo una dedicatoria pensada y personalizada que suele gustar. Me consta. ¡Qué importante es también tener una buena librería de confianza! Esta chica se mueve mucho en redes sociales y sé sin duda que lo hará circular. Por admiración y por aprecio a mí. Es importante este tipo de canales, aunque la gente joven no sea demasiado proclive a comprar si no encuentra un motivo directo de relación con el autor.

Y desde allí me acerco con el que tenía preparado como regalo para mi compa MJGC. Porque de esta conozco su domicilio y a ella me interesaba dárselo en mano. Aunque no estaba y se lo he entregado a su marido. Es una de las claves, especialmente, tener contacto directo con profesionales de la didáctica de la literatura. No solo por las posibles ventas (es lo de menos, ya lo expliqué), sino porque de una charla informal y cercana, de la persuasión en la distancia corta, puede surgir la lectura del libro, que de otra manera difícilmente se produciría. Eso es fundamental. Que le guste al docente.

En este caso suelen convertirse en fervorosos y fieles lectores e implicarse muchísimo en la difusión boca oreja. El hecho de poder presentar a alguien públicamente con quien se tiene trato personal y a quien el escritor cita y nombra y agradece y a quien le demuestra su confianza, es halagador y estimulante. Pues todo estudioso de la literatura lleva un crítico por dentro (y a veces un escritor). Y el ser cómplice le dota finalmente de autoridad ante su propio público, colegas y alumnos.

Es un hecho que he constatado en varias ocasiones, pero en la última feria de Madrid lo vi palpable con una colega con quien coincidí en la cola de la caseta a la espera de que llegase un escritor de nuestra preferencia. Intercambiamos teléfonos, pero no le confesé hasta el final que yo también firmaba el mío. Me prometió buscarlo y leerlo.  Lo atractivo fue la afición que demostraba por el que esperábamos, a quien ella también conocía personalmente y compraba cada vez que sacaba una nueva publicación. Este es el secreto. Me dijo que sus amistades también lo compartían y habían formado un grupito de seguidores del novelista. Una especie de club de lectura. Es decir, el salto a vender a quienes no le conocen a uno y llegan por referencias fiables de amigos, las más incitantes. Entonces me dije a mí mismo: Toma nota y espabila, Gabilucho. Equilicuá.


29/12/24

Disfruto una mañana de reposo, luego de haber madrugado a las seis con la pausa de una cabezadita hacia el amanecer. Me voy acostumbrando a este régimen de sueño discontinuo. No puedo in contracorriente, es mejor fluir a favor. Leo bastante concentrado. Cambio de lugar para facilitar una nueva situación que me despeje. Me sitúo bajo el velux de la sala de la buharda, en la butaca, aunque después de un rato largo se combe demasiado la columna. No abusar. Cambiar de posición, de postura, de sitio… Encontrar la manera idónea, esta es mi función, para rendir mejor.

Es cierto que los hijos estaban en casa, pero el uno dormía porque salió ayer con la panda, y la otra no se encontraba bien del estómago y prefirió evitar frío y no forzar la máquina.  Nos vimos una peli sobre la guerra civil pero sorprendentemente original, incluso de humor paródico. Me gustó.

Después del desayuno y de la preparación de una olla de alubias de muy buena factura (a falta de un poquito de sabor, yo diría), salgo a coger la prensa. Por el camino noto que el desayuno ya había caído sobre un estómago deslavazado, así que no me arriesgo a ir por ahí a tomar un par de cafés. Vuelta a casa por si se produce emergencia. En efecto, será día apurado de esfínteres. Hay mucho virus traidor suelto en el aire. Ya se dijo. Regreso al calorcito de casa y me conformo con la prensa hasta la hora de comer.

He determinado no dar el paseo de la tarde. Sigo un poco ligero de culo. Pero han sido en total tres veces durante todo el día. Tampoco una canilla floja. La Chiqui tenía que trabajar mañana y se ha vuelto a León. El Chaval al pueblo de la novia, a Barru. Me participa que seguramente no volverá hoy a cenar ni a dormir. Quedo solo. También gusta. Benditos de Dios, digo entre mí. Más que nada porque recupero el orden inalterable y consolador de los días de diario.

Más lectura de tarde en cuanto me he cansado de pajarear por la tele, sin posar en ningún sitio concreto. Hasta que el muchacho ha salido de casa. Por cambiar algo de tercio, he bajado a la sala y con las persianas todavía alzadas permitiendo la penumbra agradable de las farolas, pero con la cálida luz juguetona del abeto navideño, he elegido al azar un cedé y lo he puesto en el equipo. Sentado en mi sillón orejero, retomo un hábito que también me peta de vez en cuando: reclinarme en ese ambiente acogedor y escuchar serenamente la música hasta reconocer autor y obra. No siempre lo consigo. Pero hoy lo he adivinado apenas ha comenzado a sonar. Unas sonatas cortitas, muy vivas y melódicas, de Domenico Scarlatti. Parecen ejercicios, pues no superan los seis u ocho minutos, pero son bonitas…

Aguanto un rato que me resulta muy placentero. No soy ni siquiera un enterado en estas obras clásicas, pero he escuchado bastantes veces un variado número de autores que fui comprando en otras épocas. Tengo una mediana colección de lo más conocido.

Siento paz. Me doy cuenta de que he conseguido desconectar la cabeza de cualquier preocupación. Regreso a mi estudio para trabajar otro rato antes de cenar. Mis sopas de ajo deberían patentarse. Me gustaría compartirlas. Sueño. Unos instantes. Después escribo.


28/12/24

Me contesta por la mañana con un guas amabilísimo mi colega MJG, la profe del instituto Las Llamas. Me promete leer mi Bicho y darle difusión entre compañeros del dépar y en el centro. Y que asistirá a la presentación en la biblioteca. Le respondo agradeciéndoselo y le envío cartel.

Dicho cartel es el que ya hay anunciándolo en la propia biblioteca y me lo ha hecho llegar en una foto de móvil JR, el novio de mi Chiqui. Estoy pendiente de que me envíen el original por correo para extenderlo a mi agenda. O sea que este primer contacto, de maravilla. No sé por qué, pero en general tengo la impresión de ser un tipo con suerte en lo que me propongo. Noto una respuesta simpática y empática de la gente. Y eso me da una gran seguridad en mí mismo.

Bien descansado y bien aprovechada la primera parte del día. Así es como me gusta. Y evito blasfemias gordas. Pego el vistazo al periódico y ahora los sábados no me pierdo nunca la columna de la argentina LG en la contraportada. Es una escritora que está en lo más alto del candelero, tras una trayectoria ascedente desde la crónica periodística a la literatura de ficción.

En este sentido, hoy mismo, en el interior del diario hablaba de ella otra periodista excelente, BGH, señalando el valor del último libro de aquella, “La llamada”, seleccionado por “Babelia” como el mejor del año. Lo cual quiere decir que no me lo puedo perder.

Por cierto, a esta BGH, que fue subdirectora de EP, me la presentaron JMSJ/MS en una feria de Madrid. Charlé un breve espacio con ella y me informó sobre la novela que yo acababa de comprarle (año 2019), en que se hablaba de Goya en un “noir” que después al leerla no me gustó nada y sobre la que apenas pude soslayar mi opinión en lo sucesivo.

No creo que esto tuviera que ver con la actitud un tanto displicente que observé en la escritora, de inmediato, durante los pocos minutos en que cambiamos impresiones. Caminábamos en grupo y en ese momento charlábamos divididos en pequeños grupos de a dos. Sin embargo, le noté molesta y no llegué a explicármelo.

Después, mi querido amigo JMSJ me comentó en un aparte un hecho curiosísimo en el que jamás habría reparado por mí mismo. Me dijo que también observó que a ella le había sentado fatal mi respuesta cuando en la presentación él mismo me preguntó si la conocía de antes y yo contesté con toda seriedad: “Sí, a usted la conozco del periódico…” Por lo visto, esa expresión le sonó a que yo la consideraba vieja (una ridícula susceptibilidad de edadismo), cuando lo cierto es que yo mismo la saco media docena de años. Pero mis palabras la hacían parecer mayor de lo que era. Esa fue mi incorrección política. Que no reconocí, por supuesto, pues no hubo ninguna intención más allá del respeto en el tratamiento.

El caso es que cortó con cierta brusquedad la conversación en que yo le informaba haberme documentado en las cartas del amigo de Goya, Martín Zapater, para mi primera novela… Dio una volantazo y me remitió a la recién dedicada, la cual leí en cuanto pude, como acabo de contar. Sin embargo, la posterior titulada “El pozo” me pareció bastante mejor que la de Goya, que pecaba de exceso de episodios rocambolescos en la trama. Se le había ido la mano, como buena periodista con superolfato para el éxito comercial.

Reproduzco todavía perfectamente el instante en mi memoria: su brusquedad le resultó uno poco grosera incluso a ella misma y apostilló para distender el silencio: “Ya me dirás qué te parece cuando la leas…”. Todavía conservo su correo electrónico en el interior del ejemplar, pero nunca le envié mi crítica. Lo cual no significa que no la considere una gran trabajadora, valiente periodista y talentosa escritora. Santanderina, para más señas. Pero se rebotó un poquito sin razón. Claro que para ella esto no sería ni siquiera anecdótico y hoy ni lo recordará. Mucho mejor. La sigo leyendo en prensa, por supuesto, cada vez que encuentro su firma.

Y es que mi criterio no lo modifican mis tripas, como les pasa a algunos. Y quien no lo sabe no se da cuenta de que eso le incapacita para juzgar. Un ejemplo vale más que mil palabras. Esta misma tarde he rematado mi paseo asistiendo a la san Silvestre de Aguilar, la carrera que se celebra en multitud de sitios a finales de año. Pero el recuerdo que evoco es de hace dos o tres atrás. Presenciaba el paso de los participantes y comentaba con un compañero el estilo de unos y de otros. Coincidíamos en que difería mucho la imagen de un trotón a trompicones de la de un atlético galgo corredor (como diría Cervantes). En ese momento mi compañero me señaló a una muchacha, familar suya, y exclamó: “Eso es estilo”. A mí me pareció una especie de gallina trastabillada. El amor y la justicia son ciegos. De acuerdo. Pero ¿qué ceguera?


27/12/24

Cambio de grupo tertuliano y hoy me reúno con los del FG. En la plaza, donde la pastelería de AM. De los pocos sitios, fuera del Valen, donde el café es tragable. Paso un rato entretenido con ellos, saltando de temas. Vuelta a casa y despido a mi Chaval que se va al piso de Santa con la novia.

He despertado a las cuatro y media y me he levantado enfadadísimo porque ya no pillaba el sueño. Leo hora y media y vuelvo a la cama. He caído grogui otro rato. No sé si es la puta congestión nasal o la virgen santa. Una de dos. Pero se me joden media noche y la concentración para el resto del día. Como me siga tocando los huevos este asunto, voy a volver al Utabón, aunque me tenga que echar un envase por noche. Quince mililitros padentro.

Tampoco puedo asegurar que no me influya el estómago en carne viva debido a lo que estoy comiendo estos días. No solo en las celebraciones familiares. Es que en esta temporada hay cosas de picar incluso en el servicio. Estoy por dejar de comer del todo. Definitivamente. No puede ser cagar dos veces al día. Llevo con pesadez y rebuznos desde finales de noviembre. Hay que parar.

Quizá también guarde relación con lo anterior el que mi Chiqui me ha enviado hoy un guas en el que me dice que tiene gastroenteritis. Hay bastante virus suelto por ahí, y muy cabrón según se oye. Ha preferido quedarse de momento en León. Al cabo de un rato me ha tranquilizado: ya se sentía mejor y mañana vendrá. La ha pillado operando. Con el culo prieto. Lipomas y quistes.

Guas de mi editor con un artículo largo y magnífico aparecido en la revista digital “ctxt”. Qué ilustrativo de los tiempos que corren para la literatura, pero sin tópicos ni simplezas. Se titula “Literatura y edición en el capitalismo: noticias del colapso por venir”. Ahí está, solo es buscarlo. Para quien quiera documentarse seriamente sobre sociología de la industria de la literatura. Sobre los libros que se destruyen, por ejemplo, cuestión de la que hablé yo aquí mismo no hace mucho tiempo. Contesto a mi vez con otro guas y le digo al editor que esto es una pasión como la llama de una vela de esas de cumpleaños, que se inflama más si la soplas. Pues así. En el fondo, ¡qué me importa a mí el mercado! El único aspecto de ese mundo es que, una vez escrita mi obra, quede almacenada y preservada para toda la eternidad. O millones de años. El máximo tiempo posible. Yo moriré de verdad cuando no quede resto de polvo ni memoria sobre lo que haya escrito. Y, a sensu contrario: mientras exista una sola letra de mi literatura escrita (u oral) en algún lugar, viviré más plenamente que ahora incluso. Y ya está.

Me encuentro por la tarde con mi conmilitón RGC. Tiene una hermana en Santa que es profesora de Lengua y Literatura. Aprovecho para pedirle que me ponga en contacto con ella. A la vuelta de un recado, coincido de nuevo pero esta vez vienen los dos juntos. Le he proporcionado mi móvil y cuando he llegado a casa ya me había enviado un pequeño mensaje.

Sé que es dificilísimo penetrar incluso en el mercado más modesto, tratándose de un escritor desconocido, de tiradas pequeñas y ámbito muy localista, en resumidas cuentas. Pero debo intentar el acercamiento al lector estudiante y al colectivo docente, aunque no se produzcan demasiadas ventas, solo por el hecho de extender mi trabajo y mi nombre de escritor. No cedo. No me rindo. Trataré de hacerme conocer entre estos compañeros de Cantabria. Hay ocho centros educativos donde conozco a alguien. No cansarse, copón, que más tuvo que doblar la espina mi raza y nunca los oí quejarse. Intentarlo. Insistir. Pelear. No sopesar a la corta. Sí reflexionar permanentemente. Pero vista larga. Al horizonte.

Escribo el borrador de lo que voy a contestar a mi compañera docente de la que acabo de dar noticia. También tengo un excompañero unos cuantos años mayor que yo que se trasladó a Santa tras la jubilación. Todos los años nos hemos felicitado por estas fechas. Este, todavía no me ha contestado. Sé que anda muy metido en la universidad de mayores o de la experiencia. El año pasado me rogó que le avisara cuando presentase en la ciudad. Ha llegado el momento. Creo recordar que me habló de un colectivo de lectura en el que me invitó a entrar hace bastante. Pero yo no resido habitualmente allí. Seguir explorando: escribiendo y promocionando. Avanzando.


26/12/24

Sales a dar una vuelta y a poco que te muevas regresas a casa con la camiseta sudada. Sol débil pero benigno a la hora de comer. No es normal nueve grados a las ocho de la tarde. En este tiempo y en Aguilar. Hasta se podría salir con bici, a ratos lo pienso.

Ahora más que nunca debo andar con mucho cuidado con la rosácea. Se me ha solucionado bastante bien el pequeño brote con el cambio de la estación, pero ya no voy a poder dejar de darme el potingue protector en la cara para los restos. Piel blanca que se deshace con los rayos ultravioleta. Me cruzo en la panadería con WR, escritor y amigo, y otro que tal baila. Tiene el rostro literalmente calcinado. Este ha sido rubio germánico y no le hace demasiado caso al asunto: le digo quién es mi dermatólogo y cuál es el tratamiento. Da pena verlo al hombre. Pero me pregunta con interés al comprobar que no tengo ni mijita, a sabiendas de que he tenido la nariz de borrachín en alguna ocasión, como cuando se tiene un catarro muy fuerte. Por suerte, en mi caso es un brote leve. Pero no hay remedio, y el tratamiento es caro aunque eficaz. Lo discuto con la hija y la familia. No me va a quedar otra que andar con cremitas a diario: nariz, cara, tronco y extremidades. Hay que joderse. Si se lo contara esto a mi padre, que también era de piel de leche y se le comía el sol en verano… Pero bueno, he llegado a la jubilación sin cosa alguna grave y con bastante buen tono físico. No me quejo.

El Chaval está de vacaciones hasta el día seis. Comemos juntos y no me sale mal una olla donde han ido a parar, encima de una garbanzada, unas jijas fritas y la sopa con fideos y sémola de la cocción. Todo amontonado. Pero con un resultado buenón. El panetone ya va por la mitad.

Después de cerrar estos ojitos durante una siesta breve, el Chico me dice que se pira de merendola a Barru, donde la novia. Me informa de que se quedará allí a dormir. Mañana se largan por la mañana a Santa. Con la experiencia de estos dos años y medio últimos, ya no me preocupo más que por lo imprescindible de la organización de casa cuando ellos están aquí. Me gustan las reuniones familiares, pero también me gusta recuperar mi tranquilidad privada.

La única molestia es que no paran de llamar al telefonillo los de los paquetes. No sé cómo nos las arreglaríamos si no estuviera yo aquí prácticamente todo el día para recibirlos. Alguna felicitación suelta me llega todavía. El teléfono aparcado y en silencio es una maravilla. Intento recuperar por la tarde lo que el sopor no me permite por la mañana. Me quita velocidad y concentración. Hasta que lo venzo. Me digo que todo el tiempo es mío para hacer lo que me gusta. Ahora vienen cinco días tranquilos. También para la barriga, que debe descansar. Para leer y escribir, mejor un poco vacía pero sin hambre.

Hemos entrado de lleno en el solsticio de invierno. A partir de ahora, los días deberían ser más heladores. También un tantín más largos de luz, tranco a tranco, el tranco de una gallina. O como dicen los antiguos: Por Reyes lo conocen los bueyes. No sería en la Esgueva, donde los animales de labor eran las mulas (tampoco se decía mulos).

Me digo a mí mismo que debo prepararme para el rigor del invierno y recluirme en mis dos atalayas: la buharda de Aguilar y el rinconzuco de Santa. De un lado a otro, cuando se pueda o apetezca cambiar. Y dedicarme a lo que me apasiona. Pero sin obsesionarme. Estos días atrás me reñía la familia. Hay días que tengo grandes ojeras por el tiempo empleado en el ordenador o leyendo. A veces, también en plena noche, si me desvelo. En efecto, nada me urge. Como decían los místicos: Nada me turba.

Debo aprender a llevarme más serenamente (menos apasionadamente) con la literatura en previsión de lo que pueda suceder de cara al futuro. Quizá sea mi única compañera de aquí al final. Ojalá resista con fortaleza el invierno de mi vida. Sin enfermedad por dentro. Sin miedo alrededor. Sin mujer del pasado ni del futuro, aunque siempre hay alguien con quien uno desearía estar. Pero eso no es posible. Lamentablemente.


25/12/24

Ayer, como hoy, fue día de excesivo jaleo y zaleo familiar. Tanto que se me puso dolor de cabeza, sobre todo, con el cambio de tiempo unido a la tensión de los asuntos de casa. Dos frenadoles con separación de unas horas lo solucionaron. Finalmente, ya no pude dedicarle un ratico al diario.

Por eso no quiero dejar pasar el lunes, cuando asistimos en familia al concierto de mi cuñada J. y el pianista OP. Estuvo realmente bonito. Conocido y variado el repertorio, con el tiempo justo para no cansar. Hacía bastante que no veía a mi cuñada J. y me pareció que ha ganado mucho en presencia y seguridad escénicas (es joven, guapa y con una elegante y contenida interpretación). Tiene excelente voz y buena técnica, sin que sea necesario entender de música para advertirlo. Lo disfrutamos y pienso que también la gente lo ponderó.

La Nochebuena fue, como siempre, donde la abuela, y asistimos las familias de las tres hermanas según lo previsto. Por supuesto, que se presienten en silencio las ausencias (dos) en la mente de todos, estoy seguro. Pero nos imponemos una felicidad que está por encima de las demás vicisitudes, y eso es bien presente en la espontánea alegría de las niñas de la casa. Ellas representan el mayor motivo y máximo homenaje a los que ya no están: que la vida debe prevalecer sobre todas las cosas. Y todo ello acompañado de un menú sobre fondo de tradición con toques de innovación. Me gustó mucho. Pero, como suele ser habitual, tan abundante que le obliga a uno a parar a mitad de lo preparado. Mejor. No me entretuve demasiado en la sobremesa y dormí medianamente bien.

Hoy tocaba en casa del socio y venía mi hermano Mon con la familia. Ocho en total. Nosotros disponemos la mesa y de Valladolid viene todo dispuesto para no exigir más que una preparación mínima. También resulta de sobra y a mí me da la impresión de que se amontona sobre lo del día anterior, aún sin molturación concluida. Aquí también es menú bien rico que se completa con carne de primera, pero que a mí ya me pilla ahíto y con el estómago pesado propio de mi edad. Lo que no me falla todavía es el gusto por el vino bueno siempre que haya algo que celebrar y siempre en grata compañía. Y los dulces. Aquí reside mi perdición, los dos kilos a mayores que meto a la romana después de fiestas. Y que luego hay que sudar y raspar y desechar.

Por la mañana he leído largo rato, con gusto pero algo somnoliento, hasta que a partir de las doce han aparecido mis dos lebreles a desenvolver los regalos de Papá Noel. Nunca había probado uno de esos panetones italianos que más parecen una magdalena gigante para desayuno del famoso Pantagruel de la literatura francesa. Por una curiosa casualidad, también mi hermano traía uno de regalo, así que nos hemos juntado con demasiados panetones para el cuerpo. Poco a poco. Pero caerán.

También hoy hemos compartido una comida feliz y familiar, que yo la he adivinado en cierto momento como homenaje a los nuestros de la Esgueva, por las dos ramas. Como es tradicional, aquí es imposible parar la facundia de los Gabiluchos mayores. Pero lo llevamos a broma y se perciben las buenas vibras entre hermanos y primos. Y en realidad lo que confirmamos es la necesidad de seguir cada año. De no faltar nadie. De estar. De resistencia y de alegría al comprobar el bienestar de los demás. De los nuestros.


23/12/24

Nos alargamos a la plaza a tomar el café mañanero porque el Valen cierra hasta Reyes. Regreso pronto para repetir tertulia con los del Foro que estamos disponibles, NB, FF y el menda, en el Castillo. Este segundo café se debe a que ha regresado de las Américas NB, que ha recorrido por allí ocho países por motivos académicos.

De entrada, quedamos por guas en que la tradicional cena de amigos de antaño ahora la preferimos después de pasadas las consabidas fiestas con sus consiguientes estomagadas. Nico nos cuenta entre otras cosas un resumen interesante de su periplo. Argentina, de puto culo.

No da la tarde mucho más de sí que para un paseo con vuelta rápida, pues dentro de un rato la tía J. y el pianista OP dan un concierto en el cine Amor. Así que tengo que apurar estas líneas. Ya ha llegado la Chiqui y se ha liado con los tropecientos paquetes que han ido trayendo los amazones. Menos mal que a mí toda esa cuestión de los regalos navideños me la dan resuelta.

Anoche me dormí tarde y mal, porque estuve hablando con una escritora de poesía romántica a quien he propuesto un recital entre su obra y la mía. A pachas. No está confirmada la fecha ni el lugar. Ella quiere que sea lo más cerca posible de su tierra natal, Barcelona. Sinceramente, le he propuesto que si dicho recital fuese finalmente en tierras castellanas, yo prefiero que su parte sea declamada con su gracia lírica original, o sea, en catalán. Además, a mí cuando me hablan en una lengua románica penínsular, me pone mucho. Es una poetisa con un físico espectacular, rubia, altísima, y con una voz casi angelical. Veremos cómo sale. Si sale.


22/12/24

Tomo la mañana sin demasiada prisa, como un preámbulo de los días de fiesta que se avecinan. Hay que ir cerrando el año, me digo. Lo hecho, ahí queda. Ahora, ya, ningún apuro y las pausas justas. A mi padre le gustaba hablar del deber cumplido. Yo soy otro carácter y me convence más la idea del proyecto siempre inconcluso y en marcha. De esta manera, nunca se para del todo y jamás hay conciencia de frustración por no llegar al objetivo. No hay fracaso posible ante el trabajo diario. La meta es el camino.

Cuando vuelvo del café y el periódico, me encuentro con mi conmilitón AF, histórico socialista de Aguilar con quien siempre hay un día de ciento en viento para hacer análisis crítico (también autocrítica). Qué gran método nos legó la teoría dialéctica clásica. Es hombre demorado e incisivo en el razonamiento. Destapa las claves de la actualidad haciéndolo ver de manera sencilla. Disfruto mucho de los ratos en su compañía. Y aprendo. Es hombre contenido, sereno, certero… Se nos alarga hora y pico con mi segundo café. Me agrada. Vuelvo a casa a la hora de comer. Tranquilo.

Se me caen los ojos un cuarto de hora. Me fui tarde a la cama porque me interesó mucho el debate sobre impuestos de la Sexta. Y luego me costó caer aunque estaba rendido (a veces es peor para dormir). Luego, una maravilla el paseo de hora y media con este frío tan natural. A un ritmo que no me cansa nada, pero que me abre un apetito de lobo cuando regreso.

Sé que tengo que dedicarme a enviar felicitaciones a una larga lista de compromisos sociales y me pongo a ello. Lo llevo bien, es cierto, porque soy sistemático y organizado. De lo contrario, uno puede terminar de muy mal humor. Escribo una frase con intención y contenido, no muy larga, tampoco demasiado apegada a la tradición religiosa, y la envío para todo el correo. Pero gasta su tiempo. Enseguida se desencadena la respuesta en cascada.

En el ínterin recibo y contesto solo a dos llamadas para no desconcentrarme ni despistarme del objetivo. Por supuesto, con mi fraternal JLC no puedo resistirme a una parrafada haciendo un pequeño alto en el camino. Siempre me alegra la vida este foruz. Foruz, le digo. Era una palabra que utilizaba mi abuelo y que yo inscribí en el Fausto Léxico esguevano. Pero no tengo ni idea de su significado recto. Además, solo lo utilizo humorísticamente con JL.

Me comunica que nos ha tocado algo de los dos décimos que hemos intercambiado. Hasta es posible que este año vaya a recuperar unos doscientos euros, que es más o menos mi apuesta total. Tampoco soy de los que coge en todos los sitios. A mí lo que me gusta es el euromillón. Cinco orencios a la semana. Nos felicitamos las fiestas y hasta más ver. Con él es como que estuviera también allí, en Piña, en el casulario del san Pedro.

Miento: Un poco antes de despedirnos, con frecuencia utilizamos una misma fórmula ritual, casi desde adolescentes. ¿Qué tal fuñigas? Yo nada, le pregunto y le aclaro con total seriedad. Y así mismo él me contesta: Yo poco. Y entonces, sin más comentario, colgamos. Supongo que dentro de diez años la pregunta será: ¿Cómo vas de vientre? De momento, es una comprobación del estado psicológico, como preguntar qué tal comes. Sin más. Es prueba de la confianza entre buenos amigos, casi hermanos.

La otra llamada se limita a un breve chateo con JMP, mi admirado amigo y mentor y maestro. Me comenta la frase que he elegido para la felicitación navideña. Y la redondea o apostilla. Es una inteligencia brillante. Le llamo hombre ejemplar. Mi cariño hacia él es tan grande porque va unido con el de Lourdes, que le veneraba. Necesitamos pocas palabras para saber lo que narran nuestros respectivos silencios. Algunas catástrofes. Pero nos une la voluntad de resistir a favor de la vida. De seguir. De vivir.

No miro desde hace tiempo cuántas entradas a este blog y a este diario se realizan habitualmente. No tiene ninguna utilidad ni trascendencia para mí. Cuando uno escribe, le basta imaginar que alguien hay al otro lado esperando sus palabras. Y aun en el caso de que no estuviese nadie, la ilusión creativa inventa un lector imaginario tan vivo como gente de carne y hueso.

Por tanto, espero que hoy también me estés escuchando, Tú, que das razón a mi locura desatada de palabras. Como Cyrano, vivo por ti aunque no nos veamos y solo me oigas. Seguiré hablando, pues, aunque te vayas. Pero nunca podrás decir que no soy agradecido, además de pagarte con palabras la necesidad que tengo de ti. Por eso te deseo, a mayores, que tengas una feliz navidad, un esperanzado año próximo y una mediana alegría para seguir adelante.


21/12/24

Leo un rato a hora prima muy a gustito y después le pongo un guas a mi chache. Es su cumple. Sesenta y uno, Mon. Se siente la extrañeza de la edad cuando se trata de un hermano, casi más que con la propia. Es la conciencia nítida del paso del tiempo visto como en un espejo. ¡Coño, pues ya va teniendo años mi hermano pequeño! O sea que tú…

Al poco tiempo me ha contestado y ya hemos aprovechado para parlar un rato por videoguas. Tienen salud y toda su familia se encuentra en un momento dulce, pleno. Eso me produce muchísima alegría por dentro. Mi madre contaba que Mon nació mientras oía cantar la lotería en la radio, abajo, en la estufa, y ella se tensaba en las contracciones del parto. Y ahora caigo yo en que nos tocó la lotería a todos. Verdaderamente.

No era día de tertulia ordinaria y he pegado la hebra con los camareros del Valen. Con el cubano AL he quedado en que me traerá el último libro de LP, pues va a ir a pasar unos días a su país. Precisamente el libro se titula así, “Ir a la Habana”. Después me he largado a jugar el euromillón de todas las semanas. Estos hábitos me estabilizan y me tranquilizan, me apegan a tierra, y le viene muy bien a mi carácter ensimismado y errático de pensamientos. Son como hitos que me ordenan y me organizan.

A continuación, he recibido la llamada del Chaval diciéndome que ya habían pasado por casa a dejar unas maletas y que continuaban hacia Santa porque tenían allí quehacer. No les he querido poner un nuevo guas para que no me tengan por un pesado. Siempre lo mismo: la limpieza de la casa, sobre todo de la terraza, las puñeteras y molestísimas palomas, etc. Conservar el piso (ha sido decisión suya, de los hijos) nos da muchísimo juego, porque es un escape de vez en cuando al ambiente totalmente distinto de costa y playa. Una forma de liberarse y relajarse a una distancia que ni siquiera para ellos resulta excesiva. Para mí, desde luego, es ideal.

También contacto con MR, mi exalumno que actualmente trabaja en la radio, en Santa. Concretamos la entrevista que será en la misma emisora el día anterior a la presentación en la biblioteca. Es lo más adecuado si se quiere llegar a gente interesada que lo recordará mejor de un día para otro. Aunque me temo que tampoco acudirá mucho público. Hemos quedado unos días antes para organizar el guion, pues a mí me interesa sobre todo hacer énfasis en mis cuatro novelas que están ambientadas en la Cantabria urbana. El objetivo es que logre interesar como promoción para algún tipo de colectivo o institución. Esto último sería divino. Vamos a verlo.

Como no dejo de darle vueltas a la cabeza y revolucionar mis neuronas, tengo algunos pesares de no haber desarrollado la idea anotada para un relato más de mi libro “Bicho”, que habría constituido el número doce de la colección. Pero creo que me obsesioné con el objetivo de que no ocupara más de doscientas páginas en total. Deseché algunas otras ideas que no me convencieron o no supe concretarlas, pero esta última a la que aludo habría sido muy coherente con el marco principal. Se trataba de una historia sobre el ambiente tóxico infectado por el “bicho” malo de la política a partir de la pandemia. Y así habría quedado un libro redondo. No descarto escribirlo. Pero desisto a ratos porque lo peor que puede ocurrirme es la dispersión por intentar abarcar lo imposible. Por carácter corro ese riesgo.

Largo paseo de hora y media después de comer con un frío muy rico en la cara y muy propio de la fecha en que estamos. El calendario y el termómetro tienen que ir a una o terminaremos jodidos. Ya lo estamos en cierta medida. Voy hasta la depuradora y regreso por la Matilla. Buen paso. Vigoroso. Siento el cuerpo en muy buena forma, eso es lo cierto. También encuentro en el camino de vuelta a mis excompas J/L. y nos felicitamos las fiestas. Hablamos diez minutos. El júbilo de nuestra profesión por estas fechas tiene mucho que ver con hijos, salud y paga extraordinaria.

Mientras camino pienso. Quizá demasiado. Fantaseo. Mis ojos detectan al paso el álamo grabado con unas iniciales muy queridas para mí. No puedo atender a esa llamada… Es el pasado que grita en silencio: (¡cuánto te amé!). Pero no hay respuesta. No estás. ¿A quién deseo feliz navidad? Solo a un nombre.  A nadie. ¿Lo soñé? Sigo caminando. Me alejo. Olvido.


20/12/24

Hay días raros, como ayer, que tengo que dejar la labor por cansancio mental. Había concluido un poco tarde y antes de apagar el ordenador quise pasar a pdf un par de archivos, porque cuando me los envío al correo del móvil los gestiono mucho mejor. Pues parecerá increíble pero no sabía cómo. No lo recordaba, sencillamente. Miraba la pantalla con numerosos archivos de este tipo y me preguntaba perplejo cómo lo había hecho anteriormente.

Y se obceca uno y se da cuenta de que ha caído en un bucle mental que le produce ese lapsus. Y no daba con la solución. Hay un instante en que vislumbras la posibilidad de mutar en el Jack Nicholson de “El resplandor” y demoler la pantalla con una marra o un hacha. Pero no tienes a mano tales herramientas. Es la sensación de que se te ha trabado una neurona, como cuando no te sale una palabra corriente que has utilizado miles y miles de veces y tienes que dejarlo por imposible. Zéimer, te dice una voz interior. Y te gustaría tirarte al pantano. Pero está lejos y tienes que trabajar. Piensas en la imagen consoladora de algún compañero de tu edad al que también has visto patinar recientemente. Somos muchos, te dice la interior voz. Paciencia.

Me encuentro por la mañana con BE, muy buena chica, trabajadora y cariñosa, a quien conozco desde mi llegada a Aguilar a los veinte años. Por circunstancias teníamos cierto trato frecuente y yo la piropeaba entonces porque era una morena guapa, de ojos oscuros y vivos, con un notable parecido a Concha Velasco. Ella se ríe siempre que se lo recuerdo y desde entonces siempre hemos conservado esa limpia simpatía, especialmente en los tiempos en que fui concejal. No hay vez que nos encontremos que no paremos unos minutos a cambiar impresiones.

La vida sigue cuarenta y cinco años después. Pero algo vital ya ha cambiado y nunca sabremos por qué, pues es un giro cruel e inesperado de la simple biología. Tenemos que poner buena cara por fuerza, me dice. Ella y su familia han sufrido lo indecible con la muerte de un sobrino (por suicidio) cuando apenas era un adolescente. Se le empañan los ojos al recordarlo mientras nos felicitamos las pascuas. Me dice que lo mío también fue terrible. Compartimos ese vínculo sincero, de dolor oculto en lo hondo. Nos damos un beso de despedida y enseguida echa mano a las bolsas que lleva. Cuando estaba en activo en su trabajo de hostelería también era así conmigo. Siempre generosa y amable. Saca una bolsita térmica con jijas que hace ella. Me dice acelerada cómo tengo que prepararlas. Se lo agradezco.

Me habla de mi suegra, con quien también se para a charlar cuando se encuentran. Me cuenta que su padre, ya muy mayor cuando ocurrió la desgracia del nieto, repetía con tristeza que se habría cambiado por él. Tu suegra también me dice lo mismo siempre que nos vemos… Es una confidencia que comparte en voz más baja. Afirmo con la cabeza. Sabemos que tenemos que concluir para que no se tense más la emoción. Adiós, majo. Lo dice así, literalmente. Adiós, salada, digo yo invariablemente.

Por el camino al polígono, en lo de Siro, me encuentro con un excompañero maestro, DM, del que hablé aquí a finales de octubre del año pasado. Esforzado y vocacional andarín, que pasa medio año en su casa de aquí y el otro medio en Sayago (Zamora) cuidando a la madre nonagenaria de su mujer. Tan dialogante como calculado. Charlamos de futuro, de arreglar cosas para no dejar pestiños a los hijos, de herencias bien resueltas, de arreglar bien los asuntos familiares. Es tan sensato que me agrada mucho su compañía. Tomamos un café en Los Olmos antes de volver.

De regreso, me llama JR, la pareja de mi Chiqui. Viene de paso hacia León y tiene que recoger alguna cosa aquí, en mi casa. Nos vemos unos instantes, suficientes para felicitarnos las fiestas. Buen chaval, sí señor.

A continuación, la Chiqui para recordarme cuándo vendrá, pero no hace falta porque tengo su calendario de fin de año y lo controlo bien. También mi Chaval me dice por guas que mañana nos veremos cuando pase con su chica hacia Santa. Sensación agradable de normalidad. De calor familiar para superar un año más. Suficiente.


19/12/24

Ocupo el tiempo concluyendo la revisión de los culturales de los periódicos, que tenía un poco atrasados. Por fin. Las fiestas se echan encima y quedan realmente pocos días de labor. En definitiva, me ha salido una lista anual de setenta libros seleccionados. Lo cual no significa que pretenda leerlos todos y menos en las actuales circunstancias. Tengo comprados un tercio aproximadamente y estoy contento porque en las últimas semanas he leído a buen ritmo. También hay que decir que lo pendiente de un año se prolonga durante varios meses del siguiente, mientras van saliendo las novedades.

Del mismo modo, me he entretenido en cotejar, como venía adelantando estos últimos días, las propuestas de los dos suplementos literarios más conocidos de la prensa nacional. Es curioso, pero en el primero de ellos son cincuenta los elegidos y en el otro ochenta; pues bien, si no he contado mal, los títulos comunes a los dos son… cuatro. Me parece de traca, sinceramente.

Es la prueba de la arbitrariedad casi estúpida que impera en el gusto de los principales críticos periodísticos de este país. Para el que no sea muy ducho en el mundillo literario, no tendrá forma de encontrar cuatro novelas, por ejemplo, con la garantía suficiente de estar avaladas por unos pocos especialistas o simplemente entendidos. Y estoy convencido de que si se preguntase a algún crítico en concreto por un grupo de diez libros elegidos en primer lugar por otros colegas, los pondrían a caer de un burro. Porque en este país, repito, la crítica seria no le importa ni al mercado ni al lector. O sea que yo podría, de la misma manera, citar aquí una docena de libros que considero de gran calidad y estoy seguro de que sus autores son completamente desconocidos. Por tanto, no gastar el tiempo en bobadas. Y no perder el rumbo que uno se ha marcado. La brújula es la que establezcas tú.

Muy contento en la biblio cuando paso al llamado de EB. Ya ha llegado el lote de mi Bicho. Qué maravilla. Me ha mandado pasar para hacerme una foto con ellos. Y yo más chulo que un ocho. Espero que se lean aquí e incluso se puedan llevar a los grupos de lectura de Barruelo (como sucedió con el anterior), o donde los soliciten. Desde luego, para mí será un placer visitar a esos colectivos y tener un encuentro.

Además, en la biblio he podido contemplar el magnífico belén que todos los años instala algún voluntario. Y he recordado con murria mis tiempos de concejal durante los cuales apoyé a los últimos belenistas que quedaban en el pueblo. Alguno de ellos todavía me lo recuerda por la calle. Cómo estará hoy la cosa que solicitan al público mediante una hucha bien visible un donativo de colaboración. La voluntad. Algo les he dejado.

Me encuentro en la plaza a JR, antiguo componente del grupo de teatro El Globo, con quien compartí también unos años en que representamos media docena de obras. Por hacer de todo, hasta fui el director de aquel grupo y algunos montajes pienso que quedaron muy bien. JR me habla de la presentación del otro día cuando le firmé mi libro.

El caso es que una hija suya era muy amiga de Lourdes y el marido debe de trabajar en un instituto de Santa. Nos cambiamos los teléfonos. Tengo ya varios contactos cántabros y no sé de qué manera voy a moverlos para que el día de marras esté un poco animado el encuentro. Pero lleva tiempo. Porque nadie más que uno se va a encargar de la mucha o poca promoción. Es así en las editoriales pequeñas. No hago más que darle vueltas al asunto, en la cama cuando me desvelo, o cuando estoy cocinando o paseando… Incluso cuando estoy cagando. Santander es una buena plaza para mí, lo tengo claro. Tengo que pelearlo. Sí o sí.


18/12/24

Comienzan a llegar felicitaciones de Navidad en el móvil. Durante los últimos tiempos he recurrido a una lista extensa de familia, amistades y compromisos sociales, pero lo curioso es que de un año para otro se va ampliando y no suele ser por mi parte sino por gente nueva que me felicita inesperadamente y me crea la obligación de cumplir. Por suerte, existe en el guas la posibilidad de los grupos de difusión y lo resuelvo con una frase personal y única enviada a los cuatro vientos. Son diez minutos que resultan muy bien aprovechados. Otra cosa son las llamadas de teléfono directas, que solo se comparten con los más íntimos. Lo social.

Mejor que ayer de temperatura, aunque bastante neblinoso. Ha terminado lloviendo para mojar la calle sin más. No obstante, me he quedado traspuesto y tan a gusto el cuarto de hora de siesta y luego me he enganchado al programa del RM porque entrevistaban al KG sobre la trama del momento. Me entretiene y me provoca tanta curiosidad que al final cuando quiero salir ya me resulta tarde y prefiero ponerme a trabajar. Mal hecho. Pero me ocurre con cierta frecuencia. No me sufre la condición. Muchos días me prometo que solo voy a ver las noticias de cabecera… Y nada más… Imposible.

A punto de finalizar el último de mi amigo RR. ¡Qué gran talento! Una maravilla de imaginación original y riesgo frente a lo que se escribe por ahí, de humor inteligente y paródico, de amor a la literatura con mil referencias culturalistas, de un estilo acendrado y de gran riqueza lingüística… ¡Cómo un escritor de esta calidad no tiene ni siquiera una referencia en los resúmenes literarios del año! Así están las cosas.

La literatura lo tiene difícil para sacar la cabeza entre lo comercial puro y duro, las cuadrillas varias de intereses personales y profesionales, y la amplificación de simplezas en las redes sociales. Es casi imposible discernir y formar criterio. Al escritor de pequeña tirada no le queda más remedio que hacer sus bolos donde le permitan sus contactos y cumplir con un número de ventas mínimas ante su editor. Tanto el uno como el otro se conforman con no palmar. El resto de la cadena, algo ganan siempre. Así se mantiene la industria del libro en casi el noventa por ciento de los casos. Esto sí que es amor al arte. Literalmente.

Apuro por las noches para no despertar demasiado pronto. Procuro llegar a las doce o algo más. Ya no sé cómo hacerlo, porque me desvelo en cuanto he dormido seis horas como mucho y no aguanto en la cama. Anoche, de nuevo, a las seis y poco, arriba.  Me pongo a leer hasta que suena la alarma. Durante el día tengo ratos pasajeros de sopor. Cuanto más voluntad pongo y más ganas de trabajar tengo, más me traiciona el cuerpo. Parece que una fuerza superior a mí quisiera joderme. Rabio. Sandiós.


17/12/24

También hoy madrugo un poco más de lo ordinario, porque me encuentro bien descansado y quiero resolver cuanto antes tareas en el ordenador que no me dejarían concentrarme si sé que están ahí pendientes. En general, se refieren a la administración de la casa. Me pone enfermo ocuparme de estos menesteres y sé que no lo superaré nunca. En el fondo, por no aceptar que sean cometidos importantes y de mi incumbencia, como sucedía antes, solo que hoy no me quedan más cojones.

Ahora bien, que esta mierda es incompatible con la escritura lo tengo meridiano: no hay manera de hacer nada que merezca la pena si uno debe estar pendiente de los gastos que le van cargando de unos u otros servicios, tarjetas, seguros, cargas municipales y la puta que lo parió. Revisar cosas así para mí es una tortura. Todo artista debe estar eximido de esto o no pasará de mediocre. O dicho de otra manera: los grandes artistas no se ocuparon de ello. O lo descuidaron o los sustituyeron o pagaron a alguien. Mal en todos los casos. Ya lo sé. Pero fue en beneficio de sus obras. También lo sé. En fin, Serafín.

Todo lo anterior me pone mal estómago porque me estresa (lo vengo notando desde hace tiempo), a pesar de estar jubilado. Es más, he caído en la cuenta de que los pequeños brotes de rosácea es posible que tengan que ver también con esto, como me advirtió el dermatólogo. ¿Tiene problemas?, me preguntó a cara perro en la última visita. Los tuve, doctor, pero en este momento discurre todo a favor y no hay nada que me impida volver a ser feliz. Esto contesté. Pues viva tranquilo, sentenció él. El único inconveniente es que actualmente trabajo más que cuando estaba en activo. Pero esto ya no se lo confesé porque se sonreiría tratándose de un funcionario, frente a su dedicación profesional plena con ochenta años.

O sea, que no llego con este montón de lecturas pendientes, de proyectos narrativos en la cabeza, de promoción literaria en cuanto que lucho por ayudar a que mis libros se conozcan y se compren, de información amplia sobre la vida política y cultural, de preocupación por mantenerme físicamente por una necesidad de mera salud, de gestión familiar con el socio de añadidura… etc, etc, etc…

Y todo ello sin nadie que me acompañe para abandonarme y descansar de vez en cuando en el sentimiento y el deseo hacia un cuerpo… y con quien compartir los días. Alguien con quien emprender un viaje de una semana, por ejemplo, y olvidarme temporalmente de todo. Menos de vivir. Porque soy un vividor, ¿eh? No un árido teórico. Disfrutón como el que más, caprichoso de lo bueno y alegre de cartera. Que no me acobardo. Ojo.

He andado bien listo después de comer y he pegado un voltio de hora y media. Me he encontrado con MN y me ha ralentizado el ritmo, pero hemos hecho el recorrido como dos buenos paisanos. Por el camino cambiamos impresiones sobre algunas lecturas y se interesa mucho por mis preferencias. Es lógico y habitual entre la gente que me conoce. Bastante gente piensa que tengo una gran formación en lo mío y un sistema especial para absorber conocimientos. Pero no hay más secreto que la constancia del esfuerzo diario, el interés sin desmayo en el tiempo y una inteligencia específica siempre alerta hacia el objeto de interés. Más una pasión incombustible como el corazón del toro por salir al albero… hasta el día en que tenga que abondonarlo a rastras. No hay más. Ni menos.

Cuando estoy terminando estas notas llaman a la puerta. Es una vecina reciente, buenísima persona y una excelente gurmé. Además, es la caraba. Un día ha salido de viaje y cuando ya llegaba a destino en el País Vasco se ha dado cuenta de que había dejado en la puerta del edificio ¡siete bolsas llenas de ropa y alimentos! No en el banzo de entrada, sino en medio de la acera impidiendo el paso. Yo las vi varias veces a lo largo de la mañana y me extrañó… ¿Una mudanza de algún vecino? Demasiado tiempo expuestas y sin recoger. Entonces fue cuando recibí la llamada telefónica de esta mujer pidiéndome el favor de que se las recogiera y las guardara en mi casa hasta la vuelta. Así lo hice, en el local de abajo.

Pues bien, es tan agradecidona que un día me ha traído cangrejos; otro, pimientos rellenos y hoy se ha presentado con una bandeja de embutidos. Que si me gustaba y se lo aceptaba… Naturalmente, ya ves tú. Si me conociera bien sabría que no hay mejor carta de presentación conmigo. Quien da comida, da su corazón a comer. Lo tengo claro. Me he puesto contento y la boca se me ha alegrado como si mi campanilla vibrara y sonara a música. O como un monaguillo bailando el esquilín. Tilín tilín.


16/12/24

A las seis ya me he desvelado, me he arrebujado en la manta y me he quedado apollardado en el sofá dándole un avance al Cerralbo de RGM, que lo tenía a la mitad. No había manera con la nariz atascada. Por eso en cuanto he cambiado de posición me he sentido a gusto. Después de una hora larga, me he vuelto a quedar roque a tiempo de sonar el despertador. Mala suerte.

El escritor que digo me pega que es un tipo divertido donde los haya, ocurrente y de palabra larga y atrevida en lo que he podido observar de él hasta ahora en las redes. Es cierto que lo sigo desde hace poco y me ha dado muy buena impresión desde que entró a formar parte de Valnera. Con obra importante y premiada como poeta, esta incursión en la novela es mas recreación poética que narrativa de ficción propiamente dicha. Se lee con sumo gusto porque está escrita de maravilla, con un lenguaje preciso del mundo rememorado aunque de cláusulas largas que despistan a ratos del hilo principal. El resultado es muy eficaz por el hondo sentimiento de nostalgia que deja. Voy a interesarme cuando pueda por su poesía.

Por fin me he tirado a la calle después de comer y he aguantado una hora larga de paseo a buen ritmo. Con unos siete grados y el cuerpo en movimiento, no he tenido frío y he llegado tonificado a casa. A ver si puedo mantenerlo con regularidad. Ya está aquí el invierno y hay que hacerle frente saliendo en su busca. No vale esconderse.

Avancé ayer que la selección anual de los mejores libros del año en los suplementos literarios de los periódicos grandes está regida por el capricho. Lo confirmo cuando miro en el café lo que eligen arbitrariamente cada uno de los veinticinco críticos a quienes se ha encomendado el ABC Cultural. Si la lista de los más votados (Babelia) resulta poco significativa, la preferencia por tres libros es una ocasión de salirse por los cerros de Úbeda. O sea, inútil para el lector serio que busca orientación. No sé si habrá otro número especialmente dedicado a esto antes de que concluya el año. Así, no interesa a nadie.

Cuando me quedo tranquilo frente a la tele después de cenar, como tengo por costumbre hacer a diario, la cabeza me da vueltas si no hay algo que atraiga mi atención con fuerza. En este caso prefiero dejarme llevar por la pantalla, aunque es poco frecuente. Pero el peligro de que mi pensamiento se disperse es que vaya a caer en un circuito cerrado. Y no quiero.

Estos últimos días mi vista se escapa con frecuencia al fondo de la sala, donde los chicos han colocado el tradicional abeto navideño. Como no tenemos mucho espacio, ya Lourdes ideó que el árbol debería estar colgado en la pared y para ello le encomendó a mi suegro la confección de un triángulo a base de palos redondos y bien torneados extraídos de ramas de no sé qué madera. Lo corona un ángel como una mariposa punteada de motas blancas de luz. Y el resto se cubre con pequeños adornos salteados entre una malla de minibombillitas que lo rodean y que admite diferentes efectos luminosos. Sencillo, funcional y vistoso. En esto su sentido práctico acertaba casi siempre. Los hijos lo disfrutaban entonces y se han comprometido en serio porque han acordado un día para ponerlo juntos y han cumplido las tres navidades que falta su madre.

Yo lo enciendo al caer la tarde. Me gusta situarme unos instantes a oscuras en el lado opuesto, de espaldas a las ventanas, y fijar la mirada en ese juego salpicado de colores entre claros y sombras. Después me siento en el sofá y enciendo la lámpara de pie. Desde ahí recorro el resto de la pared hacia otro gran cuadro al lado del abeto, uno también plagado de motivos repetidos de Noel. Lo bordó ella a crucetilla, con santa paciencia (que yo la vi muchos días), la primera navidad que vivimos en el piso. Abajo pone la fecha: 1994. Los chicos aún no habían nacido. Por tanto, el cuadro los ha acompañado toda su vida en estas fiestas. Y ya no lo quitarán hasta Reyes o poco después.

A mí se me aparece el pasado a ratos. Pienso en lo bonito que fue la plenitud de nuestras vidas. Siento su ausencia en mi herida. No me queda más remedio que desconectar. Y aceptar. Esta noche, una más, seguramente también me quedaré embelesado antes de ver la peli. Me interesa, pero ya la he visto. Del oeste. Aquí. Sentado.


15/12/24

Me he levantado antes de lo habitual porque sospechaba que se iba a complicar la publicación en IG. Por la noche, antes de irme a la cama, había seleccionado unas pocas fotos de las más de cincuenta que tenía recopiladas de la presentación del Bicho. Pero las enviadas en un formato que no sea el 1:1, como me dijo mi cuñada J., después tienen muy mala gestión o es que yo soy tan torparrio que no doy con ello. Eso me temía. Por razones que no entiendo (enredé en todas las posibilidades que me fueron saliendo al paso), a primera hora funcionó también a la primera. Sería la hora… “La del alba sería…”, dice en el Quijote. “Aurora de rosáceos dedos…”, canta Homero. “La aurora a su sol va pintando…”, cantaba Albano con su clara voz de timbal… Voy a ponerla en el Yutu ahora mismo, ¿quieres escucharla conmigo? El caso es que lo de Instagram lo ventilé en un pispás. Digo: cojonudo, el día comienza bien.

Salgo también pronto al café, los domingos sin tertulia aunque suele aparecer MN cuando vuelve de misa en las Claras. Es muy religioso y me suele recriminar que no puedo ser feliz porque no creo en nada. Le corrijo: solo creo un poco en el hombre, que es quien creó a Dios. Esto le solivianta. Me río mucho entre mí. Y me contrataca amenazándome no con las penas del infierno sino con que no voy a encontrar a nadie que me quiera porque los tíos como yo somos muy difíciles… No sé yo, hombre…, le retruco. Aunque solo fuese para batirle el cobre de la piel a alguna mulata… Se me rebota y se echa las manos a la cabeza. Pero es que él toma manzanilla porque está delicado de estómago habitualmente y yo aguanto el café puro como cemento armado hirviendo. Es evidente que somos organismos distintos.

Tenía colada doble en los dos pisos, así que eso me ha tenido pendiente entre lectura y lectura hasta el punto de que he olvidado bajar donde el socio a tomarnos la cerveza y los mejillones del aperitivo del día de la Purísima, que no pudimos celebrar en su momento. Ya era el segundo olvido, o sea que en cuanto piticlineo estas nonadas voy a pasar por su casa antes de la cena a cumplir el compromiso. Sé que a mí me despertará el hambre y tendré que subir de inmediato a cenar, pero a él le servirá de cena porque con el moje (dice él) y media barra de pan se cena de primerona (dice él). Esto está bueno, hostias (también dice él). Luego iré, que no se me olvide.

Lo que me ha llevado los demonios es que he cometido el fallo de revisar las facturas de la compañía del gas y el agua. Y aquí me pierdo. Y pierdo las formas porque prometo, juro y blasfemo a voz en grito. Cuando entro al programa me dice que es el de antes pero que ahora se apellida “Connet”, es decir, una gilipollez para complicarme la vida. En efecto.

He tenido que rellenar formularios, cambiar contraseña… actualizar, que le dicen. Creo firmemente que había que afusilar a los hijos de puta que están detrás de esas memeces cambiando cosas a diario porque tienen que comer de ello y justificarlo. Finalmente, rojo de ira y mirando el reloj escandalizado por media tarde perdida en labores inútiles (solo la literatura es útil), la cosa también ha funcionado a la primera y sin sobresaltos. Ahora lo único que echo de menos es la factura de la luz del socio, que tiene el bono social. No la veo… Tengo que dejarlo por imposible. Ojalá se mueran las queridas de todos los directivos de jefe de delegación para arriba. Que las pille la próxima dana con ellos dentro. De mi parte. Díselo.


14/12/24

Las labores de casa me han ocupado media mañana y la otra media la he empleado en una sesión fotográfica que me ha regalado mi amigo Tt. Tenía unas fotos muy cutres y necesitaba algo presentable técnicamente para cartelería de promoción de mis libros. Si no, ¿de qué voy a gastar tiempo yo en poner caras raras?

Sin embargo, he quedado contento porque el resultado ha sido muy bueno. Tt. ha venido con la cámara profesional con la que ha tirado una buena parte y el resto con el móvil. Espero que me sirvan para mucho tiempo, a no ser que sean para obligaciones oficiales. ¡Qué difícil es hacerse una foto buena, aunque no se pretenda salir guapo! Tampoco es el caso.

Después hemos tomado un Julius que estaba en el punto exacto. ¡Divino! Con unos calamares en su tinta. Aunque por eso tampoco he dejado de comer pasada media hora del aperitivo. Eso sí, lo habitual, como si no hubiese picado nada antes. Un cocido potente, a solas, con todos los sacramentos y bien regado por el vino, como acabo de explicar. Una excepción, me justifico. Algo de fruta a las seis y un par de polvorones…

He vuelto a comprar (lo confieso) porque sufro mucho estas noches solitarias cuando la carne de mujer me llama y me puede el ansia viva… Debe de ser la propia palabra la que me calma: polvorones (suena a aumentativo, como polvazo). Me levanto del sofá (a veces de la cama) y me aprieto uno o dos… polvorones (polvos nunca aguanté más de uno y con intervalo suficiente, juicioso y trabajoso).

Mucho me gustan desde que era niño, pero reconozco que los de Felipe II que hace la Blancanieves Tejedor, de Álava, no tienen parangón. Estos son, propiamente hablando, mantecados. Y también están ricos (como polvorones, ya digo) los de Carlos I, sevillanos de Estepa fabricados por Olmedo e Hijos, sin llegar a la calidad de los anteriores. Aunque hay gustos. A mí me van los del toro y cualquiera que me den, a condición de que no tengan mierda por dentro. Polvorones quiere decir solo polvo, no granulados ni marranadas en su interior, ni sabores a hostias benditas.

Ahora bien, me ponen un estómago como un horno encendido si abuso y sobremanera si me voy pronto a la cama con ellos desliéndose poco a poco. Pues no son fáciles de incorporar al tracto. Se conoce que dura su efecto porque son caros. Puedo estar a las cuatro de la mañana con gorgoritos sin piedad, o sea, sin la piedad necesaria para que se abra el paso por arriba o por abajo. Esto, más de cuatro veces…

En fin, lo mío con el dulce viene de lejos. Todavía en la mili me arrestaron en cierta ocasión porque me pillaron metiendo las manos hasta las muñecas en un bote gigante de leche condensada, haciendo cuenco como cazo de pala pero mejor articulada, y rechupeteándome incluso los codos a modo de un perverso sexual conmigo mismo. Palabra. En fin, lo dejo. Solo me queda añadir que lo que adoro es el dulzor, más que la dulzura… Lo digo por las mujeres. Estas, a ser posible, un poco recias.

Pego una vuelta a los últimos suplementos literarios del año. Leo la selección de los mejores anuales en el Babelia y echo de menos varios nombres y otros los encuentro demasiado al final de una lista de cincuenta elegidos por los críticos. Bueno, eso mismo, todos los años es una lista un tanto caprichosa. Me conformo con que aproximadamente veinte yo los había anotado o leído por suscitar mi interés. En fin, un entretenimiento y una manera de seguir actualizado. Manías.


13/12/24

Muy buena lectura mañanera. Va encarrilando el de Rafa Reig para la entrevista. No obstante, he tenido ratos breves de somnolencia. Cojones con la modorra, si me parece que me levanto como una rosa… Después del café he vuelto a casa y me he quedado frito diez minutos en la hamaca, leyendo el periódico, y eso me ha recargado las pilas.

Salgo al súper después de una breve siestecita y el frío me desanima para una vuelta larga. Tendré que recuperar el ritmo como sea, pues no veo otra alternativa convincente más que andar. Eso sí, tengo que espabilar, porque creo que me entretengo mucho viendo a los pelamanillas de TEM por la curiosidad de conocer qué piensa cierta gente que está en las antípodas de mis ideas. Más que nada, por comprender su forma de razonar a menudo llena de trampas dialécticas (se notan mucho). Pero me cansan porque no mantengo el interés en debates rastreros.

Necesitaba también pasar por la farmacia y hoy he probado en propia piel las recetas del médico de ayer tarde. Casi cien pavos me han soplado por cuatro productos que no sé si utilizaré con regularidad, pues lo más difícil para mí es estar pendiente varias veces al día de la aplicación de tónicos, cremas y potingues que estoy tentado de sustituir por un simple protector solar del cincuenta y santas pascuas. Pero el propio médico me insistía ayer en que no utilizase otros productos diferentes de los indicados.

Nos ha jodido con el andoba. Ya, ya. ¡Cómo se puede recetar “sine die” (porque es para una afección crónica) un producto que debe aplicarse cada tres horas si estás al aire libre! Pero qué memez es esa. Tiene uno la sensación de que le están tomando el pelo. O el bolso…

Porque esa es otra. El señor galeno me comentaba de pasada al final de la consulta que el acuerdo con las compañías de los funcionarios se resolvería porque a los de arriba les interesaban los votos… Estuve a punto de contestarle y lo reprimí en la punta de la lengua: “Doctor, a unos les interesan los votos y a otros los botes…” ¿Sabesmentiendes?


12/12/24

Una mañana fría y muy bien aprovechada. No nos hemos extendido demasiado en la tertulia del café y he regresado a casa pronto. Mejor. Ya andan estos preparando cena, que he declinado. Cada vez me parecen más pesadas literalmente, o sea, por la pura digestión biológica. Porque son fechas en que bastante tiene uno con la media docena de compromisos familiares imprescindibles. Y tragar gusta.  No es por los kilos, es que he observado que la gente fuerza el organismo resignándose a embuchar diez o doce días hasta ponerse malos. Uf, quita, quita. Esto digo todos los años. Ya veremos cómo sale la cosa.

Hasta después de comer no he recordado que tenía cita con el dermatólogo en Torrelavega. Fui por un problema leve producido por sequedad en la piel y lleva citándome todo el año, cada tres meses. Ya lo dice el mismo doctor: esto de la piel es crónico… Joder, ya lo creo.

Como ve que no tengo nada que curar, hemos terminado hablando de la rosácea también leve que arrastro desde hace tiempo a consecuencia de una piel blanca muy sensible. Pues me ha dado tratamiento, distinto del que tuve en su momento prescrito por otra doctora. Me tengo que echar un potingue en la napia todas las noches y en la cara cada vez que salga por el día y vaya a estar más de tres o cuatro horas fuera. No entiendo.

Pero el médico me ha señalado que las causas de estas alteraciones son diversas, entre ellas la mala alimentación excesivamente fuerte de picantes, el estrés, el no hacer la digestión bien por no masticar lo suficiente, además de otras causas más directas y comprensibles como los cambios de temperatura o exposiciones al sol, etc… Sinceramente, no cumplo con ninguna de estas situaciones, pero… Rosácea uno, me ha señalado. Es decir, de poca importancia. Pero no se cura, ha subrayado. Ya, he contestado. Por no decir: claro que te entiendo, pájaro.

Finalmente, le he comunicado que no sé si continuaré en la compañía por los problemas que ahora mismo están sobre la mesa entre mutualistas, compañías, médicos y administración. Nadie sabe cómo se resolverá, pero creo que me cambiaré al sistema general.

Llamo a mi amigo EM y me cuenta que está ejerciendo de abuelo en Polaciones, pues la hija está trabajando en una sustitución docente. Me gustaría haber tomado un café con él y con IG para felicitarnos las pascuas. En fin, será por guas, pues no creo que vaya a Santa en estos días festivos de cambio de año. Me pondría triste andar solo por la ciudad.

Sin embargo, hoy en Torrelavega he disfrutado dando un paseo por donde suelo ir con estos amigos mentados. Después, he intentado pasar por una librería que me enseñaron ellos la vez anterior, para comprar varios libros que me interesan, y soy tan zoquete que no he sido capaz de encontrarla. Es que no recuerdo ni el nombre ni la zona donde estaba ubicada. Estoy seguro, como otros años, de que no me dará tiempo a leerlos si quiero seguir el ritmo actual de trabajo. Pero no me aguanto de comprarlos. Me interesaba regresar pronto y lo he dejado. Quería parar en el Mercadona de Reinosa.

También me llaman de la Biblioteca Central de Santander. Por fin han dado el visto bueno para la actividad. Han contactado con el editor y será a finales de enero.  Tengo que enviar una foto. Ya verás: otra vez con Tt. a discutir porque no consigue hacerme una buena… Tengo la cara que tengo, le digo. Es lo que hay. Copón.


11/12/24

Tranquilidad de un día en que nada es destacable. Ideal, después de esta semana atrás. Grisura en el cielo, pero ni siquiera tiempo invernizo del todo. Me he puesto nada más levantarme a cocinarle a mi Chiqui unos muslos de pollo, como le había prometido. Han quedado ricos, pero no ha sobrado nada más que uno y no le merece la pena llevárselo en un táper. Pero se va con varios de puré y además su tía M. le ha traído uno gigante de quinoa, del que también me ha surtido a mí para un par de días. Fabuloso. Este guisado de pollo con cerveza y algunas especias me queda casi siempre de cine. Un descuido para tres días que dedicaré a recuperar la semana perdida (entre comillas).

Me llama mi amigo JA interesándose por el desarrollo de la presentación del Bicho, aunque ya le he enviado el audio de media hora. Estaba comiendo en este preciso instante y le resumo mi satisfacción y agradecimiento. Le digo que hablaremos con detalle, sobre todo, de su excelente crítica. Le debo un abrazo amistoso, porque de veras que fue bonito y trabajado el texto que me entregó. Lo había preparado a conciencia, no por cumplir sino con un interés verdadero de amigo. Ya me ha llegado alguna opinión al respecto. Acerté pidiéndoselo a él, no tengo duda.

Por otro lado, la confianza y la complicidad son mutuas. Recuerdo cuando leí en manuscrito su libro “Barro en el barro”, que me pareció valiosísimo, aunque todavía anda en busca de editor. Da vergüenza decirlo, pero así son las cosas para la poesía. Y recuerdo que lo estudié a fondo y yo también le regalé un minucioso comentario que, si no me falla la memoria, analizaba poema a poema ese bello libro. Lo cual demuestra que JA no olvida el deber no obligado del buen amigo.

Después de comer recibo una llamada de la Biblioteca Central de Cantabria. Estaba esperándolo, la verdad. El contacto de MJL ha sido aquí la clave y veo que han cumplido con seriedad. Me ofrecen la visita para finales de enero, les remito a mi editor (a quien conocen bien, claro), pues por mí no existe problema. Lo que más me ha interesado es que me proponen un formato más interesante que el habitual: una mesa de discusión con gente que entre a fondo en el texto. Me comunican que disponen de los dos míos de Valnera y ya concretaremos de cuál hablaremos (o de los dos, si les cuadra o les place).

En cuanto conozca la fecha exacta tengo que ponerme en contacto con MR, el de la radio, para que la entrevista se realice los días previos, si no el inmediatamente anterior. Por lo que me comenta el técnico de la biblioteca, podría ser interesante revisar los libros míos aún inéditos pero que están ambientados en Cantabria. Le explico mi vínculo desde que estuve como docente hasta hoy. Sé que les estimula mucho esa narrativa urbana de intriga autóctona. Y eso justamente son mis tres novelas ya escritas y a la espera…Voy a intentar incidir por ahí para abrir brecha. Tengo que jugar esta baza como sea y suscitar las expectativas al máximo… ¡Vaaamooosss!

Prácticamente hasta las seis no le dan a la Chiqui el coche en el taller, pero se habían retrasado por una pieza que debía llegar esta mañana. En fin, en cualquier caso no tengo que llevarla a León, que era lo que me temía. No era más que un pequeño repaso de pintura, pero lleva lo suyo.

Pienso también en una propuesta sugerida por JS, técnico de cultura de este ayuntamiento, como novedad para el festival de cine del próximo año. Ya me apuntó mi editor lo mismo nada más leer los relatos. En este caso le habrían encajado muy bien al director Mario Camus, fallecido hace tres años. Al menos, alguno de ellos. Eso me dijo con seguridad JH. No sé de qué modo, la verdad. Pero no voy a dejar pasar ahora la ocasión de preguntar a JS cuál es su idea para emparejar este doblete de literatura y cine.

En un sentido parecido, se me escapó Pepe Viyuela y no tuve ocasión un poquito reposada para comentarle mi obra de teatro sobre Juan Ramón. Siempre podría conseguir su correo electrónico, de eso estoy seguro, pero no necesito forzar. Precipitación, cero. Llevo esperando la entrada en este mundo como profesional casi desde la adolescencia. ¿Por qué habría de apurarme de repente? Paciencia (que no tengo) y paso seguro (de eso estoy aprendiendo mucho y muy rápido).

Sí, tiene razón JA cuando dice en su presentación que mi cabeza bulle y hierve con mil ideas. Me conoce bastante. Y la razón es que toda mi voluntad está puesta en sacar adelante mi obra hasta dar con algo realmente valioso. Al menos para mí. Es una pasión y un sueño. Es veneración a la belleza artística. Es un destino hacia el Ideal. Y esto marca mi personalidad y mi carácter. Soy yo.

¿Y si todo esto no fuese más que una pretensión de volar demasiado alto? También me lo planteo alguna vez. ¿Y si mi candidez no viese que es demasiado para mi pobre talento o mis escasas fuerzas? Respuesta: Tampoco pasaría nada por eso. La auténtica derrota sería abandonar. Y sé que no claudicaré mientras tenga conciencia y aliento. No está en mi raza, que soy de la Esgueva. Antes, que me caiga muerto, como una mula extenuada. Seguro. 

10/12/24

Espero retomar mi ritmo habitual a partir de mañana cuando marche a León la Chiqui. No porque no me guste que esté aquí conmigo (me encanta, claro), sino porque llevo doce días de aquella manera desde que comenzó el festival de cine. Lo cual tampoco quiere decir que lo lamente, no. Porque lo he pasado bien, esa es la verdad.

El domingo pude asistir sin mayor problema a la gala de clausura. Fue ágil de nuevo, con los mismos presentadores inspiradísimos y un grupo de animación muy divertido llamado “Las Couchers”. El palmarés ha estado bien y, en algún caso, el premio más que esperable. Coincidí allí con los M/F y los V/M y después tomamos una cerveza antes de ir para casa. No hace precisamente bueno para andar por la calle.

Mi presentación de ayer tuvo sus preliminares azarosos porque desde el día anterior sonaron las alarmas con alerta roja varias veces, incluida la tabarra (esperada) en medio del propio festival. Actuamos según lo convenido y, en principio, no se decidían los de Cantabria y a media mañana llamé al presentador JA para que tampoco se desplazara desde Palencia. No es que hubiera amenaza inminente apreciable pero, aunque la autovía se mantuviese limpia, el tren ya había sido detenido en el paso por Reinosa y el puerto de Pozazal. No quise comprometer a mi amigo JA y me mandó el texto por correo. Finalmente, se arriesgaron los editores, los distribuidores y hasta mis hijos recién llegados de Irlanda. Sin mayores problemas, por suerte. Me relajé cuando llegaron a aquí.

Para ser un día de circunstancias disuasorias, la gente respondió y la sala de la Fundación se llenó. Fueron, sobre todo, familia, amigos y conocidos. Era lo esperable y quedé muy contento porque observé también la satisfacción de editores y distribuidores. Por lo que sea, noto el aprecio de mucha gente, mucha, y siempre recuerdo que mi abuelo Crisógono, el guarnicionero, decía (por boca de mi padre) que nuestro patrimonio eran nuestras relaciones sociales. ¡Qué frase, a poco que se piense!

Empleamos unos cuarenta y cinco minutos en los que JH, primero, leyó con voz y maestría el texto de JA, magnífico. Una larga reseña crítica con sutileza en cada uno de los comentarios. Una muestra de inteligencia y de lo mucho que me aprecia. No sé si podré corresponder en alguna ocasión. Quién sabe.

Por mi parte, al conocer y esperar el tipo de texto de JA, tenía preparada una extensa lista de agradecimientos porque intuía que era lo apropiado al contar con el apoyo de tres instituciones importantísimas de la cultura en Aguilar: Ayuntamiento, Instituto y Fundación. No sé si resultó largo para un simple pero muy repartido “gracias”, pero no creo que sonase mal del todo. Fue distendido y grato. Quedé conforme. Ahí está grabado por mi fiel amigo Tt. Además, con un reportaje de fotos, entre unos y otros, casi de famoso de la tele. ¡Qué más se puede pedir! Un pelanas como yo… un Gabilucho…

Además, con una venta más que discreta. Por razones de pura estadística, es un hecho que después del malogrado JAA soy yo quien más vende en el sello. Y digo que es un hecho porque son palabras de los editores, no mías. Hay que tener en cuenta que el ochenta y cinco por ciento de las novelas que se publican en un año no venden más de cincuenta ejemplares cada una. Es así. Sonará raro, pero hay que reconocerlo con toda claridad: los libros se publican para ser destruidos en su mayoría y para ser vendidos en su minoría (y aun de estos no se leen todos). Es una verdad palmaria.

Sin embargo, no me conformo en absoluto. Y no es por la venta sino por el reconocimiento. Lo digo de corazón. Siento una pasión irrefrenable cada mañana por escribir, en suma, algo que sea grande literariamente; y esa adrenalina incombustible y flameante como una antorcha me sostiene y me da vigor para seguir cada día mientras tenga salud. Ojalá me acompañe esa suerte. Y digo más: no me preocupa que jamás lo consiga, pues no habría destino más alto ni mayor honor ni mayor gloria que el fracaso después de intentarlo con todas las fuerzas. Pues es como aspirar al amor sin alcanzarlo nunca: siempre valdrá la pena la pretensión de lo imposible. O sea, la grandeza máxima: morir con el corazón desesperado pero silencioso, ahogada en la garganta la confesión de los sentimientos, sin lograr la más mínima victoria en el roce de un inocente beso. O sea: Cyrano.

08/12/24

Entre unos asuntos y otros, ayer me quedé sin tiempo para este blog. Repartí por los sitios que considero visibles casi todos los carteles grandes que me proporcionó la Fundación. Espero completar hoy con los de mano en la cola que se forme para la gala de despedida del festival de cine. Se los daré a MN, el recadero oficial del ayuntamiento, con una propina.

Fue el cumple de la tía M. y la felicité pronto. A la hora de comer vino con una quesada. Bien rica. Voy por la mitad y no creo que llegue a mañana, porque cada vez que abro la cocina abro el frigo y abro la boca. Es para que no se me estropee, palabra. Así son las cosas, maja.

Hace dos días no vi nada destacable entre los cortos del festival, pero en la sesión de media tarde de ayer hubo una tanda bastante potable. Entre ellos, uno de J. Fesser, breve pero simpático y de calidad. Asistí a dos sesiones porque me encontré con mi excompa del insti RV. Pensaba dejar descanso por medio y volver después de cenar, pero vi todo seguido. Más cómodo.

Hoy ha sonado dos veces la alarma de protección civil por temporal de nieve. El caso es que está el día despejadísimo. Le he enviado aviso a JH y sigue en la idea de que mañana veamos lo que se avecina de más cerca… Me preocupa por JA, el presentador. Si a las doce hay una mínima reserva, lo llamaré para que no venga y que me pase el texto, como ya dije.

También he mandado un guas a los chicos para que estén al tanto. Les aconsejo que no arriesguen lo más mínimo porque no es necesario. Prefiero que se queden en Santa a dormir. Creo que siguen de vacaciones.

...

Por mi parte, me mentalizo para una nueva navidad al calor siempre grato del cariño familiar. Por eso, no me cuesta hacer el esfuerzo de mostrarme alegre en las celebraciones correspondientes. Sobre todo, por los hijos. Cada uno viaja con su maleta y cada cual debe andar su camino. El mío va un poco a piñón fijo. Con el estímulo suficiente para cruzar los días. Y con poco más.  En realidad, sin Lourdes. Es decir, sin nada.   


06/12/24

Sereno y rutinario. Lo que mejor me va. Tomo un par de cafés y pongo un par de carteles grandes que me quedaban. Sin más. No sé cómo nos las hemos apañado hoy en la minitertulia para terminar hablando con JF de toros: El Juli, El Fandi, José Tomás… Y del arte de los recortes, menos cruento, más arriesgado, pero también menos vistoso… Hablar por hablar.

Un guas de JA me avisa de lo que ya sé y dije ayer: que viene un finde con riesgo de frío, aire y nieve. Ya veremos en qué proporción. En este pueblo no se teme demasiado porque estamos acostumbrados a la narrativa heredada de los tiempos en que la nieve montaba por encima de las personas y era necesario abrir túneles de hielo en las calles, que perduraban medio invierno. Todo aquello se acabó. Sin embargo, ojo porque tenemos reciente el descuido frente a la dana en Valencia…

Lo comento por teléfono con JH y también lo ha pensado, claro. Pero sin tanta alarma. De todos modos, nos ponemos de acuerdo con un plan alternativo en previsión de que las cosas se compliquen. Decidimos darnos como margen hasta el mediodía del lunes aproximadamente para ver cómo evoluciona el temporal. Hablaremos a lo largo de esa mañana y tomaremos la decisión hacia la hora de comer si fuese necesario.

También tenemos claro que no se puede dejar pendiente más tiempo la presentación. La campaña de navidad es ahora sí o sí. Postponerlo sería lioso, confuso e inoperante. En definitiva, lo más conveniente sería hacerlo incluso yo solo, leyendo las intervenciones de editor y presentador en último caso. Y la venta de ejemplares la resolveríamos recogiendo en un papel la dirección de cada interesado y mandándoles el envío por correo. Pero todo ello en caso extremo, como digo. Nadie se imagina a estas alturas que haya que cortar la autovía. En esta ocasión no hay alerta roja, desde luego.

Por la tarde pasa por casa mi amigo Tt., que ha venido de Palencia al encendido de luces navideñas (es el responsable) que prepara todos los años con sus alumnos del instituto. Hace unos años que lo vienen bordando: participativo, didáctico y bonito. Mañana pasaré a verlo entre las dos sesiones de cine. Me hace unas fotos para el IG del próximo domingo, donde también repetiré la promo con el cartel anunciador. Bien chulas, aunque se ríe porque soy incapaz de estarme quieto y poner cara normal. La verdad es que no puedo porque mi cara es de lo que ya no se lleva. Como yo.

Hoy voy a ver dos pases de la sección oficial. Hasta ahora, entre todo lo visto, unas pocas cosas destacables y eso que son las seleccionadas. El peor defecto es mi toque en el oído derecho y el deficiente sonido de los trabajos. Total, se queda uno a media miel, como con ganas de más chicha. También es verdad que se trata de trabajos de cineastas en ciernes. Pasable. De momento. 


05/12/24

Ayer me enfrasqué tanto en el trabajo que se me pasó la hora para la sesión de cortos. El caso es que no me lo expliqué por ser demasiado grande el despiste. Hasta que he comprobado hoy que la fecha y hora del ordenador, en su extremo inferior derecho, estaban sin actualizar. Ni se me ocurrió mirar el móvil. No me había pasado nunca ni sé a qué ha podido deberse. Pero con una diferencia de dos horas y pico de error. Así que por eso se me fue la pinza. Cuando bajé de la buhardilla para buscar algo, comprobé que ya pasaban veinte minutos de la hora para lo del cine. Adiós muy buenas.

Cuando llega ahora mi Chaval le digo lo que me ha sucedido y tampoco encuentra el porqué. Además, llevo un cuarto de hora cagaliqueando sin dar con la manera de corregir el error en el programa. Cedo el ratón al chico. En cuanto pone la mano encima aparece la solución. Mecagoentó.

Lo de la tecnología me supera cada vez más y ante la mínima dificultad. Rabio. Menos mal que ayer, por fin, después de cenar y sentarme tranquilo en el sofá, conseguí colgar en el IG el enlace de la entrevista en Onda Cero Palencia. No era otra cosa que por la tarde me había obcecado y no daba con el enlace exacto que había que copiar. Ni más ni menos. Se conoce que mi Chiqui leyó el s.o.s en este diario, y a la hora de levantarme me envía un guas con los pasos detallados de cómo debía proceder. Eso es amor de hija.

A media mañana he dado un garbeo para colocar media docena de carteles grandes, pero creo que este sistema es poco eficaz. Me fío más de los guas a diferentes grupos de difusión de la agenda y la repercusión de las entrevistas de radio. Y el boca a boca de los familiares y amigos. En fin, espero que no me falte acompañamiento. Quedo con el editor y el distribuidor para vernos ese día y comer juntos.

Por la tarde, a primera hora y antes de sentarme a trabajar, intento tirar unas fotos en el estudio con el cartel anunciador de fondo. No hay manera de conseguir algo mínimamente lucido para publicar el próximo domingo en el IG y que sirva de recordatorio y reclamo inmediatamente anterior. Decido finalmente llamar a mi amigo Tt. para que se pase por casa mañana y me las haga él, que tiene buen móvil y mejor mano para la fotografía. Lo mío es lisa y llanamente una cutrez. En el fondo es que toda esta pijotería de la imagen también me supera aun reconociendo su importancia. Pero soy un antiguo.

Va entrando el invierno con el adelanto de la oscuridad vespertina. Y además comienza a hacer malo. Frío, que en Aguilar es lo suyo. Dicen que también va a nevar durante el finde. O sea que es tiempo de recogerse. Yo lo noto por primera vez porque inconscientemente preparo la primera cazuelona de sopas de ajo. Compruebo que con caldo comprado no me gustan tanto. Con el puntito de ajo y pimentón, riquísimas. A veces echo una pastillita allá para enriquecer. Me calientan el pellejo. Después, me siento ante la tele como bobo. Suelo aguantar poco. A la cama.

Me regodeo en la dulzura de las sábanas. Descanso. Procuro no pensar mucho y, sobre todo, no quiero que aparezca tu rostro antes de estar dormido porque me desazonaría; prefiero verte en sueños pues ahí puedo besarte sin miedo. Pausa. Madrugo. Al lío. 


04/12/24

De laboreo y azacaneo sin parar un minuto hasta la hora de comer. He tenido que ocuparme de la cartelería grande. No es que vaya a necesitar muchos, pero no quiero malgastar ya que me los va a proporcionar la Fundación. Mi paisana, CM, de comunicación, me lo ha preparado y también me ha sugerido que no los cuelgue por ahí demasiado pronto para que no desaparezcan o peguen otros encima.

Puntual a la cita, tal como me había prometido, me llama JCI de Onda Cero Palencia para la entrevista. Sobre las diez. Ha estado bien, simpática y ágil como es lo habitual en este fenómeno de las ondas, que también hace de presentador de las galas en esta edición del festival de cine. Creo recordar que nos conocemos desde que él llegó a la emisora de Aguilar y entonces compartí algún programa y algún texto invitado por él.

Conoce el libro, como buen profesional, y pone el acento en los aspectos sustantivos para dar una idea breve pero justa del contenido. Sabe traer la anécdota a tiempo y dar énfasis cuando existe algo importante que subrayar. Me ha gustado mucho. Después me ha enviado el enlace, pero como soy un ceneque no consigo colgarlo en el IG, a pesar de que ya lo he hecho en anteriores ocasiones. No sé qué coños pasa, porque ayer me lo tuvo que solucionar mi Chiqui y, como esta ya ha marchado, tendré que recurrir a mi cuñada J.

Hoy también tocaba comida, colada y compra, así que he vivido volado. Y, por tanto, con excepción de un rato a primera hora hasta que ha venido ME a la limpieza, no he rascado bola ni un minuto más. No se puede dedicar uno a tareas artísticas. No hay Dios que se concentre ni invente. Tendrá que ser así. Un ratín de periódico antes de plegar en la siesta. Y para de contar.

De tarde, adelanto un poquito la tarea y me cunde algo más. Guas de biblioteca y guas con el editor para asuntos de administración. Cuando ya me siento tranquilo, por fin, y remato estas breves líneas, todavía abro la última novela de RR para avanzar con los entrevistados en radio. Este tampoco pienso que me falle. El libro es de un estilazo tremendo: “Cualquier cosa pequeña”. Cómo es posible que gente con tanto talento no pasen de ser conocidos más que por cuatro amiguetes de la profesión.

A las ocho y media iré a la entrega del Águila de Oro Internacional a la portuguesa Rita Azevedo Gomes, seguida de un corto de la misma autora. Estoy sospechando que se me va a hacer tarde para cenar esas pechugas de pollo con pimientitos de la tía M. (no empanadas quizás). Pero nadie me espera. Solo mis pensamientos hierven en mi cabeza como abejas en un panal (no como un avispero). Y se oyen en el eco de la casa vacía. Hasta que me voy a la cama también sin nadie, aunque me gustaría encontrar un cuerpo con alma dentro (no un cuerpo solamente). Por tanto, me apago y me duermo. Y si tengo suerte, cesan las voces. Silencio. Chsss.


03/12/24

Ya sé que os tengo aquí abandonados. Dos días. Pero es que me resulta imposible estar a todo. Incluso hoy he andado con prisas hasta ahora.

El domingo estuve preparando el prescriptivo cocidaco y a la espera de que llegara la Chiqui para comer juntos, que nos encanta. Tuvimos tarta del cumple de la sobrinita A. Y a media mañana me gustó mucho la presentación de un proyecto en la Sala de la Fundación que han llamado “Árboles y estrellas”. Es una idea sencilla de plantación de algunos árboles a cargo de los ganadores de cada edición y tiene de bonito que se sustituye el recurso facilón de las huellas o estelas que suelen dejar como firma los famosos y, en su lugar, se personaliza a cada uno de estos últimos en un árbol plantado con su propia placa de recuerdo. La actividad se completó al principio de la tarde. A las ocho y media asistimos a la penúltima sesión del AFF. Era de la sección de Castilla y León, y no me pareció destacable ningún trabajo.

Ayer lunes estuve gestionando una reparación de pintura en el taller para el coche de la Chiqui y después de comer me di un voltio para despejar. De vuelta, me encontré con mi paisano FZ I., su pareja. Me sorprendió verlos por aquí. Habían venido a acompañar en otra presentación maravillosa de la Fundación Encuentros para discapacitados. Resulta que el productor de un corto que sirvió de núcleo a dicha actividad era conocido de estos amigos. El padrino famoso de esta iniciativa filantrópica es el cómico Leo Harlem. De esta manera pudimos juntarnos y charlar un poquito al concluir el acto cinco pucelanos, contando también con el técnico de cultura, que nos conocíamos y estábamos relacionados por diferentes circunstancias. Me gustó coincidir con los piñeros. Nos hicimos unos selfis y otras fotos con Leo Harlem.

Por la noche se inauguraba una nueva sección del festival llamada “Distopías” y me acerqué con la Chiqui porque tenía interés en ver el contenido. Me gustó de verdad, a pesar de ser cine de técnicas raras como se deduce del propio título.

...

Hoy he dedicado la mañana a una entrevista en Radio Aguilar y el resto a fotocopiar en el insti cartelería de mano que mi compa del depar de Lengua y Lite, AT, repartirá a los muchachos de bachillerato partipantes en el futuro trabajo sobre el Bicho durante el segundo trimestre. Tomo un café con mi cuñada M. para celebrar que hoy comenzaba su etapa de ordenanza allí.

Mando guas a un grupo grande de mi agenda para lo del lunes. Lo tengo encarrilado. Me acerco, finalmente, a las sesión de cinco y media a ver un pase de la sección “De campo” (que al menos no se tilda de “el rural”), y voto en un par de trabajos de mérito. A las ocho acompaño a mi niña al bus para Santa. Pasará unos días con su chico y su hermano de vacaciones en Irlanda.

Lamento no posar el culo en la silla del estudio. No puede ser abarcar lo inabarcable. Estos días no van a tener otro remedio, porque apenas entro en casa. En realidad, ninguna prisa. Soy yo el inquieto, el impaciente, el impulsivo. No estoy nervioso por la presentación en absoluto. Mañana será la entrevista en Onda Cero de Palencia. Soy como soy. Un friki.


30/11/24

La gala de apertura estuvo bien, pero me esperaba un lleno. No se completó la sala del todo y es posible que la gente no acuda pensando en que no faltarán localidades. O que el interés decae cuando los premiados no son jóvenes famosos o grandes estrellas reconocidas. No sé.

Estuvo gracioso el tándem de nuevos presentadores, porque al menos JCI tiene tablas en los medios y vis cómica. RR, guapa rubia que fue alumna mía y tiene clara vocación de actriz, lo resolvió con soltura. El desarrollo fue ágil, según el guion habitual. Pepe Viyuela inició con uno de sus “embrollos” y después supo variar a un tono serio y agradecido. Merecido Águila de Oro, sí señor.

Fui tan pronto a la puerta que me dieron el primer tique en taquilla. Así que nadie me quitó la delantera. No hacía frío pero dentro del vestíbulo se estaba aún mejor. Saludé a la entrada a JCI, a quien ya habían entregado mi libro y le gustó la sorpresa. Quedamos en hacer cambio con el último suyo. Espero que me conceda una entrevista en Onda Cero Palencia esta semana. Tengo que avisar también a GV de Radio Aguilar.

He salido por la mañana al Valen por fisgar un poquito el ambiente cinéfilo. Echo una mirada al periódico y enseguida me llega guas de JS, técnico de cultura, recordándome el encuentro con Pepe Viyuela y una muestra de sus cortos a media mañana. Que pase por allí y me lo presenta. Ya estaba en ello. Poco antes de comenzar saludo al grupo que esperaba en el vestíbulo junto al actor y nada más escuchar mi apellido me dice: “Tú eres el que me ha regalado el libro. Gracias. Lo leeré”. Alguien le ha informado sobre mi pelea como concejal para salvar la antigua semana de cine de antaño. Le hace gracia cuando le explico lo de “Gabilucho”. Me cuenta que su padre tiene mi apellido de segundo. Son de la Rioja, cosa que yá sé. Y que en Logroño hay un pueblo llamado “Medrano”. Creo que mis ancestros de generación desconocida procederían de allí. El topónimo canta, como en otros muchos casos. Blanco y en botella. Enseguida tenemos que entrar a la sala.

Cuando comenzamos el coloquio y tras las primeras preguntas del presentador de sala, la gente parece que se corta y no se decide a entablar un diálogo. Yo no tengo ningún problema y le lanzo las dos primeras para romper el hielo: primero, sobre sus cualidades de voz como actor, y en segundo lugar sobre su preferencia por lo cómico sobre lo dramático. Despúes ya se ha animado alguno más.

Es un tipo muy cercano, emotivo, sencillo en sus explicaciones y, sobre todo, me ha fascinado su humildad. No era una pose. Es un tipo cuya magnanimidad pasa desapercibida con la naturalidad propia de una persona frágil, tierna, inocente. Maravillosa alma de payaso como respuesta a este loco mundo. Me ha gustado mucho ese lado humano evidente.

A la salida, por supuesto, algunos nos acercamos a él para pedirle una foto. A todos se presta y con todos es amable, suave de maneras, dispuesto. Para asegurarme, le ruego a la periodista NE que nos haga ella las fotos con mi móvil. Y a Pepe le pido si le importa que en la foto aparezca mi libro de relatos como pequeña promoción para redes sociales. Me dice que le parece muy bien y que tengo su permiso. Y que lo leerá.

Me he acercado también a la primera sesión de la tarde, porque era otra tanda de cortos que van completando la carrera del actor. Alguno tan antiguo que él confiesa que no lo recordaba. Mañana, nuevo pase y charla matutina. Acudiré, sin duda, porque ha sido un descubrimiento y un deslumbramiento este hombre. Sobre todo, por lo del “Guitón” teatral. En adelante lo seguiré más de cerca. Y, de momento, hasta el jueves que comienza la sesión oficial, voy a asistir a partir de las ocho y media. La semana va a resultar densa. Pero me mola. A ratos recuerdo cómo le gustaba a Lourdes. Y ahí está, en la butaca de al lado donde procuro sentarme. Vacía.


29/11/24

Me he pasado todo el santísimo día de un lado para otro solucionando un inconveniente de última hora. Me lo hizo ver una trabajadora de la Fundación SMLR y de momento no caí en la cuenta: la presentación de mi libro es una hora antes de un pase de cortometrajes ganadores en el cine. Sin margen apenas para cubrir las dos opciones, aunque no haya tanta gente para ambas. Lo he comprobado anoche en el programa del festival. Pero la antelación nos permite cambiarlo puesto que todavía no han salido los carteles. No tengo más que llamar a editor, presentador y CM, periodista que lleva la comunicación de la FSMLR. Me he movido rápido. Dicho y hecho. Por tanto, será el día nueve a las cinco de la tarde. Hora taurina.

Después he puesto en marcha el plan de contactar con Pepe Viyuela. Como se queda en el Hotel Valentín, pegado a mi casa, le he pedido a la jefa del hotel que depositase mi libro dedicado en la habitación del actor. Dicho y hecho. Asimismo, otros dos ejemplares para JCI, periodista de Onda Cero y WR, editor de libros de historia con el que Lourdes y yo teníamos muy buena relación. El primero presenta las galas y el otro también lleva el gabinete de prensa del evento.

Es día de apertura y entrega del Águila de Oro a Pepe Viyuela. Habrá una buena parte de butacas reservadas. El resto es de entrada libre hasta completar el aforo. Me piro a toda prisa para hacer cola cuanto antes. Ya contaré más. Estos diez días próximos voy a andar con menos tiempo. Hale.


28/11/24

Llega muy pronto, nada más levantarme, mi imprescindible ME, para dejarme la casa como tacita de plata. Que los chicos digan que está perfecta. Vienen este finde, ojo. Eso le digo a N., como la llamamos cariñosamente. A mí lo que me interesa es que no me den la chapa con el asunto. Como vivo solo, apenas mancho y ni siquiera desordeno. Soy curiosito en esto.

Me recluyo arriba con luz artificial, pues los velux no hay manera de que despeguen hasta pasado un rato. Chascan esquirlas de escarcha y se escucha su tintineo por el cristal abajo. Me concentro en la lectura bien arropado, con ese sordo rumor de fondo de las casas cuando alguien se afana en las labores. Es la tranquilizadora vida, sin más. La cosa única que merece ser recontada, reiterada, repetida, diaria, rutinaria, consuetudinaria. La vida. Por eso, cuando se capta bien nunca aburre. Es lo mismo y distinto. Me decía mi amigo Tt. que cómo es posible sin aportar nada esencial de nueva información hacer interesante el diario todos los días. Pues no lo sé, la verdad. Solo se me ocurre esto que acabo de decir: contar latidos de vida, pom, pom, pom. Todos iguales y todos únicos. O quizás haber leído a Machado: “…Monotonía/ de lluvia tras los cristales”.

Les relato en la tertulia, resumidamente, la aventura bilbaína. Mi satisfacción por el modesto éxito en todos los sentidos. Pero para quien sabe valorarlo al margen de lo material, entenderá que para mí es un buen paso hacia adelante. Un metro más allá en el camino del reconocimiento público. Que vayan saliendo más bolos. Paciencia y trabajar. No hay otra receta.

Paso por el banco a una gestión y a la salida me encuentro con mi excompa, conmilitón y amigo JG. Nos alargamos hasta el Treinta y siete a tomar otro café más. A pegar la hebra porque nos encantan a los dos tres materias: la docencia, la política y la literatura. Pero en distinto orden de prelación. Allí también se nos suma otra excompa, conmilitona y amiga. Celebramos las mieles de nuestra jubilación constantemente ocupada.

Paseíto por la tarde. No frío, pero pocas alegrías en Aguilar. Algunas compras. Paseos de ida y vuelta hasta casa. Tengo el récor del despiste. Soy de los pocos que compro una bolsona en un súper y la dejo allí en depósito porque no he metido la cartera en la ropa de deporte. Sigo el paseo pensando en mi musa o musaraña, y vuelvo a entrar en otro súper, compro más cosas y cuando voy a pagar también debo dejar allí el siguiente paquete. Vuelvo a casa y cojo la cartera y torno sobre mis pasos. Pago, cargo y descanso.

Salgo de casa y veo un pequeño táper a un lado de la puerta. Me suena que este ya lo he catado yo. Eso pienso. Caigo en la cuenta de que mi vecina me lo había prometido: unos pimientitos rellenos. Sí, hija, sí. Lo que haga falta. Padentro. Aunque sea albóndigas de avecrén. Qué buena chica. Me tiene veneración porque dice que soy muy servicial y que le he hecho muchísimos favores. A mí no me sale una cuenta tan larga. Pero, en fin, me elogia con un calificativo que nunca me habían aplicado: que soy un cielo… Si le digo esto a mi amor inviable, se parte el eje de risas. Las palabritas románticas no le van. O sea que si me pusiera con ella a regalarle el oído, en plan Cyrano, es posible que se me quedase dormida… Roncando.

Me llama JH, el editor, para decirme que me envía pdf de los carteles anunciadores para el día de la presentación. Tengo que gestionarlos mañana sin más dilación. Sigo con la idea de abordar al actor Pepe Viyuela en algún momento de su estancia aquí. Mañana por la tarde le entregan el premio. No sé cómo me las arreglaré para entrar al cine Amor. Las butacas son limitadas y muchas estarán reservadas. Todos los años igual. Con lo que yo luché por el festival… Por lo que he visto en el programa, permanecerá todo el finde. A ver si durante los encuentros de sábado y domingo es posible.


27/11/24

Regresamos de Bilbao a las diez y media aproximadamente y decidí quedarme en el pisuco de Santa porque estaba cansado. No tenía ganas de conducir y de la casa de los editores a mi domicilio allí son veinte kilómetros, veinte minutos.

El día fue redondo, magnífico, para hermosear en la agenda. Me presenté a media mañana donde mis editores, como habíamos quedado, y entretuvimos el rato con nuestros temas inevitables.  La casa de las palmeras, por otra parte, tiene ventanas a las cuatro caras y desde la sala la luz invade las grandes cristaleras y permite ver dos imponentes columnas que flanquean la valla de entrada. Lo que me cuenta JH es que, por desgracia, una enfermedad endémica se está apoderando de buena parte de estos árboles en España. Me hace fijarme en que la copa forma paraguas y eso es síntoma de muerte imparable. Dice que tendrá que hacerlas cortar. Una pena. De todos modos, el extenso jardín en la parcela posterior está poblado de árboles gigantes que compensarán la falta de las dos cariátides del pórtico.

Prepara la mamá Lines un arroz con verduras salteado de tortilla francesa para añadir proteína, digno de reyes. Y después unos pimientos con carne fabulosos. El remate es un queso fresco con mermelada de tomate que te cagas. Café, fuerte y muy caliente para ella. Yo casi no podía tolerarlo y lo alivié con un poquito de leche. La cocina es amplia, cuadrada, con ventanas a dos caras en un ángulo. Esas vistas vegetales que en Cantabria te hacen pensar en una casita en medio del monte, aunque debajo pase la carretera principal del pueblo. Ni un solo ruido de coche. Un cuento oral tradicional.

Poco antes de las cinco de la tarde ya buscábamos en Bilbo la residencia de mi primo C. Había quedado con la prima M. allí. Nos perdimos un algo porque tampoco yo había tomado el número de la calle bien y esas cosas que suceden en los sitios desconocidos. A J. le ponen nervioso. Como le conozco, le había dejado conducir a él. L. en cambio tiene una orientación finísima, como le pasaba a Lourdes. Yo voy ciego por el mundo, incluso con el callejero del móvil en la mano. Un topo. JH se pone malo.

No pudimos entretenernos demasiado, pero me gustó abrazar y besar a mi primo C. De momento me conoció. Abrió mucho los ojos, me dijo que era exacto a mi padre. Gabilucho, Gabilucho, me repetía. Pero en diez minutos dio muestras de estar desorientado. Es igual. Yo quería sentir su contacto, darle mi cariño breve en un día tan especial para mí. Verlo con la esperanza de volver a vernos alguna otra vez en el futuro, pues tampoco es tan mayor.

La residencia era nueva y de instalaciones magníficas, como pude comprobar someramente, aunque hacía tan bueno que la visita fue afuera, en la calle. Algo nos explicó la prima M., cariñosa y cercana, como siempre, a pesar de lo poco que nos vemos por las circunstancias. Es profesora de la UPV, licenciada en Sociología y Teología. Este punto de friki no sé si le vendrá de familia. En estos momentos ultima su tesis y acaba de publicar en libro la tesina: sobre el profetismo, en la biblia y en la actualidad.  Cambiamos nuestros respectivos libros y nos los dedicamos. Besos de despedida. Encontramos aparcamiento aparente allí y dejamos el coche. A patita, en un cuarto de hora estábamos en la librería Cámara.

Tanta prisa como le urgía a JH y finalmente a las seis estábamos a la puerta con media hora de margen. Creo que se debe a que él es un gran organizador, como todo empresario serio. En mi caso, también me gusta ser puntual. Pero él estaba un poco nervioso, me pareció, debido a que tal vez se barruntara lo que le había ocurrido allí mismo en otra ocasión: cuatro gatos.

Fueron llegando. También el librero mostraba cara de escepticismo al saludarlo. En cambio, el plan funcionó a la maravilla. Yo había tirado de teléfono a los pocos primos que me quedan allí, más otros pocos de la familia de Lourdes. Y la otra parte la puso, como me había prometido, mi quinta piñera MY. Vaya si se lo había trabajado… Aportó un grupo nutrido, que con los míos llegarían a tres docenas de gente. La librería era estrecha pero larga con un pequeño ensanche al fondo donde nos tenían preparada una mesita exigua con agua y micrófono. Unos estantes con mi BICHO flamante y campeando en territorio extraño.

La sorpresa para los libreros fue más todavía que para los editores. Yo me sonreía porque les vi la cara de satisfacción. Qué maravilla. El dueño contaba que con una escritora de gran tirada y fama habían tenido media docena de personas. Quién era este Gabilucho que llenaba el espacio y tuvieron que quedarse de pie algunos, en la parte de atrás del semicírculo.

JH y yo nos empleamos a fondo, por supuesto. Nos fuimos para arriba. El BICHO captó la atención de los oyentes, estoy completamente seguro. Como también no tengo duda de que convencimos, con amenidad, simpatía y cercanía. En fin, que dimos muy buena impresión. Y la librería pudo vender a la mitad de la gente más o menos. Reconocieron que no se vende eso de un autor famoso ni en un par de meses. Todos contentísimos. Fotos y muchos besos de despedida. Felicitaciones de los libreros.

Era de noche cuando volvíamos al vehículo y localizamos una cafería con buenos pinchos. Hicimos parada y empleamos el rato correspondiente para no tener que hacer la vuelta con el estómago rutando. Perfecto. Incluso después de eso, pasamos cerca de la alameda de Recalde y allí nos hicimos también el último selfi con un busto de Blas de Otero. ¿Quién iba a decirnos que remataríamos con tan ilustre compañero de aventura? Dejo a mis queridos editores en Villanueva. En Santa templo un poquito la casa. Un vaso de leche. Duermo como un niño.

De nuevo en la buharda, en el trabajo, en el ordenador. En mi biblioteca, tres poemarios de Blas de Otero. Escojo el titulado “Que trata de España”. Más de cuarenta años que lo compré. Localizo un poema breve, subrayado de entonces. Termina así, bellísimo: “…sé/ que mañana/ hará sol, será de todos/ España”. Benditas palabras.


25/11/24

En cuanto he desayunado he bajado a sacar el coche del garaje y de este modo dejarlo libre para la limpieza periódica que efectúa la empresa contratada. Seguía lloviendo y la bomba achicaba agua, pues toda la noche he oído a ratos batir contra las persianas y el alféizar, y el tableteo producido por un viento muy fuerte. Sin embargo, era tranquilizador por la sensación de cobijo y seguridad. Cómo será cuando produce una sensación de peligro como en Valencia. Inimaginable.

A continuación, he tenido que llevar el coche a cambiar las ruedas, pues las quería tener nuevas ya para el viaje de mañana. Por suerte (está lejos el concesionario y taller), puedo volver con un amiguete al que ya le habían reparado su vehículo. Lo curioso es que me han llamado a mitad de mañana diciéndome que habían roto una válvula y que ya estaba pedida la nueva. Total, que me lo entregarían por la tarde. Mecagüenla. Pero han cumplido y he podido recogerlo a las seis.

También hemos despedido, por fin, a los americanos. Hemos pasado un buen rato con ellos en el Valen. La tertulia ha sido animadísima, como otro día cualquiera, con los debates enconados de siempre. Es lo que más les gusta de nosotros, dicen. Se llevan buen recuerdo. Volverán. Pero ya están en los ochenta, que no son de ayer. Físicamente, muy cuidados.

Pasé por la biblioteca, como le había prometido a DV, el monitor de los ucranianos. Han acudido dos mujeres de mediana edad. Una entendía bastante y hablaba medianamente, porque llevaba aquí año y pico. La otra apenas sabía cuatro palabras.

Mucho no he podido aportar, pero DV me dice que salir de su rutina y relacionarse con gente nueva y oír hablar nuestro idioma es su objetivo. Y que lo agradecen mucho. En efecto, cuando nos hemos despedido les he notado satisfechas y con una actitud más relajada que en el instante de presentarnos. También es que yo soy hábil en este tipo de encuentros, rompo pronto el hielo y produzco confianza. Eso lo sabía hacer muy bien con los alumnos al comienzo de cada curso.

A cualquiera que se lo cuente se reiría… No me preocupa de qué voy a hablar mañana, ni el éxito que tendrá mi libro, ni la impresión que causaré a los libreros, ni las ventas que conseguiré para los editores… De todo esto me siento seguro. Lo más difícil de los preparativos para mañana en Bilbao es… ¡qué coños me pongo de ropa, cojones! Allí no suele hacer mucho frío, pero estas cosas que antes tenía solucionadas sin pararme a pensar en ellas, ahora me chamuscan y me están rondando un rato la cabeza hasta ponérmela como un bombo.

El caso es que uno no quiere dar la impresión de que es demasiado clásico, o demasiado informal, o demasiado descuidado, o demasiado atildado… ¡qué sé yo! Finalmente llego a la conclusión de que me da igual lo que piensen, porque en realidad la ropa que lleve no me va a representar, sino que me pongo lo que creo que hubiese decidido la que me ordenaba la vida antes. O, más bien, últimamente, me animo: yo creo que mi chica me diría que así voy bien. Pues vale. Palante.


24/11/24

Me habría gustado mucho publicar en el IG la foto con las alumnas de cuarto de la Eso que me hicieron la entrevista en el insti. De hecho, lo tenía ya preparado. Pero anoche mi hija me hizo ver que este es un asunto delicado, pues legalmente (yo no lo sabía, prueba de que me voy quedando obsoleto) no pueden mostrarse fotos de menores sin el permiso de sus padres. Seguramente no tendría mayor importancia para quienes lo vieran de los que tienen acceso a mis redes, máxime teniendo en cuenta que allí también figuraba la profesora responsable; pero siempre es más prudente evitar inimaginables problemas. En fin, que lo siento por si a ellas les hacía ilusión y lo esperaban, y así se lo haré saber a través de la profe mentada, la compañera AT. Cómo se está poniendo la cosa, por Dios.

De la misma manera, un día que he pasado por la secretaría del insti he pretendido tomar una foto de uno de los últimos cursos de segundo de bachillerato al que di clase antes de mi jubilación. Se trataba, sobre todo, de publicar la orla en la que figura mi niña y, por supuesto, la cabecera en la que estoy yo entre el grupo de profes. Uno, que es un sentimental… Y ocurrió lo mismo cuando le pedí permiso a la directora que por fortuna estaba presente.  Y es que no conviene complicarse para un objetivo tan modesto.  Desde luego, quita quita pallá.

En su lugar, me ha parecido más simpático sacar una foto de los contertulios habituales del Valen junto con los amigos americanos que nos han acompañado este último mes. A ellos, sin duda, les hará felices. Mañana es el día de su despedida y lo comentaremos. Aquí no hay inconveniente, porque la media es de setenta años. Qué gusto da.

Hoy comemos la Chiqui y yo en amor y compañía. El día pica a ventoso y amaga a lluvioso. Grisfeo. Después del cafetito rematamos la peli que anoche dejamos a medias porque a mí se me caían las persianas a las once y media. Inmediatamente después, la Chiqui saldrá para León.

En cuanto a la peli, era la segunda parte del Jóker, que no me ha convencido mucho. Tuvo encanto la primera, con un ritmo muy bien llevado de la historia bufa sobre el choque entre realidad y ficción, hasta su desenlace trágico. Esta de ahora tiene muchos momentos en que no se sabe adónde quiere ir a parar el desdoblamiento entre persona y personaje. Como si resultara innecesaria la moralina final. Lo salva el actor. Lady Gaga no está inspirada. O sea, que segundas partes nunca fueron buenas.

Encuentro íntegramente en la red, accesible y gratis, la novela picaresca de “El guitón Onofre”, que me interesó el día que vi la dramatización de Pepe Viyuela. Quiero tenerlo reciente por si veo al actor durante este festival de cine que va a comenzar el próximo sábado. El técnico de cultura me ha dicho que me lo va a presentar. Le han concedido el Águila de Oro, máxima distinción. Me gustaría felicitarle: no me esperaba un actorazo de tal categoría. Van a ser unos días intensos y procuraré ver lo más relevante. Tendré que parar un par de horas por la tardenoche, pero me compensa. Lo disfruto, de verdad.

Asimismo, creo que coincidiendo con estas fechas también se va a desarrollar la FIL de Guadalajara (Méjico), y he caído en la cuenta de que eso significa que acudirán allí por lo menos diez días algunos escritores con los que contaba para mi entrevista. Especialmente, JO. He leído en el periódico que, en efecto, estará presente allá. En fin, cómo se me tuercen las cosas. Tengo que leer a otro que ya tengo pensado, cerciorándome antes de que este sí andará por aquí la semana siguiente a la Constitución. Ya diré quién. Voy a escribirle.

No sé si es porque no paseo mucho últimamente y además hago demasiadas horas sentado al ordenador, pero me molesta bastante en algún punto de la espalda. Como si tuviera un pequeño pinzamiento. Es localizado pero hiriente, el mamón. O puede que sea la postura de leer algún rato en la hamaca o en el sofá, que también es muy forzada y poco recomendable. Joder, el caso es que me enfadan estos pequeños contratiempos. Vuelvo a considerar que tendría que obligarme a alguna actividad deportiva continuada para el invierno. Y eso en este pueblo no tiene otra salida que la piscina climatizada. Con lo que me jode a mí hacer de pescadilla. Dudo. Pero.


23/11/24

Pasa rápidamente una mañana rutinaria de lectura, café, cocina y compras. Esta es mi vida y la soporto con ánimo porque sería temerario pretender cambios radicales que solo irían a peor. Me siento orgulloso de la estabilidad alcanzada después de muchos años de sobresaltos. Vida sencilla, reglada, lo normalito. El ideal. Más no me atrevo a pedir.

A la hora habitual de poner la mesa en nuestra casa, las dos, llega mi Chiqui con su chaval y hacemos una comida pausada. Me cuentan algunas cosas del viaje a Polonia, y rematamos con una sobremesa larga en que voy conociendo a este muchacho, muy informado de los temas de actualidad, con buenar formación y muchas inquietudes. Después se ponen a ver una película mientras yo recojo los trastos y a la espera, él, de la hora del bus de regreso a Santa, porque la Chiqui se queda aquí hasta que mañana regrese también ella a León.

Me faltaba por avisar a los cuñados de Basauri sobre mi próxima visita a Bilbao. Les mando un guas. La verdad es que tambien me da un poco de vergüenza porque es de cajón que no acudiremos allí más que cuatro gatos. Y no es por mí sino por ellos, que quizás se sientan un tanto obligados, en el fondo, para nada. Con lo que voy viendo estos dos últimos años me basta para saber que esto de la literatura es, efectivamente, muy propio de frikis.

Ni que decir tiene que me resulta dificilísimo creerme lo que cuenta hoy uno de los editorales de EP sobre un informe nacional de lectura. La encuesta parece seria, pero lo que no me convence tanto son las respuestas. No sé por qué, pero tiendo a pensar que esto de la lectura es otro de los asuntos sobre los que más se miente después del sexo y el dinero.

“Sigue siendo la lectura una actividad sustancial de los españoles”, dice el periódico, prueba del “persistente prestigio social de la lectura”. En mi opinión son dos ideas antitéticas, pues una sociedad consciente íntimamente de su banalidad es lógico que manifieste públicamente lo contrario. El Quijote es un libro importantísimo. Te lo dice cualquiera, el cien por cien de quienes preguntes…

En fin, Serafín, que “Algo más de la mitad de la población es lectora habitual”, con ventaja de “unas cuantas décimas en favor de las mujeres”. Discrepo. Si esto fuera cierto no sería creíble lo publicado por el Gremio de libreros en alguna ocasión: que más del ochenta por ciento de los libros no venden ni cincuenta ejemplares (no recuerdo con exactitud el número).

“La población lectora acude a los libros sin saber nada de su autor”. Mentira podrida: va inducida por una campaña publicitaria. Pero si fuese verdad aún sería peor.

Y finalmente se nos proporciona el resultado de una lista de los escritores más relevantes del siglo veintiuno, según la gente. Por fortuna, algunos de ellos tienen una buena calidad, eso es cierto. Pero la inmensa mayoría de los libros más vendidos son irrelevantes para la historia literaria. Prueba de lo cual es que la mayor parte de los lectores considere en la encuesta susodicha el premio X como un referente. Ojo, sin distinguir el año. Porque suele conjugar lo valioso con la bazofia. Apaga. Y. Vámonos.


22/11/24

Arrecia el frío. Uno o dos grados fuera. A las nueve todavía no era posible levantar las persianas de los velux con el mando. La helada deja trabado el mecanismo, de manera que cuando comienza a templar a media mañana, antes de salir al café, se oye cascar los pequeños trozos de hielo que ruedan por el cristal. Llega el tiempo crudo. Aunque quién sabe con estos tiempos locos.

También tiempos disparatados en política. No hay quien lo entienda, dicen algunos. Y todos iguales, dicen los otros. No, no, no. Justicia es a cada uno lo que le corresponde, dice este menda. Como los contertulios somos de muy diferentes palos, salta enseguida la polémica. Pero tengo comprobado que no sirve dar excesivas explicaciones netamente racionales. Por ejemplo, respecto a la tragedia de Valencia. Sobre todo, cuando el personal llega previamente intoxicado, fanatizado y trastornado por la propaganda política. Quien no piensa por él mismo necesita que le pongan la inyección con sesgo todos los días. Y en algunos es muy clara la procedencia porque lleva un componente extra de odio.

En conclusión, que no hace falta ser tan listo para juzgar por uno mismo sobre la responsabilidad de las muertes, que es lo primordial, y deducir quién debe avisar y quién debe tocar las campanas ante la catástrofe. Esto hay que tenerlo claro porque los muertos merecen verdad, justicia y reparación para morir en paz, y no tienen precio. El resto, lo referente a pérdidas materiales, es cuestión de responsabilidades más o menos compartidas y se debe atender proporcionalmente con dinero público. Incluso con generosidad.

Y si hoy me permito una referencia a este asunto es porque va más allá de la política y entra dentro de la pura humanidad, es decir, del ámbito de los derechos humanos. Tampoco conviene callar del todo cuando alguien se sacude el muerto de encima. Nunca mejor dicho. Y menos cuando se lo carga a los demás. Hasta ahí podíamos llegar. Quede claro.

Hacia la una llega mi amiga AA y nos vemos en el Valentín, como ya anuncié más arriba. Experimentamos la alegría contenida por el recuerdo de los viejos tiempos, cuando los cuatro pasamos juntos el día y a media tarde nos despedimos porque ellos también entonces iban camino de Valladolid. Como hoy, que A. va a ver a su madre que ya es muy viejecita.

Desaparecieron nuestras respectivas parejas con la diferencia de un año justo. Ambos, víctimas de un cáncer. Tomamos un vino y un pincho en el Valen y nos preguntamos, primero, por nuestro ánimo para sobrellevar la vida adelante. Creo que nosotros somos personas fuertes, más de lo que imaginábamos. La pena esta ahí, cada día más leve, cada día más llevadera, cada día más teñida de imágenes selectivas de los momentos más bonitos.

También hablamos de los hijos, que viven la ilusión de la juventud plena. Sus trabajos, sus domicilios, sus pasiones. Hablamos de nuestras aficiones y del empleo del tiempo de nuestra jubilación. Ella sabe que yo estoy dedicado a la literatura y me sorprende porque ya lleva cuatro años de conservatorio con el violonchelo. Su hijo también es músico. Nos reímos, hablamos con normalidad refiriéndonos a los que no están por sus nombres.

No podía quedarse mucho más tiempo por cuestión de horarios. Pero un asunto quedó pendiente antes de morir mi amigo. Y es que estaba empeñadísimo en que conociera el chalet que habían comprado a las afueras de Gijón. Me invita a conocerlo y creo que a él le hubiese gustado mucho escucharme que voy a ir, claro que sí. Y de ese modo también haremos una excursión, me dice A. ¿Excursión? Sí, al hayedo de un monte cercano donde aventaron las cenizas de J. Yo le cuento que acabo de lanzar al mar las de L. Y que alguna vez también podemos ir a visitarlo.

Ha sido una hora larga muy agradable. Me traía en una cartera una parte de escritos míos de primera juventud que ha encontrado por casa y que completan los que ya me devolvió él la última vez que nos vimos, con la conciencia clara de que era la última. Además, del maletero del coche saca una bolsa con unos limones grandes, de una textura muy gustosa y un olor en sus ramas delicioso, natural, a vida. Me cuenta que son de uno de los árboles de su parcela. Tienes que venir, me dice. De acuerdo.


21/11/24

Me desvelo a ratos durante la noche porque estoy pendiente de la Chiqui. Toman el avión a las seis de la mañana en Polonia y a las ocho están en Munich, a las once en Madrid, a la cinco en León. Me va enviando guas a lo largo del día. Es un alivio cuando sabes que ya han llegado a destino.  Mañana o pasado se acercará por aquí.

Me da tiempo a comenzar con “Vibración”, última novela de JO, escritor que tiene el interés añadido de formar parte del grupo de los que trato cuando voy a Madrid durante la feria. Con este y su mujer, también escritora, tengo confianza suficiente para asegurar la entrevista. Así que me pondré cuanto antes a ello, teniendo en cuenta que me han fallado dos con los que contaba y con quienes reintentaré más adelante. Todo esto después de haber preparado el trabajo. Pero, bueno, ahí queda, por si acaso.

También grabo el pequeño vídeo de un minuto que me ha pedido mi amigo Tt., de felicitación por la jubilación de su mujer, la compañera MF. Con mucho cariño, claro. Larga vida, amiga.

Completo la tertulia del café con un nuevo invitado que conozco hoy, DV, encargado de la gestión del museo del escultor Ursi. Me cuenta su proyecto y cuando se van los demás me ruega que tomemos otro café para proponerme algo. Charlamos un buen rato de la política municipal sobre el museo y compruebo que está perfectamente informado. Después tratamos el asunto que es de su interés: me pide acudir a una reunión con ucranianos que están aprendiendo español para un rato de charla y de corrección gramatical. Serán dos sesiones en total, pero en días separados. No sé decir a nadie que no y luego me quejo de falta de tiempo para lo mío. Pero suscita mi curiosidad, lo reconozco, y quiero conocerlo.

Dedico la primera parte de la tarde a recoger en mi lista anual las reseñas de los suplementos literarios, que se me han ido amontonando desde septiembre. Me lleva un rato seleccionar los libros que me interesan, pero tengo que hacerlo porque el año va concluyendo.

De esta manera, me resulta muy difícil pillar un par de horas para escritura de ficción y no me queda más remedio que ir aparcando la novela. En fin, me tengo que conformar e ir haciéndome a la idea. Porque lo que no puede esperar es la labor de cocina y, hoy, el rato largo de plancha después de comer. Algunos días rabio cuando ya se hace la hora de dejarlo por la tarde. Y lo malo es que no admite solución a la vista. Ajo y agua.

El vértigo del tiempo se me impone cada día al mirar el calendario grande que cuelga en el estudio. Imposible esquivar la vista. Tengo la sensación de que inauguré el año hace nada. Y queda una hoja por arrancar. Esto es muy patente, sobre todo, cada día que abro este diario y escribo la fecha antes de comenzar el mero entrenamiento de los dedos con lo anecdótico (y no tan anecdótico) de cada jornada. Me relaja y me centra antes de comenzar con otras cosas. En las épocas en que la novela me va exigiendo tiempo y concentración, reduzco estas líneas. Pero, en general, me fastidia pasar algún día sin dejar huella. Estoy tan acostumbrado que es lo primero que me pide el cuerpo nada más encender el ordenador. Así que esta pasión ha conseguido que termine conociéndome. Palabra en el tiempo, decía Machado. O, mejor dicho, palabra contra el tiempo. Eso soy.


20/11/24

Otra vez he tenido que emplear el día en gestiones. Aunque también es cierto que me he entretenido en el insti después de finalizada, por fin, la entrevista con los alumnos. Simpatiquísima y muy bien preparada. El grupo de la futura revista me hace un regalo excelente: una caja roja de bombones (lo que me faltaba para el duro). A continuación, tomo un largo, demorado café con mis amigos y profes Tt. y AT en la cafetería de La Posada. Estoy a gusto y en esos momentos no me corre prisa por volver a casa a la labor.

El resto de la mañana ha sido un sinvivir para concretar de una santa vez dónde voy a realizar la presentación de mi “Bicho”. Porque han surgido problemas de ocupación de los espacios disponibles y he tenido que bregar entre el Ayuntamiento, la Fundación SMLR y el IES. Finalmente, MP, directora del insti, me ha sugerido con gran acierto la sala de reuniones de la Fundación, que yo conozco de encuentros en el Festival de cine. El año pasado, sin ir más lejos.

En cierto modo (allí trabajó Lourdes) soy de la casa. Un sitio de mediano aforo cercano a las setenta sillas y apropiadísimo por su división en dos partes y su versatilidad para doblar el aforo si fuera necesario. Hablo con algunos responsables y remato pidiendo permiso al director corporativo, JLV, buen amigo que me lo ha facilitado sin pensarlo. Para el día nueve de diciembre, a las seis de la tarde. Aviso también a presentador y editores. Uf. Espero que haya quedado cerrado el asunto herméticamente.

Después de la siestecita me he dedicado a llamar a los primos de Bilbao para reunir un pequeño grupo que espero completar con el otro que me proporcione mi quinta MY. Localizar y llamar no es cosa de minutos. Se va media tarde. Pero es una alegría porque vuelvo a hablar con los de casa y siempre entusiasma cualquier motivo de vernos que nos sean entierros. Es así, por desgracia. Mejor, en la librería “Cámara”.

Al mismo tiempo, aprovecharé para hacer una visita al único primo carnal que me queda allí, CA. También se quedó viudo poco antes que yo, aunque tiene unos años más. Y fue perdiendo cabeza hasta el punto de que hubo que internarlo en una residencia. Iré a verle antes de la presentación. Necesito darle un abrazo y un beso, aunque no sea nada más que eso.

También mi cuñada J. me ha gestionado algún aviso a una parte de su familia paterna, por si tienen interés en acudir. Entre todos, estoy convencido de que saldrá un grupito de gente querida y cercana que me rodeará de su afecto. No es que me ponga nervioso en este tipo de actos, pero agradezco la compañía para que no quede muy desangelado, lo cual suele ser una constante cuando se va a terreno desconocido. Pero reconozco que a mí me estimula el reto, ponerme delante de gente y razonar, seducir, convencer. Me gusta comunicar. Lo necesito.

Durante el trajín un poco acelerado del día, uno parece olvidar la pena. Pero esa siempre está ahí agazapada, como perrillo enfermo del que se oye de pronto un pequeño ladrido lastimero junto a los pies. Así es la pena. Hasta que llegue un momento en que apenas miremos de soslayo y ya no la atendamos. Aunque sea imposible olvidar del todo que sigue ahí.

Me acerco a la Fundación para tratar los asuntos mentados y deambulando por allí los ojos buscan a quien no está… Ya desde la entrada indago inútilmente tras la gran recepción acristalada. Subo al primer piso y de nuevo los ojos van al ventanal donde espero entrever un perfil serio y embebido en su trabajo que a mí tanto me gustaba espiar sin que me viera… Y, de repente, al descubrirme, ver abrirse su sonrisa. Aquella sonrisa. Sonriéndome. Sorprendiéndome. Única y mía. Mi Dios. Muerta. Inexistente. Ya.


19/11/24

Es imposible estar a todo. En días como hoy tengo la sensación de que me he dispersado en mil tareas y ninguna que me guste. Pero en eso consiste la obligación en gran medida. Es un deber. O sea, en definitiva, que apenas he podido rascar bola (en lo mío de verdad) hasta final de tarde.

Para no entrar en shock me voy al Spoti y pincho un disco que me ha venido de repente a la cabeza y que me tranquilizaba bastante hace una docena de años. Es el de “Leyendas de Avalon”, de Thierry Fervant. Mitología celta descafeinada. Y lo digo porque estuve muy puesto en ello durante la gestación de alguno de mis poemarios, bajo el magisterio de Robert Graves y a raíz del descubrimiento de “La diosa blanca”.

Oh, qué tiempos aquellos. La cantidad de vueltas y revueltas, de viajes de la imaginación y de sueños confundidos con la pedestre vida rutinaria. Pero qué feliz he sido. Qué fértil me parece mi vida, aun sabiendo que poco de lo que he escrito y publicado trascenderá más allá de mí. He sido pasional y tenaz. Lo soy. No me arrepiento ni un ápice de cada instante entregado a la maravillosa belleza de las palabras. Vuelve a mí la paz de Avalon mientras escribo y escucho “The lady of the lake”.

No he podido finalizar la entrevista con los alumnos porque no nos entendimos el jueves en el día de regreso de Santa. Además, la mañana se la han llevado por delante comidas, compras y colada… y café con un pastel chachi también, porque era el cumple de mi cuñado JR. Murrico.

Después no he soltado el móvil en toda la tarde (aún no he concluido) enviando guas a la parte de los primos de Bilbao por si quieren acercarse el día de la presentación allí.

Hablo con el bibliotecario. Hablo con la concejala. Se van a portar bien, pues van a adquirir un buen lote de mis libros. Descartado el auditorio de La Compasión, vamos al Salón de actos del insti. Llamar mañana a MP, directora.

Recibo correo de Esther G.L, la escritora de la próxima entrevista. Me dice que estaría encantadísima, pero ahora anda todo ese mundo de campaña promocional de navidad (hasta yo mismo, claro) y que tenemos que dejarlo para uno de los viernes de enero. Perfecto. Aviso a G. la de la radio. Total, la entrevista ya está preparada en el guion.

Hablo con JH el editor para confirmar fecha en Aguilar. Cuatro de diciembre. Ok. Quedan pendientes para mañana lugar y hora.

Recibo guas con grandísima alegría de mi amiga AA, médica viuda de mi íntimo amigo JAP. Me cuenta que pasará por este pueblo de camino desde Asturias a Valladolid. Quedamos en vernos y tomar un café. Cuántas veces los recuerdo a los dos en los tiempos felices. A él, también médico, le arrasó un cáncer un año antes que a Lourdes.  Y la vida continúa. Suena “Crescent Moon”. Siento paz. Siento un dolor dulce por el pasado y los tiempos heroicos de la juventud. Siento que el paso de la vida es la ley. Acepto.

La última canción del elepé es “King’s Arthur Dream”. Todo es suavemente triste. Y a este elepé le sigue otro de parecido estilo, de un tal Joël Fajerman… Una música continua. Bella. Buena. Verdadera.


18/11/24

He procurado estar pronto en la Policía Nacional para rematar el asunto del dni electrónico, que ya conté cómo quedó a falta de renovar certificados porque la máquina no me pillaba la huella dactilar, de ninguno de los dos índices. Me he presentado al poco tiempo de abrir y, sin embargo, la sala de espera ya estaba llena de gente. Al dirigirme al policía que me ayudó el viernes, me ha reconocido y me ha recomendado paciencia debido al jaleo evidente que había. Mientras hacía tiempo he preferido enredar en las tres máquinas, pues no tenía nada mejor que hacer, aunque llevaba el periódico por si acaso. Y al segundo intento, premio. Las cosas de la tecnología. Me he despedido del funcionario y he salido de allí contentísimo.

Regreso a casa y me parece tan buena hora que no me cuadra ya esperarme y comer en Santa, puesto que no me queda otro recado que pasar por los chinorris para comprar unas copas de cristal. Dicho y hecho. Recojo en un verbo, trinco el piso, paro con el coche frente a los Guanes, apaño la cristalería y para casa como un mozón.

En los Corrales de Buelna, obligado echar gasolina barata y cruzar el pueblo, que me presta siempre desde que el Chico estuvo en prácticas, en Trefilerías Quijano. Claro que yo no sé ver los sitios sin un café, un pincho, gastar en algo… Así que los céntimos que ahorro en gasofa los pulo en cualquier bar. Por observar, por imaginar, por vivir.

Y en Reinosa, lo mismo. Mercadona, para las costillas adobadas, que se convierten en un carro repleto de cosas que no sé si me comeré alguna vez. Y tampoco sé, sinceramente, si los precios allí salen mejor. TCMI (tres cojones me importa). Lo verdaderamente importante para mí es siempre la posibilidad de una historia. No una historia real sino una fábula, una ficción, que esas son las mejores.  Y en Aguilar justito a la hora de comer.

Con la prórroga que me dieron en la radio, quedan diez días para la entrevista a Esther. La escribo citándola, como con los anteriores invitados. A esperar. Curiosamente, a esta me dirijo con un “tú” de confianza, que no me pegaba para los otros. En fin, yo qué sé por qué. También a mí es dificilísimo que alguien me trate de usted, y no entiendo si es porque no inspiro respeto o porque inspiro mucha confianza. Ya ves.

Como también he visto que ha salido el último de mi querida amiga MS, voy a leerlo enseguida y a ella la adelantaré en la lista de entrevistas. Le debo mucho cariño con Lourdes, muchos ratos de feria, muchas relaciones facilitadas por su marido, que es un encanto. Chemita mío.

También me llega guas de JMG, el otro Chema con quien me he reunido en el Valle Real. Pondera lo mucho que ha disfrutado del encuentro, puesto que hacía muchísimo que no nos veíamos. Que se repita pronto, dice. Me manda un poema, para corresponder al mío cuyo fragmento incluí en el IG de este domingo pasado. Todos lo intentamos, amigo. Quién no ha osado poner unas palabras de amor por escrito. Le digo. Bien o mal. Qué más da.

Ha sido un finde gozoso de verdad. Como el tiempo que ha acompañado sin sorpresa en los cuatro días. Esto no es normal. Hoy he paseado en camisa con una camiseta debajo. Increíble.

Puedo confesar que la estancia no me ha dolido como otras veces. Mi pena remite, ya lo vengo reconociendo. Claro que hoy no me ha dado tiempo a acercarme al extremo de la playa, donde he dejado a Lourdes. Pero la ubicación de mi pisuco, por fortuna, me alivia. Incluso en plena noche, cuando me desvelo, desde la cocina diviso el paseo de farolas que llegan hasta la rompiente del muro. Allí está Lourdes, pienso para mí. E igualmente durante el día, cuando se aprecian con claridad las olas fragorosas a lo lejos durante la marea alta. Ahí está mi amor, digo en voz alta. Ahí seguirá siempre.

Como si hubiésemos paseado juntos por la tarde y en un momento yo le hubiese comentado que necesitaba volver a casa a continuar con alguna de mis historias. Excepcionalmente, alguna vez sucedió así. Y, por supuesto, me dijo que vale, que bueno, que sí. Yo me quedo un poco más por aquí, que se está muy a gusto y hace muy rico. Y besándole suave en los labios, me despedía hasta un rato después. Como si no hubiese muerte ni vida. Sino una ilusión o un sueño. Como hoy. Nada.


17/11/24

He descansado muy bien, por eso no comprendo cómo a las doce de la mañana, cuando he regresado del café para leer hasta la comida, se me caían los ojos de una manera insostenible, ineluctable. He recurrido a la artimaña de sentarme en el sofá y engañarlos con cinco minutitos de persianas bajadas y luego izadas de repente (que me ha resultado en otras ocasiones), pero que ni por esas. Imposible concentrarme. Sin embargo, antes de salir al café y el periódico, no me había sacudido tan fuerte la modorra. Misterios.

Comida de bote. En cuanto estoy aquí, para mí solo y para unos días, me entra una pereza grandísima. Sobre todo, porque lo que cocine no puedo dejarlo si me sobra. Y eso me obliga a comer de más. Ya me ha pasado. O sea que no quiero andar con ello de un lado para otro. Tengo visto que los socorridos callos con garbanzos o un bote de cocido o una fabada, todo de la marca Litoral, da muy buenos resultados por unos días. De cena, una ensalada variada y abundante o un poquito de embutido. Fruta, la justa para los días. Me gustan también los menús del Manila o Los Pinares, las dos cafeterías aquí cerquita.

Salgo a estirar las piernas, pero hoy no me arriesgo a un paseo muy largo porque amenaza lluvia y ha bajado la temperatura un par de grados. De todos modos, agradable para la marcha ligera con paraguas en la mano. Me acerco una vez más al extremo de la playa. Apoyado en la barandilla del paseo que asoma a la playa, al lado de algunos pescadores que conversan junto a sus cañas ancladas al lado, miro al horizonte, al norte, a lo lejos. Y pienso en Lourdes, que reposa a dos metros de donde yo me encuentro esparcida como una simiente o un alimento para los peces. Aquí, aquí. Eso me digo mentalmente. Aquí podré venir a verte siempre que visite esta ciudad. Porque conozco la localización exacta donde vertí el último resto de mi amor al viento marino y a las aguas cantábricas.

Alargo el garbeo para no regresar tan pronto y hago a buen paso el recorrido por el Paseo de los Castros hasta las facultades, frente a la Plaza de la Ciencia. Santander está vacía, como si la gente se hubiese recluido para esperar el invierno. Como un temor a lo que pueda venir. O como si la gente dominguera y playera adivinase que se avecinan meses grises.

En los ascensores, como ya es normal de tan frecuente, hay tramos que no funcionan con carteles de excusas por mantenimiento. No cuela. Es negligencia. No hay vez que venga que no me encuentre con ello. Tomo finalmente mi calle para hacer un alto donde los chinos. Lo único abierto y activo en domingo, junto con un Carrefour exprés, cosa que da bastante juego, todo hay que decirlo. Cómo laboran los chinos. ¿No descansan? ¿Se turnan y no lo sabemos porque todos nos parecen iguales?

Tapa de microondas, cepillo de baño con esponja incorporada de cuarenta y tres centímetros, cosa que no había encontrado en Amazon y ha quedado en casa hasta ser devuelta. Un mes, ojo. Tres pares de calcetines de deporte. Tapa para volver la tortilla de patata. Mañana acudiré con el coche antes de marchar para una última compra: media docena de copas grandes de vino, porque poco a poco se han ido cascando y desparejando las que tenía. Todo me lo solucionan estos tipos de memoria prodigiosa, preguntes lo que preguntes. Pasillo tercero, a fondo. Unos son Gwan otros son Gwanan. O sea, Juanan. A los del barrio siempre los he escuchado españolizarlo.

Al transitar por la Avenida de Pontejos, no hay vez que no repare en el banco azul, ya cerca de la rotonda de abajo, en que una tarde dejé sentada a Lourdes, a la espera de llegarme hasta casa y volver con el coche a recogerla. Habíamos dado un paseo no muy largo, pero las fuerzas no le alcanzaban para llegar al final. Cuando la observé el desánimo pintado en su rostro, ya dentro del coche, silenciosa y con la mirada fija al frente, sentí piedad por ella y mi corazón destruido. En realidad, nuestras vidas destruidas. Lo sabíamos con certeza. Era el fin.

Sin embargo, poco a poco he ido recuperando el gusto por la ciudad y me encuentro bien aquí, prueba de que estoy sanando. También en casa ha cesado la angustia que me aprisionaba entre sus paredes hasta hace unos cuantos meses. Soy consciente de que todo esto significa que voy superando el luto.

Esta soledad elegida durante unos pocos días es íntima y me conforta. La desconexión con Aguilar a una hora de camino también me ayuda. Y el vagabundeo anónimo me presta, sin duda, pues me resulta incluso romántico. Puedo recurrir a algún amigo de aquí, en la ciudad misma, o de Torrelavega, o Cabezón, o mis queridos editores de Villanueva. Lo sé. Pero prefiero enclaustrarme todavía y encerrarme en mi propio mundo a explorar caminos que se traduzcan en proyectos de acción. Y si algún día me siento un poco agobiado, pues tiro de teléfono. No tengo problema. Lo que quiero decir, en definitiva, es que estoy bien como estoy. Aunque mi carácter natural me pida compartir la vida. Pero, de momento, el día a día se me hace corto y grato. Me gusta ese par de versos del poeta inglés W. E. Henley: “I am the master of my fate/ I am my captain of my soul”. Invictus.


16/11/24

Todo el santo día por ahí. Desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde que he comenzado estas notas. Diez horas sin hacer nada, vago. Me recrimino. Pero en el fondo me sonrío porque lo he pasado bien.

Como anticipé ayer, había quedado con JMG, amigo y colega de profesión en activo, en el instituto cántabro de Cayón (ochocientos alumnos). Ni me acordaba dónde estaba el Valle Real y el Leroy Merlin, que ya es decir. El colmo del despiste, desatento desde hacía años, cuando iba con Lourdes y los críos. Siempre me llevaba ella, claro, de aquí para allá, a todas partes. Y yo no reparaba, que bastante tenía con ir mirando el periódico o algún libro o pensando en las musas, o en las musarañas, más bien. Tú a lo tuyo, majo, me decía ella. Y era cierto.

En fin, me animo, tan tonto no soy. No tengo más que mirarlo en la red. Pero juro por mi honor que era incapaz de recordar la ubicación. (Céimer). A las diez, una hora antes, por supuesto, ya estaba yo allí. Quería pasar primero por el Leroy para después tener el resto del tiempo disponible con mi amigo. Y así ha sucedido. Es más, cuando él ha llegado, ya me había homenajeado yo con un café y una torrija espléndida en el bar en que habíamos quedado por recomendación suya, y que se llamaba “Santa Gloria”, según me había anunciado, y que no en vano yo había entendido como “Gloria bendita”. Tal cual lo digo. Él, puntual como un reloj, pues es un tipo morigerado.

Hemos resistido hasta la una porque los dos somos de palabra larga, amontonada, y él a esa hora ya tenía obligaciones familiares. Lo hemos pasado de madre. Viejos tiempos felices, buenísimos recuerdos de dos personas que comparten sanamente vocación, gustos y humor parecidos. Aunque él es en general un tipo más formal que yo. También más amplio de cultura. Domina muy bien la literatura foránea, y es gran experto en cine y música. Es un hombre atento a todo lo que sea vida cultural y está perfectamente informado. Un fenómeno, incluido lo personal. Aguilarense de pro. Quizá en lo único que le aventajo un algo es en la firmeza crítica de mis opiniones y en la práctica de la escritura con una pasión desaforada. Él es hombre también equilibrado y sereno de por sí, rehúye lo extremoso. Servidor, por el contrario, entra al trapo con facilidad. Gran chico, Chema.

Y hablamos de lo divino y lo humano como siempre. Su atención a la profesión me informa de un par de institutos, además del suyo, en el que sería posible establecer contactos con gente conocida para posibles visitas de promoción. Yo estoy a mi libro (como Umbral), y se lo confieso descaradamente, pero también es cierto que no quiero ni una perra. Simplemente la posibilidad de difusión de mi obra. Ese es mi objetivo. Sé que hará lo posible por echarme una mano. Es buen amigo. Quedamos en que el camino queda abierto para sucesivos encuentros en el mismo lugar, que a él le queda a tiro de piedra y a mí un poco lejos, pero es lo de menos. Chema, a partir de ahora inicio una nueva etapa, amigo (le confieso). Ayer me desprendí por fin de las cenizas de mi mujer. Hoy he venido porque quiero comprobar si soy capaz de aguantar en este lugar, donde tantos recuerdos bonitos me salen al encuentro. Creo que lo ha entendido. Nos abrazamos.

Tal y como me había propuesto, me quedo allí a comer. Doy una vuelta por los dos pisos mientras me van sobresaltando al paso memorias bellas y tristes. Aquí me sentaba cuando… Aquí entraba ella a… Aquí los niños jugaban… En este Pans and Company solíamos comer. Me pido uno de esos menús extraños sin mirar mucho y señalando a botepronto con el dedo el cartel, como un guiri. Me ponen una cosa que se llama Pulled Pork. No sé si voy probar pollo o puerco, pero por la posición del adjetivo y del sustantivo, sin saber mucho inglés, me temo que he comido puerco. Me reservo el postre porque en el paseo previo he localizado algo que me ha despertado la curiosidad.

Bajo a la planta de calle y primero me dirijo al local donde antaño había una librería (por supuesto, sin esperanza; y acierto). Y continúo hasta el fondo, con el Bershka a la izquierda. Me veo hace una docena de años, sentado allí en las butacas exteriores, escribiendo un poema largo, fisgoneado por algunas dependientas (las observo por el rabillo del ojo) para las que debe de ser novedad el friki que se afana en emborronar una libreta de mano. “Valle Real (Bershka)”, se titulaba. Saco el móvil e intento un selfi tan torpísimo que unas chavalitas se ofrecen a retratarme. Ahí queda. Se interesan por mi cuaderno, ¿qué escribes ahí?, me sorprende su bendita curiosidad. Poemas, aquí sentado escribí uno hace años. ¿Cómo se titulaba, está en el IG? Mañana lo pongo con esta foto y os lo dedico. Ay, guay. Gracias a vosotras. Me despido.

Me dirijo a uno de los puestos que separan los dos sentidos de esa calle y al que previamente ya había puesto el aspa. No se me había olvidado que la dependienta me había ofrecido un dulce de prueba. Excelente. Lo había dejado en la recámara. Quizá me habían impresionado su pelo y sus ojos negrísimos, aceitunados. Tenían algo de brillo taimado y comercial, pero también de necesidad limpia de ganarse el pan. Lo proceso, lo pienso, doy un par de vueltas. Vuelve a reconocerme la mora. O parece mora.

Sigue con mucha atención mis movimientos, mi pensamiento, espera mi decisión… Pero lo cierto es que huele a mercado oriental de “Las mil y una noches”. No sé bien por qué. Quizás es el anuncio de sabores turcos o persas. Mi curiosidad se incendia. Observo que los precios figuran en fracciones de cien gramos, igual para todos los productos, o sea que el palo será mayúsculo. Me decido y le hago ir rellenando hasta medio kilo. Me camela el olor, el color, la situación… Avellanas bañadas de canela, pumba. Nueces bañadas de chocolate, pumba. Coco, naranja, manzana, escarchados pero sin el dulzor de aquí y de textura más blanda y gustosa, pumba. Melón bañado de no sé qué, pumba. ¿Dónde se hace esto? ¿De dónde eres? Soy de Irán, me contesta con un español sintácticamente perfecto, pero con un tono de joven Sulamita en el Cantar de los Cantares. Vuela mi imaginación. ¿Cómo te llamas? Shamira, dice, pero no he entendido bien y lo muestra mi gesto con una arruga en la frente. Me lo deletrea y vuelve a pronunciarlo. Comprendo, le digo. Levanto la mano, me despido. Cuando vuelvo la espalda oigo su voz: Y tú, ¿cómo te llamas?

...

Entro más adelante en una tienda de colchones porque se empieza a combar el de mi cama. Hay una promoción hasta finales de noviembre. Con canapé incluido. Me van enseñando. No me parecen caros. Dice la chica que pueden estar rebajados hasta un sesenta por ciento. Lo pienso. Lo anoto. Ya veremos si vuelvo. Me dice que el precio es con iva incluido y que me lo llevan a casa. Interesante.

Salgo de allí con sol y una temperatura de veinte grados. Van a ser las tres. Cuando regreso, dentro del coche está concentrado un calor veraniego. Dejo que se ventile unos momentos. Me parece estar esperándolos a ellos. Ahora enseguida vendrán, Lourdes delante, con los dos alborotadores detrás. Y discutirán por ver quién es el primero que me explica lo que les ha comprado su madre… Regreso hacia Santa. Pero no quiero entrar en casa. Voy a pasar la tarde deambulando por ahí hasta que me canse.

Había olvidado por completo el periódico. Bajo al Paseo Pereda pasando por los dos kioskos que presumo abiertos por la tarde. Lo encuentro. A partir de ahí intento aprovechar el día y recalo en la plaza donde dentro de una hora hay programada una actuación de flamenco, que en los ensayos me da muy buenas vibras. Hasta que comienza me acerco a la librería Estudio. Compro los tres últimos de Vilas, Rivas y Martín Garzo. Me pone de mal café la idiota que me pregunta mientras pago más de sesenta euros si quiero bolsa. Pues claro, ¿o piensas que los voy a tener toda la tarde en la mano? Pesan más de un kilo. Y la imbécil de ella me dice que hay que abonar unos céntimos a mayores de la bolsa, que son órdenes de arriba. He tenido la tentación de dejarlos allí mismo y marcharme. Hasta qué punto de imbecilidad es tolerable frente a la rapiña sin escrúpulos. Tenía que haberle pedido que me los envolviera para regalo. Los tres por separado. Ay, Señor.

Vuelta al espectáculo flamenco, en torno al cual ya se arraciman bastantes grupos de gente. He aguantado porque era simpático observar la clase previa de pasos y compases para que el público entendiese lo que es una bulería. Siguiendo una melodía de percusión y guitarra y un estribillo de una cantaora que decía: A ustedes, señores, se lo voy a contar; que me gustan las papas una jartá. Ha estado francamente curioso e ilustrativo. Y el personal se animaba. Y yo porque tenía libros, pero me provocaba.

Desisto de acercarme a ver media hora de otra sesión en otro lugar cercano del festival de circo y artes vivas, como lo llaman en Santa. Cinco días de actividades de calle que pueden ser atractivas en algún momento de los que vaya a salir estos días. Qué bonito logo tienen: sobre una línea curva y cóncava, una “C” gruesa, como una sugerencia funambulista. Maravilloso. Tomo hoy también el ascensor de Río de la Pila.

Termino estas líneas más allá de las once por las razones antepuestas. En casa sorprendo de nuevo a la palomita dormidita en su palomar que es un domicilio particular. El de mi vecina ausente, pero que me llena de plumas y caca la parte medianera de la terraza. Vuelta a aplicarle el remedio. Otro gomazo hueco, seco, sordo, plof. En pleno buche. Ha salido echando chispas, la guarra de ella. Si sigue así, terminaré aplicando munición más contundente. Veremos. Mañana. Más.


15/11/24

A las seis, en efecto, ya estaba despierto, y eso que aguanté a meterme en la cama para que el cansancio no me dejara pensar. Eso sí, sabía que no necesitaría despertador aunque lo había dejado conectado. Sin dudarlo, me aseo rápidamente y me dirijo con el coche hasta el extremo de la Playa del Sardinero, a la altura del hotel Chiqui, con el propósito de aventar en el mar las cenizas de Lourdes que todavía guardaba conmigo tras dos años y medio de su muerte. Lo había pensado bien y hoy era el día. Y la hora, idónea, en el claroscuro de aquel rincón discreto donde he aparcado y no había ni un solo vehículo ni una sola alma. Excepto las nuestras, la mía y, sobre todo, la suya que ha volado desde mis manos al mar de la eternidad. Había pleamar. Eran las seis y media de esta fecha definitiva en el tiempo. Para nunca jamás, pues los dos lo sabemos. Era, hoy sí, el adiós final al amor de mi vida.

Podría haberlas arrojado en otros lugares tan queridos o más por nosotros, como en el saliente de Cabo Mayor, donde ella me indicó en cierta ocasión. O en la Virgen del Mar, demasiado lejos… No me parecía oportuno hacerlo en sitios inhóspitos, en plena noche y condiciones incómodas o extrañas ante casuales testigos. Ya se sabe que es una práctica prohibida. Pero ha sido tan limpio como quedará su propio recuerdo dentro de mí. Otras circunstancias preparatorias no soy capaz de contarlas por ahora y tal vez vayan emboscadas en alguna de mis novelas para hacer más leve el dolor. Solo confesaré que he regresado al coche y he llorado largo rato, mientras leía por última vez, en voz alta y ya solo, el “Cuento de hadas” que infaliblemente venía leyendo en la cama para ella el día de su cumpleaños desde hacía casi quince años. No he sabido darle otro regalo de despedida mejor que este. Ni siquiera algo escrito por mí. Ya ves. Al que le sobran las palabras.

Después la mañana ha sido mansa, como a tono con la paz que insospechadamente ha llegado a mí. Un café en el Picacho. Periódico demorado. Sin prisa para regresar a casa y al trabajo. Es más, sentía sueño. Pero había gestiones pendientes.

Con JA acordamos que la mejor fecha para la presentación sería el tres o el cuatro de diciembre. Ya veremos el día concreto. También queda pendiente si estará libre el auditorio municipal. Llamo a EB, el bibliotecario, para que comente varios extremos con la concejala, antes de hacerle por mi parte la propuesta definitiva de colaboración del ayuntamiento. Por fin, vamos dando pasos.

Hablo con GV, de Radio Aguilar, y me comunica que el próximo viernes la fecha está pillada para una entrevista a una operaria que se despide de su labor también en la biblioteca. Por tanto, me propone el veintinueve para la entrevista con la escritora EGL. Lo entiendo y la escribo a esta última informándola y solicitando su visto bueno con el correspondiente teléfono.

En el ínterin, la Chiqui me va avisando de las sucesivas etapas de su viaje, incluida la venturosa llegada a Polonia. Toda ilusión. Qué bonito. El Chico también me da algún recado.

Hablo por teléfono con MR para la entrevista en la radio de Santander y le propongo que la hagamos coincidir con la presentación de “Bicho” en la Biblioteca Central de aquí. No hay problema, me contesta.

Quedo con mi amigo y también profe de Lengua y Literatura, JMG, para vernos mañana por la mañana en el macrocentro comercial Valle Real, al tiempo que hago unas compras en el Leroy Merlin, que está al lado. Veremos la posibilidad de que me prepare un bolo en su colegio.

Larguísimo paseo verpertino. No acepto el café que me ofrecen mis dos abuelitos preferidos de la comunidad de vecinos. Para el domingo, les digo. Quiero airearme y pensar tranquilo. Me tiro por ahí dos horas y pico a buen paso. Hace tan rico que no me apetece regresar. Visito el lugar donde he lanzado las cenizas. Ahora concurrido, incluso bullicioso. Paseantes y pescadores. Miro un rato el mar. Por ver si la veo navegar a ella hacia el horizonte.

Vuelta por el centro, pasando por la plaza de Cañadío porque sé que hay por allí una comisaría donde poner al día el dni electrónico. He podido actualizarlo, pero no renovar los certificados porque la puñetera máquina no me pillaba la huella digital. Ha sido imposible. El policía al que he recurrido me ha contado que hay poca gente a la que le pase esto y es porque tiene quemada la huella dactilar por diferentes motivos. Cuando le enseño las manos le parece increíble, pero luego le cuento que las tengo machacadas de darle a las teclas. Y sé por experiencia que yo no puedo abrir el móvil de ese modo. Me ha limpiado los dedos con un líquido, y también el cristal donde se apoyan. Nada, nipadiós. Han pasado varios usuarios sin problemas. El poli me mira divertido. Qué raro, dice. Y le advierto que yo soy muy friki. Pues no lo pareces, me contesta. El lunes tomaremos un café cuando me lo termine de solucionar. Ven por la mañana que es cuando estoy yo, me previene. Eso sí, haciendo amigos no hay otro como el menda.

Hago hambre de la caminata y me acuerdo de que hace poco había hablado con mi amiga MB de lo rico que está un chocolatito caliente en este tiempo. Me acerco al Áliva, por detrás de la plaza de Pombo y el Ateneo. Allí está el mejor de Santa con unos churros de exposición… Me avisa el móvil de otras tareas pendientes… Coño, que me estoy entreteniendo mucho. Le iba a mandar a la catalana una foto tapiñándome el chocolatito. Otro día.

Entonces regreso por Río de la Pila y me meto en el centro cívico Juan Carlos Calderón. Sé que hoy había allí alguna actividad teatral y, en concreto, de lectura dramatizada. Qué interesante. Pero resulta que debía de ser en otro lugar. Subo a la sala de estudios, porque esta no la había visto y tiene una pinta superacogedora. Por si me apetece otro día. Miro la actividad cultural en la zona. Alguna posibilidad para estos días. Y pillo el funicular hasta arriba del todo. Todavía con luz, la bahía está hermosa. La luz suave y radiante hace que mis ojos perciban con más intensidad.

Vuelvo con prisas porque debería haberme sentado a coger unas notas en mi libreta de campo sobre un relato que me ha salido al paso casi prácticamente hecho. Solo hay que escribirlo. Y vuelvo apuradísimo pensando, como siempre, las muchas cosas que tengo que escribir y leer. Pero cuándo… Y el chocolate lo como en casa porque he visto las tabletas de Valor ayer y, además, a diez minutos, en General Dávila, hay una churrería en una furgo permanente durante todo el invierno. Ya me estaba relamiendo. Y cuando me doy cuenta, reparo en que iba tan ensimismado en lo mío que me la he pasado de largo. Joder, joder.

Me enfado antes de ponerme a la labor. Miro en la terracita de al lado, que está invadida de plumas y cagadas de palomas desde que su dueña tuvo que marchar a una residencia. Hoy también duermen allí plácidamente los dos inquilinos de anoche. Paloma y palomino. Pillo una goma de buen diámetro, la convierto en doble y la enredo en mis dos dedos de la mano izquierda haciendo de horquilla. He preparado un proyectil con un taco de cartón mojado muy aparente. Apunto sin pensármelo mucho y le meto a la pájara un hostiazo seco, sordo, plof. Ha salido disparada hasta el tejado de enfrente, más bajo, y he observado que ha tenido dificultades y ha perdido altura en el vuelo. Va jodida, me he dicho. Me he alegrado. Toma Jeroma, pastillas de goma. Hoy ya soy otro, más práctico, más duro. Peor.


14/11/24

El placer de leer es indescriptible cuando la mente comprende mientras las palabras fluyen. Sobremanera, por las mañanas. Pero los jueves es el día de mi fiel NE para arreglarme la casa y ya tenemos estipulado que mientras ella hace la labor de abajo yo me encierro en la buharda; y a la inversa. Solo que a la hora del recreo ya me despido porque para mí es sagrada.

Del Valen me traslado al insti y continuamos la entrevista. Creo que ya la hemos dejado a falta de cuatro o cinco preguntas. Para cuando regrese, el próximo martes. Me ha gustado mucho la seriedad con que lo han tomado estos alumnos y eso tiene que ver con quien les dirige, AT. Esta muchacha vale un potosí y debería dirigir más pronto que tarde el departamento.

Después vuelvo a casa con mi amigo Tt. a resolver donde el socio el problema del fluorescente. No sé lo que hice mal, porque Tt. me dice que estaba bien colocado cada elemento que cambié. Pero un contacto, un algo, impedía el funcionamiento. En cuanto se ha subido él a la escalera, cinco minutos y ha vuelto la luz. Es lo que vale entender de algo. En mi caso es que no tengo fe desde el principio en que aquello lo vaya a reparar yo, precisamente yo. Un manoplas, un manos de excomunión, un tolojodo. Después de un rato me lo encuentro en la panadería y tengo la oportunidad de hacerle un pequeño y dulce regalo. Pero me dice que anda algo alto de diabetes. Bueno, pero por un poquito más no creo yo que.

Anoche, arriba antes de las tres. A este paso voy a tener que pasar de acostarme. Leo con una concentración intensa, como si me hubiese tomado una centramina o algo así. Y lo gracioso es que no me encuentro cansado durante el día, y eso que hoy no he tenido siestecita porque me he venido para acá, a Santa, en cuanto he comido.

Entre unas cosas y otras (además he estado en el taller para el cambio de ruedas, y he tenido que prepararle rancho para cuatro días al socio), no he podido salir hasta después de comer. Un poco antes llegan la Chiqui y el novio de camino a Madrid, a coger el avión para Polonia. Cambiamos impresiones durante ese ratito y ellos para abajo y yo para arriba. Poco antes se presentan la tía M. y la prima P. con un trozo de tarta de manzana apoteósico. De los que enseguida te conquistan los sentidos. Le cuento a la tía M. que ya se me han cerrado bastante las grietas y me molestan menos. Ni la purga Benito, oyes, pero es verdad.

Después, a Santa como un campeón (con el resto de tarta en un táper, hombre no), donde ya me habían informado que hacía un tiempo buenísimo, soleado y seco. Siempre al revés que el resto del mundo. Pero era verdad. Tan agradable que he decidido pasar primero por el Leroy Merlin, donde creo que nunca he ido solo. Estaba yo pensando en RC, que es un chaval más majo que las pesetas, y digo yo, digo: hoy voy a hacer el gasto donde Rodri, coño. Total, que soy tan inútil que pensé que estaba donde los demás supermercados de las afueras… Pero no. Lo he mirado en internet. Joder. Ya he visto dónde. Mañana voy a dar un voltio.

Por la tarde me he dedicado a poner en orden la casa y hacer otros pequeños recados. Enseguida ha anochecido. Pero cuando volvía a meterme en faena, me ha recibido de repente entre los edificios una de las lunas llenas más grandes que he visto en toda mi apasionada y desmesurada vida. Yo creo que andaba por encima de la península de la Magdalena o por ahí, al otro lado de la bahía, entre Somo y Pedreña. Me he puesto bravo. He pensado en ti. Mira que soy un tipo sentimental, pero qué polvo te echaba, Dios mío. Por estas. Con mucho cariño, ¿eh?

Me pongo a trabajar y me siento tan a gusto en este rinconcito de Santa, en esta atalaya del cruce de la telefónica, que decido alegrarme la tarde de una manera especial. Primero he colocado en la terracita un gato de madera de los que hacía mi suegro y quedaba de sobra en el local. Le he puesto unas cintas brillantes en el pescuezo y, como es grande de tamaño, lo he plantado en el suelo de manera que la paloma que mañana venga lanzada, a lo mejor sufre un ataque al corazón. Que se jodan.

También he indagado por ahí, en los armarios, y he pillado una botellita de Ribera que tenía escondida. La he dejado fuera, en la terraza. Después de todo el año de maduración, he arrimado el morro y he tenido un amago de levitación mística. Endios. Qué cosa más rica. Después de la Literatura, el Julius que hace JC. Trordinario. Me levanta el ánimo y sigo al lío. Muy fértil, muy feliz.

Entra un guas de mi amigo el escritor JA. Que ya tiene leído el “Bicho” y preparada la presentación. Que le vendría muy bien en la primera semana de diciembre. Hablamos también de utilizar mejor que el salón de actos del insti, el auditorio de La Compasión. En cualquier caso, mañana tengo que hacer esas gestiones: llamar a los editores y llamar a la concejala para reservar el sitio. Y a ver si me apoyan como en Piña, al menos rebajando el libro en tres euros.

Entra guas de MJ, la profe de Pucela. Que necesitan mis datos para solicitar alguna ayuda oficial. Allá van. Me plantea si está actualizada la página de mi blog. Sí, le digo. Es casera y algo cutre, pero muy clara.

Entra guas de la Chiqui que ya está en Madrid. Pernoctarán donde unos familiares de su chico y hacia las cinco de la mañana, a volar.

Presiento que esta noche voy a dormir bien y, de todas formas, también me voy a levantar pronto, muy pronto, sobre las seis. No voy a adelantar nada, pero esta vez he venido con un cometido muy concreto. Mañana lo contaré detalladamente. Mañana comienza una etapa nueva en mi vida. Y tengo un deber que cumplir inexcusable, inaplazable. Una misión.


13/11/24

De buena mañana (curioso calco del francés/catalán que me parece interesante incorporar) comienzo a preparar la entrevista con Esther para dentro de dos semanas. En un par de días le mandaré aviso para que me confirme. Creo que la novelita, a pesar de ser breve, puede dar bastante juego. Y también se lo comunicaré a GV, la directoria de Radio Aguilar, como otras veces. Espero que en esta ocasión no nos falle la invitada. Creo que con esta escritora no habrá problema.

Luego hacemos tertulia animada en el Valen, pero yo tengo que marchar a las once al instituto para la entrevista con los alumnos. Claro que en lo que he tomado un café con mi amigo Tt, apenas ha dado tiempo a contestar cinco de las veinte preguntas que me tenían preparadas y que hemos grabado.

Eran cuatro muchachas acompañadas por mi excompa AT, profe de Literatura. Muy bien preparadas y certeras sobre diferentes aspectos de mis relatos. El recreo son veinticinco minutos y los alumnos tenían que volver a clase. También es que yo me enrollo más de la cuenta. Hemos convenido en vernos de nuevo mañana a la misma hora.

Me acerco a la Fundación a dejar un regalo para mis amigos, la pareja PLH y MB. Se lo debía desde hacía ya muchísimo tiempo (pero no lo había olvidado) por un detalle maravilloso en el libro “Románico y reliquias” de las publicaciones del Centro de Estudios del Románico, que salió en julio del veintidós y me hizo llegar él, como coordinador. En la dedicatoria decía: “A Lourdes Montero. In memoriam”. Gracias de corazón, amigos.

Luego me viene de vuelta un guas de ella, en el que me agradece el libro y la cuidada (y preciosa, es cierto) dedicatoria con que yo les he correspondido. El corazón se me acelera un poco. De emoción muy grande.

Antes de comer todavía ha llegado la tía M. ¿Qué querrá esta?, me pregunto. Porque siempre me reserva alguna sorpresa bonita, generalmente relacionada con un táper. Pero hoy era otra cosa. Lo pongo para agradecer el cariño sin medida que hace a esta chica estar pendiente de mí. Me ha traído una pomada para las grietas de los dedos, molestísimas, que se producen cuando llega el frío y que ella también suele padecer. Pues se ha acordado y me lo ha comprado porque debe de ser milagrosa. Qué mujer… Si hubiese dos vidas, volvería a casarme con su hermana; y si hubiera tres, con ella.

Pero me esperaban otras sorpresas…Volvía yo tan ufano a casa y ya me venía mosqueando de que todo hubiese salido a pedir de boca. No puede ser. Siempre existe algo que lo jode. Tenía que cambiar un simple fluorescente en la cocina del piso de abajo. Me lo había dicho el socio. Compro los dos, claro, y dos cebadores de cuya existencia no tenía ni siquiera conciencia de la palabra. ¿Qué coños es esto?, digo yo a la dependienta. Sí, hombre, sí, nada, facilísimo.

Uy, uy, uy. Uy, uy, uy, venía temiéndome ya por el camino. Pero, en fin, faciiiliiisiiimo. Pero por los cojones. No quiero detallar lo que ha sido: Una Odisea. Era ya un poema cuando acarreaba la escalera de tijera, dos pares de gafas, destornilladores, lámpara de mano… Ni veía ni olía ni entendía. Un tío solo encaramado con la cabeza pegando en el techo que tenía que desenroscar el plafón donde estaban localizados los cebadores antiguos (¿estropeados?) y colocar después los nuevos que llevaba en el bolso mientras sujetaba el conjunto completo del embellecedor en donde iban encajados… ¿Cómo, copón? Móvil sujeto en la boca, después lámpara halógena sujeta en el polar, media vuelta, otra media, vuelta y media… Y su putísima madre. Los fluorescentes nuevos colocados. Levantar el diferencial. Interruptor. Y… De una aproximadamente  a tres y media de la tarde. Sin comer, sin moral, sin blasfemias nuevas. Sin luz. A casa y mañana que venga mi amigo Tt. El socio mirándome con ojos de rata perpleja. La lámpara halógena la dejamos aquí para que veas mientras cenas, le digo. Anda, bueno, me contesta. Cagüen la.

Meto un rato de repaso a la narrativa de Álvaro Pombo, flamante Premio Cervantes de este año. Santanderino. Ocho libros suyos leídos. Pero una obra de más de veinticinco títulos. No puedo desviarme, me digo. No llego a todo, no doy para más.

Eso sí, me pego media tarde documentándome en una idea antigua que me ha rondado siempre por la cabeza y he sentido ganas de ponerme a ella varias veces. Sin decidirme o atreverme quizás. Por lo compleja y riesgosa. Y este escritor me la ha recordado hoy porque es descendiente de uno de los hombres más importantes de la historia contemporánea de Santander, procedente de nuestra tierra de campos… Ese, sería el protagonista de. No digo más, no me vayan a chorar la idea, que hay mucho chorizo suelto.

Es un proyecto narrativo que me atrae mucho, aunque pienso que me exigiría bastante esfuerzo y tiempo de documentación. Pero intuyo que es una idea acojonante y que sería capaz de desarrollarla y, además, funcionaría a la perfección en las relaciones históricas entre Castilla y Cantabria… Y no voy a decir nada más.

Pero ¡cómo voy a dejar la novela que tengo entre manos?, me digo con pena. Tengo que concluirla y después quizá comience con esto otro. Me pasa como a aquel amigo, precisamente cántabro de Cabezón de la Sal, cuando éramos jóvenes y jugábamos a fútbol sala: quería correr tanto que terminaba en el suelo. Eso mismo. Se me amontonan los retos, las ideas, los proyectos.  Y ya no me caben tantas cosas en la cabeza. O las saco o estallo. O me olvido de ello. Tendría que vivir varias vidas para hacer todo lo que se me ocurre. Tendría que escribir doce horas diarias. Tendría que ser un genio. (Me ayudaría mucho sentir tu mano en mi hombro). Pero solo soy yo. El Gabilucho.


12/11/24

Por el afán de ventilar pronto la consabida entrada de este diario (soy un poco aciruelado, digo, acelerado), hay días en que no reparo demasiado en su corrección. Ni siquiera le dedico un espacio más demorado a los pequeños pero relevantes detalles sintácticos. Sin embargo, eso es lo que da un texto final atildado y pulcro. Una calidad de la prosa. Cuando se aplica a todo un libro, es mejor llevar la labor de pulido cada jornada que dejarlo todo pendiente hasta que se haya puesto el punto final. Esta es una operación enojosísima. Por tanto, hay días que retoco en una segunda lectura lo del día anterior. Y tantas cuantas veces se ponga uno a revisar, otras tantas irá encontrando matices que son motivo de cambio y, en definitiva, de mejora. Esto me lo enseñó el escritor JC y me contó que casi disfruta más de esta fase que de la propiamente dicha de escritura de una novela. Yo no.  Pero también procuro aplicármelo y trabajarlo.

No he dormido bien anoche porque las aguas revueltas de las sucesivas danas que recorren la península me trastocaban la cabeza. Me acosté un poco tarde para mi costumbre y el viento golpeaba la persiana con fuerza y eso me desvelaba. En cambio, la lluvia caía mansa. Yo me trasladaba con la imaginación a otro lugar y llamaba a una puerta lejana y desconocida, pero nadie contestaba. Calado y con el agua por las rodillas, regresaba en medio de la noche a mi casa. No terminaba de hundirme en el sueño y me parecía en la duermevela que ahora sí que alguien me llamaba por mi nombre…

Me puse de mala lecha y dije: “Arriba”. Pegué el salto y me enrosqué en la mantita. Abrí el libro de homenaje a JA Abella y casi llegué al final. Pero los ojos comenzaron a ponerse terrosos y, entonces, definitivamente, claudiqué. A altas horas de la madrugada.  Así que esta mañana los he abierto a la hora habitual y me parecía que me había descuidado un minuto en incorporarme, cuando he comprobado que había pasado media hora. Me había vuelto a quedar grogui. Pero ¿esto qué es, chaval? Eso me he dicho.

Al menos, después del jaleo de la tertulia mañanera que se nos ha extendido más de la cuenta, el resto he podido hacer la labor tranquilamente. Día sin apenas guas ni mensajes ni llamadas. Qué placer. Tan solo con mi Chiqui, a quien le he preguntado después de comer si llovía mucho por Santa, puesto que daban agua para los próximos días también por allí. Incluso nieve a partir de los mil o mil doscientos metros. No creo que haya inconveniente cuando yo marche el jueves por la mañana.

Pero va llegando el frío y se nota en la calle. En casa procuro tener la calefacción sin meterle demasiada caña porque también eso me agobia. En lo que noto ese cambio, sobre todo, es en algún dolor esporádico de cabeza. Y en la aspereza de las manos. Me pongo crema, pero lo que no consigo evitar son las dolorosas y minúsculas grietas al lado de las uñas. Cómo algo tan diminuto puede fastidiar tanto. En ocasiones, cuando cojo alguna cosa apretando la mano o golpeo el teclado veo las estrellas. O sea, que no puede estar uno a gusto dos días seguidos. Entre las menudencias del cuerpo y las películas de la mente (“Vete a dar una vuelta, anda, guapa. Y vuelves dentro de un rato”). Coño. Venga. Al tajo. 


11/11/24

Siempre he creído que ir demasiado deprisa al comienzo de una carrera es la manera segura de llegar tarde y mal a la meta. En la bici y en la vida. Es más o menos la idea que tengo sobre este muchacho saldañés, PQ, al que vengo siguiendo desde que me llevé una buena impresión con un cortometraje suyo en nuestro festival de Aguilar del año pasado. Apuntaba maneras. Actor y director de cine y teatro. Veintiocho años. Prometedor.

Volví a encontrármelo anoche en la dirección teatral de “La señora”, que en programa de mano se presentaba como una adaptación de “Las criadas”, del escritor francés Jean Genet. Obra emblemática del cine sociopolítico y paradigma del escándalo en su época, a mediados del siglo anterior. Muy conocida (aunque quizá sea la cinematográfica “Querelle”, la que más), al igual que el talante provocador y la figura al margen de la ley de su autor. Más que un rebelde, un delincuente.

El núcleo argumental de esta versaba sobre el deseo de dos hermanos de representar junto a su madre, una actriz en decadencia, la susodicha obra. Solo que al de por sí complicado intercambio de identidades en la original, aquí se sumaba el plano de las identidades de los tres miembros de la misma familia y, por si no fuera bastante, llevado a escena por Bibi Andersen y dos actores masculinos que hacían de criadas… Puede comprenderse la ceremonia de la confusión, por no decir el popurrí.

Porque la pretensión del director superaba su pericia juvenil para resolver todo este “embolao”. O sea, quería decir tanto que nada quedaba claro. Mucha ambición de entrada sumando rasgos del teatro dentro del teatro, más otros del teatro político de vanguardia, más la moderna perspectiva de género, más… en el colmo… unas gotas de intriga política actual, con remate en asesinato, faltaría más. No, no había un resultado limpio.

O sea, que no, querido paisano. Hay vocación, ambición y talento en agraz, sí. Pero piano piano, chaval. Créeme. No amontonar. Simplificar, depurar. El problema de todos, incluido el mío. Solo que en este caso se suma una repercusión en los medios que llama la atención, con página ya en la Wikipedia, en la que se nos dice desde la primera línea que es “guionista y director palentino en escala en la cultura española” (sic). Atención, Pablo, Quijano: no te dejes engañar, no vayas a llamarte a engaño. Porque me da que esa escala puede ser muy larga y puede guardar sorpresas allá en lo más alto por el afán de llegar. Ya. A trompicones. O. Empellones. Mal camino. Aviso.

Día tranquilito en todos los sentidos. Rutinario y previsible. La única novedad es que me llama mi nueva vecina para informarse sobre algunos asuntos de la última reunión de la comunidad. Buena mujer y bien amable. Se la ve de lejos. Nos tomamos un vinito en el Valen y me doy cuenta de que sabe apreciarlo. Como le había hecho un insignificante favor recientemente, me corresponde regalándome un pequeño táper de cangrejos preparados por ella. Ya me había dado hace tiempo unos tarritos de mermelada caseros y un paté muy rico. Pero que no pase la ocasión sin que yo encomie y ponga por las nubes el detalle.

Estupendísimos de sabor, pues llevaban hechos un par de días. No fuertes al gusto, pero con alguna especia que me tocaba en el galillo (en Piña decimos gallillo) y me hacía toser. El caso es que no se veía más que el simple majado habitual, con perejil abundante, eso sí. Ya le preguntaré. Es señora simpática que retiene una guapura de origen en sus ojos claritos. Para sesenta y nueve, está bien. Para el adjetivo.

Agradecido de corazón, pongo pinta de menesteroso. Que me va de cine. En correspondencia le he regalado un poco de vinito del mío y le han hecho los ojos chiribitas. Nsajodido. 


10/11/24

Por suerte, pudimos sacar entrada en taquilla y ver juntos la función de teatro de ayer tarde. También desde segunda fila, pero vuelvo a repetir que es mejor o de lo contrario no me enteraría de la misa la media. El espectáculo estuvo entretenido sin llegarle a la cintura al de anteayer.

En primer lugar, la invocación de la obra clásica estaba completamente traída por los pelos al faltarle el motivo principal. Eso sí, el recado se captaba desde el principio: una denuncia sui géneris del racismo contra los gitanos. Y las siete mujeres emperifolladas de trajes de feria andaluza parecían reclamarlo con mucho desparpajo durante la primera parte.

Después hubo una transición con un cante flamenco ininteligible y a capella por un hombre que no se supo quién o qué representaba y que nos informó en síntesis de las principales leyes promulgadas contra esa raza desde los Reyes Católicos hasta mediados del siglo veinte durante el franquismo; añadiendo una polémica referencia peyorativa en un párrafo de “La gitanilla”, de Cervantes. Y se pasó a la segunda parte.

Sin llegar a ser una alegoría bien trabada, aquí abundaron los símbolos más o menos claros en torno a la reclusión en un recinto alambrado de las mujeres y su dominación por un tipo caracterizado de Hitler con peluca rubia y atuendo de domador circense con látigo incluido. Se produjeron ciertos momentos tensos, y todo se resolvió mediante la catarsis de cante flamenco al modo del “negro espiritual” de los esclavos. Concluyó con un baile en grupo, también con el Adolfito al que llamaban Racístoles. En fin… Ya veremos hoy, que es la despedida del festival.

La Chiqui y yo volvimos a casa y nos preparamos algo de cena para a continuación ver una peli en el sofá endulzada por unos riquísimos polvorones. Como ella es muy comedida, apenas nos llegó a un diente.

Surgió tangencialmente un comentario sobre el recuerdo de su madre y por unos momentos se entristeció. Quise mostrarle entereza de ánimo. La abracé en el sofá y la consolé diciéndole que todo iba bien, que era normal que pensase en ella todos los días y la extrañase. Pero que la vida es imparable. Fui sincero y le confesé que yo había perdido el recuerdo físico y comenzaba a perder el amoroso. Quedaba la belleza abstracta, mental, congelada en el tiempo y guardada en un lugar muy íntimo de adentro.

Y la tranquilicé con una idea que tanto su madre como yo compartíamos desde el principio: que ninguno de los dos éramos creyentes. Así me lo confesó varias veces y alguna muy cerca del final. Lo he contado ya aquí. “No lo pienses. Es simple biología”, me dijo mientras yo asentía con la cabeza.

Es tan cierto como que yo perdí la fe de muy joven y la muerte de Lourdes me ratificó definitivamente en esa idea. Me temo que ya no podré despegarme de ella hasta mi final ni habrá arrepentimiento en mí (por lo menos, sincero). Pero me gustaría añadir que no es solo eso sino que va mucho más allá. Hoy publicaba Manuel Vicent su columna en la contraportada de EP y hablaba de la Capilla Sixtina en que Miguel Ángel pintó la famosísima escena en la cual Dios y el Hombre juntan sus dedos índices sin llegar a tocarse. Ese símbolo del acto creador le sirve al articulista para reflexionar sobre quién creó a quién. Y para concluir que es dios el creado por el Hombre. A imagen y semejanza de los sueños del hombre. Lo comparto tal cual.

Cuando a media mañana ha llegado su chico, salimos los tres a tomar un pincho. Hacía bastante bueno. Después, el muchacho tenía que continuar viaje hasta Santa y mi Chiqui iba después de comer. Ambos tenían que preparar las maletas. Van a quedarse en el piso hasta mitad de semana, que saldrán de viaje para unos días de vacaciones que les quedan por gastar. Van a Polonia… Claro, en cuanto a uno le dicen esto, lo primero que le viene a la cabeza es Auschwitz… Habrá otras muchas cosas que ver, por supuesto.

Remato la tarde leyendo un poquito. Hago tiempo para la función de las ocho y media. Comeré algo antes. Me llega un guas de mi excompa MM diciéndome que si me apetece asistir a un festival de jazz en el teatro Ortega de Palencia. Pero es el próximo viernes y ya dije aquí que tengo decidido irme a Santa a mitad de semana y volver a principios de la siguiente. En fin, me suscita la curiosidad y me habría apuntado en otra fecha. No tengo oído musical. Tengo orejas. Y recuerdos muy vivos de lo que escuchaba en mis años jóvenes. Y de lo que he escuchado de adulto que me había perdido en su día y en aquella época. En realidad, no son canciones. Son raptos.


09/11/24

Le he prometido un cocidito a la Chiqui, porque a primera hora me asegura que estará aquí para comer. Así que poca labor aparte de leer un buen rato el periódico después del café. Me he tenido que conformar con la costilla adobada del Alcampo a falta de la de ibérico de Mercadona. Cuando vuelva de Santa el próximo día me aprovisionaré para una temporada. Me priva.

Día muy artístico por diversas razones. Mientras estoy en la cocina escucho por el móvil a un tipo con el que me he topado alguna vez en IG y recita poemas con no demasiada gracia pero con buen criterio de elección. Además, un friki que se atreve sin imagen ninguna, de viva voz y “a capella” con alguno de los “Himnos a la noche”, del poeta Novalis, es que es raro de cojones y solo eso ya hace que me caiga bien.

De los dos románticos alemanes (también Hölderlin) tengo antología en Hiperión y Círculo de Lectores. Busco la del que he mentado arriba y le echo una ojeada detenida a algunos de los poemas que tengo marcados de una lectura pretérita. Que es del año dos mil dos, como figura junto a mi firma. Últimamente me sucede: cuando abro un libro largamente dormido en mi biblioteca, me arriesgo a que no haya pasado por mis manos desde que no padecían de artrosis ni mucho menos. Hay veces que mi memoria se hunde en el tiempo atrás, hasta cincuenta años. Como me sucedió mirando mi “Odisea” de Austral. Ay.

Por la tarde tengo que aprovechar, pues a las ocho y media es la función de teatro. A mi Chiqui también le apetece venir conmigo y eso hace que me acerque a la oficina de Turismo, donde ya no quedan entradas. Así que tendré que ir un rato antes a la cola. Por cierto, hoy toca una versión de Lisístrata, que como es sabido remite a la comedia clásica de Aristófanes, en la que se plantea una graciosísima huelga de sexo por parte de las mujeres como protesta ante la guerra. Solo que en este caso es una versión a lo gitano.

Eso sí, anoche fue sublime. Cómo gocé. Llegué con diez minutos de antelación y estaba petado, así que tuve que pillar butaca en primera fila. Acerté, porque lo oí a placer. Y porque no había imaginado (aunque me habían informado) del prodigioso actor que es Pepe Villuela. En efecto, tenemos una imagen estereotipada de él. Ayer constaté un talento al menos tan grande como el de el Brujo, a quien también he visto en papel de pícaro clásico. Ahora, creo que Viyuela domina tal variedad de registros de voz que él solo lleva el peso los noventa minutos, aunque contase con una “partenaire” de apoyo musical. Qué inteligente planteamiento para justificar la teatralización de una novela. Qué magnífica selección de episodios. Qué maravilla de lenguaje con el justo medio de arcaísmo… Qué maravilla. Me harté de reír ¡con un clásico! ¿Se puede pedir más? Es de esas veces que el arte te capta y te saca de la realidad. Ni me enteré de la consabida dureza de las butacas. Un pispás.

Busco también a un cantante del que me habían hablado porque precisamente se llama Manuel Medrano. Colombiano con algún “Grammy”. Por supuesto, está en el Yutu y el Spoti. Escucho con paciencia su último elepé. No conecto ni de lejos. No es que sea una música demasiado moderna para mí, porque la mayor parte de las canciones son de género “pop”. Pero muy empalagosas, facilonas de ritmos, topicazos de buena intención… Nadená. Hasta lueguito, tocayo. Como también he despachado hace poco a un grupo de tres hermanos, los Torres, que no me han dicho nada con unas letras además completamente pedestres a ritmo de baladas. Algo agradable pero ni fu ni fa. Hale.

También contesto a mi prima JM, que me ha enviado un guas con el cartel de la exposición de pintura que su hijo hace en Valladolid. No voy a poder verlo allí, pero ha estimulado mi interés. Habrá ocasión, le escribo. El chaval es de Bellas Artes y lleva el tirón artístico de sus padres. Me alegra mucho saber que va sacando obra a la luz. Es joven. Tiene tiempo.

En lo que deja ver el díptico, es el estilo constructivista de las vanguardias de principios del veinte que, por lo que yo recuerdo, se inició en la URSS como un arte revolucionario que después rechazaría el omnímodo realismo socialista. Creo haber visto algunas muestras en cartelería. Es de líneas rectas y figuras geométricas que también guardan cierta similitud con el cubismo. En fin, espero apreciarlo de cerca.

Me ha salido una pequeña calenturilla en la comisura de la boca. Es lo que en mi tierra se llama una boquera. Como un pajarillo nuevo. Me tira y me molesta. ¿Será que he dormido mal? ¿Estoy débil de fuerzas? ¿Será la preocupación por la Dana? ¿Entonces? ¿O una regresión a la adolescencia? ¿Tú? ¡Venga ya!


08/11/24

De maravilla la labor a primera hora, cuando estoy plenamente despejado y compruebo que la segunda lectura de un libro es la que empieza a ser verdaderamente importante. A partir de ahí, lo que va apareciendo es oro. La primera lectura de un buen libro solo permite sospecharlo. La mayoría de los libros se descartan para siempre tras una lectura.

Después me voy a la tertulia, que estos días anda revuelta porque doblamos el número de los habituales. Hablo mucho, lo reconozco, pero también observo detalles que creo que otros no perciben. Como si fuese capaz de desdoblarme y ver desde arriba lo que pasa en una situación: lo que motiva, piensa y expresa cada uno de los concurrentes. Fíjate bien.

Por ejemplo, me resulta muy evidente la falta de pensamiento crítico en algunas personas por falta de formación e información fiables, pero sobre todo por desconocimiento del método científico aplicable a las ciencias humanas. El pensamiento crítico es sinónimo de razonamiento correcto. Y es que para esto hay que comenzar por ser conscientes de sus dos principales enemigos: el prejuicio y el dogma. Si uno no se limpia previamente de ellos es como si estuviese ciego, porque actúan como bloqueadores incluso de inteligencias brillantes y corazones bondadosos.

Es decir, se puede ser listo y buena persona y razonar pésimamente sin saber uno mismo por qué. Por eso, de esos inhibidores suelen proceder los fanatismos y fundamentalismos político y religioso. Así es la teoría. Ahora pon tú el tema. Y escucha, observa. De repente, por ejemplo, te encuentras con un hombre probo (un hombre como otro cualquiera de nosotros) congestionado de ira a punto de explotar defendiendo que el aborto es un asesinato… Un pobre hombre, en resumen, al que le pones un casco con cuernos y asalta el Capitolio o la sede de un partido satanizado. Solo tienen que cocerse a fuego lento determinadas circunstancias. Un ciudadano anónimo cualquiera. Cualquiera de nosotros, del que menos sospechábamos. Es lo que Hannah Arendt llamaba “la banalidad del mal” a cuenta de los orígenes del nazismo. El mal se origina de manera apenas perceptible y progresiva en sus comienzos. Aprovechándose del “silencio de los hombres buenos”. Sí, gente sencilla. Tú. Yo. Nosotros.

Dejemos la filosofía. Nos nos pongamos estupendos. Me dedico a partir de media mañana a resolver una cuestión sobre el ascensor de la comunidad. ¿Quién me manda? No sabría decirlo. Después hago algunas compras para tener la tarde libre. Claro que no he podido resistir de nuevo cuando he visto polvorones. Estoy abducido por ese polvo de estrellas. Me he comido ya una buena parte de los que compré hace unos días, los caros, así que decido comprar otra bolsa de otros más baratos para ir probando de estos últimos y que lleguen los primeros al fin de semana, cuando viene la Chiqui. Incluso es posible que me cepille todos sin apenas esfuerzo. Tan ricamente.

Hoy está un día oscuro y tristón que no ha terminado de levantar. Por tanto, no me he arriesgado a salir con la bici. Además, tengo que ponerme nada más comer a la tarea porque a final de tarde voy a ir al teatro. Es adaptación dramática de una novela poco conocida (sí entre especialistas) de la picaresca española. “El guitón Onofre”, obra única del escritor riojano Gregorio González y publicada en los años setenta del siglo anterior, muy tardíamente teniendo en cuenta que salió en mil seiscientos cuatro, cuando Valladolid era corte de España. Vamos a verlo. Es versión e interpretación del popular actor Pepe Viyuela.

Tengo la sensación de que la novela va encarrilando. Y eso quiere decir que tendré que meter más tiempo de escritura si la cosa chuta, fluye, va. Pero tengo muy cargados los hombros de dureza muscular. Al final de la tarde termino con cansancio acumulado solamente en esa parte. No sé si habría alguna manera de alivio urgente. Ya preguntaré. Porque no me voy a quitar del ordenador si la nave boga… Eso, de ninguna manera. Si acaso, descansitos de cuarto de hora y tirar adelante.

He pensado que quizás también me vendría bien pasar unos días en Santander. Había reservado la próxima semana entera, sin un solo compromiso, y al final tuve que quedar el miércoles con los alumnos y los del depar de LyL. Pero a lo mejor, en cuanto salga de aquella reunión, me largo directamente a comer allá. Y así podría estar una semana completa con el finde por medio. Más que nada porque es posible que pasen las lluvias y haga un poquito mejor para mis vagabundeos de escritura por los rincones favoritos de ciudad y playa. Y así abro el piso y lo ventilo de la humedad. Y superviso la terracita del incordio de las palomas. Y compruebo que todo está en orden. Para eso lo voy a reservar ya en el grupo de la familia, no vaya a ser que a mis chicos también se les antoje. Bien. Chachi piruli.


07/11/24

Otro día buenísimo. Un poco fresquín a primera hora, pero luego se corrige a media mañana y casi pide ir en camisa o jersey. Aprovecho a leer antes de que llegue ME a dejarme la casa como una tacita de plata. Además, se lo pongo muy fácil porque viviendo solo apenas mancho y soy ordenado. Después voy a al recreo, al café y a la tertulia bastante concurrida, hoy, con la excusa de que están los americanos. Armamos un jaleo gordo en la cafetería. Pero hay buen rollo. Nos hacemos fotos con ellos. Intercambamos correo electrónico.

Después tengo que hacer los recados de la comunidad de vecinos, porque el actual presidente se niega a asumir el cargo que nos corresponde por rotación anual. Es un señor mayor y tiene pánico a firmar cualquier papel, algo muy común en la gente de antes, que cree que la firma los lleva directamente a la cárcel. Es gracioso y triste a la vez. Así que tengo yo que hacer de tesorero y mandadero.

Por la tarde ni me lo pienso. En cuanto he descansado diez minutos, me he cambiado y al monte con la muntan. Qué rico hacía y cómo he disfrutado. Hago hora y media y me paro en un pinar donde me sé desde hace años varios setales. Encuentro algunos corros de lepistas, pero creo que son de una variedad insulsa. Me entretengo y se me van finalmente dos horas en la salida. Y qué. Vuelvo oxigenado y pletórico, como un torito bravo. Ducha. Pijama y chándal. Al tajo, Gabilucho.

Algunos guas de trámites diversos. Unos cuantos de propaganda política que miro por encima. Otros, de los quintos, que siguen con la lotería. Alguno, de mi Chico, que busca una bodega de la Ribera para hacer una salida con su chavalina, visita y comida. No es a la inmediata pero le sugiero alguna en la que no ha estado y quedo pendiente de comentarlo con alguno de mis amigos de Piña. Esos saben de la cosa. Más que los ratones colorados. Y de vino, catedráticos. A mí también me gusta chiflar. Siempre socializando, nunca solo. Y he desarrollado un morrito fino con el tiempo. El vino es una cosa buena que hizo Dios después de crear al hombre. Por rectificar algo la cagada. El vino es símbolo básico de comunión o unión comunitaria, o sea, vida compartida. Como el pan. Por eso los bendicen en misa, y todos los curas no pueden estar equivocados (ni todos los borrachos tampoco). Aunque yo no sea creyente. Digan lo que digan los de Podemos y la izquierda caviar. Yo también soy progre, pero no un confundido de la vida. A mí el ploc del tapón y el olor de una botella al descorcharla me emocionan.

Hacia las seis guasapeo con mi excompa AT, profe de Lengua y Literatura, y quedamos el próximo miércoles en el insti a la hora del recreo. Se trata de una entrevista para un periódico o revistilla que hacen unos alumnos. Yo, encantadito. Ya ves tú.

Para concluir pongo un guas a mi quinta MY informándole sobre lo que he quedado con JC, el de la librería de Bilbao, y agradeciéndole las gestiones y el generoso esfuerzo que ha realizado para ponérmelo fácil. Muy buena chica, ya lo he dicho en otro lugar. A ver si puedo mover a media docena de los familiares que tengo por allá y si finalmente asisten cuatro contados, pues no voy a decepcionarme a estas alturas. Es lo que trae la edad madura, que aprende uno a ser agradecido con poco. El solo hecho de la promoción que supone darme a conocer allí y depositar algunos ejemplares ya me compensa con creces. Paciencia y visión larga. Seguimos.


06/11/24

Pues ha pasado ya el tiempo presumible de reacción de la vacuna y ni me he enterado. Decían que tal. Menos aun que con las otras dos que me puse hace una semana. Se conoce que me prueban bien, como se hablaba antes en los pueblos. Pasa con los desmedraditos y los feos, que la edad nos resulta próvida y agradecida y mejoramos bastante. Lo tengo comprobado.

Leo un rato de mañana y en la tertulia nos tiene ocupados el resultado de las elecciones de EEUU, con los amigos americanos explicándonos cómo va aquello. Es entretenido y muy interesante. Yo soy muy curioso respecto a determinados asuntos fuera del núcleo de lo artístico y lo literario; por ejemplo, la política, sobre la que procuro estar informado al día. Y otros temas que no vienen a cuento aquí y ahora.

Del Valen me largo al Castillo y tomo otro café mientras hago tiempo para la peluquería. Mi amiga PH me he dejado un huequecito antes de comer. El pelo algo largo y limpio, un tanto revuelto estilo escritor bohemio, puede estar bien para determinadas personas y durante determinado tiempo. Sin pasarse. Porque termina convirtiéndose en lanas y yo no me veo bien. Así que me han dejado como un pincel de guapo. Me miro al espejo y me gusto.

Ha sido oportunísimo lo de pelarme porque la tarde estaba divina de temperatura. No he podido resistirme. Me he cambiado y con la de montaña me he pegado hora y media disfrutando a modo. Cómo es posible que a estas alturas del año vuelva uno sudado. Voy a intentar salir siempre que pueda. Sin colgar del todo la burra hasta la próxima temporada. Y voy a controlar los kilómetros que hago de escapadas esporádicas. Por supuesto, la cabeza pelada es más higiénica y cómoda.

Bastantes guas por la tarde pero no queda otro remedio. Confirmo con los de la librería de Bilbao para finales de este mes. Me ha llamado por la mañana mi quinta y me ha contado la gestión con la dueña. MY se ha portado muy bien y se ha preocupado muchísimo, incluso comprometiéndose a llevar un pequeño público de amigos. Le debo el favor. Y confirmo presentación en la biblioteca de Cantabria para enero, todavía sin fecha También pendiente, durante el segundo trimestre, con el insti de aquí. Y en abril, Valladolid. En fin, van saliendo bolos.

Cuando me jubilé, decidí dedicarme a esto profesionalmente en todos los sentidos, menos como medio de vida (no me hace falta: vivo bien de mis rentas). Y ahora tengo que ser consecuente. Y me siento feliz con lo que han supuesto estos tres últimos años de relación con la editorial. Lo único con lo que no contaba es con este exceso de tarea diaria. Hago horas como si estuviera en activo. Es más, si siguiera en la enseñanza no podría con todo. En fin, creo que lo más positivo es que todavía mantengo ilusión y ambición por escribir. Y acción. Por descontado. Trabajo. A los trece años ya juré que daría la vida por esta pasión. Y sigo. A muerte. A tope. A ful.


05/11/24

Otra noche que abro los ojos a las cuatro y pico y ya no hay quien los cierre hasta dos horas después. Me imagino a una liebre con las pupilas ardiendo en la oscuridad, a la intemperie. No estoy preocupado por nada, sino que entiendo que desde las once y pico que me voy a la cama el cuerpo descansa tan bien que le resulta suficiente. No es como cuando de joven.

 Me levanto y me arrebujo en el sofá con la mantita. Tomo un poco de leche para templar el cuerpo y me pongo a leer, claro. Qué voy a hacer si no. Hasta que a las seis se me vuelven a caer las persianas y me meto de nuevo en la cama. He dormido a ratos, pero se me ha hecho corto hasta la hora habitual de levantarme. En fin, que tiene uno el cuerpo desajustado como el tiempo, o quizá es que la edad marca sus ritmos. También tenía un poquito cogida la nariz, eso es verdad, y en cuanto la he hidratado ya he notado el efecto de esas gotas de ácido hialurónico que son tan eficaces, inmediatas y sin rebote. En fin, que me resulta muy difícil dormir ocho horas de un tirón y no sé si no será imposible de aquí en adelante. Es curioso que no me siento cansado durante el día y también que me viene de perlas un cuarto de hora desconectado después de comer.

Había tertulia polémica y concurrida, cosa que me estaba gustando, pero tenía pendiente la vacuna del Zóster que por fin me he puesto. Pensaba que tardarían más en contestar la solicitud. A primera hora me avisa la enfermera. Hará unos quince días que lo pedí. De maravilla. Aunque algo duele el brazo y me han dicho que es un poquito más reactiva. Pero ahí queda, aunque falta otra dosis para completar dentro de dos meses. Y vale para siempre. Lo comento con algunos amiguetes de aquí. Nadie se da por aludido. Pues a mí plin, no te jode.

Se me cruza una labor que me ofende porque no contaba con ella y como soy tan manoplas sé que me va a poner a cien. Se fastidia una ruedecita corredera de la mampara de la ducha de arriba. Me imaginaba que después de veinte años a ver quién encuentra ese repuesto. Pero en una tienda me dan una referencia en internet de una página donde se vende este tipo de cosas. Veo algo similar, pero no me cuadra el tamaño del diámetro de la rueda. Un calibre, ¿no? ¿Paqués un calibre?, Para esto, ¿no? Y ¿dónde hay eso?

Decido desarmarla y la he armado. Cómo no. Se cae del tornillo una arandela pequeñita y se cuela por la rejilla de la ducha. Primera blasfemia en do mayor. Destornillador. Con un delgadísimo palito logro recuperarla. Parece que la rejilla circular ha quedado en su sitio. Qué peligro tienes, chaval, me digo a mí mismo. Mañana acudiré a comprobar si se corresponde la foto que he tomado en la página con la ruedecita que llevo en la mano… No creo que tenga solución. No.

Comida para tres días y a partir de ahí, parar en seco los nervios. Tranquilidad. No se cae el mundo. Peor es una dana. Estas lentejitas han quedado sabrosas. No quiero saber más. Ver la tele hasta cerrar los ojos... Cuando los abro sé que tengo que salir al súper para traer, sobre todo, aceite. Había leído que el precio bajaría, pero creo que era a partir de principios del año que viene, O sea, que no voy a esperar o freidora de aire, que dicen. Yo no soy tan moderno como para eso, aunque creo que es sencillo. De vuelta ya puedo sentarme al trabajo, pero después de las cinco comienzo a sentir un mínimo malestar esperable de la vacuna. Poca cosa. En fin, espero que sea el primer día porque el finde completo tengo entradas para el teatro. Y no quiero faltar. Me chifla.

El Chico ya ha probado el coche y parece estar reparado. Esta vez sí. También la cuenta va a mis costillas, que para eso soy el titular. Topamí. Él no me lo pide, el hombre. Pero yo se lo ofrezco. Qué más dará… Y eso me recuerda que tendré otra receta con el cambio de las cuatro ruedas del mío. Esas no van a ser baratas precisamente. Mon me dice que mire precios en algún taller de por aquí. No tengo paciencia, majo. Y, además, qué más dará. En realidad, todo da igual habiendo salud y un poco de sobra. De lo único que se puede prescindir es del amor. Y se sigue viviendo. Pero mal.

Voy a tener que escribir a First Dates para que me busquen una novia, pero ayer me desanimé cuando lo estaba viendo. Una señora de ochenta años le hizo la danza del vientre a un señorín de cerca de noventa. Él se asustó, lógicamente, con semejante odalisca, y la rechazó. Me sentí identificadísimo. Igual que con otra de sesenta que le confesó a su pareja que necesitaba hacer el amor seis veces por noche. Aquí sí que me rendí. Me desinflé. ¿Lo pillas?


04/11/24

A la hora justa de la cena me entra un guas de mi Chiqui con una buena noticia. Parece que a través de alguna amistad de la familia de su pareja es posible que me permitan depositar un ejemplar de mis libros en la Biblioteca Central de Cantabria. Una honrosa oportunidad. Es más, sería bastante probable que la temática de mis “Perlas” encajase por su tema cántabro para una presentación en la propia biblioteca. Eso ya sería superior. Vamos viendo.

Por cierto, mucho mejor descanso con una cena más frugal. Aunque todavía me paso sin darme cuenta, porque el problema es tener a mano algún dulce que entra sin sentirlo. De todas formas, soñé un poco al final de la noche. Recordé al levantarme que poco antes en mi habitación caía un diluvio universal y yo experimentaba, como tantas veces, el sueño recurrente de que perdía o no encontraba a alguien a quien buscaba.

O sea, que de grandes cenas están las sepulturas llenas, dice el refrán. No debo de haber aprendido la lección. Esta tarde, a la vuelta del paseo, he pasado por el Lupa y me he pillado un kilito de los polvorones que me privan. Hago foto y lo mando al guas familiar. Mi Chiqui enseguida recoge el guante y dice que aguante. Hasta el viernes cuando ella venga. Nosenosé.

Muy numerosa la tertulia del café y así no hay quien se entienda. Hay días que se pega gente que no conoce nuestra dinámica de grupo ordinaria y no aporta nada. Es más, en mi opinión estorba, pero consentimos por educación. Y el caso es que como pasan por allí esporádicamente no pagan. Qué bonito.

Los americanos han tenido que llevar el peso de nuestras preguntas sobre la situación allá, al otro lado del charco. Son de L.A de California. Están decepcionados y muy dudosos entre las dos opciones. Por Dios, cómo se puede entender eso. Para mí es claro: su opción habitual está re-presentada por un im-presentable. Por eso se tiende a relativizar el valor del oponente: porque en el fondo no se quiere votarlo. No hay nadie neutral en política. No me equivoco ni esto. Lo de aquí, sin comentarios….

Le parece muy buena chica pero no siente ni mijita de atracción física. No es una cuestión de estar bien o mal, pues cree que cualquiera diría que está bastante bien objetivamente. Solo que él es todo lo contrario, muy subjetivo, lo cual significa que lo que le conquista por dentro lo embellece y magnifica por fuera multiplicándolo por mil.

¿Y por qué se le ocurre esto ahora? ¿Qué es lo que se le ha pasado por la cabeza? ¿De qué estaba hablando él hace un momento? No sabe. Supone que su cabeza es un hervidero o una jaula de grillos. Pero es lo que hay. Un tipo curioso, el Gabilucho. Frikísimo.


03/11/24

Me entretengo estos días atrás hasta casi las doce con las noticias sobre las inundaciones. ¡Cómo no interesarse y ser solidario con la desgracia ajena! Da miedo, pues en las palabras de los expertos es un anuncio de lo que nos espera en lo sucesivo. Eso significa, a la inmediata, prevención. En lo posible.

Ignoro si esta misma causa ha sido la que me ha llevado a tener pesadillas durante toda la noche, o eso me ha parecido. O tal vez es que, más que abusar de la cena, forcé el estómago mientras estaba pendiente de la tele y me metí una bolsa entera de patatas industriales y venenosas para mi estómago, que ya no aguanta bien esa inyección de grasa procesada, aunque pueda contener alguna dosis óptima de potasio.

El caso es que toda la noche me estuvieron persiguiendo monstruos que no veía. Pero estaban ahí, en la habitación. Curiosamente, el estómago ni se me mueve, pero por lo que se ve afecta a mi cabeza. Además, cuando como cosas así, también chocolate, estoy todo el día con la sensación de que tengo mucho calor en el cuerpo. No hay quien lo entienda. Pero hasta aquí hemos llegado. Y me encuentro bien. No sé si por dentro el colesterol terminará asomando al blanco de los ojos. No vuelvo a comprar de esas mierdecillas.

En la tele una señora cuenta la historia de un familiar al que la riada ha pillado con sus dos hijos al lado, agarrados a la reja de una ventana. Pero uno de los chicos sostenía un perro con él y en un momento determinado se le soltó y se lo llevó el agua. El muchacho se echó a la violenta corriente tras él, y tras este su hermano, y finalmente el padre siguió a los dos. Los tres han muerto. Y pienso que esa cadena tiene algo de humano por encima de las circunstancias. Algo cuyo nombre no acierto a encontrar. No material ni espiritual. A medio camino.

Por la tarde me doy cuenta de que mi Chaval se ha olvidado en el frigo el bizcocho que le había traído su tía M. junto con un táper grande de quinoa y unos pimientos. Abro y me da un alegrón. ¡Cómo puede ser un tío tan despistado!, me digo. También me ha dejado un par de tarritos de pimientos. Se lo cuento a mi cuñada partiéndonos de risa. Después le mando un guas a él. To pa papa, le escribo. Anda y jodeté, le escribo. Solisto, le escribo.

Casi no hay forma de pasar una tarde sin que los guas no silben en el móvil y requieran la atención. Puedes ignorarlos, pero es casi automático el movimiento para atenderlo. Recoger lotería no sé dónde. Recordatorio de renovar el dni electrónico no sé cuándo. Fotos de quintos disponibles en cuanto vuelva a. Noticia del procurador del psoe en. Chiste sobre alcalde por.

Intento regresar a mi ocupación y los ojos se prenden de pasada a la maravillosa flor del cactus navideño. ¡Cómo ha retoñado! ¿Es de este tiempo?, me pregunto. Las riego una vez por semana. Y en apenas diez días se ha multiplicado por cincuenta brotes y cada botón se abre en una secuencia que va desde la punta de flecha al alargamiento y apertura de pétalos del rosa intenso al rojo con reflejos claros. ¿Qué significará esta eclosión? No importa. Es milagrosa.


02/11/24

Aunque amanece de niebla, luego aclara y queda un día riquísimo. Tanto es así que he salido a la compra de la tarde en chaleco. Desde luego, quién puede negar a estas alturas que el tiempo está alterado. Por la tarde he podido salir al paseíto y la compra y el chaleco casi me sobraba.

Me despierto en cuanto oigo a mi Chaval entrar a casa hacia las siete y aguanto un tantín en la cama hasta que termino tan aburrido que me levanto. Leo. El socio me decía ayer viniendo de Piña que para qué madrugaba tanto y como le contesté que para leer me retrucó inesperadamente: “No hace falta leer tanto.” Es tan impropio en él que no acerté a mi vez más que a preguntarle por qué decía eso. “Porque no hay que leer tanto”, volvió a repetir con un tono de admonición que ya no admitía más réplica. Me quedé pensando y llegué a la conclusión de que estaba repitiendo miméticamente una frase de mi madre cuando me veía de joven tan apegado a los libros. Quizá porque sospechaba que el exceso intelectual también tiene un precio y más probablemente por el miedo popular a la locura quijotesca.

En el café no esperaba tertulia, como es habitual los sábados, pero habían llegado ya los amigos americanos en su gira por España de todos los años. Jubilados que rondan los ochenta, no suelen fallar desde hace casi cuarenta años. Profesores ambos, y él con orígenes lejanos en Asturias. Por eso vinieron la primera vez y por el mito romántico de la España diferente.

En cuanto me han echado el ojo me han llamado y me han invitado a sentarme con ellos. Estaban deseosos de charlar (retomar la práctica del idioma, que entienden mejor que hablan), de entrar en el debate de política que es uno de sus favoritos. Hemos pasado un buen rato y nos hemos citado para el lunes cuando estén los demás contertulios. Son agradables y muy puntillosos en sus observaciones. El acento es muy marcado y por eso resulta divertido oírles formular insistentemente: “Tengo una pregunta para hacer…”

Después teníamos obligaciones o compromisos por ambas partes y nos hemos despedido. En mi caso, preparar el rancho, pues sospechaba que mi lebrel no iba a levantar la oreja de la almohada hasta la hora justísima de la comida. He conseguido unos espaguetis con mucho arte. No una pasta cocinada sin más, sino un aderezo marca de la casa que hasta el propio Chico ha elogiado: “Están muy buenos”. Sencillísimo pero rico rico. O sea que cuando le he llamado “à table”, se ha chupado los dedos. Y yo.

Cuando subo al estudio me disperso revisando y releyendo algunos trozos del “Don Juan Tenorio”, de mi paisano Zorrilla. Me hacen gracia y me gusta esa facilidad para rimar sin pensárselo de ese mirriajo, de ese teterín (dos palabras del léxico esguevano casi reducidas al ámbito familiar), que tuvo la gloria de ser coronado como poeta nacional y se murió pasándolas putas, casi de hambre, porque todo se lo comía la “niña de mármol”, la rubia con la que se casó treinta años más joven que él. Al final, la pagó. Pero queda su valentía de Tenorio con lobanillo gigante en la cabeza, queda la bravuconería de su don Juan que somos todos.

Pero que no llegó a la grandeza de Cyrano. Tienes similitudes, eso también lo he analizado a ratos. Pero no son el mismo tipo ni de cerca. Cyrano tiene grandeza y clase. Don Juan es un chulo de familia rica. Y, sobre todo, Don Juan es guapo y Cyrano temía la mirada burlona de la mujer (“J´ai redouté l´amante à l´oeil moqueur”). Yo nunca sería don Juan ni aunque pudiera elegirlo de antemano. Yo nacería y moriría de nuevo por ser Cyrano. Me quedo, pues, con él. Touché.


01/11/24

Finalmente, la conferencia de JA me resultó bastante ilustrativa en cuanto a dos escultores barruelanos y menos respecto a Ursi, por razones obvias. De Brosio tenía conocimiento más de anécdotas oídas que de su trayectoria y apenas había visto cuadros suyos. Ayer me convencí de que con base en la vanguardia posee un estilo expresionista interesantísimo. Y de MF Dapena lo desconocía todo, incluso el nombre. La parte de pintura más social y reivindicativa me gustó mucho. En conjunto, resultó ameno porque Julián supo estructurar su discurso introduciendo cada parte con una canción significativa y el contenido de cada artista resumiendo hasta encontrar los hitos más destacados de cada trayectoria. Pasé un rato agradable.

Al llegar tuve una vez más la suerte de encontrar sitio al lado y a media hora de concluir el límite establecido para el aparcamiento de pago. Estupendo. Y en la entrada me topé con mi amigo JB, con quien ya he coincidido en otras actividades culturales y creo haber anotado siempre su temperamento cañero desde la óptica de un progre tan evidente en su denuncia que resulta divertido. Tenía compromisos al concluir el acto y tampoco asistieron mis amigos JM/MF, con lo cual tiré para casa y tomé un par de pinchos a la salida de la rotonda del vial. Había ambientillo. Yo, de miranda. Sin más. Vuelta a casa para completar con una breve colación. Enseguida llegó el Chaval con la novia a pernoctar. Hoy se han levantado pronto para acudir a un balnerario en La Hermida. Qué gusto.

Ha podido concluir la novela de EGL, que me ha parecido un valioso ejercicio de estilo en el trabajo con una lengua coloquial, seca, fragmentaria y muy eficaz conforme al tema. Es un universo narrativo tan particular que ni siquiera se priva de algún elemento maravilloso que sorprende en el contexto hiperrealista. Voy a seguir leyendo a esta autora.

….

Hemos salido pronto para Piña, pero ya íbamos sobre la idea de que hoy no habría responso en el cementerio por causa de un entierro en otro pueblo cercano al que el cura había concedido lógica prioridad. Pero hacía tan bueno que nos hemos acercado a las tumbas de padres y abuelos para dedicar unos segundos de silencio y revisar un poquito el mantenimiento (mi hermano Mon, que no para). Después nos ha servido para charlar con los que han ido llegando en el espacio de más de una hora que hemos permanecido allí.

 Charlo con OP y su marido un buen rato, que tienen allí un negocio hostelero.  Con MAS, profesora de instituto. Con los primos de VR, viejecita, que llora cuando la saludo porque echa de menos a su marido y mientras gime apoya una mano en la lápida como si quisiera trasladar su calor en el recuerdo. Con mi quinta MY, que recoge el libro que me había encargado, y al mismo tiempo se compromete a llevar un grupo de amigos el día que sea la presentación en Bilbao. Con JZ, MZ y su madre, gente a quien aprecio, vecinos y cariñosos siempre. Con CV y AV y su hija, que me recuerdan la obligación de escribir pronto el siguiente… Con gente de Piña de toda la vida que me da un trato inmerecido, como si yo fuese realmente un escritor famoso… Y lo soy a mi manera.

Eso le digo a mi hermano en un aparte: no venderé cincuenta mil ejemplares, pero venderé quinientos que estarán repartidos fundamentalmente por los sitios donde he vivido y entre las gentes a quienes quiero y me quieren. Sobre todo, como digo, en Piña. Allí, prácticamente en cada cada casa, quedarán en depósito colectivo algunos de mis libros. Y esto, solo esto, me compensa con creces. No sé hasta dónde llegará la voz de mi escritura (quizás no muy lejos), pero procuraré dejar una obra que toque diferentes géneros, amplia en el número de libros y con algunas particularidades singulares de estilo. Quizá, en conjunto, el primer caso de escritor profesional de un pueblo con mil años de historia. No está mal, me digo. Sin vanidad ni falsa modestia. Y lo que me queda. Pero tengo que confesar que lo que me haría de verdad feliz es que dicha obra fuese un homenaje emocionado y útil a la raza de la Esgueva. Eso sería la bomba. El copón.


31/10/24

Me acuesto con la conmoción que me han producido las imágenes de la Dana en Valencia. Esto ya no es un fenómeno casual de la naturaleza, esporádico e imprevisible. Es una evidencia científica de la alteración climática producida por el hombre mediante la combustión de fósiles. Es indiscutible. No opinable. Y aquí están los efectos ante los que no queda más que reducir CO2 y prevenir. No hay más. Si no queremos extinguirnos, o lo que es peor, extinguir el mundo de nuestros descendientes. Terrible.

Después, mientras concluyo la novela de EGL me llega un guas de mi amiga MB con una imagen de Barcelona con el mar al fondo atravesada por un tornado. Da miedo imaginarlo. Cuídate, chavalina, le digo. Parece que todo el Levante afectado por las inundaciones se extiende de norte a sur en zonas declaradas inundables cada cincuenta años. No es casual, sino progresivamente más grave.

Después de las labores domésticas y un café, me fijo en un maravilloso minivídeo de IG sobre un cantante kazajo del que no había oído hablar. Me quedo atónito. Jamás había escuchado una voz de semejante rango vocal. Quiero continuar con mi lectura, pero la curiosidad no me deja. Pincho varias canciones de él en el Yutu y el Spoti. Imposible parar. Se lo envío a mi cuñada Y., que de eso sabe mucho, para que me lo aclare. Es un “Ave María” sin letra, tan portentosa que puede sacarte las lágrimas. El tipo se llama Dimash Qudaibergen. Atento de aquí en adelante a este fenómeno no único, pero considerado una de las voces más prodigiosas del mundo.

Aprovecho un ratito por la tarde nada más comer. Después bajaré a Palencia como le prometí a mi amigo JA. La conferencia sobre los tres escultores palentinos tiene un interés relativo para mí. Pero quiero retomar lo de otras épocas en las que seguía esa actividad cultural de la Caneja con más frecuencia. Ahora interesa también por contribuir con un donativo y que no termine cerrándose. Es increíble la precariedad cultural por dejadez de apoyo económico público. Y vergonzoso.

Si mis amiguetes J. y M. andan por allí me tomaré después unas tapas con ellos, como el otro día. En fin, por hoy poco más. Estoy contento con el curso que va tomando la novela en los últimos días. Ella sola se va definiendo. Pero tendré que meter más horas cuando me lo pida el desarrollo. La pena es que tengo cargadísimos los hombros. Me queman a ratos. Y no veo manera de aprender a relajarlos. O tengo contracturas y dureza muscular por no prestar demasiada atención a estos cuidados. No estaría de más unas sesiones de fisio. Pero más adelante. Ya veremos. Si no me queda más remedio. En todo caso, tengo que compensar con salidas de hora y media a caminar. Vale. Por hoy.


30/10/24

Como en las ocasiones anteriores, las vacunas me sientan como Dios. Ni un síntoma más allá de la mínima molestia. Y ya ha pasado día y medio. Por eso no entiendo el rechazo visceral de determinadas personas. Creo que es un síntoma de psicosis comunitaria, parecido a lo que sucede en política. Me importa mucho no tener ningún efecto secundario, pues mañana quiero bajar otra vez a la Díaz-Caneja de Palencia, para la conferencia de JA. Hasta es posible que coincida allí con esa pareja de chavales estupendos que son mis amigos JM/MF. Aclararé que son feliz matrimonio, porque en la actualidad puede resultar ambigua la frase anterior. Cosas del sinuoso (pretencioso, lamigoso) lenguaje inclusivo. Ojo.

Voy a llegar en unos días a las mil quinientas páginas de diario y no dejo de plantearme si el mío estará a la altura de grandes diaristas del pasado como SP (inglés) o VK (alemán) o CP (italiano), o los de los españoles contemporáneos JP, AT o RC. Uno intenta medirse con los grandes, porque no tendría sentido ponerse frente a la hoja en blanco sin arrojo. Escribir no es para pusilánimes ni para prosternarse sino para desafiar: a la lengua, a los maestros, al estilo. Aunque uno muera en el intento.

El cambio climático, que ha causado una inmensa tragedia en Valencia, debe de afectarme también a mí. Por expansión de los efectos de ese cataclismo. No sé si será precisamente por ser de signo astral Acuario, es decir, lunático porque en la naturaleza la luna rige las mareas. El caso es que la dana me alcanza por las noches en el centro de mis sueños… Es que a mí el exceso de líquido, como el exceso de comida por la noche, me trae pesadillas o, como mínimo, sueños raros. Y me revuelve los adentros.

Sueño que era joven y hacía una de mis trampas habituales en la facultad; o sea, que enviaba un poema a alguien atribuyéndoselo a un poeta famoso, para ocultar el verdadero motivo de inspiración, que era la persona que lo recibía. Y eso daba lugar después a quedar para un café y el correspondiente comentario técnico sobre la belleza de dichos versos. Eso me ponía mucho y me producía una felicidad íntima suprema. Estaba especializándome en el arte cyranesco. Llegué a ser habilidoso en ello. Por supuesto, mejor si era en tardes de otoño con lluvia en los cristales mientras anochecía. Ninguna de aquellas bellezas me correspondió. Ni siquiera supe si descubrieron el engaño. Hoy creo que sí. Es más, me arriesgaría a decir que siguen recordándome (¿queriéndome?) un poquitín cuando yo las he olvidado prácticamente a todas. Incluidos sus nombres. ¡Cómo es el mundo! ¡Y cómo son los poetas, que terminan dando más valor a las palabras que expresan las emociones que a las emociones mismas! Pero bueno, aunque solemos ser feítos, parlones y tontilocos, sin embargo, tenemos un puntito muy tierno. A veces, muy rico. Pruébalo. Venga. Tú.


29/10/24

Algo era ello. Ya decía yo. Pero no caí en la cuenta de un detalle decisivo para entender que ayer me encontrara flojón. El caso es que llevaba varios días sin el refuerzo de magnesio y potasio que tomo toda la temporada que hago bici, para evitar los calambres y fatiga muscular que hace unos años tantos problemas me dieron. Sudo mucho y pierdo estos minerales. Pero al concluir la campaña en septiembre lo voy dejando hasta el año siguiente. De forma progresiva. Y eso lo he adivinado hoy porque he notado las piernas sobrecargadas sin apenas haberme movido. Es el síntoma de que el cuerpo estaba reclamando a lo que estaba habituado. He tomado la efervescente e iré quitándola más despacio. Es inocua, desde luego, y es habitual en deportistas de esfuerzo continuo tomarla todos los días.

De todos modos, en cuanto el paracetamol me hizo efecto y cené tranquilo, se me pasó la jaqueca y me metí en la cama enseguida, a pesar de que me estaba gustando “Fort Apache”. Se me caían los ojos. Al sobre… Ha sido un amanecer apoteósico, elevado al máximo de alma (y a tope de cuerpo, ¿lo pillas?). Porque soñaba con alguien y entraba a matar muriendo (de amor). Uf. Es sorprendente, porque uno no se lo imagina cuando es joven, que el cuerpo sano pueda conservar casi hasta el final ese instinto básico de dar estopa. Guau.

En la tertulia no hemos comentado la experiencia con los níscalos. Se nos ha olvidado, pero tengo que preguntarles mañana. La olla exprés me lo resolvió con un rehogo básico. Una parte tuve que tirar porque traían habitantes. Eran grandes pero en cachos ablandaron bien e, igualmente, hice trozos triscados no demasiado grandes de patatas. Poco más de cinco minutos y al plato. Les metí un poco de puré de patata para ligar. El pimentón era picante y no reparé en que ya le sobraba la pimienta espolvoreada. Quedaron un poquito recios, es cierto. Pero fueron padentro. Calentitos. Un reconstituyente. Debió de ser por eso por lo que soñé con el pecado de la hermosura. Que no es pecado porque el amor lo ennoblece y sublima. Ojalá pudiera uno soñar a capricho y placer siempre que lo desease…

A partir de las doce vacunaban. Me he pegado un paseo hasta allí y no había demasiada cola. Además, va rapidísimo. Me he puesto las dos, covid y gripe, y no me deben de haber sentado mal porque lo único que noto, como otras veces, es un mínimo dolor en el brazo si toco en la zona. Na de na.

A mí las vacunas me hacen bien, yo creo, porque me tranquilizan. Me pongo todas las que haga falta. Hay gente que dice que le sientan fatal y sospecho que en algunos casos es porque no se fían. Es parecido a quienes les sienta mal una comida porque la toman a disgusto. Unas setas, por ejemplo. No sé cómo estaré mañana, pero ahora mismo, como un machote.

Ya me han levantado en el Lupa los polvorones que me gustan. Menos mal que los tenemos encargados también en su página güez. Solo quería probar alguno porque me encontraba con el subidón y oxigenado después de un paseíto reconstituyente. No he engordado nada desde que dejé la bici, pero el riesgo está desde la Constitución a Reyes. Ahí es donde embaulamos los kilos que después hay que limar durante el año. En fin, tampoco me preocupa porque me exige poco mantenerme más o menos. Y sin demasiado esfuerzo ni dietas ni vainas. Tengo una morfología típica castellana y más tirando a recia de mi madre que a blanda de mi padre. No soy un cachas pero no tengo grasa. En el término medio para mi edad, aunque veo a muchos más quebrantados que yo porque a fin de cuentas mi profesión no me ha pedido gran desgaste físico. En general. Y casi toda mi vida, sin tener grandes cualidades deportivas, he practicado alguno. Estoy bien conservado, sin ser el as de la calistenia. ¿Vale?

Hago un alto de relax en la labor, aunque hoy me siento fuerte y recuperado. Destapo entre papeles un apunte en un folio reutilizado en el que me recuerdo a mí mismo comprobar un detalle en mi ejemplar de Cyrano. Me lo trajeron los VV de París hará más de treinta y cinco años, calculo, pero desafortunadamente no puse fecha al lado de mi firma, que personaliza prácticamente todos mis libros. Comprado en la Librería Larousse, 17 rue du Montparnasse.

Ha sido ahí, en el acto quinto, escena quinta, donde Roxana comprende la impostura de Cyrano y le descubre: “La voix dans la nuit, c’était vous!”. Eso ha sido lo que me ha conducido por centésima vez a los vídeos de Youtu donde por una casualidad feliz he encontrado tres versiones completas del Cyrano, dos de las cuales antes no existían. Y vuelvo a escuchar la voz hipnótica para mí de José Ferrer, en inglés, y la más apremiante de la guapa Mala Powers: “The voice on the dark, that´s for you!”. Lloro como tantas otras veces… Es la peli con la que he llorado más veces en toda mi vida, puesto que la he visto hasta desgastarla.

Vuelvo a mi trabajo sobre la novela, rehago, replanteo, pienso soluciones, me enredo en la “inventio” sin perder por eso el “recado”. Pero no se me olvida mi buen Cyrano herido de muerte, herido de la vida, herido de realismo cuando ya no es posible soñar. Vencido en su último intento inútil de hablar desde la sombra. Pues no hay más intentos. No hay después. Después es morir. Y aprendo una vez más en mi maestro Cyrano la gloria del fracaso, el honor de la derrota, la elegancia del desengaño. Y la voz oculta que me suena por dentro y sé muy bien de dónde procede. El corazón.


28/10/24

Fui tarde a la cama y tardé en dormirme. Con el corazón un tanto revuelto, pero la mente clara. Se puede dejar volar la imaginación hasta donde sea capaz de llegar con sus propias alas (W. Blake), pero después hay que descender, precipitadamente, con las alas quemadas (Ícaro) o con la elegancia de la caída de las hojas en otoño (Cyrano). Prefiero a este último. En cualquier caso, la realidad. Es lo que hay. Todo pasa. Fluir…

Y la mejor manera es no mudar la costumbre. Madrugar como todos los días aunque sea con un poco más de sueño, acogerse a los ritos pausados y consuetudinarios, practicar las certezas que proporcionan estabilidad: en definitiva, repetir lo de todos los días para coger el ritmo enseguida y entregarse al santo trabajo. No hay más. Este ejercicio mecánico es un fundamento imprescindible de la vida sana y feliz.

Me pongo a leer. Comienzo a preparar la siguiente entrevista sobre una originalísima escritora de novela negra, EGL. Quizá la más original del panorama actual. Voy a arrancar con una titulada “Los guapos”. Sus historias son más bien cortas, así que a lo mejor me leo las cuatro que tengo en mi biblioteca. Venga.

En la tertulia, más concurrida hoy, hemos repartido la bolsona de níscalos que ha traído de Navamuel el excartero JC. Nos hemos comprometido los que estábamos presentes a ponerlos para cenar y mañana discutiremos a quién le han salido mejor. Hay mucho cachondeo y bromas macabras a cuenta de las setas. Entro en reacción rápidamente y mi tono vital sube a su nivel ordinario de vigor, de ganas de vivir, de limpieza del alma con el centrifugado de pensamientos negativos para no hacerse daño uno mismo. Sé que soy un privilegiado y que pedir más sería avaricia. Hablo mucho, como una máquina, alzo la voz, disfruto… Hasta que oigo a mi conciencia decirme que sea misericordioso sin esperar correspondencia.

He salido a un rapidísimo garbeo por la tarde. El caso es que acompaña una temperatura muy rica. Hay un norte suave, que es lo correspondiente. No es tiempo de ábrego (sur, aquí) o siroco o jaloque, dicen en otros sitios, que a mí me produce cefalea. Pero tengo una pequeña cinta en la frente y pienso que es más bien por efecto de haber descansado mal. No por la climatología.

Decido no forzar, tampoco calarme, y volver a casa pronto. Paso por la joyería de FS. Una breve charleta. Me gusta porque es un tipo recio, resolutivo, de una pieza. Pillo entradas para el segundo finde del teatro de sala. Voy a ir los tres días. FS me recuerda sin palabras, mirándome a los ojos, cuánto le gustaba a Lourdes este festival. Me pregunta delicadamente a pesar de todo: ¿Cuántas de cada sesión? Es una manera de aludir a la circunstancia susodicha. Para un “single”, le digo sonriendo. Ahora es él quien sonríe sin levantar la vista del talonario.

Cuando salgo de allí voy pensando que me gustaría mucho, muchísimo, ir al teatro acompañado, como toda mi vida. Es un acto social por excelencia. Y sé que en cuanto entre en la sala, de inmediato localizaré a alguien con quien compartir butaca vecina y ocasional. Siempre me pasa, porque soy extrovertido y atrevido. Pero en el fondo me gustaría acudir, entrar y salir con alguien especial para mí. Es así mi manera de sentirme bien. Pero no es el caso. En fin, es lo que hay.

Si arrecia el dolor de cabeza voy a tener que meter un ibuprofeno de un gramo, además del paracetamol que ya me he tomado. Porque la incomodidad no me deja escribir. Aporreo el teclado y me retumba en la cabeza. Y me estoy poniendo de mal humor. El cuerpo es un animal y es posible que me esté pidiendo descansar. Voy a dejarlo. Me esperan esos níscalos y a ver si de esa manera se me olvida la chinostra. Además, no me puedo poner malo porque mañana tengo que vacunarme. Y tengo obligaciones todo el resto de la semana, incluida la visita a Piña el día de los Santos. No tengo tiempo para enfermar, de ninguna manera. Solo que me crispa pensar que me pongo malo y estoy solo. Es uno de mis demonios. Pero no hay miedo, eso tampoco. Estoy cansado. No es más. Se acabó por hoy, campeón. No vale uno para nada. Bah, qué mierda.


27/10/24

Con el cambio de hora, el cuerpo es animal de costumbres y no me percato hasta que me he levantado de que estoy haciendo lo de todos los días pero una hora antes. Qué rabia. Ya no hay sueño. Por ocuparme en algo, ajusto los relojes. Aprovecho el primer rato de lectura. El velux empañado, casi opaco.

Después del café regreso por ver si la Chiqui ya se ha levantado y charlar un poquito con ella. En efecto, cambiamos impresiones y planes y nos ponemos cada uno a lo nuestro. Es bonito sentir su compañía, el rumor de su presencia abajo, en su habitación, mientras yo remiro el periódico en mi butaca de la buharda.

Antes de comer se presenta la tía M., cómo no, y no hace falta que diga nada porque la conocemos. Cuando están sus sobrinos es más que probable que nos visite con las bolsas de los táper. Es una delicia, por lo que me llega de rebote. Nunca es escasa (calabacín, cangrejos, quinoa, pimientos…), incluso un postre de bizcocho de manzana bien rico. Doble, uno para la Chiqui y otro para mí, lo cual me hace gracia porque interpreto que a mí también me aprecia. Luego, no me habré portado tan mal en esta familia.

La Chiqui y yo damos buena cuenta de todo lo que se va acumulando en el frigo y ya casi nos apura consumirlo pronto. Tanto es así que cuando finalmente se haya ido de vuelta a León, descubriré alguna cosa que se ha olvidado (los aguacates, coño). Se lo digo por guas. Ah, sí. Antes de marchar la acompaño a Gullón y coge dos de esas bolsonas de galletas para los compas del hospital. Es un clásico que también distinguía a su madre cuando salíamos de viaje de visita a amigos o familiares.

Lluvioso y airoso, no apetece salir a mojarse los pantalones con las ráfagas racheadas y constantes. Vuelvo al estudio y, puesto que es pronto para la escritura y no me apetece nada el coñazo de registrar libros, me entretengo con la lectura de los que ayer tarde me regaló mi amigo CAA. Casi siempre que bajo a Palencia es raro que no intercambiemos algún regalo de este tipo. También con JA. Siempre hay algo que descubrir y eso me estimula.

La amistad con estos dos escritores ha sido una suerte impagable. Desde hace algo más de veinte años me incorporé de lleno al ambiente literario de la provincia en su compañía generosa. Yo, que había vivido itinerante y sin asentar del todo en ningún lugar, salvo dos años con el grupo Scriptum de Torrelavega, pude conocer por fin unas referencias sobre las que fundar mi escritura. Palencia es tierra pequeña, pero su actividad ha pasado en todo este tiempo fundamentalmente por la acción cultural de César y de Julián. Les debo la riqueza de su charla sabia y sabrosa, para empezar.

A César, además de su propia obra, el regalo de los once números de su extraordinaria y elegante revista “Milenrama” y, después, lo que ha ido saliendo de la mejor colección actual de poesía de la provincia, publicada en la editorial Cálamo y dirigida por él mismo. Aquí también se publica el premio internacional Jorge Manrique, que ya llega a su octava edición. Una iniciativa de lujo para los tiempos que corren patrocinada por la Diputación. En esto, chapó. César me provee de cada número que va apareciendo.

Y a Julián le tengo que agradecer la noticia y numerosos libros de escritores palentinos, además de los suyos propios. Y, por supuesto, los veinte cuadernillos de Los Cuatro Cantones, publicados por la Díaz-Caneja y dirigido el proyecto por él mismo. En el penúltimo de ellos, todavía llegué yo a tiempo de colaborar poniendo prólogo a Esperanza Ortega.

A todo ello añadí por mi parte, promoviéndolo desde la concejalía de cultura de este ayuntamiento, la publicación de los ya diecinueve libros del premio “Águila de Poesía”. Lo digo con modestia, pero creo que todas estas publicaciones mentadas han representado lo último de algún valor duradero en la vida literaria de la provincia. Y ahí resiste todavía mi “Águila..” y lo de Cálamo más el “Jorge Manrique…”

Ya sé que se ha fallado el octavo de este último premio del que hablo, porque procuro estar atento y brujuleo por internet para mantenerme informado. Desde luego, el séptimo premio del que mi amigo me entregó ayer un ejemplar, es un catalán de L’Hospitalet, Sandro Luna, con una poesía de formas breves y con un aliento poético de gran impacto. Te dinamita el corazón en pocos versos. Un poemario con un título muy moderno y original: “La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos”. Por supuesto, en referencia a las dos pelis que protagonizó Paul Newman con el nombre de ese personaje. Por lo que a mí respecta, ¡cómo me habría gustado que este tipo, Sandro, hubiese ganado el “Águila…” Por conocerle. Me lo he leído de un tirón y me he quedado como un señor.

Voy a poner aquí tres breves estrofas de sendos poemas diferentes:

“El aire huele/ a cenizas de libros de poemas”

“Cómo crecen los lirios porque saben/ que ahora es su belleza sin después”

“Y porque tú me llamas/ yo me imagino a Dios/ persiguiendo palomas como un niño”

Nada que añadir. Solo tus ojos. En sombra. Como el silencio.

De joven me atraían las mañanas de domingo en otoño, despobladas las calles a primera hora y trizadas de lluvia fina rozando la cara escondida bajo las solapas del abrigo. Pero madrugaba menos que ahora, claro. Normalmente la noche había sido vertiginosa. Despertar pronto era tal vez, excepcionalmente, la oportunidad de buscar la huella de algún amor imposible… A pesar de mi apariencia feliz, siempre he sido este tipo de corazón desolado. Pero en silencio. Oculto. En busca del desahogo sordo de la palabra... Ay, Cyrano.


26/10/24

Ayer, día completo. Regresé de Palencia pasadas las doce, por eso ya no hubo tiempo de contar. Caí en la cama en plancha. Muchas gestiones por la mañana y muchas emociones por la tarde.

La reunión con la gente de Lengua y Literatura fue mucho mejor de lo esperado, con toda sinceridad. Comenzando por la espera a la puerta del departamento que fue el mío propio (en el que reiné, sí). Después llegó una compañera, y los recuerdos se agolparon cuando entré allí después de cinco años y los fantasmas del tiempo y las voces de los que vivimos allí y discutimos y batallamos y transmitimos la llama de las palabras… ¡qué bonito fue retomar! Como si de un día cualquiera de clase se tratara…

Les expuse mi idea de una actividad provechosa para los alumnos, y cotejamos con lo que ellos previamente tenían pensado. Fue bien. En definitiva, una actividad para los bachilleratos. Cien alumnos. Una lectura con valoración y debate, que es lo que yo pretendía. La fecha, “sine die”, me avisarán cuando mejor cuadre, casi seguro que en el segundo trimestre. Por mi parte, ningún problema. Salí en volandas. ¡Qué magnífico será volver a ponerme delante de los chavales!

Curiosamente, en un momento de la mañana me envía un artículo recién salido del horno mi querido MT, en una revista digital que dirige. Es atrevido y hasta agresivo en su idea de la enseñanza actual, tópico en algunas ideas más repetidas que contrastadas. Y se me ocurre invitarle a que asista a la actividad que acababa de comprometer. Le digo que vea las cosas “in situ” y después vuelva a opinar. Sin pensárselo dos veces, me dice que acepta. Así que le llevaré de testigo invitado y de técnico para el reportaje que tomemos, en cuyo cometido es un experto. Eso sí que es verdad.

Cerré también un compromiso en Valladolid, en el centro donde trabaja mi paisana MJS. Para abril. ¡Cómo me ha ayudado también esta chica y compañera de inglés! ¡Cuánto interés ha puesto! Me llama la atención porque miro su foto en el guas y es clavadita a su madre, que tenía un magnífico trato amistoso con la mía. Estos del maestro son supercolaboradores en todo.

Y negocié lo del coche del Chaval en buenas condiciones. Espero tenerlo resuelto a principios de esta semana. Todavía no he entendido bien el problema técnico, pero lo convenido es muy razonable.

Casi se me fue la mañana después de un rato de tertulia, a la que todavía llegué a tiempo, porque la reunión del departamento fue pronto. Dediqué el resto hasta la hora de comer a unos artículos reunidos en un libro del que recordé que se hablaba del personaje novelesco. Y me entretuve repasando la teoría literaria procedente, sobre todo, de la cátedra de Oviedo, MC Bobes Naves. Pero no quiero dispersarme más porque voy a terminar perdiendo el oremus.

Sobre las cinco me piré a Palencia. Quería llegar pronto y aparcar con tiempo, como así fue. Al lado de la Caneja, todo un campeón. Llamé a JA desde un bareto y pastelería que conozco en la Calle Mayor, y enseguida nos reunimos con CAA en la puerta de la Fundación. Y desde ahí nos fuimos a tomar un chisme al Bowling, sentados, con una hora de margen para charlar antes de que comenzara el concierto. CAA tenía compromisos y no pudo acompañarnos a esto último.

Despotricamos de todo a placer, claro, como viejos gruñones, incluido sobre nuestros problemas de próstata, cosa insólita y de la que no hablábamos hace veinte años cuando nos conocimos. JA acepta mi petición de presentar el “Bicho”, con tiempo para leerlo despacio y también por su delicada vista. A CA le dije que le pediría algo escrito para el periódico. Sé que me aprecian y que no hace falta más que mentárselo para aceptar. De todas formas, el próximo jueves bajaré a una conferencia de JA y volveremos a vernos.

El concierto, como otros actos organizados esta temporada, tienen como propósito contribuir con un donativo de ayuda a la manutención de la Díaz-Caneja, que anda de capa caída porque le han levantado una parte importante de la inyección económica pública. Tanto O. Pascasio (aguilarense) como Rabelius (cántabro) son dos músicos, compositores y pianistas profesionales todavía jóvenes, cuarentones, pero de una maestría que solo hay que buscar en el Yutu o en el Spoty para constatar su valor. Me encantó, me elevó el espíritu, me entró al alma. Y es que el auditorio tiene una excelente acústica y unas condiciones de versatilidad idóneas para este tipo de actos. Y la ocasión lo propiciaba.

De OP conocía los dos primeros discos porque los he puesto a veces de música de fondo, pero no tenía el segundo, que compré a la salida. El repertorio me encantó, aunque conocido, por canciones como “Autum”, la superreproducida “La ribera del Pisuerga”, “Algo entre tú y yo”, o “Waiting for you”. Esta última, mi preferida, siempre me ha resultado un prodigio de sensibilidad por la potencia que tiene de alcanzarme en pleno centro de una manera traquila y romántica (como el mismo autor define su música). No se cansa uno de escucharla.

Tanto es así que por momentos, mientras sonaba, yo miraba de reojo al asiento de mi derecha, vacío (la sala estaría a dos tercios de asistencia) y tuve la impresión de percibir una sombra transparente, blanquísima, que se levantaba y se alejaba entre las butacas hacia la salida lateral… Y cuando ya estaba en el pasillo a punto de dirigirse al exterior, se paró, me miró y levantó suavemente la mano… como despidiéndose de mí, o como diciendo que tuviera paciencia… No entendí bien. Pero sé que después de interpretada la canción miré varias veces y la blanca sombra ya no regresó. Y pensé finalmente que tal vez quiso decir que mantuviese reservada la butaca vacía. Que esperase, es decir, que no perdiese la esperanza: “Waiting for you”.

Terminado el concierto, mi amigo JA tenía compromisos y tuvo que marchar. Yo me junté a mis entrañables amigos JM y MF, a quienes ya había saludado a la entrada y al lado de los cuales nos sentamos en la sala. Nos hicimos unas fotos de rigor con los músicos a la salida y decidimos largarnos a comer algo por ahí y pasar un buen rato de viernes noche palentina. Yo hacía bastante que no salía y me apetecía desconectar de la rutina. Y, además, con estos amigos íntimos, de toda la vida. Pues, allá fuimos…

Buscamos acomodo en sitio donde pudimos pillar mesa pronto y probar unas raciones de muy buena pinta. Mis amigos y compas del insti (pareja) estaban acompañados a su vez por una amiga suya, simpática, rubia bien presentada, agradable y de un buen rollo evidente a primera vista, así que formamos un cuarteto perfecto para una velada divertida, sana y de total confianza. Me lo pasé genial. Bien es cierto que le hice bromas a la rubia sobre nuestra cena tipo First Dates, pero creo que al final los dos estuvimos de acuerdo, como suelen decir en ese programa, que no hubo maripositas en el estómago. Pero como amigos… lo que haga falta. Como amigos.

No pude beber apenas, claro, puesto que tenía que conducir de vuelta. Bueno, sabía que la Chiqui ya habría llegado a Aguilar y estaría dando una vuelta con sus amigas. Así fue. Al poco de llegar yo, también entró ella en casa. ¿Qué tal? Muy bien, hija. Día redondo. Una vez al año no hace daño. Y si es de vez en cuando, mejor. Hasta mañana.

En cambio, hoy, sábado, tranquilidad absoluta. Preparo comida. Esta vez las lentejas tenían bastante bien pillado el punto. A la Chiqui le han gustado, porque ha repetido otro par de cucharaditas. Creo que mañana a lo mejor preparo unas jijas con patatas, para estar libre todo el resto de la semana próxima. Además, hoy la tía M. se ha presentado con un táper de cangrejos. Un poco negros, de fondo revuelto, me han parecido, pero les tenía tales ganas que me han sabido a gloria, de aperitivo antes de la legumbre. Como un reloj he quedado, después de un cuarto de hora de siesta. La Chiqui quería ponerse a lo suyo y en mi caso, igual, para recuperar la vacación de ayer.

Caigo en la cuenta que tengo ya un montón de libros acumulados de las últimas compras sin meter en mi base de datos. Todo eso lleva tiempo y es labor muy útil pero rutinaria y cansina. Pero no queda más remedio si se quiere tener el control, pues cinco mil libros aproximadamente no son fáciles de gestionar. Bien es cierto que son dos mil y pico en papel y el resto en dos “ebook”. O sea, tela marinera para manejarlos sin perder la pista a ninguno.

Mi prima JMM, carnal, me manda un guas muy amable, como es ella. Me comenta algunos detalles inteligentes sacados de la lectura de mi “Bicho”, no en vano también es de Filología Hispánica. Un año más joven que yo, siempre nos hemos tenido gran complicidad y enorme cariño. Me dice que se siente orgullosa de mí cuando me lee. Le contesto que no es por lo que escribo sino porque la sangre tira más que una maroma.

En fin, me encuentro satisfecho de cómo están discurriendo las cosas en lo profesional (escritura) y en lo personal (serenidad). No me angustia nada, ni siquiera me inquieta. Es cierto que me gustaría compartir este momento dulce, disfrutarlo en la vida ordinaria. Poder hablar, sin más, como se habla de una comida o de un suceso, como se sale una tarde con unos amigos o se prepara un viaje en pareja. Es decir, la felicidad de alguien al lado que signifique algo para ti. Incluso sin palabras. Un silencio. Los dos.


24/10/24

A las cuatro y media de la mañana estoy harto de dormir. Es increíble. Arriba, pues. Y me pongo con el homenaje de Valnera a JA Abella, “Hermanos en Benaiges”. Leo hasta las seis y media y le pego un buen tirón a esta obra colectiva que ha participado con su pluma honrando al buen escritor fallecido. Alguna sorpresa. Vuelvo y la cama ya no me quiere. Ojos como platos. Dormito. Pensamientos envolventes y circulares. No interesan. A la hora habitual, arriba.

Mi escozor sin disimulo por no haber participado a mi vez con un artículo que en mi caso habría combinado vida y obra en armónica simbiosis. Pero reconozco que llegué tarde al “círculo” de los íntimos de Abella. Es justo, no lo niego, que no esté entre los elegidos. Y, sin embargo, JH ha tenido la deferencia de incluirme en foto a toda página. Creo que es una muestra de cariño y confianza inequívocas. Pero yo quería estar allí con mi palabra, coño. No con mi foto, que no tiene ningún interés.

Acudo excepcionalmente a la tertulia con un libro que me pide uno de los habituales. Ya lo he mentado aquí, Bernal Díaz del Castillo, sobre la conquista de América. La mayor parte de los días despotricamos sin más. Pero a mí me mola llevar una fuente fiable cuando la cosa se pone seria. Bernal es veraz, tosco y ecuánime. Pone los puntos de sobre las íes a un historiador panegirista como López de Gómara, le contradice, le retruca, le deja sin argumentos.

Y, sobre todo, es imprescindible para todos estos ingenuos que hoy se dejan intoxicar por revisionistas de dos reales. Estos historiadores que quieren oponer a la leyenda negra una leyenda blanca. Estos que dicen que no hubo genocidas ni esclavistas, sino héroes y santos. Detrás de estos, en definitiva, están los propagandistas de siempre, que hoy están crecidos y sacan pecho. Quienes pretenden recuperar una idea imperial ridícula en línea con la patriotería del régimen anterior. Con olor a chorirrancio y a fangocaca. Y lo dejo, porque he dicho que en esta serie, de cosa pública, lo mínimo. Repito: documentos.

Leo tranquilo el resto de la mañana. Entran algunos guas. De la prima AG, que me fecilita por mi libro. Me halaga, me quiere, claro. Me dice que tenía la temporada vaga de lectura y se ha puesto con el mío. Muy bien. Le mando unos besos cariñosos. Le digo que lea lo mío, por supuesto, y que lea a otros. Si me lo preguntan, como especialista en Literatura, puedo aconsejar. Pero nunca me adelanto a proponer. Tienen que anticiparse y consultarme “motu proprio”.

Y guas de la Chiqui contándome que ya le han arreglado la caldera. Cuatro semanas. Qué barbaridad. Para un cambio de una simple pieza. Así están hoy las cosas. En todas estas profesiones liberales tan faltas de personal. Casi tienes que mendigar. Que vendrá el finde, dice la Chiqui. Me alegro.

Igual que sucede con el coche del Chico, que cumple mañana el plazo concedido al taller. He pasado también por Mapfre. Si a mediodía no me lo entregan arreglado, les mando una grúa para que lo traslade al concesionario. Y con el reintegro completo de la factura pagada. O eso o el juzgado.

Antes de comer entro al local a revisar la bici para la tarde. Observo que han dejado un táper en una bolsa. Coño, coño. Pero a mí nadie me ha dicho nada, o sea, que no será para mí. Aunque tiene toda la pinta… Para cerciorarme le mando un guas a la tía M. Oye, que si me lo pones al hocico, me lo tapiño. Se ríe. Me dice que claro que es para mí, que ha llamado a casa y no he contestado. Se me alegran las entretelas de la barriga. Pacasa con ello. Tres racionazas.

Y no solo eso, sino que después de comer, en plena siestina, me llega un paquete que me había prometido el editor con una docena de mis libros. Ya andaba sin existencias. Qué maravilla. Se me ocurre que puedo hacer un vídeo de veinte segundos abriendo ese tesoro en su caja de cartón. Es más, creo que puede hacerlo muy bien, porque lo domina, mi cuñada la pequeña, la tía J. Y allí me planto, en su casa, y allí lo soluciono, además de recibir algunas lecciones muy aparentes para publicaciones futuras en el IG. Porque lo cierto es que en estas lides soy un zote.

Ni más ni menos. Y la suerte que he tenido es que he contado siempre con el cariño de esta familia política, que me lo demuestra a diario. En eso he sido afortunadísimo. No por amor a mí, sino por amor a mis hijos que son de su sangre. Y por amor a su hermana, de quien estuve enamorado sin límite, y pienso que se dieron cuenta y me lo reconocen de esta manera.

Tarde de paseo corto con visita a la relojería para cambiar la pila de mi peluco. Le tengo un cariño subido. Fue regalo de Lourdes, pero cambié el que me había comprado inicialmente, más moderno, por este otro con estilo acorde a mis gustos. Porfiamos. Me empeñé y lo cambié. Y va como un tiro. Como un reloj.

Cuando regreso a casa y subo al estudio para continuar la tarea, me acuerdo de las niñas, a quienes ahora veo menos con el cambio de domicilio. Van dando el estironcito adolescente, pero me ilusiona sobre todo porque quiero que estos ojillos míos en los que se va formando una pequeña catarata sean las ventanas por las que también mira Lourdes. Las verás crecer, te lo prometo, le dije, las verás a través de mis ojos.

Me quedo pensativo mirando al cielo sobre el velux. Luego bajo la mirada y me recreo en mi pequeño jardín de cinco plantas que todavía sobreviven al recuerdo de su dueña y sembradora. Y veo las blancas rosas enanas que se esponjan. Veo que la flor de pascua está apuntando ya con gran cantidad de brotes. Veo para que veas. Veo por ti. Pero tendré que ver también solo por mí. Definitivamente. Ya. Libre.


23/10/24

Una niebla densa había cegado el mundo por la mañana. Al levantarme mis ojos huyen y se emboscan a lo lejos, como si buscaran algo, como se busca el rumbo en una novela, en cualquier acto de creación. Hay que ser valiente y perderse para finalmente encontrar. O fracasar.

Las mejores fotos de estos días otoñales las suele colgar QB, el bibliotecario, madrugador y artista sensible, amigo y pilar básico de los libros en Aguilar. Magnífico fotógrafo, además. Cuando he bajado a tomar el café estaba deseoso de mirar su publicación y había publicado una docena de estampas preciosas, insuperables. Hoy había descansado muy bien, así que entre una cosa y otra me han alegrado el día. He leído como un campeón casi tres horas. Y eso me pone como una moto.

Era previsible una tarde de paseo, para completar el refrán. Magnífica de sol, me he puesto ropa de bici y a las cuatro he salido con la montañera a pegarme un paseo que me ha dejado como una seda. No tenía intención más que de retomar despacito y al tran tran para ver cómo carburaba la pata de la lesión. Sin forzar, sin forzar, me iba diciendo nada más salir… Ni una sola pendiente. Llanear, llanear.

Pero en cuanto he pasado de Villallano he tirado para Gama convencido de que el músculo estaba entonando bien. No es que la pendiente haya sido mucha y, además, después de mes y medio sin chutar todavía queda forma física en la reserva; por lo tanto, he llegado a un ritmo majo y he podido completar algo más de una hora. Sin sudar. Respirando como un torito bravo, ligero sin precipitación. ¡Cómo he disfrutado del sol! Subir la tachuela en el tramo más agreste es un ejercicio casi místico. Calor, luz, pensamiento y esfuerzo. ¡Qué maravilla! Doble naturaleza: sensación y espíritu…

Es probable que esta experiencia me haya recordado inconscientemente la música de Mike Olfield, porque he venido derecho y desde que he salido de la ducha ya estaba el Spoty pegándole al “Ommadawn”. Y mientras escribo apuntan dos gotas mínimas en los extremos de los ojos. Como si por sublimación me estuviera elevando a un lugar donde no es posible morir, a una forma de permanecer eternamente que está escondida en algún lugar de este mundo y que se deja entrever en algunos instantes vivísimos y en contadas ocasiones… Es la belleza artística, me digo. Es la pureza de todo lo creado, lo que entra por mis oídos y sale en forma de esas diminutas lágrimas… Y llega al extremo cuando comienza la segunda parte del disco. Estoy flotando, levitando sobre el mar, volando.

Después me pongo en contacto por correo con mis dos buenos amigos, JA y CAA, excelentes escritores palentinos. Tengo intención de bajar este viernes a un acto que se desarrolla en la Fundación Díaz-Caneja y voy a quedar con ellos. Hasta ahora no he tenido oportunidad de llevarles mi libro de relatos. Después del concierto, tomaremos unos vinos y aprovecharé para pedirles también que me acompañen en la presentación de Aguilar. Cuando se pueda. Seguramente, ya en noviembre. La cuestión es que si yo tengo ocupado bastante el tiempo, no digamos los editores. Va a ser complicado cuadrar el calendario. En fin, como dijo bellísimamente Goethe: “Como el astro, sin precipitación y sin descanso”.

Y antes de que caiga esta tarde azul y limpia, serena de aire y suave de temperatura, daré un salto a tierra y bajaré de la higuera. Para tomar contacto con la realidad necesito hacer un cambio brusco y pincho a Dire Straits, rápido, sin transición apenas, allá va el “Sultans of Swing”. Ojo, ojo, ojo, chaval, de qué vas chaval. Has hecho un clic y has metido esa versión remasterizada, suavona, chunda chunda, tatachunda, ¿qué haces, chaval? ¿O es que crees que esa batería con el señor Pick Whiters a los palos se puede consentir? Quita eso, por favor. Quita a ese nenaza…

Vamos, vamos, clica, dale, mete musiquita buena, en vivo, en el Odeon de London… Ahí, ahí, eso es, ahí tenemos ya en los palos a alguien de verdad: al colgado, al narizotas, al escuálido y podrido, al tío que adelgaza dos kilos por concierto, a Dios Nuestro Señor en la batería: el señor Terry Williams… Escucha, escucha, escucha… Once minutos antes de caer muerto. Aguanta, aguanta, aguanta y centra tu atención solo en el señor Terry Williams… Oye percutir esas baquetas: ese es el ritmo de escribir, ese es el ritmo de follar, ese es el ritmo de matar… Y ahora compara las dos versiones y después dime… ¿Es o no la diferencia entre un trotecillo cochinero y el galope de un pura sangre? ¿Lo ves? ¿Lo ves? Pues ahora ya puedes morirte. Muérete.


22/10/24

¿No sé ya qué hacer? Más allá de las cinco de la mañana me resulta imposible seguir durmiendo. Y tengo que levantarme otro día más a leer. Después de una hora y pico, regresa el sueño. Y vuelta a la cama hasta la hora habitual, que suele ser las siete y media. Pero no quiero acostumbrar el cuerpo a este ritmo estúpido. Porque después también me entra un sopor increíble cuando me pongo a la tarea después de desayunar. Es que no lo entiendo, coño. No sé si en horizontal se me congestiona la nariz y eso hace que me desvele, porque en cuanto me levanto y se me despeja ya recobro el ritmo normal de respiración. En definitiva, que avanzo lento en la lectura y me pongo del hígado.

Vagabundeo por mis territorios de música de los setenta para tener algo que me espabile, aunque me despiste, y de pronto salta la liebre. ¡Cuántos años que no escuchaba esta canción que muy pocos me han sabido decir cuando ha salido a colación quién era su intérprete original! Es una canción de amor romántico maravillosa, de letra sencillísima repetida en dos partes con escasas variaciones. Estoy convencido de que se alojó en mi sensibilidad de adolescente, pero en alguna versión en castellano (he comprobado que existe dicha versión) y ya nunca se ha apartado de mí. Pero la he escuchado en poquísimas y rarísimas ocasiones de mi vida. Este es el poder de la música, que entra en nosotros abrazada a un sentimiento misterioso y un buen día después de muchísimos años retorna todavía recuperando ese mismo sentimiento misterioso.

Por supuesto, la busco en el Spoty y está, con perfecto sonido. Pero lo interesante es ver en el Yutu el vídeo en blanco y negro de la versión original (aunque también lo he visto en color). Doy vueltas por la red y oigo los diferentes archivos que encuentro. ¡Qué maravilla! Vuelo hacia aquel niño bueno y sensible que probablemente por azar pudo escucharla en la radio que había sobre una balda al entrar a la estufa de casa, a la izquierda. Quizá, como tantas veces, mi tío Lazarito, muy joven, sentado en el sofá, escuchaba en la penumbra fumándose un Celtas. Quizá llegaba un sonido interferido y visible en las oscilaciones del voltímetro. Sería de noche, en invierno, poco antes de que mi madre llamase a cenar. Quizá llovía o se percibían reflejos de relámpagos a través de los visillos. Si uno se acercaba a la ventana, quizá la fuente tenía un relumbre mágico sobre la piña y el perro y el chorro que desaguaba a borbotones sobre el pilón. ¡Ay, qué daría yo por volver a aquel niño! Quizá la única misericordia de la vida sea poder revivir ese instante de eternidad acunado por esta canción.

El intérprete se llama Sharif Dean, un cantante argelino que vendió millones de discos de ese tema a partir del año setenta y dos. Y la canción se titula “Do you love me”. Pero lo más curioso de todo es la interpretación a dúo de una joven y guapa muchacha que colaboraba con el estudio de grabación y terminó formando parte también del vídeo promocional. Se llamaba Evelyn D’Haese, tiene una voz dulcísima, y fue parte importantísima del éxito. No hay más que ver el vídeo y se entiende por qué. Hay una frescura y una complicidad, incluso ingenuidad, que comunica con tal potencia que es imposible no quedar embelesado. Y el caso fue que Evelyn no cobró más que una módica cantidad de aquel superventas millonario. Así fue la rapacidad de aquella industria. Ella se dedicó también a la canción a partir de ahí, pero con éxito mínimo, hasta que finalmente se retiró. He visto también vídeos con otras parejas: ya no es lo mismo.

Y finalmente me gustaría registrar un dato que me parece surrealista. Si se presencia el vídeo del que hablo, mientras los dos protagonistas cantan se observa al fondo una pareja bailando abrazados. El hombre creo que representa a un burguesote casposo que literalmente tiene agarrada entre sus zarpas a una chica joven con pinta de víctima y se echa literalmente sobre ella y le va comiendo a mordiscos una flor que dicha mujer lleva en la solapa. Es desazonante y patético al mismo tiempo. Una imagen desagradable y degradante que no me explico cómo pudo formar parte de la puesta en escena de semejante temazo. A no ser que se quisiera poner en contraste la ideología conservadora tradicional frente a los nuevos tiempos que corrían de liberación en todos los sentidos.

Trato de describirlo con precisión, pero no puedo dejar de verlo. Muchas veces. Y de escucharlo ahora como si me reviviese por dentro algo muy grande y hermoso que no acierto a saber lo que es. Sí, creo que es lo mejor que tengo. Y solo pueden verlo contadísimas personas. Pero que ha estado en mí siempre.  Por dentro. Vibrando.


21/10/24

Había visto ya la peli de anoche, magnífica, “No matarás”, pero estuve haciendo esfuerzos durante una hora para aguantar el tirón y volver a disfrutarla… Nada, imposible sostener los párpados. Y eso que el subidón de adrenalina era permanente. Pues bien, caí en la cuenta de que había estado más tiempo con los ojos cerrados que abiertos. A la cama, chaval. Muerto.

A las cinco con los ojos como platos. ¿Y qué hago ahora? Creo que me desperté tan pronto por la obsesión de que tengo mucho que leer. Si no, no me lo explico. Pues, arriba. Me levanto, me arrebujo en la manta y me pongo con el último de Valnera. Hasta las seis y media. Vuelvo a tener sueño. Caigo en la cama de nuevo como un saco. A las siete y media, otra vez revivo.

Había que preparar rancho para la semana y la pasada fui tirando hasta el final con las existencias que quedaban. Preparo una pota gigante de cocido. A ful. Me han salido siete raciones. La olla, a dos dedos del borde. A punto de estallar. Pero domino este material. Joder, cuando lo he abierto, después de la tertulia y una visita a la clínica para unas recetas de rutina, estaba tan en su punto, olía tan bien, que he tenido que comer un platito pequeño. Puro placer. La sopa de fideos, con una cremosidad y un punto de verduras batidas y sal, que yo solo he alucinado en colores. Bajo su parte, a pachas, para mi socio. Quedo tranquilo hasta mitad de la semana. Completo el periódico y otro ratito de libro hasta las dos, cuando me siento como un rey con babero. Un festín.

Todo eso ha producido un efecto placentero, de calorcito que rebulle en la barriga, y a las tres ya me ha costado darme cuenta de que había que cambiar de Curro Jiménez al Telediario. Ni cinco minutos he resistido… Estoy en el séptimo cielo...

Sueño que recibo un guas y contesto a una rubia de piernas largas y redondeces sinuosas. La invito a comer el cocido. Acepta. Estamos en los dos extremos de una mesa puesta de gala. Un vino Julius. Brindamos. Como en First Dates. La invito en plan caballeroso. Finalmente me dice que le ha faltado filin, que no ha sentido maripositas en el estómago. Mua, mua. A por la siguiente… Poco a poco recobro la conciencia y me preguntó cómo es posible que me haya pedido un cocido en First Dates. Qué ordinariez. Todo el tiempo de la cita sonaba el “Stumblin’ in”, de Suzi Quatro y Chris Norman. La canción me ha dejado tan buen sabor de boca (como el cocido) que la he tenido puesta un rato largo en bucle, mientras escribía.

Me faltaba aprovisionamiento en la nevera, o sea que he aprovechado para cambiarme y pegar un paseo largo porque hacía espectacular (así le dicen ahora). He sudado. A la vuelta me encuentro con RR, la actriz con más vis cómica de este pueblo y pelamos un poco la pava. Fuimos compañeros en El Globo. He visto todo lo que se ha montado desde entonces. No le he querido sonsacar si sabía algo sobre la propuesta que hice para mi “Muerte… cómo te quiero”. Nada me han contestado. En fin, era un pequeño regalo. Allá ellos. Y parlando también me recuerda que está a punto de salir el programa de teatro de sala. Mañana no se me puede olvidar conseguir el abono. Pero me voy a pasar primero por el ayuntamiento, donde el técnico de cultura, para informarme de las funciones que merecen la pena... Y por si cae algo… ¿Sabes cómo te digo? Lo que va a ser metafísicamente imposible es abarcar todo lo que pretendo. Esto es abrasarse de cultura. No me van a quedar fechas en la agenda.

Vuelvo asoleado del paseo de la tarde, con cierta prisa por ponerme al tajo. Me he encontrado a la vuelta con mi amigo JU y con él tampoco hay forma de decirnos solo hola y adiós. Otro cuarto de hora, mínimo. Le enseño las bolsas que traigo del Lupa y le propongo que nos sentemos en el parque del puente mayor y nos comamos un melón de los de Villaconejos que acabo de comprar y después unos polvorones de Carlos I, porque todavía no han traído los de Felipe II para la campaña de navidad. Pero qué mariconadas dices, muchacho. ¿Traes navaja?, le pregunto. Comienza a hacer aspavientos y me parto de risa. Me amenaza con el puño. Da cabezazos de negativa. Le descoloco y no sabe cómo reaccionar. Espíritu noble. Elemental.

Seguimos pegando la hebra. Jubilado desde hace unos años, me dice que se aburre muchísimo en este pueblo. Que se iría al norte, donde tiene hijos y nietos. Pero la mujer no quiere. Me dice con mucha gracia: Tú te entretienes con los libros y no vas a terminar de leer todos los que tienes. Yo estoy hasta los cojones de cortar el césped del jardín. Punto. Antes de marchar, ya le conozco: se me queda mirando con ojos burlones y no se resiste a decirme lo de todas las veces… Le veo venir. Primero me alaba mi vocación por los libros… y enseguida aprovecha la excusa aconsejándome a su cuñada viuda, que es muy lectora y está todavía de buen ver. Alguna vez me cruzo con ella por la calle o coincidimos en un bar y creo que la pobre pasa un momento de vergüenza, prueba de que él hace de celestino con ambos. Alguna vez la he tranquilizado: a tu cuñado, ni puto caso. También es de las que van a baile, me informa e insiste JU. Pero como ya es tan repetida la historia, últimamente le rompo los esquemas y le digo: A mí lo que me entusiasma es la gimnasia rítmica, si a ella le gustara… E inmediatamente me mira fijamente y cuando adivina la broma me manda a la mierda. Que me voy a pudrir solo, me advierte. En la miseria.


20/10/24

Anoche estaba cansado y caí redondo. Tanto es así que ni me he enterado de cuándo ha llegado mi Chaval. Es más, no se lo he dicho a él pero no me acordaba de que vendría a dormir a casa. Pensé que pernoctaría donde su novia. Ha sido al levantarme cuando me he dado cuenta. En fin, que me llevan con la cama en volandas y no me entero.

He dedicado un pequeño rato a la publicación de los domingos y me he puesto a leer. Tenía una buena cantidad de fotos enviadas por el simpático y amable Michael Thallium. Tal y como me prometió, las mías individuales están muy bien y no tiene sentido ponerlas en el IG como las niñas jóvenes, pero no necesito guardar más que una por si llega la ocasión para una nueva solapa de portada, por ejemplo (la que tengo es muy cutre). El resto de ellas también son buenas. El problema es que después hay que ajustarlas al formato que te pide IG y me hacen perder tiempo y paciencia y lo remato en un cuarto de hora. Y quede como quede. A fin de cuentas, es un simple testimonio sobre el hecho, que es lo que a mí realmente me importa.

Otro día que se presentaba claro y así se ha quedado permitiéndonos la colada de la semana. Estupendo. Bajo al café y anda por allí MN. Echamos una parrafada de media hora, unas risas, unos chascarrillos con OM, el amiguete camarero de confianza. Cuando nos parece, volvemos a nuestras tareas.

Mi Chico ya estaba despierto y quedamos en que prepare él un poco de pasta, que le sale sabrosa y le pone un aderezo muy rico. También es de los que emplea un cuarto de hora, pero lo ha bordado. Se le da bien, es cierto. Tiene idea y paciencia. Me cuenta que hace poco hizo carrilleras y le quedaron de vicio. Me gusta comer con él. Charlamos un ratín. Me habla de sus buenas perspectivas en la empresa. Las posibilidades que pueden abrírsele en breve. Hace un trabajo que le gusta y es cumplidor, estoy seguro. Además, en Valladolid, con la novieta. Chachi. Quién pudiera volver atrás y vivir aquello. Le digo que esta semana es la última de plazo para el asunto del coche. El viernes llamaré al taller y, si no hay arreglo, me lo llevaré. Pero recuperando la factura pagada. Por estas. Hacia las cuatro, marcha de regreso. Pucela tiene mucho movimiento con la Seminci y hay que aparcar por el barrio. Me quedo sosegado. A la tarea, muchacho, me animo yo solo.

Lo malo es que se amontona la labor. Leer, leer. A la preparación de los seleccionados para la radio se añade ahora lo nuevo de Valnera. Es imposible llegar a todo y lo sé. Pero no me conformo, no me rindo. Además, escribir. Lo cual hace que la novela vaya lentísima. Tengo las líneas generales, pero no todos los días dispongo de tiempo suficiente. Necesito constancia. Escribo unos párrafos, como mucho un par de páginas, reflexiono… Es difícil sacar de media una simple página diaria, pero buena y limpia. La novela tiene que pedirte, mostrarte su camino. No hay prisa, desde luego. Hay que dejarla construirse. Lo sé. Pero tampoco puede descuidarse y perder el hilo. Y todos los días se remata con la desagradable sensación de que no se hace lo suficiente.

Hago algunos estiramientos y observo que la tirantez del músculo apenas me molesta. Lo cual quiere decir que, tras todo este mes de reposo, la lesión está prácticamente curada. Desde mañana me voy a obligar a salir después de comer, si no es en la de montaña, de marcha ligera. Retomaré poquito a poco. E iré viendo.

Porque también noto que el parón del cuerpo conlleva este ritmo bajo o en suspensión del espíritu. Es más, ni me ocupo de sensaciones, emociones, sentimientos… ni siquiera fantasías. Una vez oí o leí que “standby” en inglés es algo así como estar a la espera. Y que el efecto es un llamado “consumo vampiro”, o sea, poco pero a la orden de reactivarse. Pues así está mi corazón. En standby.


19/10/24

Hoy, excepcionalmente, a las nueve ya estaba yo tomándome un café en el Valen y echando una ojeada rapidísima al periódico. Me había levando pronto y alegre. Por las perspectivas que me ofrecía un día que daba la impresión de soleadito y así nos ha respetado hasta media tarde.

El camino a Bañuelos de Bureba, al noreste de Burgos, casi lindando con Logroño, es de hora y media aproximadamente. A paso moderado. Es pueblín que se destapa en una pequeña depresión tras la paramera de la Bureba. No es lugar bonito, pero tiene la belleza íntima y esencial de lo castellano. Hasta aquí llegó Antoni Benaiges, un maestro catalán innovador y republicano que se entregó en cuerpo y alma a un grupo de niños hasta que lo prendieron en el alzamiento y lo asesinaron el mismo día de comenzar la guerra. A este hombre le dedicó JA Abella su libro “Aquel mar que nunca vimos” y sobre él trata la película de Patricia Font, “El maestro que prometió el mar”.

Paro el coche en la escueta plaza, casi a dos pasos de la escuela donde aquel hombre asistía con sus pupilos. Es edificio remozado por fuera y muy mejorado por dentro. Una meritoria asociación se ha dedicado a levantar esta imprescindible memoria y cuenta con pequeños espacios de documentación, fotos y algunos objetos muy significativos. En dos alturas, cuyo segundo piso ha sido reconvertido en un espacio diáfano en que nos habremos juntado unas cincuenta personas (calculo). Un poquito justo para la concurrencia, pero algunos nos hemos mantenido detrás y de pie para facilitar las cosas.

En el bajo se ha descubierto una placa de madera en la que se nombra a JA Abella como presidente honorario. Su mujer ha aguantado con entereza unas palabras dichas desde el corazón. Después hemos subido a la sala de actos que acabo de mentar. Han sido dos horas intensas, sentidas e imborrables. No se puede contar. No ha resultado largo, porque se han ido turnando canciones, música instrumental y lectura de textos del escritor homenajeado. Han intervenido J. Salviejo (escritor y paisano mío), los dos hijos del escritor (músicos ambos) y A. Herrán junto con su pareja (voz y guitarra). ¡Qué bello! ¡Qué emocionante! En una intervención de unas palabras previas leídas por uno de los hijos se me ha anudado la garganta. Me ha costado contener los ojos. Ha resultado en conjunto como eran las cosas con Abella, todo coraje, corazón, conciencia. Me ha encantado. Y el gran colofón de abrazos a la salida, tras un refrigerio en que no he tomado más que media copa de vino por la conducción posterior, claro.

Además de una extensa sesión de fotos de las que no sé cuáles se salvarán para colgar en IG. Será difícil elegir porque he conocido por fin en persona al simpático y polivalente Michael Thallium, que se ha liado con un reportaje profesional, pues él es conocido también por su pericia en este aspecto. Como yo soy tan cutre con las fotos que publico, se ríe y me promete que me va a hacer algunas que sirvan en la contraportada de mi próximo libro. No es un tipo que hable por hablar. Me ha tenido posando un cuarto de hora por diferentes sitios y me ha sorprendido con los resultados que me ha enseñado. Espero que me lo envíe todo esta noche. Qué tipo más inteligente, agradable y servicial.

No me reservo hoy con siglas, al menos para la tribu de escritores de Valnera, los “chicos” de J. Herrán y L. de la Gala: Ignacio Sanz, Michael Thallium, José Ignacio Sanz, Jesús Salviejo, Esteban Ruiz y un servidor de ustedes. Y a la gravedad del acto se ha correspondido después con una gran algarabía de letraheridos, con bromas, chascarrillos, risas y proyectos de futura colaboración. Porque así es el mundo de las editoriales, grandes y pequeñas, y así también el ambiente ganso y distendido de los que llenamos la blancura con palabras.

Al salir con el coche, de inmediato, se ha cambiado el cielo a gris y ha comenzado a lloviznar. A mitad de camino venía pensando en la felicidad de los momentos plenos de la vida. Como hoy. Hemos quedado también unos cuantos en Aguilar, puesto que me tocaba invitar por la publicación del último libro y el día de marras me lesioné y quedé cojito. Ya solo nos queda buscar una fecha en sábado. No será fácil a la inmediata, pues Valnera estará a tope con varias publicaciones póstumas de Abella. Tanto es así que mi presentación tendrá que irse más bien a noviembre, previa a la campaña de navidad. J. Herrán y Lines me regalan el último publicado en la colección Valnera Literaria, del que algunos cuentan maravillas.

Paro en un área de servicio a mitad de camino. Como no conozco la zona, igual me da. Había probado tres pinchos y tenía hambre. Llueve. El aparcamiento está plagado de camiones, pero la hora cercana a las cuatro han despejado el autoservicio en el que remiro con gusto lo que se ofrece. Me decido por un trozo de pollo asado, riquísimo. Un café. Los ventanales con brochazos de neblina y agua fina. Las luces destellantes y descompuestas de la circulación en la autovía. Una ruta desconocida para mí, esta parte hacia la Rioja. Nunca es tarde. Quizá.

Un hombre que observa el mundo desde el otro lado de la cristalera, pensativo. Satisfecho. Libre. Solo. Nadie le espera (aunque tal vez él sí espera, inconscientemente, y no quiere reconocerlo), y a pesar de ello piensa que esta es su vida ahora y debe agradecerlo. Es un privilegiado. Es un don del cielo. Goza de su honesta y humilde escritura. Es su pasión. Ese hombre llega a media tarde a su casa. Se cambia. Se refresca un poquito. Sube a su estudio. Trabaja.

18/10/24

Un día muy movido después de la primera parte de la mañana de completa tranquilidad. He leído a placer. Con luz artificial, por primera vez casi desde los meses fríos de principios de año, debido a que la helada nocturna no permite subir las persianas de los velux. Se quedan trabadas y es necesario esperar a que temple un poquito para después activarlas con el mando sin problema. Hoy, sin embargo, cuando me he levantado y abro las de abajo, todavía con el último resto oscuro de la noche, aparece ante mis ojos sorprendidos una luna redondísima y deslumbrante. ¡Qué alegría de amanecer! Tanto es así que me quedo absorto, desperezándome los ojos, mientras se abre paso la aurora.

Después del café es cuando comienzo un ajetreo, un zarandeo que ya no para hasta que me siento en el sofá a ver el TEM y cierro los ojos el cuarto de hora de una breve muerte. Los telediarios, es difícil que los siga enteros. Pero me encanta esta costumbre. La cuestión es que se me ha ocurrido preparar ensaladilla y siempre me sucede lo mismo: que es dificilísimo sacar más de tres o cuatro raciones abundantes. Porque, de lo contrario, es que no me merece la pena. Abundantes me refiero a los táper de los chinorris. Puede que incluso la ración resulte demasiado pesada, pero me llevan los demonios.

Así que no encuentro otra manera que hacerlo dos veces seguidas, repetidas. La cocción en la olla exprés. Tres patatas grandonas cada vez, con las mismas cantidades para el resto de ingredientes. Y lo clavo. Pero trabajo doble. Aunque ocupa escasísimo tiempo, la verdad. Así es como he dejado el menú listo para tres días. Porque mañana tengo que estar en el homenaje a JA Abella y no creo que dé tiempo a volver a casa.

Me ha contado el editor que pondrán unos pinchos al final del acto. Es un pueblín de Burgos muy pequeño y no da para otra cosa en este aspecto. Habría que acercarse a Briviesca. O sea, que ya veremos cómo se desarrolla la cosa y qué hace la gente. A veces también sale mejor improvisando, pero me temo que vamos a ser un grupo grande. Desde luego, comenzando los actos a las doce, no va a quedar más remedio que salir pitando si no hay otra alternativa. Me he pensado acercarme a Santa. Como digo, lo decidiré sobre la marcha.

Reviso un rato la obra de E. García Llovet y creo que va a ser esta la próxima escritora que proponga para la entrevista de radio. Tiene una trilogía de la que conozco la primera novela, pero también me gusta mucho la última que me firmó en Madrid, de simpático título: “Los guapos”. Lo bueno que tienen estas novelas es que son breves, no más de ciento cincuenta páginas, y pueden leerse varias antes de la cita.

Estoy seguro de que esta chica me va a responder, porque a la firma me acompañó y me dio la entradilla mi cicerone y buen amigo JMS, el mejor relaciones públicas de todo el mundillo literario del Foro. Marido de la excelente escritora, MS, todavía no se me ha resistido nadie cuando el bueno de Chema (gracias, amigo) me ha acompañado y presentado. Incluso él mismo me lo propone: Si alguien te dice que no, me llamas, ¿eh?

Finalmente, por completar faena antes de ponerme a piticlinear en el piano del teclado, me entretengo un rato seleccionando algún trozo significativo de un libro desconocido fuera del mundo especializado. Pero es una deliciosa historia, extensísima, contada por un soldado que participó en la conquista de Méjico. “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo. Es el más grande de los historiadores y/o fabuladores de Indias. El tema está de moda y es objeto de debates muy enconados. Lo he desempolvado para disfrutar de nuevo, a saltos, de su prosa tosca y veraz.

 La cuestión también es que casi me he asustado cuando he comprobado al abrirlo que puse mi nombre y la fecha en ¡febrero del año ochenta! Aún quedan en él trazas de lápiz donde apunto y señalo con mi mano de veinteañero… ¡Ay, tiempo que huye de mis manos, como agua sostenida un instante para llevar al rostro, y que se escurre rapidísima y se escabulle entre mis dedos! ¡Ay, los días de vino y rosas!

No me pondré sentimental. No ha lugar y creo que tampoco va mucho con mi carácter revolcarse en ese lánguido estado de ánimo melancólico. Me opongo. No quiero. Tengo un gran deseo de futuro. Quiero inmortalidad. Quiero eternidad. Vivir el instante. Con nadie. O. Con alguien. ¿Tú?


17/10/24

Anoche, a partir de la hora mágica había quedado con mi hermano Mon para solucionar unas gestiones “online” guiado por él. Bien. De enredar reiteradamente se pierde miedo y se coge práctica. Ya lo sé. Pero mi hermano me va orientando. A ratos me sonrío porque pongo la clave del dni electrónico y voy repitiendo maquinalmente los números en voz alta. Para ayudarme y no confundirme. Y mi hermano no hace más que repetirme: No lo digas en alto. Calla. Y es que por lo visto incluso los ordenadores tienen oídos. Hay que joderse.

Esta mañana, nada más levantarme, ya actúo solo y completo la operación. Luego llega mi querida ME a dejarme impecable la casa. Mientras ella faena abajo, yo me encierro en la habitación de lectura hasta que toca la hora del café. Pero leía y se me caían los ojos. Hoy estaba somnoliento, seguramente porque tardé en dormirme debido a los dos cafés que tomé al terminar la comida. Creo que me hicieron efecto.

Me he alargado un poquito más en la tertulia y me he enganchado con gente que ha aparecido a última hora. No tenía demasiada prisa, pues una vez comprobado que no será posible la entrevista de mañana me voy a poner con lo siguiente, y dudo entre dos escritores que me gustan y no son demasiado populares a pesar de su gran calidad. Uno, es viejo conocido de la feria de Madrid y sé que me atenderá de maravilla.  Y la otra es una escritora muy original de novela policiaca, quizá de lo mejor en España. Pero aquí los méritos no son suficientes. Puede reconocerte la crítica y ser un donnadie para el gran público. En cuanto decida, digo por quién me he inclinado.

Diez minutos inconsciente después de comer y me cambio para salir a dar un voltio a pata. Temperatura agradable. Pues no hay manera, chico. A la mínima se pone a lloviznar y te chafa la intención. Porque llevamos una temporada en que puede caer de golpe a jarros, como esta mañana a la hora de levantarme, o mantenerse a ratos y a rachas cayendo a lo tonto. Pero poniéndote como una sopa si nos vas preparado. Qué jodienda.

Compruebo que no me va a dar tregua y no pienso esperar, saco el coche y me voy de punta a punta del pueblo a hacer compras en dos súper diferentes. Sobre todo por cambiar el cesto de la ropa para la colada, que ya lo tenía hecho polvo. Más que trenzado, triturado. Compro en los chinos.

Como la dependienta habitual de puerta me reconoce y siempre le elogio lo bien que habla, me dice con mucha claridad: “Va a llover otra vez”. Le hago con la mano el gesto del oquéi, como diciendo: Un español excelente. Se alegra y se sonríe. Un día me ha contado que los cinco primeros años, ni jota. Ni una sola clase de español. Después comenzó a cascar de repente y ya lleva treinta años aquí hablando por los codos. Pero el marido apenas entiende todavía. Ella le apunta maliciosamente y me dice en voz baja: “Este, como no le gusta hablar, nada de nada. Como cuando vinimos. Parecido”. El hombre nos mira con ojos fruncidos.

Mañana ya debo ponerme en contacto con los de Palencia y con el de Bilbao. Si no ordeno la agenda, me incomodo. Como si no me sintiese seguro. Pero tengo que pensar en muchas cosas al mismo tiempo, y va a ser verdad lo que dicen de los hombres: que solo somos capaces de centrarnos en una. Y mal.

Me encuentro sereno de ánimo y sin especial preocupación más allá de asuntos domésticos sin excesiva importancia. Estoy pensando que sería un buen momento para pasar unos días en el piso de Santa. Pero con el calendario en la mano, no es que se me acumulen los compromisos (tampoco son tantos) sino que los pocos días comprometidos no me permiten disponer de una semana seguida hasta noviembre.

En fin, ya lo veré sobre la marcha, pues no hay ni prisa ni pausa que me inquieten. Tendría que mejorar un poquito el tiempo para disfrutar de mis paseos de vagabundo por la ciudad. Pero sé que con un paraguas y ropa apropiada, sin problemas. La soledad fértil la disfruto, aunque también es cierto que no me importaría compartir esta nueva etapa de equilibrio personal. En fin, nadie puede escapar a sus sueños. En lo que nos diferenciamos es en la rapidez de adaptación a las circunstancias. Yo creo ser bastante sano y práctico en esto. Es decir, acepto la realidad. No hay más. Camino. Sigo.


16/10/24

Como ya anticipé ayer, todo el día de aquí para allá. De la ceca a la meca. La vacuna del socio, solicitada por la aplicación para móviles del Sacyl, no correspondía a la hora asignada. Nos han citado dos horas después. Sin novedad ni peripecias semejantes a las del año pasado, porque ya le llevaba bien preparado de ropa práctica para el efecto. La discusión con él ha sido después, cuando no quería esperar diez minutos por si las dos vacunas le daban algún tipo de reacción. Me he tenido que cuadrar.

Todo esto en un día de lluvia. Y teniendo en cuenta, además, que he tenido que dejar mi coche a primera hora en el taller para una revisión rutinaria. Se ha podido complicar, porque al aparcarlo dentro de la nave, un coche anterior había soltado aceite y gasoil que mezclados habían dejado una mancha traidora, poco visible y criminal. Al aparcar allí el mío e ir a bajarme he pegado tal resbalón con su consiguiente costalada, que he podido joderme vivo. Por suerte he reaccionado con una postura lateral de caída bastante mullida y no me he producido ni un mínimo rasguño. Los operarios y algunos clientes han puesto cara de pánico seguida de una sonrisa sin solución de continuidad, porque me he levantado como un saltamontes, o sea, tan campante. Lo malo ha sido que al llegar a casa llevaba un olorazo infame a gasoil en el chándal que me había puesto previsoramente. Al cesto de lavar, ducha y cambio de ropa. Como un pincel con mi colonia favorita para asistir a la comida de las seis jubilaciones.

La mañana no ha dado más de sí hasta que he recibido una llamada en respuesta a otra que previamente había efectuado yo. Era del escritor JL, a quien le cuento que no tengo noticias del correo enviado a su colega y paisano, LMD, con quien teníamos concertada una entrevista. Y creo que me da la clave: está tan cargado de solicitudes desde la concesión del Cervantes que le habrán desbordado. Me dice que es una persona muy cumplidora y que sin duda me enviará respuesta cuando pueda. Le doy las gracias. Y aún me asegura que le hará saber esta charla que hemos tenido. Gracias. Gracias. Llamo de inmediato a la directora de la radio y GV me dice que no me preocupe y que pasemos al siguiente seleccionado de nuestra lista. Una pena, me lamento con ella, después de lo que he trabajado para este guion. Pero quién sabe si servirá más adelante…

Por supuesto, lo hemos pasado de miedo en el convite, en el que seríamos cerca de cincuenta, según calculo. Simpático y emotivo y muy rico el menú. En un intervalo en que he salido al servicio he preguntado a la jefa del Valen la receta de una lubina con toques de naranja muy novedosa y sabrosa. Mucha gente desconocida ya. Se nos identifica fácil a los jubilados, que formamos líneas a un lado de la gran ele del comedor. Carrozas con carrozas.

Aunque no me siento con ellos sino con un grupo de viejos conocidos y de máxima confianza, me acerco a los del departamento de Lengua y Literatura, con quienes no tengo mal trato pero sí cierta distancia. El jefe del dépar, por ejemplo, fue compa dos cursos, pero le veo poco cercano. Concierto una cita para un viernes dentro de diez días durante la reunión de departamento y le avanzo que les expondré mi guion de la actividad. Espero que sean receptivos y pueda resultar útil para los chavales. Desde luego, lo que menos me interesa es la venta de libros que pueda derivarse. A ver.

A la salida, un grupo de una docena tenemos ganas de un poquito más de jarana y hacemos lo de otras ocasiones: unos yines. Por mi parte, dos tónicas con apenas unos chispacitos. No aguanto un cubata entero. Pero la conversación se vuelve mucho más animada en petí comité y apuramos hasta prácticamente la hora de cenar. Llego a casa sin mucha hambre. Quizá cene un poco de fruta. Después he quedado con mi hermano para una charleta sobre asuntos prácticos, negocietes y similares. En media hora dejo caer estas pocas palabras. Por no fallar día sin testimonio. Por no fallaros a vosotros. Por estar. Siempre.


15/10/24

Me voy a las once y pico a la cama, pero más allá de las seis me cuesta volver a pillar el sueño. Porque duermo como un ángel (la respiración, qué maravilla). Tampoco quiero acostumbrarme a este horario. Lo probé alguna temporada cuando estaba en activo profesionalmente, por aprovechar al máximo las rachas fértiles de escritura, y el día se hacía largo y oneroso. Tampoco hay que forzar. Además, estoy convencido de que la obra tiene que hervir a fuego lento. No hay prisa, me digo. Aunque soy impaciente. Como no quiero comerme el tarro durante el rato en que estoy como un papamoscas en la cama mirando hacia el techo, salto afuera y hago unos ejercicios para estrenar la mañana con energía. Estoy como un torete.

Satisfecho cuando caen cien páginas antes del café. Luz tamizada por el velux, blanca, lechosa, translúcida. Qué afortunado soy, me animo y me voy para arriba yo solito. Mañana, sin embargo, el calendario del móvil me cuenta que apenas podré rascar bola en todo el día. Hay obligaciones y compromisos fuera de casa. De todas formas, ya veremos.

A media mañana me llama mi paisana MJS, hija de un maestro ya fallecido que estuvo casi toda su vida en mi pueblo. Ella, también docente y profesora de inglés. Cariñosa y simpática siempre que nos vemos, también con mi hermano. Estuvo en la presentación de mi libro este verano y lo elogia en exceso (quizá por amabilidad), pero enseguida constato que lo ha leído muy bien y sabe de lo que me habla. Lo inesperado es que me propone hacer una charla en Valladolid en el centro educativo donde trabaja. De mil amores y agradecido, le contesto sin dudarlo. Ya lo tiene hablado con la dirección y resto del equipo responsable en la materia. Son adultos, me especifica. Bien. Algo diferente, desde luego, que con bachilleres.

Quieren abonarme las dietas, pero le cuento que no es necesario y, por supuesto, es ya un regalo la invitación y más viniendo de una amiga. O sea que agradecido. Y, si acaso, que lo demás lo inviertan comprando algunos ejemplares para el centro. Yo valoro, sobre todo, la promoción y con eso es suficiente. El resto del interés es de empresa, es decir, que el editor venda y siga manteniendo su confianza en mí y publicando mis cosas.

Tengo el objetivo de dar el salto de ventas a un público que no me conozca con una futura edición de mil ejemplares. Lo otro, honores y honorarios, me la sudan. Yo lo que quiero es tener la tranquilidad que presta al escritor un buen profesional de la edición (como JH), para escribir con la parsimonia suficiente como para crear algo grande. Lo busco como un perro perdiguero. Y no me tengo que morir sin conseguirlo: “Exegui monumentum aere perennius…” Levantaré una obra más imperecedera que el bronce. Horacio. Odas. III. 30.  Y espero que mi colega, AMF, brillante estudiante de clásicas, relea muchas veces esta maravilla de dieciséis versos asclepiadeos. Y los disfrute. Y los imite. Y se lance él mismo a crear. Querido amigo, tuyo es el futuro.

A pesar de que son de primera calidad, las lentejas de mi amigo EM que he comprado vuelven a quedarme un poco duras por segunda vez. Sé que hay un punto que descuido. Y me mosqueo. Creo, sencillamente, que necesitan una cocción muy larga, de hora y media como mínimo. No obstante, la Chiqui me dice que tampoco es para tanto, que ella se llevará mañana algún táper. Vale. Pero tengo que controlar esto. A la próxima.

Me llaman para cenar. Hoy me tienen en palmitas. À table!


14/10/24

En cuanto han abierto ya estaba yo con el teléfono en la mano. Hablo con el jefe de taller y procuro ser firme, sin demasiadas concesiones. Concluyo haciéndole ver que tienen que darme una rápida solución o salida a cuatro meses de un coche en un taller, todavía averiado, con una factura ya pagada. Le hago entender que no quiero lío, pero que sé defender mis derechos. Hemos quedado que si no está resuelto pronto, le volveré a llamar, pero ya con una determinación tomada por mi parte. No me parece mal tipo el que está al otro lado de la línea. Reconoce que no hay excusa en este caso ante el cliente. No puedo suponer cuáles son las claves técnicas que lo han complicado, pero sabe que a mí no me valen. Quedamos en que llamaré dentro de unos diez días como máximo. Si no está reparado, tomaré una decisión drástica.  Así se lo digo. Espero que haya comprendido.

Me acerco con mi amigo RP al centro de salud para solicitar cita de vacunación. Hay jaleo, pero creo que nos ha tocado alguien nueva en la plaza. Todo igual que el año pasado, le decimos, cuando comienza a encontrar inconvenientes en el ordenador.

Somos de Muface, le recordamos, por si eso puede aclararle algo. Hay bastante gente a la espera y eso siempre presiona. Tiene que llamar a otras compañeras. Al fin. La vacuna del socio ya la había concertado con el móvil. La mía es un poco especial por pertenecer a esta mutua de funcionarios. Se cansa ya uno de estar todos los años repitiendo el mismo rollo. Me pondré dos: gripe y covid.

Además, en grandes cartelones se anuncia la del Zóster, que corresponde justamente con los sesenta y cinco. Pregunto y digo que no encuentro manera de que me contesten por teléfono en la delegación de la Junta (esta mañana he mantenido el teléfono en espera, sonando sin parar, veinte minutos de reloj; por comprobar si había funcionario disponible, porque me habían mandado permanecer a la espera). Me envían a una enfermera tras rellenar la solicitud correspondiente y esta me confirma que lo gestiona ella misma. Me llamará por teléfono. Ojo con esta vaina de la “culebrilla”. He oído que es malona si te pilla a traición.

Paso por el Omega de la plaza y después por la radio para comunicar a GV que no contesta el escritor de la entrevista. Tal vez debería intentar localizarle por otra vía, le propongo, porque es una pena tener que tirar por la borda todo el trabajo preparado. Sí, puede servir otra vez, pero es difícil controlar notas y esquemas cuando ya ha pasado cierto tiempo y la lectura no está reciente. Quedamos en que, en último caso, reserve también el viernes veinticinco por si contesta a última hora.

 Después,  por el Valen de nuevo, porque me encuentro con mi amigo y excompa MO. Un ciencia, el tío. Sé que cualquier asunto que comente con este, tiene una opinión muy certera. Y, en efecto… Pero me llama la Chiqui en ese momento y tenemos que ir de compras al súper. Hoy, al menos, me va a preparar ella la comidita. Mano a mano. Una alegría estos días que debe gastar de sus vacaciones. Porque estamos juntos. Por la tarde, después del trabajo en Torrelavega, viene aquí su chaval. Con este desconcierto que me crea la ruptura de la rutina, me doy cuenta de que tengo pendiente alguna otra llamada que se me ha ido quedando atrás.

Y poco más. En un rato suelto me he dedicado a informarme un poco sobre la figura del investigador que ha descubierto el origen de Colón a través de estudios genéticos de su adn. Hace dos noches me quedé viendo un documental en la tele sobre eso. Ayer, también, con una peli de Almodóvar que ya había visto otras dos veces. Y así sucesivamente. Porque con la Chiqui aquí parece que estoy más descuidado. Menos centrado en la labor. Casi mejor. Me viene bien para descansar la mente. En cuanto deje estas notas volanderas voy a hacerles a la parejita una tortillona del uno. Por estas.


13/10/24

Poco da de sí la mañana, pues cuando estoy pendiente de espera (de algo o de alguien) me cuesta la concentración. Prefiero distraerme con el periódico y me voy pronto al Valen. Tomo un par de cafés con MN, comentamos noticias y vuelta a casa.

Hago repaso de lo que necesitamos para comer y todo me cuadra a la perfección. Menos que he sacado tarde los muslos amarillitos del congelador, que el pan también ha descongelado despacio y tarde, que faltan los helados de postre… Pero el vino, amigos, en las copas y en el punto perfecto. Cuando llegan la Chiqui y su pareja tomamos un vermú y un queso blando buenísimo de aperitivo. Me da tiempo a pasar por la panadería y unos bombones en el Carrefur Exprés. O sea, solucionado. ¡Buenísimos estos muslos al horno! Se encarga JR, al que veo muy buena mano para la cocina. Es hábil. Y cafés.

Después de comer, de forma imprevista, avisan la mamá y la hermana de este noviete de Irene: regresan de vuelta de un viaje a Toledo y pasarán a saludarnos. De maravilla, pero van con tanta prisa (la hermana quiere estar pronto en Santa) que apenas charlamos un cuarto de hora. Intercambiamos unos regalos para la ocasión: ellos traen unos dulces y yo les regalo un par de botellitas de vino. Sé que a la madre de J. le gusta el Julius.

Me quedo solo por la tarde y cuando estoy trabajando me encuentro con una silla con el respaldo descuajeringado y decido poner solución con un pegamento bien fuerte que me da un resultado buenísimo. Y lo resuelvo sin problemas a pesar de ser un manoplas. Recoloco la sala, pues he retirado una mesa de lectura que he tenido durante un año por lo menos, ya que ahora me resulta más cómodo a todos los efectos el trabajo arriba. La sala vuelve a recuperar mi sillón orejero y dos sillas más. Es una novedad que me hace sentir como una recuperación del tiempo feliz del pasado.

También llega mi Chico de León y de regreso a Pucela. Espera un rato a que pase MM, su novieta, a recogerlo. Charlamos de planes sobre su coche y le cuento lo que he decidido para cuando mañana llame al taller. Ok, me dice. Esto hay que rematarlo ya, le digo. Quedo en llamarle mañana. Me dice que el próximo finde lo pasará aquí, en Aguilar. Ok, le digo yo también.

La Chiqui es de carácter y vuelve a arrugar el morro cuando le recuerdo que hay que dar de baja algún teléfono. Ya lo comentamos hace un tiempo, pero volvemos a remover la nostalgia (el móvil de Lourdes lo conservamos todavía). Ella no quiere perder las conversaciones del guas. Le digo que debe pasarlas a su teléfono personal. Que qué hubiera hecho su madre de haberse encontrado en la misma situación. Termina con lágrimas en los ojos y siento pena, pero la edad a mí me hace ser más pragmático.

Por cierto, es J. quien me cuenta que no es necesario tener activos los teléfonos fijos, los aparatos (no la línea), y por tanto puede prescindirse en casa del coñazo de cuatro aparatos (el general y tres supletorios) sonando innecesariamente debido a las sucesivas llamadas de propaganda fundamentalmente. Procedo a desenchufar. Qué placer. Se acabó este martirio. No se me había ocurrido. No afecta para nada a internet. Silencio. Qué paz.

Han salido y subo a completar unas líneas para no morirme. Ni un día sin escribir algo: “Nulla dies sine línea”. Como el respirar. Como comer. Palabras, palabras, palabras. La palabra. Lo demás no importa. Ser tan fuerte, me digo, que ninguna otra cosa me resulte imprescindible. Vivir es escribir. Vivir es pasar la vida a palabras. La irrelevancia de la vida, los actos más nimios, la pura anécdota de un instante personal de eternidad. Por ejemplo: ahora estoy escuchando una canción del disco “Visions”, de Stratovarius, que se titula: “The abyss of your eyes”. Flipo. Floto. Fluyo.


12/10/24

Hacia las seis de la tarde ya se abren las nubes gordas, grandes, como de panza de burro, y se esponja todo el cielo con claros limpios. De uno de esos huecos brota el sol feliz y estalla contra el velux donde leo. Me busca el perfil de la frente, la nariz, el cuello. Como que juega a acariciarme. Abato el cuerpo hacia atrás, cierro los ojos y me abandono. Estoy cansado de todo el día y decido cambiar de actividad. Me voy al ordenador para estas notas. Demasiado intenso. Me regalo un rato de música tumbado sobre la cama supletoria. No he tenido siesta. Pero no me duermo.

Me viene a la cabeza el Odessa de los Bee Gees otra vez. Lo pincho en el Spoti de nuevo. No me cansa. “You’ll never see my face again” es una preciosa canción. Ahí quedó parado el elepé la última vez que entré. También “Black Diamond”, que me lleva a la canción homónima del grupo Stratovarius, mezcla de heavy metal y rock prog de los noventa que también conocí mucho después. Estos tienen un álbum, “Visions”, en el que se incluye este tema del diamante negro, símbolo de una mujer por cuya belleza se siente una fascinación irresistible y, sin embargo, no se puede permanecer junta a ella más que un tiempo muy breve… Un tema de esos que eriza la piel. Como casi todos los de este álbum.

No era día de reunirse la tertulia (los findes descansamos), pero me pillan allí un par de camaretas que están deseando entrar al palique. Tomo un par de cafés porque también llega otro amiguete, AM, y pegamos la hebra sobre asuntos que me hacen más gracia. Es un gran lector. También de lo mío. Pero es un tipo muy bien informado y ha tenido siempre un Opel. Me comenta algunas cuestiones interesantes sobre el coche de mi Chaval.

Regreso a casa y organizo el guion para la entrevista, aunque me temo que si no hay contestación este finde tendré que pensar en algo alternativo. Más allá de las dos estoy tan cargado de cuello y hombros que bajo a comer y a descansar… Como si me hubiese estado oyendo, cuando van a ser las cuatro el Chaval me pone un guas desde León donde está comiendo con un amigo. Los dos cabrones se están levantando una botella de Rioja que no conozco, pero me dicen que muy bueno. Para la próxima que coincidamos. Disfrutad, canallas, les digo, que vuestra es la vida.

Paso de la siesta porque me encuentro bastante relajado. Y me acerco donde mi suegra al caer en la cuenta de que hoy sería el cumpleaños de mi difunto suegro. Voy a tomar un café con ella y charlamos otro ratín. Vuelvo a lo mío. A las cinco y pico tengo la impresión de llevar plomo en los hombros. Me doy cuenta de que estoy agotado de trabajar como una mula. Me viene extrañamente a la cabeza el recuerdo de mi abuelo, incansable, y me pregunto si no me saldrá el afán de esa raza.

Con la particularidad de que me noto la vista al límite. Me lavo la cara y apenas veo mis ojillos velados por una niebla, que es la consecuencia del cambio de gafas: progresivas, de aumento y de ordenador. Tres. Y entre unas y otras la vista se apaga después de unas cuantas horas seguidas como hoy.

Además, observo unas manchitas rojas sobre los párpados y bajo los ojos. Algo de rosácea, como en la nariz. Y me aplico pomada. La piel muy blanca paga su precio. Herencia de la piel lechosa de mi padre, seguro, porque mi madre era más morena que un tito de aceituna. De pronto me fijo en mi cara, clavado frente al espejo, y descubro el pelo limpio pero cargado de electricidad estática, como de escritor pirado. Y también estudio mi cuerpo, para mi gusto más delgado de la cuenta. No bajar de setenta y dos, porque se queda cuerpecín de niño. A ver si ahora me voy a quedar también como la mierda al sol, mascullo.

Para no volver al tajo, enredo. El baño es un sitio magnífico cuando me aburro. Abro armarios, cajoncitos y reviso baldas por puro vicio. Encuentro una cajita pequeña, del tamaño de una de cerillas. Es un perfume de Chanel 19. La hija no lo utilizará, me digo. Pero no lo toco. Ahí quedará para nadie, me digo. Ni tengo a quien regalárselo (porque entonces sí se enfadaría la Chiqui) ni lo voy a usar yo, nos ha jodido. Enredo y huelo otros perfumes en busca de yo qué sé…

También me pone un privado en Ínstagram mi sobrina mostrándome unos buñuelos con muy buena pinta. Sabe que me va a dar envidia. Pero son sin gluten, hechos en un obrador de Menaza. Eso me cuenta. Me dice que si me apetece los pide. Nooo, le contesto. Para mí solo, no. Cuando haya ocasión de compartirlos. Qué coños pinto yo solo comiéndome unos buñuelos…

Hacia las ocho estoy muerto. Tengo que levantarme de aquí. De una puta vez. Me vienen a la memoria unos versos de un romance de Góngora: “Amarrado al duro banco, de una galera turquesca, ambos manos en el remo y ambos ojos en la tierra…” Soy una voz literaria más que una persona. Soy una pasión hecha palabras. Soy una pena.

También me duele la espalda al incorporarme. ¿No me estaré poniendo malo? No, chaval, es que tienes que parar un poco. Como ya no sé en qué ocuparme, me pongo a reparar la barra de la toalla en el baño de arriba. Tiene sueltos los dos tirafondos que la sujetan a la pared. Uno de ellos, porque no ajusta en su rosca. Lo sustituyo por otro, tras una operación de paciencia que no tengo, pues la posición con el desarmador es muy forzada. Al fin, entra. Me vengo para arriba. Por fin. Cena. Tele. Dormir. Olvidar.


11/10/24

Resuelvo por la mañana los quehaceres de casa, pero en la cocina no recuerdo la receta sencillita que me proporcionó BE, la chica que atiende al socio, para que salgan unas alubias ricas ricas. Creo recordar que rehogaba la verdura con la carne primero y añadía unas hebras de azafrán… y algo de vino blanco… El resto, coser y cantar. Pero tengo comprobado que como no lo grabe o lo apunte, adiós. Al final me acelero y lo remato como habitualmente, que no está nada mal. Un poquito más de tiempo de cocción se hubiese necesitado, pero estaba entretenido con el periódico sobre la mesa de la cocina (estamos apañados con el Koldo de los cojones… y Los Demás) y tenía prisa por hacer otras cosas. Aunque también han salido suaves, ligadas y sabrosas. Volveré a consultar a la chica.

Comienzo a estar preocupado porque don LMD no contesta a mi correo. Sé que la explicación no está en la falta de voluntad porque fue sincero y no dudó cuando hablé con él en la feria de Madrid. Y sospecho también que tiene su edad (acaba de cumplir ochenta y dos) y que ahí puede residir la razón para que no se percate. Necesitamos que nos confirme enviándonos su móvil, como en los casos precedentes. Y tampoco quiero recurrir a los dos invitados anteriores, con los que le une la amistad, para que le pongan sobre aviso. Por prudencia, por no entrometerme demasiado en su vida.

Sería una pena que nos fallase este escritor tan importante. A ver, hombre, a ver. Voy a seguir leyendo cosas de él y, si es necesario, pediré a GV, la de la radio, que traslademos la fecha de la entrevista a una semana después. Por si da señales de vida este señor.

Lo de la tertulia del Valen tiene algunos días memorables. Porque somos una panda de descerebrados despotricando sin rebozo. Y nos quedamos tan campantes. Allí andamos revueltos veterinarios, carteros, camareros (que últimamente también opinan) y servidor (generalmente contra todos). Lo mismo opina el portugués, AL, que son todos unos hijos de puta (quiénes, le pregunto; non sé, tudos, me contesta; qué majo eres, Medrano, me dice a renglón seguido), que un veterinario y otro camarero cubano se declaran putinos o partidarios de Putin… Esto el de locura, les digo, cuando me limpio las lágrimas de los ataques consecutivos de risa.

Tengo que pagar al fontanero, que ni siquiera para esto andan diligentes por el mucho trabajo que tienen. Que no me ha preparado la factura, me dice por cuarta vez que le visito en la tienda. Que a ver si me manda a uno que revise la llave de paso del baño, que se repasa. Ya le digo yo al chaval que… Y hasta la próxima. A otra cosa, mariposa.

Después voy a la Opel a consultar una cuestión sobre el Corsa de mi Chaval. Antes lo había hablado por teléfono con mi hermano Mon. Una avería que no han solucionado en tres meses. Parece que no dan con ella en un taller convencional de Pucela. Llamo a mi Chaval para que me deje representarle (no le parezca mal, encima) y el lunes les apretaré las tuercas. Nunca mejor dicho.

También avanzo pero a trancos de gallina con la poesía de CM, el de Torrelavega. Lo cierto es que la poesía reunida en “Acto de presencia” se acerca a las setecientas páginas y eso no se lee de una tacada. La alterno, para descansar del tono meditativo tan monocorde con la JAGI. La de este tiene la ventaja que puede leerse abriendo al azar por cualquier página de su obra “Del lado lado del amor”. 

Como he reconocido tantas veces, no llego a donde quiero abarcar. Esta es una constante en mí. Otros se conformarían con mucho menos. Tengo que actualizar la lista del año, que ya va bueno. Siento unas ganas tremendas de comenzar con el libro recibido sobre José Antonio Abella, pero ¿cuándo? Su viuda, MJM, me manda la invitación para el día del homenaje. Poco después me llega la del editor, JH. Le pongo unas palabras cariñosas en un guas a MJ por ese vínculo de dolor solidario.

No llego no llego no llego. “Si conocieras el tiempo tan bien como yo, no hablarías de perderlo”, dice el Conejo blanco de “Alicia en el país de las maravillas”.

El rincón en ángulo de la buhardilla, con la camita delimitada entre dos estanterías de libros, debe de tener propiedades narcóticas. Y miríficas. Porque todavía tengo aquí a mi sobrina y sigo durmieno arriba. Ni un mínimo ruido que altere el silencio sideral. Bueno, pues hace unos cuantos meses, con toda seguridad, que no aguantaba una noche entera sin levantarme al baño. Me he despertado como un conejo (el Blanco, de Alicia) de despabilado, y me he despejado con cuatro flexiones y cuatro abominables. Por entrar en calor rápidamente.

Tras la recarga de energía, cabeza limpia. Mente sana en cuerpo sano. Ganas de trabajar. Rápida adaptación a circunstancias nuevas o equilibrio dinámico como aprendíamos en karate. No retroceder y menos en bucle. No lamentar. No culpar ni culparse. Ni rencor. Filosofía básica. De manual. Ser un ser saludable. Salud.


10/10/24

Una mañana muy aprovechada y una tarde muy emocionante. Lo primero porque avanzo mucho en el último libro de LMD, de quien también di la segunda vuelta completa al penúltimo, que va a ser objeto de comentario el viernes, dieciocho. Se me dispararon las notas a cinco folios y eso tendrá un trabajo intenso en los días que me quedan. Pero de simple organización del material. Lo principal es tenerlo bien leído, bastante entendido y... buen tino crítico. Por mi parte, ya estoy preparado. Eso si las cosas van sobre ruedas y contesta a mi correo, que ya está en trámite.

Se queda una mañana asoleada que llama a voces a pillar la burra y largarse a tirar coces a las estribaciones de Brañosera. Pero hoy sería imposible, pues a la altura de Nestar se han producido inundaciones que cubren las ruedas. En fin, adiós a la temporada bicicletera. Veremos cómo organizamos la actividad física de este invierno. Algunos colegas me vuelven a decir lo del baile. Les contesto: antes, a la piscina. Hay quien dice que es muy divertido. Bueno, agua con cloro, vaya… Agua salada, palospeces.

Sobre la hora de comer llega un paquete de Seúr. ¡Qué alegrón! Mi editor JH me envía un lote de cinco ejemplares que le había solicitado de mi “Bicho” más el que acaba de sacar la editorial de homenaje a José Antonio Abella, que lo hojeo nervioso y me despierta una nostalgia y un recuerdo casi irresistibles. Me recuerda Jesús Herrán que ya está enviando las invitaciones y que el homenaje al escritor fallecido será el próximo día diecinueve, en Bañuelos de Bureba (Burgos), donde él ejerció de médico en su juventud y donde está ambientada la historia del maestro republicano Antonio Benaiges contada en su libro “Aquel mar que nunca vimos”. Se descubrirá una placa, tomaremos un pincho y cada uno a su casa. Eso me dice Jesús, con un fondo de pena, de cansancio y también de nostalgia. Se lo noto.

Le recrimino con mucho cariño, porque sé que está hasta las orejas de trabajo, y le ruego que me envíe otro lote de los míos. Cinco no me dan ni para los que tengo que llevar a Piña. Y necesito otra docena para las actividades de promoción que se avecinan. Ya, ya, le digo. No tardes, le digo. Y me contesta con cierta resignación: Joder, cómo sois (los escritores)… Venga, anda, ahora mismo se lo paso a Lines (la editora) para que te los envíe. Es cierto, sucede como cuando llamamos a un fontanero: todo el mundo considera urgente lo suyo.

Luego hablamos del contacto en Bilbao que me ha surgido y le parece bien, de modo que llamaré al librero e iremos cuando concertemos fecha. Y se van amontonando los planes, porque este oficio no es diferente de otros: hay que trabajárselo mucho para que las pequeñas editoriales (que son las que más arriesgan con los escritores menos comerciales) consigan subsistir. También hay una nota de canto del cisne en las palabras de Jesús. Tiene ya sus años. Y Lines. Alguna vez tendrán que parar. Entonces, ¿qué será de nosotros, amigo?, le pregunto con lástima y un trémolo en la voz. ¿A cuántos nos vais a dejar huérfanos?, añado.  Pues ahí está, replica él.  Silencio.


09/10/24

No ha parado hasta las seis de la tarde. Lluvia desatada y viento desbocado: el diluvio universal. Ni ganas de salir de casa, más que a un recado, para no quedarme sin unos contramuslos que va a poner al horno mi Chiqui el domingo cuando pase con su chico. Han preferido esta alternativa mejor que comer fuera. Haciendo como hace, no me extraña. Por mí, bien de cualquier modo. Supongo que también habrá sido porque mi Chaval no va a venir este finde.

En realidad, yo soy capaz de hacerles chuparse hasta los codos si les guiso unos muslos de pollo de los que vienen en bandejas de seis. Pero ellos prefieren esto otro. Ellos mismos. He comprado por fin de esos amarillos criados con maíz. Adelante. Abriré una de “Julius” para coronar la faena. Por mi parte, de cine. Con cualquier cosa soy capaz de hacerme mucha ilusión. Ya tengo algo diferente en qué pensar además de mis literaturas.

Por lo demás, he dormido tan bien que ni he oído llegar a mi sobrina, que me había dejado en el frigo una “delicatesen” como menú de un par de días. Hace una variante del calabacín que suele cocinar su madre y que a mí me encanta. Esto no lo he comido hoy, pero lo he probado en frío. Buenón. Mañana me voy a entregar entero al vicio.

Por lo demás, he trabajado con gran concentración esta mañana. Había dormido como una fiera. Como soy tan neuras en este sentido, me suelo proponer la lectura de cien páginas diarias (o no menos de cincuenta), pero pocos días puedo cumplir con el primer objetivo (sí con el segundo).

Lo que sucede es que a las once me muero por un café y meter caña en la charla de la tertulia. Hoy ha sido doble. Y excepcionalmente hemos quedado los del Foro a partir de las doce, porque NB no podía antes. Queríamos despedirle pues se pira dos meses y medio a Sudamérica (un recorrido por cinco países) en viaje de trabajo universitario. Merecía la pena dejar a un lado la tarea. Yo sé que la disciplina diaria es la mejor garantía para romperla cuando sea necesario. Lo tengo claro. Soy un tipo clásico en esto. Vida ordenada y las excepciones que hagan falta si merece la pena. Por una sencilla razón: no vivo de la literatura (ni falta que me hace), sino por la literatura. Pero primero está la vida.

Nuevo guas de la Chiqui porque se les ha estropeado la caldera de gas en el piso. La consuelo porque me dice que en una semana no han encontrado arreglo y todavía están con la reparación. En León y en Aguilar, como en todos los sitios, le digo, parece que la fontanería es oficio en vías de extinción. ¡Qué castigo! Tienes que pillar a los profesionales al asalto.

En fin, jornada provechosa que me ha hecho olvidar esta climatología horrible. Incluso día tranquilo con el móvil. Apenas he tenido que atenderlo. Claro que me refiero a treinta notificaciones, que pueden consultarse en esa información sobre “bienestar y control parental”. En fin, algo que al día solo ocupe de veinte minutos a media hora, es considerado ideal. O eso dicen. En esto como en todo, no es la cantidad sino la calidad. Por ejemplo, un mensaje de un banco con un ingreso puede interrumpirte, y un mensaje de alguien con catarro puede sublimarte. No es qué. Es quién. ¿Verdad?


08/10/24

A las siete y media, arriba como un resorte. Me he quedado a dormir en la buharda para mayor comodidad. ¡Qué bien he descansado! No he extrañado en absoluto el cambio. Aunque sobran habitaciones, me he trasladado arriba porque he repartido el piso con mi sobrina P., puesto que están de reformas en su casa y en la de la abuela también está todo ocupado. Viene a dormir solo, porque trabaja de noche en la fábrica y sale a las seis de la mañana. Me da alegría colaborar en algo con familia. Y porque me crea la sensación entrañable de tener por unos días un hijo en casa, ahora que en general las paredes se agrandan y los espacios se vacían. Es una buena niña, alegre, cariñosa y trabajadora.

Sin más importancia que un pequeño resto de catarro en forma de tos. Nada preocupante lo del socio. Pero me gusta mirarlo pronto. Por eso a media mañana pasamos por el centro de salud. Un ligero analgésico y un antitusivo. Lo esperable. Mejor.

Y la permanente llovedera. Tengo que llevarlo en el coche porque le noto paulatinamente más torpe de piernas. Como que arrastra más los pies, me parece a mí. Pero en su casa se sigue valiendo de maravilla, sin peligro alguno. Come y duerme como un niño. Que la cosa siga así…

Tengo que pensar con detenimiento una posibilidad inesperada que me surgió ayer de una conversación con mi quinta MY. Algo me apuntó ya el día de la quedada en Piña, pero no esperaba que se preocupase hasta el punto de facilitarme el contacto con una librería en el centro de Bilbao, por su amistad o trato con los dueños. Y lo había hablado con ellos. No me lo esperaba, repito. Es la forma más interesante, pero muy poco habitual, de abrir el radio de promoción a lugares donde uno no tendría acceso para darse a conocer en circunstancias normales.

Se trataría, en definitiva, de hacer una presentación allí de alguno de mis libros y que en adelante fuese un punto de distribución. Por supuesto, tengo que hablarlo con JH, mi editor. Pero es un favor grande y se lo agradezco en el alma a esta amiga. Porque la gente que te conoce y te quiere y te lee, pueden ser fieles lectores; pero no hay nada más valioso que uno de esos fieles te promocione de forma activa y lleve tu libro a nuevos lectores desconocidos para ti. Esta es la verdadera cadena mágica que el escritor busca.

Paso por los chinos para comprar una bandeja apropiada de tamaño para hacer pescado en el microondas. Me ha llamado mi amiguete PI para decirme que hoy me diese un voltio por la pescadería del súper, que tienen cosa buena y a buen precio. Nos profesamos simpatía mutua tan solo del trato en el súper. Porque él es un chaval majetón, grandón, sencillón. Y muy servicial y dispuesto a comentarte, aconsejarte, y recomendarte.

Me traigo una dorada chachi. Abierta en libro para ponerla panza arriba en la bandeja nueva. La veo tan apetecible que se me va la pinza y fantaseo con invitar a una chica guapa a cenar… Intento localizar a alguien en la mente. Y de repente se me ocurre una llamada romántica para quedar… Y soy tan seductor (como Woody Allen en sus pelis) que bromeo con hacer un trío con una desconocida que acabo de llevar a casa… Y le mando a mi invitada la foto por guas… ¡de la dorada! Y al final, yo solo me lo guiso y me lo como. Literal.

Hablando de comer, ayer también cambié unos guas con mi Chiqui. Creo que va a coger unos días de vacaciones que le pertenecen y que tiene que gastarlos antes de que concluya el año. Total, que pasará por aquí el domingo con su chico. Hemos quedado para comer por ahí y ellos se encargan de reservar. Le propongo que nos reunamos también con el Chico y su pareja si vienen este finde. Veremos. Pero es una ocasión más para juntarnos y ellos saben que no escatimo.

Después me cuenta con emoción contenida (por ambas partes) sus progresivos avances como cirujana, la buena consideración de sus tutores y superiores, su motivación (excesiva) por mejorar… Los que trabajan con ella lo saben tanto como yo: Poco a poco, Chiquitina. Como cuando te enseñaba, por ejemplo, la hora en el reloj. Te ponías nerviosa. Y entonces también creías que nunca lo ibas a aprender. ¿Te acuerdas?


07/10/24

Menos mal que este muchacho de Ligüérzana al que recurrimos para los problemas complicados desde que se creó la comunidad, es un profesional completo. Igual soluciona lo suyo específico de puertas automáticas como cualquier asunto relacionado con la electricidad. Por ejemplo, esto de la bomba de agua del garaje, que a primera hora ya venía de camino desde Burgos. Es un fenómeno, el tío. Le tenemos una confianza máxima. Después de comer me llama y ya me muestra el problema resuelto. Antes, había pasado yo a dar parte en la gestoría. Solucionado. Eso me tranquiliza.

Lo cierto es que ha llovido todo lo que ha querido y ya veremos durante lo que queda de semana. Este garaje del que hablo, por ejemplo, está que cubre la suela del zapato. He tirado un rato de cepillo, pero es imposible sacar esa humedad con este tiempo. Habrá que esperar con paciencia. Todos tenemos los coches fuera, por si las moscas.

He aprovechado muy bien la mañana. A gusto en la buharda, porque en días así no se me ocurre nada más placentero y entretenido. Durante el café del recreo, en el Valen, nos invitan por ser clientes añejos. Estamos los tres infalibles de la tertulia, aunque frecuentemente se amplía. Aprendo tanto con el cartero como me divierto con el veterinario. Somos tres tipos tan disímiles que eso establece un vínculo de simpatía muy curioso. Es el único sitio donde frecuentemente me río a carcajadas, porque no hay cosa que me haga más gracia que las opiniones con las que no coincido absolutamente en nada. Vuelvo a casa como una seda, recauchutado.

Varios guas cuando reviso el móvil a esas horas. Pongo uno a mi amiga y compa MF, que hoy cumple los sesenta y le deseo una magnífica jubilación. Ella sabe lo mucho que me alegro. Somos amigos desde el principio en Aguilar, una parte de las cinco o seis parejas que hemos formado otro grupo muy sólido en el guas. Llamada también de mi cuñada M. para una cuestión sin mayor importancia, familiar y doméstica, y que sabe que lo que haga falta. Y llamada de mi quinta MY para un asunto sobre mi último libro. Eso me recuerda que tengo cuatro comprometidos para cuando regrese por allí.

Pero lo cierto es que soy poco receptivo con los halagos sobre mi literatura. A pesar de la admiración que todavía suscita el trabajo de creación artística, prefiero la charleta distendida sobre asuntos que reflejen la vida diaria de las personas, sus preocupaciones y emociones. Lo que el escritor italiano C. Pavese denominaba “el oficio de vivir”. Me interesa la gente con experiencia de vida, los supervivientes anónimos. La gente normal y corriente, admirable. La grandeza de la lucha diaria, que para algunas personas pasa por superar condiciones y situaciones muy difíciles.

La tarde, sin embargo, ha quedado soleadita. Esperábamos agua. Del Boedo, de casa de mi cuñado JR, me llega una bolsa de manzanas bien ricas. De varias clases. He probado dos en la merienda, pero creo que todavía les falta unos días para llegar al envero. Enverar: “in variare”, o sea, cambiar de color, o sea, madurar. Así de bonito es el idioma. A mí me chiflan las golden en ensalada, con melón, cogollos de lechuga, cebolla roja, atún y lo que vaya sobrando sobre las baldas del frigo. Para cenar. Algunos días, claro. Porque la verdad es que yo como hasta hormigón si tengo hambre.

Me concedo media hora de descanso. Repaso uno de los álbumes de fotos familiares. Pero en los archivos dentro de mi ordenador. Aquí iba dejando Lourdes una selección de todos los años. Encuentro hasta los Reyes del año veinte. No más allá. Aunque hay varios archivos bajo el título genérico de fotos del móvil. Sospecho que ahí se guardará todo lo posterior hasta esta fecha que acabo de decir.

Contrariamente a lo esperable en otros momentos anteriores en que no fui capaz de abrir y revisar todo este gran reportaje de la vida familiar, ahora me doy cuenta de que me mantengo sereno de ánimo. Lo veo con ojos pacientes y me propongo organizarlo más adelante, cuando tenga una ocasión, con los hijos en casa. Pero es en cierto modo extraordinario que mis emociones sean incluso agradables, mis recuerdos gozosos, que mis ojos se acompañen con una sonrisa en ciertas instantáneas. Y que, en definitiva, me sienta bien. ¿Cómo puedo estar… feliz (me atrevería a decir) sin Lourdes? Busco una respuesta antes de retomar el trabajo y parecen acudir en mi ayuda algunas palabras suyas imborrables. Se las escuché en los momentos en que más hundidos estábamos los dos: Tienes que seguir viviendo. Seguir. Vivir.


06/10/24

Día feo al otro lado de la ventana. Pero bueno para estar recogido. No me lo pienso. Leo. Un par de cafés en el Valen y diario. Rutina. Placer. Oler a periódico fresco, como un domingo cualquiera de antaño. Cuando me asomaba por la ventana del Mayor La Salle de aquella habitación desde la que observaba por encima de los tejados la escultura del Sagrado Corazón sobre la cúpula de la catedral. Me quitaba las legañas y le susurraba: “¡Qué pasa, tronco!”

Después de desayunar, lo más probable es que subiera a la habitación de JAP. Allí charlábamos con unos cigarros (yo, Tres Carabelas) y con frecuencia poníamos, aquel primer año universitario, a los Bee Gees. Su radiocasete era negro y abría horizontalmente; el mío, también negro, vertical. Tenía una cinta grabada con canciones de la banda, pero tomadas de diferentes discos. Eran las más populares. Ya dije que siempre le recuerdo, sobre todo, cuando escucho esa de “I started a joke”. Se me murió un año antes que Lourdes.

Los Bee Gees habían sido la bomba a partir de “Fiebre de sábado noche”. El grupo que había desbancado a los Beatles, ya muy oídos. Los enteradillos en música decían que estaban “pasados”. Ahora son los Bee Gees, tío. Eso decían en La Salle. Por supuesto, ni Dios escuchaba allí a los Rolling Stones, esos macarras, tío. Por favor. Éramos hijos de la burguesía acomodada agraria e industrial, educados por los Baberos para liderar el futuro. Costaba una pasta estar allí, tío. Así decíamos y hablábamos. Qué pasa contigo, tío. Conmigo qué va a pasar. Lo cantaban un par de golfos en la tele.

Yo me dejaba aconsejar. Entonces no me enteraba de nada. Tenía un cuaderno medio deshojado con las propias hojas sueltas dentro en el que figuraban mis primeros pinitos poéticos. Ay, aquel careto escurrido, todo narices, a cuyos lados caía una melena de pelo fino, castaño claro. Y un tipo escuálido que no llenaba el culo de los vaqueros. Al menos, yo no tuve el acné típico. Y mi carácter risueño mejoraba el conjunto si me miraban a los ojirrines pequeños, azulillos, escrutadores.

Traigo esto aquí porque he seleccionado hoy, durante todo el tiempo de ordenador, un disco de los Bee Gees que está en el Spotify titulado “Odessa”. Decían que había sido el comienzo de la música de rock progresivo y sinfónico. Comenzábamos a ser progres en todo. Yo tardaría casi tres décadas hasta informarme en internet sobre la historia que había vivido sin saberlo bien, sin conciencia plena, a toro pasado. Allí descubrí este disco doble (cuarenta canciones) que escucho ahora, maravilloso y fundacional. Cuando ya no soy ni joven ni adulto. Pero aún conservo el ansia viva y desbocada de belleza.

Eso, sí. Porque en lo que me he mantenido con ojo avizor ha sido en la literatura. Y he comprendido desde siempre que el único sentido de vivir reside en ese espacio interminable e invisible de lo Bello. Por eso dice el poeta que no merecen ninguna consideración “quienes han cometido/ atentados/ contra la belleza/ del mundo”. Ahí queda. Y por eso yo jamás me aburro, a pesar de la “monotonía de lluvia tras los cristales”.

Claro que estaría mejor contigo, mi imposible amor, pasando un finde largo en Burdeos, viendo brillar desde la ventana de algún “bistrot” el pavimento mojado en las inmediaciones de la Plaza de la Comedia, tomando un “petit crème” y unos dulces y coloridos “macarons”. Sí, me gustaría, no hay duda. Sin embargo, en este momento también soy feliz. Aquí y ahora. Porque no confundo placer y felicidad, aunque viven mezclados. Y no pierdo la esperanza. En fin, escucha esta música si tienes oportunidad.

El resto del día son los momentos de relax entre el trabajo habitual. Hoy me entretengo y enredo y brujuleo, acompañado de mi lexicógrafo favorito, Fausto Nuño, al que tengo muy presente a diario sin nombrarlo. Rastreo los sinónimos y sus matices de la palabra velux, que ya de por sí me parece bonita. Pero son maravillosas las connotaciones particulares de luminaria, lucerna, lucera o lumbrera. ¿Y claraboya y tragaluz? Pero en mi casa seguro que habrían dicho tronera. O respiradero, pero estoy sería ya alejarse del núcleo del significado. Me gustaría ir recogiendo citas literarias en que figurase cada una de estas acepciones precisas. En fin. Hago mis cábalas y me despido del bueno de Fausto Nuño, un mito de mi infancia, vecino de Valmedio y con domicilio en la romántica Calle Oscura… Pero no diré más porque de él ya hablé a mis amigos en aquella obra mía de los “Gallos”. Fue, pues, una personificación de mi afición por recorrer el diccionario, de perderme en sus vericuetos, de consignar palabras de nuestra tierra y de retener o recuperar arcaísmos llenos todavía de sabia memoria y de nutritiva savia. Ojalá no los olvidemos.

Me vienen a avisar casi a la hora de publicar esto y con la tarea ya concluida. Afortunadamente. Como no para de llover (el agua va saltar por encima de la presa, copón), la bomba del garaje se ha averiado o ha dejado de funcionar por algún cortocircuito. Se ha inundado la entrada. No hay luz y mañana tiene que salir la gente. El caso es que el vecino que me llama y yo somos los únicos que nos ocupamos de la comunidad. Aquí se la suda a todo el mundo, porque saben que alguien resuelve. Hay que llamar al técnico para mañana a primera hora. En comunidad, no muestres habilidad. O, más propiamente, disponibilidad, como es mi caso. Comienzo con los guas para acá y para allá… Teléfonos, direcciones, recomendaciones, reparaciones, soluciones… La polla récor… Soy tonto, pero con balcones a la calle. Y sin remedio… Son casi las nueve… La bomba de agua… La puerta automática… Stop. Dejo todo. Cierro los ojos. Escucho esta hermosa canción titulada “First of may”. ¿La oyes?


05/10/24

Veintisiete mil cosas, intento hacer. Varias, simultáneamente. Sobre todo, en días como hoy, cuando madrugo porque he dormido de tirón y me sobran horas . Y eso que procuro hacer tiempo por la noche hasta las once y pico. Ayer con la de “Wind River”, repetida, ya con poco interés. Pues a las seis, revivo y no puedo retomar el sueño. Me levanto.

La tertulia no se reúne los findes. Pero salgo a su hora para leer el periódico y me tomo un par de cafés. Luego, el tiempo desapacible me desanima a moverme de nuevo, y ya estoy viendo que tendré que recuperar las viejas costumbres de la juventud.

Estos días así, precisamente, eran los que me gustaba echarme a la calle y sentirme James Dean paseando solo por el bulevar de los sueños rotos. Esa foto del actor que tanto me impresionaba, enfundado en su abrigo con la cabeza retraída sobre el cuello, las manos en los bolsos y un cigarrillo en los labios, al fondo NY un día cualquiera de lluvia… Pero yo no soy JD. ¡Ay!

Termino de leer y la labor en la cocina, y entonces es cuando enredo para ocupar los espacios de tiempo vacío. Descubro algunas baldas en los armarios del baño con frasquitos, tarrines, cremas, perfumes, jabones… Pienso en pedir a la Chiqui que lo vacíe, que se lo lleve porque la mayor parte de eso es utilizable todavía. Abro algún perfume y lo huelo. Como soy un manoplas, el frasquito huye entre mis dedos y me vierto en las manos una cosa que se llama Flower by Enzo, que me ha dejado un olor a mujer penetrante como un pestazo. Si tengo que salir por cualquier circunstancia, voy a tener que ducharme otra vez y ponerme mi colonia encima. Eso barrunto.

No se me cierran los ojos en la siesta. Estoy descansado, se ve. Reviso el Babelia de esta semana. Sin interés mayor. Leo el artículo sobre Manolo Rivas y Marta Sanz de la semana pasada, a propósito de sus nuevas novelas. Esas sí las voy a leer. Seguro.

Compruebo que ya voy por la mitad de la relectura del de LM Díez. He avisado a la de la radio, GV, que ya lo tengo y voy a localizarlo y a quedar para el próximo viernes, dieciocho.

Demasiado pronto para ponerme al ordenador. La tarde será larga. Prefiero revisar algunos poemitas cortos del cuaderno de notas que se me van ocurriendo y me divierten más que nada por el juego con las palabras. Se me ocurre que quizá mañana ponga alguno en el Ínstagram.

Demasiado pronto también para quemar un sábado oscuro y de trámite sentado frente a la televisión. En la peli de la tarde, después del telediario, aparece Sara Montiel, la “bella Lola”. Bellísima, sí. Solo que a mí me ha parecido siempre que ni canta ni baila ni interpreta. O sea, piel, pellejo, presencia, prescindible. Y como personaje, antihéroe y antierótica. Habrá sido un icono sexual en la España de la caspa, pero a mí las mujeres así nunca me la han puesto dura. Su pinta emperifollada entre vestidos que quieren pasar por elegantes, a mis ojos la convierten en una muñeca hinchable. Hasta su voz me desagrada, voz ovina, de oveja estabulada.

Cómo será que prefiero ocupar el siguiente rato en algo que ya llevo semanas (o meses, para ser sincero del todo) tratando de evitarlo, porque es una de las ocupaciones que me produce tal aburrimiento que me sale una pereza antinatural, es decir, justo lo que no soy. Es más, es la única cosa del mundo en que no soy diligente. Pero, en este caso, es inevitable e insoportable. Bostezo. Enciendo el ordenador y reviso durante un buen rato mis finanzas. Como elefante por cacharrería. No sé ni qué miro. No me interesa nada. Pero tengo que efectuar algunas operaciones. Lento pero seguro. Cumplo. Salgo del programa como quien huye de nada. Espantado. ¿Por qué?, me pregunto. Si me va bien. Porque soy así. Hasta la siguiente.

Hoy no he tenido más que cuatro guas contados. Por la tarde pongo uno a mi Chaval, de quien no recordaba dónde iba a pasar este finde. Tal y como está el tiempo, se han quedado en Pucela. Peli y mantita está muy bien esporádicamente cuando se tienen veintitantos años los dos. Una comidita un poco especial y una botella de vino rico, regalo de padre. Yo también la he subido hoy al botellero del trastero. Pero no la he abierto. Es por tener cuando venga alguien. El vino es para compartir. Como la amistad. Como la felicidad paternofilial. Como la belleza artística. Como la pasión amorosa.

Paso también un grandísimo rato, antes de ponerme con estas líneas, leyendo aleatoriamente poemas de la obra poética citada estos días atrás, la de JAGI. Están recogidos sus seis primeros poemarios. “Del lado del amor”, se titula. Es una lírica sin desmayo, su calidad no decae en ningún momento. Es una elevación de lo humano a lo divino. Literalmente. O sea: Apoteósica.

Cuando cierro estas líneas y voy a moverme del asiento antes de publicar la entrada, noto que estoy exhausto de trabajar todo el día. Y lo chocante es que tengo la sensación de que no he hecho gran cosa. Eso pienso. No me puedo tapiñar la dorada, porque es grandota y no he pasado por los chinos a comprar una bandeja de cristal apropiada, que quepa el pez bien abierto panza arriba. Eso pienso. Seguramente, luego veré si resisto “LaSexta Xplica”. Eso pienso. Hoy me gustaría dormir con alguien. Y oír la lluvia. Solo por cariño. Al lado. Sin más. La cucharita.


04/10/24

Otra ocasión divina que podría haber arrancado al otoño subiendo a la Braña con la burra y disfrutando como un burro. Pero la pata va bien si no abuso. Y eso me tiene chinado todo el santo día. Intento algún ejercicio de los que me aconsejó el cátedro del grupo en la materia, NB, y me fastidia tener que reconocer que todavía está tirante el gemelo, sin dolor. Porque el caso es que he recuperado ya la marcha ágil. Pero pedir más es arriesgar. Para ello practico ciertas posturas básicas de las katas de mi época yapan de artes marciales, cuando yo era Chu-Chin, para comprobar cómo tiran los diferentes músculos en juego. La posición “kokutsu dachi” es la que me avisa con claridad del lugar exacto del toque en la pierna atrasada. Todavía persiste una pequeña molestia. Hay que esperar.

Vuelvo a recordar a mi editor que estoy pendiente de la llegada de esos libros que tiene que enviarme si queremos organizar en octubre las dos actividades en Aguilar. Los implicados deben leerlos antes, como es lógico. No me explico cómo lo habrá olvido JH. Bueno, sí, está a muchas cosas a la vez y supongo que le tendrá absorbido el homenaje a José Antonio Abella. Por fin me contesta por guas que ya, que me los manda cuanto antes.

Y de finales de mañana en adelante se desata el furor de los guas y ya no paran hasta después de comer. Son así las redes sociales. Cuestiones de política, de viejos amigos de años estudiantiles, de actividades culturales varias en Aguilar y Palencia… ¡Uf! Sin embargo, no puede quedarse uno al margen. Es el precio de estar informado y atento al tiempo histórico que nos toca vivir. Lo otro, es flotar en la inopia. Y no valgo para eso.

Hacia las cinco, subo a trabajar después de haber dado una vuelta y haber comprado un melonazo glorioso al que le hago una cata y, en efecto, sonrío cuando compruebo el ojo para elegir. El resto de la fruta se lo encargo a la tía M., como de costumbre. En el súper me saluda una mujeruca que dice recordarme de una charla hace meses en la Cruz Roja. Que qué bien lo pasaron conmigo… A veces uno no es consciente de lo que significa un rato de expansión para ese grupo de mayores que tal vez no tengan otra posibilidad  para socializar el resto del día. Y enseguida hago propósito de no perder un minuto más y ponerme al ordenador.

Aquí es cuando encuentro sobre la mesa una nota de mi puño y letra en la que me recuerdo que debo intentar solucionar una operación que de entrada me pone nervioso. Es una operación “online” de inversión. Segura, porque es una letra, el mecanismo de un silbato para quienes están muy habituados. Ya previamente le había mandado recado a mi hermano para que estuviese atento por si le necesitaba. ¿Te asisto?, me dice él con mucha retranca. Me conoce. Sabe que mi cabeza echará humo en cuanto me ponga a ello. En efecto, tengo que enviarle un s.o.s a los cinco minutos. Nos conectamos por videoguas y me va guiando. Bien. Hasta que me trabo en un detalle estúpido… Casi dos horas hasta que hemos culminado el proceso. ¡Copón!

¿Cómo tendrá paciencia este muchacho (me pregunto), cuando un servidor ha terminado con las pestañas chamuscadas y una mala leche apenas disimulada? ¡Qué haría yo sin él! Son más de las siete, me lamento. Mi hermano tiene que salir de casa para acudir a una obra de teatro al Lava, en Pucela. ¡Qué envidia! Eso es lo que me gustaría hacer a mí también. Y después dar un paseo por las inmediaciones de la Rubia y tomar algo en aquella zona que ahora está maravillosamente remozada y cuidada.

Curiosamente, en la tertulia de la mañana un amigo de la uni de Pucela, experto mayor en la industria harinera, me ha explicado que la zona de la Rubia tomó su nombre porque allí se sembraba desde el siglo dieciséis una planta popularmente llamada así por su color amarillento, cultivada para conseguir el color ocre o carmesí, tan útil a los tintoreros como lo era el carísimo azafrán. Aunque mi amigo JML es muy fiable, lo he comprobado personalmente en internet. Equilicuá.

La tarde, por tanto, no me ha cundido más. Apenas me sobra tiempo para escribir lo que quiero. Me conformo poniendo música del Yutu, algunos “mix” que tengo guardados para cuando no sé qué hacer. Dejo vagar la cabeza… Desde adolescente he sabido que la música que me gustaba venía asociada a sentimientos muy intensos, y generalmente también a personas muy concretas. No necesariamente por vínculos amorosos, sino por otros como la amistad, la lucha social, la evasión de la realidad, etcétera. Pero una cosa curiosa es que alguna canción emblemática se ha repetido con varias personas diferentes. Y estas sí que han sido mujeres (pocas) muy queridas. No lo revelaré nunca, por supuesto. Pienso que ellas no se habrán enterado. Y otra curiosidad: casi siempre han servido también para hablar a través de ellas. Desde la distancia. Desde atrás. Desde lo oculto. Desde Cyrano.


03/10/24

Maravilloso día de otoño. Hay un solín tierno y blanco como un pan. Siento no poder aprovecharlo con la bici, pero prefiero ser prudente. Mi amigo FF, el médico de la panda, me anima a que poco a poco pruebe con la de monte, sin forzar. He decidido esperar esta semana todavía. Después, ya veremos. De todos modos, la temperatura lo irá marcando.

Recupero el descanso seguido de la noche. Se nota. Respiro bravamente, como un toro. Esto es parte de cuenta. En cambio, el socio se ha acatarrado y he tenido que pedir cita en el médico. No parece mucho, pero tiene su edad. Y vive solo (y feliz) debajo de mí, que lo veo varias veces al día. Aunque tampoco me preocupa durante la noche, porque en último caso sabe llamar con la medalla de alarma que lleva al cuello, de los servicios sociales.

Preparo una olla de seis raciones de alubias con costilla adobada. Un manjar. En los táperes de los chinorris son raciones que rebosan el plato. El toquecín del sofrito o la verdura, fundamental. Descuido para tres días. Esto es lo más importante, además de ser una comida sanísima.

La receta es facilona, pero se me ocurre algo que hacía mucho tiempo que no intentaba. Por razones obvias. Está junto con el primer grupo de platos aprendidos que dejé archivados en la galería de un móvil antiguo. Los básicos, como las diferentes legumbres. Y lo cuido como oro en paño. Porque sé que son vídeos cortos tomados en la cocina mientras Lourdes me enseñaba. Aparece ella y hablamos. Hoy me he atrevido porque estaba convencido de que mi corazón lo iba a tomar con cariño y serenidad. Y distancia. Así ha sido.

Me está indicando cómo hacer el plato de alubias pero solo con un sofrito y chorizo. Muy simple. Ella se mueve con seriedad y disgusto, porque pensaba que mi presencia en la cocina era un estorbo si no servía para hacer algo. Y como estoy alrededor grabando, pues pone esas caras difíciles que a mí me hacían una gracia inmensa.

Me mira ocultando la sonrisa cuando yo comienzo a grabar diciendo “Tercera receta del curso de cocina para idiotas”. Luego se da cuenta de que estoy cogiéndola a ella y hace gestos de espanto y de espantarme. Me sorprende cuando llama “dar un susto” a bajar la cocción con un poco de agua fría. Se ríe disimuladamente porque yo hablo de echar unos “pellizquetes” de sal, y le aplaudo lo bien que “ha pelado la zanahoria”. En realidad, celebra mi alegría, mi espíritu burlón y juguetón con las palabras, mi manera de desdramatizar con el lenguaje. De olvidar el mal. Estábamos en el año dieciocho y aún veíamos increíble el final. Imposible. Curiosamente, como he dicho, mi ánimo se ha mantenido templado. He guardado el móvil. Creo que el recuerdo se ha desvanecido al momento. Y he podido continuar la labor sin melancolía.

Me llama la Concejala de Cultura, porque el bibliotecario se lo ha pedido. Se trata de replantear o retocar (si procede) las bases del premio de poesía que el ayuntamiento publica anualmente. Diecinueve ediciones con su poemario correspondiente. Ellos saben que fue una iniciativa mía en mis tiempos de concejal y quieren contar con mi opinión.

La concejala sabe, porque se lo he demostrado otros años, que estoy comprometido y lo siento como un hijo propio. Por tanto, siempre voy a luchar por su permanencia ofreciendo mi colaboración y esfuerzo. Hemos descubierto y publicado a unos cuantos poetas desconocidos de primera calidad. Estoy convencido y orgulloso de ello. Quedamos en que me llaman para una próxima reunión. Me hace feliz. Pero me tocará de nuevo cargar con parte del trabajo de seleccionador, jurado o presentador. En fin, lo que se vive con pasión no cansa. Se goza.

Me llama también, después de comer, mi Chiqui, mi mediquilla preciosa. Ya ha vuelto de un congreso en Asturias. Contenta de lo aprendido, de la convivencia entre compañeros, del trabajo y la ponencia realizada. Por el guas me había enviado una foto del grupo de médicos. Le he dicho que qué interesante, qué orgullosos (yo veo por los ojos de dos).

Charlamos de asuntos domésticos. Todo bajo control, le cuento. Pero la encuentro cansada. Y siempre existe alguna contrariedad. Su carácter le exige constantemente más retos. La conozco. Le pido que no se agobie. Que es una niña, que tiene toda una vida profesional por delante. Y personal, por supuesto. Hablamos un poco de los planes a la inmediata con su chico. La veo radiante. ¿Y tú qué tal?, se interesa enseguida por mí. ¿Yo? Un friki. Un crack.


02/10/24

Está el tiempo llovedero. No para. Y qué sensación tan rica en la buhardilla, tan recogida e íntima. Tan extremadamente idónea para escribir. Eres afortunado, Gabilucho. Me digo. Cumple la misión encomendada desde que viniste al mundo en el balconcito que mira a las escuelas. La que iniciaste en cuadernos escolares de niño mirando desde la otra ventana que da a la fuente. La que todavía practicas cuando estás allí de paso.

Quizá sea por el cambio de tiempo por lo que despierto últimamente a media noche sin motivo, tal vez porque está un poco obstruida la nariz. Lo cierto es que abro los ojos hacia las cinco y ya no encuentro modo hasta las seis y pico cuando decido levantarme porque me aburro de pensar en la cama. Esta noche pasada me he tirado más de una hora leyendo hasta que la tripa me ha recordado el desayuno. Abro las ventanas y la llovedera no cesa.

Hoy contaba ya con mi fiel MA, recuperada de su accidente, que me había enviado ayer un guas diciendo que venía sobre las nueve. Un alivio. Me ha dejado la casa como los chorros del oro. Porque esta operación soy capaz de hacerla, pero siempre mal. Sin embargo, ella me ha elogiado diplomáticamente: No lo tienes muy sucio…

La tertulia la trasladamos al Castillo porque el Valen cerraba hoy por mantenimiento. Discusiones sobre vacunas y sobre la necesidad u obligatoriedad de ponerse la del Zóster. Pasé por la clínica para que me informase el de cabecera y, por lo visto, esto hay que solucionarlo en Sanidad, llamando y solicitándolo. Ya veremos si lo conceden. Vuelvo bajo el velux, a la hamaca y la mantita. Hasta la hora de comer.

Hago un poco de tiempo frente a la tele y a las cinco subo al tajo. El día sigue obstinado e invariable. Como mis consuetudinarios hábitos. En cuanto repiqueteo en las teclas me doy cuenta de lo bien que me ha venido la crema de otras veces. No noto molestia alguna porque se ha cerrado la pequeña grieta que tenía. La lesión en el gemelo, sin rastro. Así es la vida, reflexiono. Somos recuerdo de las pequeñas y grandes heridas que vamos sellando. Algunas tardan en curar. Pero es importante aceptarlas y, sin olvidar, sobrellevarlas. La sabiduría consiste en continuar sin que supongan un lastre que impida vivir de nuevo, renovarse y resucitar. Como el gallo. Como los numerosos gallos de mi colección a los que me quedo mirando sin saber bien por qué, pensativo o extasiado. Tal vez mi gusto por este símbolo tiene su origen en la identificación de mi carácter con alguno de sus rasgos.

En silencio reparo en que mi vida solo ha sufrido una enorme conmoción o crisis. Fui inmortal hasta que vino la enfermedad de Lu. Yo no había conocido penas grandes. Fui niño y joven y adulto sin heridas. Ninguna, ni materiales ni psicológicas. Es la verdad. Tuve esa fortuna. Creo que eso también me ha ayudado a ser una persona muy sana de sentimientos. Y pienso que además me ha servido para mirar hacia delante y levantar el ánimo con relativa rapidez. No estoy decepcionado ni siento pesimismo existencial. He ido limpiándome poco a poco del pesar que todavía me agobiaba estos años atrás. Pero ahora siento que quiero vivir. Que significa dos cosas fundamentalmente: por algo y para alguien. Es decir, crear (puedo escribir una estupenda obra) y querer (puedo hacer que alguien se sienta muy bien). Ahora, en definitiva, puedo decirte: Estoy en paz contigo, Lourdes. Y sin ti. Quizá he comenzado a ser otro. Igual y distinto. Soy yo en evolución. Estoy bien.


01/10/24

Podría decir que para mí el finde pasado, con la reunión de quintos, fue el cierre de un largo verano. Más psicológico que cronológico. Octubre ya es otra cosa. Si quisiera ponerme poético escribiría que ha vuelto la esperada aspereza de todos los años a abrir su pequeña grieta en mis dedos, en el extremo de la uña. Insoportable a ratos. Sobre todo, para los que tenemos que escribir a diario. No se puede teclear con los dedos sobre abrojos. Es así. Vuelvo a ponerme una crema que me regalaron y es muy efectiva para hidratar y cerrar esas pequeñísimas heridas. En mi caso, simbólicamente, son heridas de guerra.

De octubre decía el poeta del que hablé ayer, Juan Antonio González Iglesias: “Dejémonos llevar por los presentimientos./ Escribamos las cosas con letras minúsculas./ Celebremos octubre por su ausencia de dioses”. Quiere decir que después de un verano sometidos a los “implacables dioses desnudos”, ahora, con el cambio de estación, “tenemos treinta días sólo para nosotros”. ¡Qué buena lección! O sea, al rincón de pensar…

Fue divino, en resumen, el encuentro o la quedada de quintos. ¡Qué maravillosa idea, que por fortuna parece prosperar también en la intención para el año próximo! Las quintas organizaron las dos partes de la fiesta como profesionales: la turística y la culinaria. El castillo de Villafuerte era un bello desconocido para la mayoría de nosotros (su interior, me refiero), y personalmente me sorprendió la sólida mole de la torre del homenaje, mantenida en el tiempo por sus excelentes bóvedas, alguna de gran originalidad. El resto del castillo, muy bien consolidado, sin cursiladas.

En cuanto a la ermita de Capilludos, en Castrillo, tampoco tenía más idea que la de haberla visto al pasar desde la carretera, en la distancia. Ignoraba la valía de su retablo, por ejemplo. Además, completamos con la iglesia parroquial, en el que descuellan una Magdalena valiosa y una preciosa pila bautismal románica.

Día completo, porque disfrutamos de una comida también muy bien calculada por parte de algunas quintas y sabrosa de entrantes y del plato fuerte del arroz con chipirones, que nos hizo la cocinera oficial del pueblo, CPM, hija de mis primos.

Acompañó el día cálido y despejado. Tuvimos el ambiente habitual de confianza, compañerismo, cariño y risas, del que nos sentimos orgullosos todos por haber recuperado esta auténtica fiesta una tercera vez. Y que siga todos los años, según el parecer de la mayoría. Pensaba yo que esto sí que podría considerarse un verdadero hermanamiento. Y precisamente en el año oficial de la jubilación. Es una delicia comprobar que somos supervivientes (solo uno falleció hace años), resistentes y resilientes. Una generación de campeones en perfecto estado de salud hasta el momento. Una alegría. Esta es la lotería de verdad, nuestra unión, más importante que la que compramos para jugarla juntos en navidad.

Claro que en cada ocasión que vuelvo es difícil que se quede en una sola celebración. Porque ese mismo día tuvimos cena de amigos organizada en el merendero de los Cuesta. Aquello es casi hotel. Y, por supuesto, no faltó (al contrario, salimos embuchados) la multiplicación de platos hasta no caber en la mesa, de parte de mamá Adela. Que es lo normal en ella. Porque la generosidad en algunas personas es desbordante y a medida de un corazón del tamaño de una sandía. Como es este caso.

Entre las mil y una delicatesen, quiero subrayar que todavía, a estas alturas de una temporada finiquitada, todavía hermosean y rojean como un acompañamiento digno de príncipes los mejores tomates de España que son los de GM, casado con mi prima. MM. Los probé este verano, junto con otros de cultivadores también muy expertos. Mucho discutimos sobre ello, pero parece que hay consenso en la calidad de los “Goditos”, que es como llaman a este género ya en todo el sector de la horticultura.

Y dejo para el final, por supuesto, la superestrella culinaria de todos nuestros eventos piñeros: el Julius. El Pesquera Premium o superior del célebre viticultor JC. Calculo que, por mi parte, habrá caído botella y media entre las tres celebraciones mencionadas durante estos dos días. Después, paso temporadas sin probar ni una gota de alcohol. Todos mis amigos saben que solo bebo vino bueno y en contadas ocasiones sociales. El Julius, en especial: Ni una molestia de estómago. Ni gorgorito con rebuzno al acostarse ni resaca cabezona al levantarse. Es beber néctar. Doy Fe.

Dejo el domingo aparte porque también completé con varios eventos. Por la mañana, vino mi hermano Mon y recolectamos unos higos para llevar al socio. No muchos porque es tan hiperbólica la cosecha natural de este año que no exagero si digo que la higuera sagrada que plantó mi abuelo Melchor en el rincón del corral tendría milenta, decenas de miles. La mayor parte de ellos postrados en el suelo, desventrados, espachurrados. Un real chapapote en el que no quise meter los pies para no salir de allí con los zapatos hundidos en un pringue de dulce de higo. Mon había ideado un dispositivo para que todos los pájaros del mundo se comieran la parte alta de la higuera; y la parte baja, rodeada de una red, para quien quisiera tomarlos directamente de la rama, es decir, nadie. ¡Qué pena de vendimia en otras circunstancias! Porque es una comunión eviscerar y sorber la pulpa de un dulzor que lleva directamente a la infancia. En alguna ocasión en que he llegado casualmente a tiempo, he desayunado allí, casi desnudo como un salvaje, de pie y engulléndolos sin quitar la piel limpísima… para enseguida ducharme con las ventanas de par en par mientras sonaba alguna canción de música especialmente querida de mis años jóvenes. Una resurrección. Magia.

A las dos, por el reloj del ayuntamiento de la villa, mi otro hermano, mi bro, JLC, ya me esperaba en el banco de los jubilados. A comer. Tercera parte. Los inventos de la mamá A., que transforma en comida de lujo, misteriosamente, lo que lleva una elaboración de media hora. Eso es lo que a mí me alucina y descoloca. Le pregunto y me aclara. Me aconseja. Tomo nota. Nos abrazamos. Nos despedimos. Esa casa es también la mía. Lo sé. Regreso a Aguilar. Mientras conduzco, un dulce recuerdo retorna con melancolía a mi corazón.

Hoy, que he tenido que pasar la ITV del coche, me he acercado después al Mercadona y me he aprovisionado de unos codillos, unos congelados de marisco, una sopa de esa paellera… En fin, que voy a probar los inventitos aprendidos en cuanto llegue este finde. A solas. Y puede que sorprenda a mis hijos. Y si no, el socio y yo. Que si la cosa sale mal, no tenemos complejo en hacer de aves carroñeras. Una maravilla…

Y es que últimamente meto más tiempo en estas vainas de la cocina. A veces me motiva de veras. Otras me esmero para evolucionar en mi aprendizaje. Que es puramente autodidacta. Esta mañana, por ejemplo, he preparado un arroz con una receta del Yutu cacareando en el móvil, que el socio y servidor nos hemos chupado los dedos. Todas las que voy aprendiendo en estos últimos años me las autoenvío a un grupo privado de guas que llamo JM/Culinaria. Y ya voy manejándome, no es por nada.

Entretenido, pues, casi toda la mañana, me reparto entre dos tertulias. Y sé que tengo el aprecio de mucha gente. Después, mis días van del escritorio a la encimera. Sin embargo, estoy contento de ordinario porque creo que son fértiles, útiles. Acepto mi destino. Siempre que no me prive de mi pasión literaria. Y para eso saco un rato largo cada jornada. Tampoco es cuestión de estar todo el día. La lesión ya no se siente apenas. Quizá pueda salir aún alguna tarde con la de montaña. Me digo.

Por lo demás, sigo esperando algo de la vida. Como quien cree en milagros. Sigo pensando que mi vida aún discurre pendiente de decisiones. Sigo oyendo una voz que me llama, cada vez más clara, dentro de mí. Del mismo modo que oigo en este instante el tambor de la lluvia en el velux y es como un hermoso mensaje en clave. Pero no me intranquilizo. Yo no temo al futuro. Estoy convencido de que antes o después sabré interpretar la dirección correcta. E iré.


30/09/24

Regresé de Piña, como cada vez que pernocto, arrastrando sueño. Quiebro todas mis rutinas y horarios y disfruto del cambio. Me sienta de maravilla realmente porque allí siempre estoy bien. No es extraño que nada más llegar aquí tomé un poco de fruta, esperé media hora y caí redondo en la cama. Después, a las seis de la mañana ya se me abrieron los ojos. Aguanté media hora todavía esperando el amanecer y recordando un finde tan feliz. Lo detallaré en otro momento más adelante, porque hoy no dispongo de mucho tiempo por una reunión de vecinos a las siete. Tengo que dejar unas líneas publicadas de hoy. Tiempo habrá para todo.

Desde el café de la mañana en adelante es una disparatada sucesión de guas que no han parado hasta después de comer. Tremendo. Casi todo por asuntos de compra de lotería para el grupo de los quintos. Y algunos más con los que intercambio. No me importa. Lo había compensado leyendo bien pronto a la luz renacida del velux. ¡Qué maravilla!

Después de algún recado (siempre la vida práctica y sus obligaciones) vuelvo a casa y reviso y contesto algunos correos. Los antiguos le llamaban a esto despachar correspondencia. Más: consulto una antología poética. Me topo con una foto de Espronceda. Con bigotón y barbita de chivo. Me sonrío porque me viene a la cabeza la anécdota de cuando intentó raptar a Teresa Mancha, de la que estaba enamoradísimo. Sí, señor, al estilo antiguo, eso es un hombre: con un par bien puesto. Digo yo para mis adentros. Fantaseo y se me pasan unas ideas por la cabeza… Hasta que se me escapa una carcajada. Como a los tontos, que se ríen solos.

 Todavía antes de comer, me llama mi querido JL. Charlamos un rato sobre nuestras cosas. Anda buscando un poema o similares para unas bodas de oro. Le mando un poema mío de “Señora luna”, pero creo que no es el adecuado aunque pueda aportarle alguna pequeña sugerencia. Hablamos de una canción de Leonard Cohen con este motivo artístico: el amor en la vejez, o el amor otoñal. Tiene su interés, lo reconozco.

Esto me ha llevado de inmediato al recuerdo de su discurso cuando le concedieron el premio Príncipe de Asturias, que está en el Yutu y yo le había oído varias veces. Vuelvo a él. No me canso de oír el tono, la perfección de la dicción, el exacto control de las partes y el ritmo. Y su maravillosa historia. Todo en un cuarto de hora insuperable. Algo insólito. Y sin papel.

No sé cómo de allí se ha originado alguna relación con el sentimiento de felicidad que experimentaba en mi ánimo. Quizá por el regalo del día soleado, por las emociones recientes del encuentro con los quintos y la vuelta a Piña (siempre muy nostálgica para mí), por la noche mágica del sábado llegando a casa a altas horas y la paz en la habitación de abajo mientras se me caían los ojos volcados hacia la ventana, con la persiana entreabierta y la visita de mis fantasmas familiares poco antes de caer redondo. Lo contaré, lo contaré. Ya lo contaré. No puedo entretenerme ahora.

Total, que he ido a parar a una entrevista larga en EP Semanal realizada al poeta JAI, uno de los grandes, tan importante como desconocido del gran público. Con motivo de la publicación de un nuevo libro de ensayo: “Historia alternativa de la felicidad”. No hay más que ver el título. Digna de leer. Y ahí enseguida nos dirá algo tan inteligente como que la felicidad no es un estado sino una actividad vital. Y que eso necesita de la palabra. Uno imagina que hay que haber leído mucho y muy bien a los clásicos para soltar semejante perla. Hay otras cuantas más.

Y después he derivado finalmente al volumen de poesía que publicó con sus primeros libros, aunque hará de esto ya quince años. Yo compré ese ejemplar en la feria de Madrid de dos mil once. Voy a buscarlo porque tengo la idea de que me impresionó y sé que algún poema lo tendré seleccionado (siempre pongo alguna marca junto al título en el índice o lo redondeo en el propio poema) y algún verso subrayado.

También la memoria me lleva hasta el poema del que aún conservaba de forma prácticamente literal este relámpago de belleza: “Por ti/ me convierto en amor varias veces al día”. Mejóralo si puedes. Anda.


27/09/24

Porque esta misma mañana, poco antes del café, me ha llamado mi amigo FF, el médico del grupo, y al preguntarme por la lesión me ha sugerido que la recuperación todavía me puede llevar unas semanas, que si no habría salido con la bici. La recuperación, desde luego, es buena y no niego que he tenido la tentación. Después de comer ha quedado un cielo tan algodonoso y de color “azulojosbonitos” que invitaba a echarse al carril. Sobre quince grados perfectos para llegar hasta Barru y volver. Y yo aquí metido…

No conviene forzar, es cierto. Ahora que había recuperado la moral con el entrenamiento de la temporada de verano, me lamento. Tengo la esperanza de que esto se cure bien y no me deje ninguna secuela en ese músculo. Ya treintañero tuve algunas averías en el karate y, por suerte, no me impidieron seguir ni repercutieron (que yo haya notado) en el futuro. Entonces sufrí también un pequeño desgarro en un aductor, dos dedos del pie partidos en una patada y un nudillo de la mano derecha astillado de un puñetazo en aquel coso de madera que se llamaba el makiwara. Eran los tiempos de apostolado de la disciplina antiviolencia. Aquel grupo de adultos, luchadores desfasados y fieles a la Sotokan, estábamos convencidos de que la mejor manera de liberar la agresividad era canalizándola de manera que la evite o la ahuyente. Antaño sí que podía presumir uno de tableta. Caña diaria.

Han quedado en la memoria y en la reacción del cuerpo unas pocas formas y movimientos, junto con unas técnicas interiorizadas y automatizadas. Y el sentido de la disciplina inherente a todo proyecto que exija un esfuerzo prolongado en el tiempo para conseguir sus frutos. El premio rápido y fácil es un engaño. Del trabajo constante nace el mayor o menor éxito”. “Omnia labor vincit improbus”, dice el poeta latino Virgilio. No hay duda. La excelencia no está al alcance de los vagos.

Durante el café tertulia me encuentro con RE, una chavalita que fue alumna mía y que tiene unas excelentes dotes de actriz. Es su pasión y me resulta admirable. Me intereso por lo que están montando en este momento (he visto todas sus representaciones) y me comenta que el grupo anda algo parado porque el director no está disponible.

Cambiamos impresiones y le propongo que este sería un momento oportuno socialmente para tratar un asunto relacionado con la salud mental, como el suicidio (su día fue el diez de los corrientes), y que a este respecto les ofrezco mi obra “Muerte… ¡cómo te quiero!”, que dramatiza la historia de MGR, la muchacha que se suicidó por amor del poeta JRJ en un hotel de Las Rozas (Madrid).

RE me propone que la dirija yo porque sabe que estuve unos años de director de “El Globo”. Pero yo no soy hombre de volver atrás una vez que he quemado una etapa. Siempre he creído que segundas partes nunca fueron buenas. Además, sería un trabajo absorbente que me robaría el tiempo de todo lo demás. No. Mi objetivo es la novela. No debo desperdigar mi interés ni mi atención. Lo tengo claro. Pero el libreto se lo cedería sin cobrarles ningún derecho, pues es una de las obras que tengo registradas. Me haría una ilusión tremenda verla levantada sobre las tablas. Uf. No quiero fantasear. Ahí lo he dejado… Que lo hable si quiere con el grupo y el director, JIF.

La visita del Fonta me entretiene de media mañana en adelante. Lo típico, que va a ser media hora pero surgen cosas. Siempre hay un error. La cisterna lleva más arreglo de lo que se pensaba y es necesario traer piezas nuevas. Y el grifo de la bañera tampoco era el adecuado y en el almacén no había el repuesto. Ya está pedido. Para la próxima semana. Amén.

A la hora de comer, mientras terminaba de preparar unas vainas con patatas apoteósicas, me llama mi querido JLC desde Piña. Mañana voy a la quedada de los quintos. Sé de antemano que lo que quiere averiguar es si me voy a quedar el domingo. Seguro que se lo ha mandado preguntar la mamá A., que ya estará ideando algo rico. Yo soy fácil de alegrar: me conformo con pan y tocino.

Luego deriva la charleta y quedamos en buscar los dos algún poema para la celebración de unas bodas de oro. Enredo en rato en internet. No es fácil dar con algo ajustado. A ver si acertamos durante la semana. Le cuento que mañana tengo que estar a las doce para la visita turística programada al castillo. Me cuenta que también hay otros dos grupos que celebran: unos, amigos de residencia de estudiantes, a los que él va a servir de guía en la iglesia de Piña; otros, una quintada más joven que la mía. Ha coincidido así. Seguro que lo pasamos bien. Me mola este alto de dos días. Hago el ganso un poco (sin beber, eso sí, menos el Julius de la comida), despejo la cabeza y vuelvo oxigenado y recargado. ¡Dios, qué bien!

Mis chicos me confirman por guas que este finde no lo pasa ninguno de los dos en Aguilar. El Chico va a Santa con la novia. La Chiqui se queda en León, imagino que también con su novio. Todo en orden, les digo. Papá se marcha a Piña. Sin novia. Tiene uno una edad en que ya solo le aguantan como amigo. O pagafantas. De risa.

(No me esperéis mañana ni pasado en este diario de mis amores. Dadme un respiro y volveré a la carga el lunes. ¡Ah! Y recordad que os quiero. Como amigo).


26/09/24

Terrible ventolera la de anoche, que hacía tebletear las persianas como si realmente una mano gigante las sacudiera. Me había quedado un poco enganchado de una de esas series de “True crime” después de lo del Broncano y de súbito se fue la luz sin el golpe del diferencial que suele producirse en estos casos. No era en casa sino en todo el bloque, como pude comprobar bajando auxiliado por el móvil hasta el cuadro de la entrada al edificio. Así pues, a esperar. En la calle, las farolas alumbraban su temblor.

Más allá de la una, ya dormido como un leño, volvió a despertarme la tele, que creía haber dejado apagada. Retorné como un muerto viviente a la cama, tambaleándome, y me apagué de nuevo. Después, a media noche tuve que actuar sonámbulo, porque puse en hora el reloj digital sin ser muy consciente de ello.

Provechosa mañana hasta después del café. Después, también útil, pero en la cocina. Qué remedio. Preparo unos espaguetis realmente buenos, por el acompañamiento, que nos van a solucionar el día. Y una pechuga de pollo bien rica, a pesar de que aparece al fondo del congelador como tantos otros paquetes cuyo contenido desconozco. ¿Cómo es posible que siga estando comestible y en condiciones si hace dos años y medio que no está Lourdes? Yo no recuerdo haberla comprado. Allí hay mucho montón todavía. En fin, pienso que con unos pimentos rojos va a estar de cine para cenar. Comienza el asedio de guas en un par de foros. El de los quintos no parará hasta muy avanzada la tarde. Paciencia.

Se me cierran los ojos unos minutos después de comer, pero estoy tras la pista del fonta que anda en el piso vecino y no quiero que se me escape para que me eche un ojo a lo mío. En efecto, consigo que lo valore y me ofrezca una solución que me obliga a pasar por la tienda a media tarde.

Hasta que se hace la hora me dedico, excepcionalmente, a mirar un poco las notas que aun conservo señaladas en un libro comprado en el año ochenta (todavía de estudiante) del historiador de Indias Bernal Díaz del Castillo. Se trata de la “Historia verdadera de la conquista de la nueva España”. La polémica surgida en la tertulia por el conflicto diplomático con Méjico me lleva a curiosear este asunto. Leo un rato con harto gusto, a pesar de que la edición es la clásica de Austral, con letra piojosa de hormiguita. Mis ojos se resienten pero paso un rato bueno y entretenido.

Después me voy a un vídeo del Yutu con un documento de una hora y cuarto sobre este mismo tema de la conquista. Calibro la solvencia de quien lo presenta (en este aspecto uno se encuentra con mucho gato por liebre, pues el asunto está muy politizado y polarizado) y veo una media hora. Para mañana el resto.

Del fontanero vuelvo por el súper y cojo unas compras rápidas porque quiero tiempo para la novela, que me exige cambiar, rectificar, idear piezas sobre la marcha, descartar otras, con esa idea temática compleja en el horizonte que convierte el oficio en una especie de buceo en las sombras. Pero al mismo tiempo eso me espolea, me pone en forma, me llama y me atrae. Voy despacio, a tientas, probando párrafos, el tono, las diferentes voces… Todavía es pronto, me digo, para que fluya sin trabas. Eso llegará. No te inquietes, sigue. Escribe la siguiente frase. Unas palabras. Venga:

“…mi llegada a la estación de ferrocarril de la Polación es la de un sudoroso muchacho de pelo todavía muy rapado al que sin duda miraría la buena gente. Era una tarde suave de mediados de octubre, con el curso escolar ya comenzado, y no he olvidado que olía a eucalipto, un aroma que siempre me recibiría muy gratamente al retornar después de cada fin de semana”.

25/09/24

En efecto, anoche no puse la tele más que en el comienzo de la peli de Tarantino, por escuchar de nuevo la banda musical. Y enseguida la quité. Estaba empeñado con el cedé de Ravel. El “Bolero” y también “Ma mère l’Oye”, que es un cuento (o varios fundidos) para niños, y la “Pavana para una infanta difunta”, que tiene partes de una gran delicadeza… y no sé qué más hay en ese disco porque lo pongo a oscuras y a oscuras lo quito. Solo la luz que alcanza desde el exterior. Y acunado con esa dulzura pegada al oído, me dormí.

No necesito despertador. La mayor parte de los días, si estoy descansado, abro los ojos hambrientos de luz a las siete y media. Tomo el móvil todavía con dificultad para precisar la visión en cuanto saltan los recordatorios de la agenda. Mi cabeza a estas horas solo entiende que por suerte no tengo que hacer comida y que, por tanto, dentro de una hora estaré a lo mío. Chachi.

Bajo el velux, arrasado por una cortina regular de lluvia finísima, el cielo es gris con difuminos. Así se mantendrá todo el día. El claror de la luz natural, a pesar de todo, es tan placentero que me concentro por completo y paso un rato magnífico de lectura. La llovizna tiene esta cualidad, es decir, que no se oye. Chirimiri, orvallo, calabobos… Me viene rápida a la mente la palabra antigua, la que el filólogo saborea: mollina (porque cae mullida o blandamente). Es la palabra del primer diccionario, el de Autoridades. Tomo demasiadas notas, me recreo, aunque la lectura no avance.

Después del recreo volveré a la carga. De todos modos, me sale bien la jugada al contactar por teléfono con los fontaneros y mañana es probable que definitivamente me resuelvan los arreglos pendientes del baño. No hay otra.

Con esta climatología plenamente otoñal y tristona (y la pata, que progresa favorablemente), después de comer me cambio la ropa de faena y a las cuatro y media estoy tan aburrido del Risto Mejide que prefiero encaramarme a mi altillo y ponerme, hoy sí, a revisar los Culturales atrasados. Hecho. Y a las cinco tengo el resto de la tarde entera para escribir. El colmo del orgasmo. Máxime cuando echo cuentas y calculo que hoy será día de al menos seis horas de trabajo. ¿Por qué no serán todos así?, me pregunto. Calla y tira.

Un alto. Tengo cargados los hombros. También la espalda se me resiente después de días leyendo en la hamaca. Es muy gustosa, pero la posición no es la adecuada. Por eso cambio a la silla. Bajo hacia las seis y pico para un gazpacho, unas uvas y un plátano, que tienen mucho potasio y me vienen de maravilla. Consumo bastante fruta. Mi Chiqui me riñe si no alterno con pescado o carne blanca. He sacado del congelador una pechuga de pollo. En la cena la apaño como un chef.

Cuento la vida minúscula. La rica rutina con que discurre mi vida. Casi nunca me siento aburrido. Me tranquiliza, me estabiliza la costumbre. Lo cual no quiere decir que no valore el cambio. Pero como excepción. Y, desde luego, el cambio para compartir una experiencia interesante con alguien que signifique algo para mí. Así es como lo hice prácticamente los primeros veinte años de casado. Estoy solo (no en soledad) tanto tiempo que me da ocasión para reflexionar mucho, a pesar de que enfoco mi pensamiento sobre todo a labores concretas de mi afición, vocación, pasión u obsesión. Como quiera llamarse. Y esto me permite quizá profundizar en cosas que hasta ahora no había considerado.

Y la conclusión más importante es que debo prepararme para ser autónomo en todos los sentidos por lo que pueda venir de aquí en adelante. De hecho, ya lo soy. En lo material, me refiero. Pero igualmente reconozco que poco a poco voy notando un despertar de cuerpo y espíritu, un retorno después de dos años y medio en que solamente me ha ocupado por entero el recuerdo de Lourdes. Ya su peso es más ligero. No la he olvidado, pero he recordado sus propias palabras en alguna ocasión: “Tú no vales para estar solo. Pero no te equivoques”. Casi como que no quería la cosa, en sucesivos momentos me fue aconsejando. Ella era práctica, de acción. Era muy lista. Y yo soy imaginación. Sin descanso. Sin límite. Muy tonto.


24/09/24

Lluvioso con un cielo de brochazos grises. Más bien, grisalla. Al otro lado de la ventana, cuando abro de par en par nada más levantarme (me encanta esta operación), la única alegría es que se presenta un panorama a propósito para recogerse cuanto antes y enfrascarse en la labor. Pero enseguida comprobaré que no es fácil.

Después del café comienzan a surgir las pejigueras. Y me agobio. Me saltan los mensajes de aviso programados: revisión periódica del coche, o sea, pedir hora y ver si se puede cuanto antes porque el sábado me voy a Piña (mi quinta MY me ruega en un guas que le lleve mi libro firmado); acercarme también al fonta aprovechando que están ocupados poniendo dos calderas de gas en el inmueble para que me solucionen lo del grifo termostático y el inodoro, porque para pijaditas ni se molestan; visita al insti para apoquinar en la comida y los regalos correspondientes de seis compañeros que se jubilan… Tengo que coger el coche, o de lo contrario me comerá toda la mañana y me calaré.

En el centro me llevo un alegrón porque por secretaría pululan nuevos profesores jóvenes y tengo ocasión de venderles la moto, puesto que los administrativos son viejos amigos míos y me presentan como excolega y actualmente escritor. Luego me encuentro con otro buen amigo Tt. y me recrimina que no me concedo ni tiempo para un café, que estoy obsesionado con esa disciplina mía autoimpuesta (y en cierto modo es cierto), pero sin la cual ningún proyecto importante saldría adelante. Eso le contesto, pero me da un poco de vergüenza y quedamos para otro café en la Posada.

Mientras me dirijo allí toda la hermosura del mundo cae sobre mí: miro de reojo al aulario donde me tienta tomarme por millonésima vez un café de cápsula en el “mochuelillo”; levanto los ojos al aula en que di a segundo de bachillerato los últimos cursos, a las ventanas de la biblioteca y a los ventanucos abocinados que miran al jardín (mi pequeño reino dentro de una cáscara de nuez)… ¡Ay, ay, ay, qué herido de nostalgias llego a la cafetería! Y voy pensando que aunque viviera otras cien vidas, siempre querría seguir siendo como me definió un antiguo alumno en cierta ocasión: Chuchi, uno mítico de Lengua y Lite. Es imposible ser más feliz de lo que yo fui impartiendo clase.

Todavía queda la tarde. Prepararme con ropa cómoda de faena. No me pienso levantar de la silla, me prometo, bajo ningún concepto después de la siestecita y un repaso al periódico. A las cinco dándole. Pero antes se me cruza otra mierda que me saca de quicio y que no puedo evitar. Tengo que buscar dónde queda la parte de vajilla de la que estamos utilizando la mitad desde hace tiempo, pero se ha roto alguna pieza y yo sé que lo demás anda por ahí. ¡Ay, amigo, hasta que lo he encontrado!¡Sudores fríos!

Finalmente, ya en la buharda me surge una consulta y descubro que de los veinte libros que tengo fichados de L. M. Díez, no aparecen seis. ¡Jodeeerrr! Cuando son las cinco y media de la tarde, y a punto de darme un infarto, lo dejo por imposible. Bueno, en realidad lo dejo porque estoy ofuscado, desesperado y me estoy cagando de la desazón. Tiro de la cadena. A seguir… No me queda más remedio que dejar para mañana la supervisión de los ocho o diez últimos suplementos culturales de los periódicos que me había colocado en la mesa delante del ordenador. Todo es imposible, me digo con pena. Desfalleciendo.

¿Qué necesidad tengo yo de estos subidones de tensión? Si en realidad no hay por qué preocuparse de nada, me autoconvenzo. Si tus confidencias ni se esperan ni nadie las echará en falta, ni hoy ni casi ningún día. Si tu pasión por contar la vida con palabras y tu deseo de fijarlas en los pliegues del tiempo para toda la eternidad… es una pasión inútil, un fracaso más de los tuyos, una pelea en la que siempre muerdes el polvo, el mito sobre la piedra que Sísifo subía a las espaldas montaña arriba y que se le deslizaba y se precipitaba hacia abajo y él volvía a cargarla y a ascender, permanentemente, una y otra vez…

¿Por qué, entonces, ser tan obstinado, tan rebelde, tan contumaz? Lo voy a decir de una vez por todas. Ayer llamé a una época de mi vida “los años gloriosos con Lu”. Sin embargo, ella ya padecía el cáncer. Los padres de nuestros amigos los B/E nos dejaron en verano, generosamente, su magnífico apartamento en Burdeos. Me interesaba el tramo final de la vida de Goya en aquella ciudad, para una novela.

Cuando no estábamos de ruta turística, yo tecleaba como un poseso una obra que al correr de los meses se acercaría a las mil páginas. “Eran sombras de gallos”. Levantaba cada cierto tiempo los ojos de la pantalla y me quedaba pensando. Ella leía o trazaba nuevos itinerarios o preparaba el socorrido picnic. Nuestras miradas se cruzaban silenciosas… A veces me ponía un plato con trozos de fruta al lado de una mesa redonda… Daría los años de vida que me quedan por… Escribo, pues, para reencontrame con aquello. La felicidad.

Van a dar las nueve, me percato. Hora de cenar. Hora de publicar la entrada. Luego, no creo que vea por tercera vez la genial peli de Tarantino que ponen esta noche, “Django desencadenado”. O quizá solo el comienzo. Durante la hora Maga es más probable que hoy pinche en el equipo el “Bolero”, de Maurice Ravel. A oscuras y con la persiana levantada, que permita filtrarse a través de las cortinas los destellos de las farolas del paseo rasgando la penumbra. Escuchando. Atento. Como esperando. ¿Qué?


23/09/24

¡Uf! Cada día me despierto más temprano, a pesar de que últimamente hago lo posible por acostarme hacia las doce. Eso sí, evito poner música bajo la almohada… que luego me despierto a deshora y no sé en qué mundo estoy. Y tampoco duermo más que un cuarto de hora de siesta con la tele puesta (imprescindible). Felizmente, eso me permite leer más la primera parte de la mañana hasta el recreo. Y, curiosamente, noto que no se me caen los ojos. ¿Cómo es posible?

Ya desde que estoy en la ducha pongo en el móvil un mix de Lara Fabian que tenía guardado por ahí en Favoritos. Excelente: Lara Fabian Greatest hist 2021. Veinte canciones. Una hora cuarenta y cinco. Recomendable… Y ya no me despego de él todo el tiempo que estoy faenando o enredando por casa en los momentos que no hago trabajo intelectual. Porque, contra el hábito de mucha gente, yo no he podido jamás oír música que me gusta y pensar al mismo tiempo. Siempre se sobrepone la emoción, lo tengo comprobado. Para que mis neuronas funcionen necesito silencio absoluto, como suele ser habitual en mi buhardilla. Un ambiente átono, como en el momento antes de crearse el mundo: vacío cósmico…

Para estar solo con mis criaturas actuales: discuto con el narrador testigo que se ha metido en mi historia casi sin mi permiso y quiero echarle de mi novela, pero su voz vuelve a imponerse hasta que lo acepto; de paseo por la Polación, donde la casa molinera con su pequeño huerto en el que a veces antaño veía tendidos al sol los curtidos de mi vecino, o de paso por el estrecho callejón donde el coprotagonista intenta besar a Lola Ferrer de camino a su casa. Mientras, un hombre asciende por las escaleras en dos tramos y muy pindias a la pensión con la ventana abierta, a través de la cual ve un día el ambiente en penumbra de velas y escucha la música del Bolero de Ravel, y sorprende a una pareja haciendo el amor encima de la cama… Un mundo, en fin. Un pequeño cosmos surgido de la soberbia artística de un escritor rematadamente loco. Porque no es real. Son palabras. Y, sin embargo, así vivo: rodeado, asediado, inspirado, pleno, dichoso.

Jornada de multitud de guas desde las primeras horas. El móvil no ha parado. La quedada de los quintos para el próximo sábado. Vamos confirmando y acordando. Parece que la parte turística será al castillo de Villafuerte antes de comer (en el bar de la Cope) y después, por la tarde, a la iglesia de Castrillo. Está todo preparado. Las quintas lo organizan muy bien. Me hace muchísima ilusión estar con ellos. Creo que seremos quince.

Y guas con mi Chiqui, mandándole fotos del tobillo amarillento y morado, aunque no tengo apenas dolor. Me explica y me aconseja. Pomada y reposo. Luego le llamo “mi mediquilla” o “mi cirujana bonita”, y le mando el emoticono de un ramillete de rosas. Sabe que su padre es zalamero y seductor con las palabras. Pero le gusta. Cómo no le va a gustar. Como a todas las mujeres.

Guas de un excompañero de historia en Cantabria. Denuncia estafas a pensionistas, y que lo pase. Guas de mi hermano Mon con noticia de páginas de negocios sobre subidas de precio en viviendas. Guas de gestoría para convocatoria de reunión de vecinos de apartamentos. Hasta un par de guas confidenciales de amigo/a íntimos comentándome con mucha retranca algunas de las cosas que publiqué ayer en este diario. Estás muy necesitado de…, me escribe él. Sí, de cariño…, le contesto. Si es por hacerte un favor…, dice ella. Gracias, ya sabes, tiene que ser por amor…, rechazo la vacilona oferta. Guas de alguien que ha visto mi buhardilla en el Ínstagram y le ha alucinado. Literalmente. Eso será porque no han visto los estudios de los escritores grandes, o que ganan mucho dinero. Si yo ganase mucha pasta por un capricho de la fortuna, compraría una casa y le dedicaría la planta superior exclusivamente a esta pasión desbocada e inútil.

Empleo otro rato largo en leer algunos artículos de EP Semanal. Uno, en concreto, sobre “El club de los poetas nuevos”. Me llama la atención que tomen por novedoso y dediquen reportaje a un autor joven al que ya le compré yo un libro en la Feria del año diecisiete. Lo busco en mis estantes. Releo algunos poemas. Es un treintañero que después ha fundado una editorial muy exitosa de poesía. En general, reconozco que sigo muy poco la poesía del momento. Así como creo que habrá pocos tan informados como yo sobre la novela actual. Española, me refiero. A las cinco ya estoy harto, porque llevo diez días sin salir ni en bici ni a pata. No encuentro mejor opción que poner una vez más el Mix de Lara Fabian. Me tumbo en la camita de la buharda. Escucho… Siento… Bocarriba… Ruedan dos lágrimas hacia abajo por ambos lados de la cara.

A las seis ya dejo preparada esta entrada, que curiosamente me lleva más tiempo corregir que escribir. Es así de claro. Una vez que la ves publicada en la vista previa, encuentras mil detalles que te hacen rectificar, cambiar repeticiones, quitar lastre y añadir matiz, precisar léxico o pulir la flexibilidad de las frases. Y cuidar el tono general, que no decaiga ni el músculo sintáctico ni el semántico. Hacia la hora de concluir la tarea, hacia las nueve, daré el okey antes de bajar a cenar. Pero antes tengo que haber contado con otras dos horas mínimo para entrar un día más en mi novela…

Ya podéis ver qué chollo de acompañante para cualquier jubilada del First Dates que quiera viajar, bailar, salir a diario mañana y tarde, hacer cursos varios de perfeccionamiento (incluido el de sexo tántrico) o mantener relaciones de pareja abierta… En fin, yo puedo ser un excelente viajero si voy con la persona adecuada un par de veces al año, o varios findes largos con un plan bien pensado, no a dar un cantazo a un perro…

Por contra, a diario a mí me gustaría disponer de más tiempo como en los años gloriosos, cuando Lu me hacía la vida fácil y yo tal vez no sabía apreciarlo: cuatro horas para leer y otras cuatro para escribir. Aquello se ha reducido a la mitad actualmente. No importa. Lo dije una vez y ya no recuerdo si fue en una de las páginas de esta parte del diario, porque el buscador no lo localiza. Pues bien, lo repito: “Non serviam”. No abandonaré nunca esta pasión luciferina hasta que me muera. Pase lo que pase. Es decir, no serviré a nadie más, no seré esclavo de ninguna otra, no me rendiré ante nada ni nadie. Nunca. Tú verás. Elige.


22/09/24

Hoy sí, despierto como un lince, porque me interesa mucho aprestarme y descuidar con las dos coladas pendientes. Hay lluvias previstas después de comer, el cielo apunta a ello y me temo (no vayan a adelantarse) que debo aprovechar el tímido solete de la mañana para no andar después preparando el cristo y llenando de tenderetes de ropa húmeda la buharda. Espabilo y lo ventilo antes de comer. ¡Dios qué contento!

Lo que no sé si ha evolucionado a mejor o peor ha sido la lesión. Resulta que desde que ayer volví a resentirme, esta mañana en la ducha he observado que tengo un largo moratón vertical bajo el tobillo ¿Y esto?, me pregunto yo al vérmelo, como si fuera bobo. La cuestión es que no me duele más que antes, pero en cuanto camino ligero la tirantez produce molestias. Jooodeeerrr, qué mala suerte. Si te estuvieses quieto…, tiopelele. Me riño.

Me conformo con bajar al café del recreo y pego la hebra un rato con MA, que suele parar por allí cuando sale de misa en las Claras, todos los domingos. Es muy creyente. Yo, poco. Nos reímos, porque es picajoso, el mamón de él, y para zaherirme recurre con frecuencia a la cantinela de que todo lo que me pasa de malo (la lesión, por ejemplo), es por no follar. Y me enumera una serie de candidatas. Generalmente, camareras de los bares que frecuentamos. Todas de veintitantos años. Extraordinario.

No sé por qué tiene esta fijación. Y me anima y me adula diciéndome que soy un tío con mucha labia y mucha gracia. Pues ya ves, chaval, no me como ni un colín… Le contesto. Es que eres muy especial, ninguna de las que te señalo te convence. Me critica. Y cuando ya le veo que se pone cansino le descoloco con una larga cambiada y le propongo muy en serio bajando un poco la voz y arrimándome a su oreja: Es que a mí me gustan de color. Muy negras. Bueno, bueno, se sorprende él. De esas también tiene que haber alguna por aquí. Ya veremos. Y se calla de una vez. Me doy cuenta de que hasta este momento me consideraba un típico señorito muy escogido; y a partir de esta confesión, un señorito depravado. Cambiamos de tercio y enseguida me comenta que España está blanqueando a Venezuela. Y nos despedimos hasta mañana y tan amigos.

Después de comer estoy pendiente de que llegue la Chiqui, de paso desde Santa a León. Porque estoy viendo que en el camino llueve bastante y no me quedo tranquilo. No por desconfianza, sino por neura de padre. Pero ella se adelanta a todo eso y cuando me manda un guas ya está en su destino. Me cuenta que ha preferido no entretenerse y no parar por eso mismo, por la lluvia. Me sonrío y sigo trabajando. Es más lista que tú, tiopelele. Vuelvo a insultarme. Pero se ha perdido unos tapéres que le tenía preparados con el puré mejor del norte de España. Tanto que estoy a punto de exportarlo a Madrid. Al DiverXo, de Dabiz Muñoz, el de la Pedroche. (Esta me gusta cantidad desde que la oí en un programa decir lo enamorada que estaba de Dabiz y cuánto lo admiraba. ¡Qué bonito!). Allí fuimos Lu y yo en una feria del libro y ni siquiera pudimos entrar arriba, en la cafetería. Ni reservar porque todo estaba petado. Hasta esa fatalidad se interpuso en el último año en que ella pudo asistir. Yo quería regalarle un día inolvidable con un menú de esos estratosféricos. Bah, ¡qué mala suerte! Prefiero cambiar el disco…

Y de música. Pongo a otra gran diva que también canta divinamente algunos temas en francés, como ese de “Je suis malade”, original de Sergio Lama. ¡Qué subidón! Esta gran señora se llama Lara Fabian. Letra, voz e interpretación. Digno de ver, lo juro. En el Yutu. ¡El vídeo, el vídeo, lo bueno es verle la cara mientras canta! A mí es que me estremece oír y ver a una mujer enferma de amor. Del de verdad. Esta muchacha es de infarto. No exagero.

La Chiqui vuelve a mandarme un audio en el que me dice lo feliz que es y lo bien que ha resultado el finde. Dice que allí también leen mis libros. ¡Qué honor! Como la cosa siga así, pienso yo, y a poca difusión que me den, a este paso me voy a forrar. Solo que no es eso lo que busco. Busco lo que no se compra con dinero. Soy un tiopelele.

Días genuinos de comienzo del otoño. Ayer y hoy. Ya. Como cuando entramos en el primer túnel desde Pucela a Cantabria. Me espera una larga etapa de horas en el ordenador. Voy a dejar el cuello, los hombros y la espalda, fundidos. Pero este oficio es así. Cuando algún camino o línea narrativa se me tuerza o dude o desfallezca, me largaré a Santa. Como hago siempre. A la soledad del rinconzuco en el piso. Desde aquella atalaya siempre termino viendo claro. Me gusta esa soledad superpoblada de mis personajes y su mundo.

No temo a la soledad sin enfermedad (lo otro me horroriza). Soy autónomo en todo lo material y eso me hace ser completamente libre. No necesito estar con nadie para que me cuide. Solo sería feliz con alguien a quien cuidar para superar el trauma de no haber podido retener a quien perdí. No siento urgencia. Lo escribí una vez de muy joven en uno de mis poemarios. Antes de vender mi corazón prefiero quedar “solo, orgulloso, yámbico y feliz”. Pero arreglos de viejos, no. Tiene que ser de verdad. Todo o nada. Otra vez.


21/09/24

Todo el día chamuscado y de muy mala leche. No lo comencé mal, pero me fui para arriba después de un café con los de cultura del ayuntamiento. Estaba como una rosa de la pata. Me doy un paseo más deprisa de la cuenta hasta donde A. a comprar un almohadón porque he tenido que perderlo. Se me debe de haber caído cuando lo tuve tendido y no me he enterado. Todo eso me altera porque busco nervioso a medida que pasan los minutos y no lo encuentro… No importa, pongo otro juego de sábanas… Pero el puto almohadón no se me va de la cabeza, cojones. Me pongo frenético y decidido a encontrarlo aunque tenga que poner la casa patas arriba. Cuando miro donde la hija, lo tiene puesto en la almohada de su cama. Ya puedo descansar.

Pero ha sido mucho trajín para la pata. Siento molestias. Se me pasa por fin cuando veo que me ha quedado una olla apoteósica con un puré de verduras divino. ¡Qué equilibrio más guapo de ingredientes! ¡Seis táper de los chinos! Durante la comida me calmo. Y me digo que como no voy a salir en toda la tarde, la pata tendrá tiempo de descansar, de relajar… y de hincharse. Ay, ay, ay. A este paso me voy a pudrir aquí dentro y solo hasta el verano que viene. Eso pienso. Me moriré y me encontrarán momificado. Anda, no seas peliculero, me dice Lu. Me miro al espejo y observo que se me ha puesto cara de morugo: ceño fruncido, morro afilado, cabeza hundida y ojos levantados.

O puede que lo que me pase sea algo más íntimo y el puto almohadón funcione como la punta de un iceberg. Porque la pinta del espejo me dice (me conozco) que tal vez estoy enfadado conmigo mismo. Tal vez por un defecto connatural a los creadores, artistas y demás gentes de mala calaña y peor ralea, incluidos los escritores, por supuesto: que sueño. El mal del que hablaba Shakespeare. Y encima, sueño despierto. O sea, un capullo. Y sueño despierto con cosas que no pueden ser, como un adolescente. Conclusión: soy un completo gilipollas. Hacía ya años que no me pasaba y creía que tenía superado esto. Eso creía yo. ¡Qué mala hostia! No tendré suficiente con curar la herida inmensa de lo que he vivido…

Lo mejor siempre es ponerse a trabajar, me he dicho. Y ni corto ni perezoso me he lanzado a recoger algunos bártulos que había dejado durante el zafarrancho del almohadón. Me he subido a varias banquetas hasta que un apoyo inestable ha hecho que una se tambaleara y al caer sobre la pierna mala, me ha pegado otro tironazo. ¡Qué cosa más hijoputa! Y aquí me tienes, haciendo el canelo, con la pata medio apoyada en un escabel que me viene muy bien para la lectura en la hamaca, pero fatal para escribir. No me queda más remedio que olvidarme del asunto o voy a prender la casa. Por tanto, como soy un artista pero sin traumas y psicológicamente sano, pues me he puesto a trabajar de una puta vez.

Me entran varios guas y no quiero enfadarme más ni ponerme nervioso. Uno de ellos es de NB, mi buen amigo, mi mejor lector, mi proveedor de “delicatesen” culinarias de parte de su señora, la mamá EE. Me pregunta el título de la novela de LMD que comentaré la próxima vez en la radio. Se lo envío y le digo que me ha dado una buena idea para el Ínstagram de mañana… Ahí lo dejo. Pero he tenido que hacer un alto, untarme de Radio salil, que es una forma de paralizar la pituitaria de lo mal que huele, y tirar cuatro fotos cutres con el móvil, pero útiles para mi propósito. Creo que lo titularé “La cueva del monstruo”, porque hoy mi buharda me parecía una caverna entre los olores mefíticos de la pomada y el carbono que despedía mi cabeza de la combustión interna de mi cabreo. Me han salido como siempre: mal. Pero lo que pretendo no es ser un fotógrafo, sino un escritor. Y llamar un poco la atención como escritor… Sin ser indiscreto, claro. Bueno, que pienso que puede ser al menos curioso.

A la hora maga, ayer por la noche volví a ver en el cine de la Dos “Los lunes al sol”, que ya en su día me resultó una peli canónica del moderno cine de denuncia social. Hoy ponen una menos conocida pero que también he visto: “Otra ronda”, de hace unos años, originalísima en el tratamiento de lo que supone la normalización del alcohol, o sea, otra forma de crítica.

En mi caso, no me importa repetir pelis si me gustaron. Porque es la única manera de no quedarme dormido después de las once y pico. El interés me desvela. Lo que ya prácticamente no suelo hacer cuando me preparo y me apalanco en el sofá para ver algo interesante o prometedor, es picotear chucherías o frutos secos o patatas fritas o similares… Aparte de que me cargan el estómago, lo cierto es que tampoco me ilusiona como antaño con Lu, con la típica mantita puesta sobre las piernas de ambos y su insistencia de que estuviese callado de principio a final sin interrupciones. Vale, decía yo como un manso corderillo. Y enseguida le preguntaba alguna frase que no había oído bien y a ella le molestaba. Ahora pongo un cojín al lado izquierdo, el lugar de ella. Por tener donde apoyar mi mano, o buscar la suya sin darme cuenta. En vano.


20/09/24

¡Qué noche más revuelta! Me había quedado grogui bien pronto y en un instante me desvelé con algunas ideas recientes en la cabeza, como si las acabara de soñar. Total, que cometí el error de levantarme y sentarme a la mesa en la sala con el cuaderno de notas… Fueron diez minutos y regresé al sobre… Pues ya no hubo manera. La novela que me traigo entre manos se apoderó de mí y comencé a ver líneas y posibilidades y vida en algunos personajes nuevos que surgían sobre la marcha…

En un momento determinado me dije que por ese camino iba a pasar una noche estupenda, así que me convenía cambiar el chip. Y lo cambién. Pero mal. Se me ocurrió poner un mix del Yutu en el móvil y lo metí, como tantas veces, bajo la almohada, casi bajo la oreja. Y me dormí otra vez…

El caso es que no entiendo de qué manera maniobré, tal vez medio despierto algún rato, y debí de mandar la reproducción desde el móvil a la tele de la sala. ¡Ay, la madre que lo parió! Cuando abrí los ojos y fui consciente, digo: “Pero quién hostias está en la sala escuchando música tan alta”. Me levanté como sonámbulo y nada… Joder, joder, joder… Qué mal va esto… Hasta que me percaté, apagué todos los trastos y volví bajo el agua. Otro rato largo que me costó caer. Uf.

Ocupo la tertulia, casual y excepcionalmente, con unos primos carnales de Lu que han entrado al Valen en ese momento. Les invito a un café y charlamos un rato. Me gusta saber de ellos. Hijos de la hermana mayor de mi suegro. Me preguntan por mi ánimo, por mis ocupaciones (todos las conocen en la familia: es una cosa simpática y curiosa para todo el mundo esto de escribir historias), por los hijos… Y a la inversa, me intereso por su vida, por los tíos de Basauri, etcétera. La vida sigue.

La prima encomia el que me haya hecho un mediano cocinero y le señala a su marido y le regaña y le dice: Ves, qué te digo yo muchas veces… Pero él se ríe y se sale por la tangente: Ya sabes que a mí no me gusta nada cocinar… Y, en realidad, pienso para mí, en mi caso fue hacer de la necesidad virtud. No me arrepiento. Pero fue bien triste el aprendizaje contrarreloj a sabiendas de que tendría que apañármelas en cuanto Lu faltase. Y ganar mi libertad, como me dijo ella más de una vez. No depender de nadie. Eso es verdad.

El resto de la mañana me pongo al tajo pero de limpieza. Va a venir mi Chiqui y como lo vea sucio me va a caer una bronca del copón. El caso es que MA todavía no ha cogido el alta del accidente y no puedo dejar que la casa acumule polvo y pelusas y suelos sin fregar hasta que vuelva ella.

Me preocupaba que la pata no me dejase moverme con agilidad y que comenzase a molestarme y quizá tuviera que dejarlo. Pero me ha respondido sin una sola molestia: mopa, aspiradora, fregona, paños del polvo… como un profesional Ni siquiera después se me ha resentido. Ni siquiera la sensación de sobrecarga. Eso quiere decir que va viento en poca. Toco madera.

Por la tarde para mi Chiqui de paso hacia Santa, donde va a pasar el finde con su novio. El pisuco da mucho juego. Nunca lo hubiese creído una vez que terminaron de estudiar los dos allí. Pensé que querrían venderlo. Pero están encariñados por la nostalgia de la época estudiantil y de los findes que pasábamos allí con ellos cuando teníamos que acudir por algún motivo. Casi tenemos que solicitar turno para pillar finde libre, como ha sucedido este verano. Y eso me gusta y me interesa porque lo mantenemos abierto y porque lo disfruta también alguno más de la familia. Yo voy cuando me lo dejan y tengo la necesidad de una concentración absoluta. Allí paso una semana y si no quiero no me relaciono con nadie. Solo con mis seres de ficción. Como durante el último finde de agosto. Fui a construir una nueva novela. A crear un mundo. A dar vida. Y arrancó otra aventura. Sigo en ello.

Invito a mi niña a merendar algo en el Valen antes de que de nuevo me abandone para ir hacia su felicidad, a reunirse con ese estupendo chaval con el que sale. También mi chico se ha quedado en Valladolid con la novia y no se moverán esta vez. Ayer me pidió por guas detallarle paso a paso la preparación de un cocido. No habrá cosa más fácil, le digo. Y le dicto. Tengo curiosidad por saber cómo lo han resuelto. Pero son listos.

Vuelvo más animoso a la labor. Después de comer me había quedado algo mustio. No entiendo por qué. Seguramente porque con la digestión la sangre baja al estómago. O porque el cielo se ha encapotado y ha roto a llover. Aun ahora tamborilea en los velux con una música que siempre me ha resultado muy grata. Una música familiar. Comienzo a teclear con velocidad y energía, me lanzo a las aguas de mi historia, a ciegas, entre la niebla donde es imposible ver adónde me llevarán estas primeras páginas cuando se conviertan en trescientas. Quedan unos cuantos meses por delante, me temo. Y me prometo mentalmente que no voy a pensar en nada más. Nada ni nadie me apartará de mi destino, me reafirmo. No cabe el desánimo en mi corazón.

Sé de sobra que soy un escritor y estoy condenado a sufrir los estigmas, el maleficio, el castigo y la condena de muchos artistas: separar la realidad de la ficción. Sé demasiado bien que el precio a pagar por la obra de arte es que no tendré lo que amo en la realidad sino una ficción hecha de hermosas palabras. Un sucedáneo, una forma de disimulo, a fin de cuentas. Sé que en la realidad es imposible que se cumplan mis sueños, y que en la ficción puedo crear a mi antojo a alguien a quien amar y cuidar. Será un ser irreal, intocable e invisible. Pero es lo que tengo. Una quimera para poder seguir aguantando. Y, no obstante, mi coraje y mi virilidad me hacen decirle: Yo te cuidaré, aunque estés hecha de sombra y de aire, como si fueses real.

Y pincho en mi lista del Yutu esa canción que me vuelve loco por la preciosidad de la música y mucho más de la letra, titulada precisamente “I’ll take care of you”, de Beth Hart. Antes de bajar a cenar la vuelvo a reproducir. Podría enviarla por guas en la vida real, me digo. Pero no lo hago. Ya no. No te confundas, me advierto. Ya no. La enviaré en la ficción cuando llegue el momento y el lugar adecuado en la novela. Para un ser de ficción, que es a quien en justicia le corresponde. Para el mismo ser de ficción que me corresponde a mí. El que de verdad me ama.


19/09/24

Alargo un poco la salida al café de las once, o el de la tertulia, o el del recreo, como se quiera llamar. No puedo saltarlo a esta hora esté donde esté. Lo necesita mi cuerpo. Hoy también tengo previsto que después me voy a meter en casa para todo el día. Por eso demoro un poquito mi tiempo y voy del Valen al Castillo cuando me encuentro con mi amigo y compañero (de profesión y de partido), JG. Total, a dos pasos de casa. Tuvimos un contacto estrecho durante años en el ayuntamiento y en el insti. Siempre nos hemos tenido simpatía y admiración mutuas. Hoy apenas nos vemos. Jubilados los dos, nos poseen dos pasiones febriles: él permanece en la política regional y yo estoy entregado a la literatura. Disfrutamos el rato de charla muy animada y bromista.

Después, a recogerse. Es evidente que la lesión evoluciona a mejor. Por tanto, reposo, reposo, reposo. No dejo de insistirme porque me conozco de otras veces y a la mínima de cambio doy por solucionado un asunto por el afán de pasar página. Esto me pasa también en la escritura: quiero avanzar y, si me entretiene un párrafo, para pulirlo o darle una expresión mejor, me llevan los demonios.

Pego la pasada al periódico en la hamaca y vuelvo a la lectura también muy reposada, muy subrayada, muy meditada, de esta segunda vuelta que me he propuesto dar al libro de LMD objeto de la próxima entrevista. Es un Premio Cervantes. Ojo. Soy valiente, pero sé que me voy a enfrentar al escritor vivo más importante, probablemente, del país. Así de claro. Por tanto, revisar su obra, la crítica al uso, y la novela concreta al detalle. Aunque tenga que esperar una quincena más.

Todavía antes de comer estos garbanzos con callos que he improvisado para un par de días, me llama por teléfono mi editor para preguntarme cómo va la pata… Y, sobre todo, por vacilarme junto con los acompañantes que ha ido recogiendo (van en el coche) para la comida programada hoy en Santa, y a la que lógicamente no puedo asistir. Vuelvo a convocarlos formalmente a los mismos para repetirla en el mismo sitio y con el mismo menú en cuanto me recupere. No sé dónde pilló por fin la mamá AdlG, pero a mí me hubiese gustado en La Bombi. Lo mejor de Santa, al decir de algunos. Ya digo: me pienso resarcir.

Aprovecho para recordarle de nuevo que me envíe un formato para adaptar con exactitud la extensión de mis textos a la maqueta final de edición. Volvemos a porfiar porque me insiste en que lo haga en mi programa normal de Word y que de los demás ya se ocupará él. Y le contestó que cuando le entregue el texto, entonces, que no venga tocando los cojones y diciéndome que los doscientos folios se convierten en trescientos a la hora del resultado final. Porque él piensa como editor, pero yo tengo mi manera de medir como escritor y me gusta más ir controlando equilibradamente la extensión de las partes durante el proceso que escribir a placer para luego tener que ir podando por todos los lados. También le pido que me entregue otros cuantos ejemplares que necesito a cuenta de mis royaltis. Me dice que me lo envía por correo. A ver lo que tarda.

Como no era el momento, no he querido avanzarle la manera que he pensado para una actividad pedagógica con los bachilleratos del insti. El periodo de programaciones didácticas que realizan los departamentos suele concluir con el mes de octubre. Por tanto, en cuanto empiece ese mes debo ir a hacer una visita a mis antiguos colegas. Los que quedan. Tengo ilusión por volver a ponerme delante de un grupo grande de alumnos con un libro mío (¡mío, mío, sacado de mis sesos y mis tripas!) y volver a explicarles algunas técnicas del relato. Y de paso promocionar y vender unos cuantos ejemplares que previamente deben haber leído. Ya veremos.

Es una pena no haber podido dar el garbeo en bici después de comer, porque se ha puesto el día en veintidós grados. Perfecto. Habría disfrutado, estoy seguro, hasta la Braña, para no hacer este parón en seco. Luego se ha quedado el cielo un poco más apagado. En fin, ahora mi esperanza es que todavía octubre tenga algunos días aprovechable antes de colgar las ruedas.

Cuando no hay ningún inconveniente ni cortapisa para levantarse y hacer un descansillo de cuarto de hora dando un voltio a la manzana, da la impresión de que la labor es más llevadera. Aunque la mayor parte de los días no me levante ya una vez que me pongo al ordenador por la tarde. Pero basta que no puedas hacerlo para que se te antoje y le apetezca al cuerpo. Estirar las patas, que se dice. El caso es que quien escribe sabe que después de cuatro horas, más o menos, la tensión sobre los hombros se agudiza y a mí me suele quemar sobre el hombro izquierdo por la acumulación de tensiones. Y eso que tiendo a adoptar una posición bien erguida y silla adecuada. Pero escribir también duele, sin duda. Para quien no lo sepa.

Lo que sucede es que, como todo dolor, está mitigado por la resistencia gozosa con que lo contrarresta la ilusión. Cuando la escritura se convierte en unas manos que no cesan de correr por el piano del teclado, y uno parece contemplarse a sí mismo desde fuera escuchando esa música del repiqueteo de los dedos, entonces se llega a un éxtasis de felicidad inigualable. Porque es la prueba de que la novela chuta, de que la imaginación manda sin trabas hacia las manos, de que se está produciendo una cadena de milagros. ¡Qué maravilloso sustantivo para la inspiración!

Después de cenar la tele está sosísima habitualmente. Nada que me convenza, excepto alguna peli potable de vez en cuando, tras un recorrido nervioso por más de veintitantas cadenas. Hasta hace poco el “First Dates”. Últimamente me quedo con “La revuelta”, por el toque modernillo. O continúo con la radio también a través de la tele, con la pantalla oscura. Antaño, durante la pandemia, ponía en los cascos la “France Info,” para entretener la angustia desvelada que me dejaba Lu cuando abandonaba la cama y se retiraba a su refugio, arriba, en el rincón de la buharda. Ya lo he contado. También lo he dicho: a veces pongo el equipo con mis cedés favoritos.

Pero lo que no creo haber compartido confidencialmente con nadie hasta ahora es el silencio absoluto de algunos días. Sucede un rato antes de irme a la cama, a partir de la hora maga de las diez. Apago todos los aparatos que puedan molestar. También la luz. Levanto la persiana para que penetre esa claridad amarilla y mortecina que sueltan los reflejos rasgados de las farolas del paseo de la Barbacana. Y sentado en el sofá, inmóvil, espero hasta que la imaginación me traiga una voz. Un ejercicio difícil de conseguir que casi nunca es exitoso. Una voz no para escuchar lo que dice sino solo para oírla. Una voz que me espante un poco el miedo a las sombras del sueño antes de ir a acostarme, como cuando era niño. Una voz que me cuente y me arrulle y me calme. Una voz que perciba mi fragilidad detrás de la coraza de hombre fuerte. Una voz que entre en mí. Ahora sí: Paz.


18/09/24

Me levanto relajado y sin apenas notar molestias en la pata. Me animo: Esto va genial, dentro de unos días a trotar con la burra después de comer, porque está haciendo un tiempo que a esas horas ronda los veinte grados, a pesar de las mañanas frías (todavía sin helar). Y en esta confianza está el peligro. Es que soy un impaciente y demasiado confiado.

Como he aprovechado la primera parte de la mañana muy bien, después del café me acuerdo de que tengo que pasar por la librería de la plaza a firmar algún “Bicho” sobre el que me dejaron recado ayer por el guas. Este detalle nimio le gusta al personal, lo tengo comprobado: se lo dejo dedicado y se lo envuelven en papel de regalo para cuando vayan a recogerlo. Hoy era un amigo profesor que se lo regalaba por sorpresa a su mujer, una magnífica lectora que me interesa fidelizar. ¡Qué bonito! Me esmero, porque también puedo personalizarlo más cuando lo llevo un poco pensado.

Después, aunque no es un trecho muy largo desde mi casa, el trayecto hasta la plaza acompañado de un colega con su correspondiente regreso a paso ligero tiene sus consecuencias. No he puesto precaución y noto que el músculo se ha resentido al forzarlo. Soy gilipollas. Incapaz de ralentizar el paso, simplemente porque me produce el efecto de que voy entreteniendo el tiempo en plan contemplativo y papamoscas…

Y me fastidia dar esa impresión. Porque es la imagen del jubilado clásico. Y yo no lo estoy a efectos de trabajo diario por obligaciones voluntariamente elegidas, es cierto. Pero trabajo a fin de cuentas. Y la verdad es que intento cumplir un horario. Aunque flexible y sin obsesionarme. Pero con una notable disciplina. De lo contrario, no hay proyecto que salga adelante. Y conozco a algún excompañero de profesión que ha terminado haciéndose insufrible para su su familia y su entorno por no saber qué hacer con el tiempo libre. La mejor manera de estar contento es concluir el día cansado de diferentes ocupaciones. Es la manera de dormir como un bendito.

De vuelta a casa me encuentro con mi amiga MF. Tomamos un café de paso a su vez ella hacia el instituto. Profesora de inglés, a la que le falta lo que queda de este mes para su jubilación. También con problemas delicados de salud que ha ido resolviendo bastante bien. Pero le ha llegado el momento de descansar. A su marido, mi amigo Tt. le falta todavía un año para retirarse. Hablamos de esto y, sobre todo, de los hijos y su futuro. Los suyos todavía en edad de estudios. Los míos, por fortuna, ya con trabajo y casi emancipados. Pero bueno, lo que nos interesa es verlos felices. En eso estamos enteramente de acuerdo. La vida es una balanza de penas y alegrías. Y todos le pedimos que a los hijos les respete el turno. Lógico.

Finalmente, y para colmo, al llegar me propongo no moverme ni siquiera dentro de casa y tener la pata descansando en un escabel sobre una almohada. Previamente compruebo que tengo todo lo necesario para preparar mañana un puré del uno. La compra la realicé ayer. Cuando caigo en la cuenta de que no traje patatas porque era el único producto que no encontré a mi gusto. Así que debo regresar al súper donde sé que tienen las susodichas y repito innecesariamente un camino que me ha sobrecargado el gemelo. ¡Jooodeeer, qué tonto soy! De tres a cinco ya no me muevo del sofá. Me doy otra mano de radiosalil. Huele fuerte sin llegar a ser desagradable. Descanso.

Por la tarde subo despacito a la buhardilla y noto que me ha beneficiado el relax. No hay mal que por bien no venga, me digo. Me alegra saber que tengo unas horas por delante para entregarme a mi tarea. En el estudio hay un ambiente tan recoleto, tan silencioso (hoy no he puesto música), que me emociona el solillo que invade a raudales de calidez este espacio en el que trabajo desde hace treinta años. A veces me da por pensar si el resto de mi vida y mi obra se desarrollarán también en este confortable y sagrado lugar para mí. Y concluyo que es tan ingenuo anclarse en el pasado como asegurarse en el futuro. Respecto a esto último, siento que mi carácter es capaz de acomodarse al dinamismo de las circunstancias. Yo no tengo miedo al cambio si el cambio es primero dentro del corazón.

De lo que no me cabe duda es de que, esté donde esté, procuraré que mi vida sea fructífera y útil dejando a su paso unas pocas palabras hermosas. O sea, la única que de momento me resta de las dos artes que siempre cultivé medianamente bien. La otra, creo con honestidad que supe cuidarla hasta que la perdí… Aunque quizás sea un trébol con un pétalo por florecer: Querer.


17/09/24

Las primeras horas de la mañana (un cielo feo, frío, fastidioso) las paso como un anacoreta. Me he enfundado la chaqueta polar de siempre, tan gustosa y cálida, con la mantita de Peter Pan sobre las piernas, y me he apalancado en la hamaca bajo el velux. Y a leer. Con la mente fresca, cada descubrimiento en la página es una epifanía. Aguanto un buen rato, aunque también es verdad que en algún instante me pesan los párpados. La sensación es tan grata, tan clásica, de Escritor Sabio y Chiflado, que la disfruto viéndome apacible y enamorado de la literatura. “Solo ella me quiere”, me digo ahora como un Viejo Profesor Gruñón. “Solo la literatura me habla cuando la reclamo”. “Solo ella no me falla jamás”.

Encerrado en casa pero contento, no obstante, porque la pata quebrada mejora a paso lento pero efectivo. Ya no quiero tomar nada más. Que siga su curso y presiento que en unos cuantos días más ya me permitirá la marcha normal. No obstante, voy a la tertulia habitual (las once es hora para mí imprescindible de café y de recreo: casi cuarenta años de costumbre: durante toda mi vida docente). Es más, hoy todavía debo salir al súper de al lado y noto el efecto de tirantez de la pequeña fibra muscular herida. Molestia pero no dolor. Compruebo con satisfacción que sano con la facilidad que le oí a mi abuelo que tenía él para recuperarse de los achaques. Hasta muy viejo. Ojalá salga en esto a él.

A media tarde, inesperadamente, me llaman mi hermano y mi cuñada que pasan desde Santander de vuelta a Valladolid. Bajo de nuevo al Valen y echamos una buena parrafada. Mon y yo somos muy habladores los dos, pero creo que él me gana. Su característica es que profundiza mucho en cada tema y a mí me gusta el resumen y la variedad. Pero nos entendemos de maravilla. Aunque yo soy muy independiente (y hasta desapegado a temporadas en que estoy enfrascado en lo mío), me alegra mucho saber de él de vez en cuando; y, por fortuna, nunca hemos estado demasiado lejos el uno del otro, pues nuestra línea de recorrido vital ha sido recta: Valladolid, Aguilar, Santander.

También he aprovehado la reclusión relativa en casa para preparar comida. Por ejemplo, las jijas con patatas me han salido de cine y he preparado para tres días. Para esta noche me he pillado una lubina que tengo en el frigo, despatarrada bocarriba sobre una camita de patatas. En cuanto deje la labor y baje le voy a pegar unos meneos sabrosones de sal, pimienta y ajo. Y ¡al ataque! En lo referente a la cocina normal, casera y tradicional, ya controlo bastante (aunque no sé hacer cosas especiales y muy elaboradas; no me pongo porque me parece que pierdo mucho tiempo). Pero por este lado de los peces tengo que progresar bastante todavía… Voy a lo facilón.

Me enganchó mucho anoche de nuevo la peli de la Dos, “Duelo al sol”. Ya la había visto. Tiene esa tensión del enfrentamiento cainita, que es un tema que me cae muy lejano; pero en este caso lleva añadida la rivalidad por una mujer espléndida (Jennifer Jones) y Gregory Peck hace un papel de gran atractivo diabólico. ¿Por qué nos gustarán tanto algunos malos en la ficción?

De todos modos, era larga y después de una hora, hacia las once, ya se me caían las pestañas. Y ni siquiera la prota, la guapísima Perla, era capaz de mantener mi interés porque se ponía más que dramática, casi histérica. Y a mí no me gustan las mujeres así. Me gustan sencillas, contenidas, pero con algún rasgo que me permita adivinar un oculto fuego interior. Y buscarlo.

Por la noche, si en el periódico veo que la tele no ofrece nada de interés, suelo hacer un poco de tiempo para no irme demasiado pronto a la cama. No leo ya a esas horas porque estoy como un zombi. Suelo hojear el periódico. O poner un cedé en el equipo y pensar en las musarañas mientras lo escucho. A veces no miro en la estantería deliberadamente y elijo uno al azar. Y otras, busco exactamente el que me recuerda a alguien con quien me gustaría hablar en ese momento. Son las diez, una hora mágica porque precede al amor. Pongo el volumen muy bajo. Y como si fuese la música de fondo de un tranquilo bar perdido en una gran ciudad, quizá con lluvia fina haciendo arabescos y culebrillas en los ventanales, con un café humeante y la silla de enfrente vacía, comienzo mentalmente una conversación tranquila, sin prisas, profunda… Contigo.


16/09/24

Me levanto con la grata sensación de que el gemelo herido está casi desinflamado, seguramente por efecto del reposo durante la noche. Todavía me molesta al caminar con paso airoso, pero esto ya es otra cosa. Me pasma la capacidad del cuerpo para reponerse de un daño y, sobre todo, la rapidez de regeneración a pesar de la edad.

No obstante, voy a cumplir lo que me he prometido: no voy a pisar la calle más que lo estrictamente necesario; cafetería y súper pegados a casa. Fabuloso. En una semana haré balance y calibraré si todavía se puede salir con la bici en caso de que la pata esté curada y haga buen tiempo. Que será difícil. Sigo con un ibuprofeno al día y un par de veces el radiosalil. No me han dicho que haya remedio mejor. Y, a todo esto, me resulta extraño que mi Chiqui no me haya llamado para preguntarme en cuanto lo haya leído aquí, en el diario. Quizás haya estado de guardia.

En conclusión, tengo que espabilar porque la experiencia de mi vida con el deporte ha sido que debo cuidar sobre todo las piernas. Teniendo en cuenta además que soy un patastrabadas (como decía mi madre), un individuo con pocas aptitudes para la competición física. No he desarrollado la musculatura en los brazos (excepto en los años del kárate), por ejemplo, porque mi profesión ha sido lo opuesto a esa actividad, y toda la práctica deportiva que he realizado ha repercutido sobre las piernas: fútbol, kárate, bici…

Lo cual me ha definido esas extremidades, pero también he tenido que soportar lesiones como contracturas, calambres o pequeñas roturas de fibras (como parece ser este caso). Incluso llegué a romperme dos dedos de un pie en kárate el año que conocí a Lu y no cogí la baja para no tener que morirme de asco en el apartamento; o sea que preferí ir a trabajar con muletas. Por tanto, he pagado algún precio por mi relativa constancia para mantenerme en forma. Ahora el castigo será no salir esta semana. Y quedarme recluido aquí, en esta buharda rodeada de libros, como en una auténtica torre de cristal. Como los escritores románticos y bohemios.

Hablo al mediodía con las primas de Bilbao para darles el pésame. El viernes falleció la Nati (prima carnal de mi madre). Una vida completa, circular, a punto de cumplir los noventa y seis. Muerte dulce, según me cuentan, porque durante mi llamada estaban las dos hermanas en casa. La tercera de las hermanas, A., murió hace ya unos cuantos años de cáncer, muy joven también, como Lu. Nos consuela, a pesar de todo, comprobar que es humana la muerte en condiciones y circunstancias asumibles.

La distancia es razón para que nuestro trato no haya sido tan frecuente como con los que han quedado en Piña de esta rama de mi tía Anuncia (hermana de mi abuela Luisa). Pero han estado cariñosísimas en las contadas ocasiones en que nos hemos visto. Me hizo mucha ilusión hace dos años que la Nati estuviera tan lúcida como para leer con asiduidad el periódico e, incluso, mi novela. Es más, estaba a la espera de que le llegara por mediación de mi prima AM la que presenté este año y que yo le había dedicado.

Me halagan, por supuesto, con su consideración y admiración hacia mí, un poco excesivas quizás. Pero sé que me han visto siempre como una persona un poco especial. Cuando me lo dicen no sé qué responderles. Excepto que la distancia no puede con el cariño del corazón. Y nos despedimos con buenos deseos de salud y de ilusión en lo que nos quede.

A pesar de la mejoría de la pata, tampoco es que haya dormido bien. Me enredé en mis sueños y he tenido mal descanso. Me han acosado los “malos sueños”, en el sentido en que lo dice Shakespeare en “Hamlet”. Es decir, son sobre deseos imposibles a los que solo se atreve uno cuando pierde el autocontrol al caer en el sopor profundo. Entonces nos visitan imágenes de la realidad con las que nos relacionamos a capricho de nuestras esperanzas para compensar las frustraciones y desengaños en la vida despierta. La real.

Por eso dice Shakespeare que seríamos mucho más felices si no deseáramos más allá de nuestras posibilidades, si no ambicionáramos. Esta es la palabra: nos pierde la ambición o por lo material o por lo afectivo. De eso se queja Hamlet: “Oh, Dios, podría encerrarme en una cáscara de nuez y considerarme rey del espacio infinito, si no fuera porque tengo malos sueños”. Así les pasa a muchos. Así me sucede a mí. Sería plenamente feliz si me conformara con el ámbito de lo asequible y cercano y cómodo y seguro… Lo que ocurre es que siempre he sentido una querencia inconsciente, intuitiva, irreprimible hacia lo difícil, lo especial, lo absoluto. Y nunca me arrepiento. Porque busco más. Sueño.


15/09/24

Ya no pudo ser más disfrutona, la jornada de ayer. Salió redonda. Teníamos nuestras reservas sobre un tiempo muy inestable a estas alturas. Pero acertamos con la ropa de abrigo en la salida, a cuatro grados, y en cuanto nos encaramamos al alto de Grullos pudimos comprobar que asomaba un sol prometedor que remató siendo esplendente. Y ya no nos abandonó en todo el camino, excepto en los sombríos irremediables de la bajada del puerto. O sea, temperatura ideal.

Tras la parada en Espinilla y el desayuno con una tortillona insuperable, encaramos la Palombera hacia arriba y curiosamente se me hicieron cortos los seis kilómetros de ascenso. A pesar de que no tenía más que mil kilómetros de entrenamiento esta temporada (una mierdecilla para cualquier ciclista) debido a que no salí casi en agosto. La lección que saqué es que el próximo año me llevaré la bici a Piña y saldré allí.

No obstante, se dio la circunstancia de que también mi amigo Tt., por circunstancias, había entrenado incluso la mitad que yo y planteamos el trayecto con mucha inteligencia, al tran tran, calibrando en todo momento ritmo y distancia. Sobre todo él, que puso la cabeza y supo frenarnos a ambos, porque yo suelo saber qué hay que hacer pero el corazón me traiciona. De esta manera, tengo que reconocer que ha sido uno de los años en que he llegado menos cansado. Hoy mismo, día de reposo, apenas me pesan las piernas.

Casi es más incómoda para mí la bajada del puerto, tan larga, con la prevención constante de coches, pasos estrechos, zonas húmedas, vacas, caballos, y las manos agarrotadas y doloridas de ir constantemente pendiente del freno. Porque hay algunos tramos en que es mejor no mirar a un metro a tu derecha en el que se abre un abismo boscoso donde tardarían una semana en encontrarte si salieses catapultado. Y, sin embargo, las lluvias de este año habían dejado una belleza de un verdor intenso, íntegro, interminable. Y eso también le arrebata a uno los sentidos y le eleva el ánimo. Y le hace pensar en la llamada inexcusable de la vida.

Como procuramos bajar con distancia, en algún tramo llano se lo decía yo a los amigos. “Sí, me ataca la nostalgia. Porque la Lourdes viene conmigo, dormida en un pequeño hueco de la mochilita que llevo a la espalda… Pero mi sangre está de nuevo revolucionada y quiere llegar todavía muchas veces a la meta, a renovarse y a mezclarse con el mar”.

Hace unos pocos años las circunstancias eran tan graves que llegué a sentirme física y psicológicamente sin fuerzas. Pensé que terminaría abandonando la bicicleta y así se lo confesé a algunos compañeros. Pensé simplemente que me estaba haciendo viejo. Y es que entonces la mochila a la espalda era insoportable, porque estaba llena del material pesado que había traído la vida. En la bajada de ayer constaté con íntimo gozo que mi optimismo y mi alegría y mi esperanza están intactas. Que responde mi cuerpo y responde mi alma al estímulo vital. Que arde mi llama.

Para que todo no fuese perfecto, sufrí un pequeño incidente después de llegar a meta. Tenemos la costumbre de hacernos una foto entrando al agua para un baño reparador. Hacemos diez minutos el ganso y luego nos vamos a comer. Pues nos pusimos a dar saltos como idiotas esquivando las olas, y en cuanto yo vi llegar una más grande que las otras salí perdiendo el culo hacia la playa, porque a mí ese animal es difícil que me pille por encima de los tobillos. Y al saltar pisé mal y de inmediato sentí un tirón en un gemelo.

Me dolió al momento y después de la comida, cuando se fue quedando frío el músculo. Parece que puede ser una pequeña rotura fibrilar, que para algo tenemos médico en el grupo, FF. Por fortuna, ya han pasado veinticuatro horas y va bajando la inflamación con ibuprofeno y casi puedo apoyar. Pero creo que voy a tener que estar esta semana sin caminar y a ser posible casi en total reposo. Sin salir y (lo que más me jode) sin hablar. Pero voy a aprovechar para trabajar como una fiera. Eso, fijo.

Respecto al día de hoy, comparado con el de ayer, no ha podido ser más anodino. Bajo al periódico porque está pegando a casa. Leer, leer y más leer. Me trae mi amigo JLV la bici y demás material de deporte, porque ayer regresé con ellos en la “pick up”, que es denominación que me resulta curiosísima. Y ahora no quiero entretenerme con mis diccionarios porque quiero hacer otras cosas. Llega mi Chico con la novia de una boda y me cuentan de paso qué bien lo han pasado…

Escucho una canción que me acaba de saltar en mis paseos por el Yutu y que me vuelve loco. La canta un francés llamado Garou, aunque es original de otro cantante llamado M. Sardou. Me hace entrar en combustión y mi cabeza está apunto de echar humo… Así que, hala, hasta más ver. Que yo me quedo aquí con mis sentimientos, mis ensoñaciones, mis autoengaños. Mi fracaso.


13/09/24

Ya me imaginaba yo que hoy no habría manera de trabajar. En fin, al menos he podido aprovechar de media mañana en adelante para leer un rato y comenzar el libro que traje ayer de Torre. Se me amontonan en la mesa del estudio y en la mesa baja de la salita… Leer es una adicción y me angustio porque no llego a todo lo que quiero. Y eso que soy ordenado.

Pues esto mismo es lo que me ha sucedido hoy desde que me he levantado: que no he podido parar de nerviosismo y de inquietud acordándome a todas horas de que tenía que preparar con meticulosidad todo el material para la clásica bicicletera Bajada al Mar (Comillas). He ocupado un tiempo en hacer unas lentejas que me han salido de cocinero profesional, sin abandonar ni un instante la olla para que estén en el punto (y aun alguna suelta ha salido dura; no sé si estas que compro al amiguete EM tendrán una cocción especial). Dentro de lo que cabe he salvado, como digo, medio día.

Ahora bien, después de comer y de esperar al Chico y a la novia para saludarlos porque solo han hecho una parada brevísima de camino a una boda en Cantabria, comienza el baile que ya no ha tenido fin hasta que me he sentado a dejar estas líneas. “A ver si me calmo un poco”, digo yo entre mí para mis entretelas.

Primero he salido a escape para gastar algo de energía y desfogarme dando un paseíto. He ido de una punta a otra del pueblo, a pie, a dos supermercados. Por gastar bravura. Y después, hacia las cinco me he convertido en una peonza que da vueltas por casa como si se hubiera vuelto loca y no se le terminara la cuerda.

Me ha llevado más de dos horas quedar a gusto con la preparación de una bolsa con el cambio de ropa cuando lleguemos a destino. Eso antes lo solucionaba porque me acompañaba Lu y llevaba el coche. Pero en estas circunstancias no me he dado por satisfecho hasta que he estado bien seguro de que no se me escapaba ni un detalle, ni un mínimo olvido. Y una vez que ha estado preparada la bolsa, he ido donde JLV a dejarla en su vehículo para que mañana su mujer lo traslade.

Como soy tan neura para estas cosas, no me conformo con repasarlo veinte veces, sino que me he enfundado entero el equipo que voy a llevar por ver si todo estaba en condiciones. Va a ser un día de mucho frío de salida, a las ocho, y por eso habrá que ir forrado. Después, sobre la marcha, en alguno de los altos habrá que achicar algo de ropa a una mochilita pequeña que va a la espalda. Todo revisado y requetesupervisado…

Hasta papel higiénico, porque con el frío y el desayuno es posible que haya que parar por un apretón imprevisto. Desde luego, mañana no se toma la pastillita efervescente de magnesio, porque esa sí que te suelta el culo, como un abubillo. Ni beber mucha agua a partir de este momento. Ni tomar mucha fruta (ojo con las ciruelas). Ojo con el otro ojo. Ojo con la cagalera.

Mañana seguramente no tenga tiempo de contaros cositas. Pasado os digo… Porque me hace mucha ilusión esta quedada. Así que quedad también vosotros a la espera. Y ya sabéis que os quiero. Sobre todo a ti, que deberías venir mañana conmigo. Tú, sí. Tú sabes muy bien a quién digo. Tú.


12/09/24

Llego ya tarde porque tenía visita al dermatólogo en Torrelavega. Esto de los seguros funciona así: no tengo más que el simple problema de los de piel blanca que sufre con el sol del verano (agravado por los efectos del cambio climático, también es cierto). Y no hay más que dos remedios: cremas de protección y cremas de hidratación. Así lo hago desde que visito a este ilustre médico, don JMP, que me cita una vez más para dentro de tres meses aunque esté curado del todo porque en realidad no padezco de nada. El caso es que me prescribe una vez más también la misma medicación: un gel para el cuerpo (graso, subraya el doctor, es importantísimo que sea graso) y otro para las extremidades (este no hace falta que sea graso). Dos geles que cuestan un potosí y no entran con receta. Pero la tarjeta de la compañía es muy golosa y no hace más que pasar la banda con mucha alegría por el cobro de su datáfono. Qué maravilla.

Luego he quedado con mis amigos, mi familia cántabra, EM/IN. Nos citamos en el Gallery como en otras ocasiones. Mientras llega E. tomo algunas notas para mi novela en una mesa de la terraza cubierta, reconcentrado y nostálgico de esa tierra, y más en esta tarde medio lluviosa y cenicienta.

Ay, dónde quedó aquel de veinticinco años que campaba como un gallito por aquel cruce de caminos a encontrarse con los poetas de Scriptum, en el insti Marqués de Santillana. Ay, aquel que se escondía en un bareto con la mágica hechicera TR (mucho más Maga que la de la novela de Cortázar). Ay, aquel que cerraba el pub donde la bellísima CA le ponía música de otro napiato ilustre, Franco Battiato, mientras ella le robaba y se enfundaba la gabardina italiana y se paseaba como si fuese una modelo por la pequeña pista de baile… Ay, ¿dónde estás, compañero que te querías comer el mundo? De la literatura. De la belleza. De la abundancia de dones.

En cuanto tomamos un café calentito le pido a E. que me lleve a una librería para comprar el último de LMD, que quiero tener también leído y anotado para la próxima entrevista radiofónica. Quizá sea buena idea jugar con las tres últimas novelas que comparten ese territorio imaginario que el escritor llama las Ciudades de Sombra. También son de esta naturaleza semirreal mis localizaciones en Valmedio, Villaventosa, Collado de Salinas, o la más emblemática, Santamarina (Santander).

Mi amiguísimo E., catedrático de Tecnología, me pone al corriente de que la mamá I. me ofrece para merendar tortitas o buñuelos o churros, y chocolate. Tengo que elegir y hoy elijo tortitas con mermelada. En cuanto llegamos y nos sentamos a la mesa redonda se nos afila el diente. ¡Qué cosa tan rica! Ya no tendríamos que cenar nada, decimos. Ya no volvemos a darnos el capricho en no sé cuántos días, decimos. Ya no más, decimos…

La mamá I. es, además, una excelente pintora, muy superior a lo que su timidez, su discreción y su honestidad artística le permiten mostrar. Porque tiene la casa plagada literalmente de sus obras. Algunas enmarcadas y colgadas por todos los rincones, y otras en la propia tela. Le ruego que nos fotografiemos para sacarla sobre todo a ella en mi Ínstagram, para que se la reconozca como lo que es: una artistaza de enorme mérito que ha decidido permanecer anónima. No consigo convencerla para mi propósito. Eso sí, me quiere regalar un cuadro, el que más me guste. Pero no veo uno que creía recordar de la niña Y., su hija, de quien guardo el recuerdo emocionadísimo de cuando la conocí de cuatro añitos y por ahí anda algún poema que le dediqué y figura en mi poemario doble de técnica surrealista. Dejo el regalo para una posterior ocasión en que lo tenga más claro.

La tarde, mustia de aspecto, es sin embargo plena de cariño y de gratitud a estos amigos que llevan cuidándome desde que la mamá I. me hacía mi plato favorito a los veinticinco años (cuando era el tipo eléctrico que he descrito un poco más arriba): patatas a la importancia. Imprescindibles. Los viernes antes de tomar el tren para ausentarme el fin de semana.

Regreso atravesando la cortina de lluvia y niebla en los impresionantes viaductos del camino: La Torca, Los Arroyos, Montabliz… Por cima, la mole escarpada de la cordillera. Como si fuera el último tranco de la escala a los cielos. Y voy tan concentrado y tan henchido de vida, de felicidad, de esperanza, que la música lo amplifica aún más. Y no sé a quién dar las gracias por tanta belleza. Vuelvo los sentidos hacia dentro de mi pecho, donde vive un dios, y allí descubro una cara y oigo una voz. Es como una pequeña estrella que acaba de aparecer justo ahora en lo alto, en medio de la negrura. Y me indica hacia dónde tengo que caminar y me dice que la siga. Me guía.


11/09/24

Los periódicos lo recuerdan. ¡Uf! Lo que supuso aquel once de septiembre de hace veintitrés años… Aquellas imágenes de los aviones entrando en las Torres Gemelas como si se hundieran en una masa blanda, áfona… Y, sin embargo, llegué a casa, constaté con satisfacción egoísta que mi mundo seguía en pie y mi familia parloteaba en su felicidad doméstica… Dejé la cartera en mi estudio y solo cuando entré en la cocina le comenté discretamente a Lu si había oído la noticia y visto las imágenes… Un universo se transforma en un cataclismo durante un ínfimo instante.

Como nos pasaría a nosotros después de unos pocos años, en el dos mil siete. Lu decía que el siete era su número preferido. Como el de tantas personas, le replicaba yo. Y en este caso creo que no me faltaba razón. Tal vez pregunté a mis niños cómo les había ido en el cole. Tal vez con el uno amarrado entre mis piernas y la otra sentada sobre ellas, intenté rodear, cercar, cerrar una muralla en torno a ellos. Lu me miraría sonriendo, como tantas veces… Y caigo ahora en la cuenta de que una gran catástrofe social no deja de ser una multiplicación de una pequeña catástrofe personal o familiar. Un aviso amplificado. Una premonición de que antes o después el caos llegará para todos.

Llevo diecisiete años con la rabia, la frustración y la impotencia metidas en las entrañas, en las tripas, revueltas con las asaduras. Y no encuentro modo de retener esa imagen que constantemente se separa de mí y va alejándose camino de las sombras sin que yo pueda hacer nada. Clavado como un cuerpo hundido del que solo asoma la cabeza. Una cabeza que sola por sí misma no puede detener el espanto, porque no le sirven dientes ni garras ni huevos para agredir a quien le roba lo que más ama. El monstruo invisible de poder omnímodo. Y quiero y deseo y busco a quien defender y proteger y cuidar para resarcirme y aliviarme y curarme de una vez por todas de esa pérdida, de esa herida, de esa espada clavada entre pecho y espalda con el corazón atravesado en medio.

Por fortuna el día ha transcurrido con bendita normalidad y rutina. Me he librado toda la jornada del asedio del móvil, excepto en dos ocasiones contadas. Y eso me ha permitido mucho juego. Sobre todo, concentración. Leo, pienso, tomo el blog de los chinos que llevo permanentemente en la bandolera y apunto párrafos, diálogos, documentos de todo tipo… Todo sirve y se multiplica de ideas mientras el silencio impera. Solo el son en mi cabeza que vibra escuchando la conversación de mis personajes. Y mis ojos vueltos hacia adentro mirando cómo se mueven y comportan. Tras la tertulia habitual me encuentro con FL y nos estiramos hasta la estación de autobuses donde él quiere comprar lotería. Tomamos un café y porfiamos un rato de política municipal, como casi siempre que nos encontramos. Me parto de risa.

Como ya no voy a coger la bici hasta el sábado, hago un recorrido rápido después de la siestecita, a pata, a paso acelerado para pillar tono. Recorro el perímetro de la muralla y después visito la biblioteca como tenía “in mente”. Para buscar un libro que al final bajo en digital con el préstamo “online” que me permite el carné de la biblio.

También aprovecho, como todos los años desde que fui concejal de cultura, para dedicar un rato cuando menos gente hay (sobre las cuatro de la tarde, en cuanto abren), para contemplar a placer los ganadores del concurso de pintura del año. Son catorce cuadros y los veo solo y a mis anchas. En una pared, la mitad, tirando a vanguardia, como por ejemplo la iglesia a vista de pájaro en una perspectiva insólita. Pero es cierto que se suele premiar (y este año no es excepción) lo más académico: en la pared opuesta, una estampa del río a la altura del puente de la Teja de verdes lujuriosos que se apoderan de la vista.

Buen nivel en la selección, es cierto, pero la muestra siempre es predominantemente figurativa y a mí siempre me gustó como concejal apostar por reformar un poquito el concurso con toques de crítica social o visiones de mayor hondura existencial. Incluso de aparición de localizaciones imaginarias o fantásticas. En fin, desde la política se puede proponer pero nunca dirigir. A la postre, el jurado es siempre quien fija la última palabra. Y también es cierto que a mí me traiciona constantemente la imaginación. O sea, es lo que hay. Pan o pan.

No sé de dónde me llega la propuesta de participar en un grupo de baile. ¡Lo que me faltaba! Primero, porque sin ninguna clase, con la cultura del baile verbenero de pueblo, yo puedo defenderme con lo básico del agarrado. Y suelto bailo haciendo el bobo como todo el mundo. Pero cubro expediente.

Ahora bien, lo que me resulta espinoso de digerir es participar en esas actividades que de fondo persiguen el acercamiento con el propósito soterrado de conocer a alguien… El baile es una disculpa. En otra época, todavía con Lu en buenas condiciones, hubo alguna oportunidad de este tipo. “Quita, quita”, me replicó como una guindilla, “que me mareo. “Vete tú si quieres”. Pero a mí solo ya no me moló. Y me fui a kárate siete años seguidos.

Hoy tampoco me va ese plan bailongo por mucho que lo valoren en el “First day”. Lo siento mucho. Lo respeto para quien le guste. A mí, en todo caso, claro que me gustaría bailar (contigo) o viajar (contigo) o nadar (contigo, pero en el mar de ninguna manera). Y si no, prefiero andar a mi aire, acompañado algún rato o un pelín solitario cuando me apetece por voluntad propia. Rebelde y cimarrón como un animal campestre. Libre.


10/09/24

Todo patas arriba desde primera hora. Empezando por que no carbura el agua caliente de la ducha, probablemente debido al zoquete que me hizo ayer la inspección anual de la caldera de gas. Nunca había tenido el mínimo problema y ahora me dice el jicho que la avería está en el grifo termostático de la bañera: que dan muchííísiiimooos problemas. Pues ahora me entero, galán.

Y, en consecuencia, medio día ocupado en esta mierda, con llamadas sucesivas del técnico de la zona, del técnico de la provincia, de la oficina central, etcétera (disculpas para que no les quite el seguro). Que eso es del grifo. O sea, fontanero. Allá vamos. Contestadores automáticos. Hasta que me atiende uno de Aguilar que me conoce bien. Que está muy liado y todo el mundo considera urgente lo suyo (en eso estamos de acuerdo). El único consejo bueno es que puedo trincar la entrada de agua fría al baño en las llaves generales y de esta manera puedo regular solo con la caliente, y bla bla bla. Un poco de paciencia hasta que el fonta encuentre un hueco. A ver.

En cambio, los de la revisión de la instalación de gas, la obligatoria cada cinco años, abajo, en el piso de mi madre donde está mi tío, no se presentaron el día veintiuno, que es cuando me habían citado. Y, además de cobrarte en la propia factura, con esos cabrones corres el riesgo de que te trinquen el gas. Que ya sería para ir con abogado. Llamo. Venga, cansinos: contestador automático. A esperar la “reprogramación”. Me avisarán. Me darán nuevo día y nueva hora. Cuando cuelgo el teléfono, tengo ganas de matar a alguien.

A esto se han sumado los del Foro Gabiluchos, con una cita mañana al café tertulia en el Castillo. Pero no todos podemos a una hora determinada, claro. Y así. El copón de guas para allá y para acá. Y yo mira que te mira de vez en cuando por saber a qué atenerme.

No quieres taza: pues taza y media. Antes de las seis comienza el baile con el grupo de quintos para la próxima quedada del día veintiocho en Piña. No sé por qué se entiende que yo soy en general el coordinador. De hecho, si no digo nada, todo el mundo espera que esté ya organizado. Pregunto para concretar y parece que algunos han hecho muy bien su trabajo, concertando la parte culinaria y la parte cultural. Me alegro. Vamos al trabajo, coño…

No hay manera. La impresora no tiene una gota de tinta. A comprar un par de cartuchos que no dan para doscientas copias ni de coña. Cada vez que los hijos la utilizan la dejan en coma. No es tan grave, pero levántate y vete a la tienda y de nuevo con el tiempo apremiándote. A mí, que me sobra todo el tiempo del mundo y nada me urge si no quiero. Excepto que me apremio yo mismo. ¿Será posible trabajar un cuarto de hora seguido esta tarde?

Teléfono con editores. Parece definitivamente que JM Peridis no podrá aunque no dice que no. Es su manera de ser y su condición. Le propongo a JH hablar con gente de Palencia, también muy cualificada y con gancho. Sin inconveniente para pillar aquí el refectorio del insti cualquier día de septiembre u octubre. A él también le parece lo más conveniente. Ocupamos un rato largo porque tiene repertorio de confidencias… Me divierte.

Finalmente, se pone mi editora, la mamá AdlG para concretar el día de la comida en Santa como despedida de verano y celebración de la salida de mi “Bicho”. En su proporción está funcionando bien. Me he encontrado por la calle con PA, la dependienta de una de las librerías y me lo confirma. Me inflamo. A ver si el día de marras oficial conseguimos redondear para que la editorial cubra. A mí lo que me satisface es que vaya gente. Y la belleza y delicadeza de la publicación, del libro material. Yo huelo y beso a veces alguno de los ejemplares que tengo a mano. Y termino arrimándolos a mi oreja para oírlos hablar. Me leen mis propias palabras. Esto y escuchar cierta voz me encandila.

Seremos cuatro a la comida, porque durante este mes está en casa de los editores JIG, otro escritor de Valladolid que se ha encerrado allí para concluir su novela. Esto dice mucho de lo que son los dos editores del sello Valnera. Si alguno de sus escritores lo necesitan, le dan incluso habitación. Son la repera. Quedamos en que la fecha sea anterior al veintidós porque la última semana del mes ya se habrá marchado el maestro JC a Burgos. OK.

Vuelve a llamarme el editor y me confirma que nuestra comida en Santa será el próximo diecinueve. Perfecto. Además, me cuenta un proyecto maravilloso de homenaje a nuestro querido José Antonio Abella, fallecido el cinco de julio pasado. Un proyecto tanto literario, ya en máquinas de imprenta, como geográfico sobre el lugar emblemático de su vida y obra, el pequeño pueblo de Bañuelos de Bureba (Burgos), donde estuvo de médico y donde sucedieron los hechos centrales de su libro “Aquel mar que nunca vimos”. “¡Cuánto me gustaría asistir!, le digo a JH.

Estos actos se desarrollarán durante un fin de semana de octubre y me lo adelanta JH para que lo tenga presente a la hora de elegir la fecha de presentación del mío. Me manda el pdf del texto. Sé que participan un número limitado de los más íntimos de Abella y yo a fin de cuentas soy un recién llegado a esa familia literaria maravillosa, y tuve con él un trato cariñoso pero de última hora. Aunque me hubiese gustado muchísimo escribir sobre su impacto intelectual, artístico y humano en mí… El de un auténtico ejemplo de hermano mayor. Uno de esos flash que se experimentan con determinadas personas con quienes se crea un vínculo fortísimo e indisoluble desde el primer momento. A pesar de todo, los editores han tenido la sensibilidad de incluirme en una foto a toda página en el que estoy entre dos monstruos de la literatura: están sentados en la mesa de la firma Jesús Carazo y José Antonio Abella. En medio, apoyando mis manos sobre sus hombros estoy yo de pie. Toda una revelación de lo que es el magisterio de la literatura y el amor a los hermanos de la tribu. Me quedo en silencio. Un poco paralizado. Con la garganta oprimida. Necesitaría una voz como un bálsamo. Hundo mi cabeza entre mis brazos apoyados en la mesa de trabajo. Lloro. De felicidad.


09/09/24

Como mi Chiqui se encuentra de saliente de guardia, dispone de este lunes libre. Así que nos repartimos la tarea y ella se ocupa de los baños y yo me pongo con un pilero gigante para la plancha. Es una actividad que me distrae, porque puedo pensar mientras actúo automáticamente. No hay mujer (por su rol tradicionalmente) que no sepa esto y muchas recurren a ello cuando quieren huir hacia su fantasía. A mí se me da bien la plancha pero soy lento y meticuloso, lo cual quiere decir que tardo mucho. Y estoy decidido a quedar libre de esta carga durante toda la semana. Me centro. Me abstraigo. Sueño…

De pronto caigo en la cuenta de que hablo mentalmente con mi personaje principal y le estoy diciendo que marque el ritmo en el que se sienta bien, cómodamente, que como escritor soy impulsivo y tiendo a ir demasiado rápido. Y es evidente que cada cual tiene su paso, su compás, su tiempo de incandescencia, y que no todo el mundo, como yo, sufre la deflagración de súbito. Tanto es así que en ocasiones he causado tanta sorpresa y extrañamiento que he producido cierto temor. Por inesperado.

Así que he recordado aquella canción titulada “Cosas que pasan”, del álbum “Astronomía razonable, de “El último de la fila”. Conecto el equipo, busco el cedé y repito la canción en bucle, una y otra vez. No me canso de escucharla. La sensualidad de la letra me trastorna: “Al ritmo de…, al flujo de… al vaivén que marcas…” Esa es la idea que debo entender y que me estaba rondando. Tú no marcas el paso como escritor sino ellos, me digo, son las criaturas de ficción las que te dirán cuándo, cómo, dónde… Tienen que ser libres, libres, libres, como si fueran de carne y hueso, independientes de ti, incluso crueles contigo, con tu amor y tu deseo de posesión sobre ellos. Tus criaturas te enseñan paciencia y humildad. Sin saber jamás si se entregarán a ti en el curso de la historia. Las novelas de verdad funcionan de este modo.

La Chiqui y yo comemos en amor y compañía. Se ha acumulado tanto en el frigo durante el finde que no creo que tenga que cocinar en todo el resto. Incluso el despistado del Chico ha olvidado el táper que le preparó la tía M. “Mejor para mí”, pienso. Y en cuanto se ha marchado he ido a comprobarlo al frigo: ahí estaba, enterito, esperando… ¡Pal menda! ¡Que me tiene contento, el tío! El sábado vino a los amaneceres y me tuvo que llamar para que le abriese porque había perdido las llaves… Hoy por fin han aparecido en la escalera del primer piso. Membrillo, que eres un membrillo. Ahí tienes las consecuencias de las cervezas. Por calamocano. Por chirlomirlo.

A todo esto, llevo todo el día revisando bolsos, ropas y carteras… He debido de perder la tarjeta del Carrefour. Sí, yo también, ¿qué pasa? Pero en mi caso no es por la bebida. Es porque estoy gilipollas. Porque estoy empanao. Estoy todo el día pensando en las musarañas. En ti, bruja.

Mañana tengo que hacer la última salida de entrenamiento y después ya no volveré a tocar la bici hasta el sábado. Llegó el momento de la clásica. No le tengo miedo a la ruta. El problema por lo que dice la tele va a ser el tiempo y una bajada impresionante de temperaturas para el próximo finde. Subir Palombera cuesta, pero si está mojado es peligroso bajar un puerto de veinte kilómetros plagado de curvas con sombríos, humedades y manchas de agua… Total, que podría complicarse si además llueve y nos fastidia el día. En este caso no quedará más remedio que llegar a Comillas en los coches de apoyo. Porque la comida es de más de veinte amigos. Y esa no nos la podemos perder por nada del mundo. Porque ya está previamente contratada. Y porque sería el premio de consolación para todos. ¡Vaaamooosss!


08/09/24

Escribo ya a deshora porque antes no me ha sido posible. Se promete uno a sí mismo que se inmolará en el sacrosanto altar del arte y que no dejará pasar día sin romperse los dedos en el teclado y quemarse los ojos en un libro, y que por nada del mundo alterará el orden marmóreo de su disciplina de escritor, con sus horas inamovibles y su tiempo intransferible… y bla, bla, bla… Lo dije ayer al concluir la entrada del diario: “Me levanto de aquí en cuanto tú me llames”. Pues eso.

No he podido escribir ni mijita por la tarde porque ha timbrado a mi puerta uno de mis personajes, la protagonista, LF. Andaba yo todo el santo día detrás de modelos para construir esta mujer tan especial y mientras tomaba un café con MN, el veterinario, se me iba y se me venía la vista a las señoras que entraban y salían del Valen… “No se te escapa una, ¿eh?”, me ha preguntado el amigo. Y digo yo: “Es que no encuentro ninguna que cuadre con LF y, sin embargo, muchas tienen algo de ella”.

Tan desesperado estaba de no dar con el retrato ideal que me he echado al monte literalmente. Hoy, prevenido del impermeable para la bajada. Y, en efecto, me he tirado a rodar hasta la Braña, para desahogarme o desgastarme o matarme de una vez, sin poder dejar de pensar un instante en LF, porque LF no aparecía, no respondía a mis requerimientos, ya no me quería. Y esto es lo peor que le puede ocurrir a un escritor: que le abandone su inspiración.

Después hemos comido en familia, hijos y amigo de la hija. Fenomenal, con una botellita de Julius que he abierto para la ocasión. Pero no he querido decir que el vino también me hacía falta para suplir la falta de lo otro, de musa, de “femme fatale”, de LF.

Ya daba mi novela por definitivamente perdida y estaba abriendo el ordenador para la labor de la tarde, cuando han llamado a la puerta de casa. ¡Qué raro! No puede ser nadie de la familia porque saben que a estas horas no estoy para nadie… Y cuando he abierto me he quedado ojiplático. Tanto es así que ella misma ha tenido que presentarse: “¡Hola! Soy LF. ¿No habré interrumpido tu trabajo?”. “Pasa”, he musitado tan solo, como un cordero.

Dos horas y media de documentación. Yo no paraba de tomar apuntes en mi blog de notas mientras ella me hablaba y yo le iba planteando cuestiones decisivas para el desarrollo de la novela. Tan didáctica, tan musical su voz, tan divertida en sus anécdotas, que yo que hablo por los codos no tenía suficientes oídos para escucharla embelesado. Tanto es así que casi no me he fijado en su cara (pues tenía que recoger por escrito lo máximo posible) y le he rogado que me envíe una foto de su rostro para describirlo en la ficción. O mejor, creo que antes debería comenzar por el interior: “LF era instintiva, primaria, telúrica…”

Había quedado con los hijos para cenar algo que traerían ellos de fuera y, si no hubiesen llegado hacia las nueve y pico, seguro que todavía estaría de alumno de mi maravillosa protagonista. Mi hija, por supuesto, se ha interesado muchísimo por alguien capaz de apartar a su padre del trabajo de una tarde en el estudio. Una magnífica amiga, he dicho, que me trae el generoso regalo de su experiencia humana (su dolor, porque LF es profunda). Una mujer de verdad hecha ficción. Un alma libre.


07/09/24

Mereció la pena y me sorprendió más de lo esperable el concierto en santa Cecilia. Lo que eché de menos es una mínima didáctica antes de comenzar (debe de ser deformación profesional) y las condiciones acústicas idóneas, teniendo en cuenta que apenas se oyeron las escasas y escuetas intervenciones de la directora del grupo “Divina proportione”, que me pareció de excelente calidad (con algunos miembros muy jóvenes).

Lo más interesante para mí fue que no esperaba una conexión tan rápida con piezas del Renacimeinto español y europeo. Una música cortesana, por supuesto, pero extrañamente consoladora, balsámica, reparadora, con los motivos y autores clásicos de nuestra tradición cancioneril: Encina, Cabezón Ceballos, e incluso una cantiga amorosa sefardí inspiradísima titulada “La rosa enflorece”. Un buen rato, en definitiva, transportado fuera de este mundo, volando por regiones tan altas que es prudente tomarlo de a poco.

Me encontré allí con dos amiguetes, uno de ellos JB, exdirector del periódico Carrión, con quien tengo un trato no muy frecuente pero muy buena sintonía. Es un tipo pequeño, incisivo en su crítica, listo como un lince y gracioso en sus comentarios oportunos siempre con el diente afilado. Con el otro chico, JU, coincidí en los últimos años de docencia en el dépar de Lengua y Literatura; pero siempre me resulta tan huidizo que no me dio casi ni tiempo a comentarle más que en breve les haría una visita para concretar el tipo de actividad para la presentación de mi “Bicho” en el bachillerato. Lo dicho, este hombre me parece excelente persona y profesional, aunque ni siquiera esperó a la foto final porque no es de fotos, según dijo. En fin, no le juzgo, todos no somos iguales. Y quizá sean estas personas tan discretas o tímidas o calladas las que peor se me da entender por razones obvias de mi carácter completamente opuesto.

Después de cenar, me vino nuevamente otra bronca por el guas, pues la hija dice que no se cuentan aquí cuestiones familiares de limpieza doméstica. Así que no voy a decir ni mu. Chitón. O sea, he contado aquí (a lo largo de mil trescientas cuarenta y ocho páginas del diario, en este momento), lo que sufro, lo que amo y lo que no follo, y ahora no se puede decir ni pío porque va a faltar nuestra querida NE durante un mes para la limpieza de la casa. Que lo tengo todo como una tacita de plata, ¿eh? Y todo esto nos ilustra muchísimo de la psicología de algunas mujeres. ¡Qué sería si revelase lo que escribo en letra roja y no publico, para dar trabajo póstumo a mis biógrafos si llego a ser famoso! Vale. Chsss.

Y es que no se le puede decir a un tipo como yo que no cuente algo. Es como decir a un niño que disimule cuando ve a otro robar y tapiñarse unas chuches a escondidas. O similar. Es como callarme y no acusarme a mí mismo de que ha traído la tía M. un táper para mi Chaval y este lo ha guardado convenientemente en el frigo sin ninguna intención de compartirlo (al menos, se ha callado). Como ha salido a comer con los amigos, le he abierto el táper y me he cepillado una ración como un señor. Y luego lo he acaldado por encima para que no se note mucho la falta. Debería callar. Lo sé. Pero la gracia no es comérselo sino contarlo. Convertir tu vida en una narración. Real o ficticia. Ser un ente a medio camino hacia lo imaginario. Como el personaje de un libro o el de un cómic.

Es más, lo que no me puede negar ni impedir nadie es este afán de contar lo ínfimo de la vida, lo pedestre o lo banal. O la intrahistoria, que decía Unamuno. Porque en cada uno de mis apuntes hay un pequeño misterio que me llevó a recogerlo. A veces resulta difícil saber por qué cuento esto o lo otro. Pero tiene su razón de ser, en serio. Tiene el sentido de “lo secreto compartido”, aunque esto suene a oxímoron, a palabras que se contradicen la una a la otra. Bueno, yo me entiendo…

Por tanto, qué maravilla fue ayer resistir la peli de la TV2, una de Martín Cuenca de hace ya veinte años, con el Tosar y la María Valverde: el uno, un actorazo, y la otra una gratísima revelación entonces. Me enganchó, que es lo mismo que decir que no me quedé dormido en el sofá. Y me interesó mucho ese aspecto de “Lolita”, tan especial, de la protagonista. “La flaqueza del bolchevique”, basado en la novela homónima de L. Silva.

Yo también lo traté en mi novela “La pasión del mono blanco” y quedó en papel para Amazon. Cuando abro la página del blog y hago recuento de tantos años sentado aquí con los hombros cargados (ardiéndome, como en este momento), me pasmo de cuánto he escrito sin haberme dedicado profesionalmente a ello. ¡Cuántos libros han salido de mi cabeza enfebrecida por la ficción y quizás por el deseo de comunicar lo que se lleva dentro y que no termina de expresarse con toda claridad! No porque sea un secreto (que no guardo ninguno), sino porque la hondura de los sentimientos humanos es muy difícil de transmitir. Simplemente.

Y así llevo todo este sábado perdido, sí, en el que tal vez debería haber estado paseando con alguien por la arena, con los pies desnudos, al borde del mar, aprovechando la suavidad de las últimas olas de este verano. Y, sin embargo, me he enterrado de algún modo en esta torre de cristal de la buharda y he empleado unas horas de mi vida con auténtico furor a dejar unas pocas palabras clavadas en el tiempo. Tal vez perdiendo la vida por buscar la eternidad. Desviviéndome.

Finalmente, lo más chistoso de todo es que siendo yo un individuo eminentemente sociable, elijo la soledad voluntaria y el apartamiento de quienes puedan distraerme de esta pasión arrebatadora (muchas veces de la gente que más quiero) para ganar horas a la escritura. Es tan incomprensible como bello cuando uno mismo lo reflexiona. Tanto es así que llego a la conclusión de que uno tiene que traer el estigma de serie, desde la barriga de la madre. Sin esperar más de este día que la emoción que me está causando este disco de L. E. Aute que tengo pinchado en el Yutu y lo que me depare la tele después de cenar. Si me mola, abriré una bolsa de patatas fritas o una tableta de chocolate Valor. Feliz. Pero me levanto de aquí en cuanto tú me llames. Palabra.


06/09/24

¡Qué divertida velada donde los B/E! ¡Qué bien lo pasamos! Durante la temporada de frío (que en Aguilar es muy larga), es una tradición del grupo que solo se interrumpió durante la pandemia. Por el miedo, sobre todo yo, a que Lourdes se viese afectada debido a su nulo sistema inmunológico. Después hemos ido retomando y la ronda por cada una de las casas se mantiene más o menos periódicamente, excepto en la mía que decidí contratarlo en el restaurante de aquí abajo, pegado a casa, desde que ella faltó. Bueno, es otra manera, aunque bien pudiera organizarlo yo mismo con unas tortillas (las bordo), unos embutidos y unos patés, además de mi vino, el ribera Julio, insuperable. Pero me resultaría muy duro celebrar la reunión en la salita de arriba, como antaño… sin Lu. Creo que lo pasaría mal.

Ayer, sin embargo, todo fue jolgorio amigable y sano, un gallinero tremendo en el que todos hablamos mucho y al mismo tiempo. Y donde se despotrica sin pudor de lo divino y lo humano. En un ambiente de máxima confianza. A mí me resulta muy relajante porque desconecto de la rutina diaria e intelectual, me desahogo sin perder los papeles y al final queda uno tan satisfecho que ni siquiera se arrepiente de lo mucho que ha comido. Y que luego pesa cuando vuelves a casa y te metes en la cama.

La mamá E. es una buena cocinera y nos puso de todo, aunque el plato principal eran las sardinas que nos fue acarreando N. desde la barbacoa de su patio exterior, pues llovía y nos refugiamos dentro. A mí las sardinas me privan, calentitas, gordas y con un punto de sal que ayer era de rechupete. El problema es que eso solo fue el aperitivo y le siguieron otra media docena de platos que sin darte cuenta no dejas de picar durante cuatro horas. Y, por si no fuera bastante, un postre supremo de la mano de mamá E. (después me dio un táper lleno para llevar, y tengo para dos o tres días. Uf).

Pero la estrella de la tarde, tengo que reconocerlo, fueron sin duda los vinos portugueses. Nunca había probado un tinto tan bueno (portugués, me refiero), y después del postre, un Oporto riquísimo. Total, a las doce y media a casa, con el estómago prieto. Hice intención de leer un poco pero enseguida caí redondo. Así que luego, con la digestión pesada, me hacía gorgoritos la barriga a media noche.

(Era tan bonito ver la lluvia a través de los ventanales de la casa mientras anochecía, que con la disculpa de hacer una llamada salí a las nueve al porche durante unos minutos. Activé el móvil y conecté lejos, muy lejos, en busca quizá de una voz con la que compartir mi felicidad del momento… Pero no hubo más que silencio y aunque yo quería hablar se ahogaban mis palabras. Hasta que caí en la cuenta de que ese es un destino que debo aceptar: el de perder aquello que amo).

La rutina del día me ha tranquilizado por fin el cuerpo. También el estómago, porque he procurado comer un poco más ligero. Y cenaré una lubina al microondas que ya la tengo preparada y limpia y panzarriba. Es decir, bendita rutina. Porque cuando yo hablo de eso tendría que aclarar lo que leo durante el día, la información que busco en la red, la música que voy pinchando y que va de lo pop más sentimentalón o cutre hasta el rock progresivo de mis años jóvenes. Todo me viene bien. Mi rutina está llena de historias y diálogos o discusiones con mis fantasmas y con los personajes de mis sueños. Mi rutina es muy poco aburrida, eso es lo cierto. Porque me mantengo en el mundo ideal hasta que llega la necesidad de bajar de la higuera. Eso ha sucedido hacia las cinco de la tarde, cuando llega mi Chaval de Valladolid. Cambiamos impresiones para conocer nuestros respectivos planes. OK, le digo a cualquier cosa que me plantee, porque lo que quiero es que sea libre y tome sus decisiones sin estar condicionado. No quiero que mis hijos se preocupen por mí. Me dice que coge mi coche para no sé qué, pues el suyo sigue en el taller. Le digo que bien, que subo a mi trabajo.

Después, a las ocho, voy a un concierto de música clásica en la ermita de santa Cecilia. Tiene muy buena pinta en los carteles y me apetece escucharlo en la paz de ese espacio y, al mismo tiempo, bajo el tumultuoso y sanguinario hechizo que se desprende de sus capiteles, sobre todo del de la degollación de los inocentes. Y después, si se tercia, alguno habrá para tomar un vino antes de la cena. En fin, ya lo he reconocido unas cuantas veces: soy así. No una persona rara, pero sí un poco especial. Pelín friki.


05/09/24

Afortunadamente me he tirado esta mañana a la carretera justo en el momento del día que mejor podía carburar. Y me ha salido perfecto. En cuanto he dejado la tertulia del café, hacia las once, he salido con la idea de probar las piernas hasta el alto de Grullos. No quería llegar a la clásica de dentro de diez días sin haber subido allí. Pues bien, a pesar de que no había descansado del todo porque tenía opilada la nariz del frío de hace dos días (ya lo avisé), con un poco de tiento en el ritmo y midiendo las fuerzas he llegado sin agitar, sin jadeo prácticamente. Quiere decir que el cuerpo está preparado.

Ahora bien, cuando he vuelto para abajo hacía un frío helador y tampoco se me había ocurrido cambiar de ropa, más que añadir el chaleco reflectante. Menos mal. Me lo he puesto y como tiene demasiado escote he juntado las puntas para que no se abrieran, mordiéndolas como un perro, con la cabeza baja y lanzado a tumba abierta por llegar cuanto antes a terreno más templado. Y eso que ya eran las dos de la tarde. En fin, satisfecho de la preparación física. Lo que no sé es cómo estarán mañana mi nariz y mi garganta.

Adelanto esta entrada sin demorarme demasiado en detalles sin importancia, pues mi vida es rutinaria. Solo señalaré que la tarde se ha vuelto desapacible de lluvia y tizne gris tras los cristales. Aunque el arte del diario es precisamente este: saber contar lo de todos los días de manera que parezca que siempre hay algo novedoso; basculando de dentro afuera y a la inversa; seleccionando lo que solo tú mismo como escritor sabes que debe sacarse a la luz por la importancia íntima y compartida que guarda. Así pues, aquí queda esta definición de diario tan personal como cada una de mis ocurrencias.

Y dentro de un buen rato iremos donde los B/E a esa sardinada que también va siendo un clásico por estas fechas. Con un buen vino, que es uno de los placeres más grandes de la vida. Creo que estaremos los habituales del Foro y eso siempre es motivo de alegría porque somos un grupo disfrutón, discutidor, ruidoso y de muy buen rollo. En algunos momentos hemos sido más, pero actualmente solemos ser nueve, puesto que a estas quedadas siempre hemos acudido con las respectivas parejas. Menos yo desde que he quedado “single”. Y este es un motivo que en algún momento de la reunión, me trae un brevísimo y pasajero sentimiento de tristeza. Luego recupero enseguida mi natural optimismo contra toda prueba, mi vigor, mi torrente de palabras… Y mi voluntad de continuar vivo. El pasado es un paso. Y pasó. 


04/09/24

De siete y cuarto a siete y media ya estoy con los ojos como platos clavados en la ventana. Quiero ver el alba levantándose a cámara lenta, gloriosa, implacable, cósmica… la diosa Eos alzándose instante a instante y vistiéndose de luz ante mis ojos y mi corazón lleno de gozo. Como cuando era un adolescente y leía con emoción en las obras de Homero sus característicos epítetos: “la Aurora de rosados dedos” y “la Aurora que pronto sale”. Ay, quién regresara bajo aquellos pinos encima del cementerio donde me escondía alguna mañana de verano a desentrañar aquellas palabras lejanas y extrañísimas entonces para mí.

Dedico un rato a estrenar libro, el último de SM, que también me dio palabra para la entrevista. Cuando más adelante lecturas, mejor. Luego, como a mi socio no le importa repetir los típicos platos de cuchara (legumbres, sobre todo), le cedo un par de táperes míos y me tiro a por unas jijas que pillo al fondo de los cajones del frigo. Están a punto de caducar, pero sorprendentemente tienen hinchado el plástico al vacío como si fuera un globo. ¡Hosti, tú! Son artesanas, de las que se hacen en un pueblín a diez kilómetros de aquí. Jamás me había ocurrido. El súper está pegando a casa. A la hora del recreo, para allá que voy con ellas y, en efecto, me restituyen el producto y sanseacabó.

Pero se me quitan las ganas y olisqueo arriba, en la despensa, y me topo con unos “tagliatelle” de los tiempos de Lourdes y una crema en tarro que dice “Sugo cacio e pepe” (jugo de queso y pimienta), con olor a queso picón. Combinación exitosa: con trocitos de jamón y arreglada en dos boles, con la crema susodicha y también con tomate frito. Por si las moscas. Acojonante de las dos maneras.

Recibo guas de la Chiqui sobre un pedido que no ha llegado a casa. Se acercará el finde porque el domingo sale de guardia y, por tanto, el lunes libra, y probablemente venga su pareja desde Santa. Fenomenal, pues también estará su hermano.

Solo que en el curso de nuestra conversación la advierto de que ha tenido un accidente NN, la chica que nos hace la casa, y que tendremos que repartir las tareas de limpieza. Y aquí se raya y reacciona con un comentario un poco impertinente. No me inquieto. Le digo antes de colgar que aquí no se obliga a nadie a venir. Que elija. Yo como padre suelo ser firme sin ser intransigente. Al poco rato me vuelve con un guas… Ya lo ha pensado.

De todos modos, lo que tengo complicada es la vuelta de Comillas el día de la bajada con las bicis, el catorce. La gente suele quedarse allí hospedada y yo antes solía volverme a mi piso de Santa o a Aguilar. Eso cuando estaba Lourdes.

Otro plan sería marchar el día doce al dermatólogo y quedarme ya allí, aunque solo asistiera a la comida con el grupo el sábado. En este caso podría engancharme también con los amigos de C., a quienes les he prometido visita, pero me da mucha pereza sobre todo por lo que privan. Y ese es un plan que aguanto ya muy mal. Lo positivo sería que a lo mejor el viernes alguien se apunta al concierto de Sergio Dalma, en la Plaza de toros.

Pero no me decido por ninguna de las posibilidades. Y quizá sea pronto y me convenga esperar a ver cómo discurren los acontecimientos. Incluso en C. me podría quedar donde me alojaba cuando trabajé allí. En fin, dejé buenos amigos y amigas, pero tampoco soy aquel tipo con veinticinco años con una melenilla medio progre y mucho atrevimiento. Excepto que temo que la noche y dos cubatas (no aguanto ni uno) aviven los recuerdos y me ponga estupendo. O sea, que mal rollo. Que debo de estar melancólico por la llegada del otoño. O medio tonto por la edad y las circunstancias. O que no sé qué cojones me pasa. Un simple psicoanálisis seguro que revelaría que algo inquieta mi subconsciente, sin que yo pueda adivinarlo o controlarlo. Qué. O quién.


03/09/24

Lluvioso, airoso, asqueroso. ¡Qué día más deslucido al otro lado de la ventana! Abajo, por el paseo peatonal cruza gente con pinta de profes, que seguro que hoy ya tienen labor. Modernas con un capazo al hombro, o modernos con una mochilita a la espalda. Ya nadie llevaría una Samsonite, la cartera (mítica, dicen mis hijos) que me identificaba a mí. Pero yo no volveré jamás a abrir aquella cartera para sacar el material y colocarlo sobre la mesa del profesor… Sin embargo, excelente día para leer y escribir. Me animo yo solo.

El problema ha llegado después de comer, tras el sopor de los diez minutos de siesta. Y ahora ¿qué? El cielo oscuro y el aire revoltoso. Pero no he podido aguantar la tentación, aunque a lo lejos, hacia el pantano, se anunciaban nubes negras. Me he puesto un pantalón corto, acolchado, de los que utiliza mi hijo, que me está perfecto. Además, le he enviado un guas para que me lo pida en el Decatlon, porque el culote clásico con tirantes, aunque tengo varios, va dando de sí y quedando grande; o bien se ajustan tanto que cuando tienes que hacer una parada para cambiar el agua al canario, te obliga a desnudarte o a hacer malabarismos.

Me he alargado hasta Barru y vuelta. Mejor que nada, es. Con mucho norte de ida, claro, que me ha parado el pecho y me ha hecho jurar y votar. Y con quince grados en descenso que es lo que más me preocupa. No por el frío del momento sino el de después, sobre todo en la garganta. Ahí es donde soy frágil. La tengo acostumbrada a no darle descanso. Ni durmiendo (me decía mi mujer antaño, por criticarme). Ni follando (añadía yo, por devolver el puyazo).  

Hablaba como una máquina durante varias sesiones de la mañana cuando estaba en activo, y ahora tampoco soy mudo. Pero la maquinaria se desgasta y se debilita y se resiente. Y es posible que con el primer frío de cambio de temporada la faringe lo anuncie irritándose en los días posteriores. El remedio de toda la vida ha sido el mismo: miel. En fin, he tirado en manga y pantalón corto, y solo había añadido a otros días la camiseta térmica debajo y ni lo he sentido. No me he arrepentido y he regresado bien contento, como una exhalación, con el sur a la espalda. Todo es rodar y tengo que recuperar todo el tiempo de parón en Piña y Santa. Casi un mes. Tengo que hacer la de Comillas. Por huevos.

Ahora mismo, en este momento concreto, hay todavía un sol deslumbrante que me ha levantado de la silla y me ha lacerado la vista creando a continuación manchas en la pantalla del ordenador. Pero no he podido resistirlo. Quiero saber a qué hora exacta morirá hundiéndose por el oeste. El último sol de hoy. Como habrá un último sol del mundo. ¡Ahora! Las ocho y treinta y seis minutos. Detrás de la cordillera se adivina el postrero resplandor menguante de un incendio. Hace apenas nada, un nanosegundo, se estrellaba esa luz entre amarillenta y escarlata contra la puerta de mi estudio, que siempre mantengo abierta y en la que cuelga el cuadro grande con la foto de Cyrano de Bergerac. Mi héroe, mi hermano, mi igual. Este es mi mundo verdadero.

El otro, el real, al que no queda más remedio que remitirse para subsistir materialmente, ese tiene para mí menor interés. Es un mundo de hechos. Como es un hecho que he tenido que hacer un alto, antes de concluir la faena de hoy, para comprar un material imprescindible de mi trabajo. Y es un hecho (repetido) que la rizos se sonríe y se pone un poco roja. Y es un hecho que tiene un tirito. Sin embargo, también es un hecho que la vanidad femenina no conoce límite. Y que probablemente yo confunda realidad y ficción. Es un hecho. Hay otros. Como que es probable que tú que me estás leyendo acuses de súbito una pequeña punzada de celos en tu estómago (donde quizá haya también mariposas). ¿Por qué? Pregúntatelo.


02/09/24

Estos días descanso tan bien que despierto antes de lo previsto y, desde que estuve en Santa, me tiro de la cama, levanto la persiana y me chifla ver amanecer. Hoy hacia las siete y cuarto, calculo yo. Arriba, chaval.

Y nada más desayunar y ducharme, me pongo con un perolón de alubias blancas de cuento de hadas (porque el haba es motivo de literatura popular de base oral, como en los relatos de los grandes cuentistas: las habichuelas del cuento de Andersen). En fin, que estoy estragado de literatura. La mitad de mi vida mental es de base literaria leída.

Me han quedado seis raciones, con costilla adobada, para chuparse los dedos y las muñecas cuando escurre el caldito por el canto de la mano hacia abajo. Además, espesas, jugosas de la hortaliza y salpicadas de arroz con un toque de pimentón. Así es como me molan. Resuelta media semana para mí y para mi socio. Luego paso a verle y a arreglarle una chapucilla en el carrito supletorio de la cocina, que se le ha derrengado una pata. Ya se puede imaginar quien me conoce lo que soy yo con un destornillador en la mano…

Como hoy descansaba las piernas, desde la tertulia del Valen me he llegado a casa y he podido leer por encima el diario. He disfrutado la comida, pero me contengo porque después la bici cobra factura en las subidas.

Paso por los dos súper cercanos a reponer un frigo que daba pena abrirlo y ver su desolación, porque todavía no había repuesto el vacío que quedó al marcharme a Santa. Me tranquiliza también saber que la semana está cubierta y que no tendré que volver a pensar en estos asuntos. Para mi concentración es básico apartar todos estos aspectos materiales de la vida diaria, inevitables pero muy molestos si quedan pendientes entre tus preocupaciones.

Cuando regreso a casa me llama el editor, JH. Me estaba rondando a mí por la chinostra. Hablamos de presentación en Aguilar, de ventas de libros, de más libros que me tiene que dar por mis royaltis, de una comida en Santa para celebrar mi “Bicho”, de la entrevista en la radio cántabra… De lo que habla la gente del mundo del libro…. Todavía más: volvemos a guasapear al rato con algún otro asunto que se nos había escapado.

Pienso también en organizar en el insti la charla de la que me hablaron los compas de departamento al concluir el curso pasado. Estaría bien que entrase mi libro al menos entre las lecturas voluntarias de la programación del depar. No sé si será mucho pedir. Pero yo le echo una cara de cemento armado para que el libro salga adelante. Sobre todo, poniendo por las nubes la calidad literaria del texto. Y a ver quién es el majo que lo discute. En el arte, como con las mujeres, riesgo… Al final, uno se termina dando la hostia, claro.

El azacaneo del día me tiene nervioso, de un asunto a otro y de una parte a la otra. No me descansa la mente de las mil cuestiones de intendencia. Por costumbre, suelo poner en la primera página del periódico diario las notas de lo que tengo que solucionar. Y vuelvo al estudio un poco cardiaco. Soy movido, impulsivo y explosivo. Necesito paz. Quizá una mujer que me dé paz. Lo que más valoro es eso: alguien que me hable con voz clara, acompasada, sedante. Que me amanse.

Como no tengo con quién, antes de ponerme a trabajar, recurro a una estrategia que he practicado otras veces anteriormente. Al fondo del estudio abuhardillado hay una cama de noventa detrás de una estantería con libros. Es el lugar más silencioso de la casa, en una esquina del edificio, y tan blindado por las características de la construcción del inmueble que Lourdes se retiraba allí cuando las noches de insomnio y de angustia la expulsaban de la cama que compartíamos abajo. No quería despertarme. No quería que yo supiera… Pero yo me hacía el dormido y la sentía subir las escaleras a altas horas de la noche con su cansancio, con su angustia, con su muerte a cuestas. Y mi desvelo y mi desesperación eran tan grandes que tenía miedo de que ella pudiera escuchar desde arriba los latidos de mi corazón, como una bomba activada, tumbado en la cama bocarriba y buscando el aire en medio de la oscuridad.

Ahora, como digo, para protegerme y calmarme de los asaltos de los fantasmas del pasado, me echo en esa pequeña cama y me aovillo en posición fetal. Y espero en absoluta quietud hasta que me encuentro mejor. Sé que lo que consigo es apenas ganar un día más, pero eso ya es bastante. Sé de sobra que por muchas veces que lo intente nunca resolveré la gran pregunta. Es decir, sé que ya no queda nada ni nadie… Y entonces… ¿qué o a quién echo de menos? Silencio. 


01/09/24

Me levanto contento, antes de las siete pero descansado. Y, además, en cuanto comienza a clarear noto el chorro de luz. Un día de cielo abierto me pone bienhumorado, por lo menos a mí. El resto de la jornada irá a mejor, tanto que a media tarde cuando escribo todavía se mantienen veinticinco grados dentro y fuera de casa. Es el equilibrio exacto.

Madrugo, como acabo de decir, y hago la publicación de todos los domingos en el IG. No me gusta dar la paliza constantemente en las redes: basta con una noticia a la semana, escueta, entre personal y literaria. Y sé que los que me siguen lo conocen y lo ven. Suficiente. Tampoco tiene que llevarme más de un cuarto de hora. Es algo testimonial. Estoy aquí. No os voy a molestar mucho. Mirad. Así es como he superado ya las doscientas publicaciones. Para mí, demasiadas.

Por tanto, me ha cundido la mañana con lecturas de LMD, que será el siguiente invitado del programa de radio si lo acepta. Aquí, en Aguilar, el café/prensa son dos pasos, el restaurante es paredaño con mi bloque. Charlo un poco con mi amiguete MN, miramos y porfiamos con la prensa política, y de inmediato entiendo que hace día para bici.

Como está el Chaval, le pido que prepare él la comida con algo fácil y, al final, me ha sorprendido con unos espaguetis hábilmente aderezados y riquísimos. De esta manera he podido salir dos horas bien aprovechadas, al tran tran, pero sin enterarme. Claro que treinta y tantos kilómetros es un paseíto. Pero menos es nada. De regreso me llama mi amigo JG, de Piña, que está con la familia en Santa… ¡Qué pena! Porque me cuenta que anda por las inmediaciones de El Sardi y habría sido una ocasión de oro para comer en el Encuentro de Naciones. Para otra vez.

Me entretengo en la sobremesa con la vuelta a España, que estaba muy emocionante. A mí solo con la palabra clave de la etapa ya me vale: el Cuitu Negru… ¡Qué misterio! ¡Qué hazaña! Mientras aguanto con el alma en vilu la disputa casi al esprín contra todo límite del esfuerzo humano, comprendo la pasión por las dos ruedas. En mi caso, es curiosidad simple y más bien lingüística.

Porque, mientras miro la tele, todo el tiempo estoy pensando en el significado de “cuitu”. Leo interpretaciones tan estrambóticas de algún articulista asturiano (Pedro Trapiello) que no me cuadran. Pero la crónica del autor que acabo de citar en bable normativo es una delicia, una explosión de risa, es cuando las palabras de un idioma llevan la vida dentro. Por lo demás, el vocablo no puede ser otra cosa que la misma raíz del castellano “coto”, es decir, un sitio alto y resguardado. De “cautus”, en latín. Defendido, reguardado, protegido. Algo similar a esto me dice la nariz de filólogo.

Ya desde Valladolid, el Chaval me envía guas diciéndome que llegó a casa. Le había prevenido por el mucho tráfico. Por tanto, ya puedo subir a trabajar tranquilo. Asimismo, le había recordado también que mañana toca trabajar, que para vivir bien hay que trabajar. Arruga el morro porque es muy realista, como lo era su madre. En mis palabras hay un punto de ironía jodona del jubilado que cobra la pensión gorda. Así cualquiera.

Y también es cierto que la publicidad juega con estadísticas ridículas, como la que asegura que la energía recargada durante vacaciones apenas llega para los primeros quince días de vuelta al curro. Pero yo aseguro con total sinceridad que a mí jamás me creó trauma, ni desfallecimiento ni desánimo volver a toparme con la puerta del insti. Ni poca ni mucha pereza. Más bien al contrario: tenía una agradable sensación de restauración con cada nuevo curso, un comenzar de nuevo que a mi temperamento le resulta muy excitante. No en vano soy un coleccionista empedernido de figuras de gallos. Y el gallo es sabido que simboliza, sobre todo, el renacer. Ahí voy a parar. Creo que desde que perdí a Lourdes una parte de mí también quedó atrás. Y noto día a día que voy sobreponiéndome y reconstruyéndome, de manera que puedo decir con certeza que en cierto modo soy otro. La misma alma en alguien un tanto diferente: nuevo, inicial, inocente.

A pesar de ser un día de placentera serenidad, en el territorio salvaje de mi mente o mi mundo interior queda libre y desbocada la imaginación durante ciertos momentos de ausencia o de abstracción (cualquiera diría con razón y de forma muy gráfica que estoy en la higuera).

Y es en esos tiempos muertos de suspensión de la lógica y del raciocinio cuando caigo en ensoñaciones, fabulaciones y experiencias ficticias pensando en quien no me conviene (porque no es posible) y vividas como si fuesen futuribles que me hacen concebir falsas esperanzas. Y esta vida imaginaria, aunque no es útil, me hace muy feliz durante un lapso indeterminado, como una pequeña eternidad. Es como soñar despierto. Después, bajo y piso tierra. Cambio todas las hojas en los calendarios de casa: ya septiembre. “Ponte a trabajar, gilipollas”. Me digo.


31/08/24

Hoy comienza el día con jaleo en el guas, porque toca cumple de un quinto y yo soy el encargado de dar la alarma desde que se creó el grupo: felicito el primero y enseguida se suceden los mensajes hasta concluir los diecisiete componentes. Es una alegría muy piñera. Por cierto, creo que pronto tendremos que fijar el programa de encuentro de finales de este mes.

Cambio también guas con MR, el de la radio de Santa, que me envía el “podcast” sobre una entrevista a un escritor en su magazine. La escucho, es seria, de un cuarto de hora, generalista pero bien enfocada a la obra. Me despido prometiéndole que escucharé el programa y después le contestaré.

Lo que no sé todavía en este momento (ni sabía anteayer cuando me lo encontré acompañado de su madre), es que su padre acababa de fallecer de cáncer. Sabía que estaba muy malo, pero no que murió después de marchar yo a Piña. Por tanto, no tenía noticia hasta hoy mismo, cuando me lo ha contado mi cuñada M. Le llamo nada más llegar a casa: es un pésame de corazón. Gente buenísima: tuve a los dos hermanos como alumnos, y buen trato con padres y abuelos, estos últimos en mis visitas a su pueblo, en fiestas, cuando era concejal de Aguilar.

Hago la vuelta a media mañana con para en el Mercadona de Reinosa. La costilla de cerdo ibérico, que siempre me ha privado para el cocido, ha reducido su peso y ha incrementado precio desde la crisis. Acierto con un melón de diez. En esto soy un lince, no es por nada. Compro allí también una de las colonias que me gustan, “Mistery”. Pero no la que más, la sublime… la que me arrebata desde los veintitantos años. Esa no la digo como no diría el final de una de mis novelas.

Cae un aguacero después de comer, pero después la tarde queda estupenda. A las cinco nos reunimos con la familia para la V Marcha contra el Cáncer. Salimos de la plaza y hacemos el recorrido con parada frente a la puerta del insti, donde figura la cartela con el nombre de Lourdes Montero, su edad y la fecha de su muerte. Precisamente allí, frente a la mismísima puerta del centro donde yo trabajé durante treinta años impartiendo mis clases de Lengua y Literatura. Nos hacemos una foto. Siento en ese instante que el amor es pasado y presente al mismo tiempo. Completamos el recorrido y vuelvo a casa a mis tareas.

Antes de escribir otra cosa decido contestar a mi amiga CC, piñera, hermana de mi querido JLC, pues ayer me envió un poema muy meritorio, excesivo de imágenes quizá, y que se va aclarando de la mitad en adelante. Quiero aconsejarle algo breve y útil, que le pueda servir a esta bella afición que me ha revelado durante estos días de vacaciones allí y que ha sido una maravillosa sorpresa. Porque hay madera de buena poesía ahí… Y porque para mí no deja de ser la niña Carmencita, con todo lo que eso conlleva de admiración, de respeto y de cariño fraternal. Como hacia su hermano.

Más guas en el Foro Gabiluchos convocando el próximo jueves para una sardinada donde los B/E. Fabuloso. Lo de menos es la comida. Pero Nc sabe que no puede fallarnos con el vino. Bajo ningún concepto. O perderá el privilegio de ser de los primeros en leer el borrador de la próxima del Gabilucho. Advierto. Ah, y si nos emborrachamos y cantamos el “Asturias, patria querida”, pues bien. Y si hay que terminar llorando, yo me pido una de Julio Iglesias: “Abrázame”.


30/08/24

Anoche tenía tanto sueño que a las once me fui a la cama y me dormí a pesar de la traca en el Sardinero con motivo del cierre de fiestas de los Santos Mártires. Desde aquí, en casa, desde la habitación de la Chiqui, se ven descollar los grandes racimos de colores y se oyen los petardazos casi como si estallasen encima de nuestras cabezas. Pero estaba rendido y últimamente (y más aquí, con la humedad marina) duermo como un saco terrero.

También me percaté de los primeros truenos de la tormenta que se avecinaba. Y enseguida se fundieron mis sueños a blanco. Pero después de la primera hora de descanso profundo, me desperté sobresaltado con uno de los aguaceros más tremendos que he presenciado en mi vida. No recuerdo algo semejante. La lluvia sacudía el asfalto con una violencia inhabitual y fustigaba la fachada de sur permitiendo que saltase a la terraza. Los canalones iban tan colmados que las bajantes hacían un ruido de deglución forzosa y de borborigmos de atragantamiento. La propia agua se ahogaba. De asustar. Me levanté y presencié desde todas las ventanas de casa el cuadro… Era una escena pictórica del Romanticismo. Enseguida cedió un tanto el ímpetu de la naturaleza. Volví a la cama. No recuerdo más hasta las siete y media.

 

La mañana de hoy ha sido más bonita. Aquí en Santa es lo que veas… Eso dicen. Después de un buen rato de lectura, se ha ido aclarando el cielo hacia la hora de mi recreo y hoy me he alargado hasta la “Mimosa”. ¡Qué placer la prensa con un par de cafés! He vuelto a casa decidido a trotar con la plegable, porque no se podía despreciar el esplendor del momento (¡quién sabe lo que después deparará este clima!) y he atravesado media ciudad a paso tranquilo, rítmico, maravillado… He curioseado un buen rato las casetas del Encuentro de Naciones. No había mucha gente. No quiero descartar un día allí con la comida más típica que pille. Va a ser difícil elegir.

En Puerto Chico, más tarde, marcaba veinticinco grados perfectos, quizás no fieles pero tampoco exagerados. En el Botín, a lo largo del muelle donde llevo rondando todos estos días porque conozco a pescadores que tienen muchas historias, me demoro. Y siempre pillo algo interesante. Hoy un tipo cantaba una canción de los Bee Gees que me ha recordado a mi gran amigo JAP, que murió de cáncer hace tres años y pico. Se me ha encogido el corazón. Luego le he dicho que si tocaba “I started a joke”, le daba cinco euros. No se la sabía. Ha cambiado a canciones protesta. Nada, le he regalado una moneda. Pero cuando he llegado a casa por la tarde he puesto esa canción. La estoy escuchando ahora. Y lloro.

Después de comer tenía una visita pendiente a mis vecinos viejecitos, J/C. Él tiene ya noventa y tres y ella ochenta y ocho. Físicamente se mantienen bastante bien, pero a ella le noto los resbalones de memoria. Pasamos un ratito charlando antes de salir a este garbeo de sobremesa. Me he sentado en la terraza del casino. Allí he despachado algunos guas por asuntos pendientes, entre otros con JMP, con quien entiendo que va a ser difícil presentar mi “Bicho”. Ya estaba de regreso en Madrid y no he querido importunarle. Le digo que estoy enhebrando una novela y me aplaude y me anima con el cariño del viejo intelectual y escritor que vende por decenas de miles. ¡Qué envidia! Pero me dice que adelante, que no pierda el hilo, la concentración, que ese es el camino. No hay quien me haya aconsejado tanto como él a seguir con la escritura desde la muerte de Lu. Se lo agradezco. Me intereso por la marcha de su último libro. Me confiesa que está atascado con el final. Recuerdo un consejo leído en alguna teoría literaria: cuando no se pueden recoger las líneas diseminadas durante el proceso, el final que mejor va es el escalonado. Se lo digo. Miro el edificio del casino, decimonónico, burguesón, blanco como una supermaqueta de escayola. Otro guas para mi hermano. Otro para un distribuidor, que me cuenta que finalmente sí recogieron en la caseta de Valladolid mi libro GMG y su mujer, EO.

Por la Avenida de los Infantes vuelvo a casa, al deber, a mi pasión. Voy pensando que mañana debo estar en Aguilar. Es el día de la Marcha contra el Cáncer. Me ha avisado mi cuñada M. y, no obstante, le noto su cariño cuando me sugiere que no es necesario, que no me preocupe, que siga en Santa si me encuentro bien. Presiento que la familia prefiere que me vaya alejando del bucle de un luto constantemente retroalimentado.

Pero me apetece acompañarlos y tampoco sé cómo explicarles que no estoy en la situación de hace dos años y pico. No sé por qué, pero este verano he notado algo que me ha hecho darme cuenta de que estoy de vuelta de acompañar a Alguien hacia el país de las sombras. Estoy sintiendo como un despertar, como una renovación de cuerpo y alma. Mi corazón vuelve a latir con vigor: sano, noble, puro. 


29/08/24

Ya lo habían dicho por la tele, pero cuando madrugo y levanto la persiana se echa a mi vista un día oscuro, sucio el cielo de grises y con un principio de lluvia desapacible: un anuncio típico del inminente otoño. Con semejante panorama, es muy posible, me digo, que se convierta en un día casero de mantita sobre las piernas. Sin soltar el paraguas, por si las moscas (que no hay), me conformo con un par de cafés calentitos en el Picacho que se agradecen y reviso el periódico sin demasiada prisa.

Luego no me resisto y bajo a pata por Francisco Palazuelos por fotografiar algún viejo edificio remodelado que ha mantenido unas molduras interesantes. Es hacia el treinta de la calle: son dos caras, iguales y simétricas, de mujeres envueltas por un tocado exuberante, que me hacen pensar incluso en medusas o gorgonas; pero no me atrevería a asegurarlo.

El edificio es corriente de factura y no me explico qué pintan allí motivos tan exóticos aunque muy clásicos, a no ser que su primitiva fachada fuese de casa más noble. En todo caso, hicieron muy bien en dejar tan interesante rastro o tan bella traza. No obstante, hay que sospechar en toda la zona aledaña a la romántica calle del Sol…

A la vuelta, decido ocupar parte de la mañana en pequeñas chapuzas de casa pendientes, que constantemente evito hasta que no me queda otro remedio, como en estas ocasiones: pego las escarpias en las ventanas porque se caen constantemente los visillos por efecto del calor y también algunas gomas del cerramiento de las ventanas, que terminan desencajándose con el paso del tiempo. Me entretengo hasta ver qué da de sí el resto de la mañana. Pero nada de nada. Cielo de morros sucios.

Curiosamente, la tarde se presenta con una pequeña variación no de temperatura pero que le presta otra cara más risueña. Incluso ha aclarado en alguna parte del cielo. Me pongo de deporte y me echo a caminar hacia el centro hasta llegar al Botín. El caso es que el otro día cuando estuve con Carazo, mientras le esperaba, vi alguna cosa interesante en la tienda de regalos (merchandising, le llaman) y dejé algo pendiente. Es una edición muy bonita de un ensayo sobre poesía titulado “El arte de encender las palabras”. Lo compro y me siento a una temperatura ideal en uno de los bancos puestos para la ocasión de las últimas exposiciones, en cuyos laterales figura la leyenda: “El arte cambia tu mirada”. Me dedico a leer un rato tan a gusto que se me va el tiempo de regresar a la tarea diaria. Pasa una familia con niños haciéndose fotos y les pido que me hagan una con mi móvil. Muy aparente para la ocasión. Para el Ínstagram, por ejemplo.

Regreso al Rinconzuco con prisa, pero aún debo ocuparme de atender algunos guas en el móvil. Cuando ya me siento tranquilo y me pongo a trabajar, observo que la tarde languidece y vuelve a ponerse opaca. Me había propuesto comer algo en el Food Fest de la plaza de Pombo y desde allí acercarme a ver unos cortometrajes de la “X muestra de cine y creatividad”, en el mismo Botín, pero es que desde la ventana observo incluso a gente con paraguas. Además, es posible que la sesión sea de dos horas… Y conociendo el paño, igual me encuentro con lo del otro día de la artista india pero en versión cinematográfica. Y ahí no hay posibilidad de escapar.  Prefiero leer un poquito este libro que acabo de comprar, y que se subtitula “La dimensión conmovedora de la poesía”. ¡Qué bonito! Al menos el título. ¡Vamos!


28/08/24

Altero hoy mi costumbre de ocuparme del diario al final de la tarde, cuando ya el trabajo del día ha finalizado. Y madrugo un poco porque he dormido realmente bien. Me pongo con estas notas. Ayer llegué tarde de la cita con el maestro Carazo, pasada la hora de cenar. Estaba cansado de andar todo el día en danza y tampoco era hora de ponerse a escribir. Caí redondo en la cama.

Pero el día fue maravilloso, radiante en todos los sentidos. Revisando el periódico a la hora del café mañanero en la terracita del Picacho, donde ya apuntaba un sol muy rico, vi una noticia sobre una exposición en el Centro Botín y a media mañana tiré para allá con la bici plegable (me llevó una rato ponerla a punto). Un personal recorrido turístico (tur) por el carril que atraviesa esa parte de la ciudad en paralelo a las playas: me encanta. Además, en ese instante de luz marina Santander suele ponerse sublime. Estaban toda la brisa, todo el calor y todo el esplendor de la vida disponibles para mí. Cuando se conjugan todas estas circunstancias en perfecto equilibrio, siento que se detiene el tiempo. Ayer, a media mañana, mientras pedaleaba, notaba la plenitud vital dentro de mí. Una forma de eternidad. Es decir, una forma de estar con Ella, pero sin sufrir. Ayer ya apenas sufrí su ausencia.

Luego, en el Centro Botín me detuve a fisgar y a preguntar a los pescadores del muelle, otra cosa que me priva. También en el Botín me informaron de la exposición susodicha, de una joven artista india llamada Shilpa Gupta, una muestra de arte contemporáneo muy prometedora en el artículo periodístico y en el folleto del propio museo. Se me ocurrió llamar desde allí mismo al maestro y proponerle cambiar un café y dicha visita por la cita convenida en el Victoria. Jesús aceptó y quedamos abajo, en la propia cafetería.

Nos demoramos en la terraza porque hacía buenísimo, porque estábamos charlando de nuestras cosas muy a gusto y porque los escritores siempre resultamos muy ocurrentes y competimos por el diálogo chispeante, animado de humor y de novedades sobre el mundo de la cultura y el arte.

Dejamos para última hora el paseo por la muestra, que nos llevó tres cuartos de hora… Honestamente, nos decepcionó. No es la primera vez que oigo que el arte contemporáneo del Botín o peca de pretenciosidad o no sabemos entender sus claves. Desde luego, Jesús y yo somos dos tipos de gustos más bien clásicos y, sinceramente, muchas de esas inmersiones sensitivas y profundidades intelectivas que solo ven los que organizan la performan, a nosotros se nos escapan. En cambio, me partí de risas con los apuntes y comentarios del viejo maestro durante cada parada que efectuábamos para penetrar mejor los “objetos” en cuestión y su “significado” casi siempre “intituled”.

Rematamos con una foto sentados ambos amigos en una sala luminosísima que da a la bahía y que fue lo mejor de toda la visita. Pero la pavisosa a la que camelamos para que nos la hiciera (pelirroja, piernas blancuchas, altiricona, con muchiiiisima prisa), solo obtuvo un contraluz en el que apenas se nos distingue. Pero Jesús le dijo que gracias y que estaba perfecta (la foto).

A la salida me comentó que seguirá en Santa hasta finales de septiembre. Seguramente quedemos alguna otra vez. “El café, mejor en el Victoria”, añadió con retranca. Ah, y que a la siguiente vez que vayamos a una expo, que primero la haya visto yo. Me moría de risas por dentro, volviendo a casa, pensando en el punto de vitriolo que le pone el viejo escritor a sus palabras y en los gestos cómicos de su cara mientras comentábamos…

Desde su juventud octogenearia, como él mismo declara, Jesús Carazo es un escritor formidable, un clásico y un buen amigo. El rato con él se pasa volando, sobre todo porque debe regresar enseguida a las obligaciones domésticas de atender a su mujer enferma desde hace años de Alzhéimer (sobre esto va su último libro, que saldrá en breve). Para más inri, nada más mudarse de vacaciones aquí, a Santa, se rompió el húmero en un accidente casero. Con un leve tono a ratos de decepción vital, desde sus ochenta años me habló con gran sabiduría de algunas cosas que a mí todavía me preocupan enormemente, desde la literatura (nunca se consigue la obra perfecta) al amor (siempre se pierde a quien se ama). Ah, y me contó una vez más que sigue sacando tiempo de donde no lo hay para escribir un rato a diario. Pero eso yo ya lo sabía. Porque sé cómo es esta pasión que nos une: lúcida, devastadora, incombustible, desinteresada, inútil. Escribir.

Retomo a media tarde este diario para dar cuenta del día de hoy, que se ha mantenido con luz cambiante hasta estropearse justo en el momento en que yo regresaba a casa del paseo vespertino. Subiendo en el funicular de Río de la Pila, con el ascensor a tope de gente, oigo en mi móvil la entrada de un guas. Probablemene será una de las panorámicas más bellas de toda la ciudad, una auténtica vista de pájaro del centro monumental, la catedral y la bahía al fondo. Todavía se apreciaban con transparencia veraniega. Al salir y pegar al oído el móvil, se produce tal revuelo de gaviotas en el aire de la tarde, tal griterío sobre la vertical de mi cabeza, que cualquiera pensaría que el mensaje procede de una voz divina.

Ha sido un buen día en general, pues en la terraza del Picacho, hacia las diez de la mañana, me encuentro con MR, antiguo alumno, y su madre, que me saludan y me cuentan que también tienen el piso por la misma zona, desde hace años, aunque nunca habíamos coincidido. Este chico estudió Comunicación y ahora lleva una emisora de radio en la ciudad, así que me propone una entrevista sobre mi faceta de escritor. Quedamos en que me llama a mediados de septiembre. Después me quedo pensando hasta qué punto tiene que ver la casualidad en muchos aspectos de la vida.

Hace muy rico, así que me cambio y hoy tiro hacia el parque de Las Llamas, que también es muy gustoso para bici. Está concurrido, alegre de niñerío y gente que hace deporte. Llevo los auriculares y suena un archivo con canciones de Serrat, de “Mediterráneo”. Suena “Lucía”, la más emocionante de todo el disco para mí…  De paso, me acerco también a la campa junto al estadio porque nuevamente han instalado el Encuentro de Naciones, con la abigarrada y numerosa multitud de casetas de mil comidas extrañas, que quizá vaya a probar mañana.

O esa opción, o la Foot Tracks que también hay montada en la plaza de Pombo. Aquí me ha parecido todo más en pequeñas dimensiones pero muy bien organizado. He pasado un rato curioseándolo todo y metiendo mis narizotas en todos los rincones que me llamaban la atención. Mañana decidiré si un sitio o el otro. Al pasar por el Regma de Hernán Cortés se me han despertado los jugos gástricos y no he podido resistirme a una tarrina de crema tostada de doble piso. ¡Uf, qué rico! Tanto es así que me daban ganas de sacarle un pequeño vídeo y mandárselo a alguien para darle envidia…

Regreso a casa, hacia las seis, con el propósito de dejar estas notas rápidas de la jornada y meterme con asuntos de mayor calado. Escribos diálogos sueltos en mi bloc de notas (todavía no sé a qué parte corresponden de la historia). Escribo párrafos, unos cuantos párrafos que arrancan diferentes capítulos de una novela que está iniciándose y busca su primer vagido, su primer llanto, su primera bocanada de aire al asomar a la vida, su nacimiento… Como si yo mismo encerrara en mi pecho un dios poderoso y tierno a la vez, que está naciendo dentro de mí y que no quiero por nada del mundo que se malogre… En eso se parecen la escritura y el amor. Un estallido que sube del centro del pecho a la voz. Un misterio. Un milagro.

Poco antes de cenar me llama la Niña de mis Ojos, siempre pendiente de su padre, siempre atenta a mis emociones, mis proyectos, mis pasiones. Y cuando me escucha un rato y se persuade de que todo va bien, de que soy relativamente feliz y voy sobrellevando el material pesado que trae la vida, se queda tranquila. En realidad, sé que me llama para saber cómo he afrontado la estancia en Santa (donde hacía un par de meses que no venía), en el piso donde se guardan tantos recuerdos donde me cuesta un día de pelea con los fantasmas del pasado. Me llama para decirme implícitamente que avance, que me ilusione, que viva. Y creo que voy estando preparado. Vuelvo a pensar que tengo algo que ofrecer. No material, a lo que no doy demasiada importancia precisamente porque no me preocupa. Algo más esencial. Algo que consiste más en ofrecer, entregar, dar, más que en recibir. Algo: Felicidad.


26/08/24

Aguanté como un campeón todo el concierto de los Celtas bailando sobre una baldosa, como lo hacía L. El Cifu está pasadísimo. Era la tercera vez que los veía en directo. Y fui por Ella, por recordarla, por ver su cara formarse entre los caprichos del humo ese que inunda los escenarios en directo. ¡Va por ti, paisana!, (le dije, en voz alta, aunque entre el griterío era imposible oírme) levantando el brazo nada más estallar la primera orquestal de inicio.

Fui previsor por una vez y me puse un polo sobre la camiseta, y la cazadora vaquera sobada y añeja, que me encanta para estas ocasiones. Como el vaquero que tengo tan gastado que se le ve algún roto a un lado del muslo y se me guipaba un poco el canzoncillo negro de pata estrecha. ¡Un viejo rockero de los que nunca mueren, tío! Aunque lo mejor de todo fue el calzado, porque los panamá con burbujas en la suela tengo comprobado que masajean los pies después de estar much rato quieto sobre el sitio. Pillé el banzo de la entrada a un bajo comercial y allí resistí hasta que tuve que compartirlo con una antigua alumna del instituto (media concurrencia era de Aguilar), pero me vino bien porque veía al grupo por encima de las cabezas de la peña y además estaba recogido de un aire frío ya muy de otoño. Pero lo pasé genial, sin problemas de aparcamiento y canté entera ”La senda del tiempo”, como la cantaba mi paisana en  recuerdo de un antiguo amor malogrado: “… a veces te haces viejo de repente, sin arrugas en la frente pero con ganas de morir…” Feliz eternidad, paisanilla!

Un ajetreo del copón desde primera hora de la mañana para dejar al socio bien pertrechado, mil tareas que me han retrasado la salida (con parada por el camino) y finalmente me han hecho llegar a Santa a la hora de comer con un hambre de lobo. Ni pensar en hacerme algo. He comprado abajo una barra y me he tapiñado un bote de fabada de Litoral. ¡Cómo me ha sabido! Me da que esta semana voy a conocer toda la variedad de botes de la marca…

Ha sido después de diez minutos de siesta cuando me han atacado un rato mis fantasmas, ese instante en que la mente se queda en blanco y desprotegida (aprovechando la inconsciencia del despertar desubicado)… En una pesadilla rápida y rarísima, L. me señalaba en la playa para que fuera a pasear con alguien que no era ella. Y yo no entendía y me quedaba parado, pero ella me reñía y me instaba a que fuese tras esa persona… Menos mal que al poco rato he cambiado un guas con mi cuñada M. sobre asuntos del piso y su voz me ha venido bien y me he serenado. Por si acaso he bajado a saludar a JLO en el estanco y después me he lanzado a caminar hacia el Sardinero. Las dos playas estaban petadas de gente. Había una luz maravillosa y un cielo raso y una brisa también suave, con veinticinco grados justos, que llamaban a caminar junto al mar… Lo he dejado para mañana. Hoy necesitaba enfrentarme al lugar (casa y ciudad). Mañana sé que estaré ya mejor y en condiciones de trabajar concentrado. Me pasa siempre.

Y aquí estamos, acomodado en el Rinconzuco, desde la atalaya que domina el cruce de calles de la telefónica. Atisbando, observando, pensando, tomando notas (al cuaderno sobre Lola Ferrán aumenta) y escribiendo a trompicones. Me he puesto un mix de Beth Hart que no me falla nunca. Pasan de las nueve y de veintiún grados en la calle. De toda esta invasión sensitiva me ha quedado una gran pulsión sexual que necesitaría a alguien esta noche… Pero volveré a ignorar la llamada del cuerpo. Ni siquiera conmigo mismo. Soy un animal sexual social… Jajaja. En esto también pago el precio de mi orgullo: solo lo hago por sentimiento. Muy escogido y encima feo, o sea, no me como nada. Pero es así: yo no follo; yo amo.

Y hace un rato he llamado al escritor J. Carazo y hemos quedado para mañana al café de la tarde en el hotel Victoria. El maestro gusta de las tertulias clásicas, en esos escenarios tranquilos, decadentes y elegantes. Yo me pliego a sus gustos. Tengo que aprovechar que estará aquí también hasta final de mes. Quizá quedemos también con los de Valnera otro día. Desde hace rato suena Amy Winehouse. Estoy bien, estoy fuerte, estoy vivo. Sigo siendo el dueño de mi soledad. Alegría, pasión, libertad. Alma libre.


25/08/24

Ha sido una amanecida muy fresca y me he dedicado a labores de casa para ir adelantando el viaje de mañana a Santander. Recoger, lavar, algo de plancha, guardar y congelar, teniendo en cuenta que hoy tenemos cita en Cervera en el primer turno del restaurante. Entre unas cosas y otras, al final he renunciado a la bici. Allí, en Santa, trataré de mantener con la plegable.

La comida con los hijos y sus parejas ha sido muy divertida. Se conocían hoy y las distancias se han roto a tal velocidad que nada más sentarnos a la mesa ya no han parado las carcajadas sanas hasta el final. Principalmente a mi costa, pues se alían para subrayar esos toques que tengo de friqui simpático. Estoy inmensamente contento sin declarar el motivo expreso. Presido la mesa pero enfrente la veo a Ella mirarnos, sonriente. Y creo adivinar que me observa y aprueba la reunión con la cabeza. A las cinco estábmos de vuelta porque cada cual debía regresar a su trabajo en sus lugares respectivos. Les pido prudencia con los coches. Me quedo solo.

No estoy triste. Yo no soy una persona triste, aunque a ratos me cuesta mucho disimular una comezón de melancolía. Me he prometido a mí mismo que la soledad no podrá conmigo, sino que la dominaré poblándola con cientos de criaturas de mi fantasía. Tengo aquí, en la buharda, cinco mil amigos a disposición (entre papel y digital), en las estanterías, para contarme sus penas y sus gozos. Tengo dos ordenadores, dos ebuc y un móvil. No necesito mucho más para construir mundos como un pequeño dios orgulloso y valiente. Como se dice en Shakespeare: me siento un rey en mi pequeño mundo del tamaño de una cáscara de nuez, donde también sueño. Soy un escritor de la cabeza a los pies. No espero ni éxito ni fracaso, sino reconocimiento. Y trabajo. Mucho. A diario.

También sospecho en otros momentos de cansancio y de esperanza que tal vez me falte alguien… Una compañera de camino a quien contarle lo que se oculta entre líneas de lo que escribo, o en letra roja, cosa que no publico nunca… Pero tengo claro que en ese caso no puedo forzar, sino que llegará sobre la marcha si es que llega. Sé que voy como una flecha hacia mi horizonte de escritor, pero eso no significa que no pueda cuidar de alguien, volver a ser la máquina de cariño que fui en otro tiempo. Y continuar con un destino compartido.

Comienzo las notas para una próxima entrevista. Releo para la nueva novela. Oigo bastante música últimamente, de la pop y cutre tanto como de la culta y progresiva de mi época joven. Algo de clásica, pero esta solo con el equipo y los bafles. Distintos tipos, según momentos.

La casa está vibrando en el silencio de la tarde. Solo mis dedos ponen la música en el teclado. Aprovecho el tiempo hasta la cena, porque después me acercaré a Alar del Rey al concierto de los Celtas Cortos. A L. le gustaban mucho. La última vez que los vimos, creo que fue en Polientes. Y mañana a media mañana, en cuanto deje arregladas mis obligaciones, saldré para Santa. La próxima entrada será desde el Rinconzuco. Tengo la sensación de que esta última semana de agosto va a ser importante para mí. Como si estuviera a punto de arrancar otra novela, otra historia…


24/08/24

A primera hora felicito a mi cuñada J. Ya no es aquella niña de doce años que llevábamos L. y yo a la playa y nos espiaba con ojos de misterio. Es una mujer espléndida que tiene dos niñas a las que veo menos de lo que quisiera desde que han cambiado de domicilio (no por lejano sino por circunstancias). Algunas veces lo lamentaba L. (de las pocas ocasiones en que se le escapaban las lágrimas) diciéndome que nunca las vería crecer. Lo he contado otras veces y no me canso: le prometí que las vería por mis ojos. Hoy las he besado y las he mirado muchas veces para que Ella las presintiera.

La comida familiar de cumpleaños ha sido perfecta, en la casa y finca del padre de mi cuñado, en Páramo de Boedo. Lo hemos pasado, como siempre, en ese ambiente festivo, en el que el cariño se impone a todo lo demás y apenas hay tiempo para un instante de silencio… Y hundirse en el recuerdo. En la sobremesa me he retirado deliberadamente al coche, con la intención de cerrar los ojos unos minutos. En esa soledad han acudido dos lágrimas. Y he considerado que era suficiente. Después, he paseado un poquito por el pequeño pueblo y me he sentado en un banco a la sombra, en la parte posterior de la casa. Se me han vuelto a empañar los ojos. Las golondrinas se disparaban en un cielo algo empedrado como manos nerviosas que saludaran desde no sé dónde. Pero sé de quién venía el saludo.

Por la mañana ya tenía decidido tomarme el día libre. He revisado el periódico en el Valen e inmediatamente he salido a toda pastilla para la Braña. A muy buena hora, con un viento de sur revoltoso, que me ha ido incordiando medio camino aunque he llegado sin problemas. Lo duro inesperadamente ha sido la vuelta, porque no dejan de ser veinte de bajada y me resultaba imposible avanzar de la violencia desatada del ábrego empujándome de frente como un mihura y doblando las espigas a los lados de la calzada hasta hacerlas dar con la cabeza en el suelo. ¡Joder que aire! La experiencia me ha aconsejado andar piano piano para no desfondarme. Porque esta es la típica situación engañosa que te hace llegar a casa arrastrando los huevos por el suelo. ¡Quieto, Gabilucho, templa! Y así es como he podido capear hoy la ruta. En fin, bien. Mañana más, si puedo y lo permiten las condiciones. Tengo que hacer carretera para llegar en forma a Comillas. O doblaré de remos, como los toros malos.

Hago compras al regresar a Aguilar porque van a pernoctar aquí la Chiqui y su Chico. Después me pongo un rato a mis cosas para matar el resto de la tarde. Se ha vuelto fría y no creo que en la calle se aguante sin rebequita. Esto es Aguilar de Campoo, a la que yo llamé Villaventosa en aquella novela que todavía anda en archivo sin editor que la atienda y que titulé graciosamente “Félix contra la pared”. Una historia de un jubilado que se encuentra con su destino cuando piensa que todo el pescado está ya vendido.

Era yo mismo recién retirado de la enseñanza, después de treinta y ocho años de fidelidad a la causa. No lo echo de menos. Pero disfruté como un campeón hasta el último momento de mi carrera. Y a ratos, añoro en sueños el aula. Creo no equivocarme si digo que me quisieron mucho la mayoría de mis alumnos. Acerté plenamente en la profesión. A cambio, elegí descartar el éxodo a Madrid para abrirme camino como escritor. Tenía que comer. Pero siempre he sentido un poco de mala conciencia al pensar que traicioné mi pasión por mi obligación. Como a veces en la vida se esquiva un gran proyecto o un gran amor por el vértigo ante el riesgo o el fracaso. Pero a mí me gusta citar una frase que le dicen a la protagonista del último libro que he leído: No tengas miedo… Confía en mí. Yo te cuidaré.


23/08/24

Madrugo para revisar el trabajo preparado y que no me falte un detalle para la entrevista con Landero. Dispongo todo a punto sobre la mesa. Reviso una vez más. Y otra. En esto soy tan riguroso, me importa tanto, que no me doy jamás por satisfecho. Y aun así me interrogo: “¿Qué puede fallar? No he dejado ni un solo cabo suelto”. Son veinte preguntas (algunas desglosadas) que entiendo que serán suficientes e incluso demasiadas para el tiempo convenido.

Dos horas antes he intentado sacar por impresora el trabajo… ¡Y la cabrona no tenía tinta! Me pongo del hígado… Algo tenía que joderme la faena. He salido pitando y mis amigos del Hotel Valentín, en recepción, me lo han solucionado en un minuto. Me he puesto cardiaco. Luego, ya más tranquilo, he tomado un café con los habituales de tertulia y con el técnico del ayuntamiento, con el que trabajé unos años siendo concejal de cultura.

Al final, el programa me concede cuarenta minutos, casi el doble de lo que es habitual. Lo tomo como prueba de la confianza que me tienen y del caché que está tomando con esta parte novedosa del “magazine”. He visto en el IG de la Biblioteca Pública el anuncio de la repercusión que ha tenido, titulado con la palabra “Nivelazo” sobre mi foto en la emisora.  Como tantas veces, me descuido y salgo con cara de extraterrestre por no avisar a L. en el control para que me saque guapo o por no estarme quieto. Siempre ando al margen de estas cosas tan importantes para la promoción. Recuerdo que una vez me dijo Concha Velasco que, guapos o feos, hay que posar si no se quiere salir con cara de tontos.

Landero ha sido una delicia, metidos en faena. Me he lanzado en tromba porque enseguida he sentido su aprecio, su cercanía, su simpatía sin disimulos. Prácticamente he podido desarrollar el guion completo. Ha sido una entrevista de técnicas literarias, precisa, redonda: lo que más le puede gustar a un escritor, que es hablar de su oficio. Él, por su parte, ha pillado muy rápido el tono y ambos hemos disfrutado de lo lindo, nos hemos adornado, lo hemos bordado. Ahí dejo el enlace bajo el perfil de mi IG. ¡Qué alegría más grande! ¡Cómo me he divertido! ¡Cómo me ha emocionado su voz! Un hombre sabio, bueno, cariñoso, un artista de la palabra al que he leído completo desde que comenzó hace más de treinta años. Un gran tipo, don Luis Landero. Chapó. 

Por la tarde llegan mis dos chavales, mi alegría íntima, las joyas vivas de mi recuerdo de amor. Con la Chiqui me acerco a Cervera a reservar restaurante para el domingo, porque el teléfono está petado. Nada más llegar, la dueña nos lo arregla. Es de Aguilar y nos conocemos desde hace muchísimos años. Con la mamá fue el sitio de celebración de los últimos tiempos. Y ahí volvemos en cuanto la ocasión lo permite. Tomamos algo en una terraza de la plaza. La Chiqui me alucina. La miro arrobado, la oigo embobado. Está hirviendo la vida antes mis ojos, pienso.

El Chaval ha pasado primero por el dentista. Nos vemos en casa. Nada más llegar se recluye en su habitación y sus asuntos, pero en cuanto le llamo para resolverme problemas técnicos de mi torpeza informática acude solícito. Es menos de hablar cosas íntimas. Es de acción, como su madre. Combinamos muy bien. Le miro como un hombre con el que ya no puedo por menos que discutir en igualdad de condiciones. 

Se me fueron los niños al paraíso del País de Nunca Jamás. Se escondió Peter Pan en un rincón de nuestra casa. La Mamá salió de viaje un día y se elevó hasta convertirse en polvo de estrellas. Nos dejó dicho que nos juntásemos en ágape de vez en cuando. Para celebrar lo esencial. La vida.

Se ha atemperado la tarde. Parece que pide salir de terrazas. En Cervera estaba la plaza repleta. Aquí, frente a la costumbre del norte incordión, creo que hoy también se ha quedado templado. Pero la luz ya anuncia otoño. Por el velux noto ese matiz amarillo difuso, propio del tiempo de cambio de estación. Espero que todavía aguante para seguir con la bici y poder hacer la clásica de Comillas. Tengo que intentar continuar el entrenamiento en Santa como sea. De lo contrario, sufriré el camino.

Y sigo aquí, hojeando libros, escribiendo palabras, consultando datos para mis propósitos siempre literarios. Feliz, es cierto. Acopiando fuerzas como oso que se dispone a hibernar, solo que en mi caso será para resistir los rigores del próximo proyecto. Me levanto cuando doy por terminado el trabajo. Me sitúo bajo el velux. Cierro los ojos con la imagen de los picos de la cordillera a lo lejos, por cima del pantano. Dejo que la luz me golpee los párpados protegido de su herida. Y en un instante, como un fulgor por dentro, noto un no sé qué. Tal vez un pálpito extraño. Un pequeño acceso de melancolía. Quizá echo en falta algo… No sé.


22/08/24

Me despierto antes de las siete porque anoche dormí como un lirón desde las doce. Ya me quedé frito en el sofá viendo las noticias en el canal 24 Horas y de vez en cuando me despertaba con la sensación de que sonaba el teléfono. Fui a la cama tambaleándome como un zombi. El descanso sin interrupción se nota después en el trabajo. Hoy le he pegado duro porque estaba pletórico de fuerzas.

Después de la tertulia he salido como un obús en la bici, ya con temperatura excesiva. No he querido forzar y lo he dejado en Barru con vuelta por Vallejo. Lo he compensado con el ritmo, pero hoy se sudaba la camiseta. A pesar de todo, me encontraba bien, enérgico, optimista, respirando a borbotones y con una alegría que no me explico. Como que la mañana fuese maravillosa en la luz y el aire de sur y el olor a las cañas de anís superaromáticas de la derecha de la carretera, recién pasado el museo de la mina. Allí huele a un olor fantástico de mi niñez. Ya lo conozco de otras veces. Cruzo despacio, aspiro, experimento felicidad. ¡Joder, qué bien me siento!, voy pensando.

A la hora de la comida hablo con mi amigo JL sobre un asunto que concierne a mi Chiquitina, mi cirujana preciosa, muy favorable a ella profesionalmente y que termina por saberme a gloria bendita. Como si nos hubiese escuchado telepáticamente, la Chiqui me llama a su vez después de comer para que le detalle los pormenores. Luego hablamos de nuestras cosas. Como tiene esa mente tan clara, positiva y madura, me encanta oír cómo expone sus propios sentimientos; y también cómo me aconseja siempre para que no pare ni mi vida ni mis proyectos. Le prometo que lo haré.

Larguísima tarde de lectura después del café y el súper, porque quería rematar la segunda vuelta del libro de Landero. Por completar las notas tomadas y ampliar las preguntas. Me quemo los ojos y decido levantarme a escribir estas menudencias. Así cambio un poco de asiento y descanso los ojillos, que se me hacen pequeños después de tanto rato forzándolos.

Alzo la mirada por encima del velux y me hiere la luz tamizada del final de la tarde, la claridad que inunda el estudio de la buhardilla donde siento vibrar el silencio. Como mi corazón tranquilo.

Me animo, como en otras épocas, cuando se acerca una nueva novela o proyecto narrativo, diciéndome que los próximos meses serán duros hasta dejar el culo plano en la silla. Se me cargarán los hombros hasta quemarme, como otras veces. Pero solo pensarlo me estimula. Fantaseo con una gran obra. Saltan mis dedos en el teclado como pájaros.

Por fijar algunas notas, subrayo dos. Sin saberlo aún muy bien, me parece que el nombre de la protagonista femenina podría ser Lola Ferrer. Aparece varias veces en la red, pero eso no tiene mayor importancia; lo fundamental es que en mi cabeza tiene su explicación.  Sobre el título, de momento, me suena bien “Almas libres”. Ah, y me gustaría introducir el texto con una cita de Charles Bukowski: “El alma libre es rara, pero la reconoces cuando la ves, básicamente porque te sientes bien, muy bien, cuando estás cerca de ella o con ella”.


21/08/24

Cuando he salido a la tertulia del café, he notado que me faltaba abrigo. He vuelto por una cazadora. Hacía ya una mañana de las que anuncian el otoño. Aunque es verdad que después de una hora sobraba ropa y el calor ha terminado apretando. Pero nada que ver con unos cuantos días atrás.

He preferido descansar las piernas y, después de una vuelta por la plaza, he regresado al trabajo en casa. Suma tranquilidad. Me sienta muy bien. Hoy ya no tenía tareas domésticas: estupendo. Repaso rápido al periódico, pocas novedades políticas, aburrimiento programado. Mejor leer a saltos algunas partes de la novela de Landero y comprobar las notas extraídas. Al tran tran. El cuerpo descansado y la cabeza despejada: mi más codiciado tesoro, que no siempre domino con la misma habilidad.

Siesta breve pero reparadora. En la terraza de la tarde me invita un matrimonio cuyo hijo tuve en clase y ha rematado con una brillante trayectoria profesional. Me prometen que van a leer el Bicho. Me alegro. También esta mañana alguien me comenta en la librería de C. lo mucho que le han gustado mis relatos. Sin duda, una inyección de ánimo.

Vuelta a la buharda con un sol radiante y no demasiada temperatura. Así se puede estar aquí arriba. Me pongo a unas lecturas bajo el velux. Aguanto un rato con buena concentración, prueba de que estoy relajado. Después ordeno reseñas de lecturas que no he pasado a mi lista anual de novedades. Pongo música bajita. Los dedos responden nerviosos y precisos en el teclado. Nada más me preocupa por encima de esto. Como un estoico. Ataraxia.


20/08/24

Menos mal que anoche tuve la primera cura de sueño. Hacía dos semanas que no me iba a la cama a horas presentables (y además sin un ratín de siesta), así que pasaba el día con ataques pasajeros de bostezos. Vuelta al orden, que me ha sabido de rechupete. A las ocho, arriba, a tope.

Me ha venido bien, además, porque el día se ha presentado movidito. Leer algo (lo he retomado con vicio: creo que tengo ya muy clara la entrevista de radio con Luis Landero) y preparar comida para unos días, me han ocupado media mañana, con unas vainas con patatas bastante potables de gusto. Y después he aprovechado para cortarme el pelo después de la tertulia acostumbrada.

La bici estaba caliente, porque la he cogido con gusto. Hacía un norte molestón y he buscado ruta emboscada, en subida. Me he encontrada suelto. Y, además, creía haber ganado peso con las comilonas pasadas y la báscula ha marcado siete cinco. Ni un gramo más de los que llevé. ¡Cómo es posible! Curioso. Mañana, más y mejor. A la Braña si no se estropea el día.

Por la mañana me pone un guas mi cuñada J. para invitarme a su cumpleaños este sábado próximo. Acepto, por supuesto. Definitivamente, a Santa marcharé el domingo por la mañana. Tras el paseo por los súper para reponer el frigo que estaba en cuadro, también me llama mi cuñada M. para ponerme al tanto de las novedades en el piso de Santa, donde pasa esta semana en curso. No se conforma si no me lo deja abastecido y limpio como una patena. Y su voz y su cariño me confortan como una de las “madres” que me cuidan en este mundo (tengo unas cuantas), como si adivinaran por dentro la orfandad terrible en que me han dejado estos últimos diecisiete años. Esta calcinación del corazón… que trato de disimular con una máscara con gesto de humor. Y yo no sé qué haría sin estas mujeres que me ha regalado el destino. (Gracias, humildemente, a todas).

También se interesan por mí, cómo no, mis dos amiguísimos JL/A. Me llaman y los visualizo en su patio, como todos estos días pasados, tomando una cerveza. Como no estoy presente, falta en la mesa la copa con mi vino preferido, el “Julio”. Me intereso por la Gran Madre, la Gloria. Evolución positiva. Me preguntan por mi regreso al trabajo diario en Aguilar, mi cuartel de invierno. Les digo que estoy sereno, inspirado, enérgico, con el corazón limpio y preparado a lo que venga. Sea lo que sea.

Vuelvo a la buhardilla con cariño. Hago los preparativos. Ritos antiguos. Siento que las ideas sobre la novela que está en marcha se van amontonando en mi bloc de notas. Algo encaja, el pálpito inicial se concreta y sigo mejor el rastro de las leyes narrativas. Estoy casi convencido de que, para bien o para mal, la última semana de agosto en Santander arrancará una nueva novela.


18/08/24

Por supuesto, en fecha tan emblemática recuerdo a Lorca. El día que lo mataron. Al azar espigo unos versos de su “Diván del Tamarit”. Por ejemplo, aquellos de la “Gacela del amor imprevisto”: “Siempre, siempre, jardín de mi agonía/  tus besos fugitivos para siempre”. Y estos otros dos de la “Gacela del recuerdo de amor”: “Toda la noche en el huerto/ mis ojos como dos perros”, con los que yo he jugado recientemente haciendo unas variaciones para enviar por guas.

Va a ser también un día de calor sofocante y la semana dicen que va a ir a más. Sigo pendiente de lo del coche del Chico y yo tengo que estar en Aguilar la próxima semana inexcusablemente. El piso de Santa estará libre durante la última de agosto. Si todo sale bien, iré allí a continuar el arranque de esta idea novelesca que barajo. Y si no, será después, con la ciudad más tranquila y libre de turistas. Y la melancolía de otoño desbordada. No quiero sentirla más porque me resulta muy dañina. Quiero un poco de paz de corazón después de diecisiete años crueles.

Por otra parte, no sé cuándo podré organizar la presentación del Bicho en Aguilar. No tengo noticias de JM Peridis y supongo que seguirá en Santa hasta terminar el mes. Tendré que llamarle, porque después de eso, si vuelve a Madrid, va a resultar más difícil.

Uf, ¡cómo nos pusimos ayer donde J/MJ! Hacía mucho que no comía tanta carne y tan rica. Sin tasa, claro. Es el problema de venir aquí con los amigos, que todo se considera una excepción. Una muy larga excepción. Y eso pesa en la barriga, tío. Pero lo prodigioso es que duermo como un lirón. Un número de horas insuficientes, claro, y por eso paso algún rato del día bostezando. He roto todas las pautas del orden espartano aguilarense. Y, con sinceridad, no me arrepiento. Ahora bien, la vuelta va a costar lo suyo.

Y de lo que menos me arrepiento es de haberme quedado estas dos semanas completas, que han servido entre otras cosas para acompañar a mi amigo JL en los muchos ratos en que ha tenido que permanecer al cuidado de sus padres, desde que su madre se partió una cadera el mismo día en que yo llegué aquí. Prácticamente no ha podido despegarse, alternando con sus hermanos, pero en jornadas mínimas de medio día. Creo que en esta ocasión le ha venido muy bien mi compañía. Como en otras épocas de más jóvenes, hemos pasado grandes ratos juntos de risas, confidencias y amistad sin tacha. He tenido la sensación de ser útil solo con mi presencia.

17/08/24

Ahora compruebo (después de más de mil páginas) que en un diario es muy difícil resumir más de tres jornadas en blanco, es decir, sin línea escrita.  Y mucho menos casi dos semanas. Lamento no haber tenido el ordenador desde el primer instante. Podría haber dejado documento, aunque nada más fuera telegráfico. Pero al día. Diario.

La cuestión fundamental es que estoy aquí, en el casulario, instalado a medias, y el Pálpito me está diciendo que no tengo que separarme de este Lugar Sagrado. Es decir, cuando el escritor siente el Pálpito es que se está acercando la Hermosura y eso para él tiene más valor que un teorema científico.

Ya venía notando barruntos desde días atrás (llegué el lunes, 5 de agosto) y llevo empleados mis buenos ratos buscando un tanto obsesivamente cuál es la razón de mi querencia… ¿Qué es esto que tiembla en el aire y mis antenas emotivas lo detectan con una extraña sensación de alegría? Pero aún no sé qué es…

Se han juntado varias concausas que tal vez convendría desmenuzar. Una mente analítica e impresionable en exceso como la mía lo exige. Primero, algunas singularidades que me atraen por lo insólitas y luego podemos entrar en salvedades (que también existen, por supuesto). Hablo, repito, del Lugar.

Debo reconocer que ya he tirado media docena de páginas porque no preciso con finura la situación. Es como si en este Lugar la costumbre creativa perteneciese a otro tiempo y necesitase reconectar también con la sensibilidad de antaño, de la adolescencia y primera juventud. Tela.

Porque aquí, hablemos claro de una vez, en el Casulario, hace cuarenta años que no escribo. No exagero. Y cuando llego para un breve tiempo lo que hago fundamentalmente es comer, beber y reír. Tres actividades primarias importantísimas, sin duda, pero sin escritura que las acompañe. Es decir, incompletas. Al menos para mí. Son actividades materiales, más bien.

Por ejemplo, comer. Han sido doce días en que he sido cebado por una de mis madres adoptivas. En este caso, A., la mujer de mi amigo JL. No solo eso, sino que del mismo pesebre hemos comido los dos: el socio y servidor. Pero de restorán, de lo bueno lo mejor.  No detallo menús para no despertar los jugos gástricos a estas horas. Y, por si fuera poco, en los huecos culinarios hemos completado dieta con las atenciones en casa de MJ, la mujer de mi otro buen amigo JG. Que tampoco ha sido moco de pavo (o de pollo corralero, para ser más exactos).  El resultado es que el cinto comienza a apretarme y tampoco tengo modo de alternar con alguna actividad física. De la bici ya ni me acuerdo. ¡Qué será de mí cuando vuelva! ¿Me cabrá el culo en el sillín?

Mi Chaval me cuenta por guas que ya ha vuelto de Castro y está en Aguilar. Pasando por Santander con la Chavaluca (pernoctación, claro). Que el piso se halla en perfecto estado de servicio y que la próxima semana lo ocupará la tía M., que se merecería pasar allí todo el verano. Okey, le digo.

Pero hasta el lunes por la tarde no llegará aquí, a Piña, con la intención de recoger su portátil y dejar mi coche. El suyo, todavía en el taller. Santa paciencia, es verano, es agosto, ¿qué esperabas?, le digo.

En fin, que después de estos días de descanso en los que no imaginaba ni remotamente poner un solo dedo en el teclado, resulta que de pronto a lo tonto y a lo modorro parece que está surgiendo un embrión de novela. Como que algo se ha desencadeno en mí por dentro que pide llenar páginas. Y el caso es que tengo ideas confusas y en germen que no adivino adónde quieren ir a parar, y un hilo tenue de una historia de intriga o misterio. Y la cosa también es que este Lugar tan escueto, desnudo de modernidades y casi eremítico, me provoca un montón a seguir indagando… No sé bien por qué… Mientras, miro por la ventana que da al Sampedro y por el puente azul de la Esgueva cruzan bicicletas que vienen hacia aquí… Y en este momento suena en un mix de mi móvil una canción de Beth Hart que se titula “I`ll take care of you” (Yo cuidaré de ti). Todo esto es rarísimo.


13/08/24

A cambio del coche, a mí, el chaval me ha prestado su portátil porque el mío lo tengo en Santa. Me lo traje para acá. La verdad es que no pensaba piticlinear ni un minuto en toda la semana de vacaciones…, pero dos semanas seguidas sin escribir ni una línea… eso ya es demasiado para mí.

Y aquí me tienes, majo. He montado un estrafalario tenderete junto a la ventana de la habitación contigua a la mía y ando en plan precario y bohemio, como un escritor maldito, en pijama y chanclas, desgreñado, con una botella de leche la Asturiana (entera) y una docena de mantecados de Portillo (no creo que me coma todos en el desayuno). Es muy romántico y motivador. Me da la impresión que he regresado a la tontuna de la adolescencia. ¡A ver qué va a ser esto!, me digo a mí mismo.

Por lo menos veo “El Ónfalos”, el ombligo del mundo, o sea, el centro con la arqueta o registro de aguas de este cruce de calles mágico en mi ruta existencial, es decir: fuente, ermita, ayuntamiento, puente viejo… (lo dijo el biógrafo autorizado, JL Cuesta; aprovecho para indicar que a este deben consultársele todas las menudencias de mi vida, desde mis iniciales heroínas eróticas hasta mis primeros poemas). De vez en cuando, en el cruce hay cierto tránsito de vehículos e incluso de personal, de tal manera que me arrastran los ojos a la ventana.


12/08/24

Una vez tomada la decisión, ya no me cuesta ponerla en práctica. Se pinó el socio y dijo… dice: Pues esta semana ni me he acordado de Aguilar… Y digo yo… digo: Pues a mí no me vengas mañana con que por qué no nos vamos, porque una vez terminada la semana cultural aquí ya no queda ni Rita… O sea, que nos quedamos pero toda esta semana entera. Y se acabó y se terminó. ¿Estamos?

Así que procedo a modificar todos los planes, comenzando por que tengo una visita al dentista en Aguilar este lunes después de comer. Así también veré al Chico que acaba de llegar de los EEUU y está sin coche (taller y verano, o sea, espera sentado). Poco antes de comer estoy en Aguilar y, por suerte el Chaval me tiene preparado algo de bufé rápido. Luego cumplo con el sacamuelas y finalmente decidimos que él me devuelva a Piña y se quede con mi coche el resto de la semana. Dicho y hecho. Al socio le cuento que ahora ya no nos quedan más cachavas que estar aquí hasta el próximo lunes. Sí o sí. A ver qué pasa, porque quince días seguidos nunca hemos estado en el casulario desde que Este se trasladó tras la muerte de mi madre. Bien. Vale. Día de transición, que se dice.


04/08/24

Hacia las once tenía prácticamente todo mi equipaje preparado. Lo del socio es coser y cantar. Un par de maletas en el coche y listo. Sin llevar nada de comida. Para una semana tiraremos del “kit” de subsistencia que dejamos de reserva en Piña. A base de botes, que unos días no pasa nada.

Así que he subido para la Braña con brisa muy agradable y apenas fatiga. He conseguido una forma física suficiente para rodar en adelante, hasta octubre, siempre que me lo permitan el tiempo y las circunstancias. Con pequeñas paradas, por supuesto, para recuperar patas. Y con este paréntesis de una semana, en el que a ser posible intentaré no embuchar.

Veo con una pequeña parroquia la final de Carlitos, en el Valen. Vaya por Dios. No pudo ser. Charlamos un ratín en la terraza porque ha salido una marea agradable. Pero tengo que dedicarle mi tiempo a la lectura. Vuelvo a casa. Creo que cenaré a base de sobras y dejaré la nevera limpia.

Don Luis Landero me confirma por correo la entrevista de finales de mes. De maravilla. Me dedica dos líneas cariñosas diciendo que me recuerda muy bien de la charleta en Madrid. Paso el aviso a la directora de la Radio, GV, para que lo anuncie ya cuando convenga.

Ayer mismo habéis sido ciento catorce los que habéis entrado en este pequeño reducto de mis penas y alegrías. En esta página donde intento dejar algún rastro sin demasiada importancia del humilde vivir de un escritor con poco público. Pero suficiente. Creedme que lo digo agradecido de corazón. No necesito más. La verdad es que escribo para vosotros igual que escribiría para el mismo número multiplicado por mil. A vosotros me debo, así que os pido que permanezcáis ahí a la espera. Con un poco de paciencia. Solo me tomaré unos días de descanso.

POR TANTO, ESTA PRÓXIMA SEMANA NO PUBLICARÉ NINGUNA ENTRADA EN EL DIARIO. HASTA LA VUELTA.


03/08/24

Con los preparativos para Piña, no he podido salir en burriquilla. A ver mañana… La cosa del equipaje: si no lo pienso con tiempo, después se echa de menos media docena de cosas imprescindibles. Y tengo que pensar por dos. Además, hay que dejar recogida la casa. Es una semana, pero como si fuese para más. Mañana solo me dedicaré a pensar en los olvidos.

Por eso, se me va la mañana con el periódico y un par de cafés.  Cuando ya me he quedado tranquilo después de comer y sestear una miaja, he pasado un ratillo en la terraza del Valen, que traía una marea muy rica. Es cuando apetece sentarse y hacer tertulia si se presta.

En esta ocasión ha sido con un matrimonio que había parado de vuelta hacia su domicilio en Santa. El paisano, de Liencres. Eso ha sido la entradilla para pegar la hebra casi una hora. Trabajó en Trefilerías Quijano, de Los Corrales, en la época dorada (donde hizo mi chaval las prácticas). La paisana superó un cáncer muy malo cuando tenía treinta y cinco años, motivo por el cual hemos ido entrelazando nuestras respectivas historias. Ella, procedente de Oyambre, de una de las casitas que cuelgan sobre la playa que casi puedo identificar con la imaginación. El hombruco me contaba sus miedos con dos hijos pequeños cuando ella cayó mala. Empatizamos casi como amigos en el infortunio. La señora, por suerte, lo superó. Cuando nos despidamos le daré dos besos y le diré cuánto me alegro por ella. Ya sé, me contesta.

Rematamos una charleta que me ha encantado (habría estado toda la tarde), porque el tipo me ha maravillado con otra historia inesperada: había sido mariscador de pesca submarina hasta que se lo permitieron las fuerzas. En la Costa Quebrada, más allá de la Virgen del Mar, en lugares que paseé muchas veces con Esta y que nunca olvidaré. Una sincera y emocionante épica del hombre corriente y anónimo que se echa al mar para robarle sus tesoros por pura necesidad. Abasteció a muchos de los restaurantes de referencia en la capital, porque estos proveedores son muy escasos. Me lo ha contado tan a lo vivo que casi lo he podido sentir, porque el señorín tenía el don del narrador oral. Una gozada.


02/07/24

Por lo menos hoy se ha podido respirar. Un viento bravo, insistente y revuelto como un morlaco enviciado no ha parado en todo el día. A estas horas de final de tarde ya campa por todas las ventanas adentro de casa. La noche se presenta como lo suele ser en Aguilar: magnífica para dormir.

He enviado un correo a don Luis Landero, a ver si es posible la cita radiofónica. Espero que recuerde lo hablado durante la última firma de su novela en la feria de Madrid. Desde luego, es un tío simpático, de natural optimista y estoy convencido de que puede dar mucho juego. La novela es maravillosa, con personajes genuinamente suyos, elaborada estructura y punto de vista muy original. Todo muy Landero. Un clásico vivo. Ha sabido explicar un mundo propio. Escribir tal vez sea tan sencillo y difícil como eso.

Lo que no termino de concretar es la presentación en Aguilar porque no quiero forzar a JM, Peridis, que ya tiene su edad y demasiados compromisos. Intentaré ponérselo fácil trayéndolo y llevándolo si está en Santa. En último caso, tampoco es tan importante cuándo se presente aquí, porque el refectorio del insti ya me ha confirmado hoy mismo MP, la directora, que está disponible cuando quiera. No importa que nos metamos en septiembre.

Estoy en el remate del de LM Díez. A pesar de que he leído con regularidad (no tanto como uno quisiera) me ha llevado unos veinte días. Claro que alterno con alguna otra cosa para que no se haga monótono todo un día sobre el mismo texto. Es autor de culto al que hace falta leer con detenimiento e inteligencia, hasta que le pillas el punto. Después, no es como parece a simple vista. Porque ciertamente asusta al entrarle. Y poco a poco termina uno divirtiéndose. Sería un puntazo entrevistar a todo un premio Cervantes. Posiblemente el escritor español más importante en este momento. Vivo.


01/08/24

Lo que son las cosas: hace un par de días me costó un imperio subir con la burra a la Braña; hoy, he llegado sin sudar. ¿Quién lo entiende? Las condiciones de temperatura, las mismas, por supuesto. Creo que la explicación está en que el martes hice el trayecto hasta Barru al ritmo acostumbrado y en los cinco kilómetros a mayores de subida me quebré.  Hoy he rodado suave en la primera parte y el resto he aguantado bastante bien. Tanto que me encontraba fuerte para tirar a Grullos. Pero bueno está lo bueno. Prudencia. Será cuando regrese de Piña. Para mí, más que suficiente.  Me quedo con las buenas vibras a pesar de que no llevo ni mil kilómetros de temporada. Hay quien sale casi todos los días, con frío o calor. Suelo hablar con un vecino y hace poco me ha dicho que llevaba en las patas trece mil en lo que va de año. Tela. Yo no quiero eso. Tengo que reservar potencia para otras cosas que me gustan más.

Muy cansado no debía de estar cuando ni siquiera me quedaba dormido sesteando. Ni cerrar los ojos. Además, estaba CA jugando para semifinales de tenis y ya me he enganchado. Nos pasaba mucho a Esta y a mí. A Esta también con el pádel. Tan nervioso me iba poniendo que he decidido salir a ver el desempate en el Valen tomando un café con hielo. Qué nervios. ¡Vamos, Carlitos!

Hoy es posible que afloje al caer la tarde y tengamos un poco de norte reparador. En este pueblo, en cuanto se anuncia con un viraje en los árboles, todiós abre las casas de par en par y lo recibe como una bendición. Aquí no estamos acostumbrados al infierno térmico. Espero poder leer a partir de las seis. Ya le vale.

A las cinco me recluyo en mi caverna como un viejo y barbudo filósofo griego. Me digo que tengo esa edad en que todavía no es para buscar las tablas, pero tampoco para alejarme demasiado de mis cuarteles de invierno. Una pereza inmensa me invadiría incluso aunque surgiera algún plan. De entrada, no es fácil que a mí me estimule algo de verdad…

¿Adónde vas con el cabás?, me recrimino con dureza. ¿A deshidratarte si das un paseo con alguien por ahí y expones tu nariz cyranesca al sol? Para empezar, no olvides ponerte la crema para el posible brote y la protección de cincuenta. ¡Ah! Y para reponer minerales no se te pase la pastilla de potasio y magnesio. Aunque ya sabes que produce una continuada cagalera. Ítem más, para las urgencias de mear o la estranguria, la cápsula de la próstata, eficaz pero psicológicamente cruel pues actúa como un auténtico anticonceptivo cortando la eyaculación e inhibiendo la libido hasta emborronar tu fantasía sexual. ¿Es que serías hoy capaz de follar con la bravura de antaño? ¿Aceptarías comprobar que más que un follador eres poco más que un fuelle agrietado? Pues entonces, ¿adónde vas que mejor estés? Ríete de ti mismo en tu vida real hasta fustigarte con la autoironía, hazme caso. Y confórmate con la belleza de una vida imaginaria. Pelele.


31/07/24

Voy a tener que comprarme un ventidador, porque me parece que el aire acondicionado no va a poder ser. Llegó el amiguete de mi hermano Mon, echó un vistazo arriba y abajo y me informó que le parecía que no. Abajo, porque las fachadas no lo consienten en el entorno protegido de la muralla y arriba porque resultaba complicadísimo sacar un tubo al exterior por el velux y este forzosamente debía quedar abierto. ¡Vaya una mierda! Imagino que lo que no me dijo es que sería la obra del Escorial resolverlo de cualquier otra manera. No merece la pena. ¿O sí? Porque si en un futuro vamos a vivir tostados, con variación de color de piel hacia la raza negra, supongo que las cuestiones de estética medioambiental pasarán a ser secundarias. ¿O no?

Como tenía pensado, me he tomado el día de reposo y mañana ya veremos. He dedicado el tiempo a preparar comida para lo que queda de semana antes de marchar a Piña. Ya tenemos ganas, los dos, el socio y el menda. A ver si afloja un poquito la chicharra. En el casulario se tiene que estar de primerona manteniéndolo trincado todo el día, excepto el rato de ventilación matutina. Si cuidamos, puede que se pueda respirar allí dentro. Eso sí, me refiero abajo, porque arriba, donde dormiré yo, a ver quién es el guapo…

Trabajo cocido en la buharda, a veintiocho y medio. Medio desnudo. Medio febril. Supurando entero el bigote. Marcado un óvalo en el calzoncillo a lo largo de la raja del culo. Unas condiciones maravillosas para crear.

Un poco de fruta y un rato de lectura sofocante mientras llega la hora de la reunión de la comunidad de vecinos. Las necesarias pijadas de siempre. El programa del cotidiano vivir. El tedio.


30/07/24

Qué razón lleva el que dice que no hay que escupir hacia arriba… Si antes hablo (ayer mismo), antes me cae la mierda encima. Dije que no me apetecía salir pronto con la burra. Pues nada, que me he asomado a la ventana después de una noche tórrida de calorina hasta las tantas y he notado una brisa maravillosa que parecía decir: venga. A las nueve y poco de esta mañana estaba camino de Brañosera, al tran tran, sin aire, con cielo cubierto pero sin amenazas, y a temperatura ideal para rular. He llegado desguazado, la verdad. No es posible que después de setecientos kilómetros de pretemporada esté tan pesadón. Pues he sudado mucho, muchazo, la gota gorda. Me he desahogado echando culebras por la boca a la vejera, a los kilos sobrantes y a toda la puta que lo parió. Mañana, quieto, a recuperar.

Después de comer echo un rato mirando en internet sistemas de aire acondicionado. Esto cada vez está más claro: en el planeta no se va a poder vivir a temperaturas inhumanas. A la hora de dormir, cerca de treinta grados. ¿En Aguilar? Y en Anta, dan para hoy ¡¡¡treinta y cinco!!! Esto es una catástrofe medioambiental definitiva. La tierra va a desaparecer dentro de cincuenta años, poco después de morir yo. El sol nos va a derretir. Hasta entonces, por lo que a mí respecta, pienso pasarlo fresco.

He felicitado a mi cuñada MA y en la conversación ha salido el asunto. Después me ha puesto un guas mi hermano proporcionándome un contacto que casualmente se encuentra hoy aquí, en Aguilar. Que es un instalador de aire acondicionado. Que si me interesaba se podía pasar por casa a ver las posibilidades. Que hacia las siete o así. Y aquí estamos, a la espera. No me moriré cocido en mi propia salsa, como el marisco. Me niego.


29/07/24

Aun manteniendo todo el santo día la casa cerrada, a final de jornada se concentra un ambiente tan irrespirable que solo podría salvarlo aquel norte de antaño, tan anhelado, al que hoy por hoy ya no se le ve ni se le espera. Inútil abrir las ventanas después de cenar. Anoche la sensación de ahogo no tenía escapatoria con todo abierto de par en par. Chapé y me tumbé en la piltra pensando que posiblemente llegaremos a instalar aire acondicionado en las casas particulares de Aguilar. Lo nunca visto. Al tiempo.

La mañana ha cundido en lectura porque me niego a salir en la bici a las nueve, única hora en la que podría aguantarse el camino. Y no me da la gana. Son horas en las que estoy despejado y doy lo mejor de mi cabeza a lo que me gusta, no a dar pedales precisamente, que es cosa de mis patas. Tertulia ligera y vuelta al atril y el ebuc, permitiendo en la persiana apenas una mínima luz. Leo concentrado y despreocupado, que es lo mismo.

Salgo después de la cabezadilla a tomar un café en la plaza, donde no corre tampoco una brizna de viento, pero me han llamado a firmar mi Bicho en una de las librerías. Hago un poco de tiempo en un banco de charla con TL/ML. Median los ochenta. A ella cada vez la noto más delicada y más ausente. Y en su memoria comienza a instalarse el olvido a marchas forzadas, me dice él. Los acompaño un ratín y paso por el súper para las dos compras imprescindibles de esta semana, pues no quiero acumular teniendo en cuenta que durante la siguiente no estaremos aquí. Regreso. Leo. Subsisto. 


28/07/24

Habían dicho que llegaríamos a treinta y dos, y justo. ¡Cómo será en Pucela! Cuando hablo un rato con Jose por la mañana, dice: fuego, chico. En cambio, en Santa marcaba veintiséis, pero allí es de otro modo el bochorno húmedo que te hace sudar hasta las uñas. Me lo sé de otros años. Solo el paseíto por la playa con el agua por los pies es capaz de aliviar la cosa.

Me lo confirman también por teléfono la Chiqui y su amigo, JR (buen chaval), que ya desde ayer buscaban por aquí un sitio donde comer y les avisé de que resultaría muy difícil la reserva en pleno jaleo veraniego. Había realizado mis pesquisas y prospecciones por si había que conseguir una mesa “in extremis” y ya tenía algo apalabrado a través de un contacto en Brañosera. Me habían prometido una mesa como fuera, si confirmaba, pero no ha sido el caso. El caso ha sido que la parejita ha pensado que compraban algo y que se venían aquí a casa a prepararlo y comer conmigo. Por mí, ya ves tú, de maravilla, he dicho. Botellita de Ribera descorchada al instante. Y lo cierto es que he degustado hoy un bonito con tomate cocinado por J. de chuparse los dedos. De “cuisine” francesa. Chapó. Ya me había puesto en antecedentes la niña: Tiene muy buena mano. No lo dudo, no, lo que tú digas, hija. Qué buenos principios, he pensado para mí.

Recogidas dos lavadoras completas y secas en un pispás. Café en el Valen después de que han marchado estos y vuelta enseguida bajo cubierta. Todo cerrado a cal y canto. Ni dos dedos de luz en el velux del estudio. No se puede bajar la guardia ni siquiera a la hora en que Aguilar de ordinario ya exigiría una rebequita. Ha cambiado el clima, es un hecho científico. Tumbado en el sofá, un cedé de Mozart durante media horita para atemperar la calorina y serenar la mente.

Y a trabajar. Rematar la tarde semiaoscuras (maravillosa palabra), en el fresquito de la sala, abajo, con Mateo Díez, por si se presta a una futura entrevista en la radio. Una prosa de sintaxis culta y giros populares en proporcionadas dosis, con argumento tan disperso que pica a picaresca, con personajes de psicología alterada… En fin, algo que en principio también a mí me apasiona como reto, pero que luego hay que poner en la práctica de forma feliz. Y eso ya es más difícil. Pero literatura en alto grado y eso me estimula. Lo disfruto. Aunque no es de lectura fácil. Para pocos.


27/07/24

La gozamos en Amusco, como siempre. Día buenón a la sombra del árbol en torno al que fuimos corriendo la mesa en busca de visera y de la frescura que también nos prestaba un pequeño aspersor (a sector). Comida y bebida hasta sobrar. Unas risas muy sanas y una sensación de que todo estaba en su sitio como siempre. Faltaba Alguien. Pero yo me adelanté por la mañana a todos y me di un paseo por el pueblo…

Un recorrido sentimental para alzar los ojos a lo alto de la espadaña del Pajarón por si estaba Alguien allá arriba saludando. Dentro de la plaza, a la derecha del templo, todos los años que vuelvo y leo el panel anunciador con la síntesis arquitectónica me da la impresión de que llama a equívoco. Después, por hacer tiempo, me tomé un piscolabis en el bar del pueblo. Siempre me ha parecido muy significativo el contraste entre el abandono de algunas casas decrépitas y la buena factura de las de nueva construcción. Castilla se cae a cachos y donde más se nota es a trechos y en los pueblos. Aguantamos hasta más allá de las nueve y hoy me he levantado con las piernas comidas de rodillas abajo por los jodidos mosquitos. Qué castigo. A veces pienso que son los descendientes directos de aquel Mar de Campos que desecaron y convirtieron en una dudosamente habitable ciénaga. Pues ahí tienes el resultado: velay. Acribillau.

Han descendido unos cuantos grados y la ruta ordinaria se me ha hecho bastante agradable. Pero ya me va sabiendo a poco. Mañana descanso y el próximo día hay que ir más arriba. La pena es que voy a tener que cortar durante la semana que me vaya a Piña. Y es que queremos todo.

25/07/24

Se han notado los dos días de relax. Las piernas, bien recuperadas y listas. A las once iba escopetado para Barru a ritmo, ligero, sin jadeos. Regreso por Vallejo. No hay novedad, excepto que en la entrada a Villavega había jaleo en la carretera debido a un accidente al parecer sin consecuencia grave. Me había hablado uno por el camino, poco antes: “Cuidado ahí, que se han estrellado”. Por fortuna, nada. O nada he visto.

Un colacao en el Valen un ratito antes de comprar unas jijas y unas patatas. Mañana las preparo para el socio, puesto que comeré en Amusco con la cuadrilla, como todos los años. Me embosco enseguida en las sombras de casa, pero pega fuerte aún. Y eso que decían que hoy cantaría menos la chicharra… Veintisiete en la buharda con todos los velux trincados. Sin embargo, a la noche, espero la brisa de ayer que es impagable en estas latitudes. Dormir fresquito, solo con la sábana por encima, es una delicia. No lo cambio por nada del mundo. Y si estuviera en Santa, mejor todavía.

Santiago Apóstol, cuando en Piña íbamos a comer al Valle Santiago. Allí teníamos nosotros también algunas tierras. Para mi cálculo de adolescente aquello quedaba lejísimos y era un sitio difícil de encontrar. Yo lo preguntaba con insistencia y siempre me decían en casa: “Coño, subiendo por Valdepiña”. Se tardaba andando e incluso en bici, con el polvo engrasado de sudor cuando llegábamos como bueyes a beber en la fuente en torno a la cual se congregaba el gentío. Bajo la arboleda. Nos comíamos el bocadillo en aquella especie de romería y luego incluso podíamos bajar en algún remolque hasta Población, donde era la fiesta. Ya queríamos bichear, porque me acuerdo de estar ojo avizor en el baile de la verbena. Yo nunca me comí un cagau. Pero ponía mucho interés.

Dije en algún papel que este día, al caer la tarde y salir un poco la fresca, mi abuelo me decía que los vencejos se marchaban definitivamente. Decía mi abuelo, dice, a África. Todo el cielo del Sampedro le tenían asaeteado, los cabrones. Chiando como demonios. Decía mi abuelo, dice, no tienen pies. Y yo me preguntaba cómo cojones aguantaban todo el santo día volando hasta que se metían debajo de las canales al nido por la noche. Terminarían quebrantados, creía yo. Era muy difícil darles con el tiracantos. Con la de perdigones de Jose, sí. Eso él, que tenía. Yo no pasé nunca de un tiracantos con unas gomazas negras cortadas de una cámara desechada. Recuerdos.


24/07/24

Más tranquilo porque a las diez de la mañana ya estaban aquí los del seguro y en media hora han solucionado el asunto del atasco donde el socio. Efectivamente, era el mismo problema de hace año y pico: una obstrucción en una bajante general debido a residuos de jabones depositados y calcificados. Me temo que no será la última vez. Pero lo tenemos detectado y podemos resolverlo bastante rápido. Con eso he pasado buena parte de la mañana. Lo doy por bueno.

Por la tarde, demasiado calor para bici e incluso para pata. Salgo un ratito al café en el Valen, a la sombra y con un viento muy agradable. De pronto aparece la Chiqui, que se ha cogido un finde largo. Es un alto en el camino hacia Santader. Lo justo para verla y darle dos besos y cambiar impresiones rápidas. Pero tengo asumido que es así y me gusta pensar que los hijos tienen libertad absoluta y que no soy ningún lastre. Me satisface saberlo.

También se pone en contacto por guas el Chico. Rematando los trámites para pasar quince días en EEUU. Con mucha ilusión, la pareja. Me habla de un seguro de viaje. Se lo aconsejo. Pero saben montárselo mil veces mejor que yo. Lo cual también me tranquiliza. A mí lo único que me inquieta es tantísimas horas de vuelo en avión. En el aire.

Por supuesto, a alguien tan invadido de palabras, que vive por y para ellas, como es mi caso, enseguida le salta a la memoria aquel poema de Kavafis titulado “Ítaca”, que comienza: “Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca/ pide que tu camino sea largo,/ rico en experiencias, en conocimiento…”

He estado a punto de transcribírselo completo o de enviárselo desde algún enlace, pero he juzgado que sería demasiado largo, que tal vez no lo leerían, o que tal vez se aburrirían por considerarlo una antigualla. Es igual, me he dicho, basta con que se lo recite en voz alta bajo el velux abierto y la brisa de la tarde, mirando a los dos picos lejanos. No es necesario, me he autoconvencido finalmente, pues el poeta habla de algo que ya todo el mundo sabe. El poeta solo lo recuerda. Y luego algunos pesados lo repetimos insistentemente. Por mero placer. Solo por escucharlo. Sus palabras.


23/07/24

Entretenido a primera hora en preparar una cazuela de seis raciones generosas (táper redondo de los chinorris), no he tenido tiempo para más. Porque después del café he pasado por donde el socio y se había pirado. Eso que me había insistido mucho en que comprara el desatascador manual: no ha tenido cojones ni de achicar medio libro de agua y allí he tenido que emplear yo media hora.

Mal rollo, he pensado.  Y el resto de la mañana se me ha ido en dar aviso a la gestoría para que llamasen al fonta del seguro; en comprar un producto que dice que es muy efectivo y potente, pero que hay que esperar hasta mañana hasta que obre efecto, y finalmente empujar con agua hirviendo; de remate, he quedado pendiente de una llamada de los del seguro que no se ha producido hasta media tarde. Que mañana vienen. Y que me llamarán. El problema es si no se inundará la cocina esta noche…

En fin, como veis, amiguetes, he pasado el día entretenidísimo. Excepto un colacao por la tarde con mi amigo RB, el médico historiador, la preocupación no me ha dejado concentrarme. Y a esto me dedico. Con mucha mala leche y echando cagatos cada dos por tres.

Conclusión: Leer, cero. Bici, mierda. Escribir, mínimo. Follar, nada.


22/07/24

Entre el melón y la sandía, que no los dejó pasar, al final me levanto media docena de veces por la noche al meódromo. Pensé que por la mañana no iba a poder con el alma, pero sorprendentemente mi cuerpo se sentía engrasado. Con lo cual, a las once he salido a cabalgar. El exceso de temperatura lo compensaba una brisa agradable que no ha parado en todo el viaje.

Regreso subiendo por la tachuela de Vallejo y disfruto comprobando que mis piernas carburan al tran tran y el pecho responde. Hay una vegetación exuberante y lujuriosa en todo ese trayecto, de un verde brillante y plástico como una pintura. Y lo aprecio mejor porque me lo permite mi respiración regular, pletórica. Esto es vida, me digo. Aprieto los riñones en la bajada, nada más dejar a la izquierda la iglesia cada día más decrépita (¡Qué pena! En otra ocasión me detendré) y meto ritmo con un viento suavín casi hasta Aguilar.  Redondo.

Tenía que salir a unos recadillos pero me encuentro y me paro con RB a tomar un café. Ya sé que con él siempre se alarga más de la cuenta, pero se mete en asuntos de historia (que domina bastante) y a mí también me va el rollo y el contraste de opiniones. Total, más de las seis. Me llevan los demonios cuando vuelvo a casa, pero me pasa como a los que la gozan por la noche sin acordarse de que al día siguiente tendrán que levantarse. Mientras uno disfruta, quién piensa en mañana. En casa me pongo al lío con cierta prisa. No me arrepiento, claro está.

A medio camino de la ruta mañanera, tremendo revuelo de cigüeñas según paso junto a una finca en la que un tractor siega la hierba. A que había más de una docena de bichos… A veces también son grajos. Y no existen hechos que mi imaginación fantasiosa no traduzca a su manera y a su favor. Como en la literatura clásica, es importante que estén a derecha o izquierda. Y, por supuesto, simbolizan la vida y la muerte respectivamente. Peliculero. Me digo.


21/07/24

No tocaba salir al carril, pero había descansado estupendamente y me he decidido casi a las cinco. Un norte de miedo, bastante fresco. Tendría que haberme puesto camiseta para que mañana no se me tape la napia y se me caiga la moquita. Pero la he gozado al volver, claro. Sin sudar. Bien.

La pastillita de magnesio-potasio se conoce día a día. De momento, ni un calambre ni un tirón. Y el cuerpo relajado y recuperado. Es lo más importante. Quizá me sentía en forma porque ayer vi una película maravillosa y en cuanto entré en el sobre me quedé frito. Una francesa, titulada “París, distrito 13”. Sobre relaciones de pareja, moderna de contenido y con gran sutileza en el análisis de los personajes. Por eso la aguanté bien.

Estos días de tantísimo calor, encerrado a oscuras y tumbado a ratos en el sofá de la sala, me da por pinchar algún cedé de música clásica. Parece que sin ver nada se oye y se aprecia y se entiende mejor esa música. Alguno de los conciertos de Brandemburgo, de Bach, y la sinfonía 4 de Beethoven… También los elijo al azar, palpando a tientas en las baldas donde los guardo.

Y, del mismo modo, también voy avanzando en la parte final de la obra poética de C. Alcorta. Por puro interés de conocer cómo ha evolucionado en los cuarenta años que han pasado desde que le conocí. Una obra considerable, para tratarse de poesía. Me he centrado en los últimos cuatro libros. Exige lectura despaciosa. Fondo meditativo y casi filosófico. Pero no hay prisa. Una poética muy culta. Pocos pueden apreciarlo y tener tiempo como yo para disfrutar unos pocos poemas y dejarlo hasta el día siguiente.

Me observo a mí mismo extrañado. Pienso: Cómo se puede tener una vida tan intensa sin vivir realmente nada interesante… Y me jode reconocer que ya no tengo mucho que ofrecer a nadie… Apenas nada que compartir. Un desierto por dentro. Y nadie acompañaría a nadie a cruzar un desierto.  Qué friki. Yo.

20/07/24

A las once era más la impresión de los veinticinco grados que el calor real, atenuado por una pequeña brisa cuya compañía me ha llevado hasta Barru y me ha traído con gran comodidad. Mucho mejor que ayer, desde luego. Tendré que sopesar día a día este clima tan irregular y adaptar mis rutinas con mayor flexibilidad. La cuestión es poder salir regularmente.

No obstante, después de comer he cerrado los ojos diez minutos y me he despertado con dolor de cabeza y sensación de bochornazo. Creo que esta tarde va a descargar algo de agua.  Lo noto también en la piel sudorosa y en el brillo del bigote. Por eso he regresado enseguida del minitur del café y he recogido la ropa. Hoy estaba la luz a un precio casi irrisorio.

Estoy disfrutando al máximo el libro de don Luis Mateo, pero necesito leerlo a trozos más o menos cortos y paladearlo con fruición. Cuando la literatura ya se sostiene solo en la palabra… Eso es un clásico. Eso es LMD. Cuenta en un capitulillo la historia de un lobo que convivía con unos convalecientes en una clínica de reposo, que basta para amar la literatura.

Vuelvo a estar recluido en las sombras para que no penetre el calor en casa. Tan solo un par de ranuras de la persiana, suficientes para distinguir el contorno inmediato y no ir a tientas. Es curioso que también hoy note mayor temperatura dentro: lo dicho, espero tormenta.

Pero exterior, por fortuna. Por dentro, me hallo quieto, manso. No puedo decir que sereno ni tampoco intranquilo. He tenido un sueño extraño al amanecer, en el que me hundía en una ciénaga como la boca de un pozo. Iba a dejarme pero me he rebelado y cuando me he puesto frenéticamente a bracear… he notado que hacía pie. He sentido la dureza de una base de piedra. Y después no recuerdo más. No me rendiré. “Tolle, lege” (Ponte a leer) es otra forma de decir “Galle, cane” (Gallo, canta).

Una inmensa media sandía que viene con la fruta de hoy me levanta el ánimo. Hinco la boca en la pulpa de un extremo como si se tratase de la sangre de la vida. Se me agolpan las sensaciones y viene a mi memoria una imagen en que los chicos se quejaban de sed durante un viaje de vacaciones. Ella paró el coche de inmediato en no sé qué lugar y volvió al instante con una gran sandía, roja, fresca y tentadora.  Y aún guardo vivamente mi deseo de hembra por ella en aquel instante, junto con la ternura hacia la madre que alimentaba a sus cachorros. Y creo que se lo dije a los dos golosones: “Solucionado, eh?” 


19/07/24

Mucho más caluroso que ayer. O sea, que de bici nada de nada. Podría haber salido sobre las nueve y media (único momento del día), pero me he entretenido con la pota y luego enseñando a la morita que atiende al socio a planchar una camisa. En fin, ni he podido pasar por la tertulia.

La única defensa es tener todo trincado a oscuras. Sin dejar que filtre ni un mínimo rayo de las ascuas de fuera. Gracias a eso, los treinta y dos de la calle se convierten dentro del chigre en veintiséis. Soportables.

Es curioso que sean las flores de mi plantío en la buharda las que se muestran más rozagantes cuanto más las sacude el solazo (y mis riegos constantes). La “euphorbia” o “corona de Cristo” estira su tallo tronco casi metro y medio. Siempre he pensado para mí que esta flor me la dejó Ella por el valor simbólico del nombre, pero puede que solo sea mi fantasía. Lo cierto es que sus tallos espinosos aúnan el doble significado de la palabra “pasión”, en cuanto adoración y en cuanto sufrimiento. Así es realmente.

Después de comer, pensaba yo en un pequeño paseíto… Nada, busco la plaza porque los soportales son el mejor ventilador de Aguilar, por ese tiro de aire que se pasea cortante de lado a lado. Pero no, hoy no. Me he tomado el café con hielo y ya sudaba en la terraza.

A casita. Aquí sí he conseguido mantener los veintiséis grados, que para hoy está muy bien. Aunque mejor estaría en mi casulario del Piña. ¡Cómo se tiene que descansar en la habitación de abajo! ¡Qué siesta más buena!

En la sala, despatarrado a oscuras, echo un rato en la cadena DKiss, donde suelen poner crímenes basados en hechos reales. Para que no se me haga la tarde muy tediosa y no adormilarme, es lo mejor.

En fin, que no pienso abrir un solo velux hasta la noche y eso si sale un poco de norte. Para leer, ni siquiera en la habitación del Chico, sino abajo en la sala, con un mínimo entreabierta la persiana y el ebuc que adapta la luz automáticamente. Hoy tiene que ser así. Tres horas por delante. Como un gusano bajo tierra. Pero es lo que hay en este momento. Disfruta.


18/07/24

Todo el día es un fuego. No encuentro posibilidad de salir ni me conviene tampoco forzar las ancas. Quietos en la buhardilla, que he mantenido cerrada a cal y canto hasta la hora de piticlinear. Veinticinco grados, no está nada mal. En la calle, treinta. En realidad, a partir de las ocho sería la hora buena de salida con o sin bici, porque vira el viento a cierzo. Pero es ya muy tarde para mí. A la labor sin despistarme. Mañana, burra, sin falta.

Ya este mes no voy a poder ir a Santa, pues estarán los chicos los dos findes siguientes. Me apetecería por la temperatura mucho más suave, con paseos y brisa marina a media mañana. En fin, irán ellos a ventilar la casa y las palomas de la terraza. Tenemos que abrirla para que no se nos meta la humedad y para que se vea que tiene dueño. Después de la semana cultural de Piña, iré unos días a ocuparla. También me gusta aquello. Los recorridos con la plegable y los altos en mis cafés preferidos, la mochilita a la espalda con el ebuc y el bloc de notas. También disfruto, sí señor.

Hacía tiempo que no me sentaba con RB, amigo médico, y hoy ya me parecía no sé qué rehusar la invitación. Nos hemos tomado un café espaciado y de mucha charla en la terraza del Valen. Así que no he dado ni el paseo mínimo al perímetro. Sin embargo, se está bien en esa sombra. Y R. es un tipo ameno, muy parlón también, polifacético de saberes. De vuelta en casa, leo.


17/07/24

No me parece ni medio normal que a estas horas de final de la tarde haya treinta y dos grados con viento sur. ¿Esto en Aguilar? Es una evidencia que el mundo se está quemando. Que hay que subir a la costa norte como único refugio respirable. Que el sol es una bomba de hidrógeno que se apagará algún día, pero que se está acelerando el achicharramiento colectivo de la humanidad. Hemos jodido el mundo porque somos unos gilipollas.

No obstante, he podido tirar con la bici para arriba con veintiocho grados y el aire hirviendo en la cara, sin mayores problemas. Me hidrato mucho por la mañana y además me bebo la botella entera de electrolitos. Sudo en exceso pero no desfallezco, o sea, que con más fresco podría aligerar muchísimo la marcha en cincuenta kilómetros. Me siento bien de pecho y de patas, sin perder el resuello en el camino ni continuar jadeante hasta la hora de dormir (y más) como me pasaba antaño. Ahora han cambiado las circunstancias. Cuando me peso, es increíble que casi se pierda kilo y medio en el camino. Enseguida se repone.

Prueba de que me sienta muy bien la marcha es que cuando me siento desde las seis en la buharda no acuso cansancio ninguno. Aquí arriba mantengo las persianas exteriores bien cerradas y veinticinco grados aguantables. Ahora bien, hacia las doce de la noche me caeré de sueño. Ya me he acostumbrado a este régimen.

Voy pegando tirones al penúltimo de don Luis Mateo y espero comenzar pronto el último de cara a una posible charleta de radio. Antes, no obstante, ya tengo leído el último de don Luis Landero y este va a ser simpático en la conversación, estoy convencido. Todo se lo debo al tiempo regalado de la cocina, que me viene de maravilla. La única cosa que no domino bien es que a la cena tengo más hambre que un lobo y debería cerrar un poco antes la boca. Pero no me aguanto. Con dos kilos menos en la bici… una centella.

Deriva mi siempre inquieta curiosidad y hoy busco en la red qué es eso de la frecuencia “Solfeggio” de 528 hz. Escucho un rato. Algún cantante de interés, pero no consigo enganchar con una música tan meditativa. De paso, me encuentro con algo similar pero más llevadero para mi gusto como es el Mike Oldfield, Onmadawn. Una garantía de siempre.

Antes de ponerme a leer doy de beber a las plantas, últimamente con mayor frecuencia. Al menos tres veces por semana. Se conservan de milagro a pesar de este aire calcinante. Se estiran hacia la luz y el cristal del velux y tal vez quieran decirme algo. Enhiestas. Vivas.


16/07/24

Hoy he descansado en condiciones, la verdad. Ya podían ser todos los días así. La Chiqui se había comprometido a servirme la comida, así que me he desentendido y he disfrutado la tertulia. Cuando he vuelto a casa he tomado un vermú a propuesta de la hija, cosa rarísima en mí. No me peta porque no me sienta, pero este es bastante bueno. Lo sé de veces anteriores. Aperitivo mano a mano en casa. Un brindis. Por el nuevo amor. De quien lo estrene. El mío es antiguo y sin esperanza.

Ya preocupado, me dice la Chiqui que tranquilo, que la comida la ha surtido la tía M. y cuando la hemos recogido en el bajo eran dos medias fanegas al ras. Primero y segundo para unos cuantos días. A pachas. Extraordinario. De postre, helado, o sea, unos bombones que hacía tiempo que no probaba y que habíamos comprado ayer. Como cuando estaba Aquella. Me ha hecho ilusión y me han sabido a gloria bendita. Por Ella.

Tanta tragadera ya iba pesando en el buche. A las cuatro, cuando la Chiqui ha salido para León, he cogido la burra por las orejas y he pegado un arreón hasta Barru. Buena temperatura y algo de sur. Perfecto. Me he breado un poquito. Estos días que vienen buenos seguiré dándole.

Reservo en Dueñas la pernocta para JH/AdlG del día de la presentación del “Bicho”. Me confirman que estarán en Piña. Les hace ilusión, que lo sé. Y a mí. Entre JLC y JH me cubrirán los flancos durante este segundo encuentro. No quiero pensar en lo que voy a decir hasta unos días antes. Ya no son las circunstancias de hace dos años. Pero la pasión, intacta.


15/07/24

El finde, en Piña. Ya quedó avisado. Un día quiere el obrero… La pasé fenomenal. El condumio de mediodía, de restorán en casa Adela (sábado y domingo); y la merienda-cena del sábado, pantagruélica, en el patio-merendero de Gómez (el homenajeado). Embuchando a degüello. Una cosa desaforada. Y bebiendo, por supuesto. Y celebrando la vida a borbollones. Patena. Además, en este caso, en mi caso particular, sin abandonar el Ribera de JC, que cuanto más lo bebo más me convenzo de que es la única manera de respetarme el estómago y la cabeza sin resquicio de resaca. Es tan bueno que es milagroso. Así, como lo digo. Y creo que, este viaje, de una cosecha patanegra. Joder, qué maravilla, tú.

Lo único, que algo me cogió la gola el cabrón del hielo con un par de tónicas que interferí, por hacer un alto de refresco. Me rasparon en el gargavero y hasta el presente no he podido aclarar la voz. Pero todo correcto.

El domingo, claro, no estábamos bien dormidos, así que pegamos una cabezadilla después de comer donde Jose, los dos en sendos extremos del sofá, como dos auténticos “puttis”. Yo, no sé, pero Jose runfaba un poco a ratos. Me desperté a la media hora y me despedí para llegar a tiempo aquí y ver el partido. Porque dijon: “Habrá que verlo”. Y ganamos y cantamos un par de veces el alirón diciendo: “¡Aaa-ti-laaa-no!” (Ya explicaré más adelante esta interjección... Que también tie miga).

En el día de hoy mismo, a seguido de la tertulia, dos cátedros y compañeros de insti que remataron en los Madriles y suelen volver porque son de la zona durante unos días del ferragosto, me citan para que les firme mi “Bicho”. Con sumo gusto. Y con gran debate filológico sobre dos palabras que salen al azar y ocupan la platicada. Tengo que acudir para que me despierte la memoria mi amigo Jose y le pregunto por guasap el término en nuestra zona para referirse al hijo que de un matrimonio anterior aporta alguien a uno posterior. Dice, hijo “andado”, como en esta otra zona dicen hijo “caricarillo”. Tiene su miga filológica, no es de este momento y lugar. Pero todo muy correcto.

….

Después, a media mañana, regresa mi Chiqui de vacaciones, morena y guapetona como una gitana de julioromerodetorres. La encuentro feliz, radiante, con un fulgor de ojos ardiendo… ¿Será el fuego amoroso de la vida? Me malicio que sí. Suya es por conquistar. Venga. Dale.

También me llama por la tarde JMG, teniente alcalde de mi queridísimo pueblo, y quedamos en que la presentación oficial del “Bicho”, finalmente, sea allí, en esa recoleta maravilla que es la plaza del san Pedro, el jueves ocho de agosto a las ocho de la tarde. ¡Quién lo iba a decir! Que aquel adolescente que fumaba un “Tres carabelas” insomne y asomado a la ventana en el conticinio del sofocante verano, oyendo solo el rumor de la fuente y elevando sus extraños pensamientos tal vez demasiado alto, justamente en esa misma plazoleta, ese mismo cernícalo o gavilucho vería al correr de los años a sus paisanos sentados en sillas, de atardecida, a la espera de oír aquellos extraños pensamientos… Pero ahora de viva voz. Hechos ficción. Palabra. Clara. Escrita. No se puede pedir más. Lo resume una palabra. Alegría. ¿Paquémás?


12/07/24

Ha cambiado a norte, como hay Dios. Lo noto en el bris nada más levantarme y abrir las ventanas. No va a ser posible salir e, incluso, me conviene descansar las patas porque llevo unos cuantos días seguidos dándole al pedal. Además, a media mañana tengo el compromiso con la radio. Después de la tertulia.

Tratando con artistas, me t algún incidente, porque conozco el paño. En previsión de ello, ayer mismo le envié al invitado el último guas recordándole que hoy era el día de marras. Y la hora exacta. Total, que a las once cuarenta clavadas, conmigo sentado con las orejeras puestas y el material preparado sobre la mesa, Obel llama al escritor desde el control… Y que el amigo no contesta.

Vaya, gruño dentro de mí. Mientras, noto que Obel se siente un poquito nervioso y preocupado y repite varias veces más las llamadas. Nadie al otro lado. Han pasado diez minutos en los que intento esbozar una presentación general. Entonces le planteo a la cabina que en cualquier caso vamos a entrar en materia y si responde lo incorporamos, y si no lo resolveré yo solo. No queda más remedio que echarle pecho y salir adelante.

Buen estreno de sección en "El rincón de los libros", gruño para mí con algún cagato en susurros. De pronto, eureka, Liobel levanta los brazos y dice que ya lo tenemos al otro lado del hilo. No hacemos más comentario y lo encajamos al curso de mi charleta de la forma más natural posible. A partir de aquí ha sido (pienso) una delicia escucharle al escritor, porque también nos han concedido a mayores los diez minutos que habíamos perdido al inicio.

En fin, he quedado contento para ser la primera prueba, porque he visto las posibilidades del formato y se han comentado las cuatro claves para mover a la lectura de este emotivo “Vagalume”, de Julio Llamazares. Diré como anécdota que el hombre estaba con un catarro que le ha torturado durante toda la entrevista. En definitiva, me ha dado juego y he conseguido no ser demasiado prolijo en mis intervenciones. Estupendo. Como está grabado, lo he podido comprobar después.

El Chico ha estado a su trabajo telemático y a las tres ha bajado a comer. El táper de alubias con costilla que le tenía reservado, digno de un rey, le ha encantado.

Por la tarde he dado un paseíto al pueblo y he rematado con unas compras. Nada más. Pura rutina. Quizá no me hace falta a diario mucho más… A diario, repito. Tengo todo, absolutamente todo lo que necesito… Menos algo… Esto quizá no lo tenga más.

Y cuando he regresado a casa, el Chaval me dice que marcha para el pueblo de la novia y ya no nos veremos hasta dentro de tres semanas porque hará un viaje a EE.UU. Me digo que es su vida y me alegra saber que la aprovecha con orden y madurez. Adelante, le digo, cuando le despido con un par de besos. Aquí estoy, le digo al cerrar la puerta. Llámame. Subo a la buharda y cerrando los ojos expongo la cara al sol tibio de la tarde. Me siento despacio ante el ordenador. Por delante de mis hijos, nada ni nadie, reflexiono. Pero tú eres mi pasión y mi labor y mi vida: Literatura.


11/07/24

Me levanto pensando en felicitar a mi amigo JG. En el foro del Guasap que tenemos los quintos piñeros doy la salida y luego ya viene todo en cadena. Me gusta este grupo, aunque solo se active en los cumpleaños. Respecto a JG, ya lo dije ayer: me alegra mucho haber conservado su amistad toda una vida. Estas relaciones que se basan en la raíz, nacidas en la infancia, suelen ser muy fraternales y duraderas hasta el final. Eso me emociona. Larga vida y merecida jubilación para un gran trabajador. Se lo ha ganado.

Ida y vuelta a Barru como un galgo. ¡Qué bien me encuentro! Tengo la misma impresión que el año pasado. En cuanto afine un poco y quite dos kilos, voy a carburar esta temporada. A ver si puede ser.

Sin embargo, lo que ha vuelto a martirizarme ha sido el dedo. Hasta la hora de comer no había notado molestias. Pero se conoce que todavía quedaba ahí algo y he tenido que volver a drenarlo. He quemado la punta de un alfiler y lo he metido con cuidado por el extremo de la uña y ha vuelto a supurar. Hasta que ha sangrado limpiamente. Vamos a verlo. Lo he desinfectado con alcohol y he vuelto a echar la crema. Y he pensado cuántas cosas tiene que hacer uno por su cuenta cuando te quedas solo. No hay más remedio. Antes lo dejaba en manos de Ella. En esto como en todo, tengo que arreglármelas. Espabila. 


10/07/24

¡Cómo ha mejorado lo de la uña, oyes! ¡Qué bien! La pomadita tres veces al día y listos. Un dolor insignificante a primera vista pero agudo puede paralizar toda tu actividad. Un dedo inservible puede ser una tragedia cuando es precisamente el encargado de la barra del espaciador… ¡Joder! No quiero ni pensar lo que sucedería si te falla eso… Gracias a Dios, está casi curado. El puto dedo de los cojones.

Mañana de tertulia desde las once hasta la hora de comer. Prolongada con Tt. porque ha salido de esta manera. Menos mal que tenía hecha la comida. Pero bien, porque compensa de vez en cuando cambiar impresiones sobre lo divino y humano.

Después de comer me he tirado al carrilillo, a las cuatro y algo. Ida y vuelta con sur, a bastante buen ritmo para estar en los comienzos de la burra fina.

Ducha y al tajo. Ocupo buena parte de la tarde echando una visual a la crítica sobre el libro que comentaremos el viernes en la radio. Creo que lo tengo cubicado. Y no es por presumir, pero tan profesional como lo que se encuentra por la red. El problema será ajustarnos a los veinte minutos, porque tanto el invitado como yo somos de palabra larga. A ver cómo lo hago. Ahí reside su intríngulis.

Ayer me llamó mi amigo JG, de Piña, invitándome a merendar allí este sábado. Mañana cumple sesenta y cinco. Ya venía jubilado, pero es la celebración oficial. Siempre es un motivo de alegría. Somos quintos. Nos hemos criado al lado. Hemos llegado en buenas condiciones hasta aquí. Por supuesto, me ha hecho ilusión y seguro que lo pasaremos de cine.

Y esta mañana me llama también mi amigo JLC. Me habla de lo mismo, pero quiere que vaya a comer a su casa. O sea, el sábado dos celebraciones. ¡Cómo no ponerse contento cuando son tus raíces las que te reclaman y tiran de ti para que vuelvas con cualquier motivo! El sábado nos vemos, amigos. Yo sé que habrá risas y buen vino. (Y una pausa en la pena). Lo mejor del mundo, chico. Capitán general.


09/07/24

Tristón, el día, mustio, a ratos con un semblante sombrío que amenazaba agua. Total, na de na. A fin de tarde ha descargado cuatro gotas y se ha aclarado el cielo. Temperatura inmejorable para salir en bici a estas horas. Solo que ya no hay tiempo. A las nueve, partido. Dice habrá que verlo.

Ni deporte ni apenas nada más, porque me he levantado con el dedo gordo de la mano derecha como una longaniza. Ya venía doliéndome y no sé si lo habré dejado demasiado. Tenía pinta de uñero y eso suele curarse solo en un par de días. Pero se me debe de haber infectado y me hacía ver las estrellas con solo rozarme. Por supuesto, casi ni manejar la mano correspondiente ni coger cualquier cacharro. He decidido ir al médico y me ha aconsejado una manicura que me cortase bien la uña desde su raíz, donde probablemente se había clavado en la carne.

Efectivamente, he recordado a una chavalita esteticién que tuve en clase y me he presentado allí a la una y media, entre unas cosas y otras. Oye, de perlas. Porque, en efecto, tenía una bolsita de pus que no se percibía muy bien desde fuera y me lo ha drenado, recortado con el utensilio idóneo y me ha recomendado una pomada con un poquito de antibiótico. Chachi: en un par de horas se había rebajado en buena medida el dolor y ahora mismo pienso que mañana estaré como nuevo. Y además me ha dicho que anda anda, que no le debía nada… Joder, si no lo veo no lo creo. Cuánto bien le pueden hacer a uno sin apenas darle importancia. Yo que pensaba que tendrían que amputarme el dedo para salvar la mano… O que probablemente ya no podría volver a escribir… O que se me cangrenaría el brazo entero y terminarían por cortármelo a la altura del codo. (Yo no digo “gangrena”, que suena más moderno; a mí me gusta el arcaísmo de las palabras esguevanas y esguevadas).

Con una mejoría evidente, ya he podido leer y trabajar un rato esta media tarde. La desgracia no me impide para nada. Primero me ha llamado el dentista y ha terminado de colocarme una corona. Después, como me he puesto de muy buen humor, he conseguido actualizar algunos detallines de la página de mi blog. Luego, partido. Dice habrá que verlo.

Salgo a rematar unas compras ahora que no hay problema para traer las bolsas cargadas. Compro una de patatas fritas grandona y dos tabletas de chocolate. Para luego. De todas formas, tengo que aprovechar media barra de pan duro. Hoy, sopas de ajo. Después, el partido. Voy a tragar más de la cuenta mientras lo miro sin atención. En fin, habrá que verlo.


08/07/24

Calorina insoportable, cercana a treinta grados ahora, a más de las siete de la tarde. Era previsible y hoy he salido con la burrilla a las once de la mañana. Hasta Barru, con un sur que a la vuelta me ha quebrantado. Nada que ver con el mismo camino que hice ayer, a media tarde, y que me llevó y me trajo en volandas. O sea, de un día a otro cambian las circunstancias y si ayer regresaba como un miura, a cuarenta y tantos, hoy no podía con el alma.

Eso sí, salgo al súper a las cinco y me encuentro por el camino al socio que me cuenta que va a ver la ermita de san Cristóbal en lo alto de la loma. O sea, a dos kilómetros por carretera, con una cuesta prolongada y a veintiocho grados que marca en mi móvil. Para matarle. Le insisto que debería dejarlo para intentarlo con la fresca. Pero dice que hace un poco de aire, hombre. Y que va con la visera, hombre. Pues haz lo que te salga de los cojones, hombre. Le digo.

Magnífico el artículo de JH en el DM de esta mañana. Sobre la anunciada muerte de José Antonio Abella. También sobre su valiente despedida. Nadie mejor que Jesús Herrán ha sabido conjugar al extraordinario editor y al amigo excelente del fallecido escritor. Desde finales del veintiuno, cuando se le destapó la enfermedad, y sobremanera en sus momentos finales.

JH lo cuenta con ese arte mágico de las palabras que nacen del corazón. Se le caen las lágrimas a uno cuando nos revela que Abella ha producido en poco más de dos años de su enfermedad tres libros publicados, más otros tres para futura imprenta. A Valnera le deja dos publicaciones póstumas. El propio editor me confió el testimonio del escritor ya herido irremediable de muerte y, sin embargo, capaz de aguantar sesiones de doce horas diarias escribiendo. Un titán de la literatura en lucha mortal contra su propio cuerpo también de carne mortal arrasada. Un ejemplo.


07/07/24

¡Viva san Fermín, que es muy chiquitín! Lo repetí cincuenta veces porque a mí mismo me hacía una gracia tremenda cuando lo vimos por primera vez en aquella hornacina pamplonica… Parecía un moñaco, un poca cosa, un tío de bolsillo. Pero a mi L. le parecía que me ponía muy pesadito (¡Qué pesado te pones, chico!) y me devolvía cada vez peores caras cuando repetía una vez más la cantinela: ¡Viva san Fermín, que es muy pequeñín!

Hoy me vienen muchas estampas a la memoria de aquellas visitas felices (todavía): con la Chiqui durante la preparación en la academia, con L. al hospital con la esperanza última y, sin embargo, intacta. Son imágenes no especialmente vistosas en lo monumental o lo artístico (no tuvimos tiempo para eso), sino de una ciudad moderna y con mucho ambiente. Todo ello entrevisto con los ojos velados de preocupación y miedo.

Por eso, una gran tristeza le sigue a mi evocación en cuanto bajo la guardia. Me remiten al hotel Andia, en las dos visitas últimas. Derrotados por la imparable enfermedad. Aquel reloj inmenso en la cafetería, como un dios antiguo, severo e implacable. Todavía guardo algunos frasquitos de champú y gel con el nombre de aquel tranquilo reducto en el que ocultamos nuestro silencio poco antes del final.

Vuelvo a ver por la tele las imágenes de las calles que recorrí varias veces. Me dejan indiferente. Porque, en realidad, somos víctimas del toro traicionero que nos embistió y se llevó la vida. Me callo.


06/07/24

Salgo después de comer a un paseo cortísimo. Con la máquina fina. Hasta Villallano. Puro vicio de rodar ya de una vez en serio. En balde. Porque sé que el airón que hace no deja dar dos pasos con ritmo. Casi le descabalga a uno si se descuida.  Bueno, es por probar, por estirar, por airearme (nunca mejor dicho). Además, el día ha variado mucho de temperatura respecto a los anteriores. Fresco, incluso. Mañana se verá.

Ayer me avisa JH, el editor, hacia el final del partido. Acababa de morir José Antonio Abella… Ya he dejado constancia de algo de eso en estos papeles… De su talento, de su persona y circunstancias, comencé a saber más o menos por la época en que murió mi L. Desde entonces mantuvimos una relación esporádica de trato amable por el vínculo de la editorial en que publicamos y por mi mucha admiración hacia él desde que lo conocí. Su mujer me mostró en esos primeros momentos de la muerte de L. una cariñosa, solidaria y discreta empatía. He leído media docena de libros de este autor y en todos ellos me ha parecido alguien de esa rara especie de los grandes que se refugian en una editorial de confianza y dejan al margen la repercusión de su valía en favor de una entrega entera a su arte. De esos hay varios en Ediciones Valnera. Y yo tengo la suerte de ser testigo y parte del proyecto. Afortunadamente.

Humanista: médico, escultor-pintor, escritor: Artista con mayúsculas. He sentido su muerte con tristeza. A pesar de que sabíamos que su cáncer era irremediable, mientras se mantiene la actividad pública da la impresión de que no sucede nada. De esto puedo dar fe. Pero JA ya no fue a la feria de Madrid y JH me destapó con claridad la situación real. Estaba esperando el desenlace y se iba despidiendo de sus amigos. Sabía (con cálculo preciso y fatal) que se iría en este comenzar de julio. Así me lo reiteró con más detalle JH el día que estuvimos en la Madrazo.

Le escuché una interesante charla en Burgos hace dos meses exactos, con motivo de aquella especial feria de editoriales en el Palacio de la Isla. Intercambiamos nuestros respectivos libros y nos los dedicamos mutuamente. Me prometió que si estaba bien de la voz se comprometía a una entrevista en Radio Aguilar. Por supuesto, al tanto de su grave situación desde la firma en Madrid, ni se me pasó por la cabeza. No ha podido ser pero me dejó esa esperanza. Y una dedicatoria de las que nunca pueden olvidarse en su libro “Cáncer imperator”. No revelaré esa intimidad. Pero sí diré que me removió por dentro. Nunca una dedicatoria fue tan esencial, tan humana, tan sincera. Adiós. Amigo.


05/06/24

Cae fuego. Esto no es normal en Aguilar a las siete de la tarde: treinta grados. En realidad, ya se me había puesto imposible para la bici fina, que pensaba sacar a media mañana (la he metido viento), y no me he atrevido. No me ha quedado más remedio que aguantar bajo cubierta y evitar incluso un paseo a pie. Luego ha salido en la tele lo del partido de fútbol del que todo el mundo dice que hay que verlo, o sea que aquí estamos aprovechando el rato de descanso. Y me temo que también será imposible a última hora de la tarde aunque haya luz. En estas condiciones, no. Y si la cosa se mantiene, es posible que huya a Santa en cuanto pueda. Es el único sitio de España que mantiene normalmente veintipocos grados.  El turismo se está subiendo al norte, lo dicen la tele y los papeles. Todavía allí se puede respirar.

Si estoy aquí el finde es porque van a venir los chicos. La Chiqui se irá mañana con sus tías de vacaciones a Cerdeña. Y el Chaval llegará huyendo del horno de Pucela a este otro de aquí, solo un poquito más leve. Así los nos juntamos al menos un día. De lo contrario, podría haberme acercado a la feria del libro de Santa. Ya veré cómo evoluciona la cosa. Creo que mañana tendré que salir pronto con la burra. Porque la cosa se va a repetir. Pero no estoy cansado y llevo muy bien la pretemporada. Por tanto, no quiero perder comba.

Después de comer tengo que solucionar un asunto con las inquilinas. Se les ha desprogramada el mando del garaje. Tengo el esquema y es sencillo. Llevan mucho tiempo ya y son formales. Yo creo que también cumplo.

También me contesta JL enviándome el teléfono para la entrevista del próximo viernes. A ver si sale airosa esta nueva experiencia. Me parece interesante. Leo bastante estos últimos días porque estoy descansado y estoy desahogado de tareas de casa. Estupendo.


04/07/24

Algo mejor con el Nasonex, pienso yo. El problema de su aplicación es encontrar el espacio de tiempo adecuado para que actúe preventivamente; por ejemplo, dos o tres semanas antes de la eclosión del polen. Lo que pasa es que este fenómeno no se produce en los últimos años al entrar en primavera, como sucedía antaño. Ahora mismo noto los síntomas de la rinitis y ya estamos en pleno verano, es decir, cuando ya no debería afectar tanto la concentración en el aire. Y, sin embargo, parece como que se ha retrasado con el cambio climático o dura más. Lo mantendré un par de semanas a ver qué tal. Algo alivia, ya digo.

Lo que no voy a hacer es dejar de andar con la burra por este motivo. Ni ponerme mascarilla ni hostias en vinagre. Siempre he tenido claro que esa vaina no me va a limitar las salidas. O sea, que he dormido bastante bien. Lo noto enseguida en cuanto me pongo a leer por la mañana y no se me cierran los ojos. Y en que se me levanta la máquina. La vida no deja de palpitar. Todavía.

Me he ventilado hoy mismo el último de Valnera, el de JC. Una delicia, como todo lo suyo. Jesús ha conseguido una novelita elegante, ligera, de una estructura circular muy bien calculada en el cierre de la intriga. Y, como siempre, con una extensión casi propia de novela corta. Si todos escribiésemos tan concisos, se podría leer la producción completa del año.

He leído ya cuatro desde que vine de la feria de Madrid. He tenido tiempo en parte porque he comenzado a tirar de existencias almacenadas en el congelador desde antes (y mucho antes en algunos casos) de fallecer Ella. Me he persuadido de que hay que tirar de paquetes que en su mayoría no soy capaz de adivinar lo que contienen hasta que se descongelan. Y me tengo que comer lo que todavía esté en buenas condiciones. Curiosamente, la mayor parte. Es en estas tareas donde sigue asaltándome su recuerdo. Con pesar. Precisamente porque lo que no quiero que se descongele es su recuerdo. Nunca he creído en la crionización de los cuerpos como consuelo. Pero sí creo que su alma sigue aquí. La tengo yo.


03/07/24

Bastante calor pero con aire de alivio. Aunque nada que ver con lo que debe de hacer de aquí para abajo. He tirado por lo de Cabria, a caer por caminos a la carretera que sale desde Grijera a la de Barruelo. Algunos parajes tan agrestes, aquí a unos kilómetros, que no me extraña que salgan los lobos de vez en cuando. Hoy se ha creado polémica en las redes con el asunto. A mí no creo que se atrevan a hincarme el diente a estas alturas, porque el pellejo ya está duro.

Me entretengo con un mix de canciones mientras me ducho y después ya me quedo colgado un buen rato. Me engancho al repertorio que te selecciona el yutu con las canciones de tu propio interés. De tanto repetirlas. Mis clásicos del pop hasta los setenta. También, el rock progresivo, más tardío. Pero hoy solo tenía cuerpo para lo ligero. Me ha salido hasta Dean Martin con la de “Sway”, que aquí se tradujo como “Quién será la que me quiera a mí”. Por supuesto, nunca me puede faltar tampoco Tom Jones “I’ll never fall in love again”, ni Aznavour, ni Triana, ni… Bueno, que lo he pasado de puta mea.

Por cierto, lo que nunca he conseguido rememorar son las canciones de niño en mi casa, cuando solo había una radio en la estufa. Algunos ratos estaba el socio sentado en el sofá isabelino sobre una funda requetesobada y creo haber escuchado allí a los Bravos, el “Black is black”. Pero nada más. Y es una pena, porque tampoco tengo memoria auditiva en situaciones reales, como por ejemplo en las dos fiestas de mi pueblo en las que actuaban unos músicos subidos a un remolque. Aunque en alguna ocasión conservo la escena fugaz de haber bebido jeriguay donde Florentino, viendo el montaje de una banda con batería, guitarras eléctricas y micrófonos. Estaba según se entraba al salón en el rincón de la derecha. Habían dicho que tocaba el novio de la María Consuelo de Quico, de eso sí que estoy seguro. Me imagino que sería para el baile de atardecida, y que cobraría la señora Rosa a la puerta con el vergajo colgado de la muñeca. Pero lo ordinario es que la música la cambiasen en el tocadiscos de la barra de bar en la sala de paso al salón. De eso se encargaba Vicente Chepa.

Ahora, de las canciones, incluso cuando empecé a bailar, no me acuerdo de ninguna. Hay que joderse. La primera que me dio baile fue la Blanqui. Pero yo todavía no tenía casi malicia. A mí lo que entonces me alucinaba era el carro de Elías cuando el baile era en la plaza, con el tentemozos recogido y echada la galga, y abatidas las varas contra la esquina de Vítor Silva. Venía protegido por un toldo y exponía sobre las tablas la mercancía de golosinas para los niños, incluidos los cigarros de anís y los petardos y las bombas cuando ya éramos mocitos de media braga.

Un poco separado del carro, por detrás, casi a la altura de la puerta del corral de Vítor, cabeceaba un macho trabado y con una cebadera colgada del pescuezo. Le estuve mirando un rato largo mientras jiñaba, un día que coincidió así, y no se me ha olvidado la montonera de cagajones que se preparó. Salían humeantes del culo del animal. Y enseguida la revolera de las moscas formando nube. Pura curiosidad. Pero ningún misterio, porque yo eso lo veía a todas horas en la cuadra de mi casa. Y lo extraño es que no había nada sucio en ello. Sino natural. Como mi corazón entonces. Puro.


02/07/24

Dedico un buen rato después de la bicicleta a investigar los niveles de polen en el ambiente. Lo vengo haciendo los últimos tiempos y para mí es parte de cuenta. No, no es obsesión. Me resulta muy útil saber, por ejemplo, que estos días el polen de las gramíneas está en niveles muy altos, además de que el del césped concretamente es mortífero para mí nariz. Es la razón por la que creo que estoy muy opilado por la noche y necesito levantarme para liberar la obstrucción de una o las dos fosas nasales al tiempo. He tenido que volver anoche a la butaca. Y allí, incorporado, he podido conciliar el sueño de nuevo. Y he concluido que debo repetir el antihistamínico una temporada para reforzar la protección. O sea, Nasonex. Aunque también es muy bueno el té verde entre los remedios naturales. Pero ¡qué pereza preparar y beber esa mierda!

Avanzo con la poesía completa de CA, el de Torre. Me pongo a ratos, cuando el ánimo está afilado para ello. No se puede en cualquier momento ni de seguido meterse setecientas páginas de poesía. Estoy con los cuatro últimos libros. Es poesía meditativa, del conocimiento, casi filosófica. Por eso requiere mucho aplomo. Y paciencia. Me trae algunos ratos clarividentes muy gozosos. Pero, ya digo, en pequeñas dosis. Esto de extraordinario, junto con avances a ratos de la última novela de JC, que ya va buena. Hay días que pierdo el hilo de las cosas que voy leyendo a la vez. De locura.

Nada más despertarme a las ocho, la alarma interior me avisa del asunto que había dejado pendiente antes de dormirme: hoy cumpliría mi padre noventa y cuatro años. Por tanto, podría estar vivo todavía aunque muy longevo. Pero ¿en qué condiciones se encontraría? Además, ¿viviría también mi madre? Por tanto, estuviera consciente o inconsciente, la gran pregunta es: ¿Le merecería la pena a él seguir vivo?

Sin embargo, nuestra memoria se obstina en mantenerlo presente. Su voz suave y su mirada mansa se interponen de vez en cuando en nuestros asuntos y en nuestras conversaciones. Hablo en plural, claro, porque incluyo a mi hermano Mon. Me pone un guas esta mañana, también de recordatorio. Las virtudes personales, quedan para nosotros, guardadas y compartidas en nuestra intimidad de hijos. Por lo demás, como la mayoría de los padres, se portó bien. Dio ejemplo.


01/07/24

A pesar de la noche interrumpida, el descanso de patas del finde se ha notado y he podido pedalear ligero. Hora y cuarto. A buen paso, repito. Me basta con eso. Voy a sumar trescientos kilómetros de pretemporada lo cual significa que bien pronto podré cambiar la burra por la yegua.

En algún sitio ya conté haber leído que prácticamente hasta el siglo diecinueve era normal dividir la noche en dos partes y durante el paréntesis aprovechar el tiempo en alguna tarea. Anoche, fue también así. De cuatro y media a seis he aprovechado para leer dormitando a ratos en el sofá. Después he vuelto al catre hasta las ocho. Pienso también que me está afectando la alergia al polen de la temporada. Me reseca la mucosa. Paciencia. La cosa es que durante el día no me siento fatigado ni perezoso para las tareas, o sea, que no me influye en exceso.

Digo con frecuencia (y porfío) que mi gran consuelo son los libros. Es tan cierto como que son mis genuinos interlocutores diarios. También creo repetir que en una viñeta de Máximo muy antigua, en EP, que en su día recorté y la tengo pegada a la entrada de mi estudio y al comienzo de mi propia biblioteca, un dibujo esquemático del típico intelectual sobre el fondo de una biblioteca declara lo siguiente: “Compro libros y libros como si me asegurasen tiempo infinito para leerlos”. Es una verdad palmaria, inconcusa. Y para mí, una auténtica premonición.

Lo que tiene más gracia es que una lectora cercana a la familia me manda hoy un guas en el que se ve una mano que sostiene mi “Bicho” en un paraje con fondo de río caudaloso. Es decir, que yo sea el interlocutor de otros desde mi propia escritura es algo a lo que todavía no termino de acostumbrarme. Recuerdo también que alguien me dijo en la feria que leer mi libro era como estar conmigo… ¿También los setenta y cinco lectores que me han visitado ayer en el blog es una forma de compañía? ¿Qué buscan?, me pregunto a veces.

Por todo ello (por lo que la literatura me aporta, que es tanto como decir que me salva la vida), hay ratos en que soy feliz descubriendo a algún escritor que me fascina. Por ejemplo, a MV. Ya cercano a los noventa, lo busqué vanamente a sabiendas en las páginas de la feria… De todos modos, compré su último libro. Y lo hice por error, por despiste, como si lo tuviera grabado en el subconsciente y en determinado momento afloró: lo cogí del expositor de una caseta porque se encontraba colocado junto a otro que era el que tenía intención de presentar a la firma del autor realmente elegido, LMD. Así que tuve que quedarme los dos. Por tanto, ¿es cierto o no que los libros vienen a buscarnos con una promesa de lectura posterior, o de tiempo infinito?

Pues bien, he pasado un rato buenísimo leyendo la entrevista que le hacen a este que digo, MV, en el último cultural de ABC. Ocurrente y muy original, certero y sabio, me han sorprendido sin término sus opiniones sobre los viajes, sobre la comida, sobre sus lecturas y, ante todo, sobre el oficio de escribir. Cuya mayor perla ha sido que “el escritor profesional es aquel que las cosas se le ocurren cuando se sienta a trabajar”. Hay que ser muy grande para llegar a una conclusión semejante. El resto, son escritores “de domingo”. Por mi parte, algo sé ya del oficio después de aguantar martilleando en este diario (o sea, prácticamente a diario) desde el año dieciséis. Y la mayor parte de todos esos miles de días, con toda honestidad, yo tampoco sabía ni siquiera sospechaba por asomo de qué cojones iba a hablar. El milagro de esta pasión es que basta que acaricies la piel del texto con ternura y pasión verdadera, para que las palabras acudan a los dedos.

Hacia el año dos mil, acudimos Ella, el Niño y Servidor a una boda en el pueblo de Minglanilla, provincia de Cuenca en la raya con Valencia. La novia era una periodista amiga de residencia universitaria en Madrid. Pasamos un par de días en su casa. Después continuamos hasta completar la semana en Valencia, donde naturalmente probamos la gastronomía y las arenas de la playa de la Malvarrosa.

Yo busqué por las inmediaciones obstinadamente algún libro de M. Vicent. No di con un par de ellos hasta tiempo después y tampoco ha sido un escritor del que haya leído más que eso. Pero su grandeza panteísta y epicúrea a la vez me ha ganado paladeando sus columnas en el diario EP. Una a la semana, los domingos. Lo tengo como un maestro de vida, como un amigo e interlocutor apreciadísimo.

Regresamos de aquel maravilloso viaje levantino con promesas futuras a los recién casados de reencontrarnos en algún momento. Que yo sepa, nuestra comunicación se perdió por la distancia o por la desidia, pero en ningún caso por habernos dejado de apreciar con aquella pareja. Así es la vida. Que yo sepa, Ella nunca volvió a contactar (o no me lo dijo). Yo sí volví a hablar con CE por teléfono una sola vez más. Me costó mucho localizarla pero debía hacerlo. Fue para avisarle de La Muerte. Veintidós años después. La conversación fue incómoda. Escueta.


30/06/24

Ya pasó medio año. ¡Qué rápido! ¿Todo el mundo tiene esta sensación o la sienten más los enclaustrados en el silencio de sus casas? Me fijo últimamente en gente solitaria de este pueblo que conozco de toda la vida. Observo que confluimos en determinados momentos y espacios. Alguien, a la puerta del poli, me dice que va a presenciar la final de futbito. Otro me dice al pasar por la plaza que la orquesta de despedida tiene muy buena pinta, que habrá que salir un rato a verla después de cenar. Con otros dos hago cola en el superexprés, malaseado el primero con una compra única de jamón york en envase de plástico, y el segundo que mira atónito sin saber lo que busca y que según me cruzo con él y nos saludamos noto que huele muy mal, a sudor empedernido… Después, en la solana, hay quien recuerda que luego hay partido de la selección… Habrá que verlo… Una amiga, también separada y solitaria, espera mientras la atienden en la churrería: Es que es superior a mis fuerzas, se excusa. Y estoy convencido de que se comería la rosca gigante de pura ansiedad.  El vacío se lleva muy malamente.

Por otro lado, el Chaval tenía festín hoy en Barru, en casa de la novia, así que salgo una hora a estirar las piernas después de comer. Caigo en la cuenta de que no hemos compartido mesa ni un solo día de estas fiestas, o por levantarse tarde o por comer fuera. No lo digo con resentimiento sino con sentimiento, porque entiendo que la vida es así. Ellos tienen la suya y yo la mía. Antes siempre había algo especial en los días señalados. Ahora, por mucho que nos empeñemos, hay que ceñirse a la precaria carta que yo manejo (o comemos fuera, que es lo más práctico). Es jodido probar el pan de la pena. Ese no hay cristo que lo multiplique.

Gracias a mi suerte, los libros me dan mucha compañía. ¿Qué se hace cuando en casa se siente uno encerrado con la puerta abierta, como un misántropo con agorafobia? ¿Por dónde huir sino por la ilimitada vida que nos ofrece el lenguaje?

He dormido muy mal, muy atascado de napia, y he tenido que levantarme. Un rato lo ocupo en el último de JC, que es breve y lo ventilaré en un pispás. Agradable, elegante, promete… Vuelvo al lecho. Y cuando he tenido que levantarme de segundas, ya no me ha quedado más remedio que pasar el tiempo con una presentación del escritor JL en youtube de una hora y nueve minutos. Sobre su último libro, el mismo que comentará conmigo dentro de dos semanas. Cuando he regresado de terceras a la cama, enseguida han dado las ocho. Arriba. No es que esto sea frecuente, pero jode. Cansa. Hoy, partidito con unas patatuelas (así me lo proponía Aquella en ocasiones, con mucha gracia). Habrá que verlo… Y al sobre.


29/06/24

Una vuelta por la plaza por ver el ambiente de fin de fiestas, porque no está el día para otra cosa que contemplar la melancólica mollizna, la lluvia fina o calabobos, salpicada sobre la cara que ofrecen los peñistas entre somnolienta y calamocana. Otro año más sin pena ni gloria. Así se van los días y así se irá el resto del calendario. Hasta que de repente, durante un instante de uno de esos años sin sustancia, uno cae en la cuenta de que se le ha pasado el arroz, es decir, su tiempo, su historia. Por eso también me parece propia la palabra sinónima y humorística “carabobos”. Tan gráfica o más, por lo menos en cuanto a profundidad del concepto.

Por mi parte, no puedo decir que haya superado esa etapa última de la experiencia existencial. Me da la impresión de que me encuentro en ella de lleno. Lo sé porque tengo muchos ratos de mirar hacia atrás, aunque no sea un pesimista ni mucho menos. Ni un depresivo ni un simple amargado o un prematuro  viejo gruñón.

Lo que a mí me protege es el calor de la palabra. Así paso los días más o menos ricamente. Hoy he dedicado bastante rato al periódico porque venía muy nutrido de cosas que me interesaban. No son para comentar aquí.

El galgo de mi Chico se ha levantado a media tarde. Un buen cocidaco para coger fuerzas y a por la última: ¡Viva san Juan y san Pedro! ¡Y san Pelayo en medio! Por mi parte, lo dicho. A través del velux, alzo los ojos al día grisáceo claro que se funde y confunde con la poca luz que le queda y contemplo esa agua escasa y escurridiza que traza filigranas en el cristal. No me detengo más en ello… La hipersensibilidad puede volverse contra mí y hacerme daño. Cambiar el chip de la cabeza. Forzar un clic.

Me digo que mi misión está aquí dentro, frente a esta partitura desplegada por la que corren mis dedos nerviosos, en el interior de ese blanco purísimo y eterno de la página que se perfila en el ordenador. Ahí es donde quiero estar. Entrar y salir mientras nadie me reclame una atención mayor. O me robe el corazón (si es que no me lo han robado ya). No dejar de intentarlo, de obstinarse hasta morir de desazón literaria por encontrar una historia hecha de lenguaje que me haga olvidarme de mi propia historia real. Aceptar que debo prepararme para subsistir viviendo entre la rutina y la ficción. Vivir morigerado. Saber estar. Bien estar.


28/06/24

He salido pronto, después de cerrar los ojos un cuarto de hora al final del telediario. Me sabe a teta. Más suave de ritmo que ayer pero efectivo, porque con la burra grande hacer quince kilómetros por caminos está muy bien. Además, esperaba que a media tarde llegara el Chico y quería preguntarle a ver si cuento con él para la cena. Dice que vendrá hacia las diez (me extraña). Hemos decidido, de todos modos, resolverlo con unos huevos fritos y unas salchichas. Me dice que se lo deje en la mesa, que él lo recalienta cuando llegue. Mejor. Rápido y fácil. Venía cansado de toda la semana y se ha tumbado a recuperar un poquito. Esta noche y mañana se vengará como remate de fiestas. Qué castigo para el cuerpo.

Uno de los efectos traidores de la actividad física es un hambre canina a cualquier hora. Al final es comer por comer, por puro vicio o ansiedad. Más bien tragar. Ya lo conozco de otros años. Es mejor olvidarse y ponerse a trabajar. O solucionarlo con una fruta.

De todas formas, vivir es exigirse un control permanente. Pero no agobiante, coño. Lo digo porque los análisis me dieron bien, con un pelín elevado el colesterol. Tampoco es que tenga demasiado sobrepeso, pero ya me toca estar un poquitín pendiente. Y es sabido que no hay mejor medicina que cerrar la boca a deshora y comer con moderación. ¿Cómo lo harán los demás? O a lo mejor es que pasan de análisis. Esa es otra.


27/06/24

Hora y media buenísima rodando por ahí en la bici gorda. Se nota que las piernas van cogiendo forma. Y una tarde que hasta bien avanzada no se ha puesto airosa ni nublada. No sabemos cómo va a terminar la semana. Pero he quedado a punto para ducharme y trabajar. Como me gusta a mí, porque yo pongo el deporte en función de mi verdadera afición (o vocación). Nunca me paso para no estar sin fuerzas después, sino que aplaco moderadamente la energía del cuerpo para que la mente pueda responder sin ocuparse más que de sus propios asuntos.

El cuerpo es un caballo fogoso que tiene que llevarte mientras vas pensando, sin reparar en la cabalgadura. Así también el deseo, que tiene que ser templado para que no se interfiera en la inteligencia más que cuando quieras hablar de él o llamarlo. Yo no tengo ahora mismo con quién y vaya si me gustaría… No con cualquiera.

Milagrosamente han florecido las rosas enanas de la maceta que me regalaron en Adultos. Hay cuatro capullitos nuevos. Se conoce que necesitaban agua con mayor frecuencia porque luz y sol les sobra. Y han respondido agradecidas. Abriéndose. Es una alegría repentina. Y una esperanza.


26/06/24

Lo daba el pronóstico del móvil: después de comer, tarantanteros. Y se ha cumplido. Pero me ha dado tiempo a secar otra colada con lo que han dejado los chicos el finde. Porque lo necesitarán otra vez este que viene. Atuendos de peña, de fiestas, para manchar despreocupadamente. ¡Qué gran invento de estos modernos! Así no hay cuidado aunque la noche de borrachera le llene a uno de su mugre. ¡Qué práctico!

Por supuesto, tampoco he querido arriesgarme con la tora. Además, me hacía falta este descanso. He preferido ponerme con la plancha otro rato largo porque había camisas acumuladas.

En esas estaba cuando me han enviado un guas mis amigos E/I, que venían de recoger a la nieta en Burgos y han parado de paso hacia Torre. Hemos tomado una cerveza en la Cascajera. Un ratito hasta que de nuevo se ha puesto a llover y han salido para allá.

Yo también regreso a mis cosas. Debajo de los soportales de la plaza están preparando la morcillada de hoy… No he visto por las inmediaciones al socio, aunque lo he buscado con la vista. Se conoce que no ha querido arriesgar tal y como se ponía de oscura la tarde. Total, compruebo que tengo tiempo todavía para aprovechar un ratillo. Unas compras en el súper. La rutina del hombre solo. La tranquilidad privada. El silencio fuera. No en la mente.


25/06/24

Finalmente ha rematado en tormenta intensa y pasajera. Se veía venir en el bochornazo, sobre las cuatro y algo, cuando he salido. A las tres y cuarto he ido a cortarme las lanas y entonces andaríamos cerca de los treinta grados. Pero he podido salir a trotar con la burra ya con el pelo cómodo. Todavía ahora, dentro de la buharda marca veinticinco y pico.

Y menos mal que he tenido suerte y a las seis estaba de vuelta en casa. Una hora más tarde habría regresado calado como un pellejo. Porque he tomado un camino equivocado a la vuelta y he aparecido en Porquera de los Infantes. La cuestión ha sido que no me he fijado por dónde he salido a Camesa desde Villallano. Ahí estaba la vaina. Lo he desandado y lo he aprendido para otra ocasión. Sin venir por carretera, claro. Bueno, que tampoco ha supuesto más que una hora y media de camino en total. Pero el calor me ha bronceado la cara (me había protegido la napia) y el polen me ha puesto un ojo rojo. Por lo demás, buena caminata. Estamos comenzando bien la temporada. Lo tengo claro, en cuanto haya ocasión: la pastilla efervescente de potasio y magnesio, y a pedalear. Si refresca, hoy dormiré como un cordero.

Buen empujón al libro de Landero. Me ha cundido bastante la mañana. Historia emblemática de su estilo que me está interesando. Tengo que tener avanzadas algunas lecturas por si acaso. Pero tampoco con prisas. Las entrevistas, cuando cuadren bien.

He comprado pan de sobra este finde pensando en los chicos. Para nada. Pero tengo tres buenos trozos hechos cuadritos y preparados para unas sopas de ajo, que hace bastante que no las como. A pesar del calor. Esta noche. Un manjar.


24/06/24

He pasado calor de verdad, por primera vez desde algunos días del pasado abril. Solo que ahora ya sería de suyo, aunque está el tiempo gilipollas. He cogido por detrás de Gullón, en paralelo a la autovía y hasta cruzar la de Barruelo por Grijera. La cuesta a la cantera y volver por el vertedero hasta salir por los Mártires. Me gusta esa ruta de una hora a mi pamplián.

Con Ella hacíamos la mitad a pie, tomando la ruta en sentido contrario y metiéndonos por los vallejos que desembocan de nuevo en la salida a Barru. Cruzábamos los farallones que parecen la cresta en lo alto del lomo de un dragón. Íbamos contentos y animados, a pesar de ser la última primavera Suya. Posó sentada, blanca pálida su piel, en medio de campos de amarilla colza y yo le hice numerosas fotos. Ya como una aparición desolada en medio de la naturaleza fértil.

Marchan los dos lebreles y me quedo tranquilo. Aunque me gusta que coincidan aquí los dos. En su casa. Nuestra casa. De los cuatro. (Una ausente). A pesar de todo, me digo, las cosas nos marchan bastante bien. Hay trabajo y salud. La verdad es que tampoco pasamos mucho rato juntos porque ellos van y vienen a su aire, comen y duermen cuando les peta. Nos cruzamos a ratos y coincidimos en la mesa apenas una o dos veces. Pero lo comprendo y lo acepto. Mi compromiso con Ella fue estar pendiente siempre y cuidarlos hasta mi final. Me basta con eso. Estoy cumpliendo mi parte.

Lo que siento, por parte del Chico, es que se ha levantado a media tarde sin hambre, me dice (yo creo que quiere decir sin sed). Justo para marchar con un colega a Pucela. Allí dejó su coche y esta semana lo llevará a reparar. Y digo que lo siento porque tenía descongelados unos caracoles que vinieron con la tía M. hace unas semanas y me he pegado un festín digno de las fiestas de san Juan. ¡Cómo me han sabido! Ya digo, me ha sobrado otra ración para mañana. Creo que estaban mejor incluso que otras veces que los he comido recientes. En fin. Si no fuera por esta santa, a santo de qué iba a comer yo otra cosa que no sean los cuatro envoltijos que sé hacer. Repetidos. Una semana. Y venga. Otra semana. Y dale.


23/06/24

Estupendo el paseo con la burriquilla, después de comer, porque ha terminado de entonar el día y el aire quieto ha dejado de revolar mis sábanas en el tendedero. Se ha quedado buena tarde y sin duda será una noche inmejorable para la hoguera si la cosa no varía. Aquí se repetirá la consabida procesión de antorchas, que tenía su gracia en otro tiempo y en otra compañía. Ahora se me aviva de pronto en la memoria alguna noche de hogueras en la playa de Comillas y el amanecer con escalofríos de numerosos grupos y parejas que dormían durante el solsticio de verano sobre la arena, junto al mar. Eran años en que yo escribía, inspirado por Robert Graves, una variante de aquella poesía de la que hablé ayer.

Tengo a los hijos en casa pero no me dan guerra (ni siquiera en la cocina), porque han pasado el finde por ahí, a sus asuntos de peñistas. Esta madrugada ha llegado el Chico a las ocho con la novia, mientras yo me disponía a iniciar la jornada. Y la Chiqui ha llegado de Santander en el bus de media tarde. Esta noche tampoco los espero a la mesa, o eso me supongo. Ya veremos. No sé cómo aguantan tanto tiempo sin descansar bien.

Pero sí recuerdo que yo hacía lo mismo. Era la anarquía del cuerpo en los tiempos en que no rompía por mucho que lo castigases. De la edad del Chaval, creo recordar que ya vivía yo en el apartamento de Los VII Linajes, en plena plaza, en el primer piso sobre la cafetería… ¿Cómo era posible descansar con el ruido que se formaba allí desde la hora del vermut?

Es un consuelo leer a dos grandes espadas del periodismo literario actual. En EP de ayer un artículo maravilloso de Muñoz Molina sobre una pintura de Zurbarán en el Prado. Por cierto, pienso que me quedó pendiente esa visita en esta última escapada a Madrid: de las dos de la tarde a las cuatro es la mejor hora para el recorrido. Lo sabe todo el que ha ido varias veces. Esta vez no pudo ser.

Y la columna de Vicent hoy en la última de EP, de campanillas. Un auténtico reto a la eternidad del tiempo percibido desde la sensualidad y la sabiduría literaria de un octogenario iluminado.

Finalmente, no tengo más programa para hoy que comenzar con el último de don Luis Landero, otro de los que entrevistaré Dios mediante. Con el sol cabalgando hacia poniente (pero todavía con el recorrido de un día largo de luz), no es mal momento para iniciar esta nueva historia. También, nueva aventura. O no hay nada mejor. O nadie. Como tú.


22/06/24

He salido a estirar las piernas después de comer y un calor de bochorno me hacía temer que reventase el cielo; pero no. Además, he salvado la colada. Me he acercado hasta el tinglado anual de los feriantes en el paseo del Soto… Nada nuevo bajo el sol. El programa, por otra parte, a simple vista lo encuentro con mucho bollo preñado, bocata gigante, gran pancetada, etc. Discomovidas y orquestas. No sé si me va a compensar salir durante toda la semana, como no sea por fisgonear un poco y tomar un par de vinos sobre el terreno. Veremos.

La tarde me la paso bien entretenida. Primero, porque me contesta por fin el señor Llamazares y parece ser que el primer viernes que estará disponible para nuestra radio será el doce de julio. Quedamos en que le aviso unos días y me da el okey. Aviso a la directora de la radio, GV.

Del repaso a la obra de este escritor, me detengo en aquellos dos libros poéticos que me llevaron a conocerlo en el año ochenta y dos (la reseña de EP es de diez de agosto, pues lo anoté en el propio poemario). Uno de ellos, “Memoria de la nieve” fue el segundo de los libros de la nueva generación de postnovísimos que más me fascinaron, después del de Blanca Andreu, “De una niña de provincias…” y anterior al de Amalia Iglesias, “Un lugar para el fuego”.

Eran los comienzos de un neosurrealismo que yo mismo practiqué a finales de esa década y que luego me autopubliqué como “Relojes blandos y poemas tuyos”, compuesto por “Señora luna” y “Poema del sauce”. Todos hacíamos nuestros pinitos entonces. Con veintitantos. A mí quien me fascinó sin duda fue Blanca Andreu, por su talento y su belleza. Ellos fueron muy celebrados. Lo mío quedó para mí y unos pocos amigos, como los de Scriptum de Torrelavega. El azar se interpuso y me cortó el arranque poético en agraz. No el vuelo. Ese me duraría hasta el desamor de mis cincuenta años.

A Blanca Andreu la he adorado sin interrupción durante toda mi vida. Su brillantez adelantada a toda nuestra generación quedó patente con media docena de libros. Bastó. Se ha mantenido discreta, lúcida y guapa. Lo digo porque en internet encuentro una de sus ponencias sobre Góngora en Córdoba de hace unos pocos años y está espléndida. Cuando ganó el premio Adonais era una hermosura. Paso un rato cautivado escuchándola en un vídeo de youtube

Hace muchísimos años que supe que ganó el concurso nacional de relato convocado por Coca Cola a mediados de los setenta. Yo gané en el colegio pero no pasé del nivel provincial. A ella la premiaron con un viaje a Hispanoamérica. A mí me dieron un cómic muy chulo sobre la vida del Cid. Teníamos unos catorce años. Porque somos quintos. En sueños la pretendí y me rechazaba con suave deje galaico, pues se enamoró del ingeniero y grandísimo escritor Juan Benet, treinta y tantos tacos mayor que ella. A los pocos años se quedó viuda.

Finalmente, es curiosa la historia de aquel libro que acabo de mentar de Julio Llamazares. Se lo publicaron cuando ganó el premio de poesía “Jorge Guillén”, en una edición muy cuidada entreverada con algunas páginas de acuarelas sencillas y vistosas. Era un libro de extraordinaria prosa poética.

Conservo el ejemplar que llegó desde la Junta al primer instituto en el que trabajé. Lo retuve durante un largo tiempo para leerlo repetidas veces y luego quedó entre la montonera de los propios que me llevé a casa cuando se terminó el curso y tuve que cumplir con la mili que tenía pendiente. No fue deliberado, sino un feliz descubrimiento mucho tiempo después, cuando ya me encontraba trabajando en Cantabria. Un poético hurto, desde luego; pero con nadie iba a estar tan custodiado como conmigo.

El ejemplar tiene pastas de fondo crema donde se conjugan elegantemente el marrón con el negro. El gramaje de las páginas es de muy buena calidad. El fervor que me suscitaba lo atestigua el forro perfecto de plástico con que lo he mantenido impecable y casi intacto. Puesto que no lo consideraba de mi propiedad, no hay una sola marca que me lo atribuya. Lo cual quiere decir que en algún momento pensé devolverlo. Después, el tiempo todo lo olvida… Lo publicó el Consejo General de Castilla y León. Lo introduce una cita de Strabon sobre la idiosincrasia de los montañeses. Son treinta poemas.

El primero de ellos se inicia así: “Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de urces”. Yo desconocía hasta entonces que las urces eran los brezales. En agosto se cumplirán cuarenta y un años de aquello. ¡Qué extraño!


21/06/24

Entre unas cosas y otras me paso el día resolviendo pijadillas. O a lo mejor no lo son, pero para mí sí. Porque me apartan de lo que realmente quiero hacer.

Me pongo a las ocho y media con unas fabes con costilla que me han salido bastante potables. Seis raciones.

Después del café visito al dentista, que no termina de ponerme la corona de porcelana. Para la siguiente vez. En cuanto esté me avisan.

Consulto con la Opel de Aguilar, con mi cuñado JR y con mi hijo la manera de solucionar el turbo de su coche que se le ha carbonizado. Como está a mi nombre, irá a mis costillas.

Mensaje para acá y para allá a ver si el administrador de fincas del apartamento me dice dónde conseguir un mando nuevo del garaje. Ni me contesta.

Dedico a VV uno de mis libros porque previamente él me ha regalado y dedicado también el último que ha publicado. Vaya por Dios. Queda a la cola porque tengo un montón pendiente.

Bajo el recibo del mes al socio. Está tan contento porque le han dado un diploma de excelencia en el curso de autonomía personal que ha realizado en el Ceas. Lo hemos puesto como es preceptivo en mi casa: en el ángulo de un cristal del mueble, entre los junquillos que lo enmarcan. Esto sí que es milagroso y motivo de felicidad.

Me preocupo de averiguar si mi ilustradora, MN, habrá recibido uno de mis libros por parte del editor. Preguntarlo. Comprobarlo. Dedicárselo.

Llegan los lebreles por la tarde. Entrar y salir, cada uno a sus menesteres. El Chico ha venido a cenar con la novia. La tortillona me ha quedado esta vez de concurso para cocinero del Diverxo (sin cebolla, por supuesto).

No he tenido tiempo de cortarme el pelo.

Ni an el periódico he podido revisar a gusto.

Lo único interesante es que he hablado con GV, la directora de la radio, y ya le he comunicado los autores que he pillado en la feria para las entrevistas. A continuación, he escrito al primero de ellos, JL. Sería para el día veintiocho. Una carta con la prosa más limpia del castellano actual. A ver si así me contesta.

Estoy solo, aquí, encaramado en la buharda, dándole a la tecla. Esta tarde he oído cencerrada de anuncio de fiestas. Otras más que me perderé por no tener con quién disfrutarlas. He abierto una de ribera de Julito y aquí me tienes. Saboreando esta copita (una sola para cenar), que es de las pocas cosas buenas que me quedan en la vida.

Esta noche te necesitaría a ti, pero creo que andarás por ahí de fiesta. Nunca sabrás de esta luz mortecina y abatida del flexo. Del silencio de esta buharda en semipenumbra. De este hombre que teclea velozmente y nerviosamente. Y siente temblar su pulso en su corazón. Porque sabe que tú le ignoras. Y no vendrás. Nunca.


20/06/24

Me vine a Santa ayer tarde porque hoy tengo consulta en Mompía, continuando con la revisión general que vengo realizando. Además, ayer contaba con asistir a la Madrazo donde había una conferencia sobre Mario Camus. Coincidí allí con mis editores (ya lo habíamos hablado tiempo atrás), y me alegré mucho pues JH/AdlG han sido divulgadores privilegiados de la obra literaria del escritor y cineasta, como reconoció el ponente, un catedrático emérito de la Universidad de Santiago. Después tomamos un par de cervezas y picamos algo por la zona. Se fueron pronto porque estaban cansados. Hace pocos días que falleció el hermano de AdlG. Habían estado por la tarde acompañando a los abuelos y después aprovecharon para asistir al acto. Estuvo muy bien. Se centró en los guiones y en los relatos del autor. Considerándolo un maestro en ambos casos. También regresé pronto, dando un paseo en manga corta (hacía una temperatura ideal). Caí redondo.

Toda la mañana ocupado en la guerra defensiva contra las palomas de la terraza. Los pinchos han dado resultado sobre el canalón, pero se han trasladado al otro extremo, sobre lo alto del armario trastero, a pesar de que está ocupado prácticamente hasta el techo. La limpieza me ha llevado dos horas y he recolocado todo una vez más. Estaba perdido de palomina. En cuanto han abierto las tiendas por la tarde, me he acercado a la ferretería y he vuelto con otros dos metros de pinchos. Tengo los altos de la terraza cubiertos completamente contra el enemigo. Es imposible que encuentren entrada. A ver si de esta manera desisten. Por cansancio. Por aburrimiento. Por inanición.

La consulta me la pusieran a las siete de la tarde. A última hora, poco funcional para mí. Pero atenderte en diez días de plazo no es de rechazar. Así que aprovecho el rato hasta acudir allí y luego me iré directamente para Aguilar. Hoy ya no me ha cundido el día para más. No he leído. Pecado mortal. Terminé el de JL, o sea que tengo que escribirle ya para la entrevista.  Espléndido. Vagalume.


18/06/24

Sobre las cinco de la mañana, con los ojos abiertos de las liebres cuando barruntan un peligro emboscado en la oscuridad. Pero no. Solo es el sueño que se disipa en una primera fase. Arriba. Remato la obrita de teatro de LM. Hacia las seis, vuelta de segundas al catre y otra vez grogui.

También por la mañana he podido aprovechar un rato antes del café. Después se me ha ido el tiempo en recadines y en un arroz con setas, tomate frito y un huevo deshuevado por encima. Todo ello, a su vez, haciendo cama sobre media docena de dientes de ajo sofritos. Un sabor indescifrable. Pero bien resuelto y comestible.

A primera tarde me acerco a felicitar a la niña, C., que cumple diez junios maravillosos. Tarta y café con la anfitriona, la abuela y las tías. Tenías que verla Tú, que tantas veces me dijiste con un lamento ahogado que no las verías crecer (tampoco a la mayor, A.). Pues aquí estoy yo, para que las mires por mis ojos siempre que quieras, y las escuches con mis oídos (el derecho le tengo algo tocado, pero no importa).

La niña sigue medrando como ya lo intuíamos: una ardilla de inteligencia y un cascabel de alborozo. Sopla por vez primera las dos velas. Cuuumpleee aaañooos feeeliiiz. Pasamos un buen rato de charla. El calor del cariño hace mucho bien para la pena.

Vuelvo a la buharda. A escribir unos rasgos en el muro de esa pena, que me alivien el resto de una tarde cenicienta y lluviosa. Mustia para la saliente primavera. Pero dicen que vendrán días mejores. Eso espero. Mientras: Leer. Apacentar las horas. Oír el silencio. Crear.


17/06/24

Anoche, imposible escribir. Cuando regresé de mi gira turística hasta la plaza de santa Ana, tras la cena (dos raciones: gambas al ajillo y jamón ibérico, como otro turista cualquiera; aquí en Madrid, son los que se tapiñan lo bueno, que para ellos es barato; los oriundos tiran mucho de bravas y pimientos del Padrón; y cerveza, claro, que es símbolo de libertad, según dicen)… digo que de vuelta al chigre con la barriga algo más ligera, encendí el ordenador y no pude poner dos palabras porque el cacharro me pidió actualizar y limpiar. Me tumbé en la cama hacia las once y me quedé inservible. El jamón era de verdad porque no me dio sed, a pesar de que había llevado previsoramente una de Fontvella.

Por la mañanita de domingo, con la fresca, ya tenía tramado el plan y lo cumplí a rajatabla: estar el primero en la fila cuando abriesen la taquilla del Reina Victoria. Fui el segundo, se me adelantaron unos ecuatorianos con los que entretuve el rato parlando. Simpáticos. A las once había comprado la localidad. Acojonante.

Antes de eso, había husmeado por la Puerta del Sol, pues salí de casa sobre las diez y también conseguí otro capricho que ya tenía ojeado. Al lado del edificio de Presidencia, en el bajo del que fue convento de san Felipe (el mentidero más famoso de Madrid) entré en una tienda de regalos y me compré un gallo estupendo, pintado a mano, y a mitad de precio de lo que me habían pedido en otro sitio frente al Congreso por uno un poco más grande. Di la vuelta en torno al kilómetro cero de las nueve calles superconocidas. Irradiando energía centrífuga, sí, como es propio del lugar. Y salí pitando para la feria.

Me salió la mañana redonda, perfecta, aprovechada al máximo, pues también conseguí pleno con todos los que visité, que fueron seis. No diré sus nombres, pero me dieron palabra de prestarse a la entrevista para Radio Aguilar. Y más chulo que un ocho, me largué hacia las dos a dejar el material en el coche. Comí de paso, en el Alcampo de Estrella. Unos muslos de pollo con patatas fritas bastante sabrosos. Sobre todo, de atención muy rápida. Me llama PG en ese momento y le cuento que podemos quedar en el Café del Príncipe antes del teatro. Me dice que a esa hora ya no puede. Abrazos. Hasta la próxima. Siempre tan majetón este chaval, que también te quiso tanto a Ti. Y al que seguiré viendo cada vez que pase por el Foro.

A las seis era la función y me enrollé media hora antes con una familia de Logroño, que deduje que estaban allí porque era de buen efecto para la presentación en familia del novio de la niña. El padre, también parlón, noblón, con dejo perceptible del río Oja. Se abrió la cortina y vino la epifanía, esa revelación que Dios concede a unos pocos elegidos…

¡Ay, amigo! Una Celestina de las mejores que he presenciado. Anabel Alonso en pleno estado de gracia artística. Un Sempronio (que doblaba papel con Pleberio), de magnífico realismo, mejor del uno que del otro. Raposa y desvergonzada, una Areúsa jovencita que enseñó un cuerpo sublime. Menos bien, precisamente, una Melibea muy rápida de parla y nerviosa gestualidad; y más entonado un Calisto galante y tunante.

Correctamente ejecutados los episodios clave como la seducción mediante topicazos del amor cortés por cuenta del guaperas; el combate retórico de Celestina para camelar a Pármeno; la discusión por ambición de dinero que precede a la tragedia; el planto de Pleberio… Inspiradísimos. Dirección de Eduardo Galán. Quizá la parte final un pelín embarullada con técnica demasiado moderna. Pero fetén. Chapó. Salí de allí como un apóstol de nuestra buena literatura más clásica. La que se resume en Celestina, Lázaro y don Quijote. Todo lo que se aparte de eso no sabe a español, ni en el idioma ni en el aroma.

Cena en la taberna de la Tía Cebolla y desayuno en el Café del Príncipe. ¡Quién se lo iba a decir a uno de la Esgueva! No muy conforme con el hospedaje, se lo hago saber al de recepción, aprovechando que es él quien me pregunta. A ciento cuarenta pavos la noche, no se pueden oír ruidos de discoteca debajo de la cama y reposar sobre un colchón algo hundido. Menos mal que había sueño… Pero aquí no vuelvo. Seguro. En fin, que tampoco eso me va a privar de la gozada que ha supuesto el finde. Molido. Contento.

Llego a casa hoy a la hora de comer. He parado en Aranda, evocando el pasado. Contigo. A las cuatro, optalmólogo: principio de cataratas. Media tarde sin precisar la visión porque tengo la pupila dilatada. Guardo la entrada, el programa de mano y unos marcapáginas de la función dentro de uno de mis ejemplares de La Celestina. Tengo cinco ediciones diferentes. Pude haber sido catedrático amadrinado por la alcahueta. Pero no me lo concedió. Puta vieja alcoholada. 


15/06/24

A las nueve tiro para los madriles y, con la parada prescriptiva en “El ventorro” de Aranda (por cumplir con el rito familiar) a las doce y media estoy aparcado casi exactamente en el mismo sitio que el que pillé la primera semana de la feria.

Ya en El Retiro contacto con JMSJ y nos encontramos en la caseta en la que firma MS, cuya dedicatoria me había quedado pendiente. Como ya no nos veremos por la tarde, ambos me conceden la confianza de ir en su nombre a la caseta de los escritores que traigo seleccionados como posibles candidatos para la entrevista de futuros programa de radio. Puedo decir que pleno al cuatro de los que me ha dado tiempo a visitar, ya por la tarde.

La habitación es diminuta, pero cumple con los requisitos contratados. No necesito más, aunque me parece cara incluso con la ubicación privilegiada que he conseguido. No me lo explico. Seguramente por cancelaciones a última hora, con lo cual ya he aprendido para ocasiones posteriores.

Como me encontraba molido de tanto paseo arriba y abajo, a las ocho me he venido al refugio. En cuanto he refrescado un poco, he bajado a cenar algo, justo al lado, bajo la placa donde se ubicó el teatro de la Cruz, famosísimo durante todo el Siglo de Oro. Sentadito y tranquilo en una terraza, me he comido unas bravas y unos chipirones de vicio. Además, viendo pasar riadas incesantes de gentes, como es propio de esta ciudad de aluvión, con tal variedad de pelajes que lo único común que la cohesiona es la pura vida, una eclosión primaveral sin ningún orden y sin ningún fin. No hay manera de comprender Madrid sino como hipérbole.

He preferido mover un poco las patas (a pesar del cansancio) para bajar la cena. Volviendo por esta calle de la Cruz hasta la plaza de Canalejas, he tomado la Carrera de san Jerónimo para llegarme hasta el Congreso. Me acerco y rodeo la Puerta del Sol, que me impresiona porque está llena, literalmente petada, es imposible que quepa un alma más porque no existe metro cuadrado libre… Antes, de camino me paro en el teatro Reina Victoria, en el que ponen una Celestina con Anabel Alonso de protagonista, actriz que no creo haber visto más que en papeles cómicos… A lo mejor mañana se me antoja… Depende de que me dé tiempo a concluir mi objetivo en la feria.

Vuelvo al hostal con intención de acostarme pronto. Parece tranquilo, pero es imposible no percibir un ruido de fondo regular y no muy intenso, un bum bum como de discoteca o bar con música ambiente en algún bajo cercano. Pero no creo que eso me llegue a molestar. Menos me fío de quiénes serán los vecinos de habitación y a qué hora llegarán. Y si habrá cachondeo a deshora… Se me están cerrando los ojos. O sea.


14/06/24

Ayer a media tarde tuve urólogo en Torrelavega y rematé satisfactoriamente el chequeo. Hasta la próxima primavera, me aconsejó. No sé si para entonces estaré en la misma compañía. Ya veremos.

Llamé a EM y nos tomamos un café charlando amigablemente en el Gallery. Desde las prácticas de mi Chiqui en el hospital “Sierrallana”, en el otoño del veintiuno, ese bar ha sido nuestro punto de confluencia, de manera que cuando nos citamos ahora siento nostalgia de aquella temporada, cuando todavía estaba Alguien esperándonos en el pisuco, iluminádolo y llenándolo. En eso pensaba cuando regresaba hacia Aguilar a la hora de cenar. Debe de ser que me gana la nostalgia en cuanto escucho el pincho que siempre llevo en el coche con una selección de las canciones que más le gustaban a Ella. Al llegar, ya no me dio tiempo a escribir mis notas.

Por cierto, compruebo que hace un año exacto que comencé esta parte del diario, recién fallecido el abuelo e iniciada también esta nueva andadura con la doble ausencia. Cuento trescientas setenta páginas; es decir, una por día aproximadamente. Así se escribe la vida y la ficción: paso a paso.

Por lo demás, el día de hoy lo atravieso sin pena ni gloria. Dedicado a rutinas como las dos coladas y un cocido para dejar arreglado al socio durante el finde que pasaré en Madrid. Además, el final de la tarde la mataré de merendilla donde los B/E, una ocasión para desconectar un poquito, echar unas risas y seguir haciendo como que uno está vivo. ¿Lo estoy?


12/06/24

Por despiste, ayer no publiqué la entrada después de tenerla escrita. Así que aquí debajo la dejo. Con la de hoy, dos por el precio de una. Algo tenía que tener de bueno mi “errabundia”, palabro con que se titulaba un célebre ensayo sobre literatura de hace una docena de años por lo menos.

O sea que me encuentro constantemente disperso por la cantidad de asuntos (muchos de ellos ínfimos, pero todos insoslayables) a que debo enfrentarme a diario. Y eso es lo menos aconsejable para un escritor. Ya lo he consignado alguna vez: sin concentración no hay escritura que valga. En este caso, sin embargo, estaba más que justificado por el trasiego de un lugar a otro durante todo el día, incluido el paso por la clínica. De vuelta en la atalaya del pisuco, me puse un rato al ordenador después de cenar (muy raro en mí), tranquilo por fin de la tensión del día. Posteriormente, me quedé adormilado viendo la tele. Total, que me fui a la cama sin publicar lo escrito. Ahora lo he visto.

Hoy por la mañana me he dedicado a limpiar bien la terraza y a simplificar de tiestos, una vez más, ese rinconzuco soleado que cuidabas Tú con fiel esmero. Te aviso: quedan cuatro plantitas, las más resistentes, que aguantan sin otra ayuda que la humedad del ambiente marino. Me duele verlo, pero es así.

Y para más inri, la palomina escurrida que lo enguarrina con un aspecto asqueroso. Durante la noche de purga me levanté repetidas veces y comprobé que una o dos palomas se habían alojado al abrigo sobre el canalón. Las he fumigado unas cuantas veces con el ambientador. Se van y vuelven, las cabronas.

Antes de retornar al pueblo me he acercado a una ferretería y he comprado dos metros de pinchos que he repartido en las partes altas y reposaderos habituales. Esta noche se van a joder, me he dicho a mí mismo poniendo cara de muñeco diabólico. Y sonrisa de sevicia. ¡Cómo me gustaría vigilarlas esta noche, cuando vuelvan al sitio muertas de sueño…! ¡A tomar por culo! ¡A cagar a vuestra puta casa!

Ya en Aguilar he pasado donde mi suegra a felicitarla por sus ochenta y un añitos. Dieciocho, dice ella. Ojalá que dure muchos más. Un café y un pastelito, ahora que tengo que recuperar fuerzas. Celebrándolo de la forma más bonita posible: en familia, la Tuya y también la mía. Por Ti.


11/06/24

Bien. Sobre lo previsto. Por suerte, la colonoscopia no presenta problema alguno. Y supone una tranquilidad para una temporada larga, aunque pueda alternarse con otras pruebas menores en medio. O sea que, en este repaso o chequeo completo de auténtico jubileta, ya solo me quedan dos consultas: optalmólogo y otorrino. De este modo podré decir que comienzo la tercera edad cronológica de los sesenta y cinco bastante bien de salud.

La doctora me ha saludado cuando ya estaba en la cama a punto de sedación. Me ha preguntado si la fase preparatoria ha ido bien, me ha comentado que se leerá mis novelas y me ha sonreído apenas un instante (me ha parecido) por la confidencia que compartimos…No era momento ni lugar, evidentemente, de hablar. Pero es una curiosidad que contaré más adelante… Felices sueños, ha dicho el anestesista… Foolizoos sooñoos… me ha parecido que seguía oyéndoselo y ya estaba consciente de nuevo, como si tal cosa… y había pasado más de una hora. Eso sí, en esta prospección no me ha debido de entrar aire por dentro porque no se me ha escapado todavía a estas horas ni un mínimo viento. ¿Cómo se explica tal cosa a juzgar por esta misma experiencia hace siete años? En fin, repito, prueba superada. Me han quitado un pequeño pólipo. Seguir cuidándose. A nada se gana más.

A la salida ya me esperaba mi buen amigo EM, que me ha llevado a una cafetería cerca de allí a tomarnos unos cafés con unos sobaos. Daba la impresión de que ya tenía superado el hambre por haberse cerrado el estómago con la abstinencia completa, pero no. La merienda me ha sabido a gloria. Y, además, mi amigo E. me ha regalado un gallito azul claro, salmantino de procedencia y salpicado de centellas vivísimas, chulísimo. Por haberme portado bien. Eso me ha dicho E. Gracias a los dos: E/I. Hace cuarenta años que llegué a Cabezón y sigo conservando esta amistad como uno de los regalos más valiosos de mi vida. Continuamos.

Ya se me hacía tarde para regresar a Aguilar. He decidido pernoctar aquí y dedicarme mañana a resolver el asunto de las palomas cagonas. Pongo estas líneas después de cenar, contra mi costumbre. Pero no quiero dejar blanco un día que no dejar de ser un nuevo canto del gallo; es decir, renacimiento y esperanza.


10/06/24

Ya estoy aquí, en Santa, en el pisuco. Esperando a la “preparación”, o sea, la purga. Ahora a las ocho en punto comenzaré con la primera botella; la segunda para mañana. Y a beber caldos, zumos y Aquarius para no deshidratarse. Un par de litros espaciados a lo largo de las próximas dos o tres horas. Tengo más hambre que los pavos de Manolo, que oyeron cantar a “Trigo limpio” y se comieron el transistor (un chiste muy cutre de mi época juvenil).

He llegado sobre las cinco y venía con la preocupación de cómo iba a encontrarme la terraza, desde que en la ocasión anterior comprobé que las palomas se estaban apoderando de ella. Y de la de mi vecina (ya dije que fue a una residencia), aunque hoy me he asomado y he observado que la han limpiado y recogido y protegido con plásticos. Así tendré que hacer yo dentro de nada de tiempo. Sin embargo, esta mía no estaba demasiado enciscada, en comparación con la última visita. Mañana me entretendré un rato antes de irme. Es preciso hacerse ver y dar la impresión que se habita, o las palomas reclaman sus derechos naturales. ¡Qué castigo! Estoy empeñado en dar con un espantapájaros que resulte efectivo.

Siento que en esta ocasión la casa se me echa encima y me despierta las emociones. No es que esta prueba sea por un motivo grave sino un chequeo de rutina y preventivo, pero sé que tengo que enfrentarme a solas y sin esa compañía curativa que hacía todo más llevadero Contigo. Y eso me araña un poco por dentro. Tampoco es que tenga miedo. No. Es solo el sentimiento de fragilidad que se hace más evidente sin oírte por aquí al lado, ocupada en alguna de tus faenas. Es como si me faltase esa música. Y me digo y me repito que tendré que hacerme fuerte y conquistar mi propia soledad. Y seguir vivo.

(Ya me he trincado la primera botella… A esperar. Hasta que el culo estalle).

09/06/24

Enredando en la página de la feria vi que había un buen panorama de firmas el último finde y entretuve la tarde buscando alojamiento. A ver si por un casual… Porque las prospecciones de las dos semanas pasadas habían sido inútiles. Imposible encontrar nada en Madrid a estas alturas, con buen precio (en general muy caro respecto al servicio) y bien situado. Pues mira tú por dónde saltó la liebre en pleno centro al ladito mismo de la Puerta del Sol. Joder, joder, que no me lo creía. Pillé para sábado y domingo. Y en esto me ocupé el viernes, y en ir a final de tarde a recoger a mi hermano Mon a la estación de trenes.

Ayer sábado lo pasamos en recados por la mañana y la tarde con mi declaración de la renta. Mon la traía ya prácticamente planteada en el borrador, pero siempre surgen pegas que solo su paciencia consigue solventar, porque si fuera por mí lo dejaría a la media hora, cumplimentada de cualquier manera. Toda la tarde estuvimos. Pero conseguí ver las claves para hacerla yo solo del año que viene en adelante. Como llovió seguido, tampoco apeteció salir a dar un garbeo. La dejamos entregada. Onlain, que le dicen. Comodísimo, dicen los que se mueven con facilidad en la red. Y es cierto que exige manejarlo un poco y después es labor agradecida.

Hoy me levanto pronto porque hay que llevar a Mon a la estación de vuelta a Pucela. Es día de votaciones y nosotros somos de los que no fallamos. Se queda un día gris, mustio, aburridísimo. Para el común de la gente, el propio de unas elecciones europeas. Por supuesto, yo no lo veo así, pero hasta después de cenar no voy a poner la tele. Voy a media mañana a votar con el socio y vuelvo a mis lecturas.

Me llevo una alegría cuando me llama la Chiqui y me dice que ha venido a pasar el día conmigo y con su hermano. Sale de una guardia relativamente tranquila. Ambos han votado por correo, pero así comemos juntos. Me parece bien. A media tarde se vuelve a León.

Además, es día en que comienzo la preparación para la colonoscopia y tengo que comer de dieta o parecido para purgar el cuerpo a partir de mañana, lunes, por la tarde. Me iré a Santa y allí será la “evacuación”.

Y todo es rutinario aunque con la sensación de que el tiempo corre rápido, silencioso, carente de interés excepto en la pasión por los hijos y la literatura. Y me digo que tendrá que ser así. El próximo finde, de nuevo a Madrid. A disfrutar de lo que aún es interesante en la vida. A vivir. Sin más.


06/06/24

Empleo un buen rato en avanzar en el libro de JL. Cuanto antes lo haya leído, mejor. No sea que tenga que hacer la entrevista a instancias suyas, aprovechando su visita a Cervera para lo de PI. Eso me contó. Creador de atmósferas, como todos los de León de ese grupo, tiene un toque poético evocador del pasado muy bello. Mañana le pondré un correo.

Después de comer hago hora y media de caballo sin demasiado esfuerzo, pero muy útil para comienzo de temporada. Tiempo de muchos grados con amenaza de bochorno. Dentro de un par de días, tarantanteros. Dicen.

A primera hora mi cuñada J. ha subido una foto a Ínstagram y le pongo una línea de cariño familiar. Un año de lo del suegro. Cuando guardo la bici abajo, en el local, observo unos minutos las cosas que le pertenecieron y el espíritu que sobrevuela y vibra todavía sobre esos objetos. Inmóviles, guardan su afán como si fueran a animarse de un momento a otro. La bicicleta preparada a su comodidad con la que salió en los últimos tiempos. La mesa repleta de innumerables herramientas y adminículos con los que preparaba sus grandes arreglos y pequeñas chapuzas. Siempre disponible, servicial y expeditivo. Algo que compartía Contigo: dos caracteres de acción y resolución. Hoy podríais haber estado por aquí, entre nosotros, dedicados a vuestros menesteres. Como otro día cualquier. Pero no. Ya. No.


05/06/24

En cuanto dejas solo esto durante unos días, la tarea se multiplica a la vuelta. Gracias a que la comida me ha caído del cielo, aunque en realidad ha subido a primera hora en el ascensor de manos de la tía M. Eso me ha dejado libre buena parte de la mañana.

Se me ha pasado el tiempo arreglando detalles por ahí, todo relacionado con el dichoso libro: tertulia, visita a las librerías y alguna firma, contacto con el insti donde parece que se interesan, por fin, en organizar alguna actividad sobre el asunto (les propongo que es mejor para el comienzo del próximo curso).

Y así. Venga y venga. Tarea con el socio y periódico. Ahora me urge una lectura de la última obra de uno de los que contacté en la feria (importante) y que se prestó a la entrevista radiofónica. Dos comprometidos y otros dos dudosos. Hay que dar muchas vueltas para ello… He gastado mucho zapato.

Toqué a algunos muy grandes, como FA, pero estos se encuentran tan agobiados por la multitud de firmas que no tienen tiempo para cambiar unas impresiones mínimas. Están a poner una frase corta y repetida y a correr. Siguiente. Se pierde el contacto real con el lector que se acerca. Se industrializa y se deteriora el sentido de la feria.  El citado en cuestión me remitió a la editorial en la que publica y que le organiza su agenda. Me dijo. Pues hasta luego, majete.

Como este otro: A última hora de la mañana me escribe JAB, escritor palentino, para una presentación aquí en la que me había comprometido. Pero el tío se lo monta a su aire y pone fecha justo el día en que tengo que estar en Santa para la colonoscopia. Sin consultarme si puedo. ¿Y quiere que le presente? No es muy considerado, que digamos. Le contesto que ese día precisamente no porque tengo médicos. Me dice que vaya todo bien. Pues tan amigos. Le añado que espero contar con su colaboración cuando presente yo en su pueblo.

Apenas me queda una hora después de comer para trotar un poco por las inmediaciones del pueblo con la cacharra. El bochorno me hace temer una chaparrada súbita. De momento, se mantiene el día. Dicen que enseguida entrará el cambio. Yo aguanto aquí, encerrado en la buharda, no sé muy bien cómo, hasta cuándo, ni por qué…

¿Cómo voy a escribir la próxima novela? ¿Cuándo voy a leerme todo esto que está aquí encima de la mesa apilado? ¿Por qué no puedo reponer un poco este corazón seco? Semejante al tiesto que me regalaron de rosas diminutas que echan un nuevo brote cuando intuyen que las voy a retirar. Todas estas cosas me pregunto y quizá sería mejor evitarlas. Y a lo mejor es que echo de menos algún paseo Contigo al lado. Todavía. Pero no. Ya. No.


04/06/24

Lo de Pucela del viernes salió genial, de firmas y de ambiente posterior, cuando nos quedamos a cenar entre buenos amigos. Un poco cansado, tiré con Mon para Madrid a la mañana siguiente e ídem de lo mismo. Tuve menos asistencia que el año pasado pero cubrí expediente de sobra. Estuvieron casi todos los que más importan, de casa, rodeándome como siempre de cariño, de buena compañía y de una alegre celebración a cuenta de este segundo librito. Y no contento con la cosa, también rematé de cena en los aledaños del Retiro en un sitio muy chachi con los amiguetes (Tuyos, y ahora también míos) de la Resi de Madrid. Terminé desguazado y menos mal que enseguida plegamos velas y me dejaron en la Posada del Chaflán, en Pío XII, donde cogí la cama a gusto y no tardé dos minutos en caer redondo. En este sitio siempre me he encontrado cómodo: está bien de precio, buenas instalaciones y bien atendido.

El domingo anduve brujuleando todo el santo día por la feria, con un calor de miedo, y aunque compré una pila de libros apenas pude charlar con un par de autores y a otros no tuve ni siquiera acceso por la cantidad de gente que había y que ralentiza los movimientos.

Ni siquiera pude ver en la firma a mi querida MS. Pero contacté con CSJ, su marido, y armamos una ronda cervecera en la terraza del medio del paseo con una gente de Cantabria (ella, de diseño y maquetación) y otra pareja (ella, poeta) que nos ayudó a pasar los calores y a echar unas risas. Me invitaron a unirme a la comida, pero estaba con ganas de siesta. Me fui y quedé en pasar por la caseta de MS por la tarde. En efecto, le compré la poesía completa en un volumen guapo, pero la pájara había volado cuando llegué ya algo tarde.

El lunes firmó JH, editor, y nos reunimos otra tribu con la que también la gocé, sobre todo desde que llegó JMP, venerable y bueno, como siempre. El corro que se formó y la tertulia fue de lujo: editores, ilustradores, libreros, escritores, haciendo el ganso como niños. Cuando se cansó JM y se despidió porque tiene un trecho hasta su domicilio en Chueca, me pidió que le acompañara. Y antes de salir del Retiro nos sentamos a tomar una horchata (a él le gusta mucho eso) y yo una clara. Echamos otra hora de cháchara, en la que me prometió que también me apadrinaría en la presentación de este último trabajo, en Aguilar.

Después tiramos para su casa y justo en el cruce del ayuntamiento, con la futbolera Cibeles mirándonos, nos encontramos con un periodista de EP muy conocido y amigo de JM, y ya tuve que improvisar y regalarle mi libro firmado, justo sobre una caja de registro al lado del semáforo. “Ojito, ¿ves lo que es estar en Madrid?”, me dijo con ojos de sabio mi querido amigo y maestro. Pues sí, nunca se sabe dónde puede saltar la liebre. “Voy a empezar a leerlo esta misma noche”, me aseguró. Un dandy, cántabro de origen, un clásico en el periódico. “Si te gusta, a ver si me echas un cable”, le provoqué sonriendo. “Ya le pediré el teléfono a este”, señalo a JM. Y seguimos andando por Alcalá hasta el metro de Banco de España, donde nos despedimos. Yo iba más contento que un esquilín.


30/05/24

Buena mañana de solito y rutinas. Después de comprobar que el seguro sanitario no funciona ni siquiera para consultar los análisis en la red, me acerco a la clínica para obtenerlos por escrito y custodiarlos en mi archivador personal. Por fortuna, la salud me aguanta, con el colesterol un poquito alto. Se lo mando a la cría y me dice que hay que adelgazar un poco más. Veremos.

El caso es que, salvo pequeños achaques acordes con la edad, no solo me siento bien sino que los datos confirman que estoy bien. O sea, nada de gravedad de momento. Tengo pendiente la colonoscopia, pero no parece existir motivo de preocupación. Un poco de artrosis en las manos, algo tocado de un oído y la próstata agrandada. Sensible de piel y de napias. El resto, sin mayor novedad. El balance a efectos prácticos puede medirse sobre todo en la pastilla de la tensión y, si en un futuro próximo hiciera falta, me operaría de la próstata. Ese es mi diagnóstico actual. Sé que la salud puede torcerse en un instante del día menos pensado. Pero objetivamente no hay motivos para ser un hipocondriaco. Todavía.

Tarde de preparativos para no olvidar nada cuando tenga que marchar mañana después de comer. Primero a Valladolid. Vuelvo a leer el link que ha enviado el Chico a sus compañeros de trabajo y me emociono. En él añade al cartel un texto en el que dice que su padre firmará el nuevo libro, “Bicho”, y que espera que guste tanto leerlo como a su padre escribirlo.

Después de la firma en Pucela, iré a dormir a Piña con mi hermano Mon, y a primera hora del sábado saldremos para Madrid. Espero vender, aunque este año no acuda tanta compañía a la capital como hace dos. De todos modos, sé que este libro de relatos va a gustar y lo voy a vender completo también. Me lo trabajaré al máximo para que el editor esté satisfecho.

A mí, como vengo diciendo, sobre todo, me compensa ver la obra acabada, en una publicación hecha con esmero, redonda. Esto es lo que disfruto. Tomar un libro propio entre las manos y acariciarlo. Pensando en algo que no se puede describir con palabras. Pero que tiene que ver con la Literatura y Contigo. Sé que estarás de nuevo en Madrid. Ya he quedado con los amigos (que eran los tuyos de juventud) el sábado por la noche para ir a cenar. No faltes.


29/05/24

Poco antes de las seis ya me he tenido que levantar. Me pongo con el último de LgM, que lo tenía pendiente desde el veintiuno. “Amor impuro”, se titula. Se lo compré en la misma caseta de la feria, al paso (todavía Contigo) y acompañados de la escritora MS y su marido JMS, con quienes fuimos a cenar. Sabíamos que sería la última vez de vernos los cuatro juntos… Así fue. La obrita de Lg es teatro, sencillo de lenguaje, delicioso en su viveza y siempre en la línea de escarceos en las relaciones interpersonales. Le he dado un buen avance porque es corto y el diálogo se lee ligero. Me vuelvo a dormir a las siete. Hasta las ocho y media.

La mañana anuncia una calorina que no quiero ni pensar la que se avecina este verano que está a las puertas. Lo he pronosticado varias veces: para mitad de siglo, medio país al sur será territorio calcinado. Hay que moverse hacia arriba. De momento, el callejeo de un par de gestiones ya me ha hecho sudar. Temo el sol en la cara y me protejo.

La tarde me provoca y me cojo la burra gorda para hacer veinte kilómetros. Crema en la cara y Nasonex en la napia contra la polinización. Si me pilla, ya sé que me inflará los globos hasta estrangularme el aire a media noche. He rulado ágil, gustoso, sin forzar pero con fuerza. Me ha petado. Y he notado el primer toquecín moreno en las patas. A ver si se mantiene seguido.

Contesto a mi erudito colega y joven amigo, AMF, experto en lenguas clásicas. Pongo esmero en el pequeño texto en forma de recensión que le dedico a su epístola de hace quince días, y no quiero demorar más mi respuesta. Sé que le gustará recibir mis palabras. Lo que no sé es si calcula cuánto me gustan a mí las suyas. Pero debe de sospecharlo porque remata su correo de agradecimiento: “Homines, dum docent, discunt”. Eso es: enseñar y aprender simultáneamente. La vocación de mi vida vista en un nuevo valor, en un muchacho de hoy que tomará el relevo en el arte de las palabras de la tribu. Una maravilla. 


28/05/24

Entretenido y despistado todo el puñetero día, si no es por unas cosas, por otras. Ayer, porque estuve pendiente de la Chiqui, que había venido a resolver algunos asuntos. Siempre me trae alegría y a veces sorpresas. La veo y me siento compensado de tantas penas pasadas y todavía… Pero su deseo de conquistar la vida me reconforta.

Y hoy porque no me he parado en todo el día a pensar un instante. Solo cuestiones por resolver. Desde las cinco y pico de la mañana despierto, tratando de solventar los inconvenientes de esta jodida cuenta de Xiaomi del móvil, que no me permite abrir algunos archivos que me envío desde mi propio correo. A media mañana, me ayuda mi buen amigo JCA, que es un lince en estas cuestiones, pero que comprueba “in situ”, o sea, en mi propio móvil, la dificultad que señalo. Finalmente, lo resuelvo con un sencillo pdf enviado a mi propio “email”. Y me quedo tranquilo.

La cuestión es que no puedo presentarme en Madrid, sin la lista de los libros seleccionados en esta primera parte del año. Porque no sé comprar a ciegas y, si vas a bulto, terminas antojándote por las cubiertas más brillantes. Y yo quiero ir a por libros concretos, a derecho. A la compra, con la lista.

Por la tarde era la comida de despedida por jubilación de la compañera BR. Mucha gente y mucha emoción en las palabras finales de la directora y la interesada. En el entreacto, la buena charla con los compañeros del depar de Historia. Unas risas, unas andanadas retrospectivas propias de abuelos cebolletas y el silencio mansurrón en algún instante de conciencia de paso del tiempo. Es así. Hasta la siguiente, en la que creo que se van a juntar cinco nuevos jubilados jubilosos.

Del trabajo, voy sacando adelante la revisión de todos los culturales, menos los de El Español, en el que entiendo que se me ha acabado la suscripción anual de veinticinco euros. Mirar en las cuentas corrientes “online”. Oh, ¡qué pereza!

Entrego y dedico dos ejemplares de mi “Bicho”, en la biblioteca de Aguilar. Es de justicia, con el lugar y con el bibliotecario. También correspondo con algún regalo del pasado mediante otro libro de Valnera, “Aquel mar que nunca vimos”, para mi amigo y correligionario JGA.

Me sigue pareciendo excesivo el tiempo que dedico a organizarme, pero no sabría operar de otra manera. Siempre he creído que es bueno tener una primera visión amplia de las cosas. Después, profundizar. Pero ¿cuándo? 


26/05/24

Nada, que no hay forma de dormir una noche de tirón, al menos seis horas. Está visto que tengo que partirla en dos. Así que no me queda otro remedio que entretener la vela de una a dos horas casi a diario. Mejor leyendo que con el móvil. Después, suele vencerme el cansancio al amanecer y aprovecho otro ratito. Pero a lo que no voy a recurrir es a la socorrida pastilla. No.

Una maravilla este sol de por la tarde que enseguida me coge la cara. Como estaba airoso, he salido a pata una hora y cuarto. Me ha sentado bien, a buen ritmo, pero no es ni parecido en exigencia a la burriquilla. He regresado pronto para meterme en faena. Preparo la feria. Avisar a gente conocida. Leer un rato tranquilo. Un domingo cualquiera. Sin más. 


25/05/24

Anoche tenía sueño y antes de las once ya estaba en la piltra. Ni siquiera fui capaz de aguantar por tercera vez la peli, “Tamaño natural”, de Berlanga. Y eso que me hace muchísima gracia su erotomanía, junto con las pelis de Bigas Luna. En fin, que a las tres y media, arriba, quinto levanta tira de la manta. ¿Qué hago? Me entretengo con el periódico y el IG hasta que se me despeja un poquito la nariz, me entra de nuevo la modorra en el sofá y vuelvo a la cama. Hasta las ocho y algo.

He leído el periódico con demora en el Valen y después de recados y un rato de charleta con mi amigo y conmilitón AF, vuelta casi a la hora de comer. Además, ha hecho riquísimo para tender y secar colada en las dos casas. No sé si los habrá más rápidos, pero a mí es todo lo que me cunde una mañana. No me queda tiempo para más. Para eso, tendría que no pisar la calle. Y me agobiaría.

Tarde de hora larga de bici con tiempo buenón. Estoy en setenta y seis, buen síntoma para comenzar la campaña con la burra. Hay que retomar. Aunque he notado el polen en los ojos y ya veremos en la napia. Bien embadurnada para que no me la achicharre el sol. La rosácea remite enseguida (lo controlo de otras veces) con la pomada habitual. El caso es que no sabe uno cómo hacerlo. El periódico dice que hay que tomar el sol para cargarse de vitamina D y, al mismo tiempo, protegerse de la exposición para evitar el cáncer de piel… ¿En qué quedamos? Sin pensármelo más, a las seis en el tajo.

Veremos si esta noche aguanto la de “El médico”, otro clásico betselero. Pero me entretiene. De momento, he evitado entrar en el súper y traerme dos bolsas de patatas y una libra de chocolate. Si me apura el sincio, sandía, que llena mucho. Aunque después se levante uno media docena de veces al servicio. Saber gobernarse consiste en vivir de manera equilibrada. Y creo que hasta ahora he sido capaz de mantenerme después de Aquello. Pero reconozco que supone esfuerzo. Y jode.


24/05/24

Pasé un día extraordinario ayer con mis amigos E/I, de Torrelavega. Día sereno y alegre, como siempre que nos reencontramos. Me agasajaron en la comida con unas patatas a la importancia de cuatro tenedores. Compruebo que I. no ha perdido su buena mano después de cuarenta años que probé el manjar por primera vez en su casa. Completa el menú un bacalao riquísimo. Y fresas con el yogur cántabro de La Ermita. Todo sencillo pero en el punto exacto. Justo lo que a mí me falta.

A las cuatro tenía la visita al urólogo, a cinco minutos de la casa de estos amigos. En la exploración y en la eco está todo normal. Me cita para terminar de verlo con unos análisis. Después me reuní de nuevo con E. y estuvimos tomando un chocolate y debatiendo sobre temas de actualidad. Siempre se me hace muy llevadero con él. No somos de las mismas ideas, pero es muy fácil entenderse con alguien a quien admiras, respetas y quieres. Día redondo. Hizo una tarde primorosa, anticipo de verano.

También hoy ha calentado aquí. Incluso he pasado sofoco durante el paseo. Podría haber salido en bici perfectamente. La novedad es que tanto calor me provoca un brote de rosácea que me pone la nariz como una berenjena si no lo cuido. Ahora tengo que aplicar la crema correspondiente y no olvidar la protección. No paran de salir pijadas. Y calla. Date con un canto en los dientes.

El  cambio radical de temperatura me levanta dolor de cabeza pero lo mato con un ibuprofeno y puedo seguir trabajando por la tarde. Continúo lectura de un poemario de CA. Me llama la atención: “Cuando acaba la infancia se revela/ el mundo como una insalubre ciénaga…” Quizá no somos tan verdaderos como fuimos. Quizás ya murió hace muchísimos años nuestra mejor versión. Y somos otros.


22/05/24

Me desvelo a ratos durante la noche. Me despierto y me levanto pronto, sobre las seis, porque tengo opilada la nariz y la boca seca. Caigo en la cuenta de que vivía una pesadilla en la que me quedaba encerrado en el instituto, en un despacho en el que perdía la noción del tiempo enfrascado en mis literaturas. Las puertas con llave. Era el límite de la hora en que podría estar terminando el personal de limpieza. Finalmente, alguien me oía llamar y me abría… No sé quién era. Tal vez una metáfora del que se siente atrapado dentro de su propia soledad y espera que lo liberen…

Me agarro a mis rutinas porque sé el día que es. A media mañana envía un guas el Chico con una foto de los cuatro: unidos, despreocupados de los límites de un tiempo con tasa, felices en cierto modo. Nos unimos con unas palabras de cariño íntimo y familiar. También la Chiqui, por quitar hierro, hace una broma sobre la “cara de pan” que tenemos en el retrato. Es cierto. Ahora ellos ya saben cuidarse por sí mismos. Eso me gusta. La vida debe continuar.

Luego mi cuñada J. y la niña, A., dedican un recuerdo muy bonito en el Ínstagram. Lo miro y se me agarra una emoción silenciosa y prieta en la garganta. No vamos a olvidar. Nunca. Pero debemos seguir.

Chateo con el Chico un momento, mientras sube al avión hacia Ibiza, aprovechando unos días de vacaciones. La Chiqui también me llama cuando sale de guardia para charlar un ratín. Casi sobran las palabras. Pero vienen bien las justas. Y los silencios. Manda noticias de un congreso en el que va a presentar un trabajo. Más tarde me enviará foto descarnada, crudelísima, del tumor de mama sobre el que versa su estudio. Comprendo que lleva el ansia de sanación en su sangre, el afán de salvar vidas, quizá también el medio por el que desahoga su pena. Como lo hacemos los demás. Pero hay que seguir. Sí. Todavía duele. Mucho. Pero. Noparar. Seguir. Subsistir.


21/05/24

Llevamos una temporada de monótona lluvia que además se comporta todos los días igual. Al caer la tarde se siente ya cumplida con las dos o tres chaparradillas que ha soltado desde la hora de la comida, y es entonces cuando se aclara el cielo y se queda un tiempo quieto y agradable para el paseo anterior a la cena. Solo que a estas horas a mí ya no me cuadra. Y menos con el enfado que me da no poder salir con toda libertad al garbeo vespertino (ni a pie ni en bici).

No me queda más remedio que ocuparme en revisar y registrar reseñas de los culturales atrasados y formar mi lista de favoritos del año corriente. Me gusta llevarla actualizada cuando llega lo de Madrid. De esta manera me siento completamente seguro de lo que tengo que comprar. Solo que estos dos últimos años mi información ha sido (ya lo he confesado en otra parte) más genérica que otra cosa. Hablando en plata, me ha faltado mucho tiempo para leer. He tenido que realizar una gran selección. Esto es así. Por contra, he dedicado la mayor parte del trabajo a lo mío, a mi libro de relatos y a lecturas del sello en el que publico.

A última hora he revisado la agenda para dirigir al mayor número posible de contactos útiles el cartel con las dos firmas que ya anuncié ayer: Valladolid y Madrid. Cuando uno hace balance general, se pasma al comprobar que los muchos años fuera de su propia tierra le han desarraigado de cientos y cientos de paisanos que en su día frecuentó y trató. Prácticamente, me queda la gente de mi propio pueblo. Por fortuna, aquí sí me respondieron mayoritariamente la vez anterior. Aunque solo fuera por cariño. No es poco.


20/05/24

De fábula, ayer en León. Llegamos a la hora justa de comer para darle tiempo a la Chiqui de descansar y reponerse un poquito de la guardia saliente. Pero me lie veinte minutos por el centro, imposible de aparcar, hasta que decidí regresar a su piso, recogerla e ir directamente a encontrarnos con el Chico y su novia, M., esta última ya de vuelta de Francia después de tres meses de ampliación de la tesis. Total, que habían reservado en un sitio muy moderno de la plaza de san Marcelo, junto a la de santo Domingo y la catedral, en pleno centro de León.

Yo sé de Alguien a quien le hubiese encantado (y brindamos por Ella, pues celebrábamos el día de la madre con demora). Una cocina elaborada, vanguardista pero riquísima de sabores, con ¡doce platos!, o paradas, como rezaba en la carta. Le apliqué un Pago de Carraovejas que nos supo a esencia, aunque luego tuvimos que airearlo haciendo tiempo en una terraza. Buenísima temperatura y ambiente de calle magnífico, vivo y muy disfrutón. Esto ya lo vengo observando desde que estuvo el chaval antaño. A la vuelta llovió durante casi todo el camino. Pero regresé satisfecho, melancólico y cansado. Como suele ser lo habitual desde que estoy solo.

He confirmado definitivamente esta mañana lo de la colonoscopia, contando con mi amigo EM, de Torrelavega, que me acompañará por aquello de que se necesita un ratín de reposo después de la sedación. Ya lo comprobé la vez anterior y ni me enteré. Pero por prudencia es mejor asistir con alguien.

Como E. también está jubilado y tenemos muchísima amistad, es una solución práctica sin tener que pedir que coja el día nadie de la familia. Es verdad que mi cuñada M. librará esa fecha y cuando la he avisado, sin dudarlo, me ha dicho que contase con ella. Pero se lo he explicado para que no lo tomara como falta de confianza. Para E. supone un cuarto de hora de viaje desde Torrelavega. Y es mejor reservar otras ayudas para cuando verdaderamente hagan falta. De todas formas, a esta mujer le debo entre unas cosas y otras la mitad de mi bienestar. ¡Qué bien se porta!

Otra parte de la tarde la dedico a enviar el cartel anunciador de mis firmas en Valladolid y Madrid, para que pueda ponerse en algunos lugares que reclamen a tantos cuantos puedan acompañarme. Por fin, según me avisa JH, en Pucela firmaré en la caseta “La sombra de Caín”, el viernes, día 31 de mayo, de 19,00 a 21,00. Y en Madrid, el día 1 de junio, de 12,00 a 14,00, en la caseta 21-C, del Gremio de Editores de Cantabria. “No lo des más vueltas, Gabilucho”, me digo a ratos “Vive el presente”. A ello.


18/05/24

Tres días sin aparecer por esta casa blanca de papel. Este espacio que no está en ningún lugar. Por eso, ¿qué más da dejarse ver o no? Su única ventaja es esa especie de presencia a lo Cyrano, como una sombra al fondo y detrás de las palabras. Solo un ciento de ojos me vigilan. Pero podría dejarlo y a los pocos días ya nadie me echaría en falta.

Total, que el quince me largué a media tarde y llegué a Santa con el tiempo justo para asistir a la conferencia sobre Manuel Arce en el centro cultural  Doctor Madrazo. Es sala coqueta, no llegará a las cien personas de aforo. Me pilla muy a mano desde mi rinconzuco, bajando por Menéndez Pelayo y nada más tomar esa calle que arranca en la rotonda de la Sardinera. La ponente, catedrática de Literatura, se centró en tres hechos literarios significativos del homenajeado. Poco más de una hora que no se me hizo larga. Y agradable. Ya no tuve tiempo cuando volví al pisuco (ni ganas) de ponerme al ordenador.

El jueves de mañana aproveché para una limpieza a brazo partido contra la mierda que dejan las palomas en los alféizares de las ventanas y, sobre todo, en la terraza ya invadida desde que han descubierto que ni en la mía ni en la de al lado vive nadie desde hace tiempo. Su instinto es recuperar la naturaleza que les perteneció en los comienzos. Ya se posan con total desenvoltura en las barras de la baranda y duermen allí encaramadas en los armarios. Dentro de poco anidarán si no me dejo ver con más frecuencia.

Por la tarde asistí a la cita en Mompía y me dieron la colonoscopia para el cuatro de junio. Vuelta a casa parando en el Mercadona de Reinosa. ¡Cago en la madre que lo parió! Pagué un frasquito de colonia Mysteri de tamaño mediano y debió de quedar olvidado en el carrito. Es la cesta que lleva uno encima. Se me está bien empleado: por las veces que me perfumo allí gratis con los muestrarios. Llegada tardía aquí. Del mismo modo, ya sin ganas de sentarme al ordenador. No hay manera después de cenar.

Y ayer, viernes, tuve charleta con el club de lectura de la biblioteca de Barruelo. Fue salir y desatarse un aguacero, tan repentino como breve. Se transformó en llovizna y así quedó el resto de la tarde. Se alargó muchísimo, más de las ocho (claro, que empezamos tarde), y remató en un vino en el Ademar, con lo cual llegué a cenar sobre las nueve y media. El lugar de la biblio es en edificio recóndito, vetusto y luminoso, pero muy acogedor para su función. Y la gente se abrió enseguida a un diálogo que me hizo tirar por la borda el guion preparado y dejar paso a la espontaneidad. Me gustó mucho. Algunas mujeres se habían leído mis “Perlas” a conciencia y dieron en el clavo con sus consideraciones y valoraciones. ¡Cómo disfruté! Cuando regresaba relajado en el coche, me di cuenta de que estos encuentros en torno a la literatura es el pequeño trozo de felicidad que aún me queda. Y tengo que agarrarme a él.

Paso esta mañana a lo zombi, ocupado en preparar un cocido, porque le gusta mucho al socio y en previsión de que mañana nos reuniremos en León. Y luego voy y vengo como un recadero por las librerías para que dispongan del cartel anunciador de mi “Bicho”. Y para que lo pongan. Por lo demás, en resumen, la pertinaz llovizna de después de comer no permite salir. Decido retomar estas notas y ponerme a leer. A la espera de que llegue el Chaval. No haré tortilla porque vamos a hincar el diente a un regalito que me dejó la sobrina P. y que está diciendo: ¡Al ataquerrr!


14/05/24

Me entretengo en echar un vistazo a mi dirección de Amazon, en ADP, donde todavía figuran en línea doce títulos míos. Ni me acordaba ya, si no es porque he recibido un correo en el que me dicen que han rehabilitado la cuenta donde cobro depositando ¡un céntimo! Estaba a cero mata cero. Claro, por lo menos tres años que no entraba a comprobar cómo funcionan mis publicaciones allí. Hasta se me había olvidado la forma de acceder, así que con esto queda dicho todo. Rebuscando en mis “Marcadores” he dado, por fin con ello. La última venta, en el veintidós, a final de año…

Lo han actualizado bastante y compruebo que desde el año dieciséis el total de ventas (ebuc y papel) asciende a trescientas setenta descargas o unidades. Acojonante. De paso, me fijo en que mi anterior libro de relatos, del que me habló mi hermano Mon el sábado, estaba con una versión en la que introduje alguna pequeña corrección sin mayor importancia, pero que finalmente no activé por despiste; o sea, que aprovecho para ponerlo al día. También borro alguna publicación para que no figuren dos versiones del mismo trabajo: basta con “anular proyecto”. Esto es un detalle bueno de autopublicarse con el gigante Amazon. Más lo que acabo de mentar arriba de cuidarme como socio a pesar de no vender nada.

Concluyo mosqueado conmigo mismo por esta dejadez en los aspectos materiales. Que tiene su explicación en que Ella no está. Antes, se ocupaba de todo, incluida esta pequeña calderilla que caía por goteo. Como si se tratase de una libreta bancaria más; o mejor dicho, de una hucha para los céntimos sobrantes. Algo así. Se fue Ella, y perdí la cuenta y el interés. En fin, he vuelto a arreglarlo. Para nada. Quizá porque me ha dado vergüenza que Ella pueda estar viéndolo. Porque se enfadaría y sé lo que diría de mí: ¡Qué desastre!


13/05/24

El día de Medina resultó según lo previsto. Acompañó un tiempo de niqui, aunque por la tarde cayó un chaparrón y se deslució a la hora de regresar. Sin ventas, que es lo normal. Como lo he visto tantas veces en Madrid, incluso tratándose de primeras figuras, no me extrañó ni me decepciona lo más mínimo. Estaría bueno que a estas alturas me importase desde ese punto de vista.

Más interesante, sin embargo, fue el ambiente y el cambio de impresiones con algún escritor conocido  (JS, por ejemplo), y un día magnífico de palique siempre instructivo con J/L, mis editores. También en compañía de mi hermano Mon, con quien comimos más de la cuenta en una cafetería de la plaza. En fin, lo di por bueno. Regalé uno del lote oficial a JIG, organizador de la feria, y otro a mi hermano y cuñada, pero estos dos últimos no de mi BICHO, sino de otros títulos de Valnera. Mi hermano Mon me compró, por su parte, el único que se vendió del BICHO. Sabe que no regalo a nadie los míos, por prescripción editorial. Eso sí, dedicatorias cariñosas. Vuelta a casa hacia las once de la noche. Este trajín tiene algo de vida bohemia, o mejor, buhonera.

Por el camino de vuelta, recibí llamada de mis amigos JL/A y me llevé un alegrón: pasaron a verme de vuelta de Gijón y me dio tiempo a reservar para comer el domingo por la mañana. Por supuesto, contento como un niño pequeño. Cuando estoy con JL me pongo en modo “colegial”, a veces como que estamos en el Lourdes y otras como que ya vivimos en el Mayor La Salle. Una tarde también feliz sin acordarme para nada de esta vida penitente que se cuela a veces en el solitario silencio de mi rutina diaria. Hablamos de tantas cosas y tan embarullados que ya no me acuerdo de nada, pero es como volver a estar vivo. De puta mea.

Hablo hoy con el editor un rato para solucionar unos asuntos, entre ellos la manera de hacer las presentaciones oficiales del libro. Primero, en Piña y luego en Aguilar. La de Madrid es otra cosa. Luego pongo un guas a mi pariente JLG, teniente alcalde del ayuntamiento de Piña. Como es fiesta le pillo libre, me llama al instante y hablamos un ratín: no hay problema alguno para repetir la experiencia de hace dos años. Estupendo. Será en la semana del cinco de agosto. Quedamos un poco más adelante para los detalles. También me alegro. Sobre todo, porque me gusta pensar que me aprecian en mi pueblo.

No da más que para un paseín de soportales. Ha virado definitivamente el tiempo y se ha puesto a llover a ese ritmo melancólico que suele caer con buena temperatura. Unas compras de vuelta. Nada más. Escribir un rato. Tal vez pensar en quien no debo (¡qué no daría yo por abrazar a alguien!). Pero no. Leer.


10/05/24

Madrugo un poco porque se me han acabado las existencias y necesito una pota para tres comidas dobles. Las lentejas me quedan vaya, como me puso por guas el Chico hace unos días cuando abrió un táper. Eso que he variado la fórmula casera aprendida de la madre. Entre unas cosas y otras, me planto en la hora del café. Después he acompañado al socio hasta el centro sanitario, y resulta que na de na. Ni catarro ni riñón. Un poquito de frío y un amago de lumbalgia. En cuanto el médico le ha dicho que no tenía nada, ha salido pitando a dar una vuelta. Olvidado de todos sus males.

De todas formas, esta última noche el que no ha dormido bien he sido yo. No entiendo por qué, pero a saber lo que se oculta en la parte de atrás de la cabeza, en sus desvanes y trasteros. He tenido pesadillas porque quería acercarme a alguien y me rechazaba una vez y otra. Subía por una escalera y no llegaba o quien estaba en lo alto y parecía esperarme, pero cuando casi llegaba a tocarla desaparecía. Quería a alguien que no me quería a mí… Y he llegado a la conclusión de que eso me sucede a días, cuando me tomo un vaso de leche antes de irme a la cama, con un montón de horneadas de Gullón. Me empachan o me hierven en la barriga a las dos horas de haberme acostado. Y me desvelan y tengo que levantarme.

Pensaba quedar con mis amigos JL/A y con mi hermano Mon, e invitarles a comer en Medina del Campo, pero los primeros están de viaje. He quedado con Mon para recogerle en Pucela a media mañana y tirar para allá. La firma es por la tarde, a partir de las cinco. Ya lo estoy viendo: no me voy a comer un colín… No es lugar de conocidos. Es así. Pero tengo el propósito de ver a algunos escritores con quien charlar un rato y comprar algún que otro libro. El programa, de todos modos, ha mejorado muchísimo respecto al año pasado. He consultado la página web. Muchas y llamativas actividades paralelas. Bueno, veremos lo que da de sí. Que no haga malo.

La Chiquitina me envió anoche una foto por guas del cuarto de los médicos de guardia en su hospital. Para que viera que estaban leyendo mi libro. Produce un efecto extraño, pero me alegré. Por muchas razones me voy convirtiendo en invisible, pero siento que todavía puede existir al menos alguien que me encuentre interesante. Tú, lector.


09/05/24

Pienso que todo salió muy bien ayer. DA, al menos, me pareció honradísimo con la generosa (y trabajada) presentación que preparé sobre su libro de relatos. Se puede ser diplomático, pero su cara no me engañó: estaba contentísimo. Entramos en materia y le encarrillé durante una hora completa por los recodos técnicos de su libro, hasta un punto que me dio la impresión por momentos de que estaba sorprendido. Cuando terminamos y nos quedamos solos tomando una cerveza, me lo confirmó.

Y lo cierto es que no lo hago por las personas en concreto (que también) sino por pura pasión. Esta pasión de las palabras que me abrasa vivo por dentro. Pues todo el amor que me falta para proyectar esa pasión y que en condiciones de pareja lo repartiría a medias entre una mujer y el texto literario, todo ello completo y junto va a una misma hoguera en la que me consumo. Por tanto, la literatura en mí es un incendio doble e inmenso.

Conté por encima unas cuarenta personas, que a simple vista mantuvieron el interés hasta el final. Le pedí a GV que se acercara para que viera de cerca cómo puede ser la fórmula para la radio. Por guas me mandó unas fotos y me dijo que estuvo perfecto. Lo mismo EB, el bibliotecario. No sé si me dirán la verdad del todo y yo les insisto en ello, porque tengo la impresión de que me enrollo demasiado. Y necesito que me lo digan si es un problema. Sobre todo, porque en la radio no daría tiempo a nada. De todos modos, EB grabó la sesión completa en un vídeo del que estoy a la espera, precisamente para observar mis fallos y corregir, y también como promoción mediante un resumen. Llegué a cenar más tarde de lo habitual y ya no pude escribir nada en este rincón de mis soledades cotidianas.

 El día de hoy lo he dedicado a gestiones varias. Me han postpuesto el médico del socio y el dentista mío, con lo cual no he terminado de posar. Además, he recuperado una nota en papel en la que me recordaba que me comprometí con CA, poeta y director de la feria de Torrelavega, a conseguirle los diecinueve números del premio Águila de Poesía, del que me confesó que había oído hablar muy bien. Cuando me he puesto a rebuscar y ordenar en mi biblioteca, he conseguido completar una colección entera, pero a base de ejemplares firmados y dedicados. Por tanto, míos, personales e intransferibles. Y no he podido sacar otra a falta de dos números. He recurrido a la biblioteca pública y tampoco. No sé cómo podré resolverlo.

CA es un grandísimo poeta y estudioso de la poesía, y su biblioteca personal suma unos doce mil títulos de poemarios. Pero, claro, lo valioso son las series redondas, sin faltas. En Palencia me parece que en los últimos treinta años, desde que yo llegué aquí, no conozco más que tres de estas colecciones valiosas: Los cuatro cantones, Milenrama y el Águila de Poesía. Un estudioso como CA es lógico que las codicie para sí, aunque pueda localizarlas en alguna biblioteca pública. Y, desde luego, también estarían muy bien en el Aula de Poesía “José Luis Hidalgo” o en el fondo bibliográfico de las Veladas Poéticas de la Menéndez Pelayo. Él es coordinador de ambas. Voy a hacer el esfuerzo. Reconozco que me agradó su insistencia en que lo llamara alguna vez que pase por Torrelavega. Pero también es cierto que en este momento no puedo comprometerme con más de lo que tengo: estoy centrado en un proyecto novelístico con Valnera y no quiero despistarme. Cavilar, reflexionar, hasta dar con una novela nueva. Pero sin prisas, porque en la editorial hay más autores. Voy comprendido que ahora tengo otros dos años para preparar lo siguiente. Y tampoco voy a acudir a otro editor porque no lo voy a encontrar mejor que este. Lo veo claro. Eso sí, seguir escribiendo todo lo que pueda…

Para terminar, reflexiono: mientras las circunstancias no cambien (fundamentalmente, atender al socio hasta su conclusión y terminar de encarrilar a los hijos hasta su independencia absoluta), mi centro de operaciones será Aguilar y con eso me basta y me sobra. Por ejemplo, hoy me han llamado del club de lectura de Barruelo porque han leído mis “Perlas”. Pasado mañana. Fantástico.


07/05/24

Se ha portado muy bien GV, directora de Radio Aguilar. Hay que reconocer a la gente que hace bien su trabajo en estos tiempos de polarización global, incluida la información. Me ha dedicado media hora completa y me ha permitido explayarme lo suficiente como para quedar satisfecho de una primera presentación con cierto alcance. La radio es decisiva para autores como es mi caso, que tienen por objetivo en cuanto a lectores y ventas un núcleo amplio de personas conocidas. Bendita radio.

Remato la mañana revisando alguna entrevista a DA, el escritor que presentaré mañana en la biblioteca. Tengo el material preparado y creo que resultará esclarecedor (aunque se trate de unas pocas reflexiones) y servirá para dar el primer paso hacia ese libro de relatos que no es de fácil acceso. El autor es bueno y lo merece. Estupendo.

Y, dicho sea de paso, lo que me he propuesto en lo sucesivo es no comentar trabajos que no me convenzan. Con un criterio subjetivo, claro, pero estoy convencido de que tendré que rechazar a gente y no le gustará. Los compromisos no son el compromiso. A fin de cuentas, quien dirige, elige. Espero hacerlo con ecuanimidad. GV me anima a ir pensando en una primera intervención en radio. He quedado para tomar un café y no voy a prepararlo con prisa. Es decir, absoluta libertad. No pido más. No cobro.

Con un montón de gestiones de todo tipo, el día se achica y no puedo casi ni sentarme un rato: ni periódico ni novela ni escritura. Tengo que pensar en cumplir sin dejarme pillar por la pasión de los libros. No tengo ya edad para pasiones. Tranquilidad. Día a día. Paso a paso. Al tran tran. 


06/05/24

Doblete de tertulia porque estoy descuidado de cocina por unos días, entre lo que tenía previsto y lo que me ha llegado de regalo. Y contento porque han fructificado las gestiones de médicos y se me ha arreglado todo el calendario de mayo. Dermatólogo, dentista, urólogo, digestivo y oculista. Como lo oyes, chaval. Todo dentro del mes y sin interferencia ninguna que altere el calendario previo de ferias del libro y otros menesteres similares. Magnífico. Eso sí, he tenido que recurrir en algunos casos al cuadro médico de Torrelavega, porque el de la capital está petado. Algunos de estos especialistas de mi compañía, Adeslas, me daban para mediados de septiembre. En este caso, ¿para qué quieres un seguro semiprivado? Decididamente, tengo que pensar en el cambio a principios del año próximo.

Tengo que hacer una relación de libros tomados de Valnera a cuenta de mis honorarios. Le digo a JH, el editor, que conviene tenerlo organizado para que no se convierta en un desastre valorado “grosso modo”. Sobre todo, por él, para que no pierda. Según voy observando, los escritores somos caprichosos y consideramos los libros del sello como propios. Y nos gusta coger los que van saliendo y que el editor nos los vaya poniendo en la cuenta. Pero esto es una chapuza en algunos casos, porque con el tiempo uno va perdiendo la cuenta y se termina gastado sus ganancias adelantadas en forma de libros. Además de los veinticinco por derecho (5% de la publicación de “Bicho”), ya me he llevado otros diecinueve, míos y de otros autores. Y los de Valnera los voy a leer con toda seguridad. La gozo como un niño con zapatos nuevos. Soy así de simple. Y feliz.

Mañana tengo una pequeña entrevista en la radio a las diez menos cuarto. Es bueno un poco de promoción, porque ya está en las dos librerías mi “Bicho” y no ponen un cartelón grande bien visible. Se lo voy a tener que proporcionar yo si JH me manda un archivo para imprimir. Por otra parte, la primera entrevista en que intervenga con mi sección propia, ya tengo pensado qué, cómo y con quién. Lo bueno es que el día es un viernes cada quince, pero en mi caso es como una sustitución al bibliotecario, esporádica  y además en la fecha elegida por mí. También lo diré aquí. De entrada, estoy ilusionado con este proyecto. Y ya se verá. Pero voy a ful. Contolalma.


05/05/24

Salimos con tiempo manso hacia Burgos con intención de llegar a la charla del escritor y amigo JAA sobre la publicación en la periferia editorial. Hemos desatinado el camino cuando ya estábamos al lado y eso nos ha obligado a llegar unos minutos tarde. Nada. Nos situamos detrás, pero dejo a la Chiqui para arrimarme a mi editor en segunda fila y poder oír con cierta comodidad.

Un poco me falla la trompetilla en el lado izquierdo, pero también es cierto que JAA estaba recuperándose de una sesión de quimio y sus cuerdas vocales no daban para más. Él mismo se disculpa con mucha elegancia, pero yo sé de ocasiones anteriores que le llevará unos días y que tiene que hacer un esfuerzo ímprobo para alcanzar al público incluso con micrófono.

Sin embargo, saca fuerzas de flaqueza y lanza un discurso valiente, honesto y muy crítico con la literatura de mercaderes. Comenzando por los premios literarios y acabando por la traición de la literatura banal. Deja sus gotas de vitriolo con la rabia que le queda, con el amor que profesa a la literatura auténtica. Me emociona y me hace sentirme orgulloso del sello editorial en el que ambos publicamos. Sin más ambición que una obra de valor estético perdurable, o sea, siempre en busca de una gran novela.

Él nos propone en este momento la suya, “Cáncer imperator”, una alegoría sobre la invasión de un sistema por unos enemigos que terminan venciendo y arrasando. Es su cuerpo, es su enfermedad, es su libro. Pero con una voz épica y una grandeza que lo convierten a mis ojos en un gigante. Cuando nos reunimos después, ya en la caseta, con el emocionante detalle de que nos intercambiamos nuestras obras y nos las dedicamos recíprocamente, desentraño su letra un poco desmañada en la que me habla de una “prueba cruel” por la que él ha pasado y me desea que yo nunca pase. Él sabe. Yo sé de qué hablamos. Junto con Alguien que nos acompaña sin dejarse ver por el interior del Palacio de la Isla o de Muguiro, JAA es la persona más valiente que he conocido plantando cara a un cáncer que él se adelanta a explicar como médico que es incurable.

Aquí mismo, al lado, mientras ingresamos y cuando ya salimos, le explico a la Chiqui que nació su hermano en el hospital san Juan de Dios. Nada se ha movido en las piedras, solo el tiempo ha mudado y nos ha transformado y nos ha aniquilado. Así es el destino de los hombres. Pero no quiero estar triste ni entristecer a mi niña. Sin mentarlo, sabemos el día que es.

Me ha parecido una feria con más pretensiones que sentido práctico para editores y libreros. Veinte casetas, entre las que estaban invitadas dos asturianas y una cántabra (Valnera). No mal tiempo, pero semilluvioso. Poca gente dando vueltas por allí. El lugar bonito, aunque medio discreto. Ventas, me parece que contadas. Regalo también un ejemplar mío del lote de autores y prensa a un periodista del Correo de Burgos, AM. Le propongo que eche un vistazo. Sin compromiso. Sin más. Salimos para Aguilar comenzando a llover.

No hay un solo restorán en el trayecto de la carretera vieja hasta llegar a Fuencaliente. Y en Burgos nos habían advertido que imposible tratándose del día que se trataba. A las dos y pico de la tarde, ¿andevás? Hemos parado en el susodicho de Fuencaliente y hemos acertado de pleno. Amplio espacio, comida casera, servicio muy rápido (eran las tres y pico) y un rinconcito tan acogedor, al lado de una estufa de llamas cimbreantes y ventanales inmensos contra día gris y mustio, que la Chiqui y yo nos hemos sentido recogidos como al calor familiar. Hemos charlado a placer. Unos cafés y vuelta a casa. Desde aquí, de inmediato, ha salido para León. Ya ha llamado. Ya ha llegado. Ya la vida se renueva.

Antes de partir hemos tenido que cargar una tonelada de comida que le tenía preparada la tía M. ¡Qué mujer más exagerada! La Chiqui se ha portado bien y ha repartido la caridad, sobre todo de calabacín, que es lo que no termina de gustarle mucho (¡Mejorpamí!). Y otra poquita cosa de todo me ha dejado. También yo le he añadido un táper y porque no ha querido más. Y cuando más tarde ya estaba solo en casa, he pensado para mis adentros que benditas sean las manos que dan a mis hijos ese regalo, como si fuesen prolongación de otras manos que ya no pueden dárselo. Y sé perfectamente que es en recuerdo del mucho amor fraternal. Hoy. Precisamente.


04/05/24

Mucho enfado porque no dispongo de demasiado tiempo y resulta que persiste un problema de hace dos días en el Word: aparece una raya negra o roja vertical en el margen izquierdo del documento. Es jodido, créeme. Puede comerte una hora y entonces deseas que se produzca una guerra nuclear que termine con la tecnología y volvamos atrás hasta el principio evolutivo del homo sapiens. Deseas que desaparezcan los ordenadores. Finalmente es sencillo, pero tardas en averiguarlo: tienes que ir a “Revisar” y después señalar “Ninguna revisión”. Ya ves tú, oye. Qué fácil. Sin blasfemar.

Se me fue la tarde ayer en Torrelavega con mis amigos E/I. Afortunadamente pude visitar antes a un dermatólogo y resulta que lo que tenía era un eccema de mierda sin ninguna importancia. Yo había sospechado que un herpes zóster me afectaría a la vista o al pulmón… A las cinco estaba donde mis amigos y de allí fuimos a la feria.

Me emocionó la alameda junto al IES Marqués de Santillana, por donde yo paseé mis nerviosos veinticinco años en busca de los poetas de la editorial Scriptum para la publicación de mi primer poemario. Me lo aceptaron. Cayó más de una copa en el pub de estilo inglés que aún se mantiene… Y a la primera de cambio, ayer mismo, a las seis de la tarde, me di de bruces con CA, cuarenta años después, firmando su libro en una caseta de la editorial Septentrión que él ha fundado, frente por frente con la que expone mis dos libros de Valnera y desde la que nos miramos y fuimos al encuentro…

Así de grande es la emoción, así de azarosa es la vida, así de triste es el tiempo que nos consume. Nos abrazamos, nos recordamos, nos cambiamos las señas y le compré su obra completa. Prometimos volver a vernos y me dijo que le llame cuando vaya por Cantabria porque anda metido de lleno en la promoción cultural y podemos tener mucho de qué hablar.

Por si no fuera bastante, y en la caseta de al lado, otro hombre que hablaba con este amigo poeta me identificó y nos presentamos. Cágate lorito. Un concejal de cultura de Dueñas afincado en Cantabria desde su jubilación, que me reconoció como impulsor del Águila de Poesía y al que ubiqué como el creador de la Revista Ñ. Hay que joderse. Firmaba también un libro de relatos que, por supuesto, compré. Prometimos presentárselo en Aguilar.

La vida, me dije regresando ya cerca de las diez, es una estupidez. Además, con rima. Porque un cuerpo sano como el mío ni siquiera puede resistir el viaje entero sin tener que parar a aliviar la vejiga. Cosa de próstata. Me interné en Reinosa, aparqué frente a la Bámbola, tenía hambre, me pudo la nostalgia, estaba petado y terminé en el bar junto al puente tomando un refrigerio para no tener que hacer cena al llegar. Bueno, también es verdad que me pudo el caer de la noche, la bruma lluviosa, el aparcamiento solitario con tantos de mis recuerdos y la ausencia de Alguien que rebrillaba en el cauce del Ebro con su canción en voz queda. Llegué a casa y me acosté. Por fortuna, estaba relajado y me dormí enseguida.

Un cocido magnífico, grandioso, de ocho raciones, una botella ribereña de JC y unas fresas con yogur, y café de remate. Mano a mano con la Chiqui, que se ha presentado a tiempo para sentarse con la comida caliente. Maravilloso disfrute que ha convertido este sábado en especial.

El café en Cervera. Da gloria ver a mi niña cómo está ya de suelta con el Ibiza. Nos metemos en uno de esos baretos de la plaza que tira a antiguo y la juventud hace que pase por “vintage”. Sentados a una mesa con dos cafés charlamos largo y tendido durante un par de horas. Admirables la inteligencia, la sensibilidad y la madurez de esta mujer hecha y derecha, que hace nada fue una mimosona que pintó en un cartón que conservo expuesto en mi estudio como un goya, a los cuatro de la familia tomados de la mano. Mientras me cuenta sus cosas me quedo embobado mirándola y le digo a Alguien que está sentada también a la mesa aunque invisible: Lo hicimos bien. Paisana.


02/05/24

Las obligaciones y las gestiones me comen el tiempo. Lo primero, a poco que me entretenga, me lleva la mitad de la mañana. Lo otro, varía según las circunstancias. Lo digo porque no hay forma de encontrar en la compañía médica una cita con el dermatólogo antes de julio y en Torrelavega. Ya lo conté, pero la novedad es que me han llamado porque ha quedado libre un hueco para mañana mismo por la tarde. Con lo cual, a la una médico, a las dos comer, a las cuatro dermatólogo y a las cinco feria. Tócate los cojones, anda.

A partir de las cuatro, hoy mismo, me ocupo de encontrar cita también con el urólogo para revisión de la próstata. Esto en Santander. Es la misma doctora de hace dos años. No hay forma de que conteste ninguno de los teléfonos disponibles en Adeslas. Por fin, durante el paseo, me atienden y me dan cita para mediados de septiembre. Cojonudo. He decidido buscar también en Torrelavega. Por si salta la liebre. Y dejo pendiente la cosa de la colonoscopia. El asunto es que voy a aprovechar y a comienzos del año que viene voy a mandar a tomar por culo lo de Adeslas y me voy a la seguridad social. Ya sé que hay mucha lista de espera, pero me cambio al sistema fiable. Que uno se va haciendo viejo y no se juega con el pellejo. Con rima.

Vuelvo pronto al trabajo porque no está el tiempo para alegrías, pero hasta el último momento me persigue la suerte de los estúpidos: me aborda una muchacha delante del Valentín diciéndome que no sabe dónde ha dejado el coche. Que por esta zona. Que si la puedo ayudar. Pero ¿es que tengo cara de pijo o qué? Esto lo pienso después, cuando ya estoy en casa. Por fin, resulta que lo ha dejado en la avenida de Cervera, frente a la salida trasera de El Castillo. ¡Y estaba buscando a la puerta de mi casa! Al despedirnos me mira con ojos atónitos preguntándose sin palabras por qué la habré ayudado. Se lo veo escrito en la mirada. La recua de los despistados es interminable. Yo soy igual, le digo. Es la cesta. Se ríe. Adiós.


01/05/24

Como primera labor del día rasgo la hoja correspondiente del calendario del cuñado y el de las sobrinas. Y paso página al de pie que me regala la peluquera. Ya en mayo. Y le entra a uno la sensación de vértigo. ¿Una tercera parte del año gastada? Me invade, como tantas veces, la sensación de pérdida de tiempo. Tanto por leer, tanto por escribir. ¡Cómo es posible que no me dé tiempo a nada! Y por el camino, muere Paul Auster, muere Victoria Prego; muere una mujer desconocida de la que observo a un familiar pegar la esquela en la pared frente a casa: soltera, solo sobrinas, de noventa y ocho años. Lo firmo ahora mismo si ha llegado con la cabeza bien y el cuerpo con suficiente autonomía.

Por lo demás, un día tranquilo casi vacío de gentes por lo que compruebo en el recorrido por el contorno del pueblo, después de comer, pues llueve (por la mañana también ha granizado un rato) y el cielo está tristón. Día del trabajo que me lo tomo tranquilo y con tiempo de sobra. Me he levantado a las siete y media y he aprovechado a leer antes de salir. Después de las noticias y el garbeo, reviso unos detalles en Machado. Es un poeta fácil, cuyas obras se manejan con dos libros en la mesa, las poesías completas y el Mairena; pero su obra está organizada de tal manera que hay que repasar el manual de historia literaria para poner en orden las ideas.

Cambio impresiones con DA, el autor del libro de relatos, para convenir un mínimo guion. No me resulta tarea difícil este cometido y disfruto trabajándolo porque no deja de ser novedoso el enfoque de cada escritor que uno presenta. Quedamos para tomar un café una hora antes del evento en la biblioteca.

En lo personal, me doy cuenta de que soy incapaz de adquirir un mínimo compromiso con nada ni con nadie. O no estoy preparado todavía o no encuentro quien suscite al menos un principio de interés. Nada. Puedo intercambiar unas palabras amables, incluso atrevidas, pero a los cinco minutos estoy aburrido como si tuviera de frente la cara de una oveja. Me ha pasado tal y como lo digo. Sin embargo, hay algo positivo en ello: no siento ni necesidad ni prisa y vuelvo sin arrepentimiento a mi tranquila rutina. Mi zona de confor, como dicen por ahí. Mi calma. No es poco.


30/04/24

Venga gestiones. En plan administrativo, como dicen ahora. Hablo con JH. Feria del libro de Torrelavega. Allí me conoce gente, seguro, de aquellos cinco cursos de profe en Cabezón. Cuánto me alegraría que alguien me identificara de los alumnos (bastantes de Torre) que tuve hace ¡cuarenta años! El viernes me toca dentista, así que en cuanto coma me piro. Ya he quedado también con mis buenos amigos E/I.

No estoy en la firma, pero me paseo y me dejo ver. Consulto la página web. Es curioso, pero el director de la feria, CA, es un antiquísimo amigo y excelente poeta del que guardo tres poemarios que pienso llevar para darle una sorpresa si le veo. Junto con RF, otro gran poeta cántabro, fuimos amigos de veinticinco años, cuando estuve a punto de publicar en Scriptum mi primer poemario. Salí anunciado en una solapa de contraportada y todo se vino abajo cuando los trasladaron del IES Marqués de Santillana. Cuando regresé de unas vacaciones de verano, ya no pudieron atender aquel maravilloso proyecto lejos de la ciudad. No sé si me reconocerá CA. Lo veo en una foto grande del Diario Montañés y nunca habría ni siquiera sospechado que era él. Porque lo dice el pie de foto…

El finde, sábado, llega mi Chiqui, y nos comeremos un cocidito. Y el domingo, día de la madre, nos acercaremos a Burgos y también estaré por la feria haciéndome ver por si cae algo. A las doce hablará JAA, y eso sí me interesa. Después invitaré a comer a mi niña y regresaremos pronto para que ella vuelva a León. Así pasa uno el tiempo. Así sobrevivo. No soy un hombre triste. Pero noto los pequeños vacíos de tiempo. Se muere abril. Llega otro mayo… ¿Qué echo de menos? Nadie está.


29/04/24

Ayer, por unas razones, y hoy por otras. Zascandileando todo el día. No es que lo considere tiempo perdido, pero fuera de programa… En fin, no me arrepiento. Primero, la gente. Ocupé media mañana en lo habitual y lo completé con el programa de la tele sobre libros, “Página dos”. Esto me llevó a indagar en una bilbiografía que me comió el resto del tiempo.

Estaba interesado, sobre todo, en observar el formato idóneo para llenar una media hora en radio, que no estimo que tenga que ser muy diferente del de la tele. Me parece una posibilidad muy interesante la entrevista a un autor que conozca de antemano y con quien haya contactado previamente. Intentaré embarcar a media docena en la feria de Madrid. Se trataría de presentar diez minutos un libro y el resto charlar con otras preguntas claves para conocer al autor y su intención al escribirlo.

Después derivé en la consulta de la obra de FA, que ha sacado nuevo libro, y cuyo anterior trabajo todavía recuerdo con gratísimo y nostálgico recuerdo, pues lo leía a ratos en el hospital durante los días últimos del Amor. Tengo en la mirada impresos los vuelos nerviosos de los vencejos de la novela y los otros reales que sobrevolaban hasta sus nidos colgados del marco de la ventana de la habitación. Hice fotos. Las guardo. Tal vez un día le cuente al autor en qué circunstancias leí sus “vencejos”.

Por la tarde me encuentro con tres parejas de amigos. Regresaba de un buen paseo y me dejé liar. Me entretuve porque a mí me traiciona siempre la lengua y la buena conversación. Me planté en la hora de la cena cuando dejé a dos parejas de Mave, una de ellas residente en Madrid, con quien me he visto todos los años que he asistido a la feria. Por supuesto, irán a comprarme el “Bicho” el día de la firma. Buenísima gente. Conmilitones.

Lunes con la tele puesta. Una excepción en mi vida diaria, pendiente de la cosa del politiqueo. No quería perdérmelo. Se ha alargado la comparecencia del presidente del gobierno mucho más de lo previsto y eso me ha quitado la concentración. Participo en dos tertulias y cuando vuelvo remato con más sesión de tele a informarme de la repercusión. A la hora de comer se me había olvidado el asunto. Palabra.

Me lanzo con la burra a tumba abierta en una tarde que lo pedía a gritos con aire detenido y quince grados. Me llaman durante el trayecto y debo solucionar cuestiones de distribución de libros. Me demoro. Y para más inri me encuentro cuando iba de vuelta a casa con mi amigo y dentista, JAA, y nos tomamos un café para después llevarle de la oreja hasta la librería a que me compre dos ejemplares. Niquelao. Cuando vuelvo a la hura, ni tiempo ya para mirar la prensa. Es igual, mañana a ver qué dicen… Aunque más bien estoy con la cabeza en otra parte, con la intención de escribir algo más largo sobre el encargo del Laocoonte de GRP, para Valnera. Me flipa. Sería estupenda una de las primeras sesiones en la radio con él. También ando de citas con médicos para rutinas. ¡Cuánto tiempo quemado a lo tonto! Pero no lo mires y verás… Me propongo para mañana salir lo justo. Casi casi, la burra. Con sol.


27/04/24

No está el tiempo para alegrías y, ante la amenaza constante del cielo ceniciento, digo quietoparao. Lo justo para el cafetín con periódico y un poco de cháchara con JAR, camarero y buen colega. Aquí abajo, en el Valen, no había ni rita. No apetece con el día tan revuelto. Aunque por la mañana nos ha respetado la lluvia y he decidido poner coladas en los dos pisos. Mal hecho. Nada más comer, la del socio se ha salvado porque ha estado atento y ha recogido la ropa enseguida. Y se me ha reído a lo soquilla. Porque a mí me ha pillado con los ojos cerrados durante diez minutos y ya no ha tenido remedio. Todo el tendal colgando más de un metro del peso del agua, como un pellejo. Pues hasta mañana no pienso ni mirar. A pesar de que a media tarde ha aclarado y se ha asomado un solillo buenón para caracoles. No descarto que se me seque antes de la cena. Bah, lo que veas.

Oye, qué bonita la maceta del rosal enano que me han regalado en adultos por la charleta del otro sábado. Tiene siete rosas blancas de diferente tamaño (pero en talla mini). Y observo que van chupando agua del plato. Con esa blancura nacarada que tanto le gustaba a Alguien. Y siento alegría por conservarla también añadida a las que me dejó Alguien en herencia. O sea, que ahora mismo tengo seis vivas como niñas bonitas.

Madrugón porque no he podido cerrar los ojos después de las seis. Pero descansado. Así que me he puesto con el libro de GRP, para comentar a Valnera. He dado un empujón porque estaba con muy bien concentrado. La segunda lectura me confirma que es de lo mejor de nuestra colección. En esta pasada voy entendiendo a fondo. Lo que es una segunda lectura… Si no hubiera más. Pero a mí me gusta así cuando tengo que escribir sobre lo leído. Intentar captar de una forma completa.

Gorgoritos en la barriga por la noche y a deshora. No entiendo. La cena muy frugal. ¿Entonces? No sé si me paso con la cebolla morada, que me gusta muchísimo. Pero me cantan las tripas sin motivo. ¿O es de hambre? Porque me levanto con ganas al desayuno. Llevo sin las horneadas una semana. Si es que no podía ser… Creo que hasta respiro mejor. Misterios.


26/04/24

He probado de nuevo la receta de las “lentejas al estilo de mi abuela”, que guardo en mi archivo culinario y esta vez he ajustado mejor las cantidades. Me han salido bastante potables. Pero tengo claro que no puedo descuidarme porque pierden agua enseguida y es necesario rehenchir. La idea de una cabeza entera de ajos y un tomate es adecuada y le presta un sabor rico. Y, por supuesto, en esta ocasión he metido tres patatazas más bien grandes en cuadraditos. Todo es cuestión de una cazuela honda y holgada. Bien. Satisfecho, excepto porque algunas lentejas no terminan de ablandar (pocas) y el tiempo debe llegar hasta los cuarenta y cinco minutos, al cinco de fuego. Recordarlo. ¿Quién te ha visto y quién te ve, galán? Pero me mola más cada vez saber que lucho por mi independencia total ante cualquier circunstancia futura. Como me lo aconsejó Alguien …

Hago una visita en la radio a GV y me cuenta muy agradecida que el libro que le regalé anteayer recién salido de imprenta coincidió con su cumpleaños. Le ha hecho ilusión, por feliz casualidad. Sobre la entrevista en radio quedamos en que le dé tiempo a leerlo, o sea, para el día siete del próximo mes. Me parece perfecto por la circunstancia de que se vaya difundiendo y vendiendo hasta la presentación oficial, en verano si es posible.

En cuanto a la colaboración periódica sobre una sección de crítica y consejo sobre libros, le planteo que prefiero llevarlo solo y sustituir de vez en cuando a EB, el bibliotecario, aliviándole de trabajo, pero con la condición de que no sea regularmente y me obligue a estar sistemáticamente pendiente. Es decir, yo voy leyendo a mi ritmo y gusto, y cuando un libro me llame la atención (previo trabajo de notas y guión, e incluso entrevista al autor) aviso a la radio de que estoy disponible. Sobre el tiempo, quedamos en que una media hora será suficiente.

Por último, le pido a GV que las primeras intervenciones sirvan para evaluar si tiene interés o no para el público. Eso dependerá de su criterio. Y si no funciona, que me lo diga con claridad y tan amigos. Procuraré hacerlo de manera que resulte ameno, ágil y sencillo. Pura divulgación cultural, pero con una base de calidad crítica. Eso es lo que me atrae. Y me ilusiona, sinceramente, proponerme nuevos retos en nuevos formatos, como lo probé en Ínstagram (formato superbreve) y pronto voy a alcanzar las doscientas publicaciones, a razón de una a la semana. Estoy contento.

Paseo larguito, rápido, según el plan que me propuse de ir cogiendo la bici y alternar con la marcha ligera, hasta que pueda salir a diario con la burra fina. Combinado con un mejor orden en la comida, que cuesta mantener en invierno. De todas formas, todos los años me sucede lo mismo: me despreocupo desde navidad hasta estas fechas y luego tengo que bajar cuatro o cinco kilos para ir bien con la máquina. Ciertamente, algo ha afinado la barriga. Qué agradecido es también el cuerpo para ir a su ser. Tres kilos menos y estaré en la condición ideal para trotar arriba de Brañosera. Este año tampoco renuncio a Comillas o, si no puedo, al Golobar. Vaaamooosss.


25/04/24

Tengo recados antes del café, salgo y compruebo que aún no ha llegado el Bicho a la librería. Varios guas preguntándome. Envío el enlace para comprarlo por internet, pero resulta que ni la gente que se maneja lo quiere así. Coño, pues si tanta prisa tienes… En fin, que no será hasta media mañana cuando la propia librería lo suba al Ínstagram. Les pongo un mensaje de agradecimiento. Ya está, les digo a algunos.

Y luego me reúno con las chicas de la Cruz Roja, que me reciben con muchísima alegría y más besos. ¿Quién es?, preguntan algunas sin rebozo. Alguna otra tiene sus problemillas de audición. Hay incluso a quien se le caen los ojos a los cinco minutos de haber comenzado mi charla. Pero, en general, disfruto cantidad en un espacio coqueto, bien organizado, acogedor y lleno de cariño. Se siente en las miradas. Les hablo dos minutos de promoción sobre mi segundo libro, aparecido anteayer… ¿qué libro?, ¿cuándo? Mi querido J. hace ejercicio de paciencia y les enseña el publicado hace dos años, pero no hay forma de diferenciarlo del recién aparecido. Lo dejo por imposible y les planteo que mi charla será la explicación de cómo he podido llegar hasta aquí (tan bajo o tan humilde, pero tan feliz). Y para ello doy un salto hasta el pasado infantil desde mi despertar al lenguaje hasta mis primeros pinitos adolescentes como escritor. Estoy convencido de que les ha emocionado. Cuando encuentro caras así, ojos así, bocas así de abiertas, me lanzo a vida o muerte, a ful. Y soy yo mismo hasta el fondo. Me han regalado tres cositas preciosas. De veras.

Luego tenía prisa porque había pedido cita en el médico. Parece que remite este puñetero herpes. Pero, joder, nunca me había sucedido una cosa semejante, que durase tanto tiempo y tan resistente a una simple pomada. Me confirma el doctor que es el Herpes Zóster. Ha remitido casi por completo después de veinte días de tratamiento, pero preventivamente me ha recetado una segunda mano de pomada con corticoide para rematarlo. De lo contrario, tendría que ir al dermatólogo. No sabía yo que tenía su importancia y más a partir de los sesenta y tantos. Y que admite vacuna. Para el año que viene, sin falta. No jodamos. Eso sí, ha sido una suerte que me haya salido en un muslo (es talmente como una calentura, pero que no se cura fácil), porque puede salir en medio de la cara. Uf. Es que hay que observarse y no dejar pasar los días sin tratamiento, me dice el médico. Y le digo que yo no me estoy mirando los muslos a diario. Ms rasco cuando me pica. Punto. Como en el resto de los órganos corporales. Solo faltaría.

Tarde sin tiempo para cerrar los ojos unos minutos. Jodona, lluviosa, pero me entretienen las novedades en política. En España ya no se distingue entre la corrección y la corrupción. Una pena. Y al cuarto de hora me largo, decepcionado, a dar un voltio con paraguas y me llego hasta el CEPA Pisuerga a recoger el regalito del sábado pasado, que lo dejé en depósito porque salía con prisa hacia León. No está la monitora. O sea, para otro día. Una plantita muy chula para mi colección del rincón de la buharda. Y remato pasando por el Lupa a unas pocas compras de urgencia.

A partir de las cinco: Casa. Buharda. Teclado. Escritura. Un hombre aburrido para cualquier mujer, pienso. Sin embargo, no lo fui, ni mucho menos. Sin embargo, mi actividad mental es vertiginosa. Sin embargo, disfrutaría aún conociendo tantas cosas... Por eso, siempre espero algo. Pero ¿qué?


24/04/24

Esta mañana llamo a RV, el de Librucos que distribuye aquí y me dice que todavía no debe de haber llegado el lote del BICHO a la librería, pero que está enviado. De la misma manera, el otro distribuidor, JC. Por alguna razón cada uno provee en una librería de Aguilar. No entiendo. Pero, en fin. Me interesa, además, que también dejen aquí al menos una docena de las PERLAS (de lo que vaya quedando), por si alguno se olvidó la vez anterior y se anima ahora. Dos mejor que uno.

Después voy a Radio Aguilar a hablar con G. Aquí es obligado un regalo de los del “lote de autor y prensa”. Se lo dedico y le ha gustado. Buena chica y buena profesional. No teníamos demasiado tiempo y quedo en que ya hablaremos para presentarle un pequeño proyecto. Quiere entrevista para el libro y se lo agradezco. Pero le digo que primero lea al menos uno de los relatos. Claro está: me interesa mucho la difusión por la radio. Aquí y en Palencia, con lo cual tendré que bajar y/o enviar otro par de recados a periódicos y radios. Y a mis amigos escritores, por supuesto. Con alguno de estos quiero verme en persona, porque son inmejorables embajadores. Buscaré un día para dedicarlo a ello.

Y leer, ¿qué?  Pues he sacado un buen rato antes de salir al café y después ya no he tenido tiempo para más. Me comprometo con el editor JH a escribirle un texto breve sobre el “Laocoonte…”, de GRP. Me ha gustado sobremanera, de lo mejor que he leído en el sello. Un texto al margen de lo convencional del mundo literario, autónomo y singular. Una locura (literal) convertida en lenguaje. No es muy largo, o sea que lo voy a releer porque he perdido las notas que tomé en algún papel suelto. Este ritmo es la madre que lo parió. Pero no esperaba que el Jefe me pidiera una opinión escrita. Preferiría haber hecho un breve como lo hice con el del maestro JC para el Diario Montañés, recién leído y cuando está fresco. Sin embargo, esto otro tiene la intención de animar al escritor, entiendo, y motivarle a que se meta con nuevas cosas. Curiosamente, le he comentado al editor que tengo la impresión de conocer a este tipo desde hace cuarenta años, en Cabezón, con motivo de una exposición de pintura en la casa de cultura del parque de san Diego. Me juego algo.

Ir pensando en las fechas para presentaciones oficiales tanto aquí como en mi pueblo. Y creo que voy a tener que meter tiempo en buscar la fórmula para mover la agenda y avisar a gente en cada sitio. En la medida de mis posibilidades, claro. En definitiva, mucho traqueteo para poca cosa. El caso es ocuparse y no encerrarse con la pena a solas. Pero, lo dicho: ¿cuándo leer?, ¿cuándo escribir?, ¿cuándo follar? ¿cuándo la bici? De momento, hoy me ha permitido un garbeo con la burra gorda, pero bien abrigado contra el airón de esta imaginaria Villaventosa. Y mañana me toca con las chicas de la Cruz Roja. Tengo pensada una charla que van a alucinar… Y contigo, ¿qué hago? Estoy viejo para el amor. Me da mucha pereza moverme de casa. Ni siquiera para quemar el último cartucho. Eso sí, alguna vez de guindas a brevas… ¡Estopa!


23/04/24

Atacao desde ayer hacia la hora de comer. Me envió un guas mi editor con la foto del “Bicho” recién llegado. ¡Qué bonitísima edición! Me puse como un flan y se descojonó de mí por esa impaciencia de niño que no supero, porque tendría que esperar a que llegase aquí el distribuidor. Total, que me dijo: No hay cojones… A que no te vienes a tomar café conmigo y te doy tu lote y hablamos. Dicho y hecho. Me zampé a matacaballo un táper y una fruta. Y en hora y cuarto estaba en la casa de las palmeras como un mialma. Sin correr. Villanueva estaba radiante de soles y verdes, aunque también allí hacía fresco. O sea, a la hora de la cena estaba de vuelta con mi tesoro. Me he adormilado con el ejemplar apoyado en la almohada. Hasta que me he desvelado y lo he colocado en la mesilla. Maravilloso, tú.

Hoy, también sin resuello. Pota de fabes con costillas para cuatro días. Cambiar en booking las fechas de estancia en la Posada, en Pío XII. Divino, porque me resulta comodísimo y rapidísimo moverme arriba y abajo por la línea 9 de metro.  He podido, con solo alterar un día la llegada. Por fin, estaré del uno al cuatro de junio. Firma y caseta, el uno hacia media mañana, que confirmaré cuando actualicen la página de la feria.

Paso por las librerías de aquí pero todavía no ha llegado el distribuidor. Ya ha corrido un poco la voz, porque en la plaza hay actividad por el día que se trata (y en el pueblo, merma de gente que habrá ido a Villalar, supongo) y alguien me pregunta por el mío. Espero vender una parte antes de las presentaciones oficiales. Piña y Aguilar (en este orden, me he empeñado). Pero esto tengo que comenzar a moverlo. También, ya confirmados los días en Valladolid, Burgos y Medina del Campo.

Tengo tanto que leer que a veces me levanto un rato de la cama, a media noche, con esa preocupación. Y lo intento una hora hasta que se me caen los párpados granulosos, como llenos de tierra. Luego, durante el día, todo son gestiones porque estoy solo frente al peligro, como Gary Cooper. Pero feliz. Eso sí. Ahora bien, justamente en esta temporada no tengo tiempo para nada ni para nadie más. Y la combustión avanza en mí deprisa, pero más en la otra parte. No sé si podré salir ya del lío. ¡Qué malo es el cuerpo! ¡Cómo te traiciona! ¡Qué goloso! ¡Cómo aúlla!


21/04/24

Liao todo el santo día, sin tiempo siquiera para abrir el periódico. Cuando están aquí los chicos, tienen prioridad completa. El Chico se ha largado pronto al norte de León, a una ruta de esas que consisten en hacer marcha escalando paredes y cruzando puentes que se balancean sobre simas insondables… Mejor no pensarlo. Ha llegado a las seis de la tarde. Y la Chica, enfadada porque no pudo salir anoche con las amigas debido a unas anginas, ha aceptado mi invitación al vermú para probar el coche con la batería nueva. Hasta el campin, donde nos hemos encontrado con mis buenos amigos JLV/CM y nos hemos plantado en las dos de la tarde sin hacer la sopa del cocido. Vuelta a toda prisa y lo hemos resuelto bien pero a deshora. Coladas tendidas y recogidas a las siete de la tarde. A matacaballo. La niña avisa que ya está en León y el niño sale hacia Pucela a las ocho. Recojo la casa para que todo esté ordenado en el orden ordinario. Y al ordenador. Tranquilo. Un ratín. Este.

Otro compromiso con las chicas de la Cruz Roja (media de setenta y cinco), pero no puedo excusarlo porque es gente conocida y cariñosa. Me apetece también esta charleta para el próximo jueves. Se conoce que se ha extendido mi fama de superseductor de la tercera edad. Escritor, muy simpático y ameno. Me reclaman. Arraso. No quisiera que mi labor pública de colaboración se ciñera a lo social asistencial. Ojo. No sé cómo me las apaño. Dejaré que se acerquen a mí y toquen mi sayo.

V. me pone. Descarnadamente. Ya se ha dado cuenta de mi codicia. Y sonríe. La vida reclama. El amor cruel. Aur, aur… desperta ferro. No quiero ni pensarlo.


20/04/24

Me resultó gratificante la charleta con los del CEPA Pisuerga. Muy buena organización por parte de la monitora y cariñosísima la gente. Como el asunto elegido, que titulé “El valor del libro, daba un giro a lo esperable, esta sorpresa hizo su efecto y quiero creer que lo disfrutaron. Porque en realidad hablé del objeto como industria y negocio, y no solo como producto de creación artística y cultural. Así pues, tampoco de mi obra sino de mi experiencia hasta llegar a publicar, remitiendo a constantes ejemplos. Repito, gustó.

Inmediatamente después vino la sorpresa cuando fui a salir hacia León con el coche de la Chiqui y lo encontré con la batería descargada. Tuve que ir con el mío a recogerla y llegué justo a las tres, cuando ella salía del hospital. Pensábamos comer por el centro y regresar a media tarde. Pero también el plan se trastocó cuando al llegar me dijo que estaba tomando un aperitivo con sus compañeros y que me reuniera con ellos porque querían conocerme.  Y así lo hice en un León que estaba echado a la calle porque hacía una temperatura para ir con niqui.

Total, que la cosa se lio y nos encontrábamos tan a gusto que rematamos pasando la tarde con algunos de ellos, responsables de la Chiqui en el servicio. Y me interesaba mucho, claro, preguntar y observar. Gente de una inteligencia, de una simpatía y un cariño que no me extraña que mi chica se encuentre en la gloria allí. La vi feliz, autónoma, con personalidad y madurez que me recordaron a su madre. Lo aprecié muchísimo. Y me encantó ver de cerca a extraordinarios médicos y magníficas personas. Naturales y muy humanos. Ole Lo pasé en grande. Cuando llegamos a Aguilar de vuelta eran más más allá de las diez.

A las seis ya estaba preparando una tortillona para los bocadillos. Ocupo esta mañana, mientras mis dos lebreles han salido a una ruta de montaña con amigos, a resolver el cambio de batería del coche de la niña. Por suerte, he podido solucionarlo teniendo en cuenta que es sábado.

Hacia la hora de comer me comunico un largo rato con mi querido editor, JH. Muchísimas novedades. Entre otras, que la firma en Madrid será el primero de junio por la mañana. Me habla de ciertos autores publicados recientemente. De algunos me lee párrafos escogidos, y le digo que está consiguiendo un nivel en Valnera Literaria muy encomiable. Una pequeña editorial que crece publicando grandes libros, también en esta línea de narrativa contemporánea. A continuación, me cuenta que tenemos cita en Burgos y Medina del Campo antes que en Madrid. Y que mi “Bicho” sale la semana que viene. O sea, que estoy feliz. Moveré en lo posible mi agenda para que de nuevo pueda reunir a un grupo de buenos amigos en los madriles, que es el día grande. El que no figura allí… Y además hay que firmar. Es la visibilidad de la feria. La escenificación del escritor que escribe y vende. Yo tengo un puñado de fieles y con esos he agotado la primera edición prácticamente completa. Vamos al siguiente reto. A seguir manteniendo la confianza del editor. Y a seguir escribiendo. Escribiendo bien. Os espero. No me falléis. El libro en vuestras manos… leyéndome. Esa es mi gloria.


18/04/24

Me llama a media mañana mi gran amigo JLC, mi bro. Es para decirme con mucha pena que ha muerto un buen amigo común y excelente persona, a pesar del esporádico trato que en mi caso hemos mantenido por circunstancias obvias de vidas separadas por la distancia. Aunque lo había visto en ocasiones en Piña, por tener allí cuñados a quienes también aprecio mucho desde siempre, no entramos en relación más cercana hasta que colaboramos en unas cuantas actividades culturales con el grupo que formó y organizó siendo alcalde mi querido JLC.

Participamos juntos, sobre todo, en recitales de poesía. Él, Francisco, era un muchacho que se manejaba muy bien con la guitarra y que cantaba además con voz y estilo aflamencados de mucho sentimiento. Se le veía el corazón grande asomando a su boca. Sin embargo, era hombre tranquilo, noble, humilde y cordial (así lo veía yo); o sea, un hombre completo, de evidente grandeza de la que no presumía porque la llevaba con naturalidad como una bandera invisible. Y los demás lo percibíamos.

Muy dispuesto y colaborador, se hacía querer, como me sucedió a mí al poco tiempo de conocerle. Participamos juntos por última vez con ocasión de uno de esos homenajes al poeta Miguel Hernández, en el que él estuvo a la guitarra y su cuñada SQ puso el cante. Muy bonito. Lo evoco ahora (con una lágrima) buscando en el móvil las fotos de aquella velada.

No me atrevo a decir hoy si fue premonitorio, pero tanto JLC como yo hemos recordado, al hablar esta mañana, que el día de la actuación a la que hago referencia nos quedamos a cenar en Renedo, donde se celebró, y él no quiso entretenerse alegando que no se encontraba del todo bien. Fue inmediatamente después cuando supe que enfermó de gravedad. Posteriormente he tenido noticias de altibajos, pero estaba en la idea de que se había recuperado. Y ahora, esto…

Adiós, amigo Francisco. Y, como eres músico, una última petición de corretaje ya concluido el concierto: No olvides tu guitarra y cuando cruces la niebla del tiempo y entres en la claridad absoluta, pregunta entre las almas por una tal L. Montero. Dale recuerdos y dedícale una canción de mi parte. Haz el favor.


17/04/24

También hoy me surge un doble compromiso. Aunque la tertulia mañanera ha sido corta, me topo después en el súper con JCA, buen colega desde mis tiempos de concejal. Su ayuda me salvó el pellejo en los momentos más difíciles de los problemas con el festival de cine. Sin motivos ni materiales ni ideológicos, se comprometió con valentía e independencia a sacar adelante una actividad que corría el peligro de morir en aquel momento. Y pudimos salvarla, como lo demuestran los hechos hasta hoy.

Por esta razón, siempre que me encuentro con él tomamos un café y charlamos un rato de su vida, que tan pronto se mueve por Londres, Ecuador o Madrid. Es un tipo inteligente que ha sabido buscarse la vida como autónomo de la comunicación. Y puede sorprenderte con sus conocimientos sobre aspectos tan extraños a mi mundo como los drones. Hoy me ha contestado con rigor a preguntas que le he formulado sobre esto, pues me interesan las noticias de prensa que hablan de estas armas en las varias guerras actuales. Y es que también fue militar profesional durante un tiempo. Tipo atrabiliario con muchos y generoso con unos pocos. Un tipo singular que me cae bien.

El otro encuentro por la tarde ha sucedido volviendo del paseo y dirigiéndome a la óptica. Allí andaban mis excompañeros MO y LG, que comenzaban su paseo vespertino. Me han invitado, pero lo siento mucho, como decía ayer, para mí es tardísimo después de las cinco. Mira que me llama la atención y es tentador pasar un buen rato con estos dos, pero sé que volaría la tarde y quiero hacer lo mío. Disciplina. Digo que otro día, que hoy ya no es hora. Para mí. Claro que cada cual llena el ocio como le peta.

Por fin, en la óptica me dicen que las gafas para leer de cerca tienen una lente desajustada porque la rodea un hilo de nailon y se ha partido. Se me cae sobre la mesa como si se me desprendiera un ojo. Y no puedo estar sin ellas porque las progresivas que uso habitualmente y no me quito nunca, se me deben de estar quedando cortas de graduación. O séase, voy a tener que pasar por el optalmólogo y reponer cristales.

Reflexiono. Sí, los ojos envejecen, aunque nadie lo crea. Aunque nunca se cansen de llenarse de belleza. La diferencia es que un ojo joven contempla siempre la opción de poseer esa belleza; uno es viejo cuando comienza a renunciar al mero intento. Sin embargo, hay una ganancia en la manera de ver con la edad que es justamente lo contrario de lo anterior: sentir con intensa nostalgia la desposesión hasta provocar la vivencia del pasado…

Por ejemplo, yo mismo, hace un momento revisaba algo dentro de un libro poco consultado y de repente han aparecido allí tres vestigios que ya estaban extraviados y dormidos desde hace muchos e incluso muchísimos años. Un recordatorio del día de mi primera comunión con dibujo infantil de líneas y colores muy bonitos, del diecinueve de mayo del sesenta y seis (¡tela!). Además, una mención honorífica o especie de vale que concedían en el colegio periódicamente cuando se tenían buenos resultados. Y, ¡qué curioso!, cinco tarjetas anónimas enviadas por san Valentín, redactadas en francés y entregadas por el profesor de esta asignatura (creo recordar). Venían en sobre cerrado. Por supuesto, notas humorísticas. Menos una, sorprendentemente, que era una declaración amorosa. Y yo sabía a quién pertenecía. Y sabía que iba en serio. Esto es la nostalgia: saber que también uno fue el objeto de unos ojos. Y más aún: ya no recuerdo de quién se trataba. Pues el tiempo se lleva a quien amamos y a quien nos amó. Palabra.


16/04/24

Me da rabia, hombre, porque hasta la diez de la mañana he tenido tarea y se me ha pasado dar el aviso a los quintos en el guas por el cumpleaños de DA. Al comienzo del foro me responsabilicé de este cometido y desde que he cambiado de móvil me surgen problemas para localizar cada onomástica. Antes salía un mensaje en pantalla a primera hora y en cuanto yo daba la alarma se sucedían todas las felicitaciones. No he cogido todavía el truco en esta agenda nueva para que el aviso salte a tiempo. En fin, volveré a mirarlo y eso lleva su tiempo. Al menos, para mí.

Ya se ve que un sol despejado no quiere decir un día cálido. Al contrario, a primera hora se nota el fresco y en el paseo de la tarde más. Realmente se necesita abrigo. Dicen que van a volver lluvias y bajada de grados. Por tanto, estamos otra vez con con tapón en las narices y con los mocos hirviendo. Lo único bueno es que este solito a través de los velux me templa la casa y no necesito calefacción.

Decido dar una vuelta aunque breve. Tomo rumbo al Lupa de la salida y al pasar por donde Tt le veo a través de la ventana. He tenido que entrar a tomar un café (lo disfruto, claro) y después de acompañarme hasta casa él ha continuado el paseo. Soy un poco rígido en mis planes, lo sé, y a veces no me merece la pena, pero si no me exijo emplear media tarde en el estudio, perdería el hábito y me relajaría hasta desocuparme y olvidarme. Mientras pueda, tengo que intentar sacar estas tres o cuatro horas. Regularmente. La mañana, lo tengo comprobado, es que es un visto y no visto. Dos recados y poner unos topes en las persianas, total, nada. Pues se me ha ido en el aire.

En casa de Tt/M ella me confirma lo que, por otra parte, también NB me había advertido sobre el último libro de AMM. Es sabido de este escritor: inmejorable prosa en la página y pesado a carrera larga. Además, NB me detalla una forma de escritura sin puntuación, que yo considero en este momento un tanto desfasada. Sinceramente. No estoy para ese esfuerzo. Veo que es un libro de extensión media, pero no me estimula de entrada en el sentido de que no comprendo lo que puede aportar de nuevo a su obra. Debo dejar cosas atrás. Debo desprenderme. Pasar.


15/04/24

¡Qué noche más malona, coño! Veinte veces me he despertado con la nariz atacañada, como si los cornetes fuesen morcillas bien rellenas. Ni una gota de aire pasaba, copón. O sea, arriba, al sofá, a leer un rato con los ojos también salpicados de tierra y los pies con hormiguillo, como cuando de chico subía a la panera de casa y descalzo me hundía hasta media pierna en el montón de cebada. Pues lo mismo. Ni incorporado, ya digo, conseguía despejar los ollares. Por lo menos dos horas hasta que han cedido un poco y he vuelto al sobre.

Yo creo que tiene que ver con los cambios bruscos de temperatura y el consiguiente salto de diez o doce grados menos de un día para otro. El tiempo revuelto engaña al organismo. Estoy seguro de que ya habrá concentración de polen en el aire y seguro que en el paseo me lo he esnifado todo. Hoy, en cambio, iba en chaleco y notaba fresco. Me temo que vamos para atrás de nuevo. Así no hay materia humana que no se resienta. No me extraña que las estadísticas demuestren que muere más gente por efecto del cambio climático. Desde luego, sin dormir a modo, vas al hoyo echando hostias.

Por cierto, que me ha salido arriba un palabro esguevano: atacañar. Pienso que en mi caso es aprendido por la línea materna, transportado desde los villarramieles o los villorquites a la Esgueva. Atacañar es llenar un hueco hasta no caber más, como prensado, que no entre ni una brizna siquiera. Creo habérselo oído a mi madre en cierta ocasión, también de niño, en que dijo que mis primos los de los Orencios habían atacañado a un piri que tenían cebándole con garbanzos (cocidos, claro), pero obligándole tanto que le atragantaron hasta ahogarlo. Un auténtico abrazo de la muerte: en vez de morir de hambre, morir reventado de tragar. Y me cuadra la historia.

En la mañana, enlazo las dos tertulias. Al final me quedo un rato con NB, que me aconseja un poco sobre ejercicios de fuerza, porque de esto sabe un rato. He encontrado unos pocos en internet y me parecen sencillos y no muy costosos. Para empezar, me ha dicho N. que está bien. En fin, tendré que hacer algo hasta que se vayan poniendo los días propicios. Porque es verdad que un paseo repetido en tiempo y esfuerzo termina por no hacer efecto. Tengo claro que, aparte de lo que hago a diario de tipo intelectual porque me gusta, debo procurar otras dos actividades ordinarias: socializar y ejercicio físico.

Aunque sea un rato medido a cada cosa. Porque tampoco me conviene meterme con grupos que me comprometan demasiado. Por ejemplo, hoy me he encontrado con los de la marcha nórdica, que me llevan invitando mucho tiempo a sus salidas una vez por semana. Pero se tiran toda la tarde y eso a mí me parece que está muy bien para quien no tiene preocupación por leer y escribir un rato largo todos los días. Últimamente no pido mucho: unas tres horas al día, puesto que la práctica me va demostrando ya con toda claridad durante estos dos últimos años que las ocupaciones materiales no me permiten más. Tengo que plegarme a la realidad. Le digo a NB que mi nivel de lecturas ha descendido en gran manera. Y ambos convenimos en algo que vengo reflexionando muchas veces: que durante toda mi vida y especialmente en los últimos treinta años, mi pasión por la literatura fue un tiempo regalado. Por Alguien.


14/04/24

Movidito, el día. Entre coladas y comidas y una visita inesperada de unos amigos de Cabezón, que me han demorado hasta las tres de la tarde. Venían a vender una moto, literalmente, a uno de un conocido bar de aquí. Cuando me han llamado por teléfono estaban subiendo al castillo por hacer tiempo hasta encontrarse con el susodicho, así que cualquier horario razonable no regía. Pero me lo he pasado muy bien con VC, que sigue (o lo parece) con la chispa de hace cuarenta años. Como el plan que traían no daba para más, nos hemos comprometido para una quedada en este mismo local cuando comience a organizar los conciertos de invierno. Se alojarán en mi casa y la única condición será que yo no pasaré de las dos de la mañana ni me pondré tibio a beber porque el cuerpo ya no lo resiste. En realidad, saben muy bien que nunca aguanté una docena de cubatas, que todavía hoy es normal en ellos, y también saben que esta es la razón por la que no voy más a visitarles en su pueblo, pues tendría que pernoctar para no conducir de vuelta. Y a poco que bebiese estaría asegurada una semana de cagalera. No. Ya no.

Por la misma razón, he lamentado no poder salir en la burra con la tarde que hacía. Esperaba al Chaval de vuelta de Santa y me he quedado sin ese intervalo de tiempo para mover las patas. El Chico venía cansado pero ha dormido ocho horas, con lo cual ha cargado un par de táperes y un bol de fresas, ha recogido la maleta y ha salido para Pucela. Según dice, todavía el finde siguiente nos veremos y es posible que también venga su hermana. Si no tengo que ir a buscarla con su coche. Hablaré con ella. Total: de hijos, todo estupendo. Van y vienen. No me quejo. Creo que he llegado al momento en que realmente tengo total confianza en que saben gobernarse. Ahora, sí. Estoy orgulloso. Como lo estaría Alguien. Misión cumplida.

Cuanto más deprisa voy para recuperar, peor. Ni el periódico he podido leer a gusto hoy, me digo. A ver si al final de tarde… Y mientras estoy centrado en estos garabatos y otros con los que me entretengo a diario, llega la avería. No sé dónde coños he tecleado o adónde se me han desviado los dedos que, repentinamente, la impresora se ha puesto en funcionamiento sin haber dado la orden consciente y ha comenzado a imprimir este archivo que es una parte de mi diario. En concreto, mil doscientas cuarenta y cinco páginas. Así, como suena.

Me he puesto nervioso y, a punto ya de echar mano de una porra de madera maciza de esas que llaman “quitapenas” (y que no recuerdo ni por qué ni desde cuándo la tengo de inútil adorno en mi estudio), he conservado la sensatez mínima para detener la lengua de lava que salía en forma de folios… Hasta que, afortunadamente, he detenido la catástrofe cuando ya se habían vomitado veintisiete fotocopias. Gracias al bendito cielo. Ni un cagato.

Alguien debe de haber premiado mi continencia, porque al regresar con el artefacto a su lugar de reposo en el fondo de las estanterías, he recuperado al tacto un bellísimo mural, muy amplio, enroscado en su funda de plástico y sin desprecintar aún, ¡del viaje de novios a Italia! He preferido mantenerlo así, en su presentación original. Y me he preguntado conmovido por qué razón no lo enmarcamos en su momento, como hicimos con todo lo demás de este tipo que compramos allá.  ¿Nos despistamos? No lo voy a tocar. Treinta años hizo el día nueve pasado. Me pilló en Santa. Yo sí me despisté de la fecha. Así es la vida o así soy yo. A veces no vemos lo que más nos importa aunque esté ante los ojos. Como este mural de la capilla Sixtina. Que ya no abriré jamás. Total, quizá ya no haya nada que ver.


13/04/24

El pájaro debió de llegar sobre las dos. No le sentí porque me pilló sopa. Y eso que por la mañana he observado que se tapiñó un bol con sopas de ajo que me habían sobrado. Le digo que estaban recias, ¿eh?, y me contesta que tuvo que añadir un poquito de cayena. O sea, fuego. Eso me ha dicho esta mañana y debe de ser cierto porque no se ha levantado tarde. Marchaba para Santa a reunirse con unos amigos. Le prevengo que siempre dejo allí existencias, que mire, pero se adelanta a explicarme que cuando queda con esos colegas de los tiempos de estudiante ya es un clásico pillarse unas tortillas en el Manila. Variedad y calidad de lo mejor de Santa. A dos pasos de casa. Ya lo sé. También yo las he probado con la Chiqui. Finalmente, mientras desayuna, anoto en el calendario y a su dictado dónde va a estar cada uno de los findes que va a faltar. Por aclararme.

Ayer lamenté venirme porque estaba de esos días espléndidos para iniciar el paseo a pie desnudo por la playa. Principio de temporada. Otro rito anual que nos encantaba. Cuatro largos de un extremo a otro de las dos playas del Sardi. Este me temo que nuevamente tendré que recorrerlo acompañado de mis pensamientos. Lo haré, sin duda, pero procuraré no despistarme y combinar bien los días en que tengo alguna obligación, de aquí a la feria de Madrid. O algún otro interés como, por ejemplo, la programación del Centro Cultural doctor Madrazo, que cada año tiene mejores charlas de especialistas sobre la cultura en Cantabria, varias de ellas sobre escritores. Ya he cogido la programación y me lo he apuntado en el calendario del móvil. Esos días tengo que estar en Santa como sea. Es un ciclo buenísimo que se titula “La palabra habitada”.

JH me informa por guas de que seguramente la presentación del Bicho en los madriles será la segunda semana de junio, pero que aún tiene que confirmarlo. A mí eso me urge especialmente, pues el año pasado me quedé sin una reserva.

Paso media tarde entre brujuleo y mosconeo intentando situarme en una zona ideal, que para mí sería Moratalaz, junto al metro Estrella, o en Pío XII, como el año pasado. Pero no se encuentra alojamiento fácil por menos de ciento veinte pavos. Eso lo tengo claro. Y algún día de la feria se puede estirar a ciento cincuenta. Tres findes son nueve días. Echa cuentas… Ahora bien, lo que más me interesa es si hay plan. De escritores, me refiero. Y eso solo lo sabré cuando abran la página web con las firmas y también después de llamar a algunos colegas. Además. quedo un día, como siempre, con los amigos de Informática. Este año propondrán ellos dónde comer. En recuerdo de Alguien. Un precioso homenaje que pretendemos mantener.

He rodado como un campeón, durante una hora, con la burra gorda. He subido a Gama y luego me he desviado también por la tachuelilla hasta Villaescusa, con retorno bajo el puente que une el Lucio y el Camesa para caer de nuevo a Villallano. Esa ruta es moderadamente exigente para comenzar. Sin tránsito. También sin prisas. Pero iba respirando como un machote y me sentía bien. Tengo que procurar mantener una hora y media de aquí en adelante. Los días que me vaya permitiendo el tiempo. Merienda con fruta y un bol de fresas de estimulante color y sabor. Alma y cuerpo. Afrodisiacas. Y después, a trabajar, a leer un poco de historia de España por el día que se celebrará mañana. Lo pondré en el Ínstagram. Y a seguir.


12/04/24

Una pena haber tenido que regresar hoy. Pero sabía que el Chaval piensa pasar el finde en Santa y me temía que nos cruzásemos en el camino. Ha parado en Aguilar al dentista y no marcha hasta mañana. Es por charlar un mínimo, por calibrar cómo está (una función propia de padres), ahora que la novieta anda fuera, en Francia. Le veo bien, es sano, práctico y optimista. Por fin, me cuenta de paso que el próximo mes casi seguro que no nos veremos porque tiene una serie sucesiva de viajes (novia y amigos). Me parece bien, de toda lógica, es su vida. Por tanto, he acertado buscando este breve lapso para cambiar impresiones. Me queda contactar con la Chiqui, y si es posible chatear un ratillo por el guas. Con esto me conformo y me tranquilizo. No exijo mucho, pero me gusta seguirlos de largo.

Con veintidós grados a las once, apetece doblete de café. Ya lo tengo por costumbre de otras ocasiones y me alargo del Picacho hasta La Solana, que tiene también muy buena terraza cubierta. Frente al campo de césped artificial y a la altura del ascensor que baja a la Pila. Así que termino de leer aquí la prensa, que hoy viene cargada. Me tomo su tiempo a placer. Soy un feliz jubileta. Menos en la cabeza, me agrada el sol picante, comenzando por los brazos y la cara, que enseguida se me ponen morenos. Con esta satisfacción me he plantado en las doce y pico, cuando he vuelto a casa a continuar con mis lecturas. En niqui. He estrenado uno de los que me ha comprado la Chiqui. Más chulo que un ocho.

Leo la noticia en el Diario de Valladolid sobre la presentación del libro de DA, en una librería de la ciudad, mañana. Me interesa saber la opinión del autor y la del periodista que enjuicia su obra. Creo que ambos cargan demasiado las tintas en el aspecto social. Yo no veo exactamente esto en los relatos que voy leyendo. Pero me sirve de guía para formar mi opinión. Hago propósito de que mis notas no se extiendan más allá de diez minutos. Como mucho. Se trata de una presentación. Que se explique el autor. Es lo suyo. Por mi parte, me quedaré en retaguardia por si no se anima el público. Esto no es Pucela.

En cuanto he llegado aquí he abierto la casa de par en par, pues después de casi una semana se mantenía destemplada. Veintisiete grados en Aguilar, en estas fechas, no solo es extraordinario, sino anormal. Es un tiempo tan anómalo que anticipa una crisis gravísima del clima. La Unesco dice hoy en el papel que Europa se calienta dos veces más rápido que el resto del mundo. El globo va a explotar. Somos los últimos humanos sobre el planeta. Por mi parte, no puedo desaparecer sin un testimonio singular. También universal. Algo que, en último caso, al concluir de los siglos, cuando la bomba de hidrógeno se agote y se apague, cuente que todo esto no fue inútil. Que mereció la pena por Algo. Por Alguien. 


11/04/24

Ocupo media mañana de marujeo en casa (suena feo decirlo así), pero no me queda más remedio si quiero tener esto un poco decente. Porque estos chicos míos, lo justito. Eso sí, como mi menda en otros tiempos, hay que reconocerlo. No se trata solo de mantener el pisuco económicamente, que sale a cuatro pites del contador cada estancia aquí (tampoco barato, ¿eh?, que Santa calca en la contribución); me refiero sobre todo a la conservación de un sitio donde no se vive y esto supone cada día observar y corregir pequeños deterioros. Una casa cerrada, ya se sabe, es una catástrofe en movimiento. Como pasa en Piña, solo que allí lo atiende Mon (de lo contrario, no sé en qué terminaría el casulario). Y luego están los cuidados de la limpieza, que es lo que más jode con diferencia.

Pues bien, me ha tocado hacer dos lavadoras porque ha acompañado un tiempo buenísimo, y lo terrible ha sido pasar la aspiradora por todos los rincones. Comenzando por desarmar el cacharro, en el que ya no cabía más mierda y corría el riesgo de estallar. Lo que he vaciado ha sido el pelaje de un animal prehistórico. Solo el hecho de poner en orden en la terraza entre la selva de macetas, ha sido una experiencia al límite. He desechado tres tiestos secos como momias. Parece que ha quedado vaya.

Voy a parar por la tarde a la plaza de Pombo y allí me zampo el primer Regma de la temporada. Pido crema tostada, que era el que más le gustaba a Alguien. En homenaje a tantas tardes en que competíamos entre risotadas y aspavientos para no dejar llegar al suelo las escurriduras que enseguida derretía el calor veraniego. Siempre me ganaba. Soy demasiado torpón para salir ileso de alguna mancha: en la pechera, en el pantalón o en las zapatillas (en los tres). Aclarábamos las manos en la fuentecita de la plaza y tomábamos rumbo al ascensor de Río de la Pila. Lo mismo que hoy. Repito el ritual. Y me doy cuenta de que deambulo más que paseo. No avanzo porque vuelvo la vista y busco detrás de mis pasos. Todavía siento que me quemo por dentro. Es la misma catástrofe que la de una casa vacía. Es la vida desarraigada. Una herida.


10/04/24

Todo el día despejado que nos regala un sol y una brisa suaves, ideales para despertar con buen humor, en cuanto subo la persiana y todo se inunda de claridad en estas alturas del pisuco. Vivir arriba tiene problemas pero también su beneficio. Aprovecho porque estos chicos míos habían dejado un cubo repleto de ropa sucia y yo andaba pendiente. Lo tenía ventilado y seco a media mañana. Algo ha quedado, pero menor. Veremos si mañana.

Durante el desayuno me adelanto a poner un guas a mis amigos EM/IG, de Torrelavega, preguntándoles si habrá café a la hora y en el lugar de siempre. Pero enseguida me contestan que van camino de Valencia con la familia. Otro día será. Había sido previsor, lo cual me ha valido para salir pronto al café con periódico en el Picacho. Luego sigo con los relatos de DA. Ya voy promediando. Tengo todavía un mes y, me digo, la presentación no exige más que diez minutos de generalidades y pasar la palabra al interesado. Tampoco supone demasiado trabajo.

Informado por mis vecinos C/J, entrañables nonagenarios, compruebo que, en efecto, mi vecina del quinto tiene abandonadas completamente todas las flores de su terraza. Todavía la última vez que estuve, a finales de febrero, era un primor de rojos el de los tiestos que rodean sin espacio apenas entre ellos todo el espacio disponible. Claveles, sobre todo.

Ya la han llevado a una residencia, me dicen. En voz baja. Sin despedirse de nadie, me dicen. Sé que ha vivido aquí cincuenta años. A mí me tienen que sacar de aquí con los pies por delante, me dijo ella misma cuando nosotros llegamos a la comunidad. En efecto, no ha podido bajar por su propio pie. La vida nos alcanza antes o después. Siempre con la impresión de que hay muy poquita diferencia entre unos y otros.

El Diario Montañés recoge noticia de una escritora afincada en Cantabria, SI, de la que he oído hablar algunas veces. Dedicada sobre todo al libro infantil, dice el Diario que ha escrito ciento veinte libros ilustrados. Multitraducida. Un prodigio. Pero a mí me parece que no puede ser.

Han sido dos horas largas de paseo magnífico. Me apetecía. Me he cansado con gozo, hasta el punto de que he parado a tomar un café en la terraza frente a las Mercedarias, que a la salida de la tarde está muy concurrida.

Todo ese circuito completo también es un viaje espiritual. Primero, porque me gusta subir por la alameda de Oviedo hasta Cuatro Caminos, la antigua entrada, y girar por Camilo Alonso, que toma nombre del capitán de los nacionales que me recuerda a mi abuelo porque le examinó de cabo.

Después, dejo al paso La Salle (otro día con menos prisa entraré en el patio y el jardín), que visité por primera vez con diecinueve años, invitado al viaje de apostolado que hicieron dos amigos de entonces, el que era director del colegio de Lourdes y el que hasta hace poco ha sido obispo de Valladolid y hoy preside la Conferencia Episcopal. Como anécdota diré que paramos en el colegio de la orden en los Corrales de Buelna y dormimos en una pensión, cuya habitación de tres camas evoco como si fuera hoy y en la que por todo rezo les recité un salmo, pues me parecían tan poéticos que en aquella época yo me sabía unos cuantos de memoria.

En tercer lugar, el larguísimo paseo de General Dávila siempre aparece balizado en mi memoria por diversos hitos en el camino que hacíamos con mucha frecuencia durante aquellos años de un tiempo maravilloso que nos regaló la vida. A Alguien y a mí. Podría señalar dos docenas de paradas singulares desde el restaurante la Radio hasta la tienda de la Nati donde comprábamos gominolas. Baste con estos dos para no remover más.

Cuando llego a casa me asomo desde la cocina y extiendo los ojos a lo lejos, comprobando que a media tarde está baja la marea. Cuando me he asomado esta mañana he comprobado que había pleamar y las olas se estrellaban contra el dique de contención al final del paseo marítimo, justo frente al hotel El Chiqui. Y pienso con frecuencia que ya va llegando el momento de salir una mañana poco antes del amanecer, entre dos luces, para llevar hasta aquel lugar apartado y discreto las cenizas del amor. Que van pidiendo su destino final. El viento y el mar.


09/04/24

La humedad me va bien, ya lo sé. Duermo a pata suelta. Y sobre las diez ya me encuentro en Castelar, donde la compañía de la luz. Está todo, me dice la rubia (No, no está, pienso para mí. Falta acogotarte). Cuando termino el trámite, entro al lado en un bareto que me gusta mucho cuando hay libre una mesa desde la que merece la pena desayunar tranquilo, con vista parcial pero muy bonita a la bahía. Esto lo descubrí después de. Ya solo. Qué pena. El bar también tiene un poético nombre y solo por eso lo elegiría: Entremareas.

Con los ojos perdidos de entusiasmo a través de la cristalera, pienso que la belleza siempre está ahí, agazapada, esperándonos. Y a pesar de mi melancolía se enciende ese momento matutino y mágico en que me engaño tres segundos diciéndome que todavía se puede ser feliz. El día despejado deja ver allá a lo lejos los arenales de Somo y Pedreña. Más acá, al otro lado de la calle, tapa parcialmente un arco más amplio la cúpula del Palacio de Festivales. Luego, de vuelta, me detengo un momento y no quiero comentar ahora lo que siempre pienso de ese pórtico enmarranado de óxido por el uso de esos aceros modernos. Mejor, para otra ocasión. No quiero que me distraigan el buen cuerpo que me oxigena el paseo subiendo por una calle de nombre curiosísimo: Al Gurugú. Es un atajo con sucesivas escaleras eléctricas que te dejan en nada en el Alto de Miranda.

El cambio de lugar favorece la renovación de ideas, no hay duda. Y la creación. Distraigo la mente con retazos de argumento para nuevas historias. Dejo constancia de algunas en el cuaderno chino. Me salta un guas.

El editor me cuenta que todavía han corregido algún gazapillo. Él mismo reconoce que incluso el mejor de la profesión debe dejar una errata como mínimo. Me habla de cómo va a quedar la cita, solo que por cuadrar los pliegos de papel tiene que compartir hoja con un titulillo. No me convence, pero el espacio es algo que le incumbe especialmente y prefiero que tome él la última decisión. Como también sucede lo propio con la contraportada. Cuando le pregunto me manda foto y compruebo que no ha modificado la idea inicial de tomar unos párrafos del prólogo con la firma de JC. Me detalla las palabras clave que contienen para enganchar al lector. Es cierto, pero yo desearía unas palabras personales suyas como editor. Las del maestro JC ya están en el prólogo. Finalmente, comprendo que es su trabajo y se juega sus perras. Le digo que adelante. En realidad, es una cubierta que la soñarían muchos profesionales del libro. No puedo pedir más. Subo por Al Gurugú transportado por las escaleras mecánicas y transportada mi cabeza al mundo de la felicidad. No sé si estoy en Santa o en Babia. Y es una pena tener un trozo tan inmenso de alegría en mis manos. Eso pienso. Y no poder compartirlo. Con Alguien. Ven.


08/04/24

Me avisan del ayuntamiento por lo del certificado de equivalencia. Así lo llaman. Por fin. Así acabaremos de una vez con el engorro del cambio de número de bloque. Nunca pensé que daría tantas vueltas por pijada semejante. Queda constancia en la gestoría para cuando lo necesite cualquier otro vecino del inmueble, sin necesidad de apoquinar diez euros. Hoy también me los han pedido, pero ya he espabilado y lo he pasado a la cuenta de la comunidad. No jodamos: amigos, amigos; pero el burro en la linde.

Al salir de la gestión me encuentro con EB y la alcaldesa. A esta última le recuerdo que hay que colaborar de nuevo con mi Bicho. Ya me lo había prometido, pero ante sus ojos inquisitivos que me preguntan implícitamente qué quiero, me adelanto con rapidez y le digo en voz alta: un gesto, quiero un gesto. Se sonríe. Yo también tengo estilo cuando se trata de algo que me interesa tanto como mi literatura. Ella también debe de saber ya que andamos intentando concretar una colaboración periódica en la radio. Pero quiero llevarle algo escrito como proyecto a la concejala. Y luego, que acepte la periodista de la emisora. Pienso que sí.

Es lo que le estoy comentando en ese instante al bibliotecario y le parece de maravilla. En realidad, le relevo del ritmo actual demasiado vivo de lecturas comentadas, durante un programa de media hora, cada quince días. Es excesivo. Le sugiero que de entrada yo me comprometería a probar, solo y con ese tiempo mínimo, y luego seguiríamos concretando si resulta interesante para los radioyentes. Creo que él se siente más aliviado, a la radio le cubro algunos espacios de programación y en Aguilar puede que haya quien lo valore. ¿Qué gano yo? Nada material, como siempre. O según se mire. Me gusta y me entretiene y además me supone un poco de promoción ahora que publico. Tampoco vayamos a creer que soy un misionero.

Dejo al socio atendido y después de comer me planto en Santa de un pisotón en el acelerador. Todo el camino jarreando. La diferencia es que llego pensando que la casa estará tan fría como la vez anterior, cuando me llevó cuatro horas hasta templarla, y resulta que mantiene dieciocho grados y en nada ha cogido calorcito porque fuera marca diecinueve. O sea, aquí me hallo, en la atalaya del pisuco, con tan buena suerte que he aparacado el burro justo a la puerta de casa. Y lo estoy viendo desde mi rincón, mientras tecleo. Qué gusto. Total, para hacer lo mismo… Será el cambio.

Llego, doy el repaso, todo en orden, me sitúo y me aposento. Abro el armario para cambiarme. Y lo que ya no me resulta tan grato es el asalto de esa intimidad cerrada que, inesperadamente, acaba de volcarme el estómago. ¡Ay, los armarios del pasado! Quizá sea, primero, un resto animal de olor almizclero. Y, después, la vista herida: cazadoras, batas, ese fular, ropas de deporte apiladas, identificables porque tal vez guarden caricias sin evaporar. Y siempre el calzado: la variedad de zapatos que me provocan como fetiches en el sentimiento. Porque ninguna otra cosa parece solicitar con mayor afán el movimiento, el paso ardiente de la vida, el pie ligero y presto a reiniciar el milagro bíblico: ¡levántate y anda! Y una vez más me responde el vacío. El silencio de Dios.


07/04/24

Aclara después de comer y un solillo tontorrón pero sostenido convierte en agradable el paseo por el contorno del pueblo. De lo contrario, se me haría larga la tarde, y más con luz hasta las nueve. Evito a la vuelta pasar por el superexprés porque sé que caen dos bolsas de patatas fritas venenosas y dos tabletas de chocolate de las que te hacen cagar hilos de grasa. Hay que evitarlo, andapallá. Ni horneadas a deshora. Quitapallá. Ni vaso de leche. Tirapallá.

Me pasma el dosier sobre lectura en el suplemento Ideas de EP. Pero no me extraña. Son, han sido muchos años en la enseñanza. Sin embargo, no tantas diferencias con lo actual, a mi entender, debidas al uso de pantallas. Mi experiencia casi invariable es que los muchachos no leen apenas desde que se hacen adolescentes. En general. Mucho más atinado y con la brillantez característica es el artículo de IV en el Semanal del mismo diario. Esto sí es hablar de la magia de la literatura con rigor y con mayúsculas. Por algo fue tan betselero su libro “El infinito en un junco”.

También me parece insólito (y nuevamente previsible) lo que leo en la sección Cultura, EP, sobre el último fenómeno literario de masas en Francia. Ya me había llegado el runrún. La experiencia me avisa porque me recuerda que presencié un fenómeno similar cuando apareció KON, el vikingo, con aquella hexalogía que le ha convertido en universal. Meritoria, ciertamente, pero es un hecho significativísimo que en una página completa de periódico la foto del autor ocupe la mitad del espacio. A mí, al menos, me mosquea.

En el caso que comento, también. Además, la editora española quiere presumir de olfato profesional y asegura que compró los derechos antes aun de que la novela se publicase en francés y, por supuesto, sin haberla leído. Solo basada en comentarios de colegas. No, mira, no cuela. Muy al contrario: todo hace pensar en un éxito prefabricado. Encima, quinientas páginas. Un cuarentón guapetón, experto en arte, con un solo libro anterior sin relevancia crítica. Un tipo de nombre TS, “Los ojos de Mona”. Niña que se va quedando ciega y su abuelo cicerone que la lleva por los tres clásicos museos de París para que en su retina queden impresas cincuenta y dos obras de belleza inmarcesible, una por capítulo. Uf, uf, uf. A mí que no me jodan. Vale, habrá que mirarlo. En dos meses, dice que doscientos mil ejemplares de tirón y treinta y seis traducciones. Muy chachi todo, pero ya lo decía mi padre: algo no va.

A ver si mañana me dan por fin la certificación que he pedido en el Ayuntamiento. Y me largo esta semana que viene a Santa. Cambio de aires. Ventilar el pisuco. Contra la brisa, pasear la nostalgia de otra primavera solitaria. Aunque viva. Sin amor.


06/04/24

La pasamos bien, ayer tarde, en casa de M/F. La anfitriona, como siempre, exagerada para la comida hasta cebar a un regimiento. Algunas cosas riquísimas, como una empanada de atún casera, o un pastel de verdura que no supe muy bien qué llevaba y no lo pregunté. Sin desmerecer lo demás: o sea, inventos de M. para deleitarnos y sorprendernos. F. puso un ribera del Oja potable. Graciosísima la tarde, con la compañía a mayores de una pareja que visita Aguilar periódicamente, pues ella es profe de Francés, procede de aquí y conservan casa en la Cope. Aunque viven en Alicante. Aguantamos hasta las doce. Vuelvo con ellos y me prometen que me van a visitar en Madrid cuando lo de la feria. Intercambiamos móviles. De vez en cuando viene bien un jaleo de estos. Estuvimos once. Impares.

Entretengo una parte de la mañana en preparar un costillar de un metro de largo con alubias de las gordas (me quedaban pocas) mezcladas con otras menudas. Me han salido seis raciones abundantes. Descuidado de momento. Después charlo un rato en el café y vuelvo a casa a leer la prensa. Me enredo también indagando en algunas canciones de Aznavour, porque me ha saltado una en el IG que casi había olvidado: “Je t’attends”. Ese tío pequeñajo, pocacosa, teterín, con entradas prematuras y serio como un lampazo, tiene algo cuando canta al amor que siempre me traspasa. Entiendo bastante bien la letra, pero busco lo que no traduzco al instante. Pongo el modo repetición. Una docena de veces. Es acojonante. Ponlo en el Yutu. Mira cómo parece una foto de un funeral, mira cómo mira directo a la cámara en un plano medio, mira cómo te hiere en cuanto suena su voz, mira cómo te atrapa en el primer plano hasta hechizarte. Todo esto, un sinagüillas con un traje negro y una corbatilla negra. “Mais ces rêves ne me laissent/ que tourments,/ car je traîne ma détresse/ et je t’attends”. ¡Hay que joderse!

Se avecina el día del libro y YO, la profe con quien tengo buen trato, me propone un par de charlas en adultos. También coincido con GE, y me recrimina con suavidad el que no pase por la radio para una sección que tiene mensualmente sobre recomendación de algún libro, generalmente una novela. El caso es que me da un poco de corte explicarle que no se adapta mucho el formato actual a una idea que ya puse en práctica al llegar a Aguilar, hace treinta años, en Onda Cero y con JCI. Participaba en esa sección periódicamente. Este tipo de propuesta me parece mucho más atractiva, si cada cierto tiempo me permite una crítica seria, técnica pero divulgativa. Solo y con un espacio mínimo de media hora, para dar tiempo suficiente a decir algo de enjundia. Estoy pensando ofrecérselo, porque en cierto modo siento compromiso. Es una chica a la que le tengo fe por el trabajo que hace. Y no me importaría rellenar alguno de estos espacios culturales para un grupo de alcance más o menos amplio. Sería un reto para sumar oyentes y enganchar a gente ajena a la literatura. O espantarla si se hace mal todo puede ser. Pero me seduce.

Por la tarde caigo en la cuenta de que me había propuesto mover un poco el coche de la Chiqui, puesto que lo dejó aquí la última vez que vino y tuvo que llevarla su hermano de vuelta a León por encontrarse un poco enferma. Además, también observé que apenas tenía gasoil. Dicho y hecho, y a continuación me he alargado hasta el bar del campin a tomar un café.

No lo pensaba, la verdad. Pero parece que cierta gente me huele. Mientras estaba aparcado repostando en la gasolinera, un pavo que había justamente al otro lado del surtidor, me miraba y le he saludado porque me resultaba conocido. Sin saber muy bien de quién se trataba, pero con la impresión de que pertenece a algún grupillo aguilarense que asocio con inquietudes artísticas. Cuando he salido de pagar, en efecto, se me ha acercado y me ha entregado un libro diciéndome que era un regalo. Vale. Le he dado las gracias y es cuando he pensado en echarle un vistazo mientras tomaba algo.

He subido hasta Llano. Se trata de un libro autopublicado, en una edición digna. Pero, claro, en cuanto he hojeado a salto de página algunos poemas, compruebo con decepción que al aceptarlo he adquirido el compromiso de decirle algo cuando le vuelva a ver. Un caso de tantos que se empeñan en hacer con buenos sentimientos una literatura muy simple. Es así de crudo. En fin, tendré que ser diplomático. Aunque solo sea porque me ha permitido acercarme brevemente a la ermita. Allí nos casamos. Pienso un instante.

Por eso, repito, no me disgustaría hacer un poco de didáctica en la radio. No soy tan ingenuo como para no darme cuenta de que este chico de hoy es uno más de los que me asocian aquí con mi faceta de escritor y con la buena opinión que se tiene de mí en general respecto de este asunto. Las intervenciones o presentaciones que hago cuando me lo piden, me van convenciendo de que hay un público al que le gusta escuchar a alguien que hable con rigor de algo que conozca como especialista. Sin convertirlo en un discurso incomprensible, pero con fundamento. Como dice Arguiñano. Ese puede ser un modelo muy imitable. Lo era para Alguien que yo me sé.

Mientras tomaba un descafeinado en el bar del campin, me fijo en que sobre los botelleros a espaldas de la barra hay lo que parece un farol minero y a su lado un gallo fantástico, de mediano tamaño. Lo codicio para mi colección. Imagino que no me lo venderían y que lo tendrán de adorno. Otro día se lo preguntaré porque a mí esos detalles no se me olvidan. Si pudiera, lo mangaría.

El caso es que su altanera presencia y el aire entre los pinos cuando salgo al exterior me llenan de la plenitud que avanza emboscada a medida que se acerca la primavera. Miro a los lados como un lobo elegante en busca de presa. Pero me temo que no voy a encontrar. Y me gustaría darle duro a Alguna. Lo dice el romántico Aznavour: “Parce que le vide me hante/ avec mon sang…” Tendré que conformarme con ver un poco de la Copa del Rey, que me aburrirá a los diez minutos. Y, eso sí, después veré un documental sobre Marlon Brando. Como este me gustaría ser, esta noche, en “Un tranvía llamado deseo”. Es decir, tele o tele. Una de dos.


04/04/24

Casi una hora. Muy agradable, aunque con un poquito de aire. Comenzar con la montanburra es mejor que con la de domingos, ya lo vengo comprobando desde años atrás. Ritmo lento y rodar. Barruelo y volver, una docena de veces. A ver si es posible despegar ya sin inconvenientes de temperatura. Retomar siempre es una forma de revivir. Y también, de paso, vamos afinando barriga casi sin darnos cuenta.

Pego un envite a lo de DA. El problema es que se trata de un volumen con muchísimos, casi doscientos cuentos. Para libro de relatos, aunque breves y muy breves por fuerza, es que una historia por página resulta acumulativa y agobiante. Muchos temas se repiten o son variantes del mismo, a mi entender, lo cual me lleva a pensar que podía haber seleccionado bastante más. Así, se va hasta doscientas cincuenta páginas, y con letra pequeña. Insólito para el género.

Son cuentos de raíz kafkiana hasta venir a un J.J. Millás en la actualidad. Van de lo insólito al absurdo. Es una visión extrañada de la realidad que nos conduce a una conciencia más clara de algunos problemas del hombre actual, sobre todo, existenciales. Escritos con un estilo claro y ligero, en contraste con un tipo de héroe complejo, singular, de difícil identificación con el lector. En general, con un final impactante y bien preparado.

Desde mis tiempos de Cabezón que no hago una declaración de la renta. Tiene gracia. Claro, siempre me lo resolvieron, entre la mujer y mi hermano. Oigo que hay de plazo hasta el primero de julio. O sea, que tendré que quedar con Mon y aprender para apañármelas solo de aquí en adelante. Este papeleo me incomoda de entrada, pero supongo que después resultará automático y rutinario. Espero.

A los lebreles no les espero al menos en un par de findes. Así que igual tiro unos días para Santa. Si mejora, ventilo el piso y doy el primer paseo del año por la playa. Mojar los pies. Recordar el ritual de antaño con Alguien. Reunirme con Ella, pues está todavía aquí y no me deja. O es mi cabeza la que se niega sin ser consciente de ello a permitir que se vaya. Todavía está muy adentro. Va a ser difícil sobrellevarla. Y mucho más sustituirla. Y esto es un inconveniente de verdad. Imposible para mí que se repita Alguien igual. Única. Imperecedera.


03/04/24

Tarde prometedora, con un paseíto corto y regreso por el súper para completar compras olvidadas esta mañana. Si la cosa sigue así, este finde montaré en la burra para garbeo largo. A ver si. Aunque en Santa ya se anuncian los veintidós grados, no quiero marchar porque allí solo dispongo de la minibici. O sea, que poco a poco y cubicando.

Leo en EP que el holocausto se ha convertido en genuino tema literario, muy comercial, banalizándose el fondo hasta tal punto que ya surgen numerosas voces de queja. En los últimos cuatro años la palabra “Auschwitz” ha figurado en ochenta y cinco títulos de novelas. El último betséler escandaloso ha sido “El barracón de las mujeres”, de FC. Sobre esta novela yo había leído hace tiempo que se centraba en Ravensbrück, un campo de concentración de mujeres. La distorsión mediante la ficción termina cayendo en la manipulación. Un producto antihistórico y antiético.

En mis “Mujeres de ceniza”, de 2018, yo situé en dicho campo de exterminio planificado uno de los dos escenarios principales de la historia. Pero mi propósito consistía en narrar las consecuencias de una saga traídas hasta la época actual, lo cual me obligaba a alejarme de cualquier sensacionalismo. Y creo que fue este aspecto el que no gustó en alguna editorial. Porque el mercado omnipotente pide carnaza, como la recién mentada de FC. 

Por si alguna vez la quiere mi editor, ahí quedó aparcada y finalmente arrumbada. Pero en conciencia (la mía propia, la del escritor ante el tribunal de su propio juicio crítico), es una buena novela. Bien escrita. Da igual cuál sea su trayectoria futura, incluido el frío olvido. Seguirá siendo para quien lea bien, una obra sobre el tema del que hablamos escrita con el mayor rigor posible, histórico y literario. Hasta donde fui capaz de llegar.

Me manda JH al guas la cubierta completa del Bicho. Una preciosidad. Dentro de nada apretaremos el clic de la impresión final. Comprendo que el editor lo envía para que le conceda el ok definitivo del autor, que es como un soplo divino diciendo: hágase la luz, fiat lux. Y, en efecto, yo me he mostrado conforme, pero de tal manera que se advirtiera un pequeño reparo.

Le he comentado que la contraportada es una reproducción literal, reducida, del prólogo del maestro JC. Por supuesto, que allí figure el nombre de este importantísimo escritor es fundamental para su comercialización. Esto me lo hace saber JH con toda claridad. Pero él intuye enseguida que mi conformidad es con su labor de editor y su conocimiento del mundo del libro; pero para mis adentros, más que los elogios que me tributa el maestro y que ya se van a leer en la primera página del interior, lo que más valoro en la cara posterior de la cubierta es un pequeño texto de su propio puño y letra, como editor, en el que puede integrar una parte de la opinión del autor y otra del crítico. Así quedaría redondo, a mi entender.

Me consta que JH anda ocupadísimo, pero al final me ha devuelto mensaje diciéndome que lo va a revisar de nuevo y va a intentar rehacerlo. Una muestra de lo cuidadoso y respetuoso que es como editor, y de su responsabilidad y compromiso con cada uno de los autores que tiene en el sello Y se lo agradezco infinito. Pero le he dejado claro que actúe como mejor considere. Por supuesto, yo no busco ningún propósito comercial a estas alturas. Lo que a mí me interesa es una edición ejemplar. Como la otra. Y esto lo sabe hacer JH a las mil maravillas. Porque lee y escribe muy bien. Y yo también quiero tenerle a él en mi texto. El escritor es caprichoso, sí, pero no por interés material. Se llama amor al arte.


02/04/24

Ayer, al menos, los reflejos ocasionales del sol sobre el velux punteado de gotas creaban en la pared un efecto que con total justicia podría denominarse como que “hacían aguas”. Hoy, ni eso. Ceniciento claro. Así es el cielo. Uniforme y severo. Dejo el testimonio por si alguien (o Alguien) lo encontrara en los huecos del tiempo. Pasado o futuro. ¿Quién sabe para quién y para cuándo escribimos? Dentro de mil años, ¿qué ojos lo mirarán si fuera posible mirarlo? Y en caso de que exista quien lo mire y no se haya extinguido la civilización por estupidez nuclear. Ojo.

Café, documentos al consistorio (para no variar) y otro café con mi amigo NB. Rápido y de buen rollo, como siempre. Es uno de la media docena que reconoce leerme en el móvil en cuanto se levanta y se sienta en el trono. Bonito lugar para confidencias íntimas.

Me dice con toda la razón que a partir de esta edad mía me conviene hacer ejercicios de fuerza sencillos pero constantes. No vale solo con pasear o con la bici en el buen tiempo. Eso, por descontado. Cuando tengamos un ratillo apuntaré un entrenamiento elemental. Una media hora como máximo.

Me llega desde Valladolid el nuevo libro de DA que presentaré a principios de mayo. Muy buena pinta. Pero extenso para ser relatos breves. Muchísimos. Aunque el índice apunta a una estructura bien pensada. Voy a rematar ya enseguida el de Valnera de GG (intenso de estilo pero falto de historia, me ha parecido) y me pongo con este.

También, por fin, paso a recoger por correos el paquete que no me encontró en casa. Unos niquis elegidos por la Chiqui. Son bonitos. Y tengo que reponer, más que nada por cambiar y que no le vean a uno siempre con lo mismo. Desde que estoy solo apenas he gastado en ropa. Por desinterés.

Algo voy quitándome del montón de libros del año pasado. Aunque siempre insuficiente. Voy anotando cada semana (como tengo por costumbre desde hace veinte años) las novedades que me suponen un estímulo por las críticas periodísticas que los anuncian. Ya llevo recogidos una veintena de los de este año. A ver cómo me las voy a arreglar…

También paso por el médico para que me mire una pequeña rojez del tamaño de un céntimo en medio del muslo. No me duele ni me molesta ni me acuerdo de él en todo el día. Pero ¡cómo pica lo cabrón! Me dice que es un herpes, cosa que siempre me sale en los labios cuando me bajan las defensas. Jamás aquí, en medio de la pata. Inconscientemente debo de rascarlo cuando me provoca la comezón, a veces en la cama, y si me resulta molesto lo unto con el lápiz para las picaduras de insecto. Sin embargo, no termina de quitarse. Una pomada, una semana. Observar el resultado.  Y quedan pendientes, porque ya toca, colonoscopia y revisión de próstata. Antes, estaba Alguien alerta y yo me despreocupaba hasta que me reñía. Ahora, no tengo más remedio que mirarlo. Por si acaso. No es que tenga miedo. Pero me incomoda la gestión. Por estar solo.


01/04/24

La lluvia contumaz consigue que uno pierda el interés por las cosas de fuera de casa. Bien está que el pantano haya subido hasta dos tercios de su vaso. Eso siempre es tranquilizador. Pero el resto de actividad diaria se ralentiza y se recoge. Entre otras cosas, ahora que ya tenemos una tarde larga, resulta que no se puede aprovechar fuera. Dan por la tele que la semana va a caminar hacia el buen tiempo. Estoy deseando por dos cosas contrapuestas: pirarme unos días a Santa y echarme al monte aquí con la burriquilla. Todo se andará. Nunca mejor dicho.

Repaso del congelador del frigo, donde encuentro alimentos extraños de una fecha antigua, embotados y probablemente comestibles. Me digo que tengo que lanzarme de una vez por todas hasta comprobarlo y, más que nada, gobernarlo para que lo que aquí se conserve sea solo lo que yo vaya decidiendo y controlando. Me doy cuenta de que esos cajones son todavía pasado, la historia del paso de Alguien. Como sucede en mi propio interior, existen huecos muy hondos y muy ocultos donde todavía existe algo sólido, congelado y vivo. Y debo ir desprendiéndome de ello. Con serenidad, aunque con dolor.

De todos modos, en esto de la comida, y contra todo pronóstico, me he vuelto un poco quisquilloso. Nunca he sido un perrillas, pero desde que soy amo de casa me da gloria reaprovechar lo que voy utilizando y no desechar nada a la basura por pasarse de fecha. De ahí lo de congelar. Lo que no sabía hasta que me he quedado solo es que hay que poner un papel en cada continente para saber con el tiempo su contenido. Ni un trozo de pan estropeo. Esta noche tengo dos mendrugos buenísimos, duros de hace dos días. Para unas sopas de ajo divinas. Además, el tiempo lo pide a gritos.

Intento localizar archivos con documentos digitalizados en el ordenador, por terminar de comprobar y conocer lo que quedó en la parte que tan perfectamente organizaba Alguien. Por eso, casi todo está bien claro. Me lo dejó a la vista y sencillo, porque me conocía. Lo triste es que por el camino se da uno de bruces con fotos, reportajes de viajes y testimonios de vida que, de momento, producen un pálpito. Y si se decide internarse en alguno de ellos, remueven el fondo de la angustia. En estos casos, sería mejor pasar de largo. Pero me resulta imposible. Dedico un buen rato a nuestras vacaciones del año once, la primera vez que visitamos Burdeos… Cuando apago el ordenador, tengo la impresión de que no éramos nosotros. Quizá fue una vida soñada o vivida en otra reencarnación. Algo irreal.


31/03/24

Ninguna alteración de los biorritmos, ni orgánica ni anímica (como dicen por ahí) con el cambio horario. Nada. He dormido bastante bien y la única diferencia con otros días es que he tenido que poner los relojes a punto cambiándolos de siete y media a ocho y media, cuando me he levantado. Punto y a punto. Y durante el día, igualito. Hambre a las dos. Cerrar los ojos un cuarto de hora después del telediario. Calcadito. Lo único, ya digo, en mi casa y la del socio, venga a cagaliquear con toda cosa que dé la hora. Menos en el móvil, que es muy inteligente y se cambia solo. Qué curioso, en el ibuc, no. Raro, raro. Bueno, es igual. Lo único, eso sí hay que reconocerlo, un sol que resiste a caer todavía por poniente, como a deshora, con una luz y un brillo tan potentes que ciega si lo miras, como yo en este preciso instante, desde la alta buharda, a través del velux. Es como si el día no quisiera morir. Como el anuncio de algo nuevo.

Leo en el periódico de buena mañana una crónica graciosísima, en la que se habla de Málaga como pionera en la sanción a través del adn de los propietarios de perros que no recogen las cacas. Lo digo porque en mi literatura fui avanzadísimo en aquella novela del año once, cuando nos encontrábamos de vacaciones en Burdeos y conté una graciosa parodia sobre el hipotético alcalde que recurría al método genético para dichos fines. Pionero en Europa. Y pionera la literatura adelantándose a la realidad. Lo tenían que hacer en todo el mundo civilizado.

Muchas greñas colgando. Parezco un poeta arruinado. De esta semana no pasa. Demasiado bohemio para mi estilo. Un par de semanas de descuido, dice hasta bien: dejadez cuidada, escritor maduro al margen de lo físico, cabeza revuelta de grandes ideales por dentro… ¡Oh, casi escritor francés!

El Chico, ya en Pucela de vuelta. Hemos pasado cuatro días agradables, lo admito y lo agradezco. Aunque haya tenido que cocinar tres veces. No me ha importado. Todo lo compensan los cuatro ratos en que hemos cambiado de impresiones. Sobre todo, durante la comida. Me gusta estar con ellos, con los dos, juntos o por separado, aunque sea un tiempo volátil y pasajero. Me gusta verlos. O mejor dicho, observarlos. Adivinar en sus ojos, en sus gestos, en su físico entero esparcida la presencia de Alguien…

Para no encontrar demasiado tráfico, sale pronto, nada más comer. Le digo que vaya despacio, atento, guardando la distancia en la conducción… todas esas tan necesarias como repetitivas indicaciones de padre. Carga con algunos táperes de lo que yo he preparado, pero también me avisa de que pasará por casa de la tía M. que le ha cocinado alguna cosilla un poco más especial y también se lo va a llevar. Con suerte, tendrá resuelta la comida de toda la semana. Eso me dice. Por lo pronto, el canalla de él me roba la mitad del postre que su tía me había traído para mí. Mousse de limón. Me chifla. Dulce como un recuerdo que pasó. Como pasan todas las cosas. Como hoy pasa marzo.


30/03/24

Ya decía yo que no podía ser tan milagroso el producto ese que anuncian por internet para la artrosis y demás. Un bulo como una catedral, que ponen en boca del doctor Cavadas simulando una entrevista con Pablo Motos. Un camelo para sacarte treinta y nueve pavos. Cuando revisé mi guas antes de meterme en la cama vi el mensaje de mi hermano Mon, con enlace en el que se desenmascaraba la cosa. Bueno. Seguiremos tocando el piano hasta que se nos caigan los dígitos como sarmientos podridos. Esperemos que sea muy tarde. Dolor no hay, pero sí fricción frecuente y molesta entre los dedos. A cada uno le toca lo suyo. Solo que a algunos, les toca mucho y pronto. Y esto es lo verdaderamente grave de la vida.

La llovedera no cesa y es cosa buena. Me chocan un poco los lagrimones, pucheras y aspavientos de los hermanos cofrades cuando no pueden salir a procesionar. Lo respeto, pero lo percibo con distancia e indiferencia. No lo tomo como los protagonistas: a juzgar por la pinta, parece que supone una desgracia irreparable.  ¡A esperar otro año! Bien, pues que saquen sus pasos dentro de una semana o un mes cuando ya haga mejor. No sé qué se perdería del fervor religioso por no coincidir con una semana santa que, para colmo, ella misma es variable de fecha.

Alguna vez he presenciado algo de esto, siempre de pasada, en Valladolid y Palencia. Tiene su aquel, sobre todo, de parafernalia. Es mi opinión, ¿eh? Claro que, en materia religiosa, yo soy más descreído y escéptico que lo común. Mis ideas son racionalistas y empiristas. Lo aclaro. Y mi filosofía de base, el materialismo histórico dialéctico. Así, groso modo. Esto no choca con mi sentimentalidad emotiva. Suena a abstracto, pero va por ahí.

Valnera ha publicado hoy en el Ínstagram un “reel” muy bonito con las tres últimas novelas de su serie Valnera Literaria. Está muy guapo, música incluida, así que lo voy a replicar mañana para los que sigan mi publicación de los domingos. En el colofón de mi Bicho figura literalmente como fecha de salida la del día del libro. Divina coincidencia.

El Chaval, en Palencia con los amigos, viendo un partido de baloncesto. Le privan los deportes, como a toda la familia de su madre. A mí me parece bien, pero es la única cosa capaz de crear una rivalidad a muerte en muchísimas personas, y sin embargo yo no discutiría un segundo sobre ello. La razón es simple: no entiendo nada.

Lo que sí me chamusca un poco es esta pijada del cambio doble de hora todos los años. No lo he comprendido jamás en su fundamento, así que no lo vamos a dar vueltas ahora. Solo alcanzo que mañana habrá luz natural hasta bastante más tarde. Vale, pa ti la perra gorda. Y tendremos que volver a la pejiguera de modificar todos los relojes de la casa. Si es tan útil, ¿por qué no lo adoptan ni la mitad de los países del mundo? Además, ¿por qué la UE va a proponer revertirlo? Una chochada, ya digo. Con lo difícil que resultan los cambios en los digitales. ¿Y pa qué?


29/03/24

Soleado, a ratitos; mustio, la mayor parte; frío, todo el santo día. Aunque el invierno no se lo come el lobo (refrán de por aquí en esto), ya se va poco a poco el invierno. Ocupo buena parte de la mañana, tras el cafetín, en la cocina. Me imaginaba que el plan que me había anticipado el Chaval se iba a cancelar. Como, en efecto, ha sucedido. Pretendía levantarse pronto para una marcha por el monte con los amigos, y yo me maliciaba que la marcha iba a desarrollarse de noche, de bares, y con vuelta a la madrugada. No es que haya sido exactamente así, pero muy parecido. O séase, que me había dicho que hoy comería fuera (después de la caminata) y que yo me lo montase por mi cuenta…

Lo entendí a la perfección: sacar del congelador unos muslos de pollo para guisarlos y tener una comida presentable, en caso de que el famoso plan del excursionista fallase. Que seguramente fallaría. Y que ha fallado. Ergo, el pollo ha salido victorioso, tiernecito, especiado, con la salsa bien ligada y el toque de corretaje que le presta la cerveza. Acojonante. Nos hemos chupado los dedos. He abierto una del ribera de JC y me ha preguntado el Chico qué se celebraba… Que estamos comiendo juntos y en buena compaña. Y lo hemos acompañado también de una foto que hemos enviado a la Chiqui.

Husmeo en la red en busca de algo que alivie la artrosis. No tengo ningún dolor, pero siguen torciéndose mis dedos. Muevo mucho el juego de las manos, con una pelota y con ejercicios de estiramiento. Es la edad, lo sé. Y calla que lo padezco pero no lo sufro. Y, ante todo, que puedo escribir sin ninguna dificultad. Esto tiene que aguantar hasta el fin, pienso para mis adentros. Qué cojones sería de mí sin poder piticlinear en el teclado. Cagondiós: la de perrillos a la vista de mi abuelo, con el cañón dentro de la boca. Pero no creo que me la preste mi querido JL. Solo de pensar que puedan fallarme la vista o las manos me salgo de mis casillas.

Descubro un producto en internet, que debe de ser un invento del famoso doctor Cavadas y que dice que es buenísimo. Le pongo un guas a la Chiqui y le digo que se informe. Y que, en su caso, me lo pida. Dice que es milagroso. Aunque no se vende en farmacias. Me entran las dudas y no quiero pedirlo yo no vaya a ser una estafa. Treinta y nueve pavos un tubo de crema. No sé. Pero tengo que intentar parar el deterioro en lo posible. Al menos atenuarlo. Más que nada, me levanto con las manos agarrotadas. En cuanto las abro y las cierro con energía, unas cuantas veces, vuelven a su ser.

Mira que llevo buscando una cita para encabezar el libro de relatos y nada, que no ha habido manera. No he abandonado, pero al entregar definitivamente el texto lo he dado por perdido: el Bicho no tendría una referencia de ese tipo. Y me gusta el paratexto. Es elegante dar con unos buenos padrinos. Pues, lo que son las cosas, hoy estaba leyendo el artículo de J. J. Millás en la contraportada de EP y ¡equilicuá! Se me han encendido los ojos en cuanto las dos frases han pasado delante de mí.

He puesto enseguida un guas a JH por si llegaba a tiempo para incluirlo en la maqueta definitiva. Sin ninguna esperanza, la verdad, pues sé que ya está a tope con ello, rematando los dos trabajos en la partida de papel que vamos compartir el maestro JC y un servidor. Por tanto, ahora no vale meter una hoja más así como así. Los misterios de la imprenta son insondables, pues cambiar un folio de orden supone modificar el conjunto. No me esperaba buenas noticias, desde luego.

Y aquí es cuando ha vuelto muy rápida la respuesta, tranquilizándome y asegurándome que llegamos in extremis, pero llegamos. Que se incluirá la cita. Joder, que alegrón me he llevado. Tanto que le he mandado dos filas de emoticonos y mil besos y abrazos. Me cuenta que hay que trabajar dando gusto a todos en lo posible. Le contesto que estoy nervioso y que duermo mal y que no hago más que dar paseos sin rumbo pensando en el nacimiento del niño, digo del Bicho. Por fin, me sereno, cuando me pone que “este niño ha tenido más cuidadores y cuidados que el primero”. Que tranqui.

Una cita maravillosa, la de Juan José Millás, sacada de una columna titulada “Me acosté pronto”. En ella nos habla, con su característico estilo de subversión de la realidad, sobre un misterioso lapicero con el que se pinchará en un dedo y con cuya sangre escribirá unas notas en su cuaderno. Y en un momento determinado afirma: “Estuve un rato observando la mancha…//… Aunque era roja, tenía la forma de un cuervo negro”. Como el de la portada de mi Bicho. Realidad y símbolo. Rojo y negro.


28/03/24

Un tiempo horrorosísimo. Se ha mantenido un poco hasta media mañana y después ya no hemos hecho vida de él. La compra, con el paraguas estorbando porque traía las dos manos ocupadas con las bolsas. Así que he vuelto medio a remojo. Quizá por eso me ha dolido la cabeza después de comer. O por la bajada de temperatura y presión. Un ibuprofeno. Y venga aire a rachas y a rastras de una lluvia benefactora, es verdad, pero molestísima si uno quiere moverse. Mejor, en la buharda

Mando un guas a primera hora a mi Chiqui para felicitarla. ¡Qué maravillosa mujer de veintiséis marzos ha derivado de aquella albondiguilla que trajimos de Burgos con todo nuestro amor! ¡La que pataleaba y se trastabillaba en la buharda, antes de arreglarla, cuando yo llegaba del insti y desde abajo comenzaba a llamarla y a decirle ternezas! Se ponía loca de alegría. Y así sigue, sana, cariñosa y enérgica, convertida en una mediquilla que me hincha el pecho de orgullo. En plena calle me suena el móvil y charlamos unos minutos para decirle todo esto y lo mucho que la quiero. A los dos. En ambos se divide y se dobla aquella a la que amé. Y es la herencia más valiosa que me dejó.

A vueltas todo el día en el guas que compartimos el editor, la ilustradora y servidor. Lo hemos llamado “Bicho” y lo hemos creado mientras sale la publicación de los relatos. Para nuestra comunicación interna urgente. Esta mañana JH reclamaba a MN la carátula definitiva de la portada. Enseguida se la ha enviado. Luego JH recuerda que debe figurar en portada el autor del prólogo, lo cual obliga a achicar un tantín la letra del título y el autor… Todas estas cosas que conlleva la edición de un libro y que no sé cómo no se vuelve loco el que lo coordina. Por mi parte, contentísimo. De corazón. Y con sinceridad: va a quedar una joyita. No solo porque yo esté contento de su contenido. Sobre todo, por el cuidado y el estilo de la edición. Nunca pensé que mi etapa de retiro compensase mi pena con tanta maravilla. Lo cual significa, en definitiva, que la vida es pródiga en ambos sentidos de la etimología latina. Es generosa concediendo y a su vez desperdicia sin medida ni razón. Da y quita.


27/03/24

Un día de ventarrón que mueve la casa. Cualquiera asoma en esas condiciones. Excepto el ratito del café por la mañana, quieto en la hura. Me he demorado con el periódico en casa y he leído un rato arriba, donde el chaval. La cosa no daba para más.

Después de comer cierro un poco los ojos y a seguido me pongo con una tarea que tenía pendiente desde hace días. Por pereza. Y es que me he propuesto de vez en cuando hacer limpieza de papeles. No de otros cachivaches ni de ropas. Eso lo dejaré para los siguientes. Pero los papeles ya me vienen estorbando desde hace mucho y sé que tengo que discriminarlos yo y desecharlos yo. Creo que me he concienciado con la limpia que hizo mi hermano en el casulario de Piña. Pues algo parecido.

Me agobiaba mucho de entrada, pero he terminado comprendiendo que hay que segmentar el trabajo y llevarlo en pequeñas dosis y con cierta regularidad. Solo que cuando te pones se van enseguida un par de horas. Y termina uno enfadado consigo mismo, porque parecía que no era mucho lo que cabía en un simple cajoncito de un mueble de la habitación…

El problema es que los papeles hay que destruirlos bien para que no quedn resto alguno de identidad. Por discreción, como es obvio. Y así es como he pasado el tiempo hasta media tarde. También por evitar la puñetera melancolía de esta regresión al invierno. A la murria solo se la puede combatir con acción directa, pura y dura. Haciendo. O destruyendo, como en este caso. No sabría decir el número infinito de trocitos de papel que he rasgado con la rapidez de un automatismo, hasta llenar un bolsón grande.

Pero sucede que de paso asoman o destellan algunas palabras en la infinita serie escrita de toda una vida. Y encuentras cosas desde el año que estrenamos la casa, como las ecografías del primer embarazo… Cosas así. Esto, claro, no me he atrevido a tirarlo. Declaraciones de la renta y cartillas de banco que he reducido a la mínima expresión. Indiscernibles. Ella era Alguien que lo guardaba todo. Informes médicos rutinarios, con treinta años, cuando estaba sana y feliz. Facturas de compra de enseres al comienzo de montar el piso, de los que nunca habría sido capaz de recordar dónde o a quién se los habíamos comprado. Hasta que lo he visto de nuevo. ¡Qué tremendo es sentarse a observar con qué celeridad pasan treinta años de la vida ante los propios ojos! ¡Qué crueles testigos son los documentos escritos, fríos, indiferentes, casuales! Hasta que los quitas de en medio.

Alguien me contó, o lo leí, que un buen remedio contra la melancolía es el azafrán. Todavía me quedan unas pequeñas hebras que me dieron y que voy a utilizar en la próxima pota de pollo con arroz. También cocinar es una manera de entretenerse para despistar o esquivar el vórtice mental. En suma, es lo que hay. Adaptarse.

Y a la tarde, hoy como excepción, tendré sesión doble de teatro. Una, de Jardiel Poncela, que ponen aquí un grupo de aficionados. Me ha vendido la entrada una de las chicas que trabajó conmigo en El Globo y lo hacía muy bien. Me apetece y me motiva mucho el teatro. Lo disfruto. Y, además, a la noche también dan otra sesión en la tele. Hoy, jornada casi completa. Porque completa del todo ya no lo será nunca. Sin Nadie.


26/03/24

Vuelve el mal tiempo, según lo anunciado. La mañana fría, soleada o sombría a ratos. Después de comer, cuando por suerte se me había aireado bastante la colada, cae una chaparradilla. Recojo y seco en la buharda. Además de la comida para unos días, que me ha ocupado otro buen rato. Pero he sacado una olla completa de puré. Contundente. Y me ha salido bien rico. Se conoce que he dado con el equilibrio de materiales.

También sobre alimentación tengo que revisar mis hábitos. Pensaba que estaba haciendo lo correcto. El finde me riñen los chicos, porque como carne de vez en cuando pero parece que no lo suficientemente sana. Por una parte, la carne roja ha terminado cansándome para consumo más o menos habitual; y por otra, no me apetece demasiada fritanga, por el lío, el olor y la suciedad. Eso sí, reconozco que no tomo mucha carne blanca y sana. Pollo, lomo, conejo… ¡con lo que me gusta! Hago propósito de volver a ello un par de veces a la semana, pero tendrá que ser para cena. Otro asunto es que la dentadura del socio aguanta lo que aguanta. Y, claro, un guiso es un plato para uno o dos días. Mal rollo. Me conviene todo lo que solucione tres o cuatro. Y en esas estamos.

Otra cosa novedosa para mí, sacada de las conversaciones con los hijos es lo de la Termomix o la freidora de aire. Interesante. El Chico preparó unas alitas de pollo buenísimas (sin ningún inconveniente de eso que he denominado “fritangas”). Tendré que pensarlo. He quedado en no mover pieza hasta que ellos me aconsejen algo concreto, práctico y ajustado a mis necesidades. Se trata de optimizar recursos, en definitiva, y ganar tiempo. Estoy dispuesto. Me intriga saber cómo es esa máquina donde pones todos los ingredientes a boleo y sale un plato perfecto. Veremos.

Conclusión: que tengo obligaciones en dos casas y eso me ocupa una parte buena de mi tiempo. Esto ya lo doy por asumido. Y, por tanto, no vale empeñarse en hacer proezas, como antes, sino conformarme con una media jornada dedicada a lo que me gusta, en el mejor de los casos.

A ratos pienso que más me valía echarme una novia con la frente muy estrecha y el culo muy grande (preferentemente latina), además de cariñosísima (que me llame papito) y muy hacendosa y limpita. Y sacudirla el tamo de vez en cuando. Y todo el día completo para mí, a lo mío. O en su defecto, una robot de esas que personaliza la Inteligencia Artificial y tienen la apariencia (tomada de una foto) y la voz (tomada de un mensaje) sacadas del original que tú le proporcionas/programas. Cuando exista eso, me compraré una. En el fondo, ¡qué maravilla! Eterna pero sin alma. Para no verla morir.


25/03/24

El viernes pasado salió perfecta la presentación del Águila. La charla fue muy amigable porque conectamos de inmediato. Esperaba a un tipo más reservado y me equivoqué. Su voz poética es reflexiva y su carácter muy abierto. Pude desarrollar el guion completo y nos llevó una hora. Creo, no obstante, que al público le gustó. Esclarecedor e interesante, incluso para quienes de entrada no entienden de poesía en serio.

El sábado me escribió el poeta con mucho cariño, decidido a continuar amistad y a vernos en lo posible. Me invitaba junto con su mujer a Riaza y quedamos en que pasarán por la feria de Madrid cuando presente mi próximo libro de relatos. Entonces tendremos ocasión de continuar en privado la conversación iniciada el viernes. Buenísima gente.

Y los dos días completos en compañía de los hijos, no digamos. Una maravilla. Porque normalmente cuando vienen por casa no compartimos demasiado tiempo por motivos obvios: salen con sus amigos del pueblo. Y a mí me parece lo propio. Pero en esta ocasión, ha sido un acierto la quedada en Pucela, en casa del Chico. Nos hemos comprometido a repetir, si lo permiten las circunstancias, como fecha fija de aquí en adelante, todos los años. Al menos, esa es la intención.

La actividad en Arzuaga no fue en absoluto cansada. Pasamos una mañana espléndida de experiencias nuevas sobre la cultura del vino, con recorrido incluido por la vastísima propiedad de la bodega. Después, la comida, del uno, sencillamente. Fabulosa. Rematamos la tarde con una copa en compañía de mi hermano Mon y mi cuñada, ya tranquilos en Pucela.

Al día siguiente ellos no madrugaron, pero yo me pegué un recorrido sentimental por el centro. Periódico y café en escenarios de mi primera juventud. A solas conmigo y con mis sueños iniciales recuperados. De maravilla. Luego, para la comida cambiamos de tercio apostando por un menú de tapas buenísimas. Disfrutamos como hacía mucho, porque estuvimos juntos prácticamente dos días y nos sentimos familia. Felices. Llevé a la Chiqui a la estación de trenes y retorné con una alegría grande. Con el recuerdo dulce de antaño, cuando estábamos todos juntos. Completos.

Hoy paso el día faenando en las labores de casa. A la una quedo con el socio porque ayer solo me dio tiempo de felicitarle al llegar. Al vermú lo celebramos con unas cervezas y unas pastas. Después de comer, llamamos a Mon por videoguás para que lo felicite a su vez. También esta parte de familia piñera se reconstituye cuando nos reunimos los tres. Y del mismo modo la gozo. Mientras el socio siga así, funcionaremos sin problema.

La tarde la dedico a un texto para la contraportada del Bicho. Me lo ha pedido JH ayer. No puede ser muy extenso, pero me doy cuenta de que la síntesis obliga a pensar con exactitud en lo que uno ha escrito. Y me hace consciente incluso de algún aspecto desconocido hasta ese momento. También hay que saber explicar la obra a los demás. Sobre todo, para su promoción. En fin, la cosa está casi a punto de caramelo. ¡Qué nervios!


22/03/24

Pasé la tarde a la espera de JA, como habíamos programado, y todo se descabaló de hora. Resulta que también había quedado con otros amigos comunes y algunos no llegaron a tiempo y nos reunimos a diez minutos de comenzar el acto poético en la biblioteca. Así que tuvimos que aprovechar después toda la panda para tomar un vino y charlar un rato. Agradable.

Resultó muy bien la charla de JA, en su línea. Tiene una buena capacidad organizativa y está muy acostumbrado a presentaciones sirviéndose del ordenador, cosa que yo no veo nada fácil si tuviera que hacerlo. Yo soy de interacción directa con el público, lo tengo claro.

Hizo una revisión sencilla pero muy ilustrativa del concepto e historia del “Haiku” para poner en antecedentes al público. Después fue desgranando un buen número de los suyos acompañados de fotografías referentes a su territorio mítico de Covalagua. Es un espacio que el escritor lleva frecuentando periódicamente desde los dieciocho años. A mí a veces suele llamarme cuando pasa por aquí de camino a Revilla de Pomar. Suele hacerlo una vez al año como un rito iniciático que le resulta muy liberador. Hubo, finalmente, algunas preguntas, y el rato posterior fue gozoso porque además hacía una temperatura agradable en la calle. Hasta la próxima. No tengo que decir que ya no me dio tiempo a sentarme al ordenador.

Hoy ha sido día especialmente caluroso, pero no he querido arriesgarme a salir con la bici porque me toca la presentación del libro a final de tarde. Está preparado el trabajo y, sin embargo, no me decido por temor a una caída o cualquier percance (aunque no tenga importancia) y se chafe por mi culpa este remate de semana poética. Haría una extorsión muy grande. En fin, prefiero dedicar un rato a la lectura del periódico. Ya habrá otro día.

A media mañana he recibido guas de JH, el editor, avisando a la ilustradora, MN, de que se cumplía el plazo de entrega de la portada del Bicho. Ella ha contestado al poco tiempo enviándolo. Me he quedado maravillado. Tal y como expliqué, ha desarrollado la idea de cinco ventanas con motivos de cinco relatos y ha dejado una vacía, con la persiana a medio bajar, para significar el misterio del resto de historias que permanece todavía oculto. Con ese color de cuento maravilloso y esa línea tan elegante que le da MN. Nos hemos alegrado. A mí, casi se empañaban los ojos remirándolo. Creo que va a ser un segundo regalo especialísimo para esta nueva campaña del libro. Un regalo que compartiré también, por supuesto, con toda la gente a la que quiero. Y con Alguien más. Invisible.


20/03/24

Descanso relativamente bien y, aunque madrugo antes de las ocho para leer un buen rato el último de Valnera, me entra un pesado sopor después de una hora larga. Y eso que la novela me atrapa. Pues nada, que se me caen los ojos como a un niño después del biberón de la mañana. No hay manera. Tengo que ponerme a la acción con algo, porque no aprovecho por falta de concentración y rabio. Tampoco quiero recostarme en el sofá más allá de las nueve y media. Dejo la cabezadita para después de comer. Trasteo en la cocina. A la hora habitual me piro al café.

Una gozada de tiempo para la bici. Paso antes de salir paso por donde Paco a reponer botellero y mitones. De estreno (también las ruedas, desde finales de la temporada anterior), está la burra con un lustre de buche. Tengo que empezar sin parones de ritmo más allá de dos o tres días, pero necesito tiempo estable y soportable para mi nariz y garganta. Voltio de hora y media. Suficiente, bien pedaleado y disfrutado.

A las cinco y media podría haberme puesto, pero llevo las cortinas del dormitorio al arreglo en casa de la abuela. Me las ha comido el sol, ¡tiene cachavas! Estoy un ratín de palique. No hay demasiada prisa porque el resto de la tarde es para el poemario del Águila y lo tengo bastante analizado. Y recogido en notas de dos o tres folios. Me queda organizarlo en limpio para llevar un esquema mínimo. Está listo y lo hago, sobre todo, por amistad y reconocimiento al trabajo de EB. También por pasión, claro. No voy a dejar que desaparezca la colección. La voy a defender por encima de quien gobierne el ayuntamiento. La considero una interesante aportación cultural al pueblo de mis tiempos de concejal.

Una suerte que haya podido hacer una lavadora, tender y secar. Justo en el momento en que ya estaba para recoger ha comenzado a llover con esa fuerza de las tormentas de verano (sin serlo). Y mi cuerpo lo acusa con una sensación de pesantez propia del bochorno. Se carga la atmósfera y hasta que suelta puedo tener mayor sudoración y sensación de presión en la cabeza. Ya me ha pasado ayer a media noche. Tuve que levantarme y cambiar el edredón de plumas por manta y colcha más ligeritas. Y me quedé como un niño de nuevo. Sudadito pero recobrado un calorcito cómodo.

Todas estas cosas que consigno no las sabía antes. Lo digo con sinceridad. Cuento lo que vivo porque para mí es novedoso. Antes mi vida funcionaba sobre ruedas y no me daba cuenta de que Alguien velaba por mí. Y quizá no la quise tanto como se mereció. O, mejor dicho, no se lo reconocí del todo con hechos prácticos. Solo con palabras. Eso sí. Y con besos. ¿Fue suficiente? ¿Para ella?


19/03/24

A primera hora me felicitan los hijos. Hablo un poco por teléfono con la Chiqui y me cuenta que ya se encuentra mejor. Está en el trabajo También al Chico le contesto por guas que siempre es un buen día para celebrar algo. A pesar de todo, hay motivos para agradecer a la vida sus dones. El próximo sábado lo pasaremos disfrutando los tres de visita y comida en la bodega de Arzuaga, que el mismo chaval se ha encargado de organizar. Lo dicho: el gozo de celebrar juntos.

También por la mañana me llega el guas de mi hermano Mon. Puesto que no tenemos padre, nos felicitamos también en recuerdo del que nos tocó en suerte. Un buen hombre. Como suele ser lo común, es natural querer cada uno al suyo y una de las cosas más bellas del ser humano, con algo de misterioso. Es la fuerza de la sangre. Por eso, también me acuerdo en este día de mis amigos y allegados que todavía tienen la suerte de contar con la presencia del suyo (y también de su madre). Y me da alegría. Un regalo inapreciable.

No he podido resistir la temperatura ideal para salir y me he tirado al monte con la bici gorda. Ha sido una hora, pero bien sudada. Enseguida se nota que las patas han perdido fuerza y ligereza desde la temporada pasada. Retomar es así. También consiste en quitar cuanto antes un par de kilos del parón de invierno. No sé si el tiempo permitirá las salidas regulares. Lo disfruto mucho. Aunque en general me he encontrado bastante bien. Y sigo todavía con el magnesio.

En cuanto los días van estirando y la temperatura suaviza, retoma uno las sensaciones del nuevo ciclo de primavera que ya está aquí. Se acusa en los sentidos. A ratos, como deseo físico. Pero también, como hoy, he parado un momento en la iglesia de Villallano, con su sencillo pórtico y un entorno humilde pero bien cuidado. Y este es un deseo interior de belleza. También existe este tipo de deseo. Espiritual.


18/03/24

Me despierto pronto, a las seis, pendiente de cómo habrá evolucionado la Chiqui. Enseguida me manda un guas en el que me dice que ha vuelto a tener fiebre y se observa las anginas con pus y la garganta muy roja. O sea, que necesitará antibióticos y probablemente no podrá ir al hospital.

Me levanto y doy en pensar que a lo mejor conviene que me acerque a León unos días hasta que ella mejore. Me aseo, preparo la bolsa, desayuno y me pongo a cocinar unas lentejas estupendas, para varios días, por si tengo que estar fuera. Luego llamo al Chico porque no me acordaba de la calle de León donde vive la niña. Y decido esperar a ver qué pasa, pues me ha dicho que iba a consultar con su tutora. No me da noticia. Por tanto, no acelerarse. Incluso estaba ya mirando en internet sitios donde quedarme cerca de donde ella vive. Tranquilo, me digo. Respira.

Me pongo un rato a dar vueltas por casa, pues no tengo concentración para nada, y concluyo que antes no pasaba estas neuras porque había Alguien que se encargaba de todo. Aunque yo tuviera que actuar, Alguien sabía siempre lo que había que hacer. Y yo también sé moverme, pero mi inseguridad estriba en que no tengo a Alguien con quien compartirlo. Mientras preparaba la comida, se ha llegado la hora del café y ya me encontraba más calmado. Evidentemente, si la niña no llama es porque lo ha resuelto por su cuenta y lo controla mucho mejor que yo. Que es médica, coño. Y está en su hospital. Mucho mejor que si se hubiese quedado aquí, en Aguilar. Tranquilo. Respira.

A la hora de comer le pongo un guas porque todavía no había enviado noticias. En efecto, ya había tomado antibiótico. Le habían aconsejado quedarse en casa hoy y estaba aprovechando el tiempo en estudiar y preparar sus cometidos de residente. Que estaba bien. Mañana, a trabajar si todo seguía como hasta ese momento. Ya respiro más tranquilo.

Pequeño garbeo por la tarde. Hace divino. Pero quiero aprovechar y me demoro lo justo para hacer un trayecto por varios supermercados. Voy cogiendo manías de amo de casa solitario. Me gusta comprar un determinado jabón líquido en el Día. El ambientador y los cogollos de lechuga tienen que ser del Alcampo. Y la espuma de afeitar de Carrefur. Para las costillas adobadas o una colonia muy rica y fresquita, en Mercadona, que no hay aquí sino en Reinosa (cuando puedo). En el Lupa, las cabezas de ajos. Y así. Soy la polla. Pero yo me encuentro divertido a mí mismo. Un friqui.

Y al volver a casa y poco antes de llegar al puente mayor, los ojos se me van raptados a dos ciruelos silvestres, uno blanco y otro rosa. Los dos, pobladísimos. Fragancia de ramas. Y es tal la herida de belleza que siento por dentro y la llamada de la vida renovada en un nuevo ciclo, que lamento que no haya nadie a quien desnudar esta noche. Aunque solo fuese para acariciarle el oído con algunas palabras encendidas en el aliento. O dos nada más, salidas del alma. Verdaderas. 


17/03/24

Al final se impone la fuerza de la juventud y parece que el virus ha remitido en buena medida. La fiebre se ha mantenido a ratos y también ha evolucionado a menos. En general, la Chiqui no ha pasado mala noche. Ha descansado bien. Me he levantado varias veces y estaba tranquila, con lo cual también yo he podido dormir lo suficiente. Ella lo justifica diciendo que es lo esperable en gente que trabaja en un hospital. Bueno, hemos podido comer los tres casi con normalidad. Después, decide que prefiere regresar pronto a León para incorporarse mañana al trabajo si no hay más novedad. El problema es el viaje, si se encontrara mal mientras conduce, y lo soluciona con su hermano, que la lleva hasta allí y luego vuelve a Valladolid.

Enfadado como un mono en cuanto me siento al ordenador, porque comienzan las bobadas de la conexión y ya estoy un poquito chamuscado. Algo falla en la señal del wif al pecé. Porque al móvil llega perfectamente. Intento con el solucionador del propio cacharro y resulta que lo resuelve, sin que llegue a enterarme de cuál era el problema. En fin, creo que la tecnología es una forma sofisticada y moderna de tocarle a uno los huevos de vez en cuando. A cambio, hace un servicio impagable de ordinario. Mi temor, en este caso, es que me falle durante la semana entrante, porque el poemario del Águila solo lo tengo en el correo electrónico. Veremos. En fin, por otra parte, descuidado y tranquilo una vez que el “Bicho” ha volado de mis manos para convertirse en ese producto tan bello que sale de Valnera. Para después recogerse al calor de las manos del lector.

Algún problema de fuga de agua en el portal del bloque del apartamento. Por suerte, nada en el mío, me comunican las inquilinas. Y un gestor que nunca está disponible. Cobrar, sí, puntualmente todos los años. Ni siquiera reunión de comunidad desde antes de la pandemia.

Tranquilidad en casa cuando no se siente a los hijos. De nuevo, han partido hacia sus destinos. Es gozoso el bienestar del orden rutinario sin alteraciones, tanto como la alegría del bullicio cuando están ellos presentes. En cambio, por dentro, en cuanto a sentimientos amorosos, no hay más que una quietud indiferente. Excepto mi hija, por primera vez no hay más mujer en mi vida. No hay nadie a quien ame o desee. Ni siquiera en quien piense. Ni quien piense en mí. Por tanto, estamos en paz.


16/03/24

Por la mañana he leído con tranquilidad la prensa y he charlado un rato con FL, amigo que siempre me pone de buen humor. Luego he enviado el texto del Bicho definitivamente corregido. Ahora sí que no hay vuelta atrás. Espero que no se me haya colado ningún gazapo. Y en caso contrario, bendito de dios. Si es niño san Antón, y si no…

Además, en el guas veo que el editor está ya solicitando con cierta urgencia la ilustración a MN. Esta se disculpa por la acumulación de trabajo que tiene, la pobre. Son oficios de autónomos que van por rachas y a temporadas exigen soportar una gran presión. Esto es así. Nada comparable con un escritor como yo que no está sometido a mercado alguno, precisamente por el pequeño alcance de la edición. Los famosos es otro cantar. En fin, que JH le ha concedido hasta el veintidós a MN como tope. Yo tengo ilusión por ver el resultado final de la idea.

De mañana en adelante vuelvo con el Águila de Poesía, que también será el próximo viernes. Por cierto, que me escribe JA, poeta palentino y buen amigo, para comunicarme que él estará aquí el próximo jueves con una charla sobre “haikus” y poesía visual, que es una de sus mejores facetas líricas. Hemos quedado con antelación para tomar algo.

Los chicos andan por ahí, sí, pero a su aire, como siempre. No me importa, claro, porque ya me voy acostumbrando. La Chiqui se ha marchado a comer con las amigas a Comillas. Ha llegado a media tarde mala, con escalofríos y síntomas de algún virus. Se ha metido en la cama. Estoy convencido de que el tiempo relocho produce un gran malestar en todos los órdenes. Yo tampoco funciono muy bien de la nariz en esta temporada con oscilaciones de doce o quince grados de un día para otro. Una mierda de climatología. Y cada vez lo iremos pagando más caro. Porque somos nosotros los que estamos jodiendo el chiringuito.

Impensable releer algo de Rosa Chacel, escritora vallisoletana insuficientemente valorada en mi opinión. Aunque dentro del 27, una de las más reconocidas. Se cumplen treinta años de su muerte. Me había propuesto dedicarle unas semanas. Pero todo lo tengo atrasado, amontonado y ya inabordable. Me refiero a lecturas. Ahora mismo, de toda esa pila o torre a la espera, me interesa solo decidir qué libro es el más idóneo para mis intereses como escritor. Del resto, lo que se pueda. Y pensándolo bien, ¿qué más da?, ¿qué necesidad o qué prisa tengo?, ¿quién me espera, cuando concluyo el trabajo diario, para compartir el gozo de una vida plena?


15/03/24

Ayer tuve que hacer novillos forzosos. Falló la conexión a internet cuando me puse por la tarde y ya no hice vida hasta la hora de cenar. Por lo visto en algún momento se había caído la red, o falló Yastel, o la puta que lo parió. El caso es que a mí lo único que se me ocurría era apagar el móvil y reiniciar. Veinte veces a lo largo de la tarde. Nada. Con datos móviles, sí. Pero el ordenador, inútil total. Me resigné y me puse al trabajo de corrección. Le di un buen boleo y mira tú por dónde ya me quedan dos días como mucho para concluir. Y de nuevo los nervios de enviarlo y despreocuparme del resultado definitivamente. Porque ya no habrá otra vuelta. Y que sea lo que dios quiera.

Por la mañana me surge un nuevo compromiso. Me escribe DA, docente y escritor (y antiguo maestro de mis hijos en las escuelas). Que también él publica un nuevo libro de relatos en breve. Que si quiero presentárselo aquí, en Aguilar. Más trabajo, pero lo hago con agrado, la verdad. Tendrá que ser en mayo porque junio quiero reservarlo para Madrid. Quedo a la espera del libro en cuanto se publique para tenerlo leído con tiempo y él me propondrá una fecha. En la biblioteca pública, según me ha dicho.

Llegan los dos lebreles a pasar el finde. Tengo que preparar la tortillona clásica. Hoy todo ha ido sobre ruedas, o sea, que no ando mal de tiempo. Hasta he preparado para el socio y para mí una cazuelona de macarrones de espirales. Seis raciones, para menos no me pongo. Como la pasta es insípida del todo, hago una base con cebolla, dos dientes de ajo y un trozo de pimiento verde que andaba por ahí, y añado abundante panceta en trocitos. Ha cogido buen punto y gusto. Un paquetito de tomate frito y a correr. Maravilloso. Al socio le privan. Y hoy me ha gustado incluso a mí. Me como una ración pequeña y completo con otra media de pimientos con calabacín y gambitas que también me quedaba. Un manjar. Tengo que conformarme con esta felicidad humilde. Otra, quizá ya no la haya para mí


13/03/24

Tarde buenísima que no he podido aprovechar más que con un paseo de una hora. ¡Lástima de bici! A ver si se mantiene. Estos días tengo quehacer. Y otro problema es que me demoro viendo el TEM después de comer (a veces se me caen los ojos), porque me puede la curiosidad por el cotilleo político. Y llevamos una temporada animada. Pero bueno, tampoco me arrepiento porque me activa mucho y sé por experiencia que uno está vivo en función de su atención por las cosas de este mundo. Así le pasaba a mi abuelo, siendo ya bastante viejo, cuando oía un parte o caía en sus manos un cacho de periódico, aunque fuese atrasado. Es el interés. Siempre alerta. Mi padre no era así. A mí, por el contrario, me atraen muchos temas.

También quedo libre hasta mediados de abril con el dentista. Tenía dos piezas malas y ha llevado su tiempo. Un par de sesiones más y listo. Este es un tiempo que no me cuesta perder. No sé por qué, pero la boca siempre me ha parecido que debe cuidarse precisamente porque no entra dentro de la medicina de seguro. Por eso mismo tiende a descuidarse. En mi caso, no. El único incoveniente, ya digo, es que se hace aburridísimo, cada proceso es de varias sesiones. Eterno, uf.

Buen ritmo de correcciones en cuanto que no he tenido preocupación por las labores de casa. Creo que voy a dejar lo de Valnera bien aseadito. Lo malo es que veo difícil en este momento comenzar nuevo proyecto. Pero tengo la ilusión de Madrid. Como entonces. La feria son los tres primeros findes de junio. Lo jodido va a ser el alojamiento. Ya ando rebuscando a ratos. Me gustaría en sitios que conozco y son cómodos, sobre todo en distancias. Madrid es otro cantar. Y volveré solo. Por segundo año. Ay.


12/03/24

Gracias a que he espabilado por la mañana, he podido leer un rato largo. Después, tenía preparado el rancho para hoy, pero me ha llegado un táper de esos milagrosos de mi cuñada (que parece que me lee el pensamiento cuando estoy apurado) y eso me salva un par de días. Acojonante.

También ha servido para que repasara un ratillo las finanzas, de las que apenas me ocupo porque se me pone dolor de cabeza cada vez que entro en las cuentas. Es que no me explico de dónde salen algunas cantidades de gastos. Los ingresos siempre son claros, pero los gastos… O sea que suelo concluir pensando: pues será verdad si lo pone aquí. Así que mañana tendré que hacer una visita al banco y luego, hacia la una, al dentista. Ya se me jodió medio día, ¿lo veis?

Y en tercer lugar, se me ha rasgado como si fuera una telaraña una de las cortinas de la habitación. Pero un jirón de puta madre. No hay quien lo vuelva en su ser, me parece a mí. Me he encontrado con la suegra y le he dicho que se lo tengo que llevar para que lo vea. Tendré que comprar otras. Qué mierda. La vida diaria está llena de mil pijadillas. Pero ¿qué voy a hacer? Son malas, pero hacen una labor de la hostia…, decía mi suegro.

El editor me escribe y me dice que venga pacá el archivo corregido. Le pido que me dé hasta el domingo por la noche, explicándole que ahora se me ha cruzado otro compromiso y estoy en ello. Ya sabía yo que volver a mirar un texto es el cuento de nunca acabar. Pero él conoce mejor que yo el oficio y me insiste en lo importante que es pulir y lo mucho que mejora el resultado final. Lo sé. Aunque para mí es una tortura por aburrimiento. En fin, tengo que cumplir mi palabra porque mi libro y el de JC deben salir juntos y estar para la feria de Burgos, anterior a la de Madrid. Vamos a ello.

Por fortuna, he pegado un buen repaso al poemario del Águila de Poesía y me ha dado la impresión de que lo tengo bien pillado, sin el inconveniente mayor de algunos poemas difíciles por su conceptualización. Creo que comprendo con nitidez el origen de esa poesía, las técnicas de la métrica y la estructura, y su imaginería retórica. Estoy convencido de que no me va a llevar más de tres o cuatro días su preparación. Me había asustado el bibliotecario cuando me llamó para decirme que en principio pensaba ocuparse él pero que lo había superado. El secreto es el de cualquier otro oficio. O sea, conocer los fundamentos teóricos y haberse dedicado toda una vida a ello, a practicarlo y a enseñarlo. No tiene otro mérito.

Sin embargo, le había pedido a la concejala que subvencionara hasta cien libros del mío próximo para la presentación en Aguilar y dice que anda mal de dinero. Anda, jódete. Pero yo sí tengo que hacerlo gratis, ¿eh? De todas formas, el bibliotecario es una maravilla y siempre que me lo pida le voy a ayudar. Le conozco bien desde mis tiempos de concejal. Sé que volverá a comprar un buen lote para la biblioteca. Y la verdad es que también lo hago porque me consume esa pasión. Pero insistiré con esta amiga. Eso fijo. A ver. Nos ha jodido. Yo no me rindo nunca. Y menos con las mujeres. Siempre hay que poner cara como que quieres algo de ellas. Sin agobiar.


11/03/24

Anoche, después de la peli, me propuse resolver la sintonización de canales en la tele que, por cierto, no me explico cómo pudo desconfigurarse. Eché mano al mando a distancia ya por simple pundonor. Tanto baile de números para cambiar de una cadena a otra me tenía mareado. Estuve a punto de hacer una lista en una hoja con el orden en que salían en pantalla y dejarla encima de la mesita de la sala para siempre. Eran las doce y dije de aquí no me muevo hasta que los canales estén perfectamente sintonizados. Aunque me lleve toda la noche. Estaba convencido de que si me metía en la cama sin solución no iba a dormir. Porque me estaría preguntando hasta el amanecer si es que soy retrasado mental o qué.

Tal era mi rabia que en diez minutos di con ello. Como tantas otras cosas para los que pertenecemos a generaciones pretecnológicas, actúa en nuestra mente un bloqueo que te hace sentirte inseguro ante problemas sencillos. Y luego, en el fondo, te das cuenta de que no es más que enredar un poco. Una pijada que comprende un primate si ve hacerlo una vez. Yo no. Yo tenía quien lo resolvía al instante y eso provoca que llegues a la edad de la jubilación sin la más mínima idea. Un pelele completo. Y, claro, no vas a esperar toda una semana a que regresen los hijos o vas a llamar a un técnico. En dicha tesitura, antes la mejor solución habría sido el cuñado, pero ya no vive al lado. Me cagué en dios y di con ello en un pis pas. Ya digo.

En fin. Por si no fuera bastante, parece que hay duendes en casa (o tengo un virus de aparatos, o dentro de mi cabeza), porque me ha llevado un rato largo recomponer la Excel en la que tengo la biblioteca personal. Y no son pocos libros. O sea, que buscar uno tiene que hacerse por orden alfabético obligatoriamente. Lo he utilizado miles de veces. Pues no me funcionaba el comando que ordena de A a Z. Y que no había manera. Señalaba toda la lista y que no respondía el programa. Venga de aquí para allá. Vuelta a comenzar. Reiniciar el ordenador. Apagarlo del todo y encender otra vez. Y al final admitía la misma receta que lo del mando: ennnndioooosss. Como un cromañón. Todo arreglado. Y, dicho sea de paso, he recordado la anécdota que contaba mi hermano Mon de boca de un hombre de los de antaño cuando los animales no obedecían y otro paisano le preguntó qué hacer: Cágate en dios, le dijo el más viejo. Y a funcionar.

Lo malo es que he perdido muchísimo tiempo. Precisamente hoy, que me han propuesto presentar y entrevistar al ganador de la última edición del premio “Águila de Poesía”. Como si no me sobrase con lo mío. Tengo que dosificar bien el trabajo porque me he comprometido para el día veintidós, que es el cierre de la semana de la poesía que se celebra todos los años en la biblioteca de Aguilar. No llego, no llego nunca donde me propongo. Siempre espiritado con demonios dentro del cuerpo. En Piña es “esperitado”, como decía mi madre. Así que estas aventuras diarias las he tenido que enjaretar a toda prisa. Sin corregir. Va. Me voy. Que voy.


10/03/24

Dificilísimo sacar cuatro o cinco horas diarias de labor. Antes era lo normal, pero en las circunstancias actuales es casi una excepción. Y menos en días como este en que estoy pendiente de comidas y coladas para dos. Al final me conformo con que la tarde no se haya chafado pronto y me haya permitido tender fuera unas horas y después dentro. Y comidas resueltas para tres días. Impensable dar un paseo largo o hacer algo de bici. Resignación.

No obstante, con el tiempo me voy dando cuenta de que no me estreso pensando en lo que pretendo leer y escribir. Si me angustiara por eso, no podría hacer una vida normal. O sea que el secreto consiste en quedarse con lo básico. No hay más. Llegar hasta donde uno puede. Como me dijo mi querido maestro JC, bastan un par de horas todos los días para escribir un par de páginas. Punto.

Los domingos, suelo concluir regando las plantas que Alguien me dejó en herencia. Las cuido con mimo. Conservo cinco. ¿Qué más voy a pedir? Mi vida real es plana y solo alterada por las convulsiones de la imaginación. Y no estoy seguro de que desee un plan diferente. Al menos, hasta ahora. Porque el problema de la soledad le tengo bien entendido y atendido después de estos dos años: Consiste en llenar las horas dentro de casa. Con actividad física o mental. Y, por suerte, no me faltan.

A veces oigo repetir como un estribillo a los de First Dates que la soledad es muy mala. Para mí solo lo es cuando me descuido y me asomo al pozo del pensamiento y veo reflejado en la superficie mansa un rostro que emerge para que no lo olvide nunca. Son solo unos instantes. El problema podrá venir cuando ya Nadie exista ni siquiera en ese fondo.


09/03/24

Me disperso y me ofusco y me chamusco después de comer, cuando voy a descabezar en el sofá un cuarto de hora riquísimo con los ojos cerrados y me encuentro con que no puedo poner la tele en el canal que quiero. Por alguna razón extrañísima (ayer por la noche no tuve ningún problema), en esa tele de la sala se me ha desconfigurado la vinculación entre programa y canal. O sea, que pulso el uno en el cacharro y no sale TV1. E igual con el resto. Para que salga la Uno tengo que seleccionar el canal Veintidós. Y se me escapan algunos cagatos fuertes. Así durante casi una hora enredando con el mando a distancia… Me hubiese gustado tener una marra a mano y poner el chisme sobre un yunque o una bigornia. Y dar. Dar hasta que saltara por los aires el último resto electromecánico. Y después quemar toda esa mierda con un soplete hasta que hirviera en gotas opalinas y se consumiera. Y abrara la piel a quien le salpicara. Un apocalipsis.

O sea, que no he conseguido resolverlo. Ni descansar un solo minuto. Ni ver un ratín a cualquier felino jamándose algún becerrillo (esto me gusta mucho), mientras el sopor me invade de una paz beatífica. Y todo se ha convertido en un desorden que ya no tenía otro remedio que repetir en bucle unas veinte veces esa canción de desamor tan hermosa que ya he mentado en alguna ocasión pasada: “I´ll never fall in love again”. Cantada por Tom Jones, naturalmente, aunque Tom sea muy joven en el vídeo y ponga esa mano derecha con los dedos agarrotados y en un par de pausas pegue con ese mismo brazo un par de muñecazos con la mano tonta, tipo chasqueo de dedos, que queda un poco forzado y torparrón. Verlo en el yutu. Es muy emocionante.

Pero, ojo, esa voz de otro planeta no es de despreciar. Eso sí, tampoco he sabido nunca para qué tose una vez antes de comenzar a cantarla y otra tos después de cantarla. Además, en el segundo final hace una aspiración de nariz muy poco fina, el minerazo de él, mostrando una sonrisa ladeada instantánea y algo ridícula. Como si tuviera un moco dentro y lo aspirase. En fin, un monumento al amor que estaría bien que me lo pusieran a mí cuando esté dentro del cajón a la espera del horno. Eso sí, si estoy destapado, quiero tener un bigote de varios días. Así que no me rasuren. Ya aviso.

Y, para terminar, como me encontraba muy malito, he pinchado “Mi Mix”, y me he hundido definitivamente en la negrura de la tarde porque esa selección automática que hace la máquina me atrapa y ya no puedo salir de allí hasta que no termina la última canción. Alcanzando alturas inconmensurables con Rosariyo y Lolita cantando “Qué bonito sería”. Siempre me han puesto mucho con su pelo moreno, rizado y revuelto. A veces se lo pedía yo a Alguien, después de ducharse: Que no se alisase el pelo y lo dejase libre y selvático, con olor a bosque limpio. Alguna vez me lo concedía. Pero en esta tarde lenta en un invierno sin salida, ya no es posible. No está.


08/03/24

Aquí se mantiene todo el día lluvioso pero no demasiado frío. Chateo unos minutos con los chicos en el guas y me dicen que en Pucela y León cae algo de nieve o aguanieve. Parece que se ha trastocado el clima de lugar. Me tranquiliza que no tengan que viajar. Vendrán el próximo finde.

Por el motivo anterior (estar libre), me tentaba acercarme a Santa y a Torre, pero no apetece ni siquiera para visitar a los amigos. Y para quedarme en casa, mejor no moverse. También tengo algún guas de Cabezón preguntándome. Aquí sí que hace bastante que no voy. Seguro que desde que estuve en Comillas el día de la bajada en bici de hace dos años. Solo que esos colegas son de alternar y tengo que andar con mucho cuidado con el coche o quedarme a dormir donde la antigua patrona. Y esto me da muchísima pereza a estas alturas.  Pero, en definitiva, es la misma razón de fondo: el tiempo no invita. No vale ni lamentarse ni empeñarse. Paciencia y a trabajar en la buharda.

Un buen consejo que oí hace muchos años y que tiendo con frecuencia a aplicarme es que no conviene retirarse con mucha frecuencia al paisaje interior. O sea, a observarse por dentro, a autoanalizarse. Solo es aconsejable cuando se necesita para resolver algún problema que no se tiene detectado con precisión. O cuando se escribe biografía o autoficción. De ordinario, es mejor atenerse al ritmo tranquilo de la rutina y no cavilar demasiado. Tener pautadas las costumbres diarias. Mantenerse en el exterior sin acordarse de uno mismo. Y, en mi caso, ocuparme en tareas creativas. Fluir, dicen ahora.


07/03/24

Tengo comprobado que los cambios de tiempo me trastornan la cabeza con dolores que a veces no se pasan solo con un analgésico. Temperatura, presión, grado de humedad y todas esas vainas me afectan mucho. Máxime con el tiempo tan inestable. En fin, ajo y agua. Y si no cede, rematar con un protector seguido de un ibuprofeno para que no me ponga la barriga en carne viva. Para colmo, ¿quién sale a dar un garbeo con semejante panorama?

En casa tengo ocupación, es cierto, pero debo emplear la mañana en solucionar pejigueras que me ponen frenético. Hoy se trataba de errores en la documentación para solicitar el bono social de la luz al socio, debido al número de inmueble. Será la cuarta vez que tenga que acudir a la compañía en Santander y lo malo es que no puedo echarles la culpa a ellos del asunto. Porque el problema reside en que el ayuntamiento de aquí actualizó el callejero y mi bloque pasó del número uno al tres. Pues bien, por esta pijada, tuve que pagar diez euros en el propio ayuntamiento para incluir el cambio de dirección exacto en la renovación del dni. Y ahora, estoy viendo que me van a pedir otros diez para lo de la luz. Y sospecho que ya no voy a poner buena cara. Habrá que jurar.

Por lo demás, tampoco pasa nada por no salir más que un ratito al café de media mañana, pero se hace largo después de comer hasta que uno se pone a la labor. Me entretengo viendo el TEM, que me divierte bastante. Y antes de continuar las correcciones repaso noticias sobre literatura, que aún es más divertido que lo anterior.  Leo la crítica sobre el prestigioso premio Herralde de novela y denomina ciencia ficción a una trama en la que un avión con nueve pasajeros supervivientes de una catástrofe que ha barrido el planeta, deben prescindir de uno de ellos arrojándolo al mar puesto que solo hay lugar para ocho en una isla desierta en la que van a aterrizar… Con los siguientes mimbres, imagínese el resto. ¿Quién sabe? ¡A lo mejor está bien! Pero no creo que lo compruebe. Por feliz casualidad, ganador y finalista son cineastas y novelistas. Para mayores garantías.

Lo mejor: Me he curado completamente de la garganta. Cuando estoy sano, experimento una gran seguridad psicológica; enfermo, soy un pobre hombre. A poco que padezca, me puede el pesimismo. La vida pierde sentido cuando uno se encoge y en posición fetal constata que no hay nadie en el momento de la despedida. Y que sería mejor caer fulminado por un relámpago. ¡Es increíble! De joven uno mira al lado de la cama a ver si hay alguna a la que pulirse, y de mayor vale con saber que hay alguna al lado para que le traiga un vaso de leche con una aspirina. Y a sudar.


06/03/24

A última hora de ayer, JH nos envía al grupo de guas la que podría ser una propuesta definitiva de portada. Con esa determinación del que tiene experiencia y sabe que no hay que marear mucho la perdiz porque nos perderíamos en matices sin mayor importancia. Por tanto, tendremos cinco ventanas con cinco imágenes de cinco relatos, y una sexta semicerrada que sugerirá el resto de las historias, como unos puntos suspensivos.

MN no ha contestado, pero imagino que lo da por bueno. Por mi parte tampoco hay problema. Me gusta que me aconsejen cuando se trata de aspectos concretos de la edición que no controlo. En realidad, todo menos el puro texto. Y hay que reconocer que el editor es muy considerado en este sentido y respeta la versión íntegra que le proporcionas. Aunque pueda señalarte preferencias o algunas cuestiones. En mi caso, no ha prescindido de ninguno de los once títulos y eso que el libro ya va prieto de extensión para tratarse de un volumen de cuentos (le prometí que no superaría las ciento cincuenta páginas y tiene muy cerca de doscientas). No me extraña que me aplique mi propia palabra: parlapuñaos.

De todas formas, sobre esta labor de poda minimalista que es casi una condición de la literatura actual, alguna vez he escuchado a mi editora, AdlG, y me ha sorprendido con opiniones tan interesantes como útiles para el futuro. Y es que en general he tratado más con el editor y poco a poco me he ido dando cuenta de que la editora es más decisiva de lo que yo pensaba. O al menos tanto monta… Ella, en resumen, me aconseja y me guía con mucho cariño con el propósito de pulir mi estilo. Como si tuviera total confianza en mi literatura y esperara mucho más de mí. Y eso me halaga, claro. Y me estimula a seguir trabajando hasta dar con algo de gran calidad. No sé por qué, pero considero que soy capaz. En esto me siento valiente.

Por lo demás, me han vuelto a dejar la maqueta con todas las correcciones incluidas y voy a poder dar una última vuelta. No contaba con ello, pero me he alegrado al recibir otra vez en casa a este que ya consideraba un hijo pródigo. Dedico la tarde a ello, aunque tenga que conformarme con leer muy poco rato. Ahora es prioritario, sobre todo, que al menos no se escape ni una mínima y fea errata. Vamos adelante.

También por guas me incluye JH un remate que me ha producido una enorme alegría. Y es que le pedí que me creara para cerrar el volumen uno de esos colofones singulares y personalizados que suelen incluir los grandes editores. No diré el breve texto, pero me ha encantado. Ya se verá. La publicación quiere hacerla coincidir con el veintitrés de abril. Ole.


05/03/24

El tiempo trae una tregua de unos días, según dicen, y es verdad que hoy ha hecho muy rico. La garganta se ha curado del todo, pero es mejor aguantar sin el paseo de la tarde hasta que no haya ningún riesgo. Es curioso que mi parte más vulnerable sea también la más recuperable. Aprovecho para ganar unos días preparando un par de potas de comida.

Dedico un buen rato a idear escenas o imágenes para aportar al primer boceto que ha mandado MN, la ilustradora. Ha creado un grupo de guas, incluyendo también a JH, el editor, y hemos cambiado impresiones desde ayer noche. La idea principal es brillante. Representa una fachada en la que se ven seis ventanas, en cada una de las cuales puede ubicarse el motivo que se prefiera relacionado con alguno de los cuentos del Bicho. Y desde el primer plano, en una rama, un cuervo que parece observar los respectivos interiores como una sombra de amenaza. Me gusta este pájaro de mal agüero por el simbolismo que tiene en el célebre poema de Poe.

MN ha desarrollado dos motivos de momento: una escena de amor en un interior y una figura oscura que se cierne sobre un lecho, en otra viñeta. Y ha dejado que todos sigamos pensando cómo llenar el resto. JH ha añadido dos buenas sugerencias: una señora con un perro, para otro hueco, y una ventana vacía y con la persiana a medio bajar en donde quedarían representados el resto de los relatos. Buenísima idea. Y, por mi parte, creo que podría resultar significativa una escena familiar en torno a una mesa y quizá también una mujer con una sombrilla de playa… JH. suma además que podría aparecer una mujer con moñete asomando a un patio. En fin, no nos van a faltar animaciones para el cuadro. Y todo con los vistosos colores del estilo de MN. O sea, que esta primera prueba me ha gustado.

Por la tarde me llama JH, que ya está maquetando con BE, impresora, sobre los borradores con las correcciones. Resolvemos alguna duda y también le añado varias notas más. Todavía voy a tener una semana para revisar la nueva maqueta. Más tensión y más ratos de volver a enredar. No sé qué sería mejor…

Después de una inmejorable sesión de lectura en la habitación del Chico, vuelo por encima de los velux de la buharda y me maravilla el reactor que cruza el cielo por el oeste. Mientras que el sol se embosca a la gallega, la estela blanca es siempre a la misma hora. Y me percato de que llevo media vida mirándolo. También desde la puerta del corral de mi casa, durante un antaño ya muy lejano, por cima de las bardas que daban al corral de la Colasa. Por encima incluso del lomo de los gatos que entonces se congregaban sobre el tejado a recibir el último calorcillo del día. Es el mismo avión a reacción, como lo llamaba mi madre. 

Es la misma recta que ha guiado mi vida, de sur a norte, indicándome que esa es la dirección correcta para no desorientarme. Del campo a la montaña y al mar. Advirtiéndome que en ese trayecto está mi destino por cumplir. Y que debo dar lo mejor de mí. Y no conozco otro modo más bello que la escritura. Hasta el punto de que me parece oír a Alguien alentándome al oído: “Te he dejado solo para que puedas cumplir tu sueño”. Así sea. Bendita seas.


04/03/24

¡Qué será la miel! Ya entiendo que me repito, pero es que no dejo de maravillarme. Me acosté con la garganta algo tocada y digo: No voy a pegar ojo. Se me está incubando una faringitis como un perro. Es mi talón de Aquiles. Y otro poquitín la máquina de respirar. Decidí pegarme dos utabonazos en la nariz y para el gargavero me metí un vaso ardiendo de leche con dos cucharadas soperas de miel, que no había hijoputa que aguantase el dulzor. Ni yo, que ya es decir. Pues confieso que no he dormido mal del todo y no alcanzo cómo se me ha pasado la carraspera. Milagroso. Claro que también tendrán algo que ver las vacunas contra el covid y la gripe. Estas no fallan ya ninguna temporada. Por si las moscas. O, mejor, por si los bichos.

Con la misma precaución, no he querido enfriarme y he limitado mi paseo hasta la plaza para una gestión en el banco. Y a casita al calor. Todo junto estoy seguro de que me habrá restablecido con tanta rapidez. Me aposento arriba, pero en la habitación del Chico, y leo un rato a placer después de la tertulia. El velux brillaba punteado de chispas de agua y sol. He sentido un momento de mucha felicidad al mirar la foto del Chico con su madre. Y eso quiere decir que la vida pesa pero no aplana. Que el corazón late. Aunque esté desierto.

Mi cuñado JR me presenta a la nueva vecina. Identifico la familia a la que pertenece. Pero lo importante es que aparenta una persona normal, sin más. Me interesa la tranquilidad y en este aspecto va a vivir sola. Una suerte, pienso. Pero luego cuando entro a casa me quedo mirando el calendario de los cumpleaños y me fijo en la foto grande de las niñas. ¡Qué bonitas están! Nuestras niñas (decía Alguien). Poco antes de morir, mirando algunas de esas fotos, me confesó con una pena inmensa: No voy a verlas crecer. Y yo le contesté que las vería a través de mis ojos. Fue una mentira piadosa.

Por esa y otras razones, no es cierto del todo que vaya a vivir en adelante con mucha tranquilidad. Quizá eche de menos (ya me sucede) el bullicio mañanero al otro lado de la pared. Me quedo pensativo y recuerdo con melancolía aquello que el escritor F. Umbral tomó del filósofo Heidegger para titular un libro suyo: “Un ser de lejanías”. Poco a poco iré deshabitándome, desasiéndome de todo, alejándome de cosas y personas, y a la inversa. Y esta separación de nuestras niñas me advierte de que es un pequeño paso más hacia mi total orfandad.


03/03/24

Desde el jueves ya no he entrado en estos apuntes de ocasión. El viernes celebré a mediodía el Ángel con el socio. No me lo explico, porque él la considera también fiesta principal de Piña y, sin embargo, nunca fue socio de la Cope (Cooperativa del Santo Ángel, aclaro). Pero le encanta, chico. A la una ya estaba con cuatro latillas de mejillones en escabeche y dos botes de cerveza. Hemos ido mejorando. Al principio de llegar solo había una latilla. Abrimos tres y a él le vale como comida porque lo acompaña untando una barra. “Está bueno este moje, hostias”. No le hace mal al estómago nunca. Es un completo festín para él. Insuperable.

Y por la tarde ya llegó mi hermano Mon y salimos para la merendola que tenía programada en el Valentín. Este año, también apañada y animada. Me gusta porque es una ocasión de corresponder con los amigos y me resulta comodón organizarla de esta manera. Faltaron tres por indisposición. En fin, pasamos un rato agradable, que es de lo que se trata.

Ayer, sábado, sin embargo, echamos la mañana en el ordenador, pero en gestiones para las que Mon es imprescindible. Lo dejamos a puntito. Mañana remataré en el banco porque el móvil nuevo se trabó en algún paso por falta de reconfiguración. Nada importante. El resto del día no estuvo para paseos. Nos conformamos con el café de por la tarde en el Valentín, que para mí ya es como una prolongación de mi casa, una especie de oficina debajo del domicilio. Los tres magníficos que quedamos del casulario de Piña. Tres de los siete que surgimos de aquel núcleo. Aquel mundo que se esfumó para convertirse en ficción dentro de mi mente. La parte familiar, digo. Por fortuna, me quedan vínculos reales e irrompibles allí, vitales también para mi estabilidad emocional. Hasta que me metan en el horno.

Con mi hermano Mon hago repaso variadísimo de actualidad para toda una temporada. Aparte de los asuntos materiales de casa, hay un buen número de temas de interés común. Y los dos somos de palabra larga. Pero creo que él más que yo, porque siempre tiene más amplia información.

Parlapuñaos. Así se dice en léxico esguevano. Es curioso y gracioso, pero me llama JH, el editor, de paso hacia Cantabria de una visita a Bañuelos de Bureba (Burgos), a conocer in situ los terrenos del maestro A. Benaiges de la famosa novela de Abella y de la correspondiente película de cine. En los pocos minutos que intercambiamos, me dice que ya desde mañana se pondrán con mi Bicho. Y, de paso, me comenta que ha tenido muchísimo éxito en la reunión del viernes en Colindres la palabra “parlapuñaos”. Creo que me lo van a llamar de mote cuando vuelva a presentar mis relatos. Por mí no hay problema, siempre que lleven comprado un ejemplar bajo el brazo.

Finalmente, el chaval me avisa hacia la hora de comer de que aterrizó del viaje a Francia, y en estos momentos ya ha regresado a Pucela. Todo en orden, me digo. De nuevo en mi rutinaria soledad. Ahora más desahogado porque me he desprendido del manuscrito de los cuentos. Puedo continuar con algunos de mis proyectos. Y leer un ratito más. Quizá me acerque a Torrelavega a ver una exposición a la que me ha invitado MN, la ilustradora. Y aprovecho para hacer una visita a mis buenos amigos E/I. A ver cómo va él de la operación de clavícula. O sea, continuamos. Día a día. Paso a paso. Con alguna pausa como esta para escuchar a Lara Fabiani.


29/02/24

Aunque el viaje de ayer tuvo su mañana brumosa y lluviosa a trechos, no por eso dejó de ser una jornada maravillosa. Una alegría reencontrarme con los editores que siempre te acogen en casa con un cariño familiar. Dedicamos un ratito al balance sobre las Perlas. Contento por mi parte, pues veo a JH satisfecho porque la edición ha funcionado bastante bien, casi completa, y aquí no se trata de ganancias sino de ilusiones cumplidas y números que cuadran con sus pequeños réditos, lo suficiente como para continuar con nuevos proyectos que ya están a punto de salir a la luz.

Comimos con tres compañeros del departamento de Lengua y Literatura implicados en la organización del encuentro, simpáticos y muy amenos, grupo al que después se unió también en el café MP, la mujer de FO, auténtico impulsor de este proyecto de lectura y espíritu de gran finura intelectual. Tanto es así que continúa vinculado de esta manera al instituto a pesar de que lleva ya unos cuantos años jubilado. Genial, de corazón.

Y finalmente nos desplazamos hasta el IES “Valentín Turienzo”, centro de enseñanza con casi el doble de alumnos que Aguilar, en un edificio funcional pero muy bien compartimentado y habilitado. En su amplísima biblioteca se desarrolló la sesión.

No tengo más que decir que me sentí comodísimo entre la treintena de asistentes, profesores y padres de alumnos. La mitad tenía sobre la mesa mi novela (¡qué sentimiento tan gozoso!) y la mayoría, como pude comprobar, lo había leído.

No fue un encuentro de ocasión para promocionar el libro y creo que yo lo había entendido así y había preparado unas oportunas notas que sirvieran de guion. Hablé unos veinte minutos (siempre con la preocupación de no extenderme demasiado), y alguna gracia tendría la reunión cuando se extendió prácticamente dos horas y faltaron preguntas por contestar. Pues era obligado dejar paso al personal de limpieza del instituto.

Creo que se profundizó en cuestiones muy relevantes, con opiniones de gente experta y entrenada en la lectura seria. Me interesó mucho (me ilustró y me iluminó), a pesar de que también se manifestaron críticas tan sagaces como atinadas. Los editores me señalaron a la vuelta el orgullo que sienten por esta línea literaria de Valnera y la dignidad que le conferimos los escritores del sello, patente en estas reuniones de alta calidad literaria.

Llegué sobre las diez al pisuco y le pegué un calentón hasta las doce. Luego, he dormido a ratos con la nariz algo opilada. Pero no había prisa para levantarse. Y ha amanecido despejado y caluroso en Santa. Tanto que casi he sudado en el camino hasta Castelar para resolver algunos asuntos en la Compañía Eléctrica. Un café tranquilito y he pensado que me daba tiempo justo para estar de vuelta en Aguilar a la hora de comer.

Así me ha dado tiempo para charlar un rato con MN, la ilustradora, e ir perfilando el boceto inicial de la portada a partir de unas ideas que hemos compartido. Creo que por su parte no fallará el atractivo. Por la mía, tengo que pegarle una definitiva pasada de páginas de principio a fin, sin parar, a la maqueta ya corregida y después mandar el pdf a JH. Ya no me concede más tiempo, me ha dicho rotundamente. Pero yo me figuro que quiere que lo suelte porque sabe lo que cuesta hacer este gesto. En fin, después de mis notas, el correo lo sacará de mi casa y ya nunca volverá a ser mío del todo. Sino también de sus lectores. Y especialmente de Alguien que seguirá siendo mi lectora más querida y estará a mi lado sonriendo. Invisible. Pero yo la sentiré. Como un rizo en el aire.


27/02/24

Había hecho propósito de no salir hoy tampoco, pues hace frío verdadero y eso puede cogerme mi garganta siempre vulnerable y hacerme polvo mañana, cuando tenga que estar a tope para el encuentro. Pero tenía que hacer cuatro compras y la tarde es tan larga que en una pausa me he dicho: “Un cuarto de hora, hasta el súper y volver”. Y me he tirado una hora deambulando por el pueblo, además de que me he parado dos veces a pelar la pava con personas conocidas. Lo que me faltaba, he pensado. Encima, destapando la bocaza para que entre a placer el airón helado. He vuelto mohíno. Y es que no tengo remedio.

No obstante, todavía era media tarde y tenía un trecho largo por delante para la labor. Se me ocurre bajar los velux y me embeleso planeando por los tejados con mis ojos tristones y observando la caída de la tarde, todavía plena de claridad a las siete…

“Siempre la claridad viene del cielo/ y es un don…” Me visita esta perla delicada del poeta zamorano CR y no puedo por menos que abstraerme con el comienzo espléndido de ese su primer libro que ganó el premio Adonais a principios de los cincuenta. Estaba dedicado a su madre, lo recuerdo a la perfección. Un breve poemario titulado “Don de la ebriedad”. Y siguen los primeros versos diciendo: “…es un don: no se halla entre las cosas/ sino muy por encima, y las ocupa/ haciendo de ello vida y labor propias”. ¿Quién diría que el autor tenía dieciocho años?

Han surgido como un disparo estos primeros endecasílabos blancos y hasta ahí he sido capaz de recordar, cuando hace pocos años recitaba este y otros poemas como “Alto jornal” sin dificultad alguna. Sin pensar nada ni vacilar en una sola palabra. Me ha dado rabia. Tengo frecuentes resbalones de memoria verbal desde hace tiempo. En cambio, conservo la visual en perfectas condiciones.

Por eso mismo, me he empeñado en encontrar entre mi escombrera de libros con cierto orden el recuerdo externo del tomo de su Poesía Completa, que compré en el Círculo de Lectores hace veinte años. Pero no daba con él. Me he puesto frenético. He llegado a pensar que quizá no lo había adquirido para mí sino para el instituto y por esa razón no aparecía. Pero afortunadamente guardo la mayor parte de mi biblioteca en una hoja de cálculo que me preparó Alguien Muy Amada. Y he comprobado enseguida que, en efecto, figuraba el ejemplar registrado como propio. He gateado en la buharda por los suelos un rato largo. Hasta que ha aparecido. He leído el poema completo en voz alta. Había empleado casi una hora y me dolían los huesos. Porque está el tiempo de nieve, me he engañado.

Después, respiro hondo y sigo con mis cosas. Antes todavía, he grabado en un pantallazo el último libro de P. Auster, recogido de un artículo en EP de hoy a cargo de EVM. Este me interesa sobremanera y lo voy a leer seguro. No solo porque venga de un maestro, sino por el asunto. Se titula en cuestión “Baumgartner”, nombre propio referido a un viejo profesor que perdió a su mujer hace unos años y continúa luchando por sobrevivir con su ausencia. Es casi obligatorio para mí. El artículo me ha puesto en ascuas. Espero que me dé tiempo a comprar este y otros pendientes en Santa pasado mañana, antes de regresar.

Aunque Alguien me aconsejó muchas veces que no me aislase dentro de la burbuja peligrosa de la ficción, desconectando de la sociedad y del mundo exterior, admito que vivo demasiado tiempo flotando por encima de la realidad, como quien camina por las aguas. Me doy cuenta de ello, pero me domina la fiebre por la literatura y me animo diciendo que controlo mi vida y me siento bien de esta manera. Eso sí, reconozco que tampoco me vendría mal salir por ahí y viajar junto a una mujer, o perderme dentro de ella. Pero ¿con qué mujer? Con sesenta y cinco años y esta herida enorme. Sin cerrar.


26/02/24

Ya habían dicho que venía nieve. Poca cosa, de todos modos, aunque esta mañana hemos tenido ratos de trapos más aparatosos que constantes. Lo que a mí me alucina más es que pasen de las siete y todavía haya luz. El año avanza a trancos, como las gallinas. Implacable, a pesar del invierno que todavía anda emboscado. Igual que el lobo, que todavía puede morder y matar, pero con el paso de los días se va debilitando cuando no hay caza. Lógicamente, ¿quién se echa a la calle en estas condiciones? Si el socio dice que quietos en casa, por algo será.

Anoche también me envió un mensaje JH para quedar en su pueblo y desde allí marchar hasta Laredo. Un pequeño cambio de planes, porque algunos responsables de la actividad son docentes en activo y quieren que comamos juntos y pasemos después la tarde hasta las siete, hora de la charla sobre las Perlas.

Evidentemente, tendré que pernoctar en Santa, como el otro día. De todos modos, también me ha llamado FO, amigo, paisano de Pucela y colega jubilado, además de organizador del encuentro, ofreciéndome cariñosamente su casa por si se nos hace tarde. Se lo agradezco porque son excelentes personas (también su mujer, MP, maestra nacida en Aguilar). No creo que se complique el tiempo y es probable que yo acerque a JH y luego me vuelva al piso. La cuestión es que tendremos que ocupar el día y no hace precisamente para rutas turísticas. A Laredo fui la primera vez a un curso de novela donde conocí al grupo de jóvenes escritores de León en un seminario sobre sus primeros trabajos (Díez, Aparicio, Gándara), algunos de los cuales pasan hoy de los ochenta. Yo también voy ya para viejuno.

Acerté con la peli de la Dos, de una directora novel, CR. Se titulaba significativamente “Viaje al cuarto de una madre”. Estuvo muy bien, llena de momentos de vida auténtica. De argumento extremadamente sencillo, contaba el proceso difícil de separación de una madre (viuda) y de su hija (única): esta, a Londres para abrirse camino en la vida, y la madre recomenzando con un señor muy majo de la comunidad de vecinos. Tierna. Bella. Humana. De algún modo, me interpelaba… No se puede pedir más mientras me comía una bolsa de patatas pesadísimas (después, en la cama, glugluglu).

Me distraigo leyendo reseñas de algunos suplementos literarios y me pasmo al encontrar opiniones tan opuestas, tan discordantes, tanto que parecen motivadas por el enfrentamiento entre prestigiosos gurús de las letras. Me refiero a crítica sobre las mismas novelas.

Valga como ejemplo lo que se dice a cara perro sobre el último premio Nadal, de mi paisano CPG, o lo que se escribe sobre el reciente tocho de ochocientas páginas de una muchacha muy joven, SB, cuya faja de su libro está repleta de “blurb”, que es como se denomina por lo fino las frases elogiosas de propaganda. En ambos casos, es interesantísimo y divertidísimo cotejar la esgrima verbal antitética de esos eminentes “influencer” de la cultura mediática actual. Da la impresión de que no opinan sobre la misma obra. Como si la obra en sí fuese lo de menos. Alguno de esos me resulta simpático por su mala baba, como el descarado AO. ¡Cómo está el patio!

Y visto lo visto, no deja de agradarme la lectura a saltos que voy haciendo de mis propias Perlas, para recordar algunas de sus claves. Tratándose de un libro que tiene ya diez años desde que se escribió, me sorprende ahora su prosa dura pero rítmica, su aparente sencillez estructural bien elaborada, sus credenciales de buena literatura para lo que se lleva hoy. Y todo ello en un género “noir” que siempre parece no exigir demasiado. Me he gustado a mí mismo al mirarme en esta foto narrativa de hace años, sí señor. Sigo siendo un tipo feo, pero con su puntito. Así es este libro: tosco y tierno.


25/02/24

Desagradable y desapacible por el viento y la lluvia. No he salido más que un ratillo por el centro y después he parado en el Karma a tomar un café con el socio por no meterme tan pronto en la hura. No frío, pero con el paraguas volviéndose como un guante y las piernas caladas de las rodillas para abajo, hasta que termina uno hartito. Pa casa. Antes cojo en el Carrefur una bolsa de patatas para regalarme un capricho mientras veo la tele a la noche. Toda esta ilusión acumulo para matar un domingo más de mi anónima historia, en la que no ocurre nada que no sea fantasía. Así vivo, o mejor, así y gracias a eso subsisto. Pero me pellizco con frecuencia para comprobar que estoy aquí, en la vida real. Y la estrategia me funciona.

Cuando el Chico llega a media tarde de la quedada con los amigos de Barru este finde, tampoco se entretiene demasiado. No lo lamento, porque entiendo que es lo normal en la relación padre/hijo. Este mío es más bien de comunicación funcional sobre hechos. La Chiqui tiene otra hechura psicológica, quizá también por ser mujer. Creo. En cualquier caso, el chaval me dice que el miércoles ya volará hasta Mulhouse, en el extremo suroriental francés, en la Alsacia, tan baqueteada por la historia entre Francia y Alemania. Permanecerá allí hasta el domingo. Me parece bien. A ver si así entrena un poco el francés, al menos de oído. Va a pasar esos días con M., su novia, que completa allí el doctorado.

Nuevamente solo, pero no triste, ni siquiera mustio. Mi orden y mis hábitos de reciente solterón solitario van dando sus buenos resultados. La consecuencia es una vida tranquila, estable, segura. Espero no volverme maniático. Doy el riego de la semana a mis plantas (¡viven!). Comida y colada, solucionadas por unos días. A la noche remataré como siempre: sacar del congelador, bajar la calefacción. A partir de aquí, diariamente, ya puedo descansar sin malos pensamientos y levantarme al día siguiente descuidado y dedicado todo el santo día a fantasear literatura. A vivir en la ficción, pero con los pies en la realidad. Bueno, a veces levito un poco.

Leo y preparo durante un buen rato las notas para la intervención del miércoles en Colindres. Tengo que quedar con el editor y contactar con la ilustradora para que todo esté a punto cuando comiencen las máquinas de la imprenta a funcionar. Estoy empeñado en ir un día a verlo allí, físicamente, materialmente. Fui una vez antaño con Alguien, por una publicación de su trabajo en su querida Fundación. Pero no es igual ver lo propio en movimiento, el fragor de las máquinas, el olor, el ambiente, el cuidado de los impresores. Volveré a planteárselo a JH.

He pasado un día tranquilo, sí. Venciendo a mi corazón. Cada vez más pétreo. Me endurezco. “Y más la piedra dura, porque esa ya no siente…”, dijo el poeta RD. En el móvil he rebuscado entre un revival de fotos antiguas. Encuentro de nuevo el vídeo del dieciocho de mayo, en el que grabé sus manos abriendo el primer ejemplar de mi novela que mandó apresuradamente mi querido editor. Ella lo vio y lo acarició con sus dedos. He vuelto a contemplarlo un minuto. A oír un instante su voz. Esto es lo real, me he vuelto a repetir. Mañana será el peso más ligero. 


24/02/24

Aunque no me cuesta el esfuerzo de salir a pasear un rato, hay días que se me ponen en contra. No es que haga excesivo frío, es que tengo algo tocada la garganta y no quiero arriesgarme a tenerla averiada para el miércoles en Colindres. Además, estos cambios me levantan dolor de chinostra. Lo ataco con un paracetamol y me quedo al calorcito en casa. Después de cenar también recurriré a la receta milagrosa de la miel. Esa no me falla nunca.

Lo malo de quedarse encerrado es que uno termina enredando y cagaliqueando (término muy querido por ser piñero). Y así es como me he topado con una de las tres fotos que han quedado como testigos en la habitación de matrimonio. En su día, hubo un rincón tan lleno que parecía un pequeño santuario o capillita de esas que acostumbran en algunos países de Hispanoamérica.

Estas que digo no me cabe duda de que pertenecen a la ciudad francesa de Sarlat, en el Perigord, de la que hablé aquí hace no mucho. Y la ubicación concreta es junto a la doble fachada de la Manoir Gisson, pues yo se la tomé a Alguien junto al bronce de un hombre joven que parece observar sentado sobre un murete de piedra. Siempre me ha recordado, sin entender bien por qué, al monumento en Liérganes al Hombre Pez. Quizá porque Ella tiene la misma pose en ambos casos. En la de Francia que comento tiene el rostro sonriente, pero en otra situada junto a una casita con mucho encanto situada en una cuesta junto a una iglesia (no lo he olvidado jamás), su gesto se ha vuelto adusto y sombrío. Su cara es algo pálida y su mirada distante. Cenamos en aquel pueblo en una terraza, con un vino y unos patés riquísimos. La vida entonces ondeaba como la comba en los juegos infantiles. Eran los días de vino y rosas.

En fin, me lío yo solo en la telaraña y luego ya no sé salir. Lo noto porque de pronto me sorprendo a mí mismo comiendo o chocolate o unas nueces. No es que abuse demasiado, pero es un síntoma indudable de ansiedad. Últimamente me doy más caña de la cuenta. No me lo explico. Es posible que tenga que ver con que en mayo van a cumplirse dos años de su partida. No sé si será el barrunto de este segundo aniversario lo que me inquieta. Es extraño, pero a días pienso que he avanzado muchísimo y otros siento que sigo parado en medio de aquella fecha, atónito, como alguien que se mira al centro del pecho y descubre allí el boquete que acaba de abrirle un tiro de fusil. Caza mayor es la vida, ya lo sé.

Como no voy a echarme a la calle a deshora y tampoco quiero ponerme muy pronto al ordenador, bajo un rato donde el socio para solucionar algún asuntillo de su medicación y mientras tanto me distraigo mirando por la ventana hasta lo alto de la peña donde se enclava el castillo. Tenemos ese privilegio de vistas, por suerte. Entonces el pensamiento literario, simbólico, me hace percibir cómo la solidez pétrea de la antigua fortaleza se sitúa entre los blancos grisáceos o desvaídos de las casas y del cielo raso y apagado. Y comprendo que eso es el recuerdo: un estadio a medio camino entre lo de abajo y lo alto, indiferentes, que sigue ejerciendo un peso insoportable sobre mi vida. Y con esa costumbre no tan estúpida de la moderna tecnología, tiro una foto para dejar constancia de mi paisaje interior. Y le pongo tres versos. ¿Quién me iba a decir a mí que Ínstagram iba a solucionarme la necesidad breve y volátil de fijar algunos instantes de la vida con un simple rasgo impresionista? Está uno por haber de todo.


23/02/24

Cuando salgo al café, la mañana un poco fresca (más que fría) me hace presumir que la tarde volverá desapacible y que es mejor aprovechar con un garbeo por el pueblo en ese momento, por si acaso. Así que he tomado dos cafés. El segundo en la plaza, porque me he encontrado con HA y señora, colega y correligionario, y ya nos hemos liado a comentar asuntos de quemante (más que candente) actualidad. Pero ya tengo comprobado que esto del politiqueo de tertulia es como lo que dicen los pobres en los pajares. No sirve para nada y se me olvida a los cinco minutos de concluir la charleta, hasta cinco minutos antes de retomar al día siguiente. Por lo menos es entretenido, porque yo no sé nada de otros asuntos recurrentes, como fútbol o coches o mujeres, por ejemplo.

Lo que echo mucho de menos es una tertulia en que se hable sobre todo de comida. Tendría que preguntar a ver si hay alguna. Esa sí que me interesaría. No obstante, a veces, como en un aparte de otras conversaciones o asuntos, hay alguien que me comenta alguna cosilla. El último día en el dentista me dijeron lo de freír un plátano para añadir a un arroz a la cubana, y no me disgustó. O sea, cosas así. Pero lo que no soportaría es apuntarme a un curso programado de cocina. ¡Qué horror!

Terminada la doble revisión de mis relatos del “Bicho”. Con más de doscientas cincuenta correcciones. El borrador de JC, por suerte, no contenía demasiadas, aunque me han resultado muy útiles. En cambio, mis repasos son el cuento de nunca acabar. Y ahora tengo pánico a darlo por definitivo. Ya lo he confesado en otras ocasiones.  Pero no tengo más tiempo y quizá es mejor así. Tengo la pequeña esperanza de que JH me conceda una pequeña prórroga para dar el último repaso… Aunque en el fondo me digo: No. Se acabó. Que sea lo que tenga que ser. Aunque me tire de los pelos cuando lo vea impreso.

Toda la tarde tirado en el sofá, según el clima previsto, porque tampoco es cuestión de subir al tajo nada más comer. Eso sería si estuviera muy apurado, que no es el caso. Me he entretenido un rato largo en el TEM de la Cuatro, también por el picajoso politiqueo. Y de aquí ha salido una cuestión sobre Lorca que me ha conducido a leer un capítulo largo de la biografía de Gibson. Total, hasta las seis y pico.

Luego ha llegado el Chico y así me ha despejado la duda de hacer una tortillona como la rueda de un carro. Aparte de eso no andaba muy sobrado de patatas. O sea, que se marcha con los colegas a pasar el finde en Barru e inaugurar el bar de unos amigos. Eso he entendido. Que ponga mañana la lavadora, porfa. Eso está hecho. Y pasado, un cocidaco. También, ok.

En fin, que todo el mundo está de paso, según parece. Y mi vida va pareciéndose poco a poco en algunos aspectos a aquella canción de Serrat titulada “Penélope”. Una lenta espera entre trenes que llegan y que parten. También creo que la escuché por consejo de mi amigo JA, ya desaparecido.

Hoy, por fin, se han mudado mis cuñados y vecinos desde hace años. Han vendido el piso y deben dejarlo libre. Se quedarán con la abuela mientras rematan el suyo en construcción. Y eso me ha provocado un sentimiento momentáneo de soledad. No sé por qué. Hasta he pensado por momentos cómo será mi vida cuando ya no estén tampoco ni la abuela ni el socio. El hombre deshabitado, como dijo el poeta. Y he caído en la cuenta de que tendré que acostumbrarme a enfriar mis emociones, a fortalecerme por dentro para resistir la escueta vida en mi interior sin sucumbir.


22/02/24

Los calendarios, cuando de nuevo es día veintidós, saltan con más fuerza a la vista. Bajo a Palencia, como dije, con la abuela. Ha enfriado bastante y el cielo es de un gris apagado. A las once de la mañana el aparcamiento se queda pequeño, por lo que es preciso dar unas vueltas hasta que encuentro sitio en la carretera de Villamuriel. Hemos quedado en que cada cual realice su cometido y, en cuanto ella termine, que me dé un toque de teléfono.

En oncología (¡que me despierta tantas memorias!) procuro mantenerme sereno cuando me interno por el pasillo y recorro la gran sala de espera que está, como casi siempre en mi recuerdo, plagada de gente a la espera. Sin embargo, penetro por la puerta que conduce al vestíbulo de enfermería y, a pesar de la mascarilla, me reconocen nada más dar los buenos días.

Y también, antes de explicar la razón de mi visita, me emociona cuando se refieren a mi mujer como “la chica de las alas”, debido a su conocida afición por ese motivo de ornato en sus camisetas, carpetas, móvil, etc. Una enfermera me cuenta que no puede evitar la evocación de Alguien cuando pasa por una tienda del centro muy identificable también por esos adornos en su escaparate.

Después de dos años es un detalle que no la hayan olvidado, les digo. Siento agradecimiento y así se lo expreso de corazón. Las tres enfermeras presentes recuerdan incluso que enviamos un ramo de flores al servicio con una nota en que dábamos las gracias por el cariño con que nos atendieron y “el regalo de quince años” que consiguieron mantenerla con vida. Fue mi cuñada M. quien lo llevó, pues en aquellos instantes yo no estaba seguro de no derrumbarme por la tristeza. Y no quería dejar una imagen diferente de la que dejó ella. Alguien que siempre mostró una sonrisa valiente ante la adversidad. Siempre.

Por supuesto, antes de marcharme, he entregado el paquete enviado desde Madrid y lo abren allí mismo. En efecto, contiene unas pequeñas muestras de restos orgánicos encapsuladas en unas celdillas. Por lo que he alcanzado a ver. Enseguida llaman a Anatomía Patológica y, aunque en principio parece que eso no tendría posibles efectos nocivos en su manipulación, determinan que lo van a recoger y serán ellos quienes lo hagan desaparecer. Me quedo tranquilo.

Finalmente, para mi sorpresa, una de ellas me pregunta si publiqué mi novela. Desde su ingreso definitivo, esos pocos días finales, la enfermera me revela que en diferentes ocasiones ella le habló de mi novela, de mi ilusión por publicar, de mi sueño por convertirme en un escritor profesional a partir de mi jubilación. “Varias veces, sí, lo comentamos, y se la veía muy contenta y orgullosa de ti”. Eso me dice. Es entonces cuando vuelvo a dar las gracias porque debo salir de allí cuanto antes. La mascarilla oculta buena parte de mi semblante. A la salida, saco un café con el olor característico a avellana que siempre me gustó tanto cuando estaba a la espera de alguna de sus sesiones. En ese discreto rincón de la máquina, tomándolo despacio vuelto contra los ventanales, he notado la fuga suave de una lágrima. Una sola. Y he tratado de impedir que saliera. Ya, ¿para qué?

Pensaba llegarme hasta el centro a comprar “El corazón del cíclope, última novela con premio Ateneo de Valladolid, de JAA. Seguramente en la librería del Salón la tendrán, me digo, pues la editorial en que se publica es la palentina “Menoscuarto”, del exquisito y exigente JAZ. Pero en el instante exacto en que abandono el hospital, recibo la llamada de mi suegra. No me corre prisa pues se me amontonan las lecturas pendientes y no quiero hacerla esperar. Vuelta a casa.

La anécdota curiosa ha sido que me han “recetado” en la recta de salida de la ciudad y poco antes de la incorporación a la autovía. Como soy un parlapuñaos y tengo una cesta encima del tamaño de unas aguaderas, iba tan contento en animada charla con la abuela. Pero había un radar camuflado bajo un puente donde suelen ponerse, según me ha contado después mi cuñado JR. Claro que hace dos años que ya no frecuento la ruta. En fin, menos mal que por poquito no me han clavado trescientos pavos. Han sido cien, que en realidad son cincuenta por pronto pago. Mañana iré a apoquinar. No hay tío más fácil que yo de pillar. Todas las veces que se pongan, yo caigo en el cepo. Hasta que inventen un aparato móvil que los localice dondequiera que se encuentren. Antaño los conductores nos avisábamos con unas ráfagas preventivas y muy eficaces. ¡Aquello sí que era seguro, copón!


21/02/24

Despierto a la luz con la imagen morena, menuda y nerviosa de mi madre, que hoy cumpliría noventa y dos. Eso me lleva enseguida a consolarme porque al menos todavía tenemos a la abuela de aquí, mi suegra, a quien mañana tengo que bajar a Palencia, al hospital. Además, he recordado de repente el asunto del material genético que llegó hace unos días de la Clínica de Navarra, de Madrid. Ya lo he hablado con mi Chiqui y hemos quedado en que ella iba a informarse también por su cuenta. Me refiero a la manera correcta de desecharlo. 

Sin embargo, me he puesto nervioso y he dado en pensar que podrían estar guardados “otros restos” del mismo tipo, de alguna ocasión anterior. Y me horroriza pensar que eso pueda llegar en un futuro lejano a la vista o a las manos de nadie.  No son cosas para dejarlas a la responsabilidad de otros. Es una obligación mía hacerlo desaparecer. Con lo cual me he liado durante una hora a revolver, sin encontrar nada semejante, en el lugar donde guardo y custodio toda la documentación de la enfermedad (que algún día también quemaré, pues esto no es más que papel: una ironía conociendo su contenido).

No sé por qué, la verdad, me han entrado estas dudas a última hora sobre el destino de aquellas otras muestras anteriores que se efectuaron. En total se solicitaron pruebas del Río Carrión de Palencia y del Gregorio Marañón de Madrid, que fueron los dos hospitales donde se efectuaron las intervenciones quirúrgicas. En el primero de los mentados, varias; en el segundo, solo una, la última. A efectos de su estudio, esta final era de gran interés porque la “vida celular” (otra cruel ironía) era mucho más reciente, teniendo en cuenta que desde la primera operación habían pasado casi quince años. Se trataba de entrar en un ensayo de inmunoterapia para el que resultaba imprescindible el mal para combatir el mal, si se me permite la tétrica expresión.

En definitiva, las conclusiones de los análisis revelaron que no cumplía las condiciones para el nuevo tratamiento, razón por la cual no fue admitida en el programa. En realidad, nos estaban comunicando que había concluido cualquier posibilidad de curación. En Palencia descartaron también seguir con la quimioterapia para no mortificarla más. Supimos que ya solo quedaban los cuidados paliativos (a ser posible en casa, por favor) y esperar un milagro del cielo si dios existiera. Pero dios no existe.

Y creo que ahí Ella se entregó. Los momentos de internamiento por sucesivas complicaciones y sus posteriores regresos del hospital de Palencia no podría relatarlos, pues el dolor íntimo abre un hueco de desengaño existencial tan inmenso como debieron de ser las noches anteriores a la creación del mundo. Ahí, supimos que muy pronto se reintegraría ella. A la tierra leve. Pero todavía era Alguien a quien yo amaba. Y sospecho que este dios es el único que sí que existe de verdad, el dios del Amor, pues el mío por ella crecía sin límite a medida que se acercaba su final. Y yo me pasmaba de mí mismo por amar con tanta intensidad un despojo… Mucho más que en los comienzos del deslumbramiento de la pasión del enamoramiento. Y al constatar esto, comprendí también que habían merecido la pena nuestros treinta años juntos. Solo restaba cumplir un último deseo suyo: “No dejes que tenga dolor”. Así fue.


20/02/24

Día realmente primaveral. He metido casi dos horas de paseo muy gustoso, porque casi se prestaba a ir en camiseta. Lo sorprendente es que me he encontrado con la señora CH y me ha comentado que han dado por la tele que dentro de dos días va a nevar. Bienvenida sea, sobre todo en la montaña, y que luego vaya soltando de a poco. Porque agua hace falta a espuertas. Prueba de ello es que el pantano lo tienen aquí trincado, con un caudalillo que en alguna parte del río (bajo la autovía) podría yo haber cruzado hace un rato por una senda de cantos rodados.

Yo, lo que diga el Brasero, como antaño Toharias (mi abuelo le llamaba el tio Toallas), me lo creo por aproximación. Pero no me extrañaría nada porque el tiempo está más chocho que nunca. Lo que temo son las oscilaciones de decenas de grados de un día para otro, porque a mí me agarra la narizota. Desde luego, lo que no he visto han sido las lavanderas correteando nerviosas, como las observaba antaño por las ventanas del aulario afanándose, sobre todo después del recreo, con las migas desperdigadas de los bocatas de los chavales. En la Esgueva las llamamos aguanieves. Andan a pasitos ligeros, no a saltos.

En último caso, es una pena y un desajuste y un mal augurio del clima. Esto no es lo normal ni aquí ni en ningún sitio. Es el síntoma de que la naturaleza está dislocada. Ayer ya campeaba, aquí en medio de la huerta de TB que ahora se vende, a cien metros de mi casa, un almendro con la blanca copa totalmente florida. A mí no me digas tú que eso está bien… Pero resultaba bellísimo en medio de la villa. Como una llamada al misterio. Algo provocativo. Una belleza enferma.

Dice doña S. Puértolas, insigne escritora y miembro de la RAE, en el Cultural del ABC, que “Es el estilo lo que convierte los hechos de la vida en literatura, la vida más cotidiana y predecible adquiere un repentino misterio, los sucesos más triviales y rutinarios entran en el reino del asombro, de las promesas de lo inesperado”. Equilicuá. No hay más que ver al Gabilucho.

A la hora de comer hablo un momento con mi Niña, que me había mandado un guas de estar disponible un minuto para comentar una cosilla. Es caso es que le quería decir que el regalo conjunto que vamos a hacerle al Chico me gustaría que fuese otra cosa diferente de una consola o cacharrito para monear. Será una cuestión de perspectiva generacional, pero ¡coño, que ha cumplido veintinueve años!, y a mí no me parece lógico que un tío ande entreteniendo su ocio con juguetes de adolescente. Vamos, digo yo… Pues la Chiqui me dice que lo que pretendo es quitarme de pensar en algo y que lo que busco es que él diga lo que le apetece y que se lo compremos. Y santas pascuas. Y pensándolo despacio, pues es verdad. Lo más práctico.

Hemos quedado en pensar un poquito más algún regalo alternativo (sobre todo, ella). A mí el precio me da igual. Lo que me cuesta es ocupar la cabeza más de un minuto en una cuestión de ese tipo. En cambio, para celebrar mi cumple me ha propuesto que los invite a conocer y comer en una bodega de la Ribera, en Pucela. Mira tú por dónde, esto ya me convence más.


19/02/24

En esta coda de despedida luctuosa que poco a poco voy rematando (y que no es más que una parte de mi Diario de Martes), hay días en que se cruzan otros muertos en mi cabeza siempre ambulante por rincones del pasado. Así me ha sucedido cuando el calendario me ha recordado que hoy cumpliría ciento once años mi abuelo Melchor. No sé por qué se me ha aparecido.

 

Detengo las imágenes finales de su vida porque creo que eso no va a reportarme un dolor grande y le sorprendo encamado y cortada la pierna que se había llevado por delante una flebitis. Su pecho estaba inundado de la muerte hirviendo desde que había regresado del hospital. Murió un mes antes de que yo me casara. Como si se hubiera adelantado un poco para no dar guerra en el momento menos oportuno. Lo que se temía mi madre. Fue un hombre poco pulido pero espabilado, muy trabajador y generoso con los dos nietos. Su esfuerzo y su ahorro lo recogimos nosotros.

Después de comer me despierto sobresaltado de los diez minutos de siesta, pues traen un paquete inesperado. Nada me han dicho los hijos. Está a nombre de Alguien que ya no existe y eso suscita aún mayor sorpresa en mí. Procede de Madrid, de la Clínica de Navarra… ¿Qué puede haber quedado pendiente?, me pregunto.

Abro el envoltorio y ya no necesito seguir adelante desprecintando el envase. Me lo imagino. Como sucedió en el hospital de Pamplona, una vez analizadas las muestras que aportamos en su día del tumor que acabó con su vida, nos devolvieron el resto del material genético por si queríamos conservarlo y pudiera servir en un futuro. Que nunca llegó. Esto de ahora es lo mismo, pero curiosamente aparece casi dos años después del fallecimiento. Tendré que informarme sobre dónde entregar tan sensible resto para que lo hagan desaparecer con total seguridad. O lo gestionen con toda garantía.

Rememoro en estos momentos con mucho cariño su mirada emocionada y húmeda cuando me confesaba que estaba convencida de que a ella no le iba a servir para nada. Pero que quizá sirviera para otros. Así lo habían explicado los oncólogos. Era preciso conocer el tumor con nombre y apellidos, su carné de identidad. Y de esta forma, poder atacarle de la mejor manera posible. ¿Cuándo? Cuando la ciencia lo lograra. Hacían falta medios. Esos que sufragaban los programas en los que participó al final. Inútilmente.

Cuando adiviné su muerte sin lugar ya a una sola duda, fue observándola exhausta y postrada y adormilada en el hotel Andia de Pamplona. Mientras disimulaba que leía, mis ojos se levantaban hacia ella y la recorrían con el resto de amor que me quedaba en forma de misericordia.  Amando los despojos que comenzaban a adivinarse de Alguien que para mí había significado la belleza entera. De cuerpo y alma. Aquella que, en mi desesperación, llegué a pensar que después de su paso por mi vida no habría nadie ni merecería la pena nada. Sin embargo, sigo aquí. Quizá porque aquel que era yo también esté muerto.


18/02/24

Me levanto desazonado, asfixiado. Digo: Me estoy poniendo malo. Pero no, es que se me había olvidado quitar la calefacción ayer por la noche y llevaba veinticuatro horas a veintidós grados. Un infierno. Menos mal que las ventanas de par en par sanean la casa en diez minutos. Aparte de eso, el día se ha mantenido agradable.

Después de pasar un rato divertido en el café con FS, un amiguete excamionero y el tío más sin filtros que conozco, hago propósito de no entretenerme mucho más para que me dé tiempo a mirar la prensa y poner la colada del socio. Como así ha sucedido. Ya tengo comprobado que si me pego un pequeño paseo por la plaza o salgo de las inmediaciones del barrio, al final regreso a casa a la una y media. Porque es imposible que no me pare a hablar con media docena como mínimo. Y luego rabio. Hasta en el supermercado me enrollo con alguien. O se enrollan conmigo. Qué le voy a hacer. Soy un tipo fácil.

Felicito a mi prima MJM, un año menor que yo, y a la que veo menos de lo que me gustaría. Vive en Valladolid y no se prestan las circunstancias ordinarias para encontrarnos. A no ser que sean entierros. Es una pena, pero tal cual. Y poco después llamo también para felicitarle a mi otro hermano JLC, y este sí, este lo ha puesto el destino en paralelo a mis pasos para no separarnos ni aunque se desplome el mundo. Cumple hoy sesenta y seis. Como un campeón. Lo que es. No se tenía que morir nunca. Endios.

Por la tarde he preferido esperar a que llegase el Chico, de Santa, porque tenía que rematarme alguna cosilla en el móvil nuevo. El pisuco allí le da juego porque dejó amistades de la universidad y también para pasar algún finde de vez en cuando con la novieta, que ahora se encuentra de viaje de doctorado en Francia. Ambos trabajan y viven en pareja desde hace tiempo en Pucela. Y no sería imposible que en un futuro se estableciesen allí. Lo que son las cosas: el azar nos distribuye a capricho. Pero estoy contento de que los dos míos residan a hora y media de casa.

Enredo con el móvil nuevo antes de que llegue el chaval y la armo. He perdido la foto del fondo de pantalla. Se me hace muy raro no tener presente y a la vista (casi inminente) a Alguien, para verla las mil veces que uno enciende la pantalla a lo largo del día. Me consuelo pensando que la foto la tengo archivada y la recuperaré en cuanto dé con el procedimiento.

Pero enseguida intuyo que es ella quien me está susurrando que ya va siendo hora de que la sustituya por otro motivo, paisaje o rostro. Se lo he contado al Chico cuando ya se encontraba en casa y a punto de marchar. Y por que no se demore, le digo que no importa, que ya me las arreglaré. De momento, lo he aceptado y creía haberlo olvidado. Pero a los diez minutos me he angustiado y he abierto el móvil varias veces para hacerme a la idea de que ya no vería más esa figura tan amada…

Y no he podido aguantarlo. Me he sentado y he comenzado la busca hasta que de nuevo la he recuperado y la he colocado en su mismo lugar. Ya prescindiré más adelante. Todavía no. Eso me he dicho interiormente. Todavía está este hueco que me atraviesa de lado a lado por el medio del pecho. Todavía existe ese vacío que a veces se llena de un grito. Cada vez desde más lejos. Como si se tratase de un eco.


17/02/24

Ingreso en la tercera edad en un día templado y soleadito, acorde con el curso tranquilo de la jornada de cumpleaños. No fue así la madrugada en que vine a este mundo, pues en el recuerdo de mi madre la lluvia batía con furia las ventanas de la habitación del balconcillo frente a las escuelas y un aire frío empañaba el quejido del parto, cuando en las casas solo existía el alivio de la gloria o los rescoldos de la bilbaína o la estufa, en el piso de abajo. En el de arriba, mantas sucesivas que le inmovilizaban a uno toda la noche y le tenían de un solo costado hasta el despertar. También, la oronda goma hirviendo de la bolsa de agua o la huella del candente brasero.

En mi caso concreto, de añadidura, para imitar el nacimiento del Cristo entre una mula y un buey, nací en una estancia sobre la cuadra en la que coceaban con golpes secos, de vez en cuando, tres machos: el Lucero, el Muino y el Mallorquín. Su calor agradecido penetraría sin duda las vigas combadas y los resentidos techos hasta el piso superior. Y supongo que también ascendería e impregnaría el olor a cagajones frescos de los animales tras ser pensados sus pesebres por la noche. Pero yo no fui el de Galilea, sino uno más de la Esgueva. Y en esto cifro toda la gloria y el orgullo de mi raza.

Muchas felicitaciones recibidas, por supuesto. Todavía Alguien me quiere. Mi hermano, mis queridos amigos JL/A y JG más todos mis quintos piñeros, mis hijos, mi tío LZR (bendito socio) y mis familiares de Aguilar…

La consabida botella de vino rico, la bolsa de patatas para la peli de esta noche y una nota del hijo animándome a seguir galleando… Estos han sido mis regalos. También la tía M. aporta, como siempre, su parte de cariño convertido en algunas “delicatesen” para repartir con el Chico.

A falta de los hijos, que andaban a sus quehaceres y no había coincidencia para la celebración conjunta (será más adelante), me concedo una pota de alubias casi sublime de lo buenas que me han salido. Y las saboreo en soledad y regadas por un Ribera. Pero feliz.

La tarde la empleo en casa de la abuela, donde he centralizado unos pastelitos para la hora del café. Aquí solo pueden acompañarme mis cuñados JR/J y las niñas. Suficiente para pasar un buen rato feliz con su cariño y compañía.

Esto es la vida real. Aunque podría desear, en otra vida imaginaria, como regalo especial, poder abrazar y besar esta noche a alguna mujer bonita; pero no la hay. O si la hay, no es para mí. Así que no pienso pedirle más. Tan solo que me deje aún un tiempo de salud para devolverle algunas palabras hermosas.


16/02/24

Madrugo porque he amanecido con la nariz tapada y no me permitía descansar a gusto. Pero después de desayunar me ha vencido el sueño de nuevo en el sofá y he aguantado todavía un buen rato. Me ha venido muy bien, porque me había despertado bastante cansado y en esas condiciones no hubiera aprovechado mucho.

Alargo la tertulia de hoy porque me encuentro con mi amigo Tt., al que no veía desde hace un tiempo. Hemos aprovechado para tomar un café y echar una parrafada. Él tenía que regresar al instituto. Ahora, cada vez que me encuentro con un compañero en activo, me parece rarísimo escuchar que uno tiene que volver a clase a trabajar. No lo extraño en absoluto. Ni me acuerdo. Como que nunca hubiese sido mi profesión. Me da la impresión de que llevo toda mi vida jubilado y sin trabajar. Como que me pagaran por el morro.

Luego, tenía que acudir a la una al dentista, pero me ha llamado una vecina con la que tengo mucha confianza, por una avería en su calefacción, y he tenido que posponer lo del sacamuelas hasta después de comer. Así ha sido. Ya solo me queda una sesión para el arreglo de una pieza. No sé si tendré una sola sin reparar. Espero que la inversión que vengo haciendo en la boca haya sido de futuro.

En cuanto llega el chico desde Pucela, me pone en funcionamiento el nuevo móvil antes de acudir, él también, al mismo dentista. Me preocupaba tenerlo operativo este fin de semana porque estos cacharros terminan creando dependencia aunque solo sea de agendas, mensajes, guas, etc.; es decir, de lo más elemental. Sin embargo, ya no podemos vivir sin ello. Después, el chaval se larga a Santa, a pasar este viernes con amiguetes. Porque mañana tiene que volver a celebrar mi cumple. Bueno, no me parece mal plan.

Tenía pendiente de ver una selección de cortometrajes, pero no había forma de que chutasen en la tele. Así que he comprobado que en el ordenador no hay problema y en un par de noches me los veré de este modo.

La fuerza de la costumbre de muchos años atrás me lleva intuitivamente a localizar en la estantería el libro de relatos de JMM en el que figura el “Cuento de hadas”, que anualmente le leía en la cama el día de su cumpleaños a Alguien. Era tan emotivo para ella que terminaba invariablemente con lágrimas en los ojos. El año pasado caí en la cuenta el mismo día once de febrero por la noche, fecha de la onomástica, de que ya no se lo volvería a leer más. Este año, ni siquiera me percaté hasta ayer mismo de esa ausencia de lectura sin oyente. Hasta es posible que nunca jamás vuelva a producirse. Y es triste.


15/02/24

Me encuentro en el EP con uno de esos estupendos artículos de mi querida MS, siempre algo recargada de estilo culturalista, en el que habla sobre unos días de permanencia en el hospital acompañando a su padre. Por lo que leo, no parece cosa preocupante de momento, aunque calculo que ya será un viejito. E imagino lo que tiene que suponer para la escritora, pues conozco un poco su carácter fuerte pero muy aprensivo. Conozco su miedo porque lo he adivinado en sus ojos cuando nos veíamos y me acompañaba Alguien tan valiente que solo movía los hombros con un poco de desapego al preguntarle cómo se encontraba. Y sonreía, la pobre. Y M. y Ch., su marido, enfatizaban el sentido del humor con que se tomaba su gravísima enfermedad.

De este mismo humor visto ahora en la persona doliente y asustada de su padre, escribe MS hoy mismo, con una sensibilidad afilada de nervios: “…el humor nace de un amasijo de dolores inasumibles. Es una manera, simultáneamente, cruel y balsámica, de afrontar la herida…”

Ya conté de pasada el último año que visitamos todavía juntos la feria de Madrid y, al concluir una de las jornadas tediosas de firma en la caseta, que la escritora y su marido nos invitaron a cenar en una terraza de la calle Ibiza. No sé por qué se quedó en mi pupila y en mi pituitaria la impresión de unas tortillitas de camarones deliciosas. Tengo ese detalle concreto pegado al recuerdo (pero no sé qué más comimos), quizá porque observé a Alguien feliz a mi lado y en desenfadada charla con nuestros queridos amigos.

Tenían prisa porque ella debía madrugar para un viaje de promoción y no nos demoramos demasiado. Y aunque M. se despidió diciendo que para el próximo año nos veríamos con más tiempo, precisamente por ello serpenteó en mi mente la premonición que todos barruntábamos, es decir, que se trataba de una despedida para siempre por parte de uno de nosotros. Como así fue. Y al año siguiente, el veintidós, ya apenas surgió en nuestro encuentro un “¿Cómo estás?”, que yo resolví también con un encogimiento de hombros. “Sigo viviendo”, dije. Y enseguida cambiamos la conversación a mi libro recién estrenado. El veintitrés apenas nos vimos y nos saludamos, pues yo solo conseguí alojamiento durante un fin de semana.

Tengo también pegado a la garganta y al pecho, emocionados, esos instantes hiperestésicos, durante el paseo de las dos parejas por Menéndez Pelayo, mientras ellos esperaban un taxi. Los besos y abrazos y miradas huidizas al separarnos. Nosotros continuamos adelante hasta girar en O´Donnell, donde nos habíamos hospedado. No volví a reservar allí. Pero no me cabe duda de que volveré a pasear esa ruta nostálgica tantas cuantas veces vuelva a nuestra amada feria del libro. Y nunca la haré solo. Siempre a mi lado (invisible) sentiré la presencia de Alguien.


14/02/24

Viene temprano N. a pegar el repaso a la casa y enseguida me enclaustro arriba, pero donde el Chico, que es donde mejor se lee (ya lo he dicho otras veces). Al calorcito, una niebla prieta no deja ni siquiera ver el cielo a través del velux. Pero esa claridad pálida me proporciona una buena concentración en la ficción de “Anoxia”. Tan cercana a mí, por otra parte.

En cuanto he regresado del café, he preparado los bártulos para una cazuelona de puré. Me ha quedado bastante gustosa. Cuatro raciones para cada. Estupendo. Los táperes chinos tienen más capacidad y son bastante manejables y seguros. Yo creo que la cantidad de tomate frito es fundamental. A mí me van bien los envases pequeños de unos doscientos gramos. Es suficiente para una pota grande. De lo contrario, desequilibra.

Después del paseo de una hora más o menos, en el Lupa me encuentro con mi amigo JLV y nos acercamos a su casa porque me tiene guardada mi ración de matanza (no pude estar el día de la merienda del grupo). Aparte de las jijas, que me privan, me ha llenado la bolsa con unos filetes de hebra buenones, unos huesos y unos trozos de tocino para el cocido. Tarde redonda. ¡No hay cosa como el aprecio de los amigos!

Cuando regreso a casa para meterme en la labor, veo a un muchacho jovencito que sale de la floristería con un ramo de san Valentín. La verdad es que me había acordado de la fecha por la mañana al mirar la agenda, pero de pasada o como rutina. No me he detenido a pensar en ello hasta ahora.

Sinceramente, el año pasado todavía sentí que mi corazón latía al pensar en Alguien. Y que me hubiese gustado regalarle algo material, aunque me conformé con besar su foto con más pena que amor. Hoy tengo que reconocer, casi a dos años de su desaparición, que mis sentimientos están también muertos. Definitivamente. Por primera vez en mi vida, desde la adolescencia, puedo decir que nunca había pasado un tiempo tan largo sin querer a nadie. Noto ese vacío por dentro, como un frío. Y no sé si esto será así para siempre. A veces descubro algún gesto de interés hacia mí, no lo niego. No me doy por aludido ni me preocupa. Podría incluso poner alguna de mis canciones favoritas para estimular los recuerdos. Pero tampoco lo voy a hacer. Solo siento indiferencia.


13/02/24

Martes y trece. Pero nada nefasto me ha acontecido. Al contrario, he resuelto con rapidez y sin inconvenientes unos cuantos asuntos. De la mañana, me quedo con lo que he leído y el arreón que le he pegado a la novela de MAH. Un rato muy gozoso antes del café. También es verdad que funciono muy bien con el perfecto descanso de los últimos días. Si estoy despejado, multiplico mi percepción intelectual. Cuando estoy somnoliento, cabeceo, me enfado y termino recostado en el sofá.

Aprovecho la tarde templadita para dar paseo largo. Me ha gustado recuperar. Si se mantiene, mañana cojo la burra. De vuelta, paso por los chinos para comprar unos táperes: los hijos se los llevan y me voy quedando a verlas venir. Le pregunto a Li si valen para introducirlos en el microondas. En realidad, no es la primera vez que los compro ahí. Lo que me gusta es la respuesta que me da: me señala el simbolito del microondas y me dice: “Clondas”. Eso es lo que encanta. Como de niño. Me chocaba muchísimo comprobar que otros no pronunciasen bien una palabra. Ya era un risillas y un poquito burlón.

JH, mi bizarro editor, me envía la portada de la última novela del maestro JC, titulada “Un inglés en Cantabria”. Ha quedado muy bonita porque MN ha reinterpretado una foto que hizo el autor en Suances. Pero con unos colores mucho más luminosos. Le contesto a JH que a mí me gustaría eso mismo sobre un par de ideas que ya le he enviado.

Por la carta de presentación, imagino que la novela incidirá en la línea temática sentimental a que nos tiene habituados el escritor amigo. Es la elegancia y el cuidado de su prosa lo que vuelve atractivas sus obras. Y su sencillez argumental. Es sabido que a la gente siempre le interesan dos temas: crímenes y amores; es decir, género negro y romántico. Pero luego hay un abismo entre autores. La diferencia es el estilo. No hay más.


12/02/24

Desde luego, sabía que este recoleto estudio de la buharda era tranquilo, pero no me imaginaba cuánto. Hasta tal punto que anoche también me quedé a dormir aquí. Lo de menos es la cama acomodada discretamente bajo el ángulo del tejado, o que sea de uno noventa. Lo novedoso para mí es que estos tres días he dormido fenomenal porque con toda probabilidad no me han despertado los ruidos comunitarios del amanecer: cisternas, puertas, conversaciones de fondo… Aquí arriba, ni una mosca. Y hacer la cama no me lleva una docena de vueltas de un lado al otro. Por tanto, de momento, me quedo.

En el ayuntamiento vuelven a pedirme el documento de autorización para un certificado nuevo, actualizado, de empadronamiento del socio. ¿No queda constancia del anterior?, pregunto con cierta sorna. Pero son amables, eso sí, y tendré que volver mañana. La conocida y manida frase del título del artículo de Fígaro: “Vuelva usted mañana”. Esa es la burocracia de la que también se quejan estos días los agricultores en sus trámites con Bruselas. He leído que el papeleo les ocupa un veinte por ciento de su tiempo. Y esto, desde luego, además de aburrido, es dinero. O gestoría, que también es pasta.

De paso, me encuentro con el teniente alcalde, con quien coincidí en mis años de concejal (además de que fue alumno mío, creo). Ahora es de Vox y es el voto que decide, de trece. Como tengo mucha confianza con él, me hace entrar en su despacho y estamos media hora pelando la pava. No me corto, y él tampoco. Le digo que qué bien estaba con el Pepé, como antaño. Y que su proyecto sobre una obra en el castillo me parece una ocurrencia. Que me va a mandar un vídeo, me dice… Sin embargo, compruebo que mantenemos una relación afable aunque hace muchos años que no hablábamos más que el mero saludo. No por nada, sino porque no hay cuestiones comunes. Al final me doy cuenta de que valora que podamos charlar con tranquilidad. Porque me conoce y sabe que yo no descarto a nadie por la marca de su chaqueta. Eso lo tengo claro y lo he aplicado siempre.

Paso por el médico para las consuetudinarias recetas (tensión y próstata) y vuelvo a casa a currar un ratito antes de comer. Por suerte, ahí están tres táper que son tres días libres. Y una buena cazuela de sopas de ajo que hoy remataré, y que también me ha solucionado la cena de tres días. ¡Qué fácil es ser feliz si uno se conforma con poco!

Con lo que no termino de acostumbrarme es con esta medicación de la próstata, como ya le dije a la uróloga el año pasado (tengo que pensar ya en la próxima visita). Me encuentro bien porque relajan la vejiga y son inocuas, es cierto. Pero tienen el efecto secundario de que disparas sin bala… ¿Sabes cómo te digo? Orgasmo sin eyaculación. Es un efecto muy triste, incluso para quien no tiene pareja. Un pelín frustrante. “Es que ustedes los hombres son así”, me reconvino la médica con una sonrisa. “Es que parece como que le quitas la alegría al asunto”, repliqué. Y entonces ya se rio abierta y francamente. “Pues deja de tomarlas un par de días y recobrarás caudal. Y luego, vuelve a ellas”. Bien, vale, y en eso hemos quedado. Total, para lo que me sirve. Pero no puedo evitar pensar en que me daría corte si tuviera pareja. Como que se resiente un poco la hombría. Todos llevamos aún el machirulo por dentro. En fin, es elegir una cosa u otra. Y prefiero mear bien. Lo otro, de momento, no me crea problemas. Aunque, a ratos…

Muy tediosa la corrección de las galeradas del “Bicho”. Pero ya voy por la página ciento veinte. A paso de burra. Si uno se pone exquisito, no hace más que parar en menudencias. Pero me horrorizaría ver el libro impreso y descubrir fallos por despiste. Sin embargo, releo trozos de los relatos y, no es por nada, me contenta notar el ritmo y la gracia que tienen. Y su prosa bien atinada. No es que uno sea flaubertiano convencido, pero el escritor tiene que tender a pulir. Eso es fundamental. Incluso hay momentos en que me río solo, y otros en que me emociona la humanidad de algunos de mis personajes. Generalmente, de los más humildes. Porque también es verdad que a los muy aburguesados y engreídos les meto caña. Este libro será recordado por quien lo lea pausadamente como un buen ejemplo de registros del humor en literatura. Y algunas cosas más que no voy a desvelar. Le he dicho a M., la ilustradora, por el Ínstagram, que ella tiene que hacerme la portada. Le daré unas ideas pero necesito su sensibilidad.


11/02/24

Pendiente toda la mañana y disponiendo para que las cosas salgan correctas en este día de cumpleaños del Chico. Si bien es cierto que llegan a casa del desfile de carnaval entre las tres y las cinco (según me informan), y hasta las dos de la tarde no se levantan, justo a tiempo para sentarse a la mesa. Es en lo que habíamos quedado: comida en familia (más la amiga de la Chiqui).

Todos estos motivos juntos hacen que esté atento a que no se eche demasiado en falta la carencia de la madre. Sobre la marcha observo que vamos aprendiendo y eso me anima. No es que sea una preocupación que me ponga nervioso, pero me centro sobre todo en que no fallen los detalles materiales, que es en lo que estoy menos diestro. En fin, creo que he sabido organizar con sencillez y gusto una mesa digna de cumpleaños. Y al mismo tiempo, quedar bien con nuestra invitada. El Chico cumple veintinueve, ya un joven en toda la sazón. Siento por instantes un pálpito, como si estuviese invisible Alguien que habría cumplido cincuenta y seis. Felicito también a mi sobrino M., otro más del grupo de la onomástica. En su guas me dice que está en Suecia. Les recuerdo a mis hijos que le manden también ellos su abrazo. Y no eran estas todas las coincidencias de celebración en el día…

El resultado es que apenas he podido mirar la prensa, aunque me he acercado a la plaza a tomar un café y a observar los grupos averiados de carnavaleros que deambulan de recogida. Hace años que lo vengo registrando como algo semejante a los restos de un naufragio que hubiese pillado a las gentes en un momento ridículo de sus existencias.

Cuando los hijos parten para sus respectivos destinos, más bien pronto que tarde, me doy cuenta de que me quedo tranquilo en cierto modo. Con la impresión de un objetivo conseguido o de una prueba más superada. Después me llama la abuela para que vaya a tomar un café y un dulce a su casa, donde se encuentran mis cuñados I/S y S., su hijo pequeño, que también cumple hoy seis años (este es el que se me había olvidado). Charlamos un rato animadamente, sin prisa porque comprendo que la tarde está ya empleada. También acuden mi cuñada M. y mi sobrina P. Cambiamos impresiones, nos informamos de nuestras pequeñas vidas inquietas, incesantes. Pero hay algo que agradezco siempre sobremanera: sigo perteneciendo a la familia, sigo vinculado por lazos afectivos con ellos. Y lo que es sumamente importante para mí: que lo necesito. Los necesito. Voy superando mi dolor y afrontándolo cada día mejor, pero no siento necesidad de separarme de ellos y buscar otro rumbo a mi vida. No. Porque hoy por hoy me consideraría un extraño con otros que no fueran ellos. Y me confieso a mí mismo: Así estoy bien. Quieto. Sigue viviendo.


10/02/24

Ayer no pude venir aquí, a este rincón. Claro está. Tuve que andar listo para organizarme y que no se me despistase absolutamente nada en previsión de un finde con los dos hijos en casa (más una compañera de trabajo de la Chiqui: maja chavala). Una vez hechas las compras y decididas las comidas, no había más que ejecutar el plan. Y lo cierto es que me ha salido bastante bien: comencé con la clásica tortilla patatera y dos buenas potas de lentejas y garbanzos. Contundentes. Mañana, de especial por ser el cumple del Chico, unos entrantes con un solomillo. Fácil y resolutivo. Lo mejor, la compañía de una botella de Ribera de mi querido JC: ¡espectacular!, como diría mi casi hermano JLC. Es que en mi casa no se comerá bien, pero la bebida me salva los muebles. Sin embargo, me he fatigado con la resolución de estos menesteres que me superan y me trastocan. Bueno: aprobado alto, casi bien.

En cambio, para que estuvieran cómodas las dos amigas, me he subido a dormir al estudio de la buharda, rodeado de mis libros y mis recuerdos de última hora (cuando Alguien se trasladaba allí para no desvelarme y no desvelarse, o más claro aún, para no mostrarme su inquietud que le hacía pasar muchas noches en vela). Tenía miedo de que el espacio me comiera, como quien se mete en la boca de la loba de la ausencia, pero reconozco que he dormido estupendamente. Tal vez Alguien velaba por mí. Es más, hacia las seis ya estaba desvelado y me he puesto a trabajar hasta las ocho, que me ha vencido de nuevo el sueño y he tornado al catre hasta las nueve. Una excepción Ya lo había probado anteriormente. Es un sitio que crea una sensación casi monacal, de retiro apartado en una pequeña cabaña de un monte. Algo así.

No estoy para carnavales. Lo digo con toda sinceridad. Ni siquiera me apetece darme un paseo. Como mucho, lo presenciaré desde las ventanas de la casa de mi socio, que es una excelente ubicación. Durante un ratito. Por pura inercia de la curiosidad.

Y es que van concluyendo aceleradamente muchas cosas que antaño me entusiasmaron. Me da por pensar que eso llega con los años que van a caer dentro de una semana con todo su plomo, y me introducirán de pleno en la etapa final. La decisiva, por otra parte, pues todavía hay algunas metas que conquistar si la salud no se tuerce y las circunstancias son benevolentes.

Como podrá deducirse, poco he podido leer y menos escribir esta última semana. No importa. Eso es lo gracioso de la edad: que te da paciencia para esperar cuando ya no hay tiempo que perder. Me temo que hasta el lunes no tendré tregua ni respiro. Me estaba gustando la última novela de MAH y hoy precisamente leo en un Ínstagram que se encuentra de viaje en Grenoble para una conferencia titulada: “Escribir (desde) la ausencia. El duelo en la literatura española contemporánea”. ¡Quién pudiera asistir al evento! Probablemente, es de los pocos asuntos que me interesan en la actualidad y que podría convertirse también en una novela por mi parte. Mientras tanto, recuperar la tranquilidad. De momento, me pondré con unas menesterosas sopas de ajo con el pan duro que me ha sobrado de estos dos días. Por no desperdiciar nada. Ni el tiempo ni el pan.


08/02/24

Un vendaval desde el amanecer que pensé que nos movía el tejado. Volviendo del café en el Picacho, me empujaba de tal modo por la espalda que me hacía alargar los pasos como si fuese a iniciar una carrera. A cien por hora de velocidad. Pocas veces lo había visto tan en directo. Y, sin embargo, he tenido que bajar a Castelar para lo del gas (entre calles era más suave) y, en definitiva, no he arreglado más que una parte porque de nuevo se necesitan firmas, más firmas, muchas firmas. Y encima el certificado de empadronamiento del socio había caducado porque lo pedí hace más de tres meses; o sea, todo ese tiempo que no regresaba al pisuco. Velay.

De regreso, en los viaductos, el empellón del aire movía el coche. No me apetecía mucho revivir el carnaval en el pueblo, pero tengo que dejar libre el pisuco a la Chiqui, que volverá con una amiga a pasarlo aquí. La verdad, lo que me compensa es que los hijos están unos días en casa. Aunque tampoco es que les vaya a ver mucho. Eso sí, tendré que preparar alguno de la docena de platos pedestres que me salen bien.

Se me cayó en la fregadera el móvil y, aunque parecía cargar y chutar ayer por la noche, esta mañana ha dado las boqueadas en forma de visos y bobadas encendiéndose y apagándose. Hasta el último suspiro. No es que tuviera mucha necesidad de él, y menos en Santa, pero se siente uno desprotegido. Desubicado. Desorientado. Es decir: desconectado. Y ahora que ya me había puesto con las galeradas del Bicho, no he podido llamar a JH, ni he recibido un solo aviso en todo el día. En cierto modo es un descanso. Pero que se encuentra uno raro. Raro. raro. Ya tengo encomendado a mis chicos uno nuevo para mi cumpleaños. Es una cosa que les gusta: comprar móviles. Mientras, cambiaré la tarjetilla a uno viejo. Para ir tirando.


07/02/24

Día muy ajetreado y entretenido desde los amaneceres, aunque haya sido nulo en cuanto a dedicación intelectual. O sea, resolver problemas prácticos con las neuronas a cero. Pendiente desde la hora prima porque me había dicho el instalador que pasaría por casa antes de irse a trabajar. A las ocho, efectivamente, se ha presentado con un termostato muy sencillo (pero no barato, coño). No ha tardado un cuarto de hora en apañármelo (el dinero y el chapuz) y en cuanto ha cobrado se ha largado. Otro cuarto de hora después el bicho no carburaba.

Nueva llamada con un tantín de mosqueo y el amiguete me promete que en cuanto pueda escaparse de la obra, sobre media mañana, se acerca a verlo. De cara no me parecía mal tipo. Estaba tomando un cafetuco cuando me ha dado el toque. Ya frente a la máquina, ¡algo era ello! Ha tenido que manosear dentro de la caldera y eso también me inquietaba, pero reconozco que ha ido derecho a la herida. Cables cruzados y el sistema que ha vuelto en sí. Contentísimo porque he comprobado que quedaba resuelto para mañana cuando llegue mi Chiqui.

Como yo también bajaba de casa a unos recados, le he dicho al fonta que si le apetecía un café. Y le ha apetecido. Y como no hay dos sin tres, me ha pitado desde su coche JLO, buen amigo del estanco del barrio. Le digo que se pase también por el bareto de la esquina donde íbamos, y en cuanto ha aparcado, ¡equilicuá! Era cerca de la una cuando el fonta se ha despedido con mucha pena de nosotros, y JL y yo hemos decidido vernos para comer en Los Pinares. Un día es un día, y hacía meses que no coincidíamos.

Si el fonta habla tanto como yo, JL habla el doble que yo. Así es muy difícil, a no ser que se dediquen cuatro horas, desde que hemos comenzado la comida hasta que ha salido de mi casa después de adecentarme con masilla el agujero que había quedado visible de la instalación del termostato. Un cisco que se ha convertido en algo monstruoso cuando yo he metido mis manazas y he querido retocar aquello antes de secarse para dejarlo bien liso. Sin espátula. A pinrel. Menos mal que ya se había ido mi colega y no ha presenciado el desparrame. Literalmente. Cuando me he mirado en el espejo tenía masilla colgando del hueco de una oreja y otro poco tapándome una fosa nasal. Para morir asfixiado, de veras.

Eso por no contar (tal vez algún día lo haga al detalle) el espectáculo esperpéntico que hemos vivido durante la comida. A la mesa de al lado se ha sentado una muchacha joven, pasiega (hemos sabido después) y como han tardado media hora en atenderla ha armado tal pifostio a las camareras, que JL y yo hemos tenido que calmarla invitándola a un café. Pues ha rematado pidiendo una hoja de reclamaciones y, cuando el dueño del negocio ha salido a dialogar con ella, se ha puesto tan bravísima que han tenido que llamar a la policía municipal. Yo no había visto un temperamento como ese jamás. Una auténtica salvajina que, en el fondo, me estaba haciendo aguantarme la risa y no quería que se me notase. JL estaba apesadumbrado, el hombre. ¡Qué espectáculo, señorseñor! En fin, por nuestra oportuna colaboración, cafés y chupitos han salido gratis.

Total, que se me ha hecho tarde y tendrá que ser mañana cuando regrese, pues todavía tengo que llevar papeleo a la compañía de gas. A ver si allí está la cosa más tranquila. Es que no se puede tener tanto carisma.

06/02/24

De nuevo en la atalaya de la Encina, en la cabecera de la calle FdlR, en el rinconzuco. Es zona de movimiento, así que también se aparca con relativa facilidad si uno no llega al final de la jornada. Incluso he contado con la suerte de elegir y desde aquí alcanzo a ver el burro trabado junto a la marquesina del autobús. De todas formas, a un minuto hay un gran parking con plazas libres que se anuncian constantemente. Pero no lo necesito para unos días de paso. Si la circunstancia cambiase, ya lo veríamos.

Llego ya un poco tarde para la labor, pero no resisto la tentación de mover los dedos con algunas líneas: Nulla dies sine línea (Ni un solo día sin un renglón, dice el latino). Me gusta comentar. Lo que sea. La coqueta iglesia de dos naves del pueblo campurriano de Orzales, al lado del pantano del Ebro (a media carga) donde he asistido con la abuela a un entierro. Su camposanto adosado y parcelado en nichos parecía prestarle simetría a la sobriedad arquitectónica.  La nave central, para la liturgia, como es lógico, y la otra lateral, de vestíbulo en el que se veía la mayúscula caldera de la calefacción en una rinconada. La de la liturgia tenía sacada la piedra en los muros y el hueco de tres cuerpos con crucería descansando sobre pechinas y ábside de media esfera. Parca ornamentación de poca calidad en los dos pequeños retablos laterales, y sin nada detrás del altar mayor. Por buscarle un encanto a mi curiosidad respetuosa, desde el coro donde hemos presenciado la misa, la luz de la tarde entraba por una vidriera con rombos muy simples y buscaba la escultura de una inmaculada de colores apastelados. Pero ese fulgor y una muchacha jovencísima de pie junto a la puerta de ingreso, se han llevado mi atención por unos instantes de fervor profano (si se permite el oxímoron). ¡Alabado sea un Dios que se manifiesta en la belleza esplendente de sus criaturas! Y alabado sea el espíritu hecho carne, esa fascinación que durante toda mi vida me ha trastornado. Y he vuelto a recordar la metáfora sacroprofana de los modernistas en boca del maestro Rubén Darío cuando exclamaba: “mujer, incensario de carne…” En fin, un desastre de inteligencia colonizada por la literatura. Una pena soy.

Sin embargo, soy poco curioso de lo que el cura dice si sospecho que va a ser más de lo mismo, un discurso religioso que conozco, respeto y me termina aburriendo. A no ser que el oficiante tenga su qué. Este de hoy me intrigaba porque su acento no me sonaba de la zona. A la salida he preguntado y una señora bastante mayor me ha asegurado que era de allí, pero acto seguido otra persona ha puntualizado diciendo que ha estado mucho tiempo fuera, en África. Eso ha dicho. Ah, bueno…

He salido pitando de Aguilar en cuanto me he comido un par de pastelillos a la salud de mi sobrina P., que cumplía hoy… años. No digo cuántos, pero todos muy bonitos, como sus ojos y su risa. Y antes, de paso, ya había probado también unas orejuelas hechas de ayer y como a mí me gustan: delgaditas y azucaradas. Así que yo, agradecido. También a las dos sobrinas pequeñas, que habían colaborado. Como se ve, no me falta cariño. Ya lo he dicho en días anteriores. Soy hombre de suerte: hombre de muchos cariños, desafortunado en amores.

Y para remate de mi imaginación alucinatoria, una noticia que me ha contado la abuela de esas que dan pie a cábalas literarias. Me ha dicho que en los nichos de enterramiento de las Clarisas de Aguilar se habían dado cuenta recientemente de que al menos media docena de monjas llevaban mucho tiempo enterradas pero ¡con el cuerpo incorrupto! Han tenido que sacarlas, despojarlas de sus ropas e incinerarlas. Algo tendrá que aclarar la ciencia sobre esto. Pero ha sido así. Tal cual. A mí, que me lo expliquen.


05/02/24

Me disperso en gestiones. No me queda más remedio que ocuparme de lo que antes era casi inexistente para mí. Ahora me quejo de la despreocupación de los hijos. Vivimos bien porque siempre hay Alguien que nos sustituye y nos lo pone fácil. ¡Qué bonito mientras duró!

El instalador de la caldera llega pronto, pero el termostato nuevo no termina de chutar. Después de porfiar un rato con la caldera (o a la inversa), determina que este cacharro nuevo no va a servir y tendremos que poner otro. Más sencillo, por supuesto. De ruleta y va que chuta, que son los que realmente no fallan casi nunca. No va a poder ser hasta el miércoles, así que tendré que volver para dejárselo arreglado a la Chiqui. Precisamente, tiene un curso en Santa y será jueves y viernes. Va con una compañera. O sea, no puede haber fallo alguno. Arreglado, sí o sí.

Lo que afortunadamente ha marchado sobre ruedas ha sido la revisión anual de la caldera. El técnico se ha presentado nada más comer, como habíamos quedado. Un seguro que funciona a la perfección, pero hay que estar atentos ahora que no vivimos allí. En calderas de gas, ninguna como esa. Doce años y como un reloj. Francesa y poco conocida de marca entre el público corriente. No digo más. Chapó.

Así no hay quien lea ni se concentre en nada serio. Apenas un rato para café y prensa. Todo son pejigueras de la vida práctica. Me pongo de mala uva. Y eso que no tengo que trabajar. No sé cómo lo hacía antes.  Total, que procuro calmarme para no olvidar nada de lo imprescindible, incluida una compra para llenar la despensa con lo básico, y que esta mona no se encuentre desabastecida el jueves cuando llegue a última hora. ¡Ay, Señor!

De vuelta, entro en Somahoz a echar gasolina a un precio realmente insólito. No me extraña que ahí recale toda la circulación desde Pucela hasta Santa. Me gusta salir por la comarcal, atravesando Los Corrales, que me trae recuerdos gratos, algunos muy lejanos y otros muy recientes. Al cruzar la moderna y poco estilosa plaza, allá al fondo alcanzo a ver un instante la estatua de san Juan Bautista junto al colegio de La Salle. Y a la salida de nuevo hacia la autovía rememoro los maravillosos días en que el Chico comenzaba a soltarse conduciendo hasta las trefilerías Quijano, donde cursó las prácticas de la carrera. Aquellas mañanas de un verano en que yo le esperaba en la biblioteca del pueblo, feliz y esperanzado en su futuro. Luego volvíamos a Santa, con un hambre de lobos, y allí nos recibía su madre con los brazos abiertos y las manos que recreaban el milagro bíblico de los panes y los peces. Aquella era una verdadera mística carnal de quien se daba en alimento. Quien se entregó hecha amor hasta el fin. Y no digo más.

Me llama la suegra y mañana la acompañaré a un entierro porque la tengo que llevar. Me gusta ser de ayuda en lo que pueda. Se lo debo centuplicado. Una de las cosas que siempre he admirado y me ha gustado mucho de esta familia es que se organizan muy bien de forma colaborativa. Como hasta hace no mucho hemos sido un grupo amplio viviendo en el pueblo, eso da juego para cubrir enseguida y cómodamente las necesidades de ayuda inmediata si se requiere.

Y al final de tarde me sucede algo parecido a lo de ayer. Son muestras de puro cariño. Me llama otro de mis grandes mentores y amigo tan cariñoso que sigue mis pasos como escritor casi con más interés que yo mismo. Es JMP, Peridis, siempre atento a lo que estoy haciendo y pendiente de cuándo voy a publicar. Me dice que está paseando por El Retiro y que de inmediato he acudido a su mente. No en vano hemos pegado algún que otro paseo juntos por allí. Sabe lo del libro de relatos casi a punto de imprenta y está contentísimo porque sospecho que ha preguntado al editor y este me ha puesto por las nubes respecto a lo bien escrito y a lo mucho que va a gustar. Casi me siento agobiado cuando oigo decir esto de mí. En fin, a ver si mañana me levanto pronto y me pongo a saco con las correcciones en la maqueta. Que va a llevarme tiempo y trabajo. Y mucha pasión. Que todo lo puede.


04/02/24

Amanecer perezoso como de domingo de antaño, cuando uno era joven y no miraba el reloj sino para comprobar la hora al despertarse.  Solo que hoy y aquí, en el pisuco de Santa, la claridad comienza a apuntar hacia las ocho sobre los tejados del Instituto aledaño, en cuyo cumbrial empieza muy pronto a oírse un alboroto de gaviotas. Del mismo modo, solo en esta casa disfruto del espectáculo de contemplar el cielo desde la cama. Si me levanto es porque ya no necesito más descanso y disfruto del primer silencio del día y de la primera tranquilidad de las calles. Luego, hacia las diez salgo al ritual del café y el periódico en otro de mis bares favoritos de la zona, por amplitud y comodidad para la lectura: el Picacho. Sin embargo, la luz algo tamizada por la bruma que llega de un mar gris me atrapa con su misterio y me distraigo de los sucesos del mundo que trae el papel. Tanto que pierdo interés en lo repetitivo de las noticias y me quedo embelesado con lo que pasa fuera.

Antes de comer me llama mi hermano Mon y chateamos un buen rato. Hasta que se agota la batería. Somos así los Gabiluchos. La palabra larga y sin límite. Pero la verdad es que los temas son animados e interesantes cuando se comparte una misma base intelectual, ideológica y de visión común de la vida. Y lo más extraordinario de todo para mí es que el sentido crítico y el método de razonamiento sean tan similares. Porque estas coincidencias no creo que se deban solo al hecho de ser hermanos.

Luego, por la tarde, para que no se me cargue la cabeza con el ambiente cerrado de la calefacción, me echo a la calle a estirar las piernas. Sin querer los pasos me llevan a donde quieren: a mis memorias, a mis nostalgias, a mi vida pasada… Bajo por los Pinares y cruzo la calle que me lleva a los Castros. Y justamente en este cruce, no puedo evitar mi sorpresa al constatar acabada la magnífica urbanización que tantas veces contemplé en obras cuando pasaba con Alguien y comentábamos la buena pinta de los pisos en construcción que, en efecto, allí finalmente se han levantado. Tomo también por la pequeña y sinuosa callejuela que desemboca en Pontejos. Aquí, en la casa con más encanto, el gran arco vegetal que adorna la entrada está mustio, invernal y sin flores. Pero con el tiempo que hace, no pierdo la esperanza de que pronto rebroten algunas. Como en el olmo machadiano…

No alargaré demasiado la ruta. Por Piquío cojo la vuelta en ascenso. Por la ladera pinera del cantar, la que conduce a la fuente de Cacho. Hacía tiempo que no venía a Santa y eso se nota. Porque la dulce pena me ha cogido un poco desprevenido y ha hecho su mella. Su daño más difuso que intenso en un corazón todavía con herida tierna.

Para no meterme en casa con ánimo encogido, llamo donde J/C, mis vecinos más viejitos y amables del inmueble, y me los encuentro con la hija en amena charla. Me sumo una media hora y después entro en casa para ponerme a lo mío, ya algo despejado de la telaraña de la tristeza. Echo un vistazo a la corrección de las galeradas del libro y me doy cuenta de que va a ser un trabajo intenso. No importa. Voy a ocuparme de ello con interés e ilusión. Me conozco. Todavía estoy vivo y dispuesto a enfrentarme a la propia vida. Todavía estoy aquí comprometido. Sigo siendo una pasión.

Por si no fuera suficiente, me entra un guas de José Antonio Abella en el que me agradece mi presencia ayer y me dice que siente que no pudiésemos hablar un rato más largo. Este cariño que inspiro a cierta gente de mucha valía no me lo he explicado nunca del todo. Sinceramente. Pero tengo esa suerte. Y me replico que quizá mi pasión también se nota. Le contesto a José Antonio, con admiración y reconocimiento. Y también con todo mi cariño, por supuesto. Le comento además que estoy deseando entrar en su última novela: “El corazón del cíclope”. Y es verdad.


03/02/24

No pude ayer, claro está, dar cuenta en este cuaderno de las variopintas emociones amontonadas, puesto que entre unas cosas y otras llegué a casa, al piso de Santa, a más de la una de la mañana. Cansado pero feliz.

Habíamos quedado a las cinco de la tarde en Villanueva, en casa de JH, y allí me puso al tanto de la manera de hacer los cambios en el pdf con la maqueta del libro. Y enseguida se presentaron JJ Abella y su señora, y el editor y sociólogo ER, que también intervenía en el acto posterior al que asistimos en el salón de actos del ayuntamiento.

La peli me pareció una maravilla de síntesis, actuaciones y delicadeza de enfoque para atenuar el brutal impacto de los hechos reales que recrea. No es extraño que tenga seis nominaciones para los Óscar, como tampoco se puede obviar el peso que en el guion ha tenido el criterio de Abella, cuyo libro francamente es por muchas razones (desde lo ensayístico hasta lo narrativo) bastante más potente que lo que el cine puede presentar en hora y media. Pero no hay grandes desencuentros entre los dos formatos. El animadísimo fórum posterior llevó otra hora y media, durante la cual Abella hizo gala de su rigor documental y disfrutó aclarando muchos puntos importantes de la muerte del famoso maestro republicano A. Benaiges.

Después los editores nos llevaron a “La cagigona” y también es de justicia reseñar el auténtico banquete que nos regalaron, etimológicamente hablando y no solo en sentido culinario. Pero en este último, probé por primera vez el “Dividín”, que es una torta de queso del tipo del Casar o de Cañarejal (es decir, queso de untar) que es una delicia acompañado de mermelada.

Como en todos estos encuentros, que con Valnera se convierten en reuniones de familia por obra y gracia de los dos editores, Jesús y Lines, siempre lo mejor y más sabroso de todo está en la charla informal (relativamente, solo de tono) que sigue a la parte seria de los eventos. Personalmente he ido aprendiendo que son ocasiones impagables para aprender y estrechar vínculos con los asistentes. Porque ante el hecho sagrado de los alimentos y una copa de buen vino todo el mundo termina hermanándose.

Me admira hasta lo indecible JA Abella, por supuesto, pero ayer tuve ocasión de conocer a ER, persona de una inteligencia finísima que advertí nada más cruzar unas impresiones en casa del editor, y con quien coincidí de frente en la cena. Por tanto, pude comentarle algunas consideraciones que en la presentación del coloquio ya me parecieron muy interesantes. Le noté (sin explicarme bien por qué) una tremenda sensibilidad en el gesto melancólico. Pensé que eran excesos de mi temperamento fantasioso y no de su carácter. Pero en el curso de nuestra charla, y en voz confidencial, me puso al tanto de que también había perdido a su pareja hace medio año, joven y de cáncer. Bastó con un ademán de las cejas para entendernos, pues él también sabía por JH que compartíamos la misma circunstancia. Me gustó conocerle.

Recogí dos copias escritas donde los editores antes de salir para Santa. El manuscrito que me ha revisado el también maestro JC y mi primera versión. Los dos textos son los que tengo que integrar. Pero tengo hasta finales de febrero. Probablemente el día veintiocho, cuando nos veamos para asistir en Colindres a la presentación de mis “Perlas”. En fin, que esto me salva, como he dicho tantas veces. Me aporta una inyección de ilusionado futuro. Me rescata de la pena. Y es como si estuviera oyendo a Alguien decirme al oído: “Así, así de contento quiero verte, paisanillo”.

Día tranquilo el de hoy, con soluco y temperatura muy agradables que me han llevado a dos terrazas de General Dávila con café y periódico. Me he encontrado con algún conocido pero he podido evitar el detenerme más allá del saludo. Y me he dedicado a aprovechar mi pequeña soledad gozosa.

Tras unas compras para reponer la asaltada despensa de casa, ya no he podido salir porque he tenido que esperar a un instalador para sustituir el termostato móvil de la caldera de gas. Finalmente ha llegado a las seis de la tarde y, en cuanto ha comprobado la avería, hemos quedado el lunes a primera hora para resolverlo definitivamente. Aunque la calefacción sigue funcionando, me interesa sobremanera el arreglo por razón de una mayor comodidad. He leído reposadamente y atisbando desde mi atalaya del “rinconzuco” las idas de venidas por esta cruceta de calles. Cada cuarto de hora, el autobús de la línea C5 se detiene unos minutos en la marquesina junto al edificio de la telefónica. Y luego reanuda su circuito. Y me digo que esta tranquilidad le va bien a mi corazón un poco adormecido de sentimientos. Que quizá con esto me basta.


01/02/24

Uno de la tertulia, MN, se interesaba ayer por conocer el “Cántico de las criaturas”, de san Francisco de Asís, que salió en la conversación. Ya vengo diciendo yo que tiene que haber gente para todo. Me preguntaba después por guas si tengo el texto. Es tan fácil como ponerlo en gúguel y ahí está. Le mando el enlace que agradece muchísimo. Pero ¿es que la gente no sabe que en la red se encuentra hasta la forma de cazar gamusinos? ¡Hombre por Dios!

Y, lo que son las cosas, mi memoria debe de comenzar a ser ya de persona mayor (me fastidia decir que de viejo). Porque recuerdo bien detalles de hace muchísimos años y no los inmediatos. Por ejemplo, se me va la especie cuando quiero evocar temas o personajes de novelas leídas recientemente, o simplemente títulos, y caigo en la cuenta de que no me acude un solo dato a la cabeza. Y me pone de mala leche. Quizá se deba al exceso de lectura y a ritmo vertiginoso. Esto también es verdad.

En cambio, en cuanto he releído el poemilla franciscano, enseguida se me ha iluminado el viaje de novios a Italia, con la visita a Asís y la pequeña librería en la que compré un ejemplar de “La divina comedia” en formato reducido y bellísima edición en tres partes. Recuerdo exactamente lo que me costó, pues fue cara. Y recuerdo a quién se la regalé, muchos años después, por un motivo de especial camaradería poética. Al amigo y escritor palentino CAA. Espero que haya disfrutado todo lo que se merece.

Y también en ese instante compré un pequeño “Cantico delle creature”, con dibujos preciosos y pequeños pies de texto con versos del cantar. En un original formato desplegable al modo de un acordeón. Haciendo memoria he terminado sabiendo dónde lo tenía guardado, aún dentro de la bolsita minúscula de papel cebolla, con la dirección del establecimiento. Hoy ha ido a parar a MN, que lo ha recibido como una aparición. No tiene mayor importancia.

En abril hará treinta años. De la basílica de Asís no guardo memoria precisa porque me encontraba en una nube: la del Amor que iba a ser eterno. Pero veo aún los ojos atónitos de Alguien a mi lado, con una de esas miradas que después sorprendería tantas veces a lo largo de la vida en común. Y lo que aquella frente estaba pensando: “¡Qué tipo más friki! ¡Cómo puede gastar dinero es estas cosas!” Con el tiempo, ella misma terminó participando de mis excentricidades, como yo fui asumiendo sus gustos y preferencias. Del viaje tengo más clara visión de las visitas a Florencia y Roma. Y, por encima de todo, conservo la permanente impresión de que mis sentidos palpitaban con su felicidad. De eso estoy seguro. Siento ahora mismo esa felicidad suya, como si de mí saliera una cadena de oro que la busca por el universo y la encuentra y volvemos a estar unidos… Mi felicidad siempre fue secundaria, pues despendía de verla a ella feliz.

Así fue aquella aventura que duró un soplo de tiempo. Hoy lo he rememorado con el detalle del curioso “Cantico delle creature”. Antes y después de aquello, vería la maravillosa película de F. Zeffirelli, “Hermano sol, hermana luna”, sobre la vida de san Francisco y santa Clara. Y eso me ha llevado a su vez hasta una reunión de jóvenes en la que participé siendo todavía un adolescente, en León. Se llamaba “Mariápolis”. Y también allí oí la primera versión cantada y acompañada con la guitarra por un chaval italiano. Unos pocos versos que jamás he olvidado y todavía puedo entonarlos sin dificultad: “Laudato sii, o mi signore, per tutte le tue creature: per il sole, per la luna, per il vento, per il fuoco…”


31/01/24

Y enero que se nos fue por la borda como una exhalación, que quiere decir como un rayo. “Se me ha muerto como del rayo…”, dice Miguel Hernández de su amigo José Marín. Al que seguirá otro extraño quiebro sintáctico: “…con quien tanto quería”. En la famosa “Elegía” de ERQNC. ¿Por qué estos distingos un poco pedantes en una dedicatoria luctuosa?

De lo cual también concluye uno la violencia con que nos arrasa el tiempo. Ya hemos gastado una porción importante del año. Hemos quemado a nuestras espaldas su puerta de entrada, “ianua”, en latín: “januarius”, enero. En la iconografía clásica se representaba con el dios Jano bifronte, porque miraba para los dos lados opuestos. Salida de algo y entrada en algo. Año viejo y nuevo. “Jano”, o sea, la misma raíz que “ianua”. ¿Estamos? Pues por mi parte, vale de filologías. Quien quiera más que vaya a IV, que lo escribe muy bonito y detallado en su maravilloso ensayo EIEUJ.

A mí lo que me interesa de esto, sobre todo, es que la vida reglada y ordenada de jubilado me permite apreciar casi de forma impresionista el paso veloz y fugaz de la vida. Como un mero brochazo instantáneo en el cielo que observo todas las mañanas en cuanto me siento a leer. Ya es otro día, me digo… Ya cayó el día, me repito cuando lo dejo y cierro el velux hacia las nueve de la noche. Y así voy registrando minuciosamente cada paso de mi propio ascender y declinar. Y lo acepto con más o menos alegría si la jornada me ha resultado más o menos provechosa. No pido más.

La tarde ha sido también una maravilla. Por lo extemporáneo de una temperatura más bien primaveral. Por fin me he tirado al monte con la burra y he pasado hora y media divina. He regresado con la respiración perfecta y la cabeza oxigenada. A ver cuántos días nos deja disfrutar de un sol tan rico, aunque sea una anomalía climática. La misma luz y el mismo calor que, en días así, vivificaban hasta el último momento a Alguien que se recogía sobre sí misma y se abrazaba y dejaba escapar una interjección de agradecido placer: ¡Hummmm! Era su forma de celebrar cada minuto de vida que se le deslizaba aceleradamente. Como una exhalación. Como del rayo.


30/01/24

Ahora, además de dormir como un tronco, parece que se han vuelto las tornas y no he perdido ni un minuto en toda la mañana. Excepto la media hora del café. Y es que cuando uno está en perfectas condiciones físicas se nota en la claridad mental. Las palabras necesitan ser paladeadas mientras se leen o se escriben; de lo contrario, no se disfruta más que en el plano instintivo, como cuando un animal se traga de una vez a otro.

De esta manera, caigo en la cuenta enseguida de que he utilizado hace un momento una expresión como “volverse las tornas”, que me gusta mucho porque me recuerda a mi padre. Y conservo un pequeño vocabulario muy específico escuchado de su boca (chiminuces, tontarra), que siempre he identificado con una ascendencia logroñesa o vasconavarra, de donde es posible que procediera el apellido. En fin, son cábalas. Pero es maravilloso elucubrar a veces sobre el viaje de algunas palabras que brillan con alma propia cuando las pronunciamos.

Total, que le he dedicado un rato largo a una novela pendiente de título raro, “Anoxia”, de MAH. Me ha llevado a ella sus buenas críticas y la he cogido con gusto. Una historia muy bonita, aunque su resumen suene mal de entrada: dos profesionales que se dedican a fotografiar a personas muertas, como era costumbre antiguamente. No hace tanto como se piensa. Evitaré descubrir nada más allá de que la anécdota sirve para hablar de emociones humanas esenciales. Bien estructurada en capítulos cortos y ágiles, con un estilo muy legible sin perder por ello profundidad. De esto que te entran ganas de sentarte a leer en cuanto te levantas. Como que vas a asistir a una reunión muy íntima.

Solo dejaré esta cita sobre la mujer protagonista, que perdió a su marido en un accidente: “…lo recuerda cada vez más a través de las imágenes impresas a las que puede regresar que de las escenas que guarda en su memoria. Sobre todo, porque hay una imagen que falta… Esa a la que de ningún modo es posible regresar”. Sin más comentarios.

De mi selección anual de libros (novelas, sobre todo) ya he dicho algo otras veces. Suelen ser en torno a cincuenta, de las cuales leo lo que puedo. Pero ahora lo que me interesa comentar es que mi lista no tiene nada que ver con lo que se lee o se comenta en el IG que frecuento a diario. La gente que participa de esta red, incluso muy aficionada a la lectura y la escritura, se traga lo que le echen y por las razones más variopintas. Fundamentalmente, por información de oídas de gente cercana. Es más, excepto tres escritores muy conocidos, no he leído un solo comentario sobre ninguno de los mejor considerados por la crítica al uso. Sobre todo, periodística.

Por supuesto, no voy a pasar por un pedante haciendo de consultoría de la buena literatura. Cada cual, a su bola. Pero es pasmoso que mucha gente no sepa que lo que lee es insustancial, ni siquiera como entretenimiento. Como si alguien se alimentase de chucherías o de bollería. Ya he utilizado el símil antes en mis escritos y recurría a él en mis clases de antaño. Eso no es comer bien. Allá tú.

Así que luego publicas un par de líneas en el IG del domingo y más de una vez me ha comentado alguien que no lo entiende. Este finde pasado dije que una mirada artística enseña algo del objeto y algo del artista. El artista mira de una forma especial y al objeto lo vemos de un modo especial. Es una idea muy corriente y tampoco es tan difícil de entender. En todo caso, vuelvo a repetir que cada cual a su bola. Tiene que haber de tó. Pero que conste que no seré yo quien discrimine o critique a los demás; al contrario, suelo ser el que pasa por friki.

En cambio, lo que nadie puede discutir es que anoche volví a ver una peli maravillosa. Del oeste. “El hombre que mató a Liberty Valance”, de J. Ford. El que no la haya visto, se pierde algo grande. El mundo recién estrenado. El oeste recién conquistado. Un país a punto de nacer porque sustituye la violencia por la ley. Una lección que viene muy bien recordar porque es plenamente actual. Y si quieres lo entiendes, ¿vale?


29/01/24

No es ningún descubrimiento subrayar el peso de las circunstancias en la vida de cada cual. A veces, las más insospechadas por parecer banales resulta que son decisivas. En lo biológico, por ejemplo: respirar bien, ejercicio con frecuencia, beber diariamente agua para hidratarse, comer y dormir con orden y concierto. Lo digo porque lo he constatado en carne propia. En cuanto se pasa del hábito nocivo al saludable se aprecia la diferencia. Basta que una semana se altere el organismo por las bajadas de temperatura o por la exposición a una carga mayor de virus ambientales, y ya se entorpece y se deteriora el funcionamiento de la vida ordinaria. Y, lo que es más importante, se resiente la vida intelectiva y afectiva. Es posible que cada persona sea de una mayor o menor vulnerabilidad. Yo soy frágil en este sentido. Y, por el contrario, cuando me sobrepongo (como en estos últimos días), el subidón en todos los aspectos es prodigioso, una inyección de moral.

De este modo, he recuperado buena parte de la lectura que se me había ralentizado. He leído más despejado y atento que nunca… Lo siento, pero he dejado por el camino algún libro de relatos y de plena actualidad que, sin embargo, ha superado mi paciencia. Bien está el riesgo literario y la valentía técnica, pero no se puede abandonar al receptor. Con experiencia de más de cincuenta años (escritura, lectura, docencia), no llevo bien dedicar mi tiempo a una obra en la que no me entero de nada prácticamente (y menos siendo relatos: uno tras otro… ¡nada!). Mi conclusión es clara, porque el autor me gustó mucho hace años y comencé a seguirlo desde sus comienzos: podrá considerarse un escritor de culto, me da igual; se ha pasado de exquisito o de enredar la madeja. Salto de página y a otra cosa mariposa. No tengo edad ya para que me aburra alguien que no sabe en qué dar. Ni siquiera en literatura, que en principio admite mucho cuento.

Apetecía un paseo largo por la buena tarde que hacía. Pero no esperaba tirarme tres horas por ahí. Claro que ha sido doble porque me he encontrado con dos compañeros de la enseñanza también jubilados, LG y MO, y he enlazado mi ruta con la suya. Hemos regresado casi de noche. Le hemos dado a la piqueta en mil asuntos, sobre todo, de política. No sé por qué si los tiempos que corren están más que otra cosa para evitar charlas de este tipo. Pero nos conocemos de hace muchísimos años y partimos de una base desde la cual es muy fácil entenderse. Aun defendiendo algunas ideas opuestas. He observado desencanto. Y esto a mí me choca mucho. Yo no pierdo el interés ni me canso de debatir. Pero es cierto que en el fondo me afecta muy poco. En una isla desierta podría estar sin periódicos, pero no sin libros de literatura.

Estoy harto y enfadadísimo y deseando que llegue el viernes para irme a Santa y llevar de una santa vez el texto de los relatos. Corregido, como esté, en ese momento. Porque en cuanto abro el archivo, cada día que entro y vuelvo sobre ello, todo son matices. No cuestiones generales y significativas sino posibles pequeños cambios. Y me pongo nervioso.

Va a tener razón mi amigo y maestro JC cuando dice que él suele dejar reposar no menos de seis meses un manuscrito después de terminado. Y luego lo retoma y se lo pasa muy bien puliendo. Hasta dejarlo a punto. El problema es que yo pienso que no existe una versión definitiva si continúas releyendo constantemente. Porque ninguna se termina jamás de dar por concluida. En todo caso, se corre el riesgo de empeorarlo. Y este sí es un límite claro. Espero que lo mío no haya sobrepasado esa línea. En fin, que tengo ganas de largarlo de una vez de casa y que inicie su camino sin mí. Como un hijo.


28/01/24

Cuando suele concluir el mes, el blog suele darme unas cifras de fría estadística, sin más datos concretos que los países de donde proceden las entradas que se han producido y poco más. No puedo saber si pertenecen a muchas personas diferentes o son reiteraciones de unos pocos lectores fieles. Más bien me creo esto último. No tiene mayor importancia, porque mi alcance como bloguero y como escritor es muy reducido. Tener mil treinta visitas durante enero es una nimiedad, lo sé. Pero a estas personas se lo agradezco, aunque escribiría igual si nadie absolutamente mirase por mi ventana virtual a ver qué es de mí (imagino que esto es lo que mueve a los asiduos). Ni me sentiría menos querido ni menos exitoso. Quien escribe se dirige al mundo, aunque pueda suponer quiénes son unos pocos de esos seguidores.

Pero lo que sí suscita mi picajosa curiosidad es que muchos días las visitas se hacen por la noche. También hay una clasificación por horas en el sistema. Es posible que esto sea así por los diferentes horarios en distintas latitudes, pues hay una pequeña parte que entran desde rincones alejados del mundo. Quizá sea el azaroso algoritmo que nos gobierna. La IA, Inteligencia Artificial, como dicen ahora, que parece que suena a la antigua CIA. En fin, no me explico que haya días en que desde las diez de la noche hasta las ocho de la mañana estén produciéndose entradas durante todo ese intervalo. De mi noche, mientras duermo. Y esto tiene algo de extraño o misterioso para mí, porque me da la sensación de que alguien custodia mi sueño. O Alguien vela por mí a través de los ojos de unos pocos, porque sabe que este pequeño grupo es de gente que me quiere. 

Es, en definitiva, la red de redes: dejar una ventana abierta en tu casa para que pueda asomarse quien lo desee. No es indiscreto, porque cuenta con tu permiso, pero es un espacio privado. Y en este punto intermedio es donde surge mi pregunta: ¿Quién me observará a las tres o las cuatro o las cinco de la mañana? ¿No sería más lógico mirar en pleno día? Total, son cinco o diez minutos de lectura. Lo cual también me lleva a pensar que hay gente que de alguna forma gusta compartir anónimamente cierta intimidad conmigo. Alguien que espera el conticinio y lee en medio de la oscura noche, a solas y retirado en su espacio de intimidad, es lo más hermoso que el escritor puede lograr, lo que busca en el fondo, lo que da sentido a su pasión. Alguien Especial. Alguien que me lee ahora. Tú.


27/01/24

Día inmejorable de temperatura para haber pegado un paseo largo en la burra, pero me he entretenido después de comer y se me ha hecho tarde. Y mira que he descansado bien anoche. Mañana me pienso resarcir si la cosa sigue igual. Este no es tiempo de invierno. No hay quien lo entienda. No obstante, he salido un buen rato a pata.

Me encuentro con TB, con quien siempre hay algo que comentar y me parece un hombre sociable y vitalista. Es uno de esos tipos que no ha declinado físicamente desde que yo le conozco, hace muchos años. De esos que se acerca ya a los ochenta y lleva un ritmo frenético en su marcha y cuando nos paramos no presenta síntomas de fatiga o jadeo. Incombustible. Dice que le cuesta mucho superar las setenta pulsaciones. En verdad que he conocido a pocos así. Curiosamente no ha sido deportista, aparte de sus constantes y diarias caminatas cercanas a los diez kilómetros. Creo que su gran virtud es el orden, el hábito y la regularidad. Tomo nota.

También me paro en la Cascajera con A/E, un matrimonio amigo desde los tiempos en que colaboré en política municipal. Siempre la he visto a ella preocupada por su salud, hipocondriaca y pesimista. Conozco algo más en particular y quizá tiene sus razones. A temporadas está muy depresiva. Pero admiro sobre todo la bonhomía de él, su paciencia. Es de las personas que acepta con realismo su circunstancia. Además, en ella creo que se agrava la dolencia concreta con la enfermedad del vivir. O sea, con la conciencia de que el tiempo no perdona y nos conduce sin remedio hacia el fin. Y estoy empezando a darme cuenta de que este es un mal mucho más frecuente de lo que yo me imaginaba. Incluso en personas sanas. Es aquello de que la vejez es jodida o es un asco. Como suele quejarse alguno. Por mi parte, no quiero caer en esa actitud ni entrar en esa dinámica. Hacer, hacer, hacer. Me digo.

Avanzo en las lecturas cuando puedo estar un buen rato con la mente enfilada. Los días que me deja el cuerpo, claro. Tiendo a pensar que me lo impide la mala calidad del sueño, pero creo que el cuerpo también me condiciona por otras necesidades. Nunca había pasado un período tan larguísimo sin sexo. Es incómodo y está uno irritable. Tal vez me engaño cuando me digo que el impulso se irá apagando poco a poco hasta dejarme tranquilo. Porque este poco a poco puede suponer todavía algunos años. Por supuesto, no con tanta urgencia como cuando uno es joven. Menos mal. Aunque tampoco suele ocuparme la cabeza de ordinario, más que de forma muy pasajera. Es la hombría que en realidad no termina de apagarse nunca. Lo que tengo claro es que no me voy a conformar con una simple compañía ni haré el idiota (creo, de momento). Como le prometí a Alguien.

Lo que no me resulta incómodo en absoluto es no sentir amor por nadie. Lo llevo bien y en cierto modo lo prefiero así. Porque si estuviera enamorado y las cosas no salieran adelante sería muy distinto a la mera abstinencia sexual y me comería la cabeza de angustia. No puedo arriesgarme a sufrir por alguien y que se me junten dos carencias: de cuerpo y alma. Hasta el momento, el luto me ha preservado de cualquier intento. En cuanto a sentimientos, estoy frío. Pero esto no duele. Esa es la verdad.


26/01/24

Desde que me he levantado he tenido el recuerdo recurrente de que hoy se cumplen seis años de lo de mi madre. Pero esta evocación es de un carácter completamente distinto a otras. Lo contemplo como la culminación de un ciclo completo. Mi madre llegó a los ochenta y cinco años y en cierto modo tuvo la suerte de hacer su salida de forma rápida e indolora. Como ella decía: que quería morirse bien, como su padre. En circunstancias generales, son estas dos condiciones exclusivas las que cualquiera pediría. Las que todos firmaríamos de antemano como el mejor testamento vital.

Y cuando las cosas se producen de este modo tan natural y por su turno, desaparece el sentimiento de dolor y casi casi ya ni siquiera notamos el de tristeza. Cuando lo pienso, de mi madre solo acuden a mi mente imágenes dispersas pero alegres y bulliciosas. Como era ella. Esto solo se atenuó en la última parte de su vida por el miedo a dejarnos el cargo de mi tío. Eso me ha parecido siempre.

Así que, por esa parte, tampoco me queda remordimiento alguno, porque me repito muchas veces que todos los de mi casa habrían estado satisfechos con la suerte que le ha correspondido a este bendito que yo llamo mi socio. Pero tampoco me atribuyo mérito alguno por ello. Cada uno defendemos nuestra casa como mejor podemos. Me refiero a la vida y la hacienda. Todo va junto. Eso sí, siempre me he sentido orgulloso de la manera como lo hemos solucionado mi hermano y yo. Una auténtica división de tareas hablada y asumida por ambos responsablemente. A él le tocó cuidar desde allí durante muchos años y a mí me tocará aquí la parte final hasta cuando sea. Lo único que se puede pedir es que no haya muchas complicaciones.

En cambio, sobre mi caso particular, no acierto a enjuiciarlo con claridad porque ha sido fuera de lo habitual. Solo espero que el tiempo haga su trabajo y me alivie de la carga mayor de la pena. Tengo a mi favor que no soy un hombre pesimista. Pero tampoco soy un tipo valiente para sobrellevar una enfermedad larga soportada a solas en casa. Y no digamos fuera de mi casa…

Por eso no encuentro otra fórmula más inteligente que cavilar sobre proyectos que me ocupen períodos de tiempo extensos, de ejecución lenta y compleja, y cuyos resultados requieran gran concentración. Esta es la única forma de olvidarme de cualquier otra cosa y de estar motivado en el día a día. Probablemente ya no viviré una gran ilusión, pero sí disfrutaré de una estimulante ocupación.

Y no es que no conozca a alguna persona con quien intuyo que podría estar a gusto y a quien estaría dispuesto a hacer que se sintiera feliz, pero sucede que a estas alturas de la película todo son circunstancias en contra. Quizá la primera de todas, que uno ya no está para interesarle a nadie ni tiene nada que ofrecer a nadie. Por tanto, aunque parezca a simple vista que esto que voy a decir es un programa aburridísimo y que mejor sería un tipo jubilado que participa de bailes y de viajes y de vainas del Imserso, a mí cada día de mi viudez que va transcurriendo se me hace más meridiano que mi gran remedio es una vida normal y corriente, cumpliendo con mis compromisos familiares y sociales, pero dedicada a escribir. Escribir y escribir. Y lo vamos viendo.


25/01/24

Una de las columnas más simpáticas, además de bien escrita, que tiene el diario EP en la última de los jueves, la firma LSM, periodista alicantina. La sigo con interés desde hace tiempo. Alegra incluso cuando trata un tema grave. De este modo, hoy arrancaba diciendo: “Los días pueden ser muy largos y las noches muy negras cuando no se tiene quien te eche cuenta… Alguien a quien le importes y te importe más allá de los cuidados debidos. Alguien con quien descansar de ti mismo. Hay quien lo llama amor”.

Lo traigo a colación para mostrar con ejemplo ajeno el sentido hondo de ese pronombre que también yo vengo pronunciando desde hace un tiempo en la parte final de estas confidencias: Alguien. Y para significar que ese Alguien genérico tuvo nombre. Fue un Nombre Propio. Pero desde que la persona dejó de existir y mientras su nombre resuene constante en la bóveda de mi cabeza, será genérico y propio al mismo tiempo. Una contradicción muy barroca. Alguien en mí. Y pienso que cuando pase mucho más tiempo no lo olvidaré, pero dejará de sonarme por dentro a todas horas y perderá la evocación de una presencia. Porque lo que no se nombra deja de existir. Y en adelante será Nadie. Y me invade ese otro sentimiento tan barroco como es el desengaño, que en las representaciones artísticas de esa época se plasmó con la imagen de la belleza enferma. Yo viví el esplendor de la belleza y la escatología del amor, ese violento contraste que también es un genuino rasgo barroco.

Pateo las calles con la sensación a ratos de que voy de vuelo. Como si se me hubiese vaciado el cuerpo y, sin embargo, siguiera caminando. Mientras, algo de mí más aéreo planea por encima, sin llegar a separarse ni a alejarse, con figura semejante a un aleteante pajarillo.

Y me digo que lo que estoy viviendo no es fácil de llevar. Ni siquiera de comprender más que a medias, incluso por los más cercanos y que más te quieren. Porque no hay ayuda posible de los demás. Si acaso un mínimo consuelo cuando pienso en otros con los que me siento solidario porque han vivido lo mismo. O algo peor. Siempre hay a quien le dieron mayor tormento.

No lo he confesado hasta hoy, pero me acompaña algunos días sin saber por qué el recuerdo de mi prima MC y de MA, su marido, que perdieron no hace mucho un hijo de veinte años. Y cuando me paro unos instantes sobre esa imagen, me atraviesa un dolor verdadero. Un dolor del que solo puedo intuir una mínima parte, apenas tocarlo en uno de sus extremos. Porque sospecho que es inmenso. Desde luego, un dolor mucho más grande que el mío. Tanto que encierra el secreto de la condición humana: convertirse en sabio a cambio de un precio muy alto.


24/01/24

¡Qué barbaridad! Ya ni siquiera pillo el sueño al comienzo, nada más acostarme. Después, me desvelo en medio de la noche y no sé qué hacer palpando las sombras y vagando por casa como alma en pena, y por fin me despierto antes de las seis a buscar el sofá. Aquí es donde parece que aguanto un par de horas bien. Incorporado. Porque siempre el problema estriba en que la nariz, su fosa nasal derecha, sobre todo, se congestiona, se obtura, se opila, se obstruye, se atasca, se tapa, se tranca… Suma y sigue. ¿Hay una putada mayor o soy un neurótico? Y si no descanso, no leo. Y si no leo, no vivo. Y si no vivo, sobro.

No, no es depresión. Es rabia. Es afán de seguir mordiendo los frutos de la vida y arañando la tierra para continuar… Y, sin embargo, parece que la puta vida no hace más que poner palos en las ruedas. Es como si dijera: “Pues ya que tienes tantas ganas, ahora te voy a exigir un plus. Un poquito de lastre para hacértelo más difícil: A ver si hay huevos…” Y es cuando decide quitarme fuerzas quitándome descanso. Como cuando se mete reja a un toro para sangrarlo y que pierda bravura. Y tira palante y mira a ver cómo te las arreglas, galán…

Con los pies a rastras, a las siete y pico me dedico a limpiar de adornos navideños la sala, desperdigados por todos los rincones. Meto todo ello con saña en un cajón. Sobre la pared quedan el abeto poblado de mil adornos colgantes como colgajos ya sin sentido en estas fechas y el cuadro bordado a punto de cruz que confeccionó con todo su amor e ilusión Alguien. Aquí pone la fecha: 1994. Estrenábamos casa, amor, vida. Todo compartido. Ahí ha quedado y no para siempre. Para la posteridad (hasta donde llegue). Para la nostalgia revivida año tras año (mientras lleguemos). Para la hiriente memoria (hasta donde llegue yo).

Ando tan chamuscado que salgo por la tarde a morder el aire. No hace malo. Por el camino encuentro a mi suegra y decido acompañarla a buscar a una de las niñas al poli. A ver si me calmo un poco y me distraigo hablando un rato con ella, que falta le hará también a la pobre.

A la vuelta me ha acompañado hasta el súper para aconsejarme en unas compras, sobre todo de carne de morcillo para guisarla mañana con patatas. Me da cuatro instrucciones que no me han parecido de difícil ejecución. Pienso preparar una buena pota. Lo malo es que no progreso mucho, porque con una docena de recetas de mediodía me muevo constantemente. Y repitiendo un poquito cubro el mes. Hasta el siguiente, cuando el gusto ya no se acuerda de lo que comió quince días antes. Así funciona uno. Penoso.

Tengo el corazón frío, vacío y calcificado. Como una habitación desmantelada, cerrada y abandonada desde hace muchísimos años. Con el nombre de Alguien en una pared, apenas legible. En un caserón perdido y ya inhabitable en el centro de una gran ciudad. Sin que quede memoria tampoco de quiénes fueron sus dueños. Ni siquiera la asaltan. Simplemente se deteriora con lentitud. Pero conserva por fuera un aspecto presentable. A ratos recibe un sol que hace presumir la posibilidad de una nueva ocupación. Disimula la buena factura de su fábrica. Sigue ahí. Está. Ese soy yo. En el dintel de una puerta con herrajes que la hacen infranqueable todavía puede leerse sobre placa de cerámica desconchada: “Villa Soledad”. A punto ya para que comiencen a surgir leyendas sobre ella.


23/01/24

Y que no hay manera… Hacia las cinco y pico, arriba. Hidrato la nariz y cambio de postura en el sofá. Por suerte, caigo enseguida y aguanto hasta poco antes de las ocho. Y vaya si se nota: He podido leer después hora y media sin apenas somnolencia. Casi sin esfuerzo, lo que quiere decir que aprovecho al máximo con la mente despejada.

Con Montaigne voy avanzando otra porción de capítulos que añado a mi conocimiento de los “Ensayos”. Interrumpo su compañía hasta una próxima ocasión. No es autor ni volumen (mil páginas prietas) que pueda leerse de una tirada (él no lo hubiera aconsejado de ninguna manera). Pero no deja de sorprenderme cada vez que lo visito. Tratándose de un clásico, su irreverencia me atrae mucho. Esto he leído hoy: “No pretendo dar a conocer las cosas sino a mí mismo”, dice. “Nada hay por lo que quiera romperme la cabeza, ni siquiera por el saber, cualquiera que sea su valor”, dice. “En los libros solo busco deleitarme mediante sano entretenimiento… Mi proyecto es pasar dulcemente, que no laboriosamente, lo que me queda de vida…  Si un libro me resulta enfadoso, cojo otro; y solo me dedico a él en las horas en las que el aburrimiento de no hacer nada empieza a apoderarse de mí”. Como puede observarse, un singular plan de vida. Teniendo en cuenta que se retiró a la paz de su castillo a los treinta y tantos años.

Una nueva visita al banco y luego a la compañía del agua me comen las dos últimas horas de la mañana. Antes de pagar una multa de la Chiqui (primera y última) pregunto si va a llevar comisión. “Claro”, me responden. “Entonces, déjalo. Ya me las apaño”, replico. Y acto seguido se resuelve sin comisión, en el cajero automático. Así son las cosas. Asuntos administrativos engorrosos y que nunca se dejan cerrados del todo, pues en esta vida moderna es imposible que cualquier solución de un problema permanezca un trimestre completo sin alteración y sin modificaciones. Es el pago que exigen las nuevas tecnologías. Todo el santo día te tienen aperreado.

Buen paseo, que completa el programa de recuperación tras las indigestas navidades. Me ha costado retornar a la normalidad. Las comidas abundantes tienen su rebote durante un tiempo. El cuerpo pide en demasía. Para ello es necesario el orden moderado anterior, sin ningún régimen específico. Solo comer lo habitual y necesario. Y el cuerpo responde enseguida. No hay más que comprobar que con la alimentación suficiente ni siquiera necesitas cagar todos los días, y además se reducen al máximo la expulsión de gases. Pero hay que reconocer que cuesta admitir que comer pueda ser malo. Pues sí.

Como todo no puede ir perfecto, hoy he notado una lesión en la muñeca de la mano izquierda. Cuando la giro en determinadas posiciones, me duele mucho. No me lo explico, no he tenido ningún percance. Si presiono sobre un pequeño hueso que al tacto parece redondeado (tal vez algún extremo o rótula), lo sufro intensamente. Pero se quita rápido. Me digo que una vez más es la condena de Sísifo: empujar la roca montaña arriba para que vuelva a caer al valle y comience el ascenso de nuevo. La vida misma.

Revisados y corregidos por segunda vez los relatos de mi “Bicho”. Puesto que el dos de febrero tengo que ir a ver al editor y llevar el texto, pienso que ya no queda tiempo para pegar una nueva vuelta. Y me quedaré insatisfecho y enfadado cuando se lo entregue. Nunca se termina de pulir una obra. También en esto anda Sísifo rondando. Nada hay perfecto, es verdad, pero seguro que cuando lea por primera vez la edición impresa me pondré como una gaseosa. Es el tedio que me produce corregir combinado con el afán de perfeccionismo. De todos modos, he pensado echar un ojo a los más extensos. En mi libro anterior solo descubrí una errata y casi me da un ataque de ansiedad. Por si no fuese bastante, no termino de resolver si el título mejor es “Bicho” o “Bichito”. Y luego vendrá la portada…

Escribir una obra es un acto de plenitud inigualable. La creación de ese pequeño mundo te colma tanto que te convierte a su vez en un pequeño dios. Por eso, en cuanto te desprendes de tu creación en una especie de parto (salvando distancias), experimentas un sentimiento de vacío. Llegas a plantearte: Y todo esto, ¿para qué? ¡Qué más da! Pero cuando luego lo abres, lo hueles, lo hojeas, lo remiras… comprendes su sentido.


22/01/24

De todas las tranquilizadoras rutinas que uno adquiere cuando vive solo, una de las primeras nada más abrir los ojos por la mañana, incorporarse y caminar hacia el baño, es mirar el calendario (los dos grandes que tengo en la cocina). Es como si este gesto constatara que hemos ganado un día más de vida y una invitación a gozarlo con fruición.

No es de ahora sino de hace muchísimos años, casi desde que comencé a trabajar y a funcionar independiente. Solo que en este momento de mi vida pesan otras circunstancias que restan vitalidad y suman accesos de melancolía. Y esto solo es bueno si no se apodera de ti y se queda en un escalofrío pasajero. Pero tengo que hacer el esfuerzo de sobreponerme.

De esta manera me vienen visitando los recuerdos cada vez que llega el día veintidós de los sucesivos meses. Hay una llamada psicológica que se produce desde el inconsciente, pero que no falla. Cada uno de los veinte meses que han pasado desde que Alguien se fue. Es más, a ratos pienso que es ella que me saluda y se hace presente desde lo invisible: “Hola, soy yo”. Y a cada uno de estos pálpitos he preguntado: “¿Dónde estás?” Sin que haya seguido respuesta. Quizá era un espejismo acústico. O un eco.

Madrugo y a las ocho ya estoy delante del atril. Sensación de bienestar, pero enseguida me pesan los ojos. Ya me mosquea desde hace meses este sopor inexplicable cuando estoy bien descansado. O eso creo y mi sueño es superficial por motivos que no conozco. O necesito más horas que tampoco las aguanta el cuerpo. Unos instantes me dejo caer recostado en el sofá.

Luego regreso al ensayo entre manos del maestro bordelés titulado “Ejercicio”, que curiosamente habla sobre la experiencia anticipada de la muerte. Uf, uf, me digo. No estoy para ir tan hondo. Remato el capítulo y enseguida determino dejar también el de JO de relatos para otro momento (me informan que ha sacado novela nueva). Mejor ocuparme en algo físico que me avive. Preparo una pota de macarrones con salchichas salteadas sobre unos ajos, sencillos pero muy resultones. Con el tomate añadido al final, me han gustado. Ya ves qué fácil a veces, cuando te viene a la cabeza la receta más simple que puedas imaginar. Y al socio también le encantan. Además, resuelvo para tres días, que es lo fundamental.

El saludable paseo de la tarde me deja como un reloj el cuerpo, todo menos que después noto el frío en la nariz y la garganta. Me ocurre casi a diario. Y eso que procuro no exponerme. Soy sumamente vulnerable en esos puntos. Como Aquiles en el talón, aunque le llamasen “el de los pies ligeros”.

Voy divagando por el camino sobre estas cosas. Siempre friki, siempre distraído de lo exterior y en conversación íntima con mis amores, mis héroes y mis fantasmas. Caigo en la cuenta de que fue probablemente lo primero que leí sobre los trece años. Me recuerdo subiendo por el cementerio de Piña hacia arriba, cruzando el camino real, y sentado bajo el frescor veraniego de los pinos. Era un ejemplar de la baratísima edición de Austral. La Odisea. Creo que este fue el primero. Recuerdo el epíteto épico del amanecer: “La aurora de rosáceos dedos”. “¿Esto es la literatura?”, me preguntaba yo, rascándome las greñas y los granos adolescentes y pajilleros de la cara. Y por ahí debió de comenzar la aventura de la vida imaginaria hecha ficción. 

Hoy creo que fue el más grande descubrimiento de mi existencia. Porque ha sido mi única pasión que nunca ha cesado y que me ha mantenido y me mantendrá con esperanza hasta el último segundo. Pues no conozco otra arma mejor para desafiar a la muerte. Sé que vencerá ella. Pero eso no importa.


21/01/24

Disperso todo el santo día en obligaciones nimias y actividades diminutas, pero desgraciadamente necesarias. La colada en los dos pisos, que parece no exigir nada, no es esfuerzo pero es tiempo. Toda labor lleva tiempo y, por tanto, resta tiempo que podría dedicarse a otra cosa. Además, ahora en invierno, en cuanto se orea en el tendedero exterior hay que colocarla y dejarla secar del todo en el interior. Y estoy a la espera. Esa es la clave.

Porque parece según oigo que los hombres no sabemos dedicarnos a otro asunto, si tenemos uno pendiente de resolver a la inmediata, mientras este llega. Un lío. Y es cierto que por costumbre veníamos pensando cuando esto sucedía: “Ya lo solucionará ella”. Hasta que ella falta. Y nos vemos obligados a dejar de ser inútiles como excusa.

A ello se ha añadido que me he trabado nada más levantarme en la publicación dominguera en el IG. No chutaba el móvil o por algún fallo desconocido no terminaba de resolver unas mínimas pijadillas técnicas, que normalmente me ocupan diez minutos porque ya lo tengo pensado de antemano, como es lógico. Pues esta chorrada me ha comido más de media hora y me han llevado los demonios.

Y para remate en el café me he enrollado más de la cuenta con un par de tipos que conozco y me divertía el palique sobre los chascarrillos que han surgido. Con lo cual, tampoco tenía revisada la prensa cuando he vuelto a casa y eso también me deja casi sin margen para leer un rato lucido antes de comer. Total, que incluso con la comida hecha, hay días en que la mañana se me va sin darme cuenta. Y no espabilo.

No es que pida demasiado, pero lo cierto es que a menudo me enfado muchísimo conmigo mismo si no saco unas horas para lo mío. Digo, teniendo en cuenta que estoy jubilado. Ya sé que cuatro o cinco horas diarias a otros les parecerá una barbaridad de tiempo, pero es a lo que estaba acostumbrado antes durante el tiempo libre. Cuando ese tiempo maravilloso era un regalo de Alguien. La vida me lo ha hecho ver muy claro.

De algún escritor amigo, como JAA, conozco que hay días que dedica once horas a la literatura. No estoy exagerando, porque he sabido este dato casualmente hace unos días por mi editor, cuando me quejaba de que no llego a todo lo que me gustaría hacer: ni en lecturas pendientes ni en escritura de algunas ideas nuevas que me rondan. A mí vivir obsesionado también me parece nocivo. Y más si se vive solo.

Es verdad que un proyecto literario serio necesita dedicación exclusiva. Solo el que está en ello conoce la dificultad de llenar una página de palabras bien puestas. Escribir es salir del mundo real para centrar la atención en otro ficticio pero que parezca real. Y, entonces, ¿quién se ocupa del mundo real? Respuesta: Alguien. ¿Y si ese Alguien también quiere tener vida propia? Respuesta: Pues deberá poseer notables dosis de generosidad. O comprensión. O amor. O de sentido práctico de las circunstancias, que es una gran virtud en mi opinión. Todo ello junto lleva a un perfil: la pareja de un(a) artista. Alguien. ¿Y a qué conclusión me conduce a mí esto que acabo de decir? Pues que en mis circunstancias eso ya se ha convertido en una opción imposible. Ni lo espero ni lo quiero.

Tengo ya edad y madurez suficientes para saber lo que es sensato y lo que es excesivo. Es más, no me ha quedado más remedio que aprender a toda prisa la forma de no ser dependiente y conservar mi libertad. Por eso, ahora recuerdo un consejo de Alguien: “No vivas solo metido en los libros. No te aísles”. Se refería a un futuro inmediato. Y ya ha llegado. Es hoy mismo.


20/01/24

Menos seis grados a las siete de la mañana cuando miro el termómetro exterior. Da pánico abrir las ventanas, pero me gusta ventilar al menos un cuarto de hora. Y soy tan raro que, aunque me ducho en el baño interior de abajo, me encanta que todas las ventanas estén de par en par, con la puerta del aseo también abierta. Tiene algo de auroral, de regreso al inicio de la vida, de bautismo diario. Se aprecian en los tejados de enfrente las puntas destellantes de la helada. En cuanto me aseo, enseguida, trinco toda la casa y pongo la caldera a toda máquina.

Tampoco es que anduviera sobrado de sueño porque ayer, entre una cosa y otra, se me hizo la una y pico. De casa de F/M saldríamos poco más de las doce. Lo pasamos bien, en confianza, con el ambiente ganso habitual. Me relaja y me alivia la tristura. M. puso en la mesa sus detallitos habituales (por supuesto, las velitas encendidas no pueden faltar) entre los que me hizo gracia unas bolitas de queso con frambuesas muy ricas. Variada tabla de quesos, etcétera, etcétera. Con remate de unos buñuelitos que prepara F. bañados de chocolate, también sobrosones.  Lo regó un Rioja agradecido, del que no dejamos copa de menos. Chachi.

La conversación derivó finalmente en un debate muy vivo sobre el recurrido asunto de la división de roles entre géneros y de la todavía evidente falta de igualdad a pesar de que se va avanzando. Y comparábamos y discrepábamos entre nuestra generación y la de nuestros hijos. En fin, como toda cháchara entre amigos, hay menos necesidad de conclusión que de discusión. Importa sobre todo el buen rato compartido.

Incidentalmente, salió también al paso un libro que trata de las consecuencias extremas de lo políticamente correcto. Es del norteamericano Phiplip Roth, “La mancha humana”, y NB demostró tener una memoria y una precisión irrefutables en una cita incluida en este libro, que yo la atribuí por error a Shakespeare y N. ubicó con total seguridad como perteneciente a la Ilíada. Lo cual significa que es un magnífico y atentísimo lector. A mí no me extraña en absoluto, pues no hay nadie más que haya leído todos los míos y varias veces. Solo él. Todo un ejemplo de pasión por la literatura, sí señor. Chapó. Que quiere decir: Me quito el sombrero.

Me echo a la calle por la tarde, aprovechando el rato más templado (es un decir), y doy una vuelta larga con bastante abrigo. Sobre todo, de boca, porque me da pánico la faringitis que a mí me inflama hasta la campanilla. Tengo bastantes bragas tipo militar y me vienen al dedillo. O al pescuecillo, más propiamente. De todas formas, no entiendo por qué esta prenda se llama así y cómo se desplazó el significado. Hay muchos sinónimos para los tapabocas, pero para esta prenda específica, no.

Bien pertrechado, me voy acordando del Chico y decido recalar en el Soto a ver la iglesia de san Andrés. Hace bastante que no hago parada y fisgoneo allí. Vacía y hueca como caverna, pero sin cierre de vanos y batida por los cuatro aires, no me quiero ni imaginar cómo tenía que ser de fría cuando estaba anclada o varada en la ladera del castillo. Conserva bien unos capiteles historiados valiosos. Ya no los recordaba. Algunos meten un poco de miedo. Tiro unas fotos. Pero hace malo y se está poniendo crudo, conque emprendo la vuelta a casa. También, porque recuerdo que aquello fue cementerio y albergó muchos muertos de cólera hacia mitad del diecinueve. Peste mala, entonces, sin vacunas. Para que luego digan algunos… Quita, quita. Pacasa.

Por lo menos, sin lluvia, he podido tender dos coladas. Recojo de fuera y lleno los dos tendederos (con el chino último). De maravilla. Tomo un gazpacho y un plátano de merienda, y venzo la tentación de salir a comprar unas patatas fritas en el Carrefur. Si me pongo frente a la tele por la noche, con película o sin ella, pero sin sueño, puedo comerme un saco. Y un litro de cocacola. O sea, mejor paso. Y así me he olvidado del asunto.

Y también porque he desviado la atención, con el ordenador ya encendido, a un mix de canciones pop que se habían generado de tanto oír a Tom Jones estos dos últimos días. Eso sí, he pinchado por última vez la que he repetido hasta la saciedad. Preciosa, no me harto. Pero luego he puesto “My way”, cantada por Elvis Presley. Pues eso, “A mi manera”.

Pasa el Chico a recoger cosas antes de marchar a Pucela. Ya no nos veremos hasta su cumple, dentro de veinte días. De pronto, cuando le doy dos besos, sale de casa y cierro la puerta, me pesa que sea un tiempo tan largo. Casi nunca han transcurrido tres semanas sin vernos, en condiciones normales. Ni tampoco con la Chiqui, salvo excepción que no recuerdo. ¿Mimoso Cyrano?, me pregunto a mí mismo. En absoluto. Es que antes éramos dos los que quedábamos a la espera. 


19/01/24

Bajón de temperaturas con frío gélido de verdad. No obstante, apenas me noto congestión y me levanto fresco como un repollo. Pues a trabajar, majete, me animo a mí mismo. El Chico ya mosconea arriba, pues hoy teletrabajaba. Meto calefacción y a lo mío.

Toca rancho y le he prometido al chaval que voy a reintentar las lentejas en olla exprés, porque la experiencia de hace días con la Chiqui me dejó traumatizado. Pongo cuidadín en cantidades y tiempos… Arrancar a hervir y poco más de cinco minutos. Retiro. Enfrío. Y cuando compruebo, me alegra un resultado muy bueno a la vista. Ya abierto el cacharro echo allá la morcilla para que se haga con el calor restante.

Total, la prueba del nueve es a las tres cuando el pupilo baja a comer, nos sentamos y al primer toque de cuchara me dice: ¡Muy buenas! Ya lo había probado yo. Siento por los adentros lo que vengo manteniendo durante toda mi vida: que el alimento es una materialización de la entrega de uno a quienes quiere. Es un acto de amor. Quien da de comer a otro le da su cuerpo en forma de alimento para que lo goce. Tiene algo de místico y también de sensual. Es una reminiscencia de los pechos maternales.

 A la una, cuando ya estoy al lío, el Chico me manda un guas desde su habitación con el reconocimiento de la empresa por su labor y una subida de sueldo curiosa. Le devuelvo el guas, como hago siempre que alguno de los dos me informa de algo semejante, expresando un orgullo doble, de padres que sienten el deber cumplido. “Misión cumplida”, repetía mi padre con cierta frecuencia sonriendo y mirándonos fijamente a los dos hermanos. Orgullo siempre doble. También de Alguien, a quien le hubiese henchido el pecho la obra que levantamos juntos. Esta maravilla de hijos con los que se equilibra la balanza de lo que la vida nos da y lo que la misma vida nos quita. Aunque no haya nada de misterioso en ello. Es la ley natural. Es el indiferente e implacable azar. Es el mero vivir. Por eso, uno tiene que tomar el don cuando llega, el fruto jugoso, el regalo. Y disfrutarlo.

Y mientras leo el periódico y recorro con curiosidad la red, me encuentro inesperadamente con otro regalo antiguo y bienamado. Es una canción de los años sesenta que desde la primera vez que la oí (mucho tiempo después, claro) encarnó el amor romántico desde la adolescencia y en lo sucesivo, sin apartarse de mí durante toda mi vida. Va y viene, se aleja y llega sin más razón que la casualidad. Pero es muy raro que no me arranque una lágrima si estoy solo, porque es una de las baladas de amor más grandes de la historia de la música pop. Nadie como los ingleses para la música. Opino.

Es original de Tom Jones, pero también se la he oído cantar a un coreano de voz prodigiosa, llamado Ko Eun Sung, e incluso a algún otro cantante como Mart Hoogkamer. Y, por supuesto, al rey Elvis: “I’ll never fall in love again”. “Nunca volveré a enamorarme”. La pincho y la reproduzco en bucle. Una y otra vez. No me canso. Hay canciones que deberían poder escucharse después de… Tal vez ahora mismo la esté escuchando conmigo. Alguien.


16/01/24

Antes de las seis, arriba. Por los motivos que vengo aduciendo estos últimos días. Mal dormido, o mejor, poco dormido. Remato quedándome grogui de nuevo en el sofá, después de leer más de una hora. Cayéndoseme los ojos, pero incapaz de soltar de la mano el librito de Tomás. Cuando regreso al mundo de los vivos, las ocho. Recomienzo la rutina diaria. Termino un capítulo de Montaigne. Este tipo es tan original que hablando de libros dice que no le agradan en exceso.

Café tertuliano y unas gestiones en Mapfre. De vuelta me entretengo un rato (cierto cansancio me retiene) con un programa de la Tv2 que curioseo cuando me acuerdo: Culturas. Pelis, libros, sobre todo. Me pasma una vez más que se presente el trabajo de una poetisa hasta ahora desconocida para mí y me temo que para el mundo. ¿Qué tendrá para concederle espacio en la tele pública? Poemario nuevo de una muchacha ya madura que trabajaba en algo radicalmente opuesto al arte de Erató. Me informo un poco en la red y no quiero pensar que la muestra de una especie de frases pedestres propias de un manual de autoayuda, proceden de esa obra. Eso sí, poesía sentida con el cuerpo o como agresión al cuerpo (femenino, claro).

Vuelvo a lo de siempre. ¿No sería merecedor preferente cualquiera de los ganadores del premio “Águila de poesía” de mis entretelas aguilarenses? ¿O el de Tomás que tengo entre manos y que está atravesado de una sintaxis lírica y humilde? ¿No conozco yo sin salir de la provincia a una docena de poetas muchísimo más elevados que lo que no acierto bien a valorar? Porque no hablo de mí, honradamente, que alguna cosilla tengo. Naderías.

Luego, comienzan las llamadas telefónicas. Hay días que se ponen cascabeleros o sonajas. Hay que tomarlos así. Necesito comprobar que el pincho que vamos a utilizar mañana en el visionado de los cortos del AFF funciona correctamente. ¿Qué te decía? Es clavarlo en mi tele y no chuta. Tengo que llamar a mi amigo FF y probarlo en la suya, que es donde vamos a verlo realmente. Me acerco a su casa. ¡Funciona! Pues vale, tranquilos. Charlamos un poquito y hasta mañana.

Cierro los ojos diez minutos sabrosísimos. Mientras veo el TEM. Me divierte este formato o lo que soy capaz de aguantar consciente. Y recibo llamada de mi bizarro editor. Fenomenal. Principios de febrero en la sede de Valnera, para presenciar la peli sobre el maestro Benaiges, con la asistencia de mi admirado JAA, autor del libro base: “Aquel mar que nunca vimos”.

Si la noticia me alegra, más me estimula la firma del contrato de mis relatos y, también ese mismo día probablemente, la entrega del original con las correcciones pertinentes a las que agregaré las del maestro JC. Es un rollo que me va, me enciende, me pone como una moto. El mío formará parte de los cinco que presentará la editorial al gobierno de Cantabria para una subvención. Elegirán seguramente dos. Pero, en fin, en cualquier caso, JH publicará todos ellos.

Y a punto de ponerme de tarde en la buharda, recibo llamada de JAV, antiguo compañero de departamento con el que coincidí el último curso de mi vida laboral. Un bonito recuerdo, me dice, inolvidable. Destinado en el norte de Burgos con su pareja, también profe, han sido padres recientemente y no le cabe la alegría en el pecho. Y mira que es un tío grandón, de uno noventa. Hacían bromas los alumnos porque nos veían, conmigo en medio, junto con otro profe también altísimo, y decían que parecíamos una “eme”. Pero lo más curioso es que alguno me llegó a comentar que no le pegaba que yo fuese el jefe del depar. Nos ha jodido, ni que los pequeños no tuviésemos derecho a la vida.

Luego me envía por guas una foto saladísima de la niña, de tres o cuatro meses, y revivo ese orgullo blando y de mofletes caídos y ojos líquidos y barbilla babeada de todo hombre de bien cuando ha sido padre. Le devuelvo el guas poniendo por las nubes a esa preciosidad y les ordeno que nunca dejen de darle dos cosas: pan y besos. Me devuelve las gracias con un emocionado emoticono.

¡Qué cosa más grande hiciste, naturaleza!, me digo. Que un ser tan primario e imperfecto como el hombre pueda transformar la fuerza de su deseo y su emoción por la mujer que ama en una milagrosa obra de la carne y del espíritu. Y cuidarla siempre por encima de sí mismo. Y esto también lo hice yo, sin ir más lejos, con mis dos lebreles. Y jamás me he arrepentido. Y fue por amor a Alguien.


17/01/24

La abuela C. ya me había anunciado ayer que la borrasca que se avecinaba tenía de nombre “Irene”, como la nuestra. Pero ¡jodo con la Irene de la Aemet! La abuela me llamó para un asuntillo y acepté a cambio de un par o tres mazapanes y un polvorón. Todos los años igual: es un servidor quien remata los dulces sobrantes de la campaña navideña. Así, claro, ¡cómo vamos a bajar los tres kilos de barriga a mayores! Me ofreció la bolsa y no quise traerla a casa porque me conozco y me la iba a tapiñar entera. Como el Jungly que le compré a la Chiqui: es la segunda tableta que me como porque no sé verlo y aguantarme. Así que tendré que comprar una tercera antes de que la borrasca Irene regrese a casa y se dé cuenta. Es superior a mis fuerzas.

La mañana, todavía, era incitante, pero después de comer se ha puesto un tiempo intransitable. Un airón que desencaja las persianas cuando pega de oeste en plena fachada de casa. Y lluvia sostenida. Imposible salir ni siquiera con protección, por temor a ponerte como un pellejo además de doblarse el paraguas y quedar desvarillado como una marioneta muerta.

¡Qué mal he dormido una noche más! No tengo urgencias ni preocupaciones mayores, al menos que yo conozca conscientemente. Vete tú a saber. Hasta puede que influya la pulsión sexual que no cesa y renueva su llama (llamada) cada cierto tiempo. Y la virilidad te hace sentir estos procesos como si la bravura del toro fuese decayendo, rindiéndose, camino de un penoso destino de buey castrón. Y jode mucho, pero mucho. Podría ver algo de porno en el ordenador, como oigo a algunos, pero con eso estoy seguro de que no se me levantaría. Porque no soy ese tipo de hombre. No soy ni animalesco, ni siquiera práctico. Soy Cyrano. Es lo que hay.

La alternativa es comunicar, hablar. O en su defecto, leer. Por eso, dos veces me visto y voy al sofá a buscar que se despeje la congestión en una posición de incorporado. Algo abren los ollares, y el caso es que luego respiro a la perfección durante el día (no estoy ni resfriado ni con gripe ni con bicho); pero con tanto vaivén termino despejándome y no tengo otro remedio que leer.

Para el sofá necesito libro pequeño y leve. Lo necesario para sacar la patita desde debajo de la manta y sostenerlo cómodamente. Había previsto la incidencia, claro está, y tomo uno de tales características que andaba en el montón de pendientes. ¡Qué bonita edición! “La belleza de lo pequeño”, del zamorano TSS. Una verdadera mirada de lo menudo, muy poética y reveladora. Ya conocía al autor desde que hace quince años me sorprendió un título suyo originalísimo, “Para qué sirven los charcos”.

Recupero este último de mi biblioteca y compruebo que me lo regaló una compa, con dedicatoria de “nostalgia otoñal desde la melancólica villa de Guardo”. Libro deslumbrante también. Inclasificables ambos en cuanto a género literario. Un autor interesante para mí desde que me lo descubrieron, como digo, este grupo de Palencia.

Lo reencontré por azar en abril del año pasado con la gente de Valnera, cuando me invitaron a la feria de Medina del Campo. Y allí ya tuve ocasión de charlar un rato con él, aunque menos de lo que me hubiese apetecido. Sabía yo que había sido premiado con el de las Letras de Castilla y León, por un novelón voluminoso de base biográfica que compré en ese momento y que él me dedicó cariñosamente.

Asistí dos días a esta feria que no conocía y no es que hubiese mucho jaleo pero me gustó. Por la castellanía de la villa, por el trato con mis queridos editores y la gente que me presentaron, y más que nada porque el primer día me acompañaron mis queridísimos JL/A y comimos juntos, en un sitio estupendo de la plaza. Fue maravilloso y pudo serlo mucho más si no hubiese notado la ausencia lacerante de Alguien en la cuarta silla vacía de una mesa de cuatro. Nada dije a mis amigos ni falta que hizo, porque ellos lo sentirían igual que yo, a punto de cumplirse un año desde que nos dejó.

Nuevo guas de mi mediquilla contándome su segunda cirugía de apendicitis. Con algunas vicisitudes graciosas que no son de este lugar. Todo a la perfección. La animo a seguir aprendiendo y esforzándose para ser una inmejorable cirujana. Ese es el objetivo. Sé que ella no lo olvida. Y que hace de la obligación de curar una vivencia personal, como si cada enfermo que sana fuese una victoria de la vida. Y un homenaje a Alguien. Y un orgullo para Alguien.


16/01/24

Hacía tiempo que no hablaba con mi hermano. Hicimos un videoguas anoche, a partir de las diez, que es cuando yo me encuentro libre de responsabilidades (más que nada conmigo mismo) aunque normalmente bastante cansado del trajín del día. Los dos hermanos tenemos cuerda para rato, pero reconozco que Mon aguanta todavía más que yo. Casi nunca bajan de una hora nuestras charlas. Si no hay nada interesante en la tele, casi se agradece.

No hay cosa urgente sino un cambio de impresiones sobre las menudencias familiares. Salud, hijos y patrimonio es lo prioritario, pero surgen sobre la marcha otros muchos asuntos. Ayer comentaba él que ya podría jubilarse con sus sesenta cumplidos y yo me daba cuenta de que para mí es un hito superado, tanto que ni me acuerdo de ello a pesar de que resultó muy emocionante. Pero es que va para cinco años.

Le noté en el rostro el impacto de la sorpresa cuando le dije: “Mon, dentro de un mes ya seré viejo”. Observé que él quiso derivar a tierra la descarga, como cuando la chispa eléctrica buscaba el pararrayos del ayuntamiento al lado de la casa madre de Piña. Cuando yo era chaval y arreciaba la tormenta, me sentía protegido pensando en la veleta del gallo señero de metal con la punta mirando al cielo para recibir la ira del Dios justiciero, o de Júpiter tonante, o de la naturaleza, simplemente.

Seré viejo, sin más, cronológicamente, sin excusas paliativas, sin remedio, seré anciano. Incluso aunque no me sienta así en absoluto. Tan solo podremos añadir como consuelo que será el comienzo de la vejez, eso sí. Pero es la vejez, última etapa. Ya no habrá más estaciones de paso. Por eso esta temporada de entrada real en el invierno he regresado al pensamiento de algunos escritores que han meditado sobre ello. Y creo que en adelante será una buena compañía. Hemos comenzado por Montaigne. Habrá otros, pero no sé si los traeré aquí. Veremos.

Antes de dirigirme a la cama cumpliendo con todas las rutinas diarias, desde el aseo hasta la clausura de la casa, pasando por la comprobación de las previsiones para el día siguiente, me acerco unos instantes junto a la puerta de la sala y poso los ojos con detenimiento en la pequeña acuarela que lleva muchos años ahí, sobre el interruptor de la luz… Representa la mansión de Étienne de la Boétie, gran amigo de Montaigne y muerto en plena juventud. También allí hicimos fotos. Se trata de la villa de Sarlat la Canéda, al lado de Burdeos, tan encantadora que parece escenario de un cuento.

En los “Ensayos” completos que luego compré, en el año nueve, publicados de antes por la editorial Cátedra, se incluyen al final veintinueve poemas del malogrado amigo Étienne. Son sonetos amorosos en consonancia con el estilo renacentista propio de la época. En ellos se apela constantemente a una “donna angelicata” o mujer angelical, de ojos verdes y alma blanca, culmen de todas las perfecciones. Exactamente lo que fue para mí Alguien que me acompañaba entonces. A ella van estos versos de La Boétie: “Ya que así lo ha querido el cruel destino/ enjugaré si puedo mi tormento./ Si sufro es porque así lo quiere ella:/ cumpliré, pues, la pena que me toque”.


15/01/24

Es verdad que duermo peor últimamente. Quizá por el frío que me congestiona la nariz y me reseca la boca. Por eso me hace reparar la Chiqui en que tengo ojeras y la piel reseca y con pequeñas escamas bajo los ojos. Lo observo a días, pero no tengo costumbre de darme crema ahí. Solo en las manos o en la nariz si salgo para que no se me despierte la rosácea.

Pero me levanto y llevo el cuerpo ante el atril a pedir cuentas de nuevo al señor de Montaigne. Hoy me dirá que la tristeza no es consustancial a su temperamento. Tampoco al mío. Es más bien pegadiza incluso contra la voluntad de resistirse a ella.

Vuelvo del café con la prensa y leo la columna de LGM, en la última de EP, donde nuevamente se habla de soledades (hoy también) y nos dice y nos enseña que “son muy difíciles los días derrotados, porque la falta de esperanza empuja hacia el escepticismo o hacia la sonrisa cínica”.

A él se le murió su mujer, AG, y ofreció un precioso consuelo en forma de poemario. Recuerdo aquel poemita corto que remata en tres versos: “…para empezar de nuevo/ una vida distinta/ con el amor de siempre”. Así de sencillo. Por mi parte, voy dejando mis palabras a diario y en diario. Cada cual habla de la forma que más le cuadra. Por ejemplo, cuando me encuentro por Aguilar con AL, cartero todavía en activo y viudo de una mujer también muy joven, acompasamos el paso y nos preguntamos recíprocamente cómo va la vida. Las respuestas suelen ser muy breves. Nos miramos. Sonreímos. Y luego nos separamos para seguir caminando cada uno a nuestros quehaceres.

Comemos en amor y compaña. La Chiqui tiene que marchar después, previas compras en el Mercadona de Reinosa donde la acompaño. Antes disfrutaremos del cocido que tenía preparado anteriormente y del que todavía quedarán un par de táperes para llevarse. Lo que fracasa, sin embargo, son unas jodidas lentejas en olla, porque he debido de trabucarme y las he metido el tiempo de cocción en cazuela normal. Ha salido puré, y malísimo. Ha ido por el fregadero abajo. Pero se han salvado milagrosamente los muebles, porque ha llegado al rescate la tía M. con un calabacín con champiñones. Repartimos a pachas. Salvados durante unos días. La Chiqui hace un vídeo para mandárselo a su hermano y chancearse a mi costa.

Contento, en definitiva, aunque la niña hoy tenga que regresar a León, porque hemos compartido también la cena de ayer noche, que preparó ella, y la peli de “Wind river”, con bolsa de patatas y coca cola. Caí en la cuenta, nada más comenzar, que la había visto hace tiempo, casi cuando se estrenó, con Alguien que la había grabado y la disfrutamos una noche parecida (quizá también con unas chuches o unas palomitas). Experimenté la misma íntima emoción, en situación tan similar, que cuando la Chiqui se acurrucó junto a mí bajo la mantita sufrí el espejismo de estar viendo a Alguien.


14/01/24

Así está el tiempo, entre la lluvia jodona y el frío picón. O sea, asquerosazo. Este es adjetivo que solo se lo he oído aplicar en Piña a mi querido JG y me hace muchísima gracia. Podría decir asquerosón, pero dice asquerosazo. Un tipo de cine, como dice también él cuando le da a algo o a alguien el máximo valor.

En fin, que ¿dónde va a ir uno con este panorama invernizo? He preferido quedarme en casa a la espera de que llegara de Barru el Chico y de León la Chiqui. El mayor para regresar a Pucela y la pequeña porque libra de una guardia. Despido y saludo a los hijos en el plazo de media hora. Me apalanco en el sofá sin dormirme y doy un vistazo a la prensa. Es lo que hay.

Le busco alternativa al comienzo de una larga tarde y compruebo que tenía anotada en mi cuaderno de campo (el chino, donde escribo a mano de vez en cuando, si me pilla el apretón fuera de casa) la fecha del siete de enero. Era el tope para asistir en la Biblioteca Nacional a la exposición de juguetes y cuentos y poemas que elaboró en la cárcel el poeta Miguel Hernández, mientras se estaba muriendo, para su hijo Manolillo.

¡Qué bonito si pudiera haber pasado en Madrid el finde con Alguien! En otros tiempos no habríamos dudado. Los paseos revueltos de viento desde Chueca hasta el Prado y vuelta hacia el centro, unos bocadillos de calamares con unas claras en santa Ana, quizá una obra de teatro, la vuelta en metro al hotel casi familiar al principio de Alcalá…

Pero estoy soñando. Porque tendría que ir solo. Sin Nadie. Sin Alguien. Y a medida que va pasando el tiempo me voy convenciendo de que tendré que arrancar por fin en algún momento. Decidirme. Dar el salto e iniciar una etapa en la que retomar y reproducir ese mismo itinerario venciéndome a mí mismo y siendo yo una sola presencia. A mi lado: Alguien, Algo, Nada.

Sobre la soledad, leo en EPS, la revista dominical, un artículo titulado “Las soledades de la mediana edad”. ¡Quién me iba a decir que un día me llamaría la atención una lectura semejante! Dice la autora, una psicóloga clínica del Ramón y Cajal, que entre los cuarenta y los sesenta pueden padecerse tres tipos de soledad: social, existencial y emocional.

En mi caso correspondería la segunda, entre cuyas causas está incluida la viudedad temprana, con el riesgo de padecer aislamiento, vacío, abandono o miedo. Y la solución que se propone consiste no solo en fomentar nuevas relaciones, sino en “ser capaces de vivir mejor con la propia soledad o empoderarse con nuevos proyectos de vida”. Esto último quizá sí lo compro. Y en último caso, mierda para la psicóloga.

Lo de Miguel Hernández me lleva a revisar mi álbum de boletos de lotería con la colección de los poetas del veintisiete. Me la regaló el amiguete de la administración de Aguilar. Y ahora me ha prometido también la de las escritoras de esta misma generación, llamadas también las “Sinsombrero”. Curiosamente he comprado dos décimos y me ha traído buena suerte porque  me han tocado doce euros. Por algo será.

Aquí aparecen, entre las seleccionadas, dos mujeres muy especiales que tuvieron trato directo con Miguel en su azarosa y accidentada aventura madrileña hasta que consiguió hacerse visible. De la pintora Maruja Mallo no diré nada que no se conozca si digo que lo exprimió literalmente hasta dejarlo seco. Lo confiesa el mismo poeta cuando comienza “El rayo que no cesa”: “Un carnívoro cuchillo/ de ala dulce y homicida/ sostiene un vuelo y un brillo/ alrededor de mi vida”. Y de Concha Méndez (casada con Altolaguirre), que le editaron este su primer libro en la revista “Héroe”.

Como simple curiosidad, recordaré aquí que los seis números de la colección de “Héroe” fueron subastados en el año dieciocho en la Sala de arte Durán, de Madrid. Me informé picado por la curiosidad y al final la adquirió un comprador en pública subasta por tres mil euros. Otro viaje romántico que perdimos a Madrid. Incluso podríamos haber asistido a la puja y venta. No por comprar, claro. Sino porque el mundo es maravilloso cuando se vive con Alguien y por Alguien.


13/01/24

Pues que me he quedado sopa. Me levanto hacia las siete porque me encontraba descansadísimo y antes de las ocho ya estaba sentado como un rey junto a la ventana con atril y libro delante, y con un calorcito muy agradable al lado, en el radiador (ha debido de ser esto). Pues ni una hora he resistido con el escritor de Burdeos. Se me abatían tanto los ojos que he llegado a pensar que me iba a caer de la silla. Me he recostado en el sofá. Un minuto he tardado en soñar con los ángeles.

¡Será posible!, me digo. Pero ¡qué vergüenza! Y en esta ocasión sin disculpa alguna: he dormido siete horas seguidas con una sola interrupción, la cabeza y la nariz despejadas, el cuerpo relajado como salido de una sauna para entrar en un harén…, pero nada de nada. Inútil del todo. He abierto los ojos a la luz, de nuevo, a las nueve y media. No me lo explico.

En el Babelia de EP me topo con sendos artículos de dos páginas cada uno a cargo de MR y LM. Considero que es tanta la diferencia de calidad literaria que, por contraste, uno de los dos no se explica que merezca semejante tribuna y la misma extensión en un suplemento literario tan importante. Y, en cambio, a ARF, crítica sagacísima y muy ponderada, le conceden una columna como a cualquier colaborador de ocasión. Corren tiempos en los que es importante aparecer en redes sociales llamando la atención de la manera que sea. Es lo que me hace pensar la imagen que me viene a la cabeza de uno de estos que acabo de mencionar. ¿Cómo se cuelan entonces en dichos espacios que deberían estar reservados para la creme de la creme? No lo entiendo.

Más de dos horas de paseo por la tarde aprovechando un ambiente templado y agradable. No así a la vuelta, cuando ya el aliento empañaba las gafas por encima de la braga protectora (¡cuidadín con la gola!). Me he llegado hasta el embarcadero y aun más: hasta la punta misma del pantalán, aguas adentro, que oscila sin darme mucha confianza. Oleaje leve y paisaje con fondo luminoso de sábana blanca sobre las montañas.

Doy en pensar que también sería un lugar inmejorable traer aquí las cenizas, o al menos una parte. Un lugar muy apropiado para Alguien, teniendo en cuenta que el pantano es tan de Aguilar como de Salinas, pues allí tiene su cola, a doce kilómetros. Donde nació ese Alguien que ya reclama volar al viento. No sé qué pensarán los hijos. Desde luego, sería un sitio discretísimo, porque me está pareciendo que tanto en Santa como en Oyambre vamos a tener algunas dificultades. Y pensándolo bien, tanto lo merece un lugar como el otro.

Ya que estoy allí me acerco unos instantes al pie de la roca de Gallo Malo. No quiero subir porque se me haría tarde para mis labores y porque comienza a hacer frío aunque haya salido bien forrado.

Fue lugar de peregrino en otra época, cuando también yo sufrí a mi modo su enfermedad (sin querer compararlo, claro). Visité la roca muchísimas veces. Me bañaba, solitario, en la parte interna por donde el pantano huye hacia Salinas y, a pesar de que nado mal, me alejaba imprudentemente, hasta que caía en la cuenta de que un calambre o cualquier contratiempo me sorprenderían sin fuerzas para la vuelta al trampolín. Pero es cierto que la desesperación presta una energía muy grande. En ocasiones es un reto a la vida para ganarla.

De allí volví con poemas extensos, de versículos largos y sin gobierno de medidas, rimas o cadencias, nada más que el fluir soterrado de una semántica dolorosa y desorientada. Lo guardé y nunca le di más valor. Por ahí anda con su título y su excesivo volumen para un poemario. Siempre mi enemigo ha sido el exceso de palabras. Como el exceso de sentimiento.

También acudimos allí bastantes veces juntos. Ella llevaba su dolor oculto porque intuía desde los comienzos que la fatalidad podría alcanzarla y porque la crueldad del mal le impedía quererme todo lo mucho que me quería. ¡Pobre! Yo, en cambio, aunque la adoraba, me alejaba en silencio y sin que ella no notara. Salía de mi cuerpo y me internaba en el agua como una sombra en busca de otra, de Alguien que fuese como ella antes de la enfermedad. Y de esa escisión y ese desgarro nacieron los poemas.

A veces, cuando la tarde comenzaba a decaer, nos quedábamos callados, en un hueco entre las rocas del farallón donde yo había habilitado una especie de nido habitable para tumbarnos al sol sobre las toallas, y del que habíamos tomado posesión poniéndole nombre sobre una tabla de madera: “Roca de Gallo Malo”. Como si se tratase de un pecio de la barca inaugurada de nuestro amor, que salió un día al agua desde las riberas del pantano que miran a Frontada. Allí también, encaramados a otra roca, nos besamos. Nos fotografiamos. Nos juramos amor. Fue bello. Y tuvo fin.

Con el sol hundido por poniente, tomábamos el camino de regreso. No hacía falta hablar de lo inefable. Porque así es la belleza, la conjunción del amor y la muerte. Nunca me preguntó por qué le di semejante nombre a la roca. Pero lo imaginaba. Hoy, esta tarde, la amargura convierte el paisaje en árido y deshabitado. Como mi corazón. Y me parece mentira que una vez estuviese acompañado en aquellos parajes por Alguien.


12/01/24

Acierto hoy con el puré que el otro día me salió muy dulce. Como todavía me quedaba una buena parte de calabaza y no quería recongelar, he repetido la operación pero con más tiento. Hoy he incluido zanahoria y he excluido puerro (que no deja más que hilos, lo cabrón). Se ha notado el equilibrio en la cantidad y calidad de los ingredientes. El gusto lo dice al final. Es soberano. Y me ha alegrado el comienzo del día.

Mientras chuta la olla vuelvo a ratitos con el señor de Montaigne. Tengo que hacerlo de esta manera.  ¡Qué maravilloso párrafo encuentro en sus “Ensayos”, 3, VIII! Lo malo es que hay que degustarlo sin prisas y con mucho tiento. Como el vino que seguramente cultivaba en sus propiedades de Burdeos. Y esto se compadece muy mal con mi temperamento y circunstancias, porque necesito avanzar en la lectura, más, más, más… pues me reclaman otras obligaciones. Y así estamos, espiritados. O esperitados, como dicen en mi Esgueva, y esto solo es argumento bastante para que yo lo considere lo correcto en la gramática de mi alma, que es anterior a la ebullición del lenguaje.

Pues bien, he leído el párrafo de Montaigne por los menos una docena de veces y pienso utilizarlo como introducción o “captatio benevolentia” el día de la presentación de mi novela en Santa. Porque tiene tres características singulares y maravillosas: primero porque sostiene la idea de que el escritor no tiene por qué comprender bien su propia obra (originalidad). Segundo, porque esa obra le trasciende y funciona por libre (modernidad). Y tercero, que él como autor duda a veces de que lo que ha escrito sea bueno (humildad). ¡Qué honor leer a alguien así! Por eso, comenzaré mi exposición, como digo, manifestando que es un placer hablar a ese público, pero sobre todo que es un riesgo…

Y afortunadamente ya había tomado la referencia en mis notas cuando he vuelto a la olla y el tomate no se me había quemado. Chapó.

Largo y ligero paseo el de la tarde porque estaba soleado y tan despejado que se veía la montaña a lo lejos con la capita de nieve de estos últimos días. Y la vigorosa satisfacción física que me conduce a los pensamientos felices. A pesar de la soledad, me siento optimista.

Oigo a F. de Quevedo contarme que jamás está solo quien tiene como amigos a los libros: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. No, no hay solo tristeza en estas palabras, sino también orgullo y una grandísima serenidad, retirado en su Torre de Juan Abad, en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real).

Paso un buen trecho de esta tarde que cae y ha enfriado repentinamente enclaustrado en la buharda. Mi amigo y colega JMG me envía desde Santa por guas una miniantología de poemas entresacados del Yutu. Me entretengo en escucharlos. Son una docena, todos de alto vuelo lírico, pero me quedo con uno de F. Benítez Reyes y dejo aquí estos tres versos: “… aprende dignidad en tu derrota/ agradeciendo a quien te quiso/ el regalo fugaz de su hermosura”.

No, en realidad, nunca estoy solo. Esto me digo. Ni siquiera cuando me estalla el alma de sentimientos o cuando me quema el deseo con su tortura. No, esto no es estar solo. Porque siempre acude un amigo en mi auxilio a recordarme que lo que me pasa a mí ya lo dijeron otros hermanos de la tribu con las palabras más hermosas. Y eso me conforta. Después, ya puedo dejar la tarea y bajar tranquilo a preparar una tortillona. Ha venido el Chico.


11/01/24

Temo exponer la garganta, mi parte más frágil, a la traicionera faringitis, y por eso prefiero aguantar en casa. Pero no se pasa el dolor leve de cabeza y ya no sé si es peor el frío que evito que el ambiente insano de la calefacción. Termina uno medio atontado. Estos días últimos, en previsión, procuro dar un pequeño garbeo por el pueblo antes de comer. No sé si me sirve de algo.

En todo caso, últimamente ando mosca porque tengo la sensación de que la caldera de gas funciona muy lenta. Si la comparo con la de Santa (allí se ha estropeado el visor del termostato) o con la del piso de abajo, no hay color (ni calor). ¿Tanto frío hace fuera? Llevo todo el santo día, desde las ocho y pico que la he puesto a veinte grados y todavía no los ha pillado a las siete de la tarde. No me cuadra, algo pasa. Y no es su propio termostato, porque tengo dos termómetros más midiendo de forma parecida. Por la mañana ventilo un cuarto de hora, o sea que tampoco lo entiendo… Me pongo de mala hostia porque cualquier asunto de estos me quita tranquilidad y concentración. Y no es que sea obsesivo, es que necesito explicaciones lógicas de las cosas. Porque una ficción admite elementos irracionales pero una puta máquina no puede plantearme incógnitas irresolubles.

Creo que esto me ha comido el tarro y me ha descabalado el día. Nada de lo sucesivo ha respondido bien. Es como si se torciera el rumbo y a cada pequeño avance se internase uno en un camino que lo saca de la senda principal y lo hace perder mucho tiempo para regresar a ella.

Llamo a MC para que me proporcione los cortos que vamos a ver el grupo de amigos. Dos días, cuatro llamadas. No hay contestación. Me lo ofreció ella sin pedírselo. Me dio su móvil. Suena el tono. ¿Es que no lo ha mirado en cuarenta y ocho horas? Me registró con nombre y apellido. ¿Entonces?

Llamo al DP, preguntando por la persona que me han proporcionado y puede hacer de contacto con el que ha escrito el artículo sobre el famoso cura Platiquillas de mi pueblo. Quiero saber de dónde procede la documentación e investigar lo que hay de cierto. Me suena muy raro. Nada. Tampoco hay respuesta.

Llamo a las inquilinas del apartamento para gestionar unos asuntos pendientes. Deben de estar trabajando. Tampoco hay contestación o llamada de vuelta. Envío últimas facturas del agua. Por cierto, hace meses que le envié un guas al administrador porque desde antes de la pandemia no convoca una sola reunión. Pero cobra su minuta, eso sí. Y me está inflando los cojones. Ingreso mi cuota, pero lo mismo de años pasados porque no tengo conocimiento de que se haya modificado. Ni noticia de que se ha prorrogado el presupuesto.

Mi suegra me pregunta de dónde son algunas llaves que aparecen colgadas en el local. Y me lío la madeja con esas y un montón más que no sé dónde corresponden. Debe de ser como con los perros, que se terminan pareciendo al amo. Pues así con las llaves. No encuentran la cerradura donde encajar. Hemos perdido la derrota y necesitaríamos una buena brújula y una maravillosa costa donde arribar. Y una playa definitiva donde descansar. Por fin.


10/01/24

Realmente comienza a ser una temperatura fría en torno a los cero grados e incluso algo por debajo a partir de media tarde, al menos como sensación térmica. Sin embargo, en Aguilar se toma como normal e incluso soportable. Pero ¿sería la misma percepción para un andaluz de Sevilla? Yo tengo el recuerdo de un frío intenso cuando llegué y me instalé aquí. Me he adaptado, sin duda. Ahora mismo, compruebo que tarda en ascender a la buharda el calor de veinte grados de abajo y siento un bienestar agradable con dieciocho. Claro que bien abrigado, sobre todo con la mantita cubriendo las piernas. Es el punto más sensible para mí, a pesar de que mantengo las manos calientes, por ejemplo. En la cama, apenas necesito calefacción.

Pero hay unos pocos síntomas que varían según circunstancias especiales. Por eso he registrado más frío hoy, que he padecido toda la mañana un dolor de cabeza molesto, hasta que lo he espabilado con un paracetamol. Y del mismo modo me repercute en algunas partes del cuerpo como las muelas. También se me han resentido, quizá algunas con tornillos, como si fuese a nevar. Es algo anticipatorio que después se pasa sin más. Y una parte supersensible son las falanges de los dedos en su extremo, sobre el pulpejo, donde se enclavan las uñas y con frecuencia se me abren grietas. Me vuelve a doler, pero recuerdo que me han traído los Reyes una crema para aliviar esto. Lo pruebo por primera vez en mi vida. Necesito solucionarlo porque me resulta molestísimo para escribir en el teclado. Parece mentira, una nimiedad en la morfología corporal y te puede chafar el trabajo. Somos más frágiles de lo que sospechamos. No puedo pensar mientras sufro tan pequeño mal.

La prueba de que volvemos a la normalidad en la alimentación es que se despierta uno con hambre Recuperar las maravillosas rutinas es lo que hace que el organismo funcione correctamente, al mismo tiempo que actúa como alarma en cuanto subimos algún kilo. En todo este largo mes pasado, cuando comentamos con los colegas, es frecuente el exceso en las comidas. La balanza me recrimina a mí que han sido casi tres kilos sobre el peso de antes de la Constitución. A ello contribuye también la falta de ejercicio un poco riguroso. Pero no pide demasiado sacrificio si hay que sellar la boca. Es tan sencillo como abandonar todo dulce u tentación similar entre comidas. Y recordar lo que se venía haciendo antes de permitirnos las alegrías propias de la época del año. Vuelta a una moderada sobriedad.

Queda pendiente toda la sala de desmontar de perifollos y perejiles. Se lo dejo a los chicos para cuando vuelvan, como ellos apilan la ropa para lavar. Pero ya no enciendo las lucecitas en el árbol y es una tristeza cuando me quedo mirándolo. Como si estuviera pendiente de sus vislumbres. O con pena porque no le quedaran fuerzas para encandilarnos los ojos. Me conozco y sé que según vayan pasando los días me irá molestando progresivamente el ornato desperdigado por la sala. Y diré como todos los años: ¿Qué pinta eso ahí? ¡A ver si lo retiran ya de una vez! Aunque es posible que ese sentimiento de frustración sea más hondo y en realidad me recuerde la ausencia de Alguien.

He pasado un día consuetudinario, es decir, aburrido por fuera. Apenas he salido a la tertulia pasajera y me ha enclaustrado la fealdad climática. Por dentro ha sido distinto. Mi cabeza hierve a ratos en busca de ideas. Quizá también por instantes en busca de alguna persona. Pero me vence el sentimiento de desposesión. Como si ya no tuviese derecho a ciertas cosas.

Como es habitual, se me pasa el tiempo en la solución de pequeñas cuestiones prácticas. Lo que yo llamo tareas y apunto en pequeñas notas recordatorias escritas en los márgenes del periódico del día. Es lo habitual. Se podría seguir mi ocupación y mi preocupación corrientes por esos apuntes que voy dejando tras de mí. Algunos sin resolver. Y ahí permanecerán durante un tiempo no muy largo, esa es verdad. Tiendo a la diligencia. Me asusta olvidarme del deber inmediato. Y soy en definitiva unos cuantos reunidos en uno solo. Que van saliendo a la luz a ratos o a días. Como decía de mí quien me llegó a conocer bien. Un ángel de luz que pasó por mi vida. Alguien.


09/01/24

Sensaciones encontradas u opuestas cuando entro en este diario. Mira uno la fecha y de pronto nota el vértigo de los días de la imparable vida que fluye. ¿Ya hemos gastado un tercio del mes?, me pregunto. Por otro lado, desde que ha comenzado el nuevo año, me invade la idea de epílogo. No del “Diario de Martes” (título general), sino de esta parte que apellidé al estilo de una copla popular: “Ni contigo ni sin ti. Luto por LU”. Me pregunto si no va siendo tiempo de buscar salida a las palabras sobre mi despedida. Pero me gustaría que fuese una suave transición. Doscientas cincuenta páginas sería lo justo y redondo.

El señor de Montaigne me entretiene un rato con el ensayo “Arte de conversar”. Denso, sabio, complejo discurso por la dificultad de desentrañar toda su riqueza conceptual. Pero muy bello por el asunto tratado. Aunque vengo descansando mal estos últimos días, la literatura me capta, me atrapa y me hechiza. Como siempre: me salva. Desde niño me salvaron las claras palabras de mi madre como un talismán contra todos los miedos. Y así sigo, infantilmente feliz. Porque levanto la vista a la rigidez helada del amanecer en los tejados, envuelto en la calidez de casa que es también calidez en mi interior, y pienso que soy afortunado por estar escuchando esta prosa de cláusulas renacentistas de un hombre que me susurra al oído, como un amigo aconsejándome desde una lejanía histórica de quinientos años.

Hago tiempo un rato donde el socio a la espera de que llegue la nueva chica que se encarga de las tareas de casa, por si necesita algún producto de limpieza. La conocí ayer. Es la segunda que viene. A ver si tenemos suerte. De momento, es persona agradable y culta en el primer contacto. Mantengo una pequeña conversación por curiosidad y, en efecto, me dice que es venezolana e ingeniera en industria alimentaria. No tengo por qué dudar de su sinceridad. Más o menos de mi edad y con una hija trabajando en Irlanda. Como soy imaginativo, supongo que las circunstancias políticas y sociales serán la razón por la que emigró, pero no se lo comento, por supuesto. Y como soy un fantasioso, yo diría que hoy se ha presentado más aseada y maquillada. Pero suelo confundirme casi siempre. Chssss.

Junto las dos tertulias en el Valen y se forma un “tótum revolutum” estrafalario y simpático. Luego nos quedamos solos los del “Foro Gabiluchos” para organizar la quedada postnavideña en una comida y ver los cortos ganadores de la última edición que me van a pasar de Cultura del Ayuntamiento. Pero nuestro amigo FF no ha podido asistir prudentemente porque le ha pillado el bicho en otra reunión de amigos santanderinos, en la que han caído la mitad de una docena.

Casi nunca hablo de esta segunda tertulia, a la que llaman en el Valen el “Foro del Monacato”. Pero es tan peripatética, en ambos sentidos culto y popular, que normalmente arreglamos el mundo y España en menos de una hora, y hoy precisamente hemos charlado sobre si fue verdad que el hombre llegó a la luna en el sesenta y nueve. Porque alguno aquí no se lo ha terminado de creer. Demencial, a ratos, en serio.

Recambio de la mina del Inoxcrom, para mí imprescindible. Solo es posible en un establecimiento de Aguilar. Pero es boli o máquina que tengo desde hace más de treinta años y no puedo separarme de él. A temporadas se le seca la tinta por falta de uso. Pero no me rindo, una nueva y arreando.

También me decido a pelarme a pesar del frío áspero y definitivamente invernal. Me había dicho mi Chiqui que ya se me retorcían en bucle los tolanos del cogote y me daban una cierta apariencia de jipipijo o poetastro (o poetrasto). Yo pensaba que este luc bohemio con el abrigo nuevo y un fular me iba a dar mucha prestancia el día que vaya a la presentación de mi novela en Santa. Por lo visto, no. Pero yo he observado en el Ateneo a más de cuatro de semejante pelaje… Tengo que decir a mi editor JH que me lleve allí, que doy un planchazo completo. La campanada. O la nota. Al menos, he quedado con mucho alivio para una temporada.

Con semejante tiempo, ¿quién sale por la tarde a pasear entre una niebla pegajosa y un frío que pela? Y con el cogote pelado… Me rajo. Pongo el programa del Risto Mejide a ver cómo explican lo de las bolitas de plástico en la costa gallega. Y otras chorradas de politiqueo que me tienen en vilo y no me dejan cerrar los ojos ni diez minutos de siesta. De todas formas, no me quedo tranquilo. Necesito algo de actividad física. Y eso debe de haber sido lo que me ha llevado a lo siguiente. Cinco de la tarde.

Enredo. Como casi siempre. No quiero liarme. Pero estoy emperrado con la conquista de los armarios. En lo alto de uno, al fondo, una bolsa muy grande con lo que nunca habría supuesto. Pongo la escalera de los chinos y tiro del paquete. ¡Premio! ¡El karategi! Chaqueta y pantalón, pero no aparece el cinturón azul, que es hasta donde pude llegar. Y de repente me pasa una idea por la cabeza y me reto: “¿A que no hay cojones, Gabilucho?”

Y ahí lo tienes. Un tipo a punto de jubilarse, que se enfunda un poco justo el kimono y lo ata con el cinto del albornoz. Me miro al espejo y me siento un ridículo quijote a punto de atacar a los molinos de viento. Subo a la buharda porque ahí tengo todo el espacio necesario. Respiro unos segundos y hago el saludo ritual. Después, como procede, digo en voz alta el nombre de la primera kata. Heian Shodan. Y me dejo llevar…

Termino el recorrido sereno de respiración y con el subidón de haber reproducido las posiciones fundamentales y los ataques y defensas básicos. “Eres un fenómeno, Gabilucho”, me animo yo solo. Luego me despojo del kimono con mucha prosopopeya y pienso que en realidad soy un viejo y decrépito samurái capaz todavía de clavar el puño sacándolo con velocidad al impulso del golpe de cadera. Y haría efecto en el objetivo, estoy seguro. Por eso mismo, este patetismo va acompañado de ternura. Es el gesto penúltimo del luchador que se resiste a rendirse. Porque sabe que lo que viene después es aquel ritual con el que terminó el escritor japonés Yukio Mishima. Como terminan los verdaderos héroes. Con las tripas fuera. Pero antes nos dejó algunos libros inolvidables. Por ejemplo, “El marino que perdió la gracia del mar”. Solo por libros como este merece la pena continuar.


08/01/24

Día de mucho ajetreo, o laboreo, o azacaneo. Como se quiera. La más bonita por connotaciones es la última: azacanarse, o sea, trabajar con tesón, sobre todo en trabajos humildes y sufridos. Leyendo novela habitualmente, uno se va dando cuenta de que cada vez se huye más de palabras muy precisas por temor a que sean desconocidas para la gente común; y en consecuencia, que el escritor sea tomado por complicado, o peor, por pedante o simple listillo.

Pues lo de hoy, como digo, ha sido un no parar en mil y una cosillas de casa. Hay días que me da por ahí sin haberlo previsto. De pronto, me salta a la vista un motivo insignificante de ocupación breve, como colocar una prenda de ropa… y ya está liada. Es lo que ha ocurrido, que plancho y compruebo que ya prácticamente no puedo colocar unas camisetas. Y me pongo a buscar, a liberar espacio, me pongo malo. También por el hecho de que no hay labor más ingrata que dejar bien esas prendas. De camisas, como si me ponen mil, pero de camisetas… Me remonto.

De ahí he pasado a desocupar algunas partes de un zapatero de la habitación. Ya no es el significado sentimental del numeroso calzado que queda en casa y tuvo vida con Alguien. Pocos objetos guardan una capacidad evocativa tan fuerte como unos zapatos. Pero tengo que hacer sitio si pretendo seguir con un futuro orden casero, y al pasar por mis manos y mis ojos he experimentado pena y enfado al mismo tiempo. Porque parecía que Alguien no quería dejar el espacio que ya no ocupa y que es lógico que lo invada yo y lo utilice en adelante. Una sensación contradictoria.

También he recogido los varios tenderetes que había montado en la buhardilla para colgar tres lavadoras. Porque los hijos vienen y utilizan mucha, mucha, mucha ropa. Todo es de un día por prenda. Pero tienen costumbre de dejarla aquí. He tenido que recurrir, además del tendedero de pie, a unas barras largas que tenía mi suegro en el local y esas me han servido de tendal que me ha impedido todo el día transitar por arriba de casa. Conclusión: tendré que comprar un nuevo aparato para el interior.

Como paseo, me he conformado con la salida de la mañana al café y al súper. Hacía una tarde feísima y, lo dicho, que me he liado. Pero he acabado satisfecho al ver cómo me ha cundido. Todo lo he ventilado. Desde la potente olla repleta de puré (me he cagado en su madre porque se me ha olvidado echar la zanahoria), nada más desayunar, hasta la remoción al caer la tarde de un armario completo para reubicar pantalones y camisas. Todo como acelerado. Al estilo de mi madre, sin pensar mucho. Otro día tendré que rectificar, seguramente.

Pero he podido con ello y eso me gusta. Todo, menos leer y escribir. Tócate los huevos. Lo único bueno es que no estoy cansado. Y me consuelo diciéndome que eso es síntoma de que todavía no me ha castigado el peso de la edad. Aunque el mes que viene caigan los sesenta y cinco, o sea, jubileta total. Pero una cosa es la vejez y otra la vejera. Se puede entrar en una poco a poco sin necesidad de que la otra se eche encima. En fin, creo que la única manera inteligente de llevarlo es seguir pensando en hacer cosas y proyectos realistas. Porque yo no me veo mayor. Para nada.


07/01/24

Pasaron las fiestas y los hijos regresan a sus destinos laborales. Me quedo algo cariacontecido de momento, pero enseguida le veo el lado positivo de la tranquilidad al recuperar el control de mi particular espacio doméstico. Me gusta que vengan, por supuesto. ¡Qué sería de uno si tuviera que pasar unas navidades completas sin ellos!

Es decir, se trata de una necesidad instintiva o biológica recíproca: nos necesitamos entre nosotros y nos necesitamos dentro del hábitat del resto de la familia que vivimos aquí en Aguilar. Cercanos. A mano. Eso vale mucho. Es una experiencia amarga que se adquiere cuando de repente falta Alguien. Yo lo pienso a veces: que no nos falte ninguna más de las personas que son la piedra clave… Sería terrible.

Y antes de marcharse repartimos los restos del frigorífico, que por un día se ha llenado de una maravillosa abundancia llegada con los restos de las comidas grupales donde la abuela. Se hace comida para dos navidades, claro, pero es que se le caen a uno las lágrimas cuando abre el frigo y compara cómo estaba hace unos días y cómo estaba hoy. Habitualmente se parece a los estantes de la celda de un monje mostense. Tan escaso y tan precario que hasta da pena que el frío se pierda de pura soledad.

En esta ocasión los hijos nuevamente han apañado lo que mejor les ha parecido y me han dejado una parte muy suculenta. Yo creo que es que había tanto que es imposible apandar con todo. Así que todavía he sido agraciado con cuatro o cinco raciones de carne y tres postres. Como lo digo. Me he visto obligado a congelar, que ya es decir. Yo, congelando… Increíble. Solo había que ver que los cacharros mondos, pelados y limpios ocupaban toda la encimera cuando he rematado la labor distributiva y antes del fregoteo. Esto a mí no me había pasado nunca. Tanto es así que me he aturullado y me he demorado un rato bastante grande hasta que he quedado conforme con la organización definitiva. Más difícil que hilvanar la trama de una nueva novela. En serio.

Habrá quien diga que me reitero y exagero y enfatizo mi discurso, que soy un estómago agradecido y zalamero, lamerón, halagador o camela… Pues sí, no me importa reconocerlo. Con las cosas de comer no se juega. El comer es el vivir. El talento de mucha gente dimana de una barriga bien tratada. Desde los altos del buche hasta los bajos con la punta del aguijón. El amor perfecto es una ración completa de todo ello. Y el que no se lo crea es que no conoce lo humano.

Lo prueba muy bien el señor de Montaigne, a quien he dedicado esta mañana mi Ínstagram hebdomadario o semanero. Por casualidad han caído sus ensayos en mis manos, entretenido en baquetear mi biblioteca, y me apetecía comenzar año releyendo alguno de sus capítulos o ampliando alguno todavía no leído. No es fácil entender a don Michel. Pero fue un personaje tan grande intelectualmente que lo más maravilloso de su prosa es que la dedica a los asuntos más nimios tratándolos con una seriedad que los convierte en inolvidables por universales. Y eso es justamente lo humano y lo que a mí me gusta encontrar en la literatura.

Dedico a recorrer saltando de unas a otras un buen puñado de fotos de cuando estuvimos en Burdeos y nos acercamos, por supuesto, al castillo de este que fue su alcalde y que se retiró muy temprano a “escribir la vida”, como diría de él F. Umbral. Recuerdo la Tour Madame, y sobre todo su estudio circular con las vigas inscritas de sentencias. Fue un viaje tan bonito que lo llevaré siempre conmigo. E incluso recreo sus pequeños instantes cuando, tumbado en la cama a oscuras y desvelado en medio de la noche, no encuentro ninguna otra ilusión a la que aferrarme. Uno de esos viajes que se disfrutan al máximo porque se hacen con Alguien que es tu sangre y tu aire. Y aunque actualmente esté cada vez más denostado y devaluado, sigo pensando que es insustituible el amor romántico. Y que en el fondo solo ese sentimiento arrebatador es el que hace vivir a dos personas enamoradas como si fuesen dioses. Es decir, desprevenidos de la muerte y con la sensación de eternidad. Por eso, yo solo volvería a hacer un viaje así con Alguien así.

Saludable paseo de la tarde. Antes de él despido a la Chiqui. Después despido al Chico. Y leo un rato un reportaje muy guapo sobre un grupo de las dos últimas generaciones de poetas mujeres que están ya en plena madurez productiva. Antaño seguía muy de cerca los grupos poéticos y sus propuestas. Ahora, la carrera de la edad y su fatiga me ha convencido de que uno no llega a todo. Me conformo con tener conocimiento de este grupo que se antologa en EP Babelia. Son nombres que controlo en general. Y algunos poemas sueltos. Poco más. El empoderamiento de la mujer en las últimas décadas le ha hecho criticar a alguno la ventaja que ha supuesto la discriminación positiva. Yo no lo pienso así. Para mí, la diferencia está en que la mujer que escribe bien es hoy tan visible como el hombre. Y el talento depende de personas individuales, no del género.


06/01/24

Por supuesto, hoy tocaba amenizar mis notas con el elepé que había leído esta mañana en EP que cumplía cincuenta años: “Crime of the Century”, de mi admirada banda “Supertramp”. Ha sido llegar y pincharlo en el Spoty. Claro que yo no lo escuché entonces, con quince años, pero me harté de oírlo durante mi época universitaria. Y pienso que quizá vino también de una recomendación de mi recordado JAP, muy adelantado en gustos musicales a los míos, que ya no está entre nosotros. ¡Querido amigo!

Día intensito, como dicen ahora. Unos Reyes Magos y Majos, porque se han portado estupendamente. Primero, el revuelo de nuestras niñas cuando llegan a recoger sus regalos y luego el jaleo en casa de la abuela con los intercambios entre los Monteros reunidos hoy allí (la familia de M. y la nuestra). Una generosidad, como siempre, tan excesiva que no sé cómo encomiarla de otro modo. Por eso, siente uno un poco de rubor a la hora de recibir lo que considera inmerecido. Al menos a mí me sucede.

De todos modos, ha habido un presente inesperado de emocionante valor para mí y no ha sido uno que haya recibido yo sino mi Chiqui. Procedía de su abuela y tías y ha sido una medalla con el nombre y fecha de nacimiento de su madre. Ese Alguien que siempre vela por nosotros.

Después ha seguido una comida especial, porque es especial el alimento del amor sea cual sea la forma material. Todo buenón, la verdad, pero hoy he disfrutado en particular con los espárragos con salsa de boletus, las carrilleras y la mousse de limón. Es verdad que la comida resulta excesiva en estos días, pero uno aprovecha que ya es el último festejable. Y se pasa un tantín de gula. Ahora viene un tiempo de cerrar la boca. Si se puede.

Regalo de Reyes muy bonito fue también la llamada ayer del editor y del responsable del Librofórum de Colindres (Cantabria) invitándome a una presentación y charla sobre mis “Perlas”. Otro honor probablemente inmerecido porque por ese foro han pasado excelentes escritores consagrados y uno no llega a tanto. Pero, eso sí, que nadie dude que pondré toda la fuerza de mi pasión en estar a la altura de las circunstancias. Agradecido, cómo no, sobre todo a FO, colega de profesión e inteligencia de enorme tino crítico, paisano de Pucela y compañero en otros tiempos de algún curso en la Menéndez Pelayo. Aquel que disfrutamos tanto con don Ricardo Gullón hablando de Galdós, ¿verdad, Fidel? Un regalo más, ya digo, que prueba lo afortunado (y sobre todo apreciado) que soy sin saber muy bien por qué. Gracias, a mis bizarros editores. ¡Cómo me cuidan y cómo me quieren! Si este mundo todavía tiene remedio, es por gente así.

También la Chiqui me advierte ayer con total seriedad que ha llegado el momento de aventar las cenizas de su madre. Ya. No he puesto ni un solo pero. Creo que organizaremos una comida al efecto en Oyambre. Los tres. Sé, y comprendo, que debo separarme definitivamente del último resto material. También le he comentado que en ese instante aprovecharé para despojarme del anillo de casado que todavía llevo. Y se lo entregaré a ella, a nuestra Chiquitina. La vida debe continuar su paso sin ninguna carga deudora. Solo la del recuerdo.


05/01/24

Me alivia pensar en este día de Reyes sin la obligación engorrosa de buscar de un lado a otro un detalle para Alguien… Un detalle de su gusto, desde luego, porque si fuese del mío no habría problema. Por esta razón, alguno de los últimos años pasados terminábamos cambiando lo comprado inicialmente o canjeándolo por un vale. A decir verdad, yo solo recurrí a esto una sola vez, con un reloj tan cuadrado y moderno que preferí otro más clásico que conservo todavía y va como la seda. Me lo pongo poco, esa es la verdad, porque el móvil suple otros mil cacharros.

Encuentro a nuestras niñas con su madre en el súper y les comento que he visto por ahí a unos camellos grandísimos. Por observar su reacción. Una mirada con un punto brillante de picardía y un mínimo estiramiento de la comisura del labio hacia una sonrisa, me hace maliciar que la mayor sabe algo. La pequeña, en cambio, muestra cierta perplejidad de párpados un poquito entornados. Pero es inteligente y tampoco me fiaría yo mucho de que esté en la más dulce inocencia.

Como soy un zote sin ninguna sutileza (quizá he olvidado que también fui niño un tiempo), he preparado unos sobrecitos muy aparentes para la ocasión y por detrás, en el remite, he puesto los nombres de los tres que hacemos el regalo en forma de propina. El propósito es colocarlo sobre los zapatos de cada cual para que los RRMM lo depositen allí. Pero mi Chiqui me ha hecho caer en la cuenta de que así descubro el engaño. Y destruyo la ilusión. Entonces he pensado que podía escribir como remitentes: Rey Melchesús, Rey Gasparurdes, Rey Baltasázaro. Así, disimuladamente… Pero la Chica ha sido muy explícita: Papá, no seas tan tonto que se nota a la legua. Pues vale. Pues muy bien. Pues envuélvelo tú y hazlo como te salga.

¿Es posible, como acabo de decir, que haya olvidado que fui aquel niño boquiabierto ante la magia de esta noche? Lo contaré en una sencilla anécdota. Tendría yo unos tres años, porque andaba e incluso escalaba, como se verá. Los Reyes me habían traído una cerdita de chocolate regordeta y con muy buenas tajadas, junto con una decena de lechoncillos también muy apetecibles y golosos. Después de enseñarme el regalo, mi madre los dispuso sobre una mesa en la estufa entendiendo que yo allí no tendría acceso. Y me dejó solo porque habría faena. Mi recuerdo, sin embargo, es nítido como un alma sin mácula.

A pesar de ser muy poco hábil físicamente, arrimé una silla y me escolingué sobre el borde de la mesa alcanzando un primer objetivo porcino. Y viendo que nadie vigilaba repetí la operación en sucesivos ataques. Hasta que hinqué el diente a la madre, la única que quedaba, comenzando por las patas, luego el enroscado rabo, luego el hocico, las orejas… Hasta que terminé abriéndole la barrigota y haciendo una matanza en toda regla, zampándome hasta las asaduras. La voz de mi madre tronó al descubrirlo. Yo negué como lo hacen los niños: con los morros llenos de boceras y berretes hasta las cejas. No hubo azotes en aquella ocasión (lo recordaría). Más bien carcajadas de todos cuando vieron el resto del estropicio. Ni siquiera me riñeron. A ver quién era el majo que se atrevía… Buenos cojones tenía mi abuela Luisa para que alguien se atreviese a ponerme la mano encima.

Durante el rápido paseo, brumoso por fuera y un poco melancólico por dentro, iba yo pensando que nada le pido a los RRMM de Oriente. Nada necesito. Material, digo. Y que si tuviera que pedir un deseo, solo uno, porque sería avaricia pedir más; si me concediesen un único regalo, pediría lo que escuché a un niño en un vídeo visto hace un par de días: “Cinco minutos con mi papá”, reclamó únicamente. Porque su padre había muerto.

Del mismo modo, a mí me bastaría con eso. Pero como tampoco puede ser en mi caso, me conformaría con un poco de salud hasta que mis hijos sean autónomos e independientes por completo. Lo que venga después, francamente, me da igual. Ni siquiera el amor, ni siquiera el reconocimiento literario, nada. Lo demás para mí ya no vale nada. Solo son entretenimientos para estar ocupado y no pensar y no desesperar hasta que llegue el final.

Sin embargo, los milagros a veces existen. Como si alguien me estuviese oyendo o escuchando mi pensamiento, se ha producido ese contacto con lo maravilloso, lo mirífico. Buscaba en esos momentos en mi heteróclito escritorio y se me ha puesto a la mano una pequeña agenda olvidada desde hacía bastante tiempo; años, puede ser. Es del tamaño de un paquete de tabaco, no más. Y cuando la he abierto y me he enfrascado en curiosear sus apuntes a vuelapluma, he comprendido que este va a ser mi verdadero regalo de Reyes. Alguien dejó algunos comentarios en las primeras ocasiones en que comenzamos a salir como pareja de novios. Están escritos sobre la marcha, en algún trayecto con el coche (en cuya guantera se guardaba la agenda), mediante frases muy escuetas, pero con fecha y firma todas ellas:

“A los ojos más bonitos…” (30/06/92)

“Valladolid, Madrid, Toledo, Madrid, Jerez de la Frontera, Puerto de Santa María, Sevilla, Jerez, Aguilar… ¡Vaya pasada!”  (3 a 10, julio, 1992)

“Y le sigo queriendo a pesar de estar loco…”  (01/02/93)

 Por eso mi carta a los RRMM diría esto: Queridas majestades de Oriente: ¿No tenéis otra igual para regalármela esta noche? En fin, ya sé que no. Por eso, me conformo con este hallazgo de la agenda. Muchas gracias a quien corresponda. A vosotros y a Alguien más.


04/01/24

Es de estos días insulsos. Tan soso que ni siquiera llueve suave como anunciaban para las ocho de la tarde. Es día a lo tonto en que uno da en cualquier cosa. Exactamente eso, estar entre las cosas como una cosa más.

Revuelvo por casa en los ratos muertos. Me fastidia porque me topo con problemas domésticos absurdos y sin solución y los dejo pendientes para la próxima vez que me ponga de nuevo a enredar. Son las cosas que te piden que hagas algo con ellas. Las cosas exigen organización y uno no sabe qué hacer. No estás preparado para gobernarlas. Como lo hacía en otro tiempo alguien…

Encuentro algunos tarros embotados y congelados que no acierto a saber lo que contienen (pequeños cuadraditos amarillos) y vuelven al fondo del cajón refrigerador. Ya preguntaré cuando estén estos, me digo (estos son los chicos). Otros tarros desorientados al menos están dentro de fecha porque caducan incluso en el veintisiete. Pero uno de ajetes que descubro en el fondo de un armario de la cocina ha caducado en el dos mil doce. Sí, hace una docena de años. Pues lo he abierto por ver y no huele mal. Lo que no voy a hacer es meterlo al buche, claro. Se podría cocinar un buen revuelto pero literal: de tripas. Con peligro de una cagalera atómica. Quita quita.

En el perchero de la habitación cuelgan siete u ocho camisas pendientes de la plancha. Para cuando tenga ganas y haga un alto de descanso en la tarea. Penden más que cuelgan con la tristeza de las cosas arrugadas como ancianas. Y detrás de la puerta del baño siguen en su amontonamiento silencioso de unos sobre otros los albornoces. El mío, debido al uso, encima de los demás, los otros debajo. Parece un maniquí muy grueso, de espaldas, con sucesivas prendas encima. El rojo de las estrellas blancas. El gris con remates rosas en las mangas. El granate más bien bata corta de invierno. Ahí los dejó alguien… De esto sí he hablado en alguna ocasión con la hija. Pero ahí siguen. Tal vez porque no tienen otro sitio más aparente donde viajar. Y casi casi yo terminaría echándolos de menos si cambiasen su ubicación.

Hay días apáticos en que uno observa lo que le rodea. Se sienta en el sofá. O se levanta y pasea por su propia casa. Sin mucha reflexión ni emoción. Sin más. Días en que uno ratonea. Esa es la palabra exacta, dar con ella es la clave. Esa forma de estar entre las cosas como el ratoncillo que husmea mientras va desplazándose y rozándose entre las cosas de casa. Como si no estuvieran los dueños. Pues eso. Estás ahí tú. Estar por estar. Como si no hubiera nadie en casa. Y fuese a entrar de un momento a otro alguien…

En fin, quería escribir esto. Intentar describir un estado íntimo difuso o una mente confusa. En todo caso, escribir algo para que los dedos no se queden agarrotados por la artrosis. Seguir entrenando. Seguir abriendo la boca, a pesar de la vida vegetativa, para recibir el alimento de la cuchara que se levanta una y otra vez conducida por la mano de alguien…


03/01/24

Me despierto a media noche y ya no encuentro forma de recuperar el sueño. Y no es porque haya hecho exceso de ningún tipo. Es justo al contrario: me levanto a esas horas intempestivas y tomo un vaso de leche con galletas para calentar el estómago, con el consiguiente empacho que me amodorra y me produce pesadillas. Pero hay días que salen así.

Me envuelvo en la manta, recostado en el sofá, y me dedico a leer algunos artículos de periódicos anteriores. Habré estado más de hora y media. Otras lecturas no las soportaría en semejante tesitura. Por fin, los ojos terrosos me envían de segundas a la cama. Hacia las ocho, arriba otra vez. Pero con mal cuerpo. Un paracetamol gordo. He pasado de desayunar dos veces y después he comprobado que se aguanta perfectamente la mañana.

Sin embargo, he aprovechado el tiempo. Salto de los diarios de V. Klemperer a los relatos de E.Tizón, y finalmente a la relectura de un par de capítulos de S. Mesa, de su libro “La familia”, al que me ha conducido una referencia de I. Vallejo en el Ínstagram. Como una veleta. La cabeza relocha.

Remato la mañana en busca de la revista “Tintalibre”, de EP, porque he leído que está disponible para suscriptores. Pero nada de nada. Me acerco al estanco de Cachito y tampoco. Entonces, ¿para qué pago la cuota anual? ¿O habré entendido mal la información en el propio diario de este finde? Volveré a la carga.

No queda más remedio que tirarse a la calle para ventilar un poquito el coco. Tampoco hacía tan malo. Me encuentro por el camino, en el puente mayor, a AM, hijo de mi amigo Tt. Ha madurado mucho. Es un buen mozo de veinte años, guapetón, centrado y con los objetivos claros. Y para mi sorpresa, un estupendo e inteligente conversador. ¡Qué fácil se pone cuando coinciden dos de vocaciones e intereses comunes! Ambos somos de letras hasta el calcaño. Por eso la conversación es muy gozosa y hacemos un alto para tomar un café en la plaza.

Después me dice que le apetece echar un vistazo a mi biblioteca. Encantado, por supuesto, porque para mí es como de casa. En la buharda, se hace extraño y feliz el ambiente de colegas que surge con naturalidad. Ya no es un niño sino un hombre que ama las palabras, pienso. En poco tiempo hablamos de libros, de intereses culturales, de consejos profesionales… Luego me enviará incluso alguna página con audiolibros y una película sobre Sócrates. ¡Qué chaval más majo! Revuelve entre mis libros y lleva un par de ellos de su interés.

Se sonríe cuando le digo que todo este papel está llamado a convertirse en cenizas porque mis hijos no son del arte. Que los de este palo somos raros y cada vez menos. Y le sugiero que igual que yo heredé algunos libros de su abuela E., maestra, que él también podría heredar los míos. Antes de tirarlos a la basura...Y le comento que para ello debemos seguir en contacto hasta que llegue ese momento. Total, me quedan cuatro telediarios. Vuelve a sonreír porque capta mi juego burlón. No, hombre, no, para eso todavía queda mucho. Me dice. Ya sabes, aquí estamos para lo que quieras. Le digo.

Me encuentro de buen humor porque presiento la efervescencia de las ideas rondándome e invitándome a que cace alguna y me dedique a ella hasta convertirla en un proyecto narrativo. No sé, no sé… De momento, estoy ligeramente cansado, síntoma de que esta noche voy a caer redondo si no me entretiene ninguna bobada en la tele. Prometo que no me voy a comer la tableta entera de turrón Jungly de Nestlé y que me voy a preparar como ayer una ensalada ligerita. Y dos piezas de fruta.


02/01/24

Ceniciento, apagado y tristón. Así estaba el cielo estaba mañana al levantarme. No invitaba precisamente a salir de casa. ¡Qué día más feo! Encima, se ha vuelto lluvioso y ya no lo ha dejado, con rachas de viento revoltoso. Para ponerse como un pellejo, con paraguas y todo. Un café y unas compras, nada más. Por eso, el paseo de la tarde, brevísimo. De trámite.

Me alegra la mañana la Chiqui cuando me pone un guas para decirme que ha realizado su primera operación de apendicitis como cirujana principal. Así me lo dice. O sea, más contenta que unas castañuelas. Y yo, por supuesto. Y su madre, no digamos.

También le comento la noticia a su hermano para que le escriba algo de felicitación. El Chico está todavía de vacaciones aquí, pero por la tarde se pira a Santa con la chavala. Me quedo a mis anchas y noto que a medida que pasa el tiempo llevo mejor las idas y venidas de los hijos. Me amontono menos. Será que me voy acostumbrando, como es lógico.

De momento, hasta el viernes está resuelto el avituallamiento con una olla potente. El socio y yo no le hacemos ascos a repetir varios días. Estoy descuidado y tranquilo para meterme de lleno en mis cosas.

Doy vueltas a un relato sobre una venganza que se produce con una simetría perfecta de situaciones. Como estructura tiene interés. Caigo en la cuenta de lo que me dijo el escritor JC sobre mi facilidad para jugar con la organización del material. Es cierto que se me da bien o me surge de forma natural el manejo de este aspecto narrativo.

Lo anoto en el cuaderno chino. Aquí, prefiero no publicar ideas, porque en el mundo de la literatura esto es muy goloso. ¿Quién se va a acercar al blog? ¿Verdad? Pues por si acaso. He ido aprendiendo con el tiempo y si lo digo es por algo.

Cavilo y barajo la posibilidad de acortar las entradas del diario para darle más cancha a otros proyectos. Es cosa de repartir bien el tiempo. O de hacer más breves los asuntos tratados, sin extenderme. Ya lo iré viendo sobre la marcha.

Le mando al Chico que me baje una peli de la que estoy leyendo muy buenas referencias. “Wind River”, se titula. Le he dejado el pincho, pero me imagino que no lo ha encontrado porque no me ha dicho nada. Cuando venga la Chiqui este finde haré un nuevo intento.

Me envía mi querido poeta JA su “regalo de año nuevo”. Así lo llama. Es un trabajo al alimón con la artista andaluza LLC, que a mí me suena relacionada con la poesía visual, otra de las líneas cultivadas con gran acierto por JA. Este pone la letra e imagino que ella se habrá encargado de un breve pero bellísimo vídeo.

La composición poética nos habla de la recuperación de la memoria, uno de los temas característicos de este poeta. Y sitúa el motivo principal en la playa de Oyambre, razón suficiente para atraparme a mí, pues conocí aquel lugar cuando todavía era un paraíso salvaje. Allí ambienté también algunos poemas de mi libro “Señora Luna”. Allí vi sacar del mar a un joven maestro ahogado y sus ojos blancos y su rictus de horror.

Allí amé con mi mujer. Allí, en el nido arenoso de sus dunas, sentimos el deseo que arrastran las mareas al principio de conocernos y allí paseamos de la mano cuando ya se acercaba el final de su vida.

De todo aquello, ¿qué quedó? Quedan sus cenizas esperando quizá el vuelo definitivo por aquellas aguas. Queda mi vacío inmenso como la mar abierta. Queda esta frialdad del corazón. Cuando me siento así busco una música que no identifico con ninguna mujer concreta, pero que me transmita el temple necesario para soportar la vida sin amar a nadie. Normalmente recurro a la música clásica. Hoy he puesto el “Concierto de Aranjuez”, del maestro Rodrigo. Y escucho la guitarra de Paco de Lucía en el “Adagio”. Para seguir viviendo un día más.


01/01/24

Y lo celebramos de nuevo, una vez más, cíclico, con la ausencia evidente aunque discreta de los dos que nos faltan. Pero el encuentro repetitivo y desarrollado por el mismo patrón de siempre es tranquilizador, nos presta confianza y seguridad. Necesitamos que sea así y que no falle ningún año. La continuidad del grupo unido es la mejor defensa contra la adversidad.

Se esmeraron las cuñadas y se añadieron al banquete algunas novedades en canapés sencillos pero muy ricos, además de que se incluyó por primera vez un bacalao al pil pil a cargo de la cuñada vasca que realmente estaba estupendo, teniendo en cuenta la dificultad de esa salsa (según dicen). Yo he repetido hoy y he vuelto a disfrutar. Me convence más que la carne, sobre todo porque lo como menos.

Las campanadas, como digo, fueron agridulces por los motivos señalados, pero comimos las uvas como si la vida fuese un constante recomienzo. Y así es, desde luego, porque el año viejo y nuevo no son más que un recordatorio del tiempo circular. Hacemos el esfuerzo de volver al ilusionante inicio para que los que van llegando se sumen a la rueda, a la ronda. Tiempo tendrán de comprender que ese giro incesante también irá sacándonos a todos de su curso.

Menos descansado de horas y con los párpados pesados, he conseguido leer un buen rato de mañana. Además, hoy no había prensa y no he tenido que salir al café. Cumplo con los ritos de primeros de año. Retiro los vencidos y coloco los calendarios nacientes donde es habitual en la casa. Me fascinan los calendarios grandes y bien visibles. Uno, muy práctico, lo hace la cuñada con fotos de los cumpleaños en sus fechas correspondientes. El otro es del taller del cuñado y me encanta porque se pueden apuntar datos en cada amplia casilla, y lleva el santoral. Como Dios manda.

Después de comer y antes de las cinco, abandonamos la sobremesa porque la Chiqui ya tiene que ponerse en marcha hacia León. Es precavida y quiere ir con luz y evitar la niebla. La acompaño cuando sale con el coche y me gusta verla tan madura, tan responsable, tan mujer completa. La vida la ha sometido a un riguroso entrenamiento y me enorgullece comprobar que responde con independencia de criterio y carácter enérgico a las vicisitudes que van surgiendo.

Después salgo a dar un largo paseo. Tengo tendencia a autoanalizarme y por el camino reflexiono que me siento tranquilo pero un poco frío de sentimientos. No puedo evitarlo porque mi carácter pide justamente lo contrario. Pero no voy a forzar la situación. Es cierto que a mí interiormente se me hace un poco difícil estrenar el año sin compartir el corazón. No estaba acostumbrado. Pero ya es el segundo que tengo que vivir esta experiencia. Y esa es la realidad. Mi realidad.

Cuando vuelvo a casa oxigenado intento centrarme en el trabajo como un recurso que cada vez domino mejor. Es mi forma de evadirme de la realidad por un buen rato. Sin embargo, todavía con frecuencia me cuesta lograr la óptima concentración que conseguía antes, porque mi mayor enemigo es la organización de los asuntos de casa. El estar pendiente en este aspecto me saca con facilidad de mi tarea y me distrae, incluso me impide entrar en el trabajo a fondo por miedo a olvidarme de obligaciones prácticas y materiales. Lo cual me pone de mal humor, porque no se puede iniciar una novela, por ejemplo, sin estar disponible en cuerpo y alma para vivir dentro de esa burbuja de ficción mientras dura el tiempo de su escritura. Que en ocasiones ocupa unos cuantos meses. O más.


31/12/23

Vuelvo la vista atrás y compruebo que desde que comencé esta sección del diario, recién fallecido el abuelo Santos, he escrito doscientas veinticuatro páginas en el formato que utilizo en el ordenador. Son exactamente ciento quince mil palabras, según la información del procesador de textos. ¿Será suficiente o es ya demasiado?, me interrogo. No lo sé. Tal vez algún día esto se convierta en libro. De momento, continuaré buscando un cauce a la nostalgia hasta que decida entregar al aire sus cenizas. Todavía no siento esa necesidad, ese desprendimiento.

Esperé un largo año a mostrar mis notas porque no quería condicionar las vidas de mis hijos con mi luto por LU. Una parte, por tanto, me reservé y otra borré. No me parecían confidencias públicas. Después, una vez instalados en sus respectivos trabajos, he abierto el cuaderno a mi pequeña tribu de lectores fieles. Ha sido medio año en que he tratado de desasirme y despedirme de la mujer a la que amé y perdí. Si lo pienso detenidamente, he llorado su recuerdo con tristeza primero y poco a poco con esperanza. También con el filtro de un humor sencillo a ratos, para establecer distancia y no derrumbarme. No ha cesado el dolor, es verdad, pero va atenuándose. Y he llegado aquí con toda la firmeza y hombría de que he sido capaz. Herido, pero no mortalmente. Sigo de pie. Desengañado, valiente y lúcido.

Y de esto es de lo que quiero dejar constancia como balance de todo un año entero sin LU. En una sola frase: la he escrito y la he llorado. No he sabido hacerlo de otra forma mejor. Pero he sido sincero y he afrontado las circunstancias de una forma que ella hubiese considerado la correcta. Estoy seguro. Me he sabido organizar y he vivido independiente y honestamente. Además y sobre todo, he procurado cuidar de los hijos en lo posible. Creo que no les he fallado como padre en general. Siento que LU estaría satisfecha y orgullosa de mí.

Por tanto, despidamos el año también con la dignidad que procede. Los que me rodean y quieren no merecen menos. Sin aspavientos pero con ánimo. Y sobre todo con agradecimiento por los dones aún conservados de la salud, el cariño familiar y la inteligencia inquieta. A ello, por qué no, sumamos una acomodada economía. Todo esto junto, y a pesar de los pesares, hará que 2024 sea un año bienvenido. Brindemos pues esta noche por la renovación y la esperanza. Por la felicidad, que es palabra redonda.


30/12/23

Me llama mi excolega MR para decirme que a él le han pasado factura de la compañía sanitaria que tenemos ambos, funcionarios de Muface, por la vacunación (Covid, gripe). No hay año ni campaña que no nos pongan alguna pega y ya no sé si es mala organización o servicio deficiente. Estamos pensando en el cambio definitivo a lo público, porque a partir de una edad resulta procedente. Nos embarcaron al entrar en la enseñanza y aquí nos hemos quedado por comodidad y pereza. Pero habrá que pensarlo. Ya.

De lo que no me quejo ni me arrepiento en absoluto es de la conveniencia e idoneidad de la vacuna. Si no fuera por eso sería una presa fácil para los virus, estoy seguro. Garganta y nariz, de cristal. Y en estos días anda todo el mundo moqueando en los extremos libres de los pañuelos. A ver si sorteamos el peligro de las reuniones. Ha salido por la tele mi excompañero de colegio mayor, JME, una eminencia en epidemiología y, creo, director nacional del instituto de enfermedades infecciosas. Gallego, listo como el hambre, voz grave de tenor y rubio guaperas (el que tuvo, retuvo). Y ha sido claro, como ya lo era de joven: no hay que hacinarse. Me ha chocado sobremanera la palabra. Pues eso, no amontonarse. Ni que fuésemos bestias en la rapa, amigo Pepe.

Pues si traigo todo esto a cuento es porque, a pesar de mis precauciones, no puedo evitar que el relente de las seis de la mañana y mi mala costumbre de respirar por la boca me obstruya a ratos la nariz y me desvele. Eso que con la operación he mejorado bastante. O sea, que antes de la seis ya me he tirado de la cama y he rematado en el sofá dando cabezadas. Me cabreo muchísimos, porque la alteración de horario y orden supone pérdidas de tiempo y mala concentración. Lo mejor, la regularidad. Pero no somos máquinas, esto también hay que tenerlo en cuenta. He leído cuatro páginas y me he puesto como una escopeta.

A las ocho estaba hasta los cojones, así de claro. Ni leía ni me respondía la vista ni dormía ni pollas en vinagre. Total, a poner un cocido. Eso sí que me ha despejado definitivamente. Y he incorporado como novedad un chorizo muy rico y bien curado que le ha pegado un toque sabrosón. Eso ya me ha cambiado un poquito el temple. Mejor.

Entre pitos y flautas me he plantado en la hora de café y prensa. Hoy sin la cofradía, pero me he encontrado con AM y familia, amigo de Madrid afincado con segunda residencia en Mave, y hemos charlado un ratito. Tío simpático e inteligente. Buenas migas con él desde hace más de veinte años. Cuando voy por la feria también reservamos un hueco para vernos. En la última vino a comprarme la novela, claro. Hoy me ha dicho que le recuerdo a mi policía protagonista. Nos volveremos a ver este verano próximo con el libro de relatos.

He cerrado los ojos diez minutos después de comer y he salido a dar un par de vueltas a la muralla. Vuelvo aireado. Iba pensando en mi Chiqui, que se ha presentado a comer porque ha salido para acá en cuanto ha terminado la guardia en el hospital. Me cuenta que han visto por allí al actor Carmelo Gómez, de visita por encontrarse hospitalizado su padre. La chica se acuerda de aquella semana de cine del dos mil tres, hace ya veinte años. Me entretengo un rato largo en revisar el archivo de LU, en el que guardó sesenta fotos de aquella edición. Ella misma y el abuelo Santos fueron a buscar a Carmelo a Madrid y ella y yo lo llevamos de vuelta. Nos invitó a comer y nos enseñó su casa. Un tipo sencillo, luchador y muy humano.

Oigo un poco de música, sinfónica, el “Mirage” de Camel.  Meditabundo, como si el año que huye quisiera transmitirme algún mensaje desconocido y secreto. Pero no me llega nada claro. Solo siento el silencio: de la palabra, de la música, de Dios (como expliqué ayer). El pasado solo es silencio y no estoy muy seguro de que encierre alguna sabiduría esencial. Más bien creo en la desmemoria según va corriendo el tiempo, como una forma de limpiarse de la angustia del vivir, como una misericordia que nos concedemos a nosotros mismos para seguir adelante sin desfallecer del todo.

Mientras estoy en estas doy con un bellísimo artículo de la escritora Irene Vallejo, de hace ya más de un año. Me he topado con él porque en algún momento me saltó en el Ínstagran y lo busqué y lo fotocopié. Hasta este instante en que lo he recuperado y lo releo con lentitud y mucho tiento. Compruebo que incluso subrayé lo que me pareció más interesante.

“El sueño de una sombre”, lo titula la autora. Y habla de lo que sucede “cuando muere alguien querido”. Así comienza la primera frase del texto. Dice que a medida que transcurren los días comenzamos a creernos la ausencia. Que todos los mitos clásicos incluyen una bajada o visita al país de los muertos, como le ocurrió a Ulises, y que allí los atisbamos de forma incompleta, como en sueños. Dice que el poeta latino Ovidio cuenta la historia de amor y muerte de una pareja de ancianos que rogaron a los dioses morir juntos y estos les concedieron el deseo convirtiéndolos en dos árboles, una encina y un tilo. ¡Qué bellísima historia! Y qué bello el artículo de esta cultísima y entrañable ensayista. Léelo si puedes. Por mi parte, no quiero despedir el año sin dejar pasar un solo día sin que mi voz afónica pregunte al silencio del universo a qué lugar se fue LU. ¿Dónde?


29/12/23

Amanece un día bastante suave, muy despejado respecto a estos otros anteriores, lo cual promete una buena tarde de caminata. Inicio animosamente nueva lectura dejando otra entornada a un lado, porque cada vez tengo menos paciencia para soportar un libro que no me convence en las primeras cincuenta páginas. Hasta hace un par de años no abandonaba jamás, aunque solo fuese por pundonor profesional. Quizá después de lo de LU se produjo en mí un cambio que identifico con la edad: Ya no me queda tiempo para echar horas sin interés. Es tal cual lo digo.

Me pongo con la novela de un argentino, HD, que está teniendo muy buena crítica. De hecho, el Babelia lo consideraba el mejor del año. Son clasificaciones relativas, lo sé. Yo lo venía siguiendo y decido hincarle el diente. Concretamente, la primera de las dos novelas que tiene. Es una prosa de calidad y un asunto de interés, épico, con visión de la realidad externa y fuera del ombliguismo habitual. Se huele la literatura a la legua, desde los primeros compases. Creo que este me puede convencer. Vamos a ello. Ya tengo una nueva ilusión para unos cuantos días. No es muy largo.

Tertulia animada y, después, me llevo un alegrón cuando pillo en la panadería al lado de casa los polvorones que andaba buscando. Tantas vueltas para tenerlos encima. Con moderación, me digo. Imposible. Es puro vicio. Los pongo a recado y fuera del alcance de mi hocico. Como si quisiera esconderlos de mí mismo y olvidar dónde están. No se harán añejos, seguro. Me pienso tapiñar todavía muchos polvorones mientras el cuerpo me aguante. Creo que me gustan tanto porque se parecen las palabras polvo y polvorón. Preferiría algún polvorón menos y algún polvo más, eso desde luego. Pero la cosa es como vaya viniendo. No pierdo la esperanza.

En efecto, he disfrutado de una larga marcha y me ha sobrado ropa. Bueno, el reloj cuentapasos este que llevo no vale para nada, pero dice que el equivalente a ocho kilómetros. No me lo creo, pero entre unas cosas y otras se han pasado casi dos horas. Buen ritmo y respiración. El oxígeno es optimismo y mi cabeza piensa en positivo. Lo noto.

Cuando regreso me acuerdo de que hoy es día de puertas abiertas en los museos y me apetece pasar por el de Ursi. Lo he visto varias veces, pero hacía tiempo ya que no entraba. Me empuja una cierta nostalgia de aquellos años recién establecido en Aguilar y de aquellas tertulias en los Linajes con el grupo de fieles al escultor, que a veces me acogían a la hora del café. Y así es como fui conociendo un poco más de cerca su obra. Desde el realismo a lo conceptual, pasando por el humor, Ursi levantó un testimonio vital y artístico muy interesante y original. Máxime teniendo en cuenta que era inteligente pero autodidacta, y sobre todo muy trabajador.

Todavía figura en una pared junto a la escalera de subida del museo un pequeño cartel de la semana de cine del año cinco, en que le concedimos desde el ayuntamiento el Águila de oro, junto con esa misma distinción a la actriz Charo López. Para mí, fue un reconocimiento del que me siento orgulloso en la pequeña medida en que pude agradecer, si no su íntima amistad, al menos su cercanía de trato. Era hombre ocurrente, bienhumorado, valioso.

Y me acuerdo también, perfectamente, de que le hice una visita acompañado de mi tío el cura, cuando ya se encontraba en el hospital con la salud muy quebrantada. Pasaba yo por Palencia de vuelta de Piña, en vacaciones de navidad de dos mil seis, y me pareció oportuno. Como camarada y como concejal de cultura. Murió el siete de enero del siete.

A LU le gustaba especialmente el número siete. Me imagino que por sus connotaciones mágicas en la tradición religiosa y cultural, como les sucede a otras muchas personas. Yo no participo de esas quisicosas que me parecen cercanas a la superstición. Como los horóscopos o la Cábala. En fin.

La realidad fue que en ese mismo año de dos mil siete, creo que en octubre o poco después de comenzar el curso académico, conocimos la terrible noticia de su enfermedad. La operación de máxima urgencia y la malignidad del tumor en el ovario. Y comenzó un viacrucis de quince años como quince estaciones que condujeron inexorablemente al calvario.

Había sido un verano feliz de vacaciones en Portugal. Y no sé por qué (me suena haberlo contado ya), tuve el pálpito en la intimidad de que algo estaba pasando. Probablemente su malestar mal disimulado ante el presentimiento físico de que su cuerpo no funcionaba bien. O que comenzaba a palparse un bulto sospechoso que en todo caso se calló. Desde el mismo comienzo se rebeló y reveló su voluntad férrea de que no nos afectase a nosotros. Y lo mantuvo hasta el final, incluso cuando ya sabíamos el destino fatal.

Vuelvo a repetirlo: no creo en cábalas, supersticiones, hados o el destino. Tampoco en Dios. Ninguno de los dos creíamos. Poco antes de morir, hablamos de ello y ella misma me confesó con cierta rabia contenida: “No hay nada”. Estábamos de acuerdo. Y a pesar de mi respeto por las creencias, hoy estoy convencido de que no existe nada más allá de la muerte. Más acá, sí: nuestro miedo. La vida es un acto implacable de la biología.


28/12/23

Doble tertulia porque, cerrado el Valen, nos desplazamos al Villa, y después cuando paso por la María me llaman los JV. Hacía tiempo que no coincidíamos. Me propone mi excompa GA una comedia de los Ozores por la tarde en el cine (teatro). No me atrae demasiado el plan por la pinta. No dejo mi hábito sino por algo de lo que esté seguro que merece la pena, porque me contraría mucho tener la sensación de haber perdido el tiempo en bobadas. No es rigidez de pensamiento, es firmeza en el objetivo.

Comemos el Chico y servidor con mucho gusto. Creo que las lentejas de la víspera me han quedado potentísimas. Quizá pelín espesas. Esto me pasa por excederme en los puñados que permite la cazuela utilizada desde que LU me enseñó a prepararlas. Con unos cuenquitos de arroz, truco o añadido que ya sabían nuestras abuelas para completar los nutrientes y que LU conocía también por tradición familiar. Por supuesto, en cuanto me quedé solo enredé en internet en busca de la explicación a ver si era saludable la mezcla. Y la respuesta no puede ser más clara: es una mixtura excelente. Tengo que comenzar la preparación en olla exprés, porque se me hace larga la hora en la simple cazuela. Igual de fácil y de ricas. Me imagino.

La tarde la paseo un ratito forrado y alicatado hasta el techo. Con cuatro capas porque algún día de los pasados me alcanzaba el frío. De todos modos, es cuando se pasa de una hora caminando. Hoy me he acercado de nuevo al súper donde compré los polvorones esos tan buenos y han volado. No se los encuentra ni por internet. O te envían un kilo mínimo a cuarenta pavos. Es una delicia, pero este año no me he saciado todavía de ellos. Y LU tiraba a ahorradora y menos lanzada que yo cuando algo me resulta exquisito. A lo mejor ya ha sido suficiente para esta ocasión. Para este viaje, dicen en Piña.

Me recojo en casita y a la labor. Trasteo un rato en la cocina y cambio impresiones con el Chico, definitivamente recuperado del pasmo. Sale un rato con la novieta y me parece genial. Cenaré solo y estoy pensando en unas sopas de ajo, ideales para el tiempo. Y me salen bordadas. Lo que no sé es si el pan de ayer estará en condiciones. Veremos.

Como soy inquieto por naturaleza, no dejo de brujulear por casa. Antes de sentarme al tajo, se me ocurre cerrar los velux porque la helada puede impedirlo si uno se descuida demasiado. Entro decidido a la habitación del chaval, bajo la persiana y cuando me doy la vuelta para salir en dos pasos y completa oscuridad me encuentro con el canto de la puerta entrecerrada y la embisto con la nariz y la frente. Se me clava un poquito el puente de las gafas y me hace un rasguño horizontal y sobre la ceja se me abre una rajita vertical. Sangro. Digo, eres gilipollas, muchacho. Me limpio con un poco de alcohol. No es nada. Ya, pero te podías haber pegado las napias al lado de una oreja, majete. Bah, alguna de estas tenía que pasarme en el día de los inocentes.


27/12/23

Estamos pasando una ola de frío intenso o frío de verdad. No es tanto que la temperatura sea extrema, sino que se siente térmicamente muy por debajo de los grados reales. Por mi parte, lo aguanto bastante bien. Abrigado, claro, cuando salgo a dar una vuelta; hoy tampoco he perdonado, aunque breve. Pero uno de los efectos más desagradables en particular es que tengo las manos finas de mi oficio y se me abren grietas en las yemas de los dedos, justo en el extremo de las uñas. Casi no se ven, pero son molestísimas. Me sufren los dedos incluso ahora cuando estoy escribiendo. Por eso me preocupa, no por otra cosa. Crema y crema y crema, y aun así se cuartean. De chicos nos las meábamos al salir de la escuela. Escocían, pero es cierto que curaban. Y eso no nos impedía comernos la merienda sin lavárnoslas. Tan ricamente.

Desde luego, es tiempo de cuidarse y no descuidarse. Pero eso parece ignorarlo la gente joven (como nosotros a esa edad, claro está) y a mi Chico le ha pillado un pasmo y le ha tenido tres días en cama con fiebre. Por descuidarse, no me cabe duda. “Es un virus y le pilla a cualquiera”, dice cualquiera como excusa. No, a todos no los pilla igual. Experiencia.

Pues hoy se ha levantado ya, bastante mejor, para ir al dentista. Ha comido con ganas la última ración de caracoles (ayer todavía hubo para los dos, pero hoy me ha dejado una miseria), y por la tarde me ha dicho que se largaba a ver a la novia. Le he advertido de nuevo. Que estaba convaleciente. Cuidado con pillarlo de nuevo y reengancharse. Que ya le ocurrió lo de aquella infección de orina y pasé una noche perra en urgencias. Que no quiero pagar el pato de su irresponsabilidad. Bueno. Vamos a verlo…

...

Quizá la única cosa que agradecer a esta situación es que hacía muchísimo tiempo que no dormía tanto y tan seguido. Con una mínima pausa a las seis de la mañana, me he levantado a las ocho cuarenta. Hacía no sé cuánto que no me ocurría. La nariz despejada y el cuerpo relajado de un primate feliz.

No sé si esto habrá motivado un sueño que he tenido extraño, detallado y completo en cuanto a la historia. Pero rarísimo, ya digo. Estaba trabajando en una fábrica y no sé por qué se me había manchado el abrigo con el que había llegado al trabajo. Yo observaba que a otros les encomendaban tareas concretas y para mí no llegaba el turno de asignarme una labor. Sospechaba que podía tratarse de dos cosas contrarias: o me veían incapaz para nada o estaban esperando a asignarme un cometido muy cualificado…

O sea, una cosa sin pies ni cabeza, como puede verse. O tal vez un miedo escondido sobre el arte de la creación y la ansiedad por encontrar estructuras para expresarse. Qué sé yo. Como tantas otras veces, al final se trata de arrancar a escribir algo. De ir en busca de algo que solo la escritura desvela poco a poco. Se trata de meterse en la burbuja de un mundo dentro del mundo. Se trata de alumbrar una historia. ¿Está llegando el momento de parir? ¿De comenzar a escribirla?

¿Cómo es posible que el cuerpo aúlle todavía en estas últimas noches de luna llena? Como si rondara un lobo en la espesura de la oscuridad, más allá de donde alcanzan mis ojos a través de la ventana, en la noche total. Debería quedarme ciego de los ojos. Y aun así lo sentiría en mi pulso. Es la belleza arrebatadora que no puedo poseer. Envejecerá y se perderá sin que yo la haya besado. Mi condena como hombre. Mi imposible como escritor.


26/12/23

Recrudecen los días, pero la dirección es inequívoca hacia el frío invernal característico de Aguilar. Hemos rondado los menos seis al amanecer y recuerdo antaño hasta los menos diez excepcionales, en mi época activa de docente, cuando llegaba con veinte minutos de antelación al insti y me cobijaba dentro del coche bajo un gran platanero a la escucha de las primeras noticias radiofónicas de la mañana. Y a pesar de todo, me encantaba sentirme expuesto pero protegido del grandísimo helor del amanecer.

Hoy me aposento junto al ventanal, al calor de la calefacción, y contemplo el brillo chispeante de la cencellada que se agarra a tejados y arbustos y no me permite subir los velux hasta que suaviza bien entrada la mañana. Por eso leo a primera hora aquí. Me pongo o lo intento diariamente al echar a rodar como una forma de recordarme que no todo se ha acabado con LU, que estoy vivo y que soy yo mismo, un pobre hombre apasionado y enamorado de las palabras. Y que no cambiaré jamás en esto mientras tenga aliento.

Luego de los recados reviso el periódico y me encuentro con un maravilloso artículo (la prensa guarda todos los días alguna perla) de OMR, doctora en Sociología por una prestigiosa School londinense. Y ¡qué feliz casualidad! En la entradilla de dicha colaboración se dice que “los humanos tenemos la necesidad, incluso neurológica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad”.

Y me pregunto y os pregunto: ¿No es lo mismo que dije ayer yo?: “… que en esta sagrada costumbre reside una especie de recreación de un escenario ideal en el que se encuentran el pasado y el presente…” Y tengo que añadir, con toda honestidad, que mientras tan ilustre doctora adopta un punto de vista científico, mi reflexión se refuerza y mejora sirviéndose de un toque poético con la imagen desarrollada de un acordeón. Y, por tanto, es muy afortunada; incluso alguien diría que superior en la capacidad de transmitir. Pero no voy a ser yo quien lo asegure. Solo hay que leer y comparar. Eso, sí, a mí no me dan espacio en EP para escribir mis cosas.

Estas mismas reflexiones son las que ha leído mi prima RG, que acaba de perder a su marido muy joven, y que desde este momento comparte conmigo y con tantos otros la sabiduría desvelada del secreto humano; es decir, que somos seres para la muerte. Lo dijo el filósofo M. Heidegger. Y en lo que nos diferenciamos de los demás es en que la conocemos de cerca, de manera muy próxima, por haber sido acompañantes directos y haber estado unidos íntimamente con quien nos ha dejado. Porque no es lo mismo saberlo que vivirlo. Conocerlo que sentirlo. Cuando llega el momento, el abismo se abre bajo los pies. Y alguien se despeña en ese vacío y alguien queda al borde del precipicio mirando… Pero nosotros, quienes quedamos aquí, no morimos. Conviene recordarlo.

Como digo, la prima RG me envía un guas diciéndome que conoce mi blog y que durante los últimos días de hospital ha leído esta larguísima despedida que vengo haciendo al amor de mi vida, a LU, y que mis palabras la han reconfortado. Y añade que a ella le gustaría despedir así a su marido, GA. Por supuesto, sus palabras me emocionan y dan sentido a las mías. Primero por el cariño familiar y también por mi vocación de escritor. Pocas veces he experimentado esta sensación tan directa y tan impactante, como un flechazo, sobre la misión del escritor: ser uno con el lector.

Pues bien, contra lo que suele creerse de que en momentos así sobran las palabras, siempre he pensado que esto se refiere a las palabras habladas de viva voz. En cambio, nunca son bastante las palabras escritas, las que ahondan en la noche hasta encontrar en el fondo de lo humano la semilla de luz con que se terminará emergiendo de nuevo a la superficie del día.

En esta tesitura considero que me encuentro yo en mi situación actual. Y quiero decirle a la prima R. que cada vez me veo más sereno en el camino que también inicié como lo hace ella ahora. Y que he llegado hasta aquí hablando con LU con la intención de no olvidarla pero tampoco de paralizar el paso. Y puede que sea una buena manera que tú, querida prima, también necesites de tu personal escritura en un diario. En busca de un poco de consuelo. Por tanto, hazlo.


25/12/23

Lo mejor de estas fechas es que nos permiten acogernos al calor familiar. Es una necesidad básica de toda persona, máxime cuando habitualmente se vive solo, a la intemperie de la soledad. Se agradece el afecto.

Anoche nos reunimos docena y media (contando a los niños) donde la abuela. Algunos silencios y miradas: nadie ignora que este año nos faltan dos. Pero es mejor no hacerlo explícito para no entristecerse. Es mejor la risa floja, la broma, para mantener el tono de unión a pesar de las circunstancias. Yo observo a la abuela especialmente seria e imagino lo que pasa por su cabeza. También en la mía viven recuerdos amontonados y que poco a poco se van dispersando, con algo de disgusto por mi parte.

Las cuñadas toman la iniciativa, organizan y nos tienen atendidos como a reyes. Quizá es un tanto injusto que la responsabilidad fundamental recaiga siempre sobre ellas (antes formaban trío con LU), pero funcionamos al estilo tradicional y de momento no se cansan de nosotros. Nunca lo agradeceremos bastante. Deberíamos hacerles un monumento.

A mí la verdad es que siempre me ha importado muy poco la comida que se ponga para la ocasión. Porque valoro sobre todo el regalo de la compañía y porque me gusta todo. Y generalmente lo más sencillo es lo me sabe más rico. Me fijo en las manos que aderezan la comida como si se tratase de un rito ancestral. Es un cuadro místico y erótico al mismo tiempo. Fue una delicia el pulpo y me chupé literalmente los dedos con un plato especial de mi gusto: los caracoles. Pensé que iban a resultar fuertes por la noche pues comí más de la cuenta, pero en absoluto. Me sentaron de perlas: ni un borborigmo ni un regüeldo en toda la noche. Y por si no fuera bastante, esta mañana también ha viajado a mi casa una cazuela sobrante. La cuestión es que el Chico anda griposo, no pudo quedarse a la cena y su tía M. le ha reservado este manjar para cuando se reponga. Y de paso, yo aprovecho.

Mística del alimento que también se cumple con creces en la comida de este mediodía de navidad con mi propia familia de sangre. Es tradición que hoy nos reunamos la parte de los de Piña. Viene mi hermano y su familia. Antes nos juntábamos en el pueblo, ahora que desapareció la generación de abuelos y de padres nos vemos en Aguilar. De aquella casa quedamos Lázaro, Mon y servidor. Nadie más de la sangre plena de los piñeros.

La gozo igualmente, aunque algo más embarullado por la parte que me toca en la organización, mínima, pues me lo dan todo prácticamente resuelto. En esta mesa suele ser habitual entre otros entrantes el queso de torta, magnífico, y un solomillo del uno, bandera, mantequilla pura. Para El Chico (aún en cama) se reserva, del mismo modo que ayer, una buena parte alícuota de todo lo disfrutado. Se va a poner las botas cuando se mejore.

Aquí quien nos gobierna (antes, a dúo con LU) es mi cuñada MA, práctica y resolutiva al extremo de que me deja la labor concluida de todo punto. Sin necesidad posterior de que yo tenga que mover un dedo. Una suerte. Mis sobrinos se retiran pronto a sus obligaciones en Valladolid y la Chiqui regresa también a León para incorporarse mañana a una guardia. Después de un café fuera de casa, nos despedimos todos hasta próxima.

Vuelvo a mi reducto en la buharda y no hago más que preguntarme dónde está el secreto de este mantenido ciclo anual, demasiado reiterativo por otra parte. Entonces, ¿por qué nos resulta imprescindible? Y concluyo diciéndome que en esta sagrada costumbre reside una especie de recreación de un escenario ideal en el que se encuentran el pasado y el presente (incluso el deseo de un futuro similar); una quedada de los que estuvieron con nosotros y que de alguna forma vuelven a estar, y de los que estarán dentro de muchos años y anticipan en cierto modo ahora su presencia.

En estas celebraciones, en definitiva, es como si se plegase el tiempo como en un acordeón. Y la música del universo sonase acorde, continua e infinita. Nos reunimos para estar eternamente unidos los que nos queremos. Y los alimentos vuelven a ser el motivo para estar juntos. Y quienes los elaboran son los jefes de ceremonia de lo más profundamente humano: el amor.


24/12/23

Por un solo día, una sola vez al año, declaremos una tregua durante unas horas. Paz desde que anochece hasta el amanecer. Aunque sea ficticia y tensa y mínimamente duradera. Pero paz, a fin de cuentas. Creamos que existe todavía la voluntad de entendimiento entre los hombres. La buena voluntad. Celebremos que el silencio solo se ve alterado por cánticos festivos. Aún queda una posibilidad de sobrevivir.

Esto que en occidente todavía es deseable y posible, en algunos lugares de oriente ya es una quimera inalcanzable.  Precisamente donde nació el mito de la muerte y la resurrección para redimir al hombre. Es eso lo que expresa con letal ironía la viñeta de El Roto en EP de hoy mismo: una mujer ataviada de negro y cubierta de pies a cabeza sostiene en sus brazos un envoltorio de niño con la ropa salpicada de rojo sangre. La pura realidad. En Belén de Cisjordania, en la Palestina donde nació el Cristo, no existe el recuerdo de paz ni la paz momentánea ni la posibilidad futura de paz.

Por eso me parece conveniente representar a Dios equiparado con el pan, el alimento por excelencia como producto del trabajo del hombre: “El hombre es afán y Dios es el pan”. El hambre imposible de pan es la guerra. Y la posibilidad de pan es la paz. Paz es pan. Esto como deseo colectivo.

También en lo individual esta noche convendrá refrenar por unas horas el propio corazón y dejarlo en paz. Es la segunda Nochebuena en ausencia de LU. Y el primer año completo, este dos mil veintitrés, que ella no ha podido ver desde su nacimiento hasta su fin. Ni verán sus ojos un solo instante más de toda la eternidad. Y yo intentaré comprenderlo al abrigo de la familia, viudo de cuerpo y alma, desposeído poco a poco del sentimiento amoroso y custodio de los recuerdos congelados que vayan quedando. Debo aceptarlo y seguir, lo sé, aunque es posible que me haya muerto hace tiempo y yo sí esté resucitando en otra persona con mi misma apariencia y forma. Pero que tampoco podrá nunca más existir como el mismo hombre que amó a LU. Que vivió por, con y para LU. Un hombre nuevo que debe afrontar una navidad distinta. Aceptemos pues la ley vital. Aceptemos el destino.


23/12/23

No es que haya pasado mala noche, pero he mantenido un ojo abierto como las liebres y he estado pendiente por si me llamaba la Chiqui. Me había contado que había tenido la cena de compas del hospital y que entre la comida y las copas algunas habían amanecido con los estómagos como estropajos. Entre ellas, esta. Es lo que tiene la fiesta: el día siguiente. Y ayer se había pasado el día vomitando y se encontraba fatal. Le dije que si no podía levantarse y me necesitaba me acercaría a León. Por suerte no ha hecho falta y esta mañana ya me ha comunicado que se encontraba mucho mejor y se ha incorporado a la guardia con normalidad. Incluso ha comido algo ligero y le ha sentado bien. Vale. Me cuenta que si les habrán dado las copas de garrafón. Que han sido varias las afectadas. Ya sé cómo me dices, hija.

De todos modos, me ha costado la lectura de primera hora. A las ocho y media estaba sentado leyendo algún artículo interesante de EP que dejé pendiente ayer por ver la peli, y después me he puesto con la novela de R. Villajos, que se me está haciendo larga sin serlo. Toda esta estética del “escribir con el cuerpo” comienza a superarme. Al final las muchas pretensiones de partida se quedan en muy poquita cosa en la práctica del texto. Más interesante me pareció el cine de “El mundo sigue”, basada en la obra homónima de Zunzunegui, de potente denuncia social y maravillosa técnica naturalista. De principios de los sesenta, creo, y por tanto razón de más para reconocerle el mérito.

Me entretengo en revisar en el listado del periódico los boletos de lotería, aunque también los he metido en el comprobador del móvil. No es que juegue mucho, pero tiento la suerte con ocho o diez décimos. Como con el habitual euromillón. Para nada, ya lo sé. Por eso LU se ponía de mal humor todos los años y se preguntaba cómo podía ser tan tonto: dinero perdido. Bueno, este año voy a cobrar dos décimos (uno de Piña): doscientos cuarenta pavos. Menos da una piedra. En cambio, para el Niño ya no juego nada. Nunca.

Hemos comido el Chico y yo mano a mano las fabes asturianas que dejé cocinadas ayer y que estaban bien ricas. Con el caldo ligado y muy sabrosas por el acompañamiento del arroz, la morcilla y la costilla. Plato único pero nos ha sabido de rechupete. Café y cuarto de hora de siesta arrullado por la tele.

Después he salido y he cumplido con los diez mil pasos (y más). Por el camino me encuentro con SL, separada desde hace años y que siempre me ha parecido monilla. Hacía cantidad de tiempo que no nos veíamos porque no vive aquí. Está de paso en visita a la familia. Charlamos con interés un buen rato, pero luego cada uno tiramos por nuestro camino. Simbólicamente eso es muy significativo, puesto que si dos tienen interés conciertan, por ejemplo, el resto del paseo juntos. Pero no es así, además de que entiendo que está con una nueva pareja. Me parece perfecto. Pero soy gallo con espolones y estoy mayor para interesarme por alguien que duerme con otro. Agua que no has de beber. Lo cual no quiere decir que no me alegre por ella.

Regreso por el camino paralelo a la variante para entrar, hoy sí, en el Lupa. Tienen los polvorones de Carlos I, pero los de chocolate. También son espléndidos y los cojo porque quiero que los pruebe el chaval. Y unos mazapanes y unas nueces, que también me encantan, más otros recadillos de avituallamiento ordinario de la despensa.

En efecto, probamos la delicatesen en cuanto llego. Cosa rica rica. Es curioso pero el año pasado no recuerdo haber comprado nada de dulce. Eso era siempre cosa de LU. Y no tuve apetencia, también es cierto. Lo que probé fue de casa de la suegra. También en ese aspecto mi ánimo ha cambiado. Estoy menos compungido. La tristeza me sigue rondando a ratos como una neblina, pero se disipa con mayor facilidad. Continúo. Adelante.


22/12/23

Ayer fue día de felicitaciones de cumpleaños. Primero a mi hermano Mon, (con un cariño sin tasa), por su ingreso en el club de los sesentañeros. Y después a JCR, colega del insti que también los cumplía y que además se jubilaba, como es lo habitual entre docentes. Comimos en el Valen y pasamos un rato divertido. Después rematamos tomando una copa y no llegué a tiempo de poner unas notas en estas páginas que ya se van dilatando demasiado. En fin.

Al menos se ha levantado un día frío pero con solito. Algo es algo. Ando justo de tiempo haciendo la comida, un doblete de tertulia y unas gestiones con el puñetero seguro para lo del móvil de la Chiqui. Por suerte, me ayuda mucho CM, la muchacha del banco intermediario. Se ha molestado de verdad. Parece que hemos conseguido informe positivo de los peritos. Vamos a verlo si sueltan o no de una vez. Les está costando. Pero voy a seguir machacando como un martillo pilón.

Encuentro la media hora gratificante para el periódico y me topo con el artículo de la última página en EP de J.J. Millás. Fabuloso. No decae su gracia literaria. Extraordinario. Este de hoy parecía interpelarme a la cara. Con poética cercana al absurdo, nos narra la nochebuena solitaria de un recién viudo que cenará un zapato de su difunta mujer encontrado en un armario… Hay que leerlo para llegar al fondo de este escritor. Se titula “Dormir” y lo recomiendo encarecidamente. Yo lo he disfrutado.

Aunque soleada también la tarde, la temperatura no da para bici y no quiero arriesgar mi vulnerable garganta. Cierto también que la miel es solución milagrosa en cuanto noto algún síntoma de irritación. Santo remedio, oye. Lo decía mi abuelo Melchor que lo había probado infinidad de veces. Pues eso, en mi caso, lo mismo

Pero bien arropado, se puede disfrutar de un paseo a buen ritmo de casi hora y media. Es a lo que puedo aspirar durante el invierno. No queda otra que conformarse y no me parece poco si la marcha es viva, como digo. Tampoco se gastan las mismas calorías que en la burra, pero pan o pan. Para más inri, no nos libraremos de la media docena de comilonas propias de estas fiestas. A ver quién es el majo que se aguanta con la boca cerrada. Yo tengo vicio diario y emperrado por los polvorones, y de regreso a casa he evitado pasar por el Lupa donde venden la mercancía. Que me conozco.

Lo sabía muy bien don Antonio Machado: pasear y leer eran sus dos aficiones y, además, oficios meditativos, añado yo. Cuando la respiración es acorde con el paso, un poco al estilo del desfile militar, la mente se libera y puede volar libre… De este modo se conciben muchas grandes ideas.

Así me pasaba a mí esta tarde cuando caía en la cuenta de un nuevo día veintidós, desde aquel otro de hace diecinueve meses. Sin la mujer de mi vida. Sin LU. Y siento un poco de pudor al confesar que su recuerdo no me lacera como tiempo atrás. Viene a mi mente y lo recibo sereno, casi con gratitud. ¡Cómo es posible recrear su muerte apenas sin dolor! Pero es tal y como digo. Es el paso regular, silencioso e implacable de esos diecinueve meses. Es, ni más ni menos, la sucesión del tiempo aligerando la vida para que pueda continuar. Y una felicidad pequeña y esperanzadora me invade cuando entro en casa. A pesar de que no me espera LU. Ni nadie. Solo la esperanza. Esperar.


20/12/23

Pierdo casi toda la mañana rabiando como un mono con bruxismo, o sea, rechinando los dientes. Y es que no paran de ponerme pegas en el seguro de casa para abonarme el importe del móvil robado a la Chiqui. Y lo malo es que me tienen como un zarandillo de una entidad bancaria a otra con la impresión de que dan largas y no entiendo muy bien las razones. No hacen más que pedirme documentación como si me estuvieran poniendo palos en las ruedas, o como si pretendieran comprobar que me falta algún papel para negarme mi derecho. Y la pasta.

¿Treinta años con la misma entidad y sin dar un parte, y tengo que ver cómo me chulean?  De ninguna manera. Porque lo que no saben es que a mí lo que me sobra es tiempo. Y ahí es donde me voy a fajar. Todas las mañanas una visita al banco intermediario y varias llamadas al seguro. Me voy a cagar en sus muelas, pero no lo voy a dejar. En este sentido, no me conocen. Erre que erre hasta que suelten la panoja por cachavas. O por aburrimiento.

Muy tempranero, me envía mi buen amigo el poeta JA su felicitación navideña. Casi todos los años es de los primeros, si no el primero. Suele ser un crisma primoroso que difunde por guas y al que adjunta casi siempre un pequeño poema con un toque entre nostálgico y reflexivo. En esta ocasión también es bellísimo, pero con una particularidad: se le ha escapado una falta de ortografía…. En nada empaña el mérito, pero queda feísima. Se lo he hecho llegar para que se percate y lo corrija. Me ha parecido gracioso. O sea que, al mejor escribano, se le escapa un borrón. Me imagino que lo habrá distribuido a toda su agenda, con lo cual estará jurando y votando.

Me ha venido a la cabeza esto porque hoy se impartía una conferencia interesante en la Caneja. Pero me cuesta mucho bajar con este frío y a hora tan tardía para el regreso. Pensaba llamar también a CA y tomar un café con ellos antes del acto. Finalmente, he pensado que podría resultarles un compromiso si no pensaban asistir. O sea, se mete el invierno y no hay quien le mueva a uno para doscientos kilómetros sin más. Ir y volver. Mejor, quietecito en casa.

Sin embargo, el tiempo no ha sido tan crudo como ayer. He vuelto a salir a mi garbeo y me ha sentado estupendamente. Abrigado, sin problemas. Pasear blindado contra el frío también tiene su cosa, su magia. Lo único, que tengo que prescindir de las gafas y llevarlas en el bolso. Veo borroso, pero siento bien. Paseo y reflexiono dentro de mí mismo. Muy machadiano. Por algo será esta afinidad…

De vuelta me pongo al trabajo, pero enseguida me envía mi amigo NB un pequeño microrrelato para que le eche un vistazo. Un máximo de cien palabras. Eso no es moco de pavo. Lo leo varias veces y pienso lo que voy a contestarle. Una opinión no tiene más valor que una alerta.

Hoy he pensado en varias ocasiones en la manera que tenía LU de aconsejar a los hijos. Al principio yo no entendía muy bien por qué resultaba tan consoladora y tan eficaz con ellos, puesto que sus palabras siempre eran pocas y muy sencillas. Seguramente a mí se me habrían ocurrido razonamientos más fundamentados y elaborados. Pero nunca me requerían o acaso después de haber hablado con ella. Y lo que yo opinaba solo era un añadido a lo fundamental que ya sabían. Nadie como su madre, claro. Por eso, en ciertos momentos me gustaría contestar a sus interrogantes vitales con algo también muy fácil: Preguntad a mamá. ¿Qué diría mamá sobre esto?


19/12/23

Fue una visita relámpago, como dicen con extraña metáfora. Pero siempre me satisface la estancia en Piña por muy breve que sea. Y el ambiente sagrado en la iglesia, que es otro de los lugares donde se concentra el espíritu de un pueblo. En este caso para una despedida. Me estuve fijando y como templo ha quedado muy arreglado, sobre todo la nave del lado del evangelio, que lo necesitaba y además acoge el retablo más valioso. A mí me gustaría, aunque solo fuese una vez, una reunión de todos los piñeros vivos en la plaza, por supuesto; con el menor número posible de ausentes. En la semana cultural de agosto es cuando mejor he experimentado esa sensación. En este caso, en celebración festiva y comida comunal. La situación perfecta.

Paso por donde JL a saludar a madre (A., la mujer de JL). Un café para calentar un poco el pellejo y dos risas y dos comentarios sobre el jardincillo de casa que estaba bonito con los adornos luminosos, sobre todo la higuera. Toda cocina familiar es para mí templo del espíritu santo, como nuestros cuerpos según san Pablo. En esta cocina, en concreto, es como que estoy en la de mi casa. Adela me hace reparar en el cuadro hecho a crucetilla que le regaló LU. Lleva muchos años allí, hasta el punto de que yo lo había olvidado de puro cotidiano. Pero me gustó ver el nombre abajo: la inicial y el apellido. Me gustó ver que mi LU sigue viviendo en las cosas. Y me gustó sentir ese mínimo temblor de su presencia.

Me despido de ellos y vuelvo a mi casa y charlamos también un poco en la estufa, el tiempo justo, claro, porque está fría a pesar de que una placa de calefacción lo alivia un poco. Concretamos para la comida del día de navidad en Aguilar. Se me hace extraño la presencia de los tres allí, juntos (con mi hermano y mi tío), y la ausencia de los que estuvieron también allí, sentados a la mesa, cuando fuimos hasta siete. Antes de morir mi abuela L. Porque el tiempo de las casas vacías se congela con el frío. Por eso me gusta, cuando voy de vez en cuando, quedarme a dormir alguna noche, solo, con los cuarterones de la ventana abiertos permitiendo el reflejo claro de la farola frente a la ermita del san Pedro. Me gusta dormirme convocando a mis espectros. Sin miedo. Como si yo fuese uno de ellos… No queremos entretenernos más. El socio y yo regresamos a Aguilar. Niebla por el camino. Lo normal.

El día aquí ha amanecido ya bastante frío. A menos seis grados, que es lo que corresponde. O correspondía, hasta que hemos estropeado el clima. No da para otra cosa que ponerse a resguardo después de las rutinas. A pesar de todo, aunque da pereza salir de casa, tras el parte he caminado más de una hora bien abrigado. Comenzaba a helar de nuevo y se me empañaban las gafas. Hasta el punto de que también da apuro mear, porque corres el riesgo si te entretienes de que se te caiga la chifla como un candelito (así llaman en Aguilar a los chupiteles de mi pueblo). Pero gusta este recorrido porque se activa la sangre y el cuerpo se impone a las circunstancias. Y luego se está mejor al regreso y se hacen más llevaderas las horas hasta la de acostarse.

El invierno es largo para los solitarios. Hay que saber afrontarlo, como aprendí el año pasado. Hay que organizarse. A veces me preguntó qué hará la gente jubilada y sola cuando no le gustan los libros. En cierta ocasión me dio la respuesta un compa de profesión: beber. Sobre todo, los hombres. Y ojo cuando se bebe en casa y a solas. La gente ociosa y sin inquietud cultural, me aseguró, termina bebiendo. Me sorprendió. No sé. Yo pienso que tengo más tendencia a fumar. Fumaría o me comería un quilo de polvorones. De los de Carlos I o Felipe II. En plan histórico, pero todo palabuchaca.

Afortunadamente, me entretengo con cualquier chuminada, esa es la verdad. He tenido esa condición desde chaval. Estarme quieto, inmóvil, solo lo consigo si me concentro en actividades intelectuales. No podría permanecer en casa mucho tiempo sin trabajar con la mente o con el cuerpo. Ver pasar la vida sentado en un sofá mirando la tele sería para mí una tortura. La parte negativa de esto es que soy nervioso y siempre tengo la sensación de estar dejando de hacer algo importante.

Si me pongo a contar cosas diferentes que se me ocurren a lo largo del día, no me daría tiempo a escribirlas. Esta mañana, antes de levantarme, he terminado de oír en el móvil una conferencia del historiador Á. Viñas desde el Ateneo de Madrid, sobre la guerra civil española. Una media hora que había dejado pendiente. He vuelto a escuchar por centésima vez (o más) el “Ommadawn”, de Mike Oldfield. He rematado la lista de los libros seleccionados este año según las reseñas leídas: total, sesenta y cinco, de los que terminaré leyendo los que pueda. Y, dicho sea de paso, no comprendo cómo pueden aconsejarse la lectura de cientos de novelas en Ínstagram y ninguna de las que yo creo que merecen la pena. Me tengo por bien informado. O sea, que incluso la gente que lee, lee cualquier cosa. Desde luego, no literatura un poco potable.

En fin, majos, yo a lo mío. Voy a enredar con un relatillo antes de cenar. Por cierto, ya que no tengo a una rubia para abrirla de par en par, me voy a meter a fondo con una dorada que he sacado del congelador. La salsa, comprada, de la que sobró la vez anterior que lo preparó la Chiqui. Espero saber repetirlo con el vídeo a la vista. Ay, Dios. Que me temo que a lo mejor me voy a quedar sin la rubia y sin la dorada.


17/12/23

Amanece con un frío neblinoso y escarchado. Cuando pretendo alzar las persianas de los velux en la buharda, se quedan agarrotadas y debo esperar a que el solillo temple un poquito. Además, también se me complica con que tengo que hacer colada en las dos casas. Tiendo afuera y ya veremos.

Antes de café y prensa había dejado en marcha un cocido porque le apetecía a la Chiqui. Afortunadamente, sin problema. Me temía que los garbanzos no hubiesen estado a remojo el tiempo suficiente. Me descuidé y me levanté asustado a las tres de la mañana, con algo rondándome en la azotea, hasta que caí en la cuenta: ni los monchitos en agua ni la carne fuera del congelador. La cabeza encima de los hombros, ¿para qué?

Casi a mediodía me llama de nuevo mi amigo J. Hoy es para comunicarme que ha muerto L., prima carnal de mi madre y del socio. Por lo visto, en ese momento mi hermano no estaba enterado todavía porque no me había dicho nada. Mañana tendré que asistir al entierro en Piña. Como he dicho otras veces, es una obligación honrosa que me impongo. Quiero despedir mientras pueda al pueblo que llevo conmigo, que es básicamente el que conocí hasta que me marché de allí cuando comencé a trabajar. Es un pueblo tanto físico como mental, un pueblo paralelo al de la realidad construido a base de mis raíces y mis sueños, de mis recuerdos y nostalgias, de mi pasado familiar y apenas de mi futuro… Una casa solitaria y cerrada y fría. Pero quiero que los muertos piñeros sean míos y no me falte ninguno de los más queridos, y quiero llevarlos a la espalda o en el carro repleto hasta los bordes con los telerines puestos. Para conducirlos al camposanto. Hasta que me lleven a mí.

Echo una buena parrafada con J., que me completa la información de aquella película que he mentado más arriba. Me da información de cabo a rabo, pues fue un acontecimiento cinematográfico (más que una simple peli) rodeado de vicisitudes, trabas legales, perrerías varias para su visionado, etcétera. Hasta que pudo ponerse traducida, pero ya a finales de los setenta que es cuando la vimos nosotros. Y conservo la impresión primera de haberla considerado una nueva forma modernísima de arte para lo que yo estaba acostumbrado por entonces: unas pocas lecturas de literatura española.

Se ha puesto un tiempo tan crudo que el frío corta. Y los próximos días va a más, dicen por la tele. Creo que esto incluso afecta al estado de ánimo y lo entristece y decae. Lo experimenté a veces durante el invierno pasado, en cuanto declinaba la luz. Sin embargo, noto que poco a poco controlo mejor mi soledad. Es verdad que los sentimientos se van enfriando, que LU se va alejando y mi pulso late con indiferencia, regular pero gélido. Presiento que evoluciono a un estado de tono bajo e hibernación. En el fondo, una manera de autodefensa para que las circunstancias no me sobrepasen y me derroten.

No me disgusta sentirme así, solo que el precio pasa por conservar el corazón como metido en el congelador. Vivir con la emoción y el deseo a menos treinta grados. Una calamidad, lo sé, no tener unos ojos con los que alumbrarse como un faro y unas caderas para agarrarse y escalar. Pero es lo que toca. “Cada uno viaja con su maleta, nene”, me decía CB durante un carnaval de Cabezón, con veinticinco años. Sonaba Triana: “Una noche de amor desesperada”. Hacía frío pero no tenía importancia ninguna.


16/12/23

Claro que lo pasamos bien, la tarde noche, donde los B/E. Como E. es tan apañada, nos tiene abastecidos durante la reunión, sin que nos falte nada ni nada haga falta cuando se está con gente de confianza. El alimento es un vínculo místico, ya lo he dicho otras veces, pero no quiero cargar mucho con mis elucubraciones. Que tampoco me las he inventado yo, por otra parte.

Estuvimos de siete a once tan a gustito. Vale hablar de todo y todos al mismo tiempo. Casi no hay forma de entenderse. Quizá habría que destacar un jamón bien bueno, la riquísima tortilla, una vez más, y el dulce del postre. El vino me gustó por ser un viejo conocido: “Habla de la tierra”, extremeño. Recordamos en grupo que este vino lo conocimos por un regalo que le hizo un compañero a Tt, antaño maricastaño. De ahí, fuimos comprándolo nosotros hasta el punto de que LU tenía diferentes direcciones donde lo vendían cuando escaseaba. Y ahora lo he traído yo alguna vez del súper al lado de casa. Un “Habla del silencio”. La marca sigue una numeración y creo recordar que la última que compró LU era “Habla 15”, y deben de llegar por el treinta y tantos. Conservé las botellas vacías que había guardado ella durante mucho tiempo. Después comprendí que debía retirarlas. Como todo lo demás: un anticipo del desasimiento de las pérdidas.

Hacia las nueve ya estoy leyendo y me entra un guas de audio. Cuando veo la procedencia se me estira la sonrisa, no puedo evitarlo, aunque enseguida tengo un pálpito extraño porque me parece pronto para recibir esa llamada de él. Es mi “medio naranjo”, o sea, como media naranja pero en amigo. Es JLC. Pero para mí es Jose, por antonomasia; es decir, por encima y primero y único entre todos los que puedan llamarse así. Y con eso ya está dicho todo. ¿Qué querrá?

Me ha dado una sorpresa del copón, porque tiene memoria de elefante. He alucinado. Como se puede comprobar, ayer terminé mis notas haciendo referencia a una peli, “La naranja mecánica”, que no sabía dónde ni cuándo la había visto. Es verdad que nunca he sido demasiado cinéfilo y las películas fundamentales las he conocido a destiempo y en la tele. Tardé demasiado en darle la atención que merece. Ahora me gusta y con los años de experiencia he ido aprendiendo cosas, formando un gusto y una opinión.

¡Es la polla, este tío! Me dice J. que la vimos él y yo en el entonces cine Zorrilla de Valladolid, acompañados de dos chicas del colegio mayor “María de Molina”, M. y B. Lo curioso es, según J., que no aguantaron la película y se salieron del cine escandalizadas. Es verdad que se trata de una película de violencia durísima, pero entiendo que habría que añadir alguna cosa más por nuestra parte. Sabe también J. que estuvimos en el bar “Corinto” tomando algo y que después se fueron. Y que no pasó más.

Incluso me detalla (y aquí me ha dejado pasmado) que M. me llegó a regalar una chaqueta de lana tejida por ella misma (o por una hermana suya). ¡Azul marino!, me concreta J. Y caigo en la cuenta de que es tan cierto como que ahora tengo la imagen de la carita de aquella muchacha santanderina que me tenía ley. Yo lo sabía, cómo no. Éramos de la misma clase. Pero la vida es tan perra y mala que a mí me gustaba otra cántabra, reinosana, también de clase. Si le pregunto a J. me dice su nombre en el acto, no tengo ninguna duda. Por supuesto, me quedé sin la una y sin la otra. Y se cumplió una constante muy repetida en mis experiencias amorosas: no soy práctico; o elijo mal o elijo lo difícil. Un desastre. En cuarenta años jamás me he vuelto a encontrar con ninguna de las dos. Y no me gustaría, sinceramente, para no alterar mi recuerdo enfrentándome a la realidad actual y que se derrumbe como un viejo edificio decrépito y abandonado. Conclusión: envejezco.

Pego el repaso a la prensa y compro de extraordinario los dos periódicos que incluyen los sábados el suplemento cultural. La razón es que hoy se hace el clásico balance o elección por los equipos de críticos de “los mejores del año”. En general, el resto de suplementos suelo regalárselos a un camarero amigo y antiguo alumno porque le gustan a su madre. De lo contrario, los seguiría tirando sin abrirlos, como sucedía incluso cuando los llevaba a casa y LU ni siquiera los miraba. Esos asuntos le importaban bien poco. No sentía ese tipo de curiosidad femenina o al menos no de esta forma.

A mí me intriga muchísimo conocer estos datos, que son muy relativos y con valor meramente estadístico, pero me pica la curiosidad. Se trata de comparar con la lista que yo he ido confeccionando a lo largo del año basada en las reseñas que voy leyendo semanalmente. De los diez primeros elegidos en EP, por ejemplo, he coincidido en ocho; aunque curiosamente se me ha pasado el que ha resultado primero de la lista. Una cosa rarísima porque ni siquiera me sonaba el autor. Vengo haciendo esta labor de recuento desde hace veinte años, de manera que lo llevo también en el móvil y en cada momento sé los libros que me importan de lo que va saliendo y tengo también a la vista los de todos esos años pasados. Rollos míos. Un friki.

Doy un paseo largo y vuelvo saliendo por la carretera de Barruelo para observar una vez más algunas casas de antiguos operarios de las galletas, hoy deshabitadas, decrépitas, y con sus puertas y ventanas completamente ciegas, de forma que su interior ha quedado clausurado y hermético. ¿Qué puede contener ese interior después de muchos años? Se me van ocurriendo ideas que se entretejen y quiero descubrir lo que pretenden decirme esos pocos motivos y elementos que tengo de momento. Nada más. Y comenzar a principios de año nueva novela. Estoy fuerte, lúcido y quiero hacer algo bueno. Vamos a verlo.


16/12/23

Despierto muy descansado y creo que se debe al cambio de la ropa habitual de cama por el edredón de plumas. Hace años que no lo utilizaba, pero he sentido el relente de alguna noche pasada. O es que llega el invierno y me he destapado o es que me estoy haciendo un viejo friolero. El problema de este calentador natural (por el interior de plumas, lo digo) que tanto nos gustaba a LU y a mí es que si suben las temperaturas te asas y te despiertas calado de sudor; y el tiempo actual se presta poco a previsiones. Es ideal para temperaturas y calefacción bajas.

No me cunde la mañana para lecturas porque tengo algunas obligaciones donde el socio y le hago la visita pronto. También él tiende a arroparse con la bata, incluso con la calefacción puesta, y eso sí es un verdadero índice de vejez porque nunca ha sido friolero. El tiempo vuela adelante aunque las temperaturas son cíclicas. El tiempo nos arrastra hasta desprenderse de nosotros. El tiempo es un hijo de puta, pues nos conduce a la muerte aunque él se dé la vuelta al llegar al final de cada uno y regrese al principio de cada otro. No me extraña que haya quien crea que el tiempo es realmente Dios, sin principio ni fin y en forma de olas infinitas.

Lo cual me despierta la nostalgia de playa. Un alivio a la crudeza térmica de los días que se avecinan. Siento ya la necesidad de largarme a Santa y pasar unos días. También por abrir un poco el pisuco. Menos mal que este finde lo ocupará la prima P. Les digo a los chicos que si no vamos, al final habrá que pensar algo. Porque las casas son humanas y si no albergan a su gente dentro se derrumban: de soledad, de frío y de tristeza. Como la de Piña va camino de ello. Y lo malo es que no se puede luchar contra ese destino. Pienso con frecuencia que es muy probable que la de Santa esté ocupada por LU a temporadas. De hecho, cuando yo voy es sobre todo por buscarla y estar con ella. Cuando aquí no la siento. Estoy seguro de que estará cuidándola y llenándola de su amor… y por las tardes paseará junto al mar.

Me tienen como un rey y también hoy a mesa puesta. No sé de entrada qué es lo que llaman ñoquis, pero asemeja algo de patata blanda con no sé qué más. Pero están bastante sabrosos por la salsa. Y llenan, cosa importante.  Se ha encargado la Chiqui. Como anoche, por cierto, el Chico bordó la tortilla, excepto que le faltó un toquecín de sal. Pero rica rica. Me alegro más que nada porque no se repita el esquema tradicional de mi generación hacia atrás, que parecía favorecernos a los hombres y en realidad nos convertía en unos inútiles. Bueno es que los jóvenes tengan esto clarito y aprendido. Los demás hemos tenido que incorporarnos con mil dificultades. Para saber lo mínimo.

De nuevo nos han citado los B. para una merendola. Se agradece el ambiente de esparcimiento. Me da mucha envidia sana ver cómo las casas de los amigos siguen encendidas. La luz que las mantiene es que están ocupadas permanentemente por alguien. Y tiene que ser más de uno. La mía ya está expuesta, pues el sentimiento de frío comienza con la soledad del último habitante. Después llega la intemperie. Y entonces la soledad es ya reina absoluta.

Pero aún no es tiempo de eso… Todavía subsiste la candela de la esperanza. Por eso acabo de recordar los versos finales de Luis Rosales en “La casa encendida”. Fechado mi descuadernado ejemplar de Austral el tres de agosto del setenta y nueve… Casi nada. Sus versos finales dicen así: “…y al mirar hacia arriba, vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas, —sí, todas las ventanas—. Gracias, Señor, la casa está encendida”. En el interior del poemario hay un folio plegado con dos dobleces, procedente de un cineclub, que explica con letra pequeñísima y por sus dos caras “La naranja mecánica”, de S. Kubrick. La vi. No recuerdo dónde. Es posible que esté convirtiéndome yo mismo en recuerdo.


14/12/23

La mañana es movida, apenas paso por la tertulia para saludar y coger la prensa. Tengo que acompañar a la Chiqui a la revisión rutinaria del coche. Me hace gracia que no sepa en qué consisten estas cosas, pero lo pienso detenidamente y yo tampoco tenía ni idea hasta que llegué a su edad aproximadamente y pude comprar (pagó el pato un tal MG, esa es la verdad) aquel Alfa tan molón. Aunque se tragaba la gasofa a borbollones. Lo disfruté el primer mes de comprarlo. Luego me aburrí. Con ese y con los demás. No soy de vehículos. Pero yo creo que al menos me sirvió para camelar un poco a LU. Porque por mi cara bonita no creo yo que…

En fin, aprovechamos el viaje para acercarnos al súper y hacer una compra con lo que me va dictando la chica. De mi cuenta añado lo que ella no me ha repugnado tampoco: unos polvorones que se suman a los que ya había comprado anteriormente. Me privan de todo tipo, aunque sean pura manteca, pero estos de Carlos I y los de Felipe II son supremos. ¡Qué cosa más buena, oye! Lo curioso es que los del hijo tienen fama de ser el original y los del padre la copia, pero al gusto coincidimos los dos hocicones en que no merece la pena pagar la diferencia. Es como con el vino y otras cosas: no se distingue la calidad a partir de cierto nivel. En realidad, a los dos nos gustan más los de Carlos I. Y no saben igual estos mismos comprados en tiendas diferentes. Misterio. Pero están cojonudos.

El remate ha sido perfecto porque he podido disfrutar del periódico a mis anchas, pues la niña me dice que se encarga de la comida. Genial. Y la verdad es que en platos rápidos está mucho más suelta que yo. También es lógico entre gente joven que trabaja y vive independiente. Ayer, ya dije, con la pasta, y hoy con una ensalada de garbanzos muy sabrosa y rapidísima. Lo que no se me ocurriría nunca es echarle ¿tomate frito seco? Para mí resulta insólito, pero el resultado es muy conseguido. ¿Pues ves? Uno necesita conocer, hablar e interactuar, como dicen ahora. Es la forma de aprender.

Tras la comida y cerrar los ojos diez minutos, paseo de tarde. He coincidido con un amigo de la tertulia mañanera y hemos pegado un buen voltio juntos. Somos discutidores los dos, incansables y obstinados en nuestras ideas. Pero también me resulta satisfactorio el trato diario con gente muy variada. No tengo problemas jamás para relacionarme y apostaría a que no paso un cuarto de hora en la calle sin que me surja la oportunidad de charlar. O me acerco o se me acercan. Eso sí, intento no demorarme, cosa dificilííísiiima.

A media tarde ha llegado el chaval porque mañana tiene dentista aquí y le toca trabajo telemático. Otro invento inimaginable en mis tiempos, a la edad del hijo. Pero así aprovechan los dos hermanos para montar el árbol de navidad. Es un abeto de tiras de madera que le encargó LU al abuelo. Es plano y va colgado contra la pared. No quisieron interrumpir este rito la navidad pasada, ni tampoco esta. Como homenaje a su madre. Me parece de perlas. Cuando esté solo, yo volveré a encenderlo un rato por la noche y lo miraré con añoranza; y de mañana también, cuando claree el alba y me siente en la mesa a leer. Y me preguntaré de nuevo por qué me hace tanta compañía. Con la misma fidelidad de un perrillo agradecido.

A mayores, el Chico se va a encargar de la tortilla de patata, según me ha propuesto. Vamos a comparar, sin duda. Y eso me concede un tiempo extra para mis entretenimientos. Mis lecturas, mis apuntes, mis delirios. Qué sé yo. ¿El tema? El hombre, lo tengo claro. ¿El asunto? La vida, no hay más. Cualquier cosa es tan nimia como fundamental. El caso es fijarla con palabras. El temperamento del escritor no goza con mirar el objeto y pensarlo. Esto no tiene importancia. Lo decisivo es fijarlo, escribirlo.

Observo de pronto este pañuelo del que me sirvo, por ejemplo. Es de hilo. Lo toco y lo envuelvo en mis manos. Lo remiro y encuentro bordado mi nombre y apellido en él. Sé perfectamente que es un regalo de boda. Me lo confeccionó una religiosa de las Claras prima de mi suegro, ML. Creo haberla visto una vez pero jamás olvidaré su rostro ni su nombre: ya lo dije ayer, los momentos de exaltación fijan la vida para toda la eternidad. Siempre lo he utilizado en días de fiesta o señalados, por razones obvias. Ahora tiene un jirón con un agujero, de puro uso, que amenaza con tener que desecharlo definitivamente. Y no quiero. Pienso llevárselo a mi suegra por si admite un humilde cosido. Eso, mañana. Antes voy volando en busca de LU. Para entrar en la suite de Mave la primera noche de casados. Yo llevaba este pañuelo, lo sé, pues lo estrené para la ocasión. Estoy seguro de que se lo mostré como el regalo más especial de todos los recibidos en la boda. Blanquísimo, suave, primoroso, mío…


13/12/23

Aquí ando, en el Spoty, entretenido con los discos de Supertramp. A ver ver qué pongo. Y me he quedado con uno de los dos últimos que escuché hace mil años, al principio de los ochenta. Después ya desconecté con el grupo. Ahora, con tanto tiempo detrás y la mirada vuelta por encima del hombro, me ratifico en lo dicho otras muchas veces: me gustan sobre todo los cuatro trabajos clásicos de los setenta. Y se acabó y se terminó.

O también podría ser que ya no soy capaz de escuchar nada con aquellos maravillosos oídos frescos, jóvenes, de los veintitantos años. En música no acierto a precisar cuándo me quedé estancado. Probablemente cuando conocí a LU compré o grabamos los últimos elepés de nuestras bandas favoritas. La engañé para llevarla a Madrid a ver los “Guns N´Roses” diciéndole que me gustaban cantidad (ni los conocía siquiera). Hasta aquí llegué.

De todas formas, el disco que suena en este momento, “Famous last words”, es del ochenta y dos. Quiero decir que la memoria es traicionera y es probable que lo escuchase años después. No sabría concretarlo. Tal vez alguien me informase en los tiempos de Cabezón. A lo mejor. Fue una época en que me moví mucho…

Escapadas a Torrelavega para ver a mi buen amigo EM o con otros propósitos menos claros. Regresos a deshora en el tren hasta que tuve mi propio coche, cansado de correrías por esta ciudad mucho más grande y, por tanto, más discreta. O eso suponía yo. La gabardina italiana que aún conservo ha conocido algún pub donde me perdía en busca de una camarera entendidísima en música y que me aficionó a F. Battiato. ¡Cómo podía gustarle a una mujer tan hermosa un narizotas como ese! O como yo. Pero me parecía una condición casi poética para comenzar cualquier historia, aunque fuese sin demasiado futuro. Y ahora que lo pienso (y lo compruebo en internet), “Nómadas” es del ochenta y siete. En efecto, la memoria nos juega malas pasadas. En cambio, los cuerpos dejan huella fiel y duradera. Los instantes de sentidos exaltados por la pasión, cualquier pasión, son nuestro verdadero y único pasado. Nuestra herencia. Transcurrirían muchísimos años hasta que me diera cuenta de que mi manera particular de desear la belleza de una mujer quedaba expresada en la canción “E ti vengo a cercare”. Así era yo entonces: siempre desgarrado y en busca de unir lo material y lo espiritual. Lo encontraría con LU. Y me temo que no he cambiado.

Días maravillosos porque tengo aquí conmigo a mi Chiqui. Estamos cada uno a lo nuestro, pero percibo la corriente del sentimiento entre nosotros. Mañana viene el Chimi, mi chico. Dicen que van a montar juntos el árbol de navidad. Me alegra la noticia, también este año. Seguimos siendo una familia feliz a pesar de todo. En medio todavía, LU.

La Chiqui me regala además un poco de tiempo, aunque al final lo desperdicie. Se compromete a poner la comida. Unos simples macarrones, pero reconozco que no tienen nada que ver con los que yo malogro. También me saben ricos porque vienen de ella, claro. Y he podido hacer una caminata de hora y pico después de comer, aprovechando que ha templado el día.

En fin, poco más. El mero vivir. Que no es poco. La felicidad de las pequeñas cosas. La intensidad breve. La tristeza pasajera, también. Quizá aceptar para tener paz. Quizá la alegría se avecina. Quizá, revivir.


12/12/23

Doblete a la hora del café porque ha salido de esta manera. Del Valen al Castillo en cuanto me encuentro con AC. También charlamos de vez en cuando en buena armonía. Es curiosa mi tendencia a cambiar pareceres con gentes que no son, casi nunca, de mi cuerda. Es como si necesitase conocer las razones del oponente porque en el fondo me resulta inalcanzable e inexplicable la posición contraria a la mía.

Y me pregunto: ¿Qué le habrá llevado a este tipo (que parece buen tío) a una conclusión así? ¿Dónde radicará el misterio último y secreto, para pensar así? Lo que no me resulta incómodo es charlar, tomar un café e incluso divertirme. Porque no hay mayor tedio que autorreforzarse con los propios correligionarios en un círculo vicioso permanente. 

En cambio, sobre literatura, que es mi pasión, no contacto habitualmente con gentes con las que entrar en un intercambio enriquecedor de opiniones. Primero, porque no me relaciono de ordinario con escritores o lectores avezados. Y después, porque la literatura difícilmente admite discusiones enconadas salvo casos aislados. Se acepta fácilmente el gusto ajeno y el cotilleo hablado o escrito no queda bien. Suena a envidia embozada. Es mejor callar incluso cuando lo que uno ha leído le parece infame o no merecedor del reconocimiento obtenido. Ya se sabe que el 86% vende menos de 50 ejemplares anuales, según un informe que circuló el año pasado. El éxito superventas es cosa de cuatro contados y no tiene por qué coincidir con la calidad del producto. Esta es una locura que exige mucha paciencia, tenacidad y seguridad en uno mismo para no abandonar jamás. Lo mejor que le puede pasar a la mayoría de los letraheridos es que no necesiten de la escritura para vivir (o lo que es peor, sobrevivir).

Uno de esos férreos aficionados a la buena lectura es mi amigo NB. Ciertas mañanas, como la de hoy, me envía alguna noticia curiosa sobre este mundillo que compartimos. Se trataba de una nueva publicación de JMP sobre personajes de la bohemia literaria de comienzos del XX. Ha sido tema muy apreciado, recurrente y bien investigado por el autor. Además de poseer una escritura excelente. Vuelve de nuevo a la carga como si aún no le hubiera sacado todo el partido. Ya veremos. Le contesto a NB con la foto de una obra de determinado paisano mío, RVA, que publicó una novela autobiográfica, social y como justificación del crimen cometido contra su propia mujer. Escrita desde la cárcel. Una cosa tremebunda que solo la misericordia humana la hace digerible. Así fue la bohemia ilustrada, arrastrada y sablista. Hoy solo queda el vestigio.

Claro que por la tarde no estoy dispuesto a chuparme el debate sobre la ley de amnistía. Paso. Un circuito corto sin salir del pueblo, un par de compras en los chinos y a casa. Entro un ratito donde la suegra. El día ha estado mustio, lluvioso. Nada sucede, que diría el poeta. La suma de los días que van quedando atrás como velas que van consumiéndose, apagándose, humeando un tiempo hasta desaparecer, es una vigorosa imagen que me viene ahora procedente de la poesía de K. Kavafis. También habla de las velas esperanzadoras que hay encendidas por delante, en dirección al futuro.

Hoy es un día muy apropiado para encerrarme arriba, bajo el velux que se empaña de lluvia fina, y dedicarle un repaso a saltos a la obra (breve e intensa) de este poeta en lengua griega pero nacido en Alejandría. Pues vamos a ello, me digo. Qué mejor manera de matar(se) un día más en compañía de tan ilustre colega. “Velas frías, torcidas y deshechas. No quiero verlas, su aspecto me aflige, me aflige recordar su luz primera. Miro ante mí las velas encendidas…”

Siempre me ha atrapado Kavafis de una forma rapidísima, no tengo más que leer en voz alta los dos primeros versos de la mayoría de sus poemas. Por desgracia (y por suerte), en el presente instante de mi vida, no tengo otro consuelo mayor que este poema escrito hace ciento treinta años y que leí por vez primera hace ya cuarenta y uno. Cuando tenía veintitrés. Un simple muchacho todavía adolescente. Y nada ha cambiado en su capacidad para herir sutilmente mi corazón. Igual, igual que antaño. E igual el mismo sentimiento de amor recuperado por la nostalgia, la tarde aquella sentados en la muralla del castillo de Monzón, cuando supe por primera vez en silencio que ya no saldrías nunca de dentro de mí. Por tanto, te ruego que duermas tranquila en el retiro oculto de mi corazón. Y que no me impidas seguir caminando tras la luz de las velas todavía encendidas. Hasta el día en que yo también me apague y desaparezca.


11/12/23

Con la Chiqui, después de cenar y arropados bajo la mantita, pegamos otro tirón de dos capítulos a la serie policiaca “Memento mori”. Compartimos el sentimiento íntimo de calor familiar, el recuerdo abrazado a ti, LU, en la misma situación exacta, hace ya tanto tiempo que se nos va alejando. Pero nos resistimos a perder ese vínculo con el pasado. Y lo revivimos. Comemos unas gominolas también porque sabemos que te volvían loca. Y repetiremos el rito esta noche para concluir con los dos capítulos finales. Una manera de estar contigo al fin y al cabo antes de marchar a la cama. Y soñaremos retazos de nuestras vidas juntos. Probablemente.

Paso por la modista para recoger el abrigo arreglado y aprovecho a su vez para lo propio con la cazadora de cuero que tanto me gustaba y me incomodaba desde que la compré con el mismo problema de mangas largas. Encuentro en la plaza quien lo repare. Por fin voy a poder ponérmela a gusto. Tú te enfadabas porque apenas había utilizado esa prenda. En adelante la usaré también con cierta regularidad como un homenaje a ti. Todo siempre  contigo y por ti. La Chiqui me dice que hay que cambiar de abrigo cada día. Eso ya me supera. Vamos a ver si de momento es posible cada semana. Aunque me riña. O me riñáis.

Teníamos que hacer una compra básica en Mercadona y la niña me propone que vayamos después de comer hasta Reinosa. Antes pasamos por casa de la tía M. que nos invita a un café. Por mi parte es la tercera vez que pruebo el dulce en la celebración de su cumple. De nuevo un tiramisú espléndido. Me hago el monillo y me dejo agasajar. De nuevo la hija me apercibe. Que no me deje llevar por el vicio golosón, que no me conviene engordar, que tengo que ser consciente del exceso de calorías y aprender a cerrar la boca algo más. Disciplina. Freno. ¡Coño, que peso setenta y cuatro! Tampoco quiero menos de setenta y dos. Que desfallezco por debajo de eso. Y que estamos en las fechas que estamos. De la Constitución a Reyes, ¿quién no se arrima al cinto dos o tres kilos? Ya después, ya…

Por lo pronto, hemos quedado padre e hija en ponernos con unas doradas al horno para la cena. Quiero estar presente y aprender paso por paso. Dice que es sencillííísiiimo. Ya, pero un servidor tiene que verlo, preguntar mucho y grabarlo o apuntarlo para repetirlo minuciosamente. O de lo contrario me saldrá un churro, lo estropearé. El pescado es una de mis asignaturas pendientes, LU, tú lo sabías muy bien. Nunca le he tenido afición y, sin embargo, me gusta pedirlo fuera de casa y me cae muy bien al estómago. Pero se baja enseguida a los pies. Esto también es cierto.

En fin, debo comenzar cuanto antes con este capítulo pendiente de mi formación culinaria. Eso que inicié contigo un par de años antes de jubilarme y que denominé en mis comienzos grabados en vídeo “Cocina para imbéciles”. Equilicuá. Pero bien que te alegrabas en aquel año y pico cuando todavía trabajabas y yo te deleitaba con alguno de mis malogrados ensayos de platos clásicos mal aprendidos. Al final tenías razón en la cuestión de fondo que me repetías constantemente y nunca dejaré de agradecértelo porque hoy lo comprendo con toda claridad: que no estuviera a expensas ni diera guerra a nadie, que nadie decidiera lo que debía comer, que no perdiera mi independencia. Mi libertad. Hoy sobrevivo garbosamente gracias a ti con dos docenas de platos básicos, ricos, sanos. Me las arreglo bastante bien porque he cogido en líneas generales el fundamento tradicional mínimo de la cocina. Y estoy satisfecho con ello. Y abierto a lo que venga. Y si llega algo de extraordinario por parte de la familia… no digo que no. Abro la boca como los pájaros nuevos en el nido cuando oyen piar a la madre que llega con la lombriz en la boca. O sea, miel sobre hojuelas.


10/12/23

Tarde completa en muchos sentidos, la de ayer, con el cierre del festival de cine. Me gustaron en conjunto los últimos de la sección oficial. Y después estuvo entretenida la gala de despedida. Me habían reservado en segunda fila un sitio buenísimo. Para ver, oír y tirar unas cuantas fotos a placer. Podría pasarlas al ordenador y guardarlas en un archivo, como solías hacer tú, LU, pero he decidido que no habrá continuidad. Sin ti nada es igual. Permanecerán en mi móvil hasta que el tiempo las descarte.

El espectáculo tiene una estructura fija y poco novedosa, es cierto, pero el interés viene de los cortos ganadores. Es curioso, yo hablé aquí hace dos días comentando ciertos detalles de alguno que me había gustado especialmente. En concreto del que contaba la historia de una chica iraní que escapaba de un matrimonio de conveniencia… Enviada por su padre a Bélgica (Luxemburgo), en cuyo aeropuerto la esperaba su futuro marido, la muchacha de dieciséis años vivirá una intensa peripecia aferrada a una maleta roja que portaba consigo. Y que perderá cuando su pretendiente le siga la pista, la localice y se la apropie en el maletero de un autobús, en cuyo interior se encontraba camuflada ella y en el que finalmente conseguirá huir. En definitiva, cine de muy buena factura, con excelente actuación de la protagonista y con perfecto equilibrio de la intriga y la denuncia social. Este fue el ganador y me agradó el buen tino con que lo había juzgado entre los treinta y tantos que habré visto. Se titulaba “La valise rouge”.

Pero el momento más conmovedor llegó cuando se dedicaron unos minutos de homenaje a Concha Velasco, que en días anteriores había quedado muy reiterativo, y que finalmente rehicieron en un pequeño vídeo con las fotos que les había mandado yo de nuestro archivo. Lo de menos fue que se reconociera el paso por el festival del anterior equipo de gobierno en el ayuntamiento. Para mí no hubo nada más que esa instantánea, que no sé quién la tomaría, en la que aparecemos tú y yo con la Velasco a punto de sentarnos para la cena del día de llegada y acogida de la actriz.

Estás preciosa, LU, sonriendo llena de una vida en plenitud completa. Era el año antes de que cayeras mala. Bien lo sabemos los dos. A partir de ahí ya nada sería igual. Nunca jamás. Qué pena más grande. Tenías treinta y ocho años de belleza, inteligencia y felicidad. Eras mi orgullo y mi razón de ser. Por tanto, este momento quedó inmortalizado como la culminación del instante más alto de nuestro amor. Y yo lo volví a recrear anoche con un nudo en la garganta durante breves instantes. Me costó dominarme porque incluso quien estaba a mi lado puso su mano sobre mi brazo y me transmitió su cariñoso apoyo. Y después la alcaldesa mentó tu nombre para el recuerdo junto con el de Concha Velasco y el de Álex Angulo. Triste, sí, pero me gustó. Fue un maravilloso honor reencontrarnos. Y sentí que lo nuestro fue de verdad. Fue amor del bueno, LU. Gracias por estar ahí, invisible, a mi lado, una vez más.

He tenido el día ajetreado, entre la comida a base de unas “fabes” asturianas buenísimas de las que he guardado para la Chiqui un par de táperes; y las lavadoras, que no admiten más solución que centrifugar y tender dentro de casa para que se vaya secando con la calefacción. No hay otra con este tiempo lluvioso. Qué juego daban los sotechados, almacenes y corrales de las casas de pueblo. Todavía veo a mi madre tendiendo en la cuerda desde la higuera al gallinero. O en último caso en el desván. Me temo que no podré cumplir ya nunca mi viejo sueño de una casa así. Es más, en el piso donde vivo, cada día se me hace más ancho y despoblado…

A media tarde noto la costumbre de estos diez días últimos: el cuerpo pide salir. Solo que ya terminó la función y cayó el telón. Decido hacer un ligero y corto recorrido por el centro. Sobre todo, para ver las luces que han puesto los chavales del insti bajo la dirección de mi amigo Tt. Está bonito, sí señor. Cada año va resultando más completo el conjunto, puesto que la plaza es tan grande que tiene gran mérito conseguir que no quede desangelada. Literalmente.

Mientras fisgo me encuentro con otro amigo, JS. Seguimos el garbeo juntos y tomamos un corto. Le mola mucho el despotrique político. Y mira que estamos en las antípodas… Me acompaña hasta casa. Nos apreciamos, es cierto. Le despido porque sé que la Chiqui está por llegar del viaje a Galicia. Y porque me mola sentarme en este rincón todos los días, a la luz del flexo y de la pantalla, donde voy quemando mi vida con pequeñas confidencias y pesadas penas y grandes esperanzas. En esta buharda que me regala lo mejor que he sido capaz de atesorar en mi vida: mis libros, mis escritos y mis recuerdos. Para seguir el camino incierto.


09/12/23

Ayer me vi las dos sesiones oficiales de la tarde y en conjunto estuvieron bastante bien. Prácticamente llena la sala. Sé que importa mucho pillar una butaca que permita una buena visión. No siempre es así. Además, el asiento se aguanta pasable durante dos horas (al menos, yo), y después comienza a resultar incómodo. Me temo que hoy va a ser el caso.

Bueno, una novedad: desde hace ocho años que dejé ayuntamiento no habían tenido la deferencia de guardarme una entrada (ni a mí ni a nadie de los salientes). A pesar del esfuerzo que hice por la semana de cine y la apuesta tan arriesgada que dirigí. Es verdad que el tamaño de la sala hace que las localidades libres al público estén rifadas. De todos modos, pensaba arreglármelas (como siempre), porque me gusta también esta gala de cierre, aunque sea de pura curiosidad. Pero es lo que sucede cuando se ha vivido durante años desde dentro. En fin, que se me acercó alguien de la organización para decirme que me tenían reservada una localidad.

Se agradece, sinceramente. Es de lo más grato que se me ha quedado pegado a la experiencia de mi paso por el ayuntamiento como concejal. Y me gustaba, además, porque tú disfrutabas mucho este tipo de acontecimiento social, LU, y yo me daba cuenta. Y ponías muchísimo interés, con lo cual me resultabas una valiosísima acompañante. No se te pasaba un detalle, ¿verdad? Me aportabas sutilezas propias de la intuición femenina. Chapó.

Lo cierto es que no quisiste nunca que tu enfermedad supusiese un inconveniente a mis compromisos. Y así me lo dijiste en varias ocasiones. Que no lo dejara por ti. Sin embargo, LU, te confieso que no hubo un hecho más relevante para una implicación mayor en política que la conciencia de tu enfermedad. Desde el día que lo supe, mi interés se fue haciendo cada vez más relativo y distante. Y el pensamiento decisivo desde aquel momento fue dejar todo lo que pudiera impedir lo único que pasó a ser mi prioridad: estar contigo para lo que pudiese suceder. No me habría perdonado nunca fallarte ni en una sola ocasión de todas las que a partir de entonces me necesitaste. Y así durante quince años. Nunca me arrepentí de mi decisión, puedes estar segura. Y lo mismo hubiese ocurrido si mis compromisos hubieran sido de otra índole, incluso literarios. Te puse por encima de todo y te quise más cuanto más te acercabas al final. Esto parece inexplicable pero fue así. Te lo juro. Y te lo confieso ahora cuando ya no hay tiempo y lamento no habértelo podido decir de viva voz.

Levantar los velux hacia las siete y hundir los ojos a través de la fina niebla en busca del airoso abeto adornado con las luces navideñas, es una maravillosa anunciación del ángel que corona el portal de los nacimientos clásicos, un nacimiento auténtico. Me levanto y cuando subo a cumplir con este rito de inicio del día en la buharda, me encanta ver todos los años ese inmenso árbol que descuella por encima de los tejados. A un flanco de las cooperativas y de la avenida de Cervera. Solo llego a atisbar la mitad de su copa. Pero ya se me ha convertido en un símbolo del eterno retorno. Treinta años vividos en esta casa, LU. Nuestra casa que permanece firme contra el ciclo de las estaciones. Su fundamento sólido, la vida que fundamos entre los dos, y que sigue después de ti y seguirá después de mí. La sola vida es más que nosotros, más en otros.

Leo mis historias al lado de la ventana de la sala mientras amanece, en una silenciosa paz con el mundo y conmigo mismo. Hacia las once bajo al café con prensa y regreso enseguida para ponerme con el pollo prometido al socio. Concretamente, siete muslos alineaditos en el envase como siete “bocatti di cardenale”. Me lo he tomado despacio y me ha salido un guiso chachi. Bien salpimentados y sellados, sobre una base mullida de rehogado y con toques de tomillo, romero y laurel. Una cerveza por encima y una hora aproximada al fuego. Cuando le he mostrado la mercancía al socio en un táper grande y todavía calentito, al abrirlo han aparecido los cuatro muslámenes doraditos, jugosones, soltando un olor que alimentaba. ¡Joder!, ha exclamado el pájaro. Y se ha sonreído.


08/12/23

En el festival de cine también te llevas sorpresas de vez en cuando. Pero negativas. No comprendo quién ni por qué pueden proyectarse ciertos cortometrajes de una calidad ínfima. No es posible pensar otra cosa sino que se trate de errores o de selecciones interesadas. Si yo fuese responsable de cultura lo revisaría. Y no me refiero a preferencias personales sino a una opinión contrastada con varios miembros del jurado. Ayer me subí con ellos (el jurado) arriba, al gallinero, y tampoco se gana demasiado en visión ni en sonido. Lo que trae el defecto de origen, no se puede mejorar.

Me acerco en el intermedio al Villa, con E. y R., a tomar un pincho porque después ya me resulta tarde para cenar. Cambiamos impresiones. Y a mí los dos mejores trabajos me parecieron los últimos de cada bloque. Fue muy bonita la historia de una muchacha llegada de Irán a Europa para un matrimonio convenido, del que consigue escapar. Y también me atrapó la historia de un vendedor inmobiliario encerrado en una existencia gris, con su madre enferma de Alzheimer. Esta tarde también asistiré a dos bloques. Había gente y eso anima.

Paso la mañana de lectura porque me he despertado hacia las siete. Pero contra todo lo esperado me encontraba muy somnoliento. He tenido que hacer grandes esfuerzos para mantener la atención. Me cabrea muchísimo. Descanso bien, pero debe de ser insuficiente. El caso es que si me quedo en la cama ya no cojo el sueño. Considero que también puede haber sido porque he tenido sueños revueltos y absurdos. Lo percibo nítidamente pues me he despertado con sobresalto. No es coña: Estábamos celebrando un banquete donde los jubilados porque me había casado con una señora muy mayor… El caso es que estaba enamoradísimo… Yo no hacía más que mirarla y preguntarme por dentro cómo podía ser semejante disparate, ni que me hubiese vuelto loco. Pero todos me miraban a mí con normalidad, como si no pasara nada… ¡Qué horrible, tú!

Sin embargo, después del café entono y ya remonto. Eso sí, reiterativas las noticias, aburridas. Menos el artículo de J. J. Millás. También hoy espléndido. A quien echo de menos últimamente en la prensa es a mi amiga M. Sanz. No la veo los jueves habituales. Tengo que mandarle un guas a mi coleguita Chema, su marido.

Pierdo un rato en alguna compra imprevista en el súper exprés. Y me mosqueo porque con el colacao tamaño familiar, mucho más barato, se incluye un regalo de pega: uno de esos relojes que miden los pasos o pijadas semejantes. Lo pongo a cargar, lo programo con las instrucciones a la vista… Una hora perdida y el reloj a la mierda. A la papelera. No sé si serán mis manos pretecnológicas o que es un juguete que no sirve ni pa tomar pol culo.

A la una en punto clavadas he quedado con el socio, que vuelve de misa y me había citado para el vermú de la Inmaculada, fiesta también mayor de nuestro pueblo. Ha comprado unas latillas de mejillones, pero esta vez en escabeche, porque la anterior eran en salsa natural y a ver quién mete el diente a esa porquería. Y un par de cervezas, la mía Radler.

“Esta bueno este moje, hombre”. Le priva untar una barra entera en ese caldo. “Se come bien con un par de latillas de estas, hombre”. “Como en ca Mateo, de Valladolid”, le contesto. Para él supone un extraordinario y lo disfruta con la fruición de un niño. Venía como un pincel de misa y no se había cambiado. Menos mal que yo le había sugerido que se pusiese el delantal por encima de las piernas. Al minuto ya había dos mejillones en el hueco entre las piernas. Cuando he subido a mi casa, se había cepillado prácticamente toda la barra de pan mediana. Él ya no tenía hambre para más. Yo sí. Pero de comida de verdad. Todavía guardaba un táper de cocido. Lo he puesto a buen recaudo. Es curioso, después de dos o tres días está igual de bueno. Para no fregar más cacharros, me lo como en el táper. Sentido de la economía de esfuerzos, aunque resulta un tanto cutre.

Apenas tengo recuerdos de esta fiesta de invierno en Piña. Ni siquiera visualizo en imágenes que fuéramos JL y yo de puente cuando ya estábamos internos en el Lourdes. No tengo idea alguna de acudir de mozo o estudiante universitario. No guardo emociones asociadas a esta celebración. ¿Había baile? No creo.

Parlando con el socio le pregunto qué ponía mi madre de comida en esos días. Por ver si el sentido corporal más potente me reactiva el pasado. Me contesta que “pondría un pollo, digo yo, no sé”. Y le prometo que mañana voy a poner unos muslos que guardo en el congelador. Guisados me salen bastante curiosos (lo dicen mis chicos). “Mañana, un pollastre. ¿Qué te parece, amigo?”. Se encoge de hombros. Sin problemas. Para la comida, ni él ni yo repugnamos. Somos dos “todoterreno” en este aspecto. Como si es hormigón armado. Yo, porque creo lo que decía santa Teresa de que “también entre los pucheros anda Dios”, y él porque es un bendito de Dios.

07/12/23

Después del café y la prensa me doy prisa porque necesito gestionar dos asuntos, en la inmobiliaria y el banco, y supongo que voy a encontrar gente porque todo el mundo apura a finales de año. Lo tengo comprobado. En el primer intento, no hay manera de encontrar un puñetero fontanero ni siquiera para problemas de comunidad. Y en segundo lugar, soy el tercero a la espera para la muchacha que normalmente me atiende y lleva mi expediente; y no quiero recurrir a otro extraño y comenzar a plantear las cosas desde cero.

Esto ya me chamusca un poco más, pues no termina el seguro de casa de resolver el abono del móvil robado a la Chiqui. Casi cuatrocientos pavos al año de cuota deben de parecerles una bagatela. Ponen palos en las ruedas pidiendo exceso de documentación. Me chino. Pero por suerte me encuentro a la cola con mi amiga MJ, a quien conozco desde que llegué a Aguilar y con quien he mantenido buena relación a pesar de que nos vemos con poca frecuencia. Lo que siempre me ha resultado gracioso de ella es la manera de expresar su cabreo (en este caso, también por problemas bancarios), su mala leche teatrera porque es un poco Antoñita la fantástica. Pero nos sirve para cubrir un tiempo de una hora y, por mi parte, convencerme de que no me van a atender antes de las dos. Me despido hasta otro día más despejado.

Es el cumple de mi cuñada M. y le he enviado un guas. Después de comer paso por donde mi suegra para tomar un pastelito que ha dejado en depósito la de la onomástica, pues para ella es día laborable. Y a seguido doy un pequeño paseo y me acerco al Hogar, donde trabaja, para felicitarla en persona.

He pasado un rato muy agradable allí. Tenían la sobremesa de una comida de compañeros y me he apuntado un triplete maravilloso: tarta de tiramisú, café y chupito de pacharán. Este último, cortesía de dos de los comensales, una pareja de jubilados que lo hacen ellos. El tiramisú con un toque gustoso de licor, estaba muy rico. Y café de cafetera de bar. Extraordinario. Capitán general. Empleo un rato en charlar con la gente y disfruto un montón porque a mí me estimula cantidad conocer a gente nueva, en el sentido de que son historias nuevas de vida. Me priva. Me meto en faena y estaría toda la tarde.

Y mi cuñada, como siempre, otro de los grandes regalos que me dejaste, LU. Sociable y generosa, se alivia mi pena con ella. Cambiamos impresiones de paso sobre el viaje de los hijos a Galicia. Algunas fotos han mandado tapiñándose un “octopus” gallego que huele y se saborea incluso en las imágenes. A ver si traen algo para que en navidad lo ponga M., que también suele estar de cine.

Tenía unas cosas que leer de la filósofa Adela Cortina, que ha publicado un artículo magnífico en EP de hoy, en la tercera. Me ha hecho pensar mucho. Me gustaría ampliar el pensamiento de esta mujer, catedrática emérita, pero lúcida, el tipo de intelectual que remueve el fondo de tus ideas (políticas, en este caso) cuando creías tener una seguridad absoluta. Una calidad de pensamiento que me fascina. Puesto que no hay cosa más grande para mi tipo de inteligencia que cuando alguien me hace dudar.

Sin embargo, tengo interés por asistir al cine. Hoy voy a pegarme dos sesiones de la sección oficial. No quiero prescindir tampoco de esto. Como ayer, me pondré con mi amigo EG, que también fue concejal de cultura, y cambiaremos impresiones sobre lo que veamos. Él también forma parte del jurado. De los visualizados ayer me quedo con uno que trataba la soledad de un hombre viudo de una forma muy impactante. En fin, no me da para más el día. Tengo que dejar cosas sin hacer. Me enfado de momento. Luego pienso que tendría que vivir dos vidas. No puedo con todo. Pero me siento en una fase de gran actividad intelectual. Aunque sigo echándote de menos en la butaca de al lado, me encuentro sereno, LU. Fuerte para continuar.


06/12/23

Los lebreles llegan a casa con vacaciones navideñas y apenas han saludado cuando ya se ponen en camino hacia el Finisterre. En este caso, a La Coruña. Se han pirado los dos, más M., pareja del Chico, más la prima P. ¡Cómo viven los pajaritos! Es lo que hubieses dicho tú, LU.

Cuando hablo con el Chico me enseña el álbum de recuerdo y recopilación que le confeccionaste al cumplir los dieciocho. Aquí ya estamos en Galicia los cuatro: Vigo, Padrón, Santiago, Coruña. En el apartamento aquel en el que muestra el chichón tremendo de una caída, como el estigma de un elegido. Fotos a cientos, que después organizabas y aquí han sobrevivido hasta el mismo día en que te fuiste. Justamente en ese momento se interrumpieron los álbumes. Yo no he sido capaz de continuarlos. Me puede tanta impericia como pereza. Como si hubiese concluido una historia completa que no admite más continuación. Aunque la vida siga.

Por supuesto, con su llegada me trastocaron todos los planes de rutina. Ya no pude sentarme al ordenador, ni ver la sesión de cortometrajes, ni pasear, nada… Excepto que me encuentro feliz si están ellos aquí, aunque me amontone, como ya tengo dicho. Solo fuimos puntuales para la cena. Me dio rabia que me quedara la tortilla con la patata un poco dura. No sé si por falta de paciencia. Normalmente me sale bien. En fin, estaba sabrosa a pesar de todo.

Después nos envolvimos en las mantitas la Chica y yo, y me puso un par de capítulos de la serie “Memento mori”, basada en la novela homónima de mi paisano C. P. Gellida. Algo le tengo leído. Entretenimiento policiaco, buena documentación, buen ritmo, pero demasiado tópico para mi gusto. El sofisticado asesino y el enrevesado argumento no resisten la comparación con “Plenilunio”, de A. Muñoz Molina. Por ejemplo. En fin, pasable para llegar a la cama cansado y caer al instante. Sin inquietud. Porque a mí el miedo en las distintas formas artísticas no me afecta para nada.

Cruzo el día de la Constitución sin mayor pena ni gloria. Si no fuera porque la tertulia ha sido de intenso debate político. Hasta que hemos arreglado el mundo. Y a casa tan campantes. Nos parecemos a esos hinchas de algún equipo de fútbol que necesitan el partido de fin de semana para liberar las tripas en las gradas. Conocí a uno del que me contaron sus colegas que ya estaba tan habituado a montar gresca que inventaba nuevos insultos hacia el árbitro. Le llamaba, me dijeron, “Hijo puta de la naturaleza”. Un mítico.

Llevo a la modista el abrigo que me han regalado los hijos porque me cae a molde pero soy corto de brazos y me sobran unos centímetros de mangas. La Chica se ha empeñado también en que debo renovar vestuario y me han endosado a traición tres pantalones y tres jerseys. Esto, vaya. Pero el abrigo tan de vestir, ¿cuándo me lo voy a poner? Tendré que buscar la ocasión.

Y por la tarde me doy un buen paseo. Disfrutón, porque tampoco hacía muy malo. A la vuelta le llevo a la suegra también un par de pantalones para que me recorte el bajo. También soy paticorto. Como se ve, tengo todas las gracias corporales posibles. Pero, en honor a la verdad y a la justicia, tengo que decir que tampoco digo tan mal de desnudo porque no estoy gordo. Solo que esto, mira tú por dónde, no se ve a simple vista. O sea que solo lucen mis defectos. Ya es mala suerte. Bueno, vestido soy del montón (patrás).

Esta tarde comienzan a las ocho y media las sesiones de cortos de la sección oficial. Y esto ya sí que me interesa bastante, la verdad. Por fortuna, voy a poder aprovechar a capricho todo el fin de semana. Sin los lebreles. Me gusta que estén aquí, ya digo, pero me alteran el paso por completo. En cambio, tampoco soy de la opinión que he leído hoy mismo de boca del último premio Nobel de Literatura: “Prefiero vivir de la forma más aburrida posible”. Hombre, tampoco es eso. A mí me habría gustado salir unos días a cualquier parte si tuviera con quien o pegarme ese viajecito a París que me proponía la Chiqui. ¡Cómo no! Si no hubiese sido por las chinches…


04/12/23

Dos sesiones de cortos también interesantes ayer. Una pena que al menos tres no tuvieran buen sonido. Pensé de entrada que pudiera deberse al pequeño toque que padezco en el oído izquierdo; pero me parecía demasiado no entender apenas una palabra en algunos diálogos. Además, no hay mejor prueba que comparar con la perfecta audición en los demás. De todos modos pregunté a mis vecinas de butaca y me lo confirmaron.

Entre las dos tandas no queda más que un espacio de media hora, así que la alternativa es ir cenado a las siete o esperar a cenar después de las diez. Ni una ni otra. Me da tiempo perfectamente a tomar un pincho de tortilla y un par de tapas con una clara en un mesón cercano.

Nada de particular si no me invadiera una sensación difusa de extrañeza. Es de noche, llovizna y mis pasos resuenan bajo los soportales; apenas gente. En el entorno del cine ha quedado algún grupo a la espera, en otro bar de paso alternan en cuadrilla más o menos extensa. Dos calles más arriba, una silueta de pareja se pierde entre el claroscuro y la fina niebla. La sensación que se me impone de pronto es que camino solo. Sin ti. Que tengo que aprender a sentarme solo en el cine porque mis colegas habituales no participan de estas actividades (y no voy a buscar alguien a quien conozca para ocupar la butaca contigua, solo me faltaba), que debo encaramarme en una banqueta y tomar la consumición perdido en mis pensamientos, que se me hace largo esperar diez minutos en el vestíbulo y prefiero tomar asiento a la espera de que se apague la luz y salte al mundo de la imaginación. Al universo del cine, de la fantasía, de la ficción. Como lo hago en casa con mis lecturas y escrituras. Un mundo sedante. Pero irreal. Y debo acostumbrarme a todo esto como a cosa ordinaria en mi vida real a partir de ahora. A estar sin tu compañía, LU, con normalidad. Hasta que me parezca natural.

Mientras comienza la función, dos butacas a la derecha llama mi atención con gestos otro espectador. Otro solitario, pienso, aunque lleva al cuello la tarjeta acordonada de la organización. Del jurado. Es él ahora el que me interroga sobre si el sonido es bueno. Da pie a que pelemos la pava durante los minutos que restan. Lo curioso es que enseguida me cuenta que fue jurado también cuando el Águila de Oro a Concha Velasco. Le dejo que se explique. En efecto, me ha reconocido y me dice que yo era entonces el concejal de cultura. ¿Verdad? A seguido comprobaré que está bien informado de los problemas de aquella etapa y del esfuerzo que hicimos para no perder el festival. Hombre, le digo, se agradece encontrar algún reconocedor. Se apagan las luces de sala. Y comienzan los sueños. Es el cine de nuevo…

Paso la mañana en tertulia de a dos, porque solo estaba MN y la hemos prolongado hasta la plaza. Y pendiente de que la Chiqui me llamara para confirmar el color de un par de vaqueros que me va a comprar en León. Sabemos marca y talla, así que es comodísimo para mí. Igual que cuando me los traías tú, LU, pedidos por internet. La Chiqui me comunica, por fin, que se encuentra en la tienda y envía las fotos. Vale. Perfecto. Adelante. A estas horas de la tarde no ha llegado todavía con el permiso de vacaciones navideñas. Ha tenido suerte en el hospital y disfrutará casi veinte días seguidos. Si llega a tiempo le propondré ir juntos al cine. Me extrañaría que le pareciera un buen plan. Desde luego, con el Chico, sería impensable. Pero me hago a la idea. No quiero condicionarlos. Sé arreglarme y, en cualquier caso, debo adaptarme rápidamente a mi nueva vida. Ir por mi cuenta. Ya lo ves, LU, el tipo más sociable del mundo…

No dormí bien a partir de las tres de la mañana. Muy opilada la nariz, con síntomas de moquita y algo de resfriado. Poca cosa pero incómodo para descansar a placer. No quiero recurrir ya nunca más al Utabón. No he vuelto a usarlo. Prefiero aguantar. Me levanto y hace frío de verdad. Un colacao y media docena de horneadas para enrojar el estómago. Me enredo en la manta y me apalanco en el sofá, convencido de que la congestión despejará un poco en posición de incorporado.

Me distraigo con el móvil. Repaso las fotos de aquella edición de dos mil seis cuando vino Concha. Me seduce esa cosa de glamur de pueblo pequeño y me enorgullezco de haberlo organizado. Y una vez más me digo que tanto trabajo y polémicas merecieron la pena, aunque solo fuese por lo mucho que tú disfrutaste, LU. Y a pesar de que me dijiste muchas veces que me gustaba ser protagonista, ya ves lo que son las cosas: ahora mismo, viendo todo el álbum, no tengo ojos más que para unas cuantas fotos, esas en las que apareces tú. Y al poco rato me he dormido hasta las ocho.


03/12/23

Asistí a las dos sesiones de tarde del festival y, por suerte, di con una selección bastante buena y, dicho sea de paso, durísima de contenidos. Otros años los recuerdo como muy desiguales de calidad (en mi criterio, claro). Lo sorprendente es que pertenezcan a la sección de Castilla y León en exclusiva. En fin, grata sorpresa.

De vuelta, camino de casa con una concejala de nuestro grupo, me solicita información y pistas sobre asuntos del área de cultura, puesto que la legislatura acaba de comenzar. Mi visión, le digo, se va quedando desfasada, pero en lo fundamental constatamos lo importante que es compartir la experiencia anterior con los propios compañeros. A su vez me actualiza con algunos detalles, cosa que agradezco. Pero tengo muy claro que información, opinión y consejo, los que quieran, faltaría más. Implicación directa en la vida municipal, ya no. Pasó mi turno y en esto no soy nostálgico en absoluto. Ni me van las segundas partes ni los revivales. No. Estoy en otra fase.

Quiero tranquilidad para escribir (es decir, solo volcán interior) y ya vengo tramando los primeros compases de mi próxima novela, que intentaré anotar hasta fin de año y comenzaré, sin nada lo impide, a principios del siguiente. Esto es lo mío. He elegido esta vida hasta llegar a mi final. Contigo siempre en el recuerdo, LU. No sé si habrá alguien más… No me preocupa, porque también comprendo que un friqui como yo, a mi edad, y sin nada que ofrecer, no es plato de gusto para nadie. Me conformo con no caer enfermo y mantenerme sereno. Como ahora.

Bajo al café de la mañana con intención de fisgonear a la gente del cine que se aloja en el Valen, y mientras hojeo la prensa tengo ocasión de conocer y cambiar impresiones con la directora de un corto que me gustó mucho ayer. Una reflexión sobre la deshumanización e incomunicación que traen las nuevas tecnologías, en concreto el móvil. Con un toque de humor que le añadía el puntito salado. Bien.

También me gustaría haber conocido al cortometrajista del trabajo que más valioso me pareció. Al que di el tope de nota. Me pareció entender que era de Valladolid. Con M. Barranco de protagonista, una historia cainita pero paródica y moderna con rasgos almodovarianos. Muy buena. Si tengo suerte, lo abordaré mañana. Ya lo vengo haciendo desde años atrás y tú, LU, te reías de mí y me decías que no fuera chapas. Pero es que me gusta preguntar y comprobar si lo que he pillado bien, sobre todo, las técnicas.

Asisto también a esas charletas con poca gente en tu Fundación, LU. Es muy acogedora el aula habilitada que hace una “ele” frente por frente de la ventana donde trabajabas tú. Se me van los ojos allí. Pero tu puesto de trabajo está vacío, lo sé. Hoy, domingo, y mañana también, pues no serás tú quien estará allí…

Sé desde siempre que esta actividad es de las mejores del festival, verdaderamente ilustrativa por los temas que se ventilan, y al margen de los aspectos más espectaculares o de cinexín. Fuego de hogar mejor que pirotecnia de campa. Vuelvo a coincidir con JB, un tipo que me hace gracia, de ojos oscuros, vivos y muy abiertos, como todos los listos. Con mala hostia también, como todos los pequeños de estatura.

A la salida le digo al técnico que me supo a poco el homenaje a Concha Velasco. Entiendo que fue improvisado, pero se quedó en una sucesión de fotos de su rostro, sin el testimonio de su paso por Aguilar. Le digo que tú conservas el archivo con más de cincuenta fotos de aquel evento y me dice que se las pase, que todavía hay tiempo de montar otro pequeño vídeo de homenaje antes de despedir el festival. A ver si es verdad. Le paso la carpeta por correo electrónico.

Después tomo un vino rápido con JB y prefiero no quedarme en el vermut de cineastas, aunque sea gratis. La gente aprovecha y estos faranduleros son tradicionalmente sablistas. Va en los comienzos del oficio. Tengo prisa por recoger lavadoras y poner la comida y me piro. Enseguida me he percatado de que con la prisa y demás no he pagado en la barra de cafetería. Vuelvo sobre los pasos. Pago y me voy. Una pena porque acabo de ver a alguien a quien miro con ojo de halcón cada vez que coincidimos. En el fondo me presta porque noto su perplejidad que no puede ser falta de experiencia sino de imaginación: cómo va a suponer que un careto como el mío va a estar rumiando quete quete… que se me afilan las garras…

Me largo y me olvido al instante. ¡Qué será el puto vicio de hembra, oye! No se termina de pasar nunca. Y eso tiene mucho de alegría porque compruebo que estoy vivo. Y tiene mucho de tristeza porque la pava cumple las tres condiciones clásicas del que desea a mi edad, condición y circunstancias: Es joven, no está libre y si lo estuviera yo no le gustaría ni una mierda. Ni te molestes, me dice mi conciencia. Dedícate a la poesía, me repite mi conciencia. Que te den por el culo, maja, le contesto a mi conciencia.


02/12/23

Durante diez días tendré que cambiar el plan de trabajo. Mientras dure el programa del festival de cine de Aguilar. Es sencillo, me gusta participar en las actividades que me resulten más interesantes. Y, desde luego, ver los cortos que me apetezca y aguante. Para empezar, no podré escribir a las horas habituales ni todos los días, pero esto último lo intentaré. Ayer ya no pisé en casa en toda la tarde, prácticamente desde que tomé café donde tu hermana J. para celebrar el cumple de A., la sobrinita mayor: doce años, LU. Aun recuerdo con muchísima tristeza tu llanto, uno de los días finales, cuando lamentabas con amargura no poder ver crecer a las niñas. No quiero rememorarlo ahora para no hacerme daño. Prefiero cerrar los ojos y concentrarme en el tiramisú…

Luego estuve de compras hasta que me presenté a las siete en el cine por controlar si había mucha cola a la espera de la inauguración. Ya me conoces, me sirvo de las triquiñuelas que puedo para conseguir una entrada sin poner en compromiso a nadie. Tengo mucha experiencia en cosa de ayuntamiento (doce años), así que nadie sabe mejor que yo cómo se hace. Mientras unas señoras esperaban turno fuera, me metí directamente con su permiso a “preguntar” algunas cosas a la organización. Y apareció mi oportunidad: antigua alumna con un buen recuerdo, colaboradora del festival, también docente y además familia lejana tuya, LU: “A las ocho espera en la puerta”. OK. Cambiadito y perfumadito, como un clavo allí. Y padentro. De todas formas, no hubo problema de butacas.

Ya sé que la inauguración es sencilla, pero no podía faltar a la entrega del Águila de Oro, Castilla y León, al cineasta AD, que se presentó en su alocución diciendo que era de un pequeño pueblo del Cerrato vallisoletano, Esguevillas de Esgueva. Pusieron su última película, "Secundarias". Excelente, en serio. Trazas de alguien que ya es artista maduro. Alguna vez hablaré de algunas maravillas técnicas que me encantaron.

Termina el acto y rápidamente me planto donde las autoridades a saludarle (eso que a ti te daba corte, LU), y estuvo muy atento y cariñoso. Aunque no hayamos tenido demasiado trato, nos reconocemos como paisanos de pueblos vecinos. Me parece también una excelente persona. Se prestó a una foto con mis compañeros de grupo político en el ayuntamiento. Buenas maneras y cortesía también por parte del grupo que gobierna. Tengo una relación correcta con todos, eso es lo cierto.

Esta mañana, después del café y el periódico, me apetecía de nuevo asistir a esa sección que suelen llamar “encuentros” y que se desarrollaba en tu querida Fundación, LU. Pocas personas y muy interesante la charla del mismo paisano AD. Coincido también con algún otro del jurado que han dirigido prensa provincial y siguen también mi trayectoria literaria, como JB. Nos ponemos juntos, comentamos, pero al terminar ya no puedo quedarme al vermut con actores y directores. Obligaciones con el socio.

Ha sido hacia las doce, mientras asistíamos al acto, cuando se me ha acercado el técnico de cultura para enseñarme en el móvil la noticia reciente de la muerte de Concha Velasco. Me comenta al oído que tiene pensado alterar el programa y poner, como homenaje a la actriz, algunos cortes de cuando le entregamos aquí el Águila de Oro, estando yo en Cultura. Será esta tarde antes de la sesión de ocho y media. Y me pide difusión que enseguida traslado por guas a la candidata de mi partido a la alcaldía.

...

Me hace ilusión volver a aquel lejanísimo dos mil seis, a la decimoctava edición de la Semana de Cine. Me entretengo en rebuscar dentro de tus archivos fotográficos y lo encuentro. Ahí están: son cincuenta y cuatro fotos las que tomaste en aquella ocasión. Ahí están la recepción y presentación en Gullón, las fotos contigo y con los niños, las fotos de la gala en el cine… ¡Ay, Dios, tendría que anestesiar mis tripas para no sufrir viendo esto…! ¿Es posible, LU, que tanta hermosura estuviese a punto de colapsar? Y ni siquiera lo sospechábamos… Tan solo un año después se decretaría el horror en nuestras vidas. Así de real. Hoy te miro en esa foto con Concha y me parece como que ha llegado el momento de reencuentro entre dos amigas. Ahí os dejo con vuestras confidencias… Siento no disponer de más tiempo para seguir hablando con vosotras. Tengo que acudir a la sesión de cortometrajes de las siete. Feliz vuelo definitivo, LU y CONCHA.


02/12/23

Muy lluvioso. Impensable otra cosa que no sea meterse en casita después de la tertulia y entretenerse con la labor cotidiana. Bien descansado, eso sí, y bien soñado con regalos de reyes o asuntos similares. Se conoce que le estoy dando vueltas al árbol de navidad que pondrán los chicos en cuanto vengan. Como el año pasado. Me gustó, LU. En ellos estoy seguro de que es una forma de rebeldía, o sea, de resistencia a perderte del todo. Por mi parte, ya lo he aceptado sin más. La diferencia es que yo estoy siempre aquí, donde más se nota que faltas y se te echa de menos. En soledad. A ver si me ayudas a encajarlo también este año con santa resignación.

Como si alguien me hubiese leído el pensamiento, después de comer me entregan un paquete inesperado de Amazon. ¿A mi nombre? ¡Qué raro! Lo abro y se me ilumina la cara, pues se trata de una caja espléndida de polvorones de los de El Toro, un gustazo para mí. Y un lujazo. De momento no encuentro remitente ni signo de ello. Los reservo y guardo a la espera imaginando su procedencia. Bastante evidente, claro. La última vez que estuvo aquí la Chiqui compramos unos pocos en Mercadona, como anticipo de estas fiestas que se avecinan. Tiene que ser de ella, me digo.

Y será ella misma quien me llame un rato después para preguntarme si me ha llegado y si he leído la notita que lo acompañaba. Pues no, estaba entre el envoltorio del clásico papel amarillento y la caja. Son unas palabras cariñosas que me saben a gloria. Tan buenas como el que pruebo para inaugurar el regalo. Buenísimo. Lo deposito dentro de un mueble, casi escondiéndolo, porque no quiero sentir la tentación hasta dentro de unos días, cuando padre e hija nos arrebujemos en el sofá para ver una peli juntos y degustemos un par de ellos (yo siempre, uno más).

Ya venía tramando, por mi cuenta, algo parecido. Después de comer y ver un rato el TEM, me echo a la calle en mitad de la lluvia pertinaz. Me apetece dar una pequeña vuelta protegido con el paraguas. Suficiente para luego retomar, porque el trabajo tiene que tener sus pausas. Yo aguanto bastante el tipo de esfuerzo que siempre he realizado, de mesa de estudio, pero reconozco que me gusta hacer un alto para marcar tramos durante el día y que de esta manera se me haga más llevadero.

Entonces se me ha ocurrido acercarme al súper y aprovechar un vale de esos con unos euros de descuento. Y comprar algo que tenía ojeado de anteriores ocasiones. Incluso, planeado el asalto; digo, la compra. ¿A que no te imaginas qué es, LU? Bueno, pues una botella de vino “Habla del silencio”, que comenzamos a beber de vez en cuando desde aquel viaje que hicimos a Extremadura y descubrimos las bodegas en Trujillo.

Este tinto extremeño es excelente; después del Ribera de mi tierra, que para mí es insuperable. Por cierto, que ya he espabilado un par de botellas del último Pesquera de mi amigo JC y… néctar, esencia. ¿Sabes cómo te digo? A ti también te privaba, ¿eh, LU? ¡Cosa más rica, copón! Si Dios existe allí donde estás, seguro que le gusta pinar de este caldo. De lo contrario, sería un pelamanillas. Yo no me imagino a Dios bebiendo agua mineral en las comidas. Ni al diablo tampoco, por muy hijoputa que sea.

El “Habla del silencio” lo voy a dejar para que me lo eches tú en Reyes. Ya lo tenía en la cabeza, como he dicho. El año pasado me amurrié cuando me di cuenta de que por primera vez en muchísimos años tú y yo no nos habíamos regalado nada. Y eso no puede ser. Me dije. Este año será como si comenzásemos de cero. De nuevos. De novios.

A destiempo me he visto obligado a salir de casa otra vez. Chamuscado. Me he dado cuenta de que se me había perdido un cristal de las gafas y no he tenido manera de encontrarlo durante media hora, por más que he revuelto media casa. Cansado. Sudando. Cagándome en todo lo barrido.  Te he dicho varias veces que me ayudases a dar con ellas, LU. Que tenía mucho que hacer y estaba hasta los cojones de dar vueltas. Pues nada, como que estabas sorda. Hasta que me he dado cuenta de que soy piñero: “Encomiéndate a san Antonio”, me ha dicho mi madre. He vuelto sobre mis pasos haciendo memoria de cada lugar… Habían caído junto a la puerta de entrada del local de abajo, seguramente al ir a dejar el paraguas. Por fortuna. Pues no solo se han podido reparar de forma rápida, sino que estaba soñando con asistir a los cortos del festival de cine que comienza mañana. Y ya me dirás tú cómo me las iba a arreglar… ¡San Antonio bendito! Comparado contigo, la mayor parte del santoral es una forraje. Y adiós, noviembre.


29/11/23

Ahora tengo justamente el problema contrario que antes de mi operación de napia. Duermo tan a gusto que a las seis de la mañana ya estoy despierto patas arriba. Miro al techo y busco en las sombras un rasguño de claridad a través de los intersticios de la persiana. Pero todavía tarda en amanecer. ¿Qué hago? A oscuras intento conectar en el móvil el France Info y no me responde la aplicación. Doy un barrido y encuentro en el guas del Psoe el último pleno, del día veinticuatro. O esto, me digo, o arriar bandera…

Ya estoy mayor, me digo, para andar jugando a la zambomba ahora que llega la dulce navidad. Además, me conozco, hace mucho que normalmente termino aburriéndome, lo dejo y remato recitando de memoria algún poema en silencio. ¡Qué pena! Pero si tú no estás aquí junto a mí, ¿qué sentido tiene encender la carne! Finalmente me decido por el pleno de ordenanzas fiscales y lo escucho con la luz apagada hasta que dan las siete. Cuarenta y dos minutos. Y tengo que decir que no me he aburrido. Mejor que pelármela… Ya no puedo perder ni un minuto de tiempo de mi vida sin aprovecharlo en algo útil, me digo. Me quedan veinte años. Si llego.

Cuando ya estoy sentado con mi lectura me envía mi amigo NB un vídeo breve pero intenso, tan pleno de sabiduría que me ha gustado muchísimo. No reconozco al tipo, argentino, que entrevistan por radio en Tik Tok, pero en un minuto habla de lo que se pierde cuando alguien querido muere. Y una de esas cosas es que se pierde algo de uno mismo y que hay que soltar eso que uno va a dejar de ser con cada pérdida. De lo contrario, si uno no se desprende de esta parte, muere del todo. Por melancolía.  Y también para poder seguir viviendo hay que dejar ir algo del otro. No se puede conservar todo el otro adentro, ni recuperarlo entero. O te terminará matando porque te anulará el deseo.

Este ha sido el razonamiento completo y me ha hecho pensar. Intento abandonarte en un lugar muy hermoso de mi recuerdo, LU. Pero ya no puedes seguir conmigo acompañándome. Y la prueba es que ese deseo potente y viril de la mañana, ya no te buscaba a ti sino a otra que no eras tú en la realidad, y a quien poder amar también en la realidad. Como te amé y te deseé a ti en el recuerdo.

Hoy todo ha sido de vídeos. Sin buscarlo. Es así el azar. Me sale uno más de los actores más carismáticos de Monty Python, el gran John Cleese, protagonista de “Un pez llamado Wanda”. Para ser humor inglés, desternillante. También en “La vida de Brian”.

Lo genial es que es un panegírico, es decir, una alocución en un funeral. En la traducción del inglés entiendo que se trata del sepelio de un amigo. Pues bien, el discurso está tan bien emitido, tan perfecto formalmente, tan inteligente por su contenido, que arranca las carcajadas de los asistentes en varios momentos sin olvidar por ello la gravedad de la situación. Porque lo mejor por encima de todo es que es un texto humorístico con toques irreverentes. Y, por tanto, es el ejemplo perfecto de algo que podría compararse con mi intención en este diario. No dejaré que a mi discurso le invada y le derrote tu muerte, LU. Será un canto de optimismo vital y su humor mi forma de interpretar con distancia lo relativo y provisional de la existencia humana. Será una forma de burlarme contigo de nuestra pobre condición mortal.

Y, finalmente, he dejado en último lugar una secuencia de apenas un minuto que parece proceder de otra galaxia superior y desconocida para nosotros. Es la respuesta de Stephen Hawkin en una conferencia al interrogante que le plantea uno de los asistentes: “Profesor Hawkin, nos has dicho que no crees en Dios. Entonces, ¿tienes una filosofía de vida que te ayude?” La respuesta que da el conocidísimo científico, postrado en su silla de ruedas y reducido a un despojo humano, es la mejor que he escuchado en toda mi vida a una pregunta tan radical, tal vez la única pregunta por antonomasia. Y es de tal profundidad filosófica (a la vez que sencilla) que parece dictada por la misma divinidad. La he recogido en mi archivo de cuestiones culturales en el Guasap. Para oírla una y otra vez. No la revelaré a no ser que alguien de los que me leen me pida que se la envíe.

Llega MA por la tarde para la limpieza semanal. ¡Ay, chaval! ¡Ni te lo imaginas! Nos hemos puesto mano a mano con el frigorífico y pensé que me daba un ataque. Normalmente, ella está dos horas y yo me dedico a lo mío si me pilla en casa. Pero es que hoy no había manera de atacar a este monstruo ni siquiera juntando las fuerzas de cuatro brazos. Casi tres horas. Calados hasta las orejas, hecha un cristo la cocina del deshielo desparramado con un centímetro de agua sobre las suelas de los zapatos y con tantas placas de cristal como un glaciar asfixiado por el cambio climático. Venga cazuelas hirviendo y no había manera con el hijo de puta.

Hemos salido triunfantes pero con los estigmas de una victoria pírrica. Satisfechos porque la batalla ha sido napoleónica. No muertos, pero directamente quebrantados. Cuando ella ha salido de casa, me he metido en la ducha y he dejado que el agua me levantase bojas en los hombros y la piel de pies y manos reblandecida como si se pudiese untar en ella.

Muchas veces te lo oí a ti, LU, que no se podía dejar demasiado tiempo hasta que se llenasen de hielo los varios apartados, recovecos, gavetas y niveles del congelador. Pero esto no me lo imaginaba, de veras. Sé que tu enfermedad te apartó de preocupaciones de este tipo y ya no tuviste fuerzas en los últimos tiempos de encomendarme la tarea a mí. Porque me conocías y seguramente pensarías que ibas a sufrir viéndome. Y ya no te quedaban energías ni siquiera para eso. Bueno. Solo quería decirte que ha resultado perfecto, LU, para bastante tiempo. Espero. Procuraré no descuidarlo tanto. O tal vez tenga que cambiar antes el aparato. No sé. No contaba con todo esto. Sin ti la casa es diferente. Estoy viviendo en otro sitio. Pero no te apures. Me adaptaré. 


28/11/23

Me pongo a leer pronto, en el silencio del amanecer, y muy pronto también me llega el guas de contestación de mi prima M. Ayer supe por mi hermano Mon que por fin la habían operado en Valladolid de un tumor en la cabeza, benigno. Repito, benigno, felizmente. Quienes hemos vivido al lado de esa amenaza sabemos, primero, el miedo que entraña afrontarlo, y después la alegría infinita de cada buena nueva. Intenté hablar con ella varias veces por la tarde, pero no tenía el móvil operativo. Hoy a mediodía ya hemos charlado unos minutos. Se encuentra muy bien y ahora queda la recuperación. Pero la he notado radiante, animada y muy vitalista. Inmejorables pronósticos.

Me alegro con toda el alma. Por ella, LU. Igual que te hubieses alegrado tú de haber estado aquí. Y lo sé porque comprobé tu generosidad al entregar el material genético de tu cáncer en Navarra, cuando ya no había nada que hacer. Y lo sabíamos los dos. Te sentías bien pensando que pudiera servir para salvar las vidas de otros. Aunque perdieras la tuya. Como así fue. Y yo me consideré afortunado de haber querido a una gran mujer como tú.

Últimamente se alargan las “tertulias del monacato”, en el Valen, debido a que están presentes los americanos y que son días revueltos de actualidad política. La discusión es intensa pero no llega la sangre al río. Cuando ya nos cansamos de arreglar España, cada mochuelo a su olivo. Normalmente. Porque hoy hacía tan agradable que nos hemos acercado a la plaza y nos hemos alargado hasta el extremo del tenderete de una dulcera de Cantabria que hace “in situ” unas rosquillas buenísimas, que huelen a anís desde el otro extremo. Y las hemos catado, claro.

Además, porque yo quería tirar unas fotos que incluyeran esa combinación de lo viejo y lo nuevo que es este pueblo, como muchos otros de nuestra Castilla y de España entera. Especialmente en estos días en que resulta tan abigarrado el ambiente, tan colorista, tan bullicioso, tan humano, que enseguida se me erizan las antenas de artista y capto en el aire el único misterio fundamental de la existencia: la misma vida.

Pero no soy fotógrafo y no poseo ninguna habilidad con el móvil para recoger todo lo que estoy viendo y viviendo simultáneamente. Es como el atleta que quiere correr más de lo que dan de sí sus piernas. Y como conozco mis límites, pues acostumbro compensar las deficiencias fotográficas con un pequeño texto de cierta gracia literaria. Y así llevo mucho tiempo publicando cada domingo en el Ínstagram. Me divierto un rato y me reto con un género nuevo, breve y efímero, pero del que me estimula investigar sus posibilidades artísticas. Se me ha terminado la batería (¡lo típico!) y me he servido del móvil de mis amigos P/B. Veremos qué puedo hacer con este escaso material. Igual tengo que volver mañana a la carga. Después, durante el resto de la semana, concreto la idea que finalmente publicaré. Así es la cosa. No sabe uno en qué dar para espantar la pena.

En el caso presente, no encontraba manera de recoger en una sola imagen la plaza y los puestos del mercado, la gente ambulante, los motivos luminosos de navidad, el palacio de los marqueses y de los fontanedas, las fotos enormes del próximo festival de cine, la magnífica fachada de la iglesia al fondo… O sea, lo dicho, la vida. Pero algo saldrá al final, seguro.

Recibí ayer guas de JAA en el que me incluía crítica a su novela que ha ganado el último Ateneo de Valladolid. Está para salir y le contesto que me haré con ella de inmediato y le comentaré cuando la haya leído. Por si no fuera poco, ya está en los cines la película basada en su libro “Aquel mar que nunca vimos”, sobre el maestro republicano A. Benaiges. Me encantó la novela y veré en cuanto pueda esta versión en cine. Quedamos en abrazarnos en cuanto nos reúna el Boss.  A veces, llamamos así a JH, el editor.

Casualmente, este último también me llama por la tarde. Que por qué no le llamo. Que está mimoso. Ahora que ha vuelto con mi querida editora de la gira de promoción, echa de menos a los amigos que dejó aquí. Eso le replico. Me cuenta cositas de los nuevos proyectos ya en imprenta y me informa de que mis relatos tienen que salir en marzo, con la nueva novela de JC. Y que tengo que bajar un día a Cantabria para incluir las correcciones en el PDF de la maqueta que me envió. Plazo máximo de entregar mis correcciones definitivas, por tanto, fin de febrero.

Lo escribo aquí para que no se me olvide. Le he dado ya una vuelta a todo, pero soy puntilloso en estos asuntos y nunca termino de estar conforme al cien por cien. Pero debe de ser lo normal en quien entrega un libro sobre el que ya no podrá modificar una sola letra. En Amazon podía hacer correcciones todos los días. Pero no por eso estaba más satisfecho. Como el libro físico cuidado y publicado por un editor profesional, nada semejante. Y verlo por primera vez en tus manos, es como cuando cogí al Chico o a la Chiqui por primera vez en mis brazos. ¡Buah! Indescriptible.

Le voy a pegar otro viaje completo al texto. Total, tengo tres meses por delante. Aunque no quiero caer en el error que cometía mi padre cuando firmaba, que lo retocaba tanto que empeoraba lo inicial. Era el exceso de perfeccionismo, tan malo como la dejadez. Mi madre se ponía mala y se deshacía en aspavientos. Yo también peco un poco de esto, lo sé. En cambio, tú eras eléctrica, instantánea en el trazo de la escritura, un relámpago. Tus amigos de facultad en Madrid te llamaban “Turbolurdes”. Recordando a García Lorca, yo diría que eras una mezcla “de sal y de inteligencia”.

Sin embargo, tengo grabada en la mente una impresión muy vívida de algunos momentos en los que te sorprendía mirándome con los ojos brillantes. Con el tiempo comprendí que era admiración. Sobre todo, cuando hablaba en público, defendía con pasión alguna idea, o te susurraba en la intimidad mis sentimientos… Y siempre me pregunté cómo era posible. Te ponías como una pava… ¡Por un zote como yo! ¡Un zarrio! ¡Un chupatintas! Te pregunté muchas veces el motivo. Y te fuiste sonriendo pero sin darme la respuesta. ¿Querrás decirme alguna vez por qué?


27/11/23

Leo un artículo saladísimo de L. García Montero en la última de EP. Le sigo con asiduidad porque, además de llevarnos unos meses, le descubrí como poeta en sus brillantes y exitosos comienzos, que fueron también los míos en poesía. “El jardín extranjero”, premio Adonais, me resultó revelador y referente de un tipo de escritura muy alejada de mis intereses. Y mucho más comprometida con la realidad. Recuerdo que pensé que allí había uno de los grandes en marcha y su trayectoria vital e intelectual así me lo confirmaría a lo largo de los años. Nunca he sentido envidia ni me ha costado reconocer algo valioso. Mi vida tomó otros derroteros y, fracasada una primera intentona de publicación en Cantabria, me oculté y seguí escribiendo poemas sin preocupación futura por que vieran la luz. Y ahí quedaron. No son pocos, sin embargo, trece trabajos (los llamaré así puesto que están inéditos, menos dos autopublicados).

En muchas ocasiones he retomado algún que otro poemario de Luis por razones docentes. Hoy he vuelto a hacerlo movido por el artículo al que hago mención arriba. Y al margen del original asunto que trata, nos detalla: “Yo hice una tortilla de patatas, compré una empanada de atún en la pastelería Mallorca y un poco de jamón en el mercado de Barceló”. Estas simples líneas me resultan entrañables porque sé sus otras razones detrás de lo que escribe. De momento, su apuro es que ha tenido que organizar un encuentro de amigos con cena incluida en su casa y no sabe cómo resolver más allá de una humilde tortilla. El resto, comprado. Es algo que a mí me suena… O, mejor dicho, desde que tú me faltas, LU, no he organizado más que una invitación y ha sido una merienda en el restaurante de al lado. Único modo de acertar.

Hoy se cumplen exactamente dos años de la muerte de Almudena Grandes, esposa de Luis, y famosísima novelista a la que también leí desde su primer libro, “Las edades de Lulú”. Su relevancia en la literatura contemporánea dentro del género realista en su más amplio sentido, ha sido enorme. Recuerdo especialmente alguno de sus libros de relatos. Sus nuevos “episodios nacionales” me resultaban excesivamente largos. Sin quitarle un ápice de su valor y maestría. Almudena, una de las imprescindibles.

Nosotros seguíamos también su enfermedad de forma soterrada. Un cáncer de colon. ¿No es cierto, LU? Oíamos noticias en la tele y callábamos. Cuando anunciaron su muerte el silencio entre nosotros fue terrible, sideral, como dicen. No procedía comentario posible. Tú te encontrabas ya tan débil, tan derrotada, tan agónica, que solo sobrevivirías seis meses. Aunque llegarías a conocer, ya con el alma a cuestas, la nueva primavera en los viajes a Navarra y nuestras últimas excursiones juntos. Sí, digamos la verdad de una vez: con el presentimiento de la muerte.

Siento ahora mismo en mi cuerpo, en mis sentidos, el olor y el sabor, incluso nombraría uno por uno los alimentos de la comida en un pequeño mesón de la calle principal de Vitoria. Tu curiosidad aún por disfrutar de algo rico, a pesar de tus pocas ganas. El fatigoso paseo posterior por el centro. Y el regreso. Conducir te relajaba. Yo extendía la vista de un lado a otro, como mirando distraídamente, pero con disimulo espiaba tu rostro serio, tus secretos pensamientos que casi se transparentaban en tu frente, tu vista perdida y atenta simultáneamente al volante, tu desesperación serena. Mi pena desesperada y retenida, sin expresión posible. El principio del fin. El fin de nuestra vida en común. El fin de treinta años de amor.

Mi querida, LU, soy obstinado y no te hago caso. Me dijiste muchas veces: “Sigue y no lo pienses”, “Sigue adelante”. Y de nuevo caigo en la trampa y me castigo. Tomo el poemario de Luis para Almudena. Lo tituló “Un año y tres meses”, porque era el tiempo que había transcurrido desde la muerte de ella cuando lo escribió. Una forma de luto y de llanto. Y también una forma de amor.

Es curioso, a mí no acudió la poesía para hablar contigo y de ti. Surgió este discurso personal, de queja diaria, de recuerdo desordenado, de despedida, de llanto, de homenaje, de transición a otra etapa, de superación, de pérdida del amor del cuerpo y del alma… Pero nunca de olvido. Solo tengo que volver a los versos de Luis García Montero, una vez más, aunque me hagan daño, y vuelves a estar conmigo. Dice el poeta: “Le quito treinta años a este tiempo, una resta sencilla en el verbo vivir, y te veo llegar, aparecer”. Nunca el olvido, LU, te lo prometo. Jamás el olvido, LU, hasta el día de mi muerte. Hasta entonces.


26/11/23

¡Uf! He estado todo el día “amontonao”, como suele decirse. Es lo que sucede cuando se tuercen los planes y vas a matacaballo. Anoche me había entretenido más de la cuenta con el debate de la Sexta y me quedé dormido enseguida, pues tengo comprobado que a mí la política apenas me afecta más allá del instante. Sin embargo, a las cuatro y pico se me abrieron los ojos como si viera una aparición y ya no hubo forma. Y el caso es que no tenía necesidad de ir al baño. Entonces, ¿qué pasa aquí?, me digo. Y caigo en la cuenta de que no me había acordado de poner las alubias a remojo y no había sacado carne del congelador, ni pan para el desayuno… un desastre. Y por esta razón algo me estaba sacudiendo dentro del coco como un martillo pilón. ¿No serías tú, LU? Para avisarme, digo. Bueno, aunque tarde, resuelto. Y me he vuelto a quedar traspuesto.

Un poco antes de las ocho ya me levanto definitivamente a subir la publicación dominical de Ínstagram. Tenía la idea y el soneto, pero hay días que no encajan las cosas a la primera (sobre todo las pijadillas técnicas, que nunca termino de controlar ni me interesan) y me retrasan y me pongo desaforado. Por fin, después de media hora doy con el tipo de letra, el color de fondo y algunas correcciones más sobre el poema que hoy publicaba, sin más imagen que el propio texto . Retocado, como digo, pero procedente de mi libro “Moneda y cárcel”, que publiqué en digital y papel hace ya diez años. Me parecía muy apropiado para el 25/N, día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Imaginé que sería coser y cantar. Pues no. Me ha dado bastante guerra.

Café, periódico y un par de lavadoras. Hoy, curiosamente, es uno de los domingos en que estaba el precio de la electricidad más caro de todo este año en curso. Habrá demanda o lo que sea. Y hacia las doce decido meterme a chapotear con la fabada. Pensaba que las alubias ya habrían tenido suficiente remojo con unas ocho horas. ¡Ay, majo, qué confundido estás! Controlando los tiempos habituales en la olla, rechinaban entre los dientes. ¡La puta que las parió! Más duras que el cogote de san Pedro. Nunca me había pasado y ahora se me echaba el tiempo encima. ¿Quééé haaagooo?

Pensando que no me daba tiempo con les putes fabes, porque estaban más dures que les putes piedres, me pasa por la cabeza una idea salvadora en un relámpago de inteligencia: unos garbanzos con callos, quince minutos. Pero de bote de cristal y envase de plástico. Me enseñó esto para un imprevisto mi cuñada MA. Ahí estamos, me animo yo solo. He cerrado la olla programada para otra media hora, a ver si ablandaban las habas, y he dispuesto en otro fuego la cazuela con los garbanzos escurridos. Pero al coger los callos he observado la fecha de caducidad cumplida hacía tres meses… y al liberarlos del plástico, ¡ay, copón!, cantaban… la traviata. Y he dicho para mí: Si comemos esto, el socio y yo vamos directos a la ubi.

Vuelta atrás, a carreras, cámbiate y vete al carrefur exprés a comprar unos en condiciones. Dicho y hecho. Calentar, revolver, y a las dos estaba la comida donde el socio. A mí me ha tocado tapiñarme también mi parte de la cazuela, y tengo que decir que me han sabido a gloria. Luego he seguido rematando las fabas con suerte inesperada, porque mientras escuchaba el telediario se han terminado de hacer, con morcilla y todo, y se han multiplicado en ocho raciones como ocho soles. Cuatro días de premio. ¡Ole, tus cojones! He dicho.

A partir de aquí ha comenzado el sol a brillar. Literalmente, porque también se me iba a secar la ropa. Y a ello ha seguido una temperatura sobre quince grados, especial para la montan. Tanto es así que me he sentido comodísimo hoy en un recorrido de una hora, más emboscado que otros días para evitar una brisa casi inexistente. Hacía fresco, pero disfrutón. Contento por la suerte que estoy teniendo en este alargamiento extraordinario de una temporada como hacía muchas que no rulaba. Ojalá se mantenga así todo lo posible y me permita más o menos un ritmo de salidas.

En fin, LU, como puedes ver no termino de aprender a gobernarme. Y creo que será más difícil cada vez. Pero me defiendo, eso sí, y no me doblo. Lo que pasa es que por carácter estoy en las antípodas de cualquier persona organizada e interesada en progresar hasta la total y cabal autonomía como amo de casa. Desde el primer día que te marchaste, yo sabía que esto sería imposible y que me tendría que conformar con ir trapicheando para salir del paso con cierta normalidad. Esto pienso honradamente que sí lo cumplo. Y con ello me tengo que conformar.

Porque lo que no podré suplir jamás, no nos engañemos, es la vida anterior contigo. Juntos los dos, me habría comprometido a ponerme al día en el tipo de cocina que tú dominabas, tradicional, sencilla y bien rica. De esa manera fui aprendiendo contigo lo básico antes de jubilarme y después de jubilado lo puse en práctica durante año y pico, mientras tú seguías aún trabajando. Y te juro que me hacía ilusión verte llegar a mesa puesta, aunque me criticaras los fallos a menudo y las chapuzas de vez en cuando. Y me gustaba tu aprobación, de veras.

Pero la vida se encarga por su cuenta de hacer los planes a su modo.  Y por eso nos amontonamos un día sí y otro no. Es lo que me sucede a mí. Y créeme que me lo propongo y lo intento, aunque falla lo elemental. Bastante mérito me parece, cuando me juzgo, haber continuado con cierta dignidad hasta aquí y mantener con valentía el ánimo para seguir. Y no pienso exigirme más. Así de claro. Ya es bastante lo que hago... Sin ilusión.


25/11/23

Como los fines de semana descansa la tertulia (en el Valen nos llaman “los del monacato”), me siento a una mesa y me leo a placer lo más relevante del periódico. Sin prisa. Luego lo remato en casa con otro descafeinado de cápsula. Por la mañana, dame los cafés que quieras, pero después de comer, si me descuido, más de uno y ya no pego ojo. Un misterio de la naturaleza que conozco desde que era joven. Es así mi cuerpo serrano.

A las doce me llama mi buen amigo NB para que le dé aire a la bici. Una montañera muy chula que no le había visto, cara y con un solo plato más doce piñones, cosa también nueva para mí. No es raro porque yo no entiendo nada de nada de cosas técnicas. Fíjate cómo será que me he maravillado de sus frenos de disco y cuando he visto luego la mía, los tiene igual. Yo soy pretecnológico, antimecanismos y manazas. Todo junto. También es así mi cuerpo serrano. Nunca he arreglado nada de casa. O poquísimo.

Pero su visita me ha valido para animarme por la tarde a echarme al monte con la montañera tuya, LU. Que también me está saliendo divina y eso que se la compraste bien barata a la amiga de tu hermana. Eso me dijiste, creo, ¿no? Pues me he largado hasta Barru con vuelta por Vallejo a probar las ruedas nuevas. Maravilloso aunque lentorro, o esa impresión me ha dado. Son unas ruedazas que suenan en carretera con el ruido neumático de un tractor. Estaba bellísimo el camino de regreso por el robledal desnudo. Te añoraba, LU, o a alguien como tú a mi lado. Sin forzar nada, cómodo de patas. Genial, mientras pueda seguir con las salidas. Y ni un gramo de frío; al contrario, cuando he abierto el maillot al llegar tenía la camiseta calada de sudor.

En resumen, a mi pamplián, palabra piñera y, por tanto, muy querida para mí. Pero no puedo estar explicando todo. Cuando sea famoso y me haya muerto, que se encargue un lexicógrafo de hacer mi diccionario personal; pero siempre consultando con mi amigo JLC para los matices exactos según el contexto de cada una que empleo.

Y ¿a qué no sabes cuál ha sido el único inconveniente? Bueno, no me he dado cuenta hasta descabalgar en casa. El caso es que Paco el del taller me debe de haber hecho una gracia y con la reparación me ha colocado un forro de esos de gel en el sillín. Pero duro como un morrillo. Y eso es lo que me ha martirizado sin saberlo todo el camino. Me molestaba un montón porque se me clavaba a pesar de que el culote está bien reforzado. Hasta me escocía, cosa extraña después de una temporada larga de bici; sería más lógico al inicio, hasta que haces callo. Es esa anatomía que técnicamente se llama el perineo y que está situada para entendernos entre la bolsa y la bocha. ¿Lo pillas? Yo siempre he oído desde joven que es un espacio muy placentero para el sexo. A los exquisitos les debe de resultar excitante a tope. En mi caso, soy bastante elemental, no me va lo que me suena raro. En definitiva, que en la bici me terminaré acostumbrando y a lo mejor esa protección es beneficiosa a la larga.

Lo que me ha robado tiempo es que me he levantado, contra toda costumbre y por sorpresa, a las ocho y media. Hacía muchísimo que no resistía tanto entre las sábanas. Me he asustado, como si tuviese que ir a cumplir alguna obligación y me diese vergüenza. Es cierto que me he desvelado a media noche y tuve que entonar con un vaso de leche y media docena de horneadas. Mano de santo.

Y pienso que ha tenido la culpa de todo el haberme acostado tarde por entretenerme viendo una película sobre santa Teresa, de Ray Loriga, que tuvo bastante fama hace por lo menos una docena de años. Como no soy cinéfilo de sala, veo lo que me interesa cuando lo echan con retraso por la tele. Para los efectos, igual o mejor, porque tengo al lado el chocolate Valor o las patatas y la cocacola. A ti te gustaban más las palomitas, ¿verdad, LU?

Vi la clásica sobre la santa, a principios de los ochenta, protagonizada por Concha Velasco. Hay muchísimas versiones, algunas de las cuales pueden verse completas en internet. A mí aquella me dejó mejor opinión que esta con Paz Vega. La actriz es guapísima, pero no sé si me cuadran mucho algunas concesiones arriesgadas, como inventarse un embarazo que motivó su ingreso en el convento, o un deseo entre sexual y místico tan explícito, o su valiente cabezonería frente a la inquisición, etcétera. Bien, me planté casi en las doce y ya me dio vueltas la cabeza…

No en la cosa sensual, claro, sino por los años de estudiante en Valladolid, el ambiente en el colegio mayor y la facultad, los amigos y amigas del alma (alguno ya no está). Veía los carteles anunciadores de la película, me veía a mí mismo deambulando por la ciudad con un pitillo de “Tres carabelas”, el pelo largo, el cuerpo escuálido y todo el misterio de una vida por delante. Una edad, en conclusión, a la cual yo no tenía, como dice una canción de Aznavour, más que mi corazón como única arma. Y con ella conquisté ayer hasta donde pude. Y con el mismo corazón resisto hoy hasta que pueda.


24/11/23

Estaba tan a gustito leyendo a primera hora cuando me llama el Chico. Normalmente arrugo el morro con todo lo que me desconcentra. No lo puedo evitar. Sobre todo, con la gentuza que te abrasa a llamadas en el fijo con intención de estafarte generalmente. Y lo malo es que no puedes desconectar, pues basta que lo hagas para que no recibas la única del año seria. Tampoco se puede prescindir de línea telefónica si quieres mantener el Adsl…

Seis terminales (o como se llame eso), incluida la de Santa y tu propio móvil, LU, que todavía mantengo por sentimentalismo. Porque la Chiqui no quiere perder un gran número de grabaciones y conversaciones contigo. Yo, la verdad, lo abro algunas veces para actualizarlo, pero evito detenerme ahí porque me haría mucho daño. La cuestión es que la revisión periódica de finanzas de la que hablaba ayer, arrojaría una buena suma ahorrada si prescindiera de bastantes gastos de este tipo. En fin, lo dejaré como está.

El chaval, en definitiva, me envía un guas con unas líneas emocionantes. No suyas sino de un documento con una valoración muy encomiable de su trabajo en la empresa. Palabras de mucha confianza hacía él en lo técnico y lo personal. Las firma el responsable superior de su departamento.

Le contesto diciéndole lo orgulloso que me siento y, sobre todo, lo inmensamente orgullosa que te sentirías tú (quizá, te sientes). Sé que él espera esta respuesta de mi parte. Le insisto en seguir esforzándose y a renglón seguido leo lo referente a alguna mejora salarial, que ya me interesa menos. Y ni siquiera puedo fijarme porque los ojos se me empañan cuando le envío todo mi ánimo con un beso. Aparto el libro con rapidez. Me quito las gafas. Despejo la mesa. Y dejo que las lágrimas broten con abundancia y sin freno resbalando por la cara e inundando con un pequeño charco de agua (quizá, agridulce) la superficie del tablero. Antes de secarlo con el pañuelo me digo que ahí está mi corazón derretido y ahí estás también tú viviendo siempre a través de mis ojos. Como te prometí.

Hay tertulia animadísima con los americanos, Wayne y Sherry, a cuenta del uso de armas en los EEUU y la fuerza de la Segunda Enmienda de su Constitución. Luego derivamos y hablamos seis a la vez sobre la muerte de Kennedy, de Carrero, los secretos de estado y la virgen santa… hasta salirnos por los cerros de Úbeda. Por cierto, maravillosa ciudad, cuyo recuerdo se dilata en mi cabeza a lo largo de una ruta de olivares inmensos (mayor exportación mundial de aceite), junto con la entrañable Baeza, donde recalamos a comer y después pasear por las inmediaciones del instituto al que fue con destino A. Machado, para alejarse de Soria, después de la muerte de Leonor. ¡Ay, qué bonito y qué apenado lo cantaba el bueno de don Antonio! ¡Y cómo lo siento y cómo lo entiendo en mí ahora! “…Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo”. ¡Ay!

Salgo enseguida a pasear para retomar la tarea cuando antes por la tarde. No me decido a coger la montañera porque temo, sobre todo, la garganta. No hace todavía tan riguroso como para pasar frío, pero cada cual tiene su punto débil profesional; es decir, lo más gastado y, por tanto, más frágil y vulnerable. El aire helado me produce faringitis.

En el camino encuentro a mi amiguete JLN, que lleva la bici eléctrica y decide acompañarme hasta el polígono y vuelta. Aunque está en las antípodas de mi ideología política, hablamos casi siempre sobre ese asunto. Es tan visceral como sentimental y siempre que le noto que se emociona con algún asunto y me sonrío porque le sale una lágrima fácil, acostumbra a decir que “la fuerza del carácter suele proceder de debilidad de los sentimientos”. Le gusta repetirlo porque él sabe que es una frase de tono lapidario.

Le noto preocupado desde hace tiempo y se lo hago saber. Nos tenemos bastante trato y confianza. Hace meses que su mujer anda enferma a raíz de un amago de infarto y fastidiada de los riñones. Hasta el punto de que temen una diálisis más pronto que tarde. Con los inconvenientes consabidos residiendo en Aguilar. Comparto con él mi experiencia de tantos años de ir y volver al hospital de Palencia. Me dice que se plantea vender la casa aquí y trasladarse a la capital, para mayor comodidad. Se lamenta mucho de que ella no transija. Le digo que es muy difícil hacer mudanza total en su vida para una persona que mira su futuro con gran incertidumbre. Sin fuerzas. Tal vez sin esperanza.

Y cuando nos despedimos, aún recuerdo la visita hará un año a su chalet. Una casa magnífica en la que habían empleado buena parte de la ilusión de su vida. Me la enseñaron con detalle y mimo. Y me demostraron su cariño y su consuelo. La vida manda y, por desgracia, ha dado un giro y nos ha mostrado el infortunio. Ahora somos pasajeros en el mismo barco.


23/11/23

Estos últimos días me sucede que me despierto con la nariz un poco congestionada. Lo típico que solo respiras por un lado y que va alternando el tapón a ratos. Te desvelas a las cinco y es el izquierdo. A las seis y media, el derecho. A las siete menos cuarto me cago en su puta madre y me levanto. Porque me pongo nervioso por el recuerdo de toda una vida atascado y buscando aire como una morsa. Debe de ser el cambio de tiempo, que me afecta o me irrita los cornetes levemente sin llegar a constiparme. Pero me cabrea. A pesar de que la mejoría desde abril ha sido muy considerable.

Salgo como un galgo de la cama y veo que no hay pan para desayunar. Se me pasó anoche sacar algo del congelador. Digo: vamos a empezar bien el día y no jodamos. Tengo que untar con un poco de aceite una rebanada de bimbo, que es como salpicar con perlas la suela de una alpargata. Pero va para adentro, eso sí. Mi amasadora puede con todo. A las cinco ya había entonado con un colacao y tres horneadas, y si puede con estas es que está hecho a pruebas de bombas.

Solo cuando me he sentado frente al atril, bañado de la primera luz matutina y con el último libro de relatos de JO, me he calmado. Buen tipo, ¿lo recuerdas, LU? Cuando cerraba la feria por la tarde se formaban grandes corros en las terrazas del Retiro, donde se juntaba ese mundillo tan especial de la literatura en torno a unas jarras de cerveza. Allí te esperé varias veces y después de cerrar la caseta te acercabas saludando con esa sonrisa que me desmoronaba. La gente te saludaba y los escritores se fijaban en ti… o a mí me lo parecía, y me ponía como una moto de contento. Y se formaba durante un rato una tertulia sobre puras banalidades, donde lo de menos eran los libros. Yo te veía a gusto, LU.

Allí he aprendido y he disfrutado muchísimo. El humor irreverente de Luisgé M., y más aún el malicioso de Eduardo M., los chascarrillos de Chema y las anécdotas ilustradas de su mujer Marta S., la sensibilidad tranquila de Isaac R., la distancia reservada pero atenta de Edurne P., la autoridad periodística y narrativa de Berna G., la educada y precisa palabra de José O. (preso de amor por Edurne)… De este es de quien he comenzado a leer los cuentos de título un poco siniestro: “Mientras estamos muertos”. Es un cambio de rumbo importante en su cuentística hacia una narrativa de tintes más sociales. Muy brillantes los cuatro o cinco primeros que he leído. Cuando reviso los que voy a publicar, me pregunto muchas veces si están a la altura de esta gente que admiro tanto. Y me contesto con un solo propósito: cada uno tiene que ser él mismo, pero es bueno medirse silenciosamente con los grandes.

He dejado la labor cuando me ha llamado mi amigo Tt. para devolverme una novela que le había prestado. Iba camino del insti, así que no se ha parado más que para esto. Bueno, y para regalarme un boletus mediano con muy buena pinta, que no dejaré estropear porque no pasará de esta noche. Un poquito de ajo de fondo y cuando ya esté dos huevecitos en revuelto. ¡Qué poco necesita la vida de un ser tan simple como yo para ser feliz! Bueno, no solo eso, sino que tú también estuvieses por casa a lo tuyo, sin invadirnos las distancias, compañeros de los días y las noches de treinta años plenos.

El circuito de tarde ha sido intenso pero no ha llegado a una hora. No apetece, la verdad, si no se hace el esfuerzo. Vuelta al perímetro de la villa. Voy buscando las siete puertas de Aguilar, que algunos documentos suben a nueve. Por cierto, que siendo concejal me encargó el de Turismo, don AP (qepd), un artículo sobre este mismo asunto de las puertas y formó parte a su vez del portal de presentación de la página web recién estrenada del ayuntamiento. No sé si todavía seguirá colgado por ahí. Pero, con sinceridad, me quedó bastante bien.

El caso es que necesitaba volver pronto, pues me estaba poniendo nervioso la tarea programada desde hace días y que me cuesta muchísimo afrontar. Me refiero a que cada cierto tiempo me obligo a echar un vistazo a las finanzas familiares. Mi cuñado JR me contó una vez que él lo hace a diario y le encanta. Para que veamos lo diferentes que somos unos de otros. A mí me pone del hígado: no hay nada que me aburra tanto. Me ha llevado más tiempo que el paseo averiguar una cantidad pagada, porque la forma de anotar los bancos cada concepto es para mermados mentales, sí, y yo soy uno de ellos. Pues lo cierto es que no caía en que me habían descontado el pago anual de suscripción al periódico. Y a ver si el seguro me había abonado lo del móvil de la cría… Así sucesivamente… Pero si se lo comentas a los colegas te dicen que es muy sencillo, que el manejo de la página es muy intuitivo… ¡Cagondios! ¡Calla y no me lo recuerdes!


22/11/23

Está el tiempo como debe ser. Ahora sí. O sea, que no podemos repugnar porque toca lluvia y ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. No me quejo. El recogimiento ambiental es buen compañero para el escritor. Lo que me impide disfrutar del todo es que ando somnoliento por las mañanas aunque descanse, lo cual significa que a lo mejor necesito más tiempo en la cama. Pero no aguanto a partir de las ocho.

Luego del café tengo un rato buenísimo de periódico en la buhardilla, mientras MA faena abajo en la limpieza. Es cosa también recomendable por lo grata que resulta y no es experiencia frecuente: leer bajo un velux o claraboya mientras llueve. Aquí me pertrecho bajo la vertical exacta, me arropo con la manta sobre las piernas y dispongo otro café de los de cápsula sobre la mesita supletoria. Humeante y aromático, me conforta... Completo el rito apoyando los pies en el escabel que me preparó mi suegro. Le recuerdo mucho a tu padre, LU, lo digo de verdad. Yo le apreciaba y tú lo sabías. No sé por qué me dijiste bastantes veces que no nos parecíamos ni en el blanco de los ojos. Es posible. Creo que era su disponibilidad a ayudar desinteresadamente y en cualquier momento. En eso era admirable.

El sitio donde más veces me viene a la mente es cuando bajo al local. Le presiento en su laboreo incesante, siempre reparando algo en su mesa de operaciones, siempre removiendo la materia para construir: un auténtico “homo faber”. Hoy hacía tan desagradable para pasear que he llevado al Punto Limpio las bolsas que había dejado tu hermano I. preparadas con mil cachivaches inservibles que tu padre había dejado. Por eso ha venido a mi mente. He sentido un poco de pena cuando he sacado de las bolsas para su selección los restos de los artilugios que preparaba con madera. Ya dije que de todo ello me he quedado con cuatro gatos a la puerta de cada habitación de casa. Cada gato es un enigma y un homenaje.

Por la tarde he recogido en el taller de Paco tu bici de montaña con las cubiertas ya nuevas y preparadas para la próxima temporada. Me fijo en la que llevaba tu padre, también con las cubiertas nuevas que le regalé en la última fase en que salía regularmente. Como le vi que llevaba varios días intentando buscar algunas ya usadas, pero aprovechables, que pudiesen servirle de repuesto, le di la sorpresa. Y se alegró con esa sonrisa de satisfacción que a mí me hacía tanta gracia, porque significaba nuestra buena compenetración: él, buscando la manera de ahorrar y yo resolviendo a mi modo un tanto manirroto.

Así voy viviendo los días con una tranquilidad monótona que no me gustaría perder. Quiero decir, en general, pues tiene que haber además excepciones que den sentido y sabor a la rutina. Pero me siento tranquilo. Estoy a gusto con tu recuerdo, LU. Sin sufrir demasiado. Y a ratos, feliz de haberte tenido treinta años. Esta mañana tomaba café con LD, veterinario y uno de los hijos de la vecina de tu abuela en Salinas. El mítico corral de Salinas. Y me ha emocionado mucho cuando me ha recordado lo bien que os llevabais las dos familias y lo guapa que eras ya desde niña.

Y he regresado a casa con la conciencia de ser muy afortunado al haberte querido. Porque de alguna manera ese gran amor (que ya perdí y ya no siento), me servirá como referencia para reconocer algo semejante si llegara de nuevo. Y aunque ahora esté completamente abandonado, deshabitado y desolado, nunca se conformaría mi corazón con menos que lo que sentí por ti. Esta ha sido otra de las herencias más bellas que me dejaste. Y me abrazo a ella con fuerza, hoy, día veintidós, cuando hace año y medio ya…


21/11/23

Arranco la mañana con ímpetu, decidido a pegar un buen empujón al libro que ya abandoné siendo muy joven de un escritor superfamoso, americano, de quien se confiesa superadmiradora, a su vez, otra escritora a la que yo mismo tengo en muy buena consideración: la argentina M. Enríquez. Ya apareció esta piba antes en este diario en un par de ocasiones.

En la entrevista que presencio en Ínstagram comparto que hay que separar en cualquier escritor o artista la persona y la obra. Desde luego, son aspectos (voces) distintas, aunque a la mayoría le cueste tanto diferenciarlas cuando se escribe género autobiográfico sobre todo. El hombre de carne y hueso puede ser una hez y el artista un genio. Pero lo que no aguanto de ella es la opinión expresada con toda firmeza sobre el novelista en cuestión, porque no la apoya en un solo argumento. A mí esto me pone nervioso y me suele parecer una pedantería intelectual. Pura pose.

He intentado un par de veces hincar el diente a “El almuerzo desnudo”, de W. Burroughs, y no hay manera. El de esta mañana creo que va a ser el tercero y último (por mi edad), y de nuevo su prólogo me carga la cabeza y en el primer capítulo he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no dormirme. Bye bye, Will.  ¡Cómo me pesaban los párpados! Pero si había dormido muy bien… Aunque me rebuznaba la tripa...

En fin, a Mariana la seguiré todavía hasta ver lo que nos depara. Si traigo el caso a colación es porque el diario constituye la forma de confesión por excelencia. Uno puede intentar ser sincero al máximo. Debe hacerlo. Pero nunca será fiel al cien por cien, nunca se traducirá a sí mismo al pie de la letra. Es imposible, porque siempre habrá una intermediación, un entrometimiento, una “persona” interpuesta y ya ficticia: como la voz que yo he adoptado en el pseudónimo J. Medrano Gabilucho. Sí, soy yo, pero no exactamente el que tú conoces de carne y hueso. Pero no por eso soy un farsante, sino que tengo que decirte las cosas de una manera peculiar para que me creas, y para ello debo echarle un poco de cuento. ¿Comprendes? Y tienes que ser tú quien me interprete entre líneas para saber la verdad completa y desnuda.

En la tertulia con los americanos la charla se calienta porque conozco a pocos como este hombre a quienes les guste tanto la política; sobre todo, la española. Dije ayer que sus antepasados procedían de Cantabria, por error. Rectifico. Hoy me confirma que eran palentinos y gallegos. A pesar de todo, hay muy buen rollo y él se pasma un poco de nuestra costumbre de arreglar el mundo un rato y luego marcharnos todos tan campantes a nuestros asuntos. Le digo que es hablar por hablar. Y todos a la vez. Por pasar el rato. Sin demasiado rigor ni comedimiento. Algo españolísimo.

Duchadito, perfumadito y cambiadito, me he presentado en el Valen a las dos de la tarde. Nadie. No he querido preguntar al personal porque enseguida me lo he imaginado. He vuelto a consultar la convocatoria en el mensaje del móvil y, en efecto, la comida de jubilación a la que quería asistir es el veintiuno de diciembre… Aquí, un gilipollas: servidor de ustedes.

He retrasado el viaje a Santa por este asunto pendiente. Increíble. Todavía podría largarme mañana, pero también he confirmado que vienen días de lluvia y no me van a dar mucho juego que digamos. Para estar enclaustrado me quedo aquí. Tampoco me han contestado de Palencia a mi mensaje (ya sé que hay amigos que todavía no utilizan el móvil y no abren el ordenador en un mes), así que nos mantendremos en la casa madre. Tanto me da. Aquí y allí y en cualquier parte estoy contigo. En realidad, con vosotras.

La burra, en reparación donde Paco un par de días. Me ha relajado después el largo paseo sin salir del pueblo, pero a muy buen paso. Otra opción que también mola si no hay alternativa. Lo que no me convence son esos otros planes “b”, como dicen, que se reducen al mínimum de mínimos. Hablo de quienes aconsejan que no pase día sin actividad física aunque sea de un cuarto de hora. Otros he leído también que aseguran que es de sobra subir cincuenta escaleras diarias. Hay quien enseña incluso una tabla variada de ejercicios aprovechando las posibilidades ergonómicas del domicilio. Me parecen bobadas. No soy de gimnasio, pero eso es lo serio si alguien quiere de verdad convertir la actividad física en un modo de vida. Y los demás, por lo menos el menda, con intentar hora u hora y media al aire libre cuando se pueda, me resulta más que suficiente. Un poco a mi bola y sin fundamento. Pero constante.

Anoche bajé como un lobo al olisque. Ya me lo criticabas tú a veces, LU.  Esas setas grises de este tiempo que me trajo tu hermana me parece que son lepistas y tenían el mismo toque rico que cuando las ponías tú. Por supuesto, también cometí el mismo error. “¡Hala! ¡A lo abultazo!”, me hubieses dicho, me lo imagino. Pues sí, lo cogí con ganas y llené el plato tapando los dos huevos con puntilla. Con pan y todo, aunque ya no tengo costumbre en la cena. Rebañando hasta el borde…

Y a las seis de la mañana me desperté con gorgoritos en la barriga. Son fuertes, las cabronas. Ya me decía hace treinta años un compa de la FP con quien aprendía en mis comienzos de setero (luego perdí la afición), que las de esta clase son sabrosísimas pero que si te pasas terminas cagando uralita. Ni más ni menos. Para no caer en la tentación otra vez, las he repartido en tres táper y las he congelado. Para cuando ya no las haya, que es cuando mejor saben. De lujo.


20/11/23

Ya desde primera hora tengo que andar a carreras y con títeres. Se me han acabado las pirulas de la tensión, que tampoco estaría mal dejar una temporada. A ver qué pasa. Ahora la tengo de libro, pero si lo interrumpo, ¿qué sucedería? Con unos cuantos kilos de menos, a lo mejor me aguanta nivelada. Me digo: Consultarlo con la mediquilla. En fin, recetas, cita en el médico, farmacia, también reponer lo del magnesio… Uf, soy disciplinado pero cuánto esfuerzo me cuesta. Cuánto tiempo perdido en pijadas. O no.

Luego, la inmobiliaria. Los recados como tesorero. La visita al banco. No hay semana que libre. Como soy de los que vive permanentemente en el pueblo y estoy jubilado… “¡Qué más te da a ti, coño!”, dice el vecindario.  Pagada la última obra. Menos un caso. ¿Qué hacemos? Me olvido porque no merece la pena consumir energías mentales en ello.

Lo que más me molesta es que gasto lo que más valoro, que es mi tiempo verdaderamente útil. Lo otro es mero utilitarismo. Y me enfado conmigo por capullo y servicial en demasía. A lo tonto. Pero yo creo que se hereda: así era mi padre y, curiosamente, también mi suegro.  Sin embargo, tú, LU, no eras muy partidaria de esta solidaridad para aprovechados. Más bien creías en el refrán clásico: En comunidad, no muestres habilidad. Y recuerdo que fuimos los primeros jefes de escalera, cuando tú llevaste las cuentas divinamente y todavía hubo gente que gruñía. Eso sí, cortaste radical. En eso siempre te admiraré. Sin más explicaciones.

Antes de estos y otros recadillos, he disfrutado hoy en la tertulia con los americanos. Ya les echábamos de menos. A esta pareja (matrimonio) le priva la política, porque él fue profesor politólogo en la universidad, aunque lleva ya bastantes años jubilado. Sus lejanos ancestros fueron españoles emigrados y vinieron en busca de sus raíces cántabras hasta que recalaron aquí. Y prácticamente no han fallado, excepto cuando la peste.

Yo les conozco desde la tertulia en Los Linajes, o sea, tela de años. El tipo es bregado y le mete nivel al debate, y eso a mí me pone a cien, me reta, me revive. Pero todo discurre con gran camaradería y mucho intervalo de risas. La gozo. Este tipo, W., me llegó a interrogar en un aparte ya el año pasado: “¿Tú estás siempre contento o lo disimulas?” No sabía lo tuyo, LU. A veces he comprobado con algunas personas, incluso conocidas, que doy la impresión de una alegría interior que en realidad no siento. Pero sé por mis lecturas que es típico, paradójica y curiosamente, de ciertos temperamentos existencialistas, nihilistas o trágicos. Una máscara social contra la amargura. O reír por no llorar, sin más.

A ratos me doy cuenta de que a la pobre señora no le dejamos meter baza y termina un tanto desanimada. Su marido, fundamentalmente. Son pragmáticos, como buenos americanos, más bien conservadores. Acomodados sin hijos y con una excelente pensión doble. Así viaja cualquiera. Pero yo no iría a la costa Oeste en tur de placer. Ellos viven en LA (California). Otro mundo. Mi única posibilidad es que tú quisieras ir conmigo. Como a cualquier otra parte del ancho mundo. Y me temo que no podrá ser. ¿O sí?

Cuando estoy regresando a casa con intención de retomar el trabajo, me sorprende un guas en el móvil que no había oído. Y se me termina de arreglar la mañana, como si me hubiera tocado un pellizco en el euromillón. Mi reina del táper me advierte que hay sorpresa en el local. Me he tirado en plancha en cuanto he llegado. Lo apaño y lo subo a casa en volandas, como eleva un cura con las dos manos el cáliz para consagrarlo con el cuerpo y la sangre de Cristo en su interior. Lo dispongo sobre la mesa. Abro. Y dejo que el efluvio de la mercancía me perfume la cara como un sahumerio… No voy a decir qué… Os jodéis.

Pero al cabo de un rato de haberlo metido en el frigo, lo he vuelto a sacar y he comido un par de cucharadas en frío. Bah, para qué explicar. Me temblaban los dientes de cariño y la boca se me llenaba de gusto. He decidido estirarlo para guarnición diaria de las cenas a lo largo de esta semana. O sea, hoy, sin ir más lejos, huevos fritos con… guarnición. Esa guarnición. Mañana, guisantes, con… esa guarnición. Y así todos los días. Hasta que se acabe y me eche a llorar. Porque no dejo de pensar y agradecer: ¿Qué mérito tendré yo para que esta bendita se apiade de mí? Es decir, de mis papilas gustativas y de mis jugos gástricos. Que es donde reside media felicidad del hombre. Y me digo por lo bajinis: La bola que no pare. Come y calla.

Por la tarde, el tiempo afea mucho. Ya lo esperaba y no contaba con salir en bici, pero la mañana me había levantado ciertas esperanzas. Nada. Resignación de momento, y me temo que va para largo. Lo iremos viendo. Me pego un paseo largo y doble por el perímetro del pueblo. Me acerco a los chinos a unas chuminadas. Miro donde Paco y cerrado dos días. Bueno, pues la de montaña tendrá que esperar a estrenar calcetines y zapatos.

¿Qué haré pues si se mete de verdad la invernada y no puedo salir más que un ratito después de comer? Esto me pregunto. Y me digo lo de siempre: ponte a leer y deja de marear la perdiz. Solo hay que cambiar varias veces el lugar de lectura dentro de casa. Ya está. No es novedad. Y si retorno a lo escrito en este mismo diario hasta su pasado lejano, puedo tener una pista de mis costumbres a lo largo de muchos años. Además de literatura neta, por esta época me suelen apetecer cosas sencillas, no muy largas, de ensayo y reflexión existencial.

¿Es casualidad que revise el Babelia de este sábado y allí se haga referencia en un artículo a toda página a “la permanente novedad del estoicismo?”. ¿O también es una necesidad estacional para otros como yo? Se hace referencia a libros clásicos de Séneca, Epicteto, Marco Aurelio. No hay más que echar hacia atrás y en este diario se encontrarán esos nombres en mi biblioteca y unidos a mis cavilaciones o cábalas. No sé por qué. Pero soy así. Quizá porque me sienta bien en este tiempo de recogimiento. Me trae serenidad de ánimo. Ataraxia, lo llamaban los filósofos antiguos. Y para ello también se presta el apartamiento hasta la atalaya del pisuco en Santa. Lo tengo comprobado. Solo, perdido entre la gente, anónimo y reconcentrado en el destino de la vida y en la pregunta radical que no me dejaré jamás de formular: LU, tú que definitivamente eres luz espiritual, dime si volveremos a vernos alguna vez. Contéstame…


19/11/23

Tengo comprobado que no debo hacer demasiada mudanza en el hábito de la cena diaria, porque el añadido del vasito de leche caliente para tonificar el cuerpo y coger mejor el sueño es una trola. Una bola para engañarse uno mismo y meterse al buche las galletas que quepan apiladas entre el pulgar y el resto de los dedos de una mano formando una “C” prensada.

El problema es la distancia entre la hora de la cena y la de irse a la cama. Si ha sido una frugal colación (como decían los antiguos), ya se ha bajado hasta los pies y la panza comienza a solicitar juerga. Como no la atiendas, ni te duermes ni puedes parar entre las sábanas y terminas levantándote al ataque del frigo. Y para colmo, te cebas con media docena (o más) de esas horneadas que me recomendó una amiga, y sientes a media noche que se te levanta en alto el estómago. Porque medio kilo de ese material por un euro ochenta y dos, se paga, pero no barato sino caro de cojones.

Son tan indigestas que la lavadora interior no lo digiere, como si le metieses unos calzoncillos con restos sólidos de mierda. ¡Cómo va a poder con eso la barriga! A mí me lo ha aclarado mi Chico, el lebrel: “Papá, que aquí pone una marca de calidad que va desde la A a la E y este producto está en la E”. O sea, insano hasta el punto de que habría que enchironar al fabricante y a quien lo autoriza, pues se envenena con descaro a quien no tiene para comprar mejor. Porque al gusto están muy buenas, son galletas muy golosas. Yo recomiendo últimamente las de Boca de Huérgano, para el café de la sobremesa. Un par de ellas. Son otra cosa.

Anoche este error me costó dar vueltas haciendo la croqueta en la cama hasta las dos y pico. Con tres o cuatro escapadas al sofá y sus correspondientes encendidos de la tele. Había un programa de actualidad política. Afortunadamente, porque creo que fue eso lo que me hizo capitular la mente y conciliar el sueño. Lo malo es que por la mañana me resulta casi imposible superar las ocho sin estar con los ojos como conejos por muy poco que haya descansado. Pero el resto de la noche, bien, casi de tirón.

He oído en el telediario que se avecinan días con bajones importantes de temperatura. Bien arropado he salido con la burra fina hasta Barruelo y, como es lógico, he disfrutado como un burro. La otra bicha, esperando al taller. Te la voy a dejar niquelada, LU, con cubiertas y cámaras nuevas flamantes. Por si se puede seguir con estas saliditas de vez en cuando, y si no, preparada para la próxima campaña. A ver lo que da de sí. Tan solo un poquitín de dolor en el muslo. Me mancó el cuerno. Está morado. A primera hora me llama mi Chica, la Chiqui, preguntándome si es de importancia la caída… Pues no, por suerte. No me explico cómo me lee a diario, si esto no hay dios que lo aguante. Pienso yo que un padre es un padre. Será por eso.

Barajando una excursioncita a Santa. Me gustaría dar una vuelta por el pisuco antes de navidades. El caso es que el martes tengo comida de jubilación aquí y el jueves a lo mejor llamo a mi amigo CA para meternos unos caracoles en Palencia antes de asistir a un acto en la Caneja. Recibo información semanal y he visto alguna conferencia que me atrae. No sé si a este le apetecerá tal planazo de menú, porque es un poco mirado para estas exquisiteces que solo nos petan a los de pueblo; en fin, que pida otro tipo de ración, que la señora es una cocinera tradicional de bandera y yo le tengo mucha fe. Y si me repugna un poco, pues voy solo y asunto concluido. Ya quedaremos para después en el café. Coño, que esto de poseer paladar absoluto al final me lleva con frecuencia a dar gusto a todo quisque. Lo dicho: me apetecen caracoles. Tengo que llamar con antelación.

Ya sé, LU, que fuimos en un par de ocasiones, cuando el Chico vivía allí al lado, porque es de los pocos manjares con que sorprendentemente le apeteció probar una recomendación de su padre. Y es cierto que desde entonces le privan tanto como a mí. Tengo pensado algún día esperarle a su paso por Palencia, un viernes, y quedar allí para el festín. A ti no te gustó gran cosa esa cocina casera. Recuerdo que pediste algunas croquetas y un poco de sepia. Pero intuyo que no tenías cuerpo después de pasar por el hospital, por muy rutinaria que hubiera sido la consulta. Lo hacías por nosotros.

Ese bareto, el piso donde vivía el Chico y, sobre todo, la bellísima iglesia de san Miguel, irán por siempre juntos en mi recuerdo de ti… La vista oblicua desde la habitación que ocupaba él y donde yo pasaba la espera leyendo y escribiendo cuando hacía un frío horrible… Mis ojos húmedos de lágrimas y la niebla matutina envolviendo y filtrándose sinuosamente como una sierpe con alas a través de los vanos de la torre, divididos por parteluces de tracería maravillosa… Ay, LU, que tú ya no vives para describírtelo de nuevo cuando salías del hospital y retornábamos a casa por centésima vez con nuestra angustia íntima y secreta. La música a bajo volumen dentro del coche. El camino consabido sin apenas comentarios. Dormitabas a ratos. Y yo te miraba mientras conducía y posaba una caricia breve de mis dedos en tu rostro. Cada vez con menos esperanza. Pero estabas todavía.


18/11/23

Quizá estás enfadada, LU, por las cosas que te cuento con una crudeza que no utilicé cuando vivías. Ya te lo dije, esto es un diario y me debo, ante todo, a la verdad biográfica. A veces, muy íntima. Espero que casi nunca indiscreta. Y, desde luego, jamás con intención ofensiva. Puede que se me deslice algo de torpeza en ocasiones sueltas. Pero todo lo compensará al fin el propósito real de estas líneas: una prueba de amor y despedida.

Lo que tampoco me podrá censurar ni tú ni nadie es no haber evitado el recurso al humor en asunto que exige tratamiento de máxima delicadeza. He pensado, si te soy sincero, que no me gustan los enfoques tradicionales que cargan las tintas en lo luctuoso. Por muchas razones, pero la fundamental es que nosotros asistimos durante quince años a tu muerte diaria y tuvimos que acostumbrarnos a ese horror como si fuese una compañía más en nuestras vidas, una mascota más o menos domesticada. Hasta que se alzó en rebelión y nos devoró. Para todo este delicado proceso tuvimos que buscar incluso momentos de disfrutar y reír. Yo diría que los doce primeros años. Sí, mi querida LU, tuvimos que reírnos de la muerte para resistir. Durante toda esta serie de mi diario compartiré el mismo humor variopinto y sosón que siempre he gastado y que a ti solo te hacía gracia porque revelaba mi ingenuidad, mi confianza y mi tranquilidad hasta que llegara la victoria final. Que nunca llegó. Y en la que tú misma nunca creíste del todo. Esa es la verdad. Pues bien, LU, es hora de decirte que en el fondo yo también vivía con la sospecha de un desenlace fatal. Con una ilusión impostada. Disimulando.

En fin, tomemos las cosas por el lado amable, risible, ¿por qué no? En este sentido presiento que me quieres dar alguna lección o algún coscorrón, para que no me pase de gracioso o no sea tan bocazas. Sería como en la película de “Ghost”. Eso es lo que creo que intentas comunicarme cuando llevo cuatro días saliendo con tu montanbici y ya he tenido dos percances incomprensibles. Hasta ahora no recordaba más que una caída, este verano, con rasguños. Parece que te molesta que use tu bici, LU…

 

Anteayer bajo los puentes de la autovía, camino de Villaescusa. Un culatazo tremendo. Entras un poquito ligero en un bache, o mejor, un socavón (so cabrón), y el impacto de la rueda trasera provoca un salto del tronco en el aire que tiene su efecto demoledor en el descenso aplastante contra el sillín. Si el cuerpo asienta en el pico hay dos posibilidades. La primera es el espachurramiento de la masculinidad, cuyo dolor sube por delante desde las ingles pecho arriba hasta la garganta; es lo que se llama ponérsete los huevos de corbata. Literal. Tuve que parar y sentarme un poco en unas piedras junto a un pilar gigantesco, que vibraba al paso de la circulación a veinte metros por encima. Como el temblor de mi cuerpo. Bebí de la botella y conseguí mitigar el dolor y la palidez, y volver a montar con cuidadín y con las piernas estevadas, o sea, arqueadas como las tenían antaño los avezados a cabalgar en caballerías.

La segunda opción, no menos jodida, es que se contacte violentamente, mediante un golpetazo seco, con el culo contra el lomo del asiento. Ah, joder, joder… Entonces el dolorazo sube desde la curcusilla, a través de la canal maestra, hasta el colodrillo. Me explico, una descarga eléctrica a través de la columna desde la rabadilla hasta el cogote. Se corre el peligro de tazarse o sajarse la lengua si pisan los dientes mal. En todo caso, prácticamente como un empalamiento. Hay que recuperarse de un agudo sufrir hasta detrás de las orejas. Dios te pille confesado.

Lo de hoy, en principio, no tenía que temerse tanto porque me he movido por terreno menos abrupto. Me gusta salir pronto para tener hora y media sin que se me apague el sol por el Finisterre y el camino idóneo es la carretera. La ruta hasta Gama volviendo por Villaescusa y completando ya aquí, en el pueblo, hasta el pantano, es gustosa. Por hacer veintialgún kilómetros y venir un poco sudado. Porque de lo contrario, el mero paseo es de vejestorios, no satisface y debe reservarse para cuando no haya más remedio o con la edad no demos para otra cosa.

Pero bueno, a la salida del pueblo mentado he tenido que evacuar la mucha agua que bebo últimamente y que me va de perlas. En el entradero de una cambera es donde se me debe de haber pinchado la rueda de atrás sin darme cuenta. Monto y doy un poco de estopa hacia abajo y comienzo a notar fijación a la calzada y dificultad para coger el ritmo. Me bajo y compruebo el viento: bien en las dos ruedas. Seguimos. Y en un repechín, al meter un cambio fácil, se me ha salido la puta cadena y ya no he tenido tiempo de desclavar las calas de ninguno de los dos zapatos… y me he clavado una hostia mediana. Afortunadamente cayendo contra el arcén con mullido de hierba. Compruebo que no me he mancado gran cosa, excepto que el cuerno derecho también se me ha clavado un poco en el muslo, a dos dedos de la pobreza. Menos mal. Solo me faltaba volver con un cojón. Poco ha faltado. Se quedará en un pequeño hematoma.

El regreso ha sido muy pesado, pues todavía no perdía el alma la rueda herida. Ya pensaba yo que tenía flojera en las piernas y me estaba entrando la rabia machirula, picaba en los cambios y no adaptaba el ritmo de patas, pedaleaba como un pato… hasta que el ruido en el firme me ha puesto alerta: Ay, ay, ay, que me sabe a calisay… Ese ruido sordo de agarre blandón contra el asfalto… No digas más, he pinchado. Mecagonsuputamadre. Del cabreo no me he bajado de la burra hasta la misma puerta del local de casa. Me he dicho: aunque llegue la cubierta hecha jirones y la cámara como queso gruyer. Pasado mañana, donde Paco. Punto.

El caso es que soñaba con rematar la faena de hoy en la presa, tirándole unas fotos a la mítica secuoya rodeada de bancos con patas de colores. He cambiado rapidísimamente de montura porque se me iba la luz. Y me he plantado en un pispás en el lugar elegido. Se me había ocurrido que podría resultar simbólico sacar en el Ínstagram al Gran Árbol rodeado bajo su copa de todos esos bancos de diferentes colores.

Y poner una coplilla al estilo machadiano en la que se explique la imagen. Algo que diga que si no hablamos y miramos todos hacia el árbol, si cada cual gira el cuerpo y enfoca la vista para su lado particular, perderemos la perspectiva. No nos entenderemos. Haremos un pan como unas hostias. A ver cómo me sale al amanecer, cuando lo publique. De momento, me duele un poco el golpe en el muslo del manillar de la bici. Me duele el puntazo del cuerno del toro español. Me duele España. Como dijo Unamuno.


17/11/23

Tú lo sabías de sobra, ¿verdad, LU?, que me conocías a la perfección. Y me observabas porque te preocupaba cómo me afectaría tu enfermedad. Yo lo veía: cuánto amor había en ti para aguantar a solas y guardarte tu sufrimiento. Que no nos alcanzase a tus hijos ni a mí. Casi hasta el final, hasta que te desbordó. A los chicos, por fortuna, durante muchos años ni siquiera los preocupó. Por mi parte, superado aquel impacto inicial por un miedo que me hizo perder bastantes kilos, enseguida supimos que no me impedía trabajar, por ejemplo, ni en el insti ni en mi escritura; al contrario, se convirtió en una inmejorable vía de escape.

No, no hay en mi caso ningún síntoma depresivo. Pero acepto que alguien que me lea pueda pensarlo y me lo comente con total confianza. Y lo agradezco. Pero no es eso, sinceramente, lo que siento. Puede que me descubra a ratos un poco triste o, mejor dicho, melancólico. Le pega más a mi temperamento analítico e idealista. Sin embargo, no experimento los rasgos patológicos de libro: inapetencia, insomnio e insociabilidad. No es mi caso ni me reconozco enfermo. Mi situación, en definitiva, es la natural de alguien que debe superar el luto y se duele. Es un proceso humano, incluso necesario para sanar el alma y reactivar el corazón.

Por otra parte, mi implicación en las cosas mundanas, de fuera, siempre es muy vehemente. Me debato conmigo mismo y discuto con brío la complejidad política del momento actual, me preocupa y leo lo que puedo sobre los cambios sociales, me enfado como un mono si no me responde el cuerpo con la bici y noto el vigor sexual que me empuja como hombre; y, sobre todo, no hay manifestación cultural o artística sobre la que no intente estar informado. Especialmente lo relacionado con la literatura, en que sigo manteniéndome al día como el que más… No, me repito a mí mismo, esto no es lo propio de alguien desahuciado. Yo no me he descabalgado de la vida. Muy al contrario, para quien me conozca a fondo.

Otra cosa distinta es que un diario personal exige reconocer la verdad: autoinspección íntima, estados pasajeros nebulosos e incluso borrascosos, hasta determinados instantes de un gran padecimiento moral. En los ojos y en la garganta golpean de súbito los mensajeros del dolor por la pérdida de quien has amado. Basta fijarte un poco más en una foto que siempre tienes a la vista, o percatarte de que bajo esa bata colgada reposa todavía otra prenda casi olvidada, o un vistazo imprevisto dentro de tu zapatero (oh, el fetichismo cariñoso del calzado), o un olor que no te resistes a liberar de un frasco de colonia quieto, cautivo, ¿inutilizable ya? Y el señor de todos los demonios que envía la muerte: desvelarse a media noche o despertar al alba, cuando en el estómago y en el pecho se produce un retortijón, una desazón brutal. La conciencia inmediata y cruel de haber olvidado por unas horas… Y preguntarte: ¿Por qué he tenido que despertar? Para un soñador es aplastante el peso de la realidad. Insoportable. Sin embargo, debes levantarte. Debes seguir viviendo.

El tiempo, dicen, siempre juega a favor y contribuye a curarte. O, como mínimo, a aliviarte. Lo creo porque vengo notándolo día tras día. Pero también existe, aunque se hable menos, una amargura que se va agrandando y me daña progresivamente, como si se tratase de un mal derivado. En mi caso lo padezco de forma muy dolorosa, porque no recuerdo en mi vida haber estado tanto tiempo sin querer a nadie. Es el vacío de los sentimientos, LU. Me resulta inconcebible porque nunca llegué a pensar que pudiera suceder algo así en un amor tan grande como el que te tuve.

Pues bien, después de haber admitido desde hace meses que mi cuerpo ya no te reclama ni te desea, más horrible es comprobar que en mi corazón se van enfriando los sentimientos y voy dejando de amarte. Solo vas quedando en recuerdo. Y me espanto al volver mis ojos hacia el interior de mi pecho y comprobar que poco a poco me vas resultando indiferente. Este es mi padecimiento ahora mismo. Por tanto, cuando digo que estoy solo no significa que no soporte no tener a alguien que me quiera, cosa que no me importa demasiado. Me estoy refiriendo a que mi corazón se está vaciando de ti y dentro solo queda frío, oscuridad y silencio. Estoy diciendo que solo soy un hueco que no tiene a quien querer. Y esta sí que es para mí una carencia terrible. Una verdadera insuficiencia cardiaca.


16/11/23

Tenía que reponer un ambientador porque se me estaba acabando el último de los dos que compré después de ti, LU. Antes te encargabas tú, ya lo sé, pero di por casualidad con uno que me encantó y me aseguré comprando para bastante tiempo. Solo lo utilizo excepcionalmente, la verdad, porque abro la ventana exterior en el baño de arriba; pero yo creo que es que me aburro hasta sentado en el trono y me da por enredar y jugar y pegar unos fogonazos con el pulverizador. Por hacer algo.

No sé si a ti te habría gustado este aroma. Lo que comprabas olía más a colonia de niños. Este quizá es un poco empalagoso y fuerte, pero eficaz a tope. No había probado uno igual. Es tan intenso que he caído en la cuenta de que hace tiempo que me recuerda una sensación olfativa muy característica y asociada en mi mente con un recuerdo tuyo. Puede que mi buen olfato desde la operación se me estimule sin ser consciente.

Compruebo el envase por curiosidad y es, lógicamente, un producto francés comercializado en el Auchán. “Pivoine de chine”. ¿Pivoine? ¿Qué es pivoine en francés?”, me pregunto de repente. Móvil. Google. ¡Peonía! Estoy sentado en la taza. Pego varios tiros de aerosol. Cierro los ojos. Espero… ¡Será posible! ¡Ya sé lo que es! Se trata de una fragancia conseguida artificialmente, pero sin duda se ilumina una bombilla dentro de mi cabeza y lo veo claro, claro, claro… O sea, lo huelo claro.

Lo vas a entender en el acto, LU. Mis paseos por Santa. Desde que te fuiste he bajado muchos días por Prieto Lavín, cruzando los Castros, hasta desembocar en Pontejos. ¿Sabes ya dónde te digo? Era una ruta que habías trazado tú porque me demostraste que para llegar al paseo de la playa, desde nuestra casa, no había otro camino más corto. Yo te lo discutía solo por el gusto de constatar ese sentido práctico y realista tuyo del que estaba enamorado como un animalillo salvaje (me encantan las mujeres así, como sabes, porque tiendo a tener la cabeza llena de grillos).

Durante mucho tiempo nos fijábamos en un chalet estupendo a la venta en la esquina y, en el número diez exactamente de Prieto Lavín, en otro con puerta automática corredera sobre la que se levanta un arco pobladísimo de flores, como el que Amadís llamaba "Arco de los leales amadores". Y allí, allí, es donde yo he olido eso que ya llevo pegado a mi sentimiento porque es una manera de oler a ti, de sentir a ti, de volver a ti. Si no me equivoco, son peonías, cientos de flores rosas donde alguna vez te retraté.

¿Dónde iría a parar la foto del móvil? No importa, porque desde que M. Proust nos enseñó en su caudaloso libro “En busca del tiempo perdido” que se puede recordar la infancia por el olor de una magdalena del desayuno, sabemos que no hay nada tan fiel para el recuerdo como la pituitaria. ¡Cuántas veces paso por allí, LU! Y miro a mi lado y no te veo. Y si es día soleado, por mucho que lo lamente solo veo mi sombra. Pero cada vez que regreso a Santa mis pasos me llevan a aquella calle estrecha y en curva, como escondida dentro del corazón. Donde yo llevo toda la geografía de toda nuestra existencia juntos, de todos esos treinta años, como si se tratase del Google Maps, para guardarte definitivamente y para siempre allí. Y no perderme por si alguna vez quiero volver. Porque un día tendremos que despedirnos.

En fin, que no quería en principio hablar de esto anterior. No me explico cómo se interfieren las ideas en mi cabezota y me despistan y me desvían. A no ser que mi cerebro esté invadido por los grillos. Ya lo he dicho antes. Pero hay días que salen así, atravesados de interrupciones, de visitas no deseadas en la mente, de encuentros seductores con personajes de ficción, de planes inesperados para una vida nueva. La vida de la imaginación es imprescindible para evitar el hastío, es verdad. Pero alternando con la vida real. O sea, que me gustaría disfrutar de las dos. Viajar habitualmente con la mente, y ocasionalmente también con el cuerpo. Si tuviera con quién. No en viajes del Imserso. Mejor dicho: cualquier tipo de viaje, pero con quien quiera yo viajar. Ni solo ni compañeros de autobús.

Viaje poético el de primera hora. Tenía planeado escuchar algo de la segunda parte de la investidura, pero se me han ido las manos a un libro de G.A. Carriedo, seguramente uno de los mejores poetas palentinos de la época moderna (no tanto contemporánea). Se cumple el centenario de su nacimiento. Desconecté con el proyecto de mi amigo JA. Tengo que informarme si finalmente habrá algún homenaje sobre este escritor antes de que termine el año. Voy saltando páginas en sus obras completas. A capricho. Por libros y estilos. Demasiado vanguardista en algunas épocas. No llegó a los sesenta años. Veinte libros de poesía de excelente calidad. Ninguna repercusión. JA me dijo que aquí, en su tierra, en Palencia, hoy por hoy, no conocía a media docena que le hubiesen leído,  ni siquiera en parte.

¿Para quién? Y, sobre todo, ¿para qué? Y me planteo qué aporta un escritor apenas conocido, de segunda fila como Carriedo. ¿Y uno de tercera como yo? Quinientos ejemplares de una novela, ¿es tener lectores? ¿Y ciento en un diario? Aparte de eso, ¿quién puede compartir la vida con un friki de este tipo? Yo al menos tuve una profesión reglada y remunerada. ¿O no, LU? Pero desde que me he jubilado, me cuestiono si me soportaría una nueva compañera sabiendo que sobrevivo encaramado en esta buhardilla como un búho tristón en su nido. Pegando picotazos a las teclas varias horas.

En realidad, sin nada interesante que ofrecer a nadie. Ni a uno mismo, por mucha ilusión que pueda hacerme mi próximo libro de relatos para este verano. O la bici que he retomado después de comer en compañía de un sol cariñoso y un cuerpo agradecido. Tanto es así que tal vez debiera uno aterrizar en la cruda realidad y decirse a las claras la pura verdad: que seguimos aquí en espera de no se sabe bien qué, haciendo algo por entretenernos. Que no se debería molestar a nadie en adelante. Que deberías prepararte para aceptar que tendrás que hacer el resto del camino con las fuerzas que te queden y con tu propia sombra. Que estás solo.


15/11/23

Por supuesto, a las doce no he resistido la tentación de ver un rato el debate de investidura. Son excepciones las veces que enciendo la tele por la mañana. Esta ha sido una de ellas. Y supongo que mañana será más de lo mismo, pero también me podrá la curiosidad. Luego me suelo arrepentir porque cuando uno acumula experiencia de años al final tiene la sensación de “dejà vu”, o sea, nada nuevo. En fin, ante desacuerdo tan abismal, la única solución es la democrática: votar sin cuestionar los votos; y si se cuestionan, que resuelvan los jueces. Así de simple. Por la tarde, a estas horas, ya habrá presidente. Y miraré la mesa pensando qué bien habría hecho dedicando ese tiempo a leer.

Tengo que confesar que la política ha sido siempre para mí una afición, como la enseñanza una vocación, y como la literatura una pasión. En orden de interés inverso a como lo acabo de expresar. Aunque lo cierto es que siento curiosidad por muchos aspectos de tipo artístico e intelectual. Sobre esto, uno de los rasgos más curiosos de mi carácter para ti, LU, fue comprobar que era más flexible a lo que tu proponías que al revés. Me lo dijiste con frecuencia.

Por ejemplo, yo nunca seleccionaba con el mando lo que íbamos a ver en la tele salvo contadas excepciones, y esta es una prueba familiar concluyente como bien sabe todo el mundo: manda el del mando. Para mí lo importante era estar juntos, a veces comentando bobadas hasta que pedías que me callara. Y sabes de sobra que muchos viernes regresaba a casa pronto de tomar unos vinos con los amigos solo por estar contigo a sabiendas de que a ti no te apetecía salir. Como mujer, al principio sospechabas que algo buscaba… pero el tiempo te convenció de que no era así (bueno, alguna vez…), porque además mis mañas me hacen ser muy previsible y expresivo.

Y ya que salen a colación estos detalles de nuestros respectivos temperamentos, muy diferentes pero compatibles en general, también tienes que admitir otra característica que nadie se imaginaba conociéndonos desde fuera: nuestro modo de intercomunicación como pareja. A simple vista, cualquiera hubiese supuesto que yo soy un hablador compulsivo, torrencial, incansable y que a ti no te dejaría meter baza … Y es cierto en un ambiente social. Tienen que decirme que me calle. En cambio, tú buscabas con frecuencia la intimidad para explayarte y contarme lo que a nadie te hubieras atrevido con toda libertad… “Eres tú que me provocas a hablar…”, me dijiste una vez sentados en un banco de la subida a la Magdalena, frente al mar, en un atardecer cálido de nuestras escapadas a Santa. “¿Y eso por qué?”, te pregunté. “Porque me encanta cómo me escuchas. Fue uno de mis descubrimientos al conocerte. No me lo esperaba para nada”. Me quedé ojiplático, como se hablaba entonces.

Hoy te digo, querida amiga en el recuerdo, que no era ningún mérito para mí. Era amor del bueno y del grande, que saca lo mejor que tenemos en nosotros mismos. Era ese también el fundamento por el que me interesaba muchísimo tu opinión, hasta el punto de que nos reíamos en nuestras confidencias cuando yo te apuraba a que te pronunciases sobre las cuestiones más variopintas y me decías: “Nada. Sobre eso no pienso nada”. Y a mí me resultaba increíble.

Termino, mi compañera y mi amiga, confesándote toda la verdad. En lo que eras malísima era intentando explicarme o enseñarme algo de una manera docente y paciente. Imposible. Como estabas dotada de una mente rapidísima y de reacción primaria, te ponías nerviosa porque yo daba muestras de no comprender. Perdías la paciencia enseguida y te parecía imposible que fuera tan tardo porque me considerabas listo para algunas cosas. Pues era tal cual: No entendía. Por espeso y por tocho.

¿Venía esto a cuento de qué? Ah, un alto que me he marcado para seguir después pegado al cotilleo político. Concluyo y vuelvo a la tele. Tampoco nos creerían si declarásemos nuestras ideas. No porque tuviésemos nítidamente una ideología (quizá, yo me acercaba más a esto), sino porque nuestra manera de pensar sobre la vida en general nos hizo reconocernos recíprocamente en unos ideales. Aunque ciertamente estas conversaciones no te agradaban demasiado. Más bien te aburrías. Entonces yo te preguntaba si te apetecía echar… echar (te ponía ojitos acuosos)… una partida de ajedrez…

Y me mandabas a la mierda. Una pena. Porque en una semana me hubieses ganado. No tengo ninguna duda. En esto no condescendiste jamás. Como en otras cosas: tampoco leíste jamás un libro aconsejado por mí. Y yo sí y en bastantes ocasiones, motivado por tus comentarios. Incluso te busqué en Madrid la firma de algunos de tus escritores favoritos (Posteguillo, ¿recuerdas?). Como en la música. Ni siquiera coincidíamos en un diez por ciento de la que nos gustaba. Lógico, dos generaciones diferentes. Pero cuando íbamos juntos en el coche, siempre poníamos la que te apetecía a ti. Manduquita.


14/11/23

Me ha alegrado la mañana mi amiga MF cuando me ha llamado para tomar un café (con sorpresa). Ya me lo había anticipado el otro día. El caso es que estaba mohíno porque se me había torcido un recado y me había entretenido mucho con una auténtica pijada, pero necesaria: tenía que comprar recambios de la maquinilla de afeitar y esa última que me compraste tú, LU, es muy buena y me va de maravilla, pero no es la primera vez que tengo que dar vueltas para cambiar las cuchillas. No es que sea maniático, es que mi barba no es muy áspera y ese modelo no me irrita la piel.

Me enfado de momento porque quiero ser muy riguroso con mi programa y luego me enrollo como las persianas con cualquiera que encuentro y me olvido de todo plan. Me ha aconsejado vuestra parienta del Auchán (me lo ha dicho tu madre hace poco, el vínculo y que es encargada del súper). Bueno es saberlo, sin más. Me ahorraré paseos como un zombi por el súper cuando no encuentro algo: “Parienta, ¿dónde encuentro maquinillas de afeitar?” Es una chica amable y servicial. Ya sabes, LU, que si vivieras yo la llamaría así enfatizándolo mucho; no sé por qué, pero a ti te resultaría un poco ridículo, estoy seguro, porque eras desapegada en este sentido. Yo conocía y tenía trato de paso con familiares tuyos que tú apenas saludabas. Te parecía una cosa un poco pueblerina por mi parte. Y por esa razón me gustaba chincharte.

MF había estado en Portugal por motivos laborales del insti y me ha traído un emblemático gallito portugués, solo que la originalidad de este es que corona un tapón de botella. Está chulo, sí señor. Me ha hecho ilu. Otro que añado a la ya más que mediana colección que tengo, sobre todo, en el piso de Santa. Gallos para llenar un corral, aunque no haya animal más dueño y señor único y singular de su territorio. Pero el amo de todos es servidor.

Me he puesto al trabajo después de las doce y me ha llegado enseguida guas con noticia de táper. Otro alegrón. En cuanto veo por encima de quién procede ya se me activan las entretelas del estómago. Digo yo: ya está la tía M. haciendo de las suyas… En efecto, al cabo de un rato he bajado a recoger la mercancía y cuando estoy en la cocina huelo y rehuelo y pruebo un poquitín y ya es como si fuese un día de fiesta de mi infancia cuando había algo especial, normalmente era conejo, que criábamos en casa y mi madre lo guisaba muy bien. Pues algo así me pasa ahora, que se me llena de maripositas la boca porque pruebo algo distinto. Y cualquier día sin esperarlo se convierte en festivo. Y se oyen campanas al amanecer que llaman a misa rezada. Y un olor a cocina y tomillo y laurel sube hasta la habitación de arriba en que se despereza un niño, con la ventana entreabierta, a través de la cual se oye un cantar de fuente donde el agua rebota y salta en la piedra y salpica de vida sobre el verdín del pilón.

De todas formas, como nunca podré devolver este cariño hacia mis hijos y hacia mí, dejo estas palabras al viento incluso en el caso de que jamás se leyeran. Porque yo no tengo otra cosa que ofrecer, no tengo nada más que palabras que son de todos y cualquiera puede usar. Palabras que no valen para nada, ya lo sé, pero que son como la intención de un niño que quiere regalar y mete la mano en su bolsillo y no encuentra nada…

Palabras que son un homenaje a ciertos seres que parecen proceder de un cuento de hadas, gente que lleva una vida plena de felicidad en su situación personal, familiar y social, y la irradia a los demás dándose en regalo de mil maneras diferentes. Pues solo el que es feliz puede dar felicidad. Y de eso, por fortuna, podemos gozar otros menos dichosos o más atropellados por la vida.

En el paseo vespertino, sin embargo, he disfrutado con algunas canciones de música pop de los setenta (aquella época mítica en la que fui inmortal), cuando tenía algunos granos en la cara chupada, la nariz cada vez más afilada y aguileña, las carnes escuálidas en un culo que no llenaba los vaqueros, y los ojos permanentemente enfebrecidos por buscar un misterio que siempre tenía que ver con lo bello y lo bueno y lo verdadero.

Me ha entrado en el Ínstagram una canción de Joe Dassin que me volvía loco antaño, “Et si tu n´existais pas”, en un vídeo en que van saltando imágenes de París y en una de ellas se ve la campa de la torre Eiffel llena de gente joven haciendo picnic en la hierba. Y la nostalgia me ha incendiado, LU. Me he descuidado, no he podido evitarlo.

Eran canciones aquellas como no he vuelto a escuchar jamás. Ya sé que cada generación siente así las suyas, pero es que la letra de esta es tan bellísima que no puedo controlar las lágrimas desde que era aquel adolescente que comenzaba a aprender francés. Y la escuché alguna vez contigo, LU, aunque a ti te parecía demasiado romántica y antigua. Hoy sé que Joe Dassin era otro ser elegido, como tú, LU, para volar pronto. Lo fulminó un infarto a los cuarenta años. Porque los dioses se llevan cuanto antes a los mejores, a los que más aman.

Para amenizar el recorrido he buscado otras dos francesas que también me parecen representativas de la misma década. Una es de Michel Sardou, que nosotros la escuchábamos tantas veces en el coche que nos la sabíamos entera. Era esa de “Je vais t´aimer”. Y una tercera es “Je suis malade”, de Serge Lama. Son tan especiales para mí, tan íntimas, tan universales, que curiosamente sus mejores versiones a veces me han gustado más que las cantadas por el propio autor. Por ejemplo, la de Sardou interpretada por Garou, o la de Lama interpretada por Lara Fabian. Néctar.

Y así es como voy combatiendo los restos del desastre, mi querida LU. No, no estoy diciendo que esté vencido. Mi inquietud intelectual y mi laboriosidad me salvan. Y la misión que me encomendaste de cuidar de los chicos. También el huracán de palabras que se desata en mí y llena páginas y páginas. Porque tengo una necesidad congénita de contar, de expresar, de comunicar. Esa función cumple el frenesí por escribir los detalles más pequeños de la vida. Tú me decías que no era para estar solo y es verdad. Estaré vacío, pero no quiero compañía, quiero un corazón. Mientras, seguiré dando mis palabras al viento.

13/11/23

A primera hora, con el socio, para análisis. Por suerte, estábamos de los diez primeros y hemos aviado. Me enfado porque se repite lo del día de las vacunas, que no hace tanto, y no se acuerda de ir con ropa cómoda para no tener que armar el cristo a la entrada de enfermería: va forrado y además es muy lento para desfajarse. Y es que no se me puede pasar un detalle con él. Eso sí, llevaba en pie desde las seis de la mañana, para no hacerme esperar cuando bajo a buscarle a las ocho. Para eso, cojonudo.

A la vuelta el enfado siguiente es porque me percato de que ha degollado el mantel. Es de plástico, pero tiene cortes y arañazos en una esquina. No digas más: las nueces. Le han regalado una bolsa y hasta ahora yo pensaba que le resultaba muy difícil comer algo duro con la dentadura postiza. Pues no. “Las nueces las como bien, hombre”. Ya se ve, ya. Le he bajado un cascanueces de los que hacía mi suegro en madera, pero le resultaba incómodo. Así que ha rasgado el hule y lo ha dejado infame. He tenido que llevarle después un martillo… Mira, chico, no quiero pensarlo más. Que sea lo que Dios quiera.

En compensación, hoy tocaba servicio de cocina y ha sido apoteósico el perolo de patatas con vainas. Creo que aquí he cogido ya el tranquillo desde que he cambiado a pimentón picante en el arreglo y el control del caldo, que tiene que ser de más denso a menos añadiendo un poco de agua.

Y la de avecrén que no falte, aunque no sea bien visto por profesionales. Tú también lo hacías, ¿verdad, LU? Hace poco me lo aconsejaba, como recurso habitual para toda comida, una que conozco de siempre pero no me sé su nombre. Cada vez que me encuentro con ella en el súper no puede impedir hacer de manduquita como si estuviera con su marido (no sé si lo tiene) y nuestro idilio comenzó porque me aconsejó unas galletas horneadas a muy buen precio. Se pone pesadona y a veces me parece que le gusto porque se le dilata la pupila. Yo también afino la vista y juraría que me saca media docena de años. Y ya he dicho que de abuelas, nada. No es desprecio por la edad, es que las abuelas solo tienen cariño y tiempo para sus nietos. Esta daría mucho juego, porque si la abrazo no la abarco y si me abraza ella sería el abrazo del oso. ¡Qué suerte la mía en el amor! Voy a tener que subir el tope a los sesenta y cinco. En resumidas cuentas, cinco raciones colmadas. Puente de tres días.

Para el paseo a pata, perfecto. No termino de subirme a la montanbici. Me echa para atrás el que todavía están muy mojados los caminos. Salgo de gira de inspección. Me gusta el circuito que sube por la loma y regresa por las Claras al punto común del puente mayor. Me lleva a pie casi una hora y media y tiene alguna parte del trayecto muy bucólica. Pero el suelo, en efecto, está todavía muy tierno y con algunos charcos como pozas.

No queda más remedio que esperar, aunque me deja insatisfecho porque no es esfuerzo alguno, no gastas energía, es trayecto machadiano, meditativo, a paso blandón, en el que puede surgir alguna idea narrativa aprovechable o verso brillante; es tan despacioso que incluso puedes entrar en diálogo con lo que has leído de política en estos tiempos convulsos que vivimos ahora mismo, y enhebras una buena argumentación…

Pero no trabajas el cuerpo, no nos engañemos. Y eso solo se sabe cuando llegas sudado a destino. Si entras en casa y tienes la sensación de que te has quedado a media miel, es que todavía quedan fuerzas y no eres un jubilado de verdad. Es muy gustoso saber que hay correa aún, sin poder asegurar si es para rato. Pero al menos te consuelas pensando que cualquier odalisca desparramada y despatarrada, con entrecejo muy velludo y bastante sombreado el bigote, no puede colmar tu instinto poéticosexual. Que aunque tú mismo estés comenzando a ser una catástrofe humana, no te rindes ni renuncias a abrazar la belleza de un cuerpo amado. Y hacer labor.

Veremos “Duelo al sol”, otro clásico del cine del oeste. Lo bueno de la TV2 es que no hay anuncios, lo demás no hay quien lo aguante. Sin embargo, no sé por qué la mente se me queda en blanco con esta peli. Ni siquiera sé si la he visto, porque no me vienen imágenes significativas de las que se pegan a la retina. ¿Será posible?

Reviso la ficha técnica en internet y me informo del argumento general. El tema cainita de la rivalidad de dos hombres por una mujer mestiza muy bella, me suena… Quizá lo relaciono con un relato de Borges en el que dos hermanos terminan matándola a ella para liberarse de un conflicto fratricida. No quiero comprobar el título ni de qué libro procede. Tengo más cosas que hacer. Si no se me caen las persianas de los ojos, puedo disfrutar.

De momento, para estimularme, tengo unas cocacolas y he comprado unas bolsas de patatas y unas tabletas de chocolate. Hoy me apetece comer alguna chuchería, en plan ritual de sofá y tele, como cuando lo veíamos juntos y disfrutábamos los viernes del descanso semanal. ¿O no, LU? A lo mejor estaba yo rematando alguna cosa en el ordenador y tú me llamabas: “Empieza la peli, papá”, me decías. Me sentaba a tu lado y te acurrucabas con un ronroneo gustoso muy pegada a mí. Luego no perdías ripio, para eso eras mucho más hábil que yo, que tenía que preguntarte algo que no había pillado… 

Sé que esta noche no estarás conmigo. Sé que ya no estás. Sería hermoso poder sentir y compartir lo mismo con alguien que no fueras tú. Pero tengo que posar los pies en tierra. Hoy estaré solo. Intentaré resistir. Después me meteré en la cama. Como ese mendigo que encontré una vez dormido en mitad de un túnel, a altas horas de la noche, sin más compañía que el resonar de mis pasos y el aire que entraba y buscaba salida.


12/11/23

Me levanto a las siete y media descansadísimo. No me lo explico cuando lo comparo con mis noches tétricas y fatigosas de hace medio año. Es tan milagroso como puramente científico: respiro, eso es todo. Y lo que es más insólito: he recuperado el recorrido de la sangre por todo el cuerpo mortal y sus terminales nerviosas… También se dibuja en las brumas primeras de mi cabeza un sueño en el que veo una mujer rubia que se pierde por el fondo de una calle estrecha y de espaldas se parece a ti. Camino más deprisa para alcanzarla y en un descuido de mi atención ha desaparecido… Es una escena que interpreto como el miedo a perderte, LU. Me ha acompañado unida al deseo desde las sombras hondas de la noche.

Además, como es típico de mi psicología, toda imagen erótica va unida a una emoción estética o espiritual (soy así de raro) y debe de haberme desvelado un pequeño poema que resuena en mi oído y me salta en los labios; se ha elaborado prácticamente solo y ha quedado pegado a la memoria inmediata para publicarlo en el Ínstagram. Son esas ocurrencias que me entretienen un ratín de los domingos por la mañana. Pasé anteayer cerca de Peñaguilón y me captó un álamo meciendo sus hojas amarillas con un vaivén cyranesco de mucho estilo poco antes de desprenderse y morir. Y por todo marco, un cielo limpio azulísimo pero frío de sentimientos, y una roca de grisura áspera clavada en tierra con total rigidez de mole. Solo el árbol, el pobre, susurrando en un lamento su desnudez otoñal. Bah. Cosas mías. Cosas de tipos algo tocados, no sé si para bien o para mal.

He completado una mañana muy tranquila y lectora, y después de comer hacía bastante suave y placentero como para acercarme a la roca de Gallo Malo, tal y como tenía in mente desde semanas atrás. Nadie más que un ciclista a los pies mismos del agua en el extremo del embarcadero, donde han colocado un pantalán que es más bien una mera plataforma. La paseo pero advierto un equilibrio inestable… Quita, quita, no vaya a ir de cabeza.

De vuelta me doy de bruces con mi amigo NB en el extremo del puente de la presa. Tiramos juntos hasta volver por la siguiente rotonda y bajamos por el pinar hasta los cinco caños en agradable charleta que no hemos abandonado ya hasta la despedida en la puerta del monasterio. Y porque nos hemos encontrado con doña EE, su señora esposa, que si no todavía estaríamos allí de palique. Nos va a los dos, y mucho.

Hemos continuado una conversación que quedó en puntos suspensivos el día de la merienda y que me ha proporcionado algunas ideas interesantes. Como se ha leído (y más de una vez, me consta) todo lo que yo he escrito, le tengo fe en el criterio y valoración de mis libros. De este mismo diario, sin ir más lejos. Me da una opinión muy atinada sobre la manera de graduar mis estados de ánimo y cómo van fluctuando hacia la superación por la pérdida de LU (cada vez más resignada y serena), al mismo tiempo que me aconseja sobre cómo y cuándo debería concluirse esta parte de tal manera que formara unidad y pudiera admitir la publicación (si lo viera conveniente). Lo cierto es que me ha resultado útil, como es lógico viniendo de un buen lector.

Respecto a su mujer, EE, que me había mandado la receta del pudin del otro día, me comenta que es mucho más fácil de lo que parece. Se lo agradezco y me excuso diciendo que soy un manoplas. En realidad, para que a mí me interese tiene que ser un plato sencillo, que dé para unas cuantas raciones, y que nos sirva al socio y a mí incorporándolo a nuestra dieta en adelante. Es decir, una idea práctica y elemental de la cocina. De momento no me veo capaz de otra cosa. Finalmente, también me habla de un tiramisú fácil, y le contesto que lo conozco porque lo hace muy bueno mi cuñada J., pero que no, que soy un zote en estos menesteres. Lo que no descarto es guardar el apunte del pudin que me ha mandado y en algún momento, como que no quiere la cosa, se lo reenvío a mis chicas.  A ver si…


11/11/23

Como siempre, la reunión fue muy divertida de gansadas, caótica aunque quisimos ordenar un poco las intervenciones (es imposible) para intentar escucharnos, y desinhibida como para soltar cuatro barbaridades que siempre son bienvenidas por la confianza que hay en el grupo. Y, eso sí, todo ello regado por un caldo riquísimo que sacó NB y la mesa abastecida por EE, que sobresalió en las tortillas y los boquerones (estos le salen siempre buenísimos, me privan). También se adornó con un pudin de queso rico rico y no sé yo si no fue un pulso con las chicas reposteras de mi casa… Me consta que lee este diario y sabe que en estas prosas un pilar fundamental es el arte de la tripa agradecida. En fin, que estimo en mucho las atenciones y disfruto de esta manera compensando mi desvalimiento en otros aspectos. Es lo que tienen las santas mujeres, que son empáticas, comprensivas y piadosas. Toda la vida me he sentido querido por las que me han rodeado, sinceramente. Cada cual a su manera, claro.

Después de un rato nos enfrascamos en sucesivos berenjenales, desde asuntos de pasada sobre política hasta cuestiones sobre relaciones personales, tema en el que vengo observando en diferentes tertulias que se focaliza en mí sin quererlo (lo digo de corazón: no lo busco). Entiendo que se debe a la situación impar o de “single” de mi nueva vida. Y aquí se armó un cisco de miedo porque todo el mundo me aprecia y me aconseja lo que cree más conveniente para mí. Me reafirmo en lo declarado ayer.

Ni tengo ninguna prisa ni tanta necesidad. Por ahora, prohibitivos los cambalaches con abuelas. Nipadiós. Lo siento mucho. Ya comprendo que no estoy para exigir, pero no. Tampoco quiero ser engreído, pero digo con toda honestidad que si mi objetivo hubiese sido estar acompañado, ya lo tendría resuelto. Y, por supuesto, no pretendo que me cuiden a medida que me vaya haciendo mayor. En definitiva, para mí todo queda explicado en esta sencilla frase: solo recomenzaré si es de verdad.

Tardé en dormirme, pero no por haber cenado en exceso sino por quebrar la rutina diaria. Y poco después de la siete ya me desperté y tuve que levantarme porque me cansaba de mirar al techo. Ya me estaba relamiendo con toda una mañana por delante cuando se me ha cruzado una idea que me ha arrastrado y me ha ocupado en lo no previsto hasta la hora de bajar al periódico, que he leído sentado en el bar. Los findes no tenemos tertulia.

No sé qué posos me quedaban en el fondo de la cabeza del trabajo de ayer, que de repente he recordado dónde había leído algo sobre el rosetón de la iglesia con la estrella de David judaica, un hecho que despierta incógnitas: en un artículo del P. Goyo Ruiz, cuyo libro he recuperado y, en efecto, hablaba sobre la judería en Aguilar y el escrito databa del año ochenta y dos, cuando yo ya visitaba este pueblo y en vacaciones de verano llegué a asistir a una conferencia de este jesuita.

De alguna manera eso me ha hecho establecer una relación extraña con un motivo narrativo de la última novela de JM, Peridis, que creo no haberlo comentado con él. Es el descubrimiento, en la ficción, de un habitáculo o recinto excavado en roca de una casa en Potes. Esto lo inventa José María para desencadenar el desenlace de su novela sobre el Beato de Liébana.

Pero el hecho es que desde que lo leí no había parado de sentir un hormigueo en el cogote, como si allí se escondiera algún dato que no conseguía sacar a la luz porque no veía con claridad de qué se trataba. Como si tuviera algo en la trastienda y se me hubiera olvidado dónde lo puse. Total, que he preparado un revuelo y una montonera de libros en la buhardilla que ya me tapaban. No me cabe duda de que si hubiera estado presente LU me habría sido más fácil localizar lo que buscaba.

Pues bueno, después de mirar y remirar, he dado con la guía clásica de García Guinea sobre el románico palentino y allí estaba el intríngulis. Y lo más curioso de todo y lo que explica que se me hubiera quedado pegado en la pared posterior de la chinostra, es que este famoso profesor dio cuenta de una investigación en la que se descubrió un espacio cegado por mampostería hasta que lo derrumbaron y detrás apareció lo que primitivamente fue una pequeña iglesia rupestre. Y, aún más, lo genial es que yo lo había registrado inconscientemente en su momento porque dicho lugar se conoce como “El granero de Frontada”, que es justamente el pueblo de mi suegra. Los datos sobre el recinto están en dicho libro citado.

Esto lo hablé yo alguna vez contigo, LU. No recuerdo por qué ni si me llamó la atención algo tan críptico y, en definitiva, tan novelesco. Solo que es un hecho artístico histórico, porque el susodicho granero debía de tener unos arcos de entrada románicos de muy buena factura. Y me queda por contárselo a José María cuando le vea por comprobar si pudo influirle sin él advertirlo para construir el episodio base del final de su libro.

Así opera a menudo la creación artística. Hace no mucho, JC, mi querido maestro, novelista y amigo, me contó que el personaje central de una obra suya de la que hablábamos en ese momento, lo había elaborado sin ser consciente hasta tiempo después de publicarlo. Y el modelo era un fraile que fue profesor suyo y tenía todas las características que se necesitaban para crear la ficción. En realidad, un tipo con características diabólicas.

Por cierto, a mí también me han llevado los demonios porque me ha comido media mañana esta investigación de pacotilla, que para nada me servía ni me servirá. Me imagino. Pero un poquito cabreado, he recogido todo el material y me he dicho a mí mismo que en algo hay que pasar el día. Prisa, ninguna. Problemas, cero. Lo único, que cada día que transcurre va uno dándose cuenta más claramente de que cosas así le sucedían a don Quijote. A ver si se me va a ir la bola y me voy a volver tonturrio… Caution.

Aprovecho también aquí que viene muy a cuento para contestar a mi amigo Tt. cuando no se explica cómo se puede escribir tanto dándole vueltas a lo mismo. Pues así, como en una sinfonía musical: haciendo variaciones sobre el mismo tema. Y con mucha necesidad de escribir la vida como si fuera el último día en que se vive. No es ni más ni menos difícil. Es simplemente así de natural. Se es así.


10/11/23

Abro el ojo demasiado pronto, antes de las siete. Tampoco me conviene ponerme en danza a horas intempestivas, porque terminaría en el otro extremo: el de los estudiantes que se concentraban mejor de cuatro a ocho de la mañana. Siempre pensé que luego sería difícil rendir en clase. Ni trasnochar demasiado ni aciruelarse. Siete y media sería genial si el cuerpo respondiese todos los días como un mecanismo automático.

Pero barrunto que es un desvelo extraño. Se puede dormir bien y arrastrar hacia el día algunas sombras de la inconsciencia. No recuerdo haber soñado ni he tenido pesadillas como cuando ceno algo de más; el empacho me hace más daño que mis preocupaciones personales, lo tengo medido.

Quizá es que me he descuidado en la duermevela previa a despertar. Algunas veces me sucede, LU, desde que te fuiste. No estoy atento en esa fase de vuelta a la conciencia y se apoderan de mí algunas imágenes o escenas o recuerdos motivados por lo vivido el día anterior… Generalmente estamos juntos y no son vivencias tristes sino momentos felices. La angustia procede precisamente de ello, porque revivo dejando atrás lo que amé mucho y perdí muy pronto.

Podría cifrarlo en alguna metáfora visual. Y ya se me ha ocurrido otras veces que lo más semejante que he visto en pintura, por ejemplo, es aquel cuadro tan famoso de Van Gogh que se titula “Noche estrellada”. El cielo está plagado de rizos y escorzos circulares y vórtices sobre lo que parece un ciprés que se eleva como una llama verde. Todos esos motivos astrales que proceden de un firmamento descoyuntado por la técnica impresionista, a mí se me imaginan como burbujas de angustia o bucles del pensamiento que te atrapan y te encierran dentro en cuanto bajas la guardia… Creo que al pintor le ocurriría con frecuencia. Son dañinos y es necesario huir de ellos y salir de su giro envolvente y vertiginoso… Y saltar a la realidad. Despertar y ocuparse en algo útil que te desvíe de la obsesión.

Nunca he sido un apasionado de la psicología de Freud y sus análisis demasiado racionales de los sueños. Eso me parecía como demostrar con argumentos lógicos las creencias cristianas, al modo de santo Tomás de Aquino. O de mi amigo de tertulia MN, que me envió hace unos días una noticia sobre un libro que ha tenido mucho éxito en Francia: “Dios. La ciencia. Las pruebas”. En fin, cosas del calentón con el café hirviendo de media mañana y la gente en el disparadero. En este grupo nos despachamos a gusto arreglando el mundo, desde la política a la teología. Y nos quedamos tan campantes hasta mañana. Allá cada cual. Por mi parte, perdí la fe hace tanto que ni me acuerdo. Pero si existe Dios merecerá la pena por volver a verte. Si me deja entrar allí...

Y para rematar el comentario freudiano, como decía, me ha gustado cantidad el artículo de J.J.Millás en la última de EP. Habla de un sueño que en mí ha sido recurrente desde la infancia y que consiste en una impresión de ahogo por tener la cabeza abatida hacia atrás y demasiado rígida. Yo siempre lo achaqué a que mi madre me había contado que nací con el cordón umbilical enredado en el cuello y costó destrabarme. ¿Se trata de una reminiscencia del acto mismo de mi nacimiento y el trauma subsiguiente en el parto? ¿Me faltó el aire? Sí, un poco falto sí soy. Y es posible que se explique de esta manera.

Pero la coincidencia con lo leído en Millás me sirve de consuelo pensando que no soy el único: “Desperté de madrugada con problemas de respiración. Me había enredado entre las sábanas y no era capaz de dar con la salida. En algún momento me pareció que realizaba los movimientos de quien acaba de abandonar el útero y se dispone a nacer. Un bebé, en alguna parte, estaba atrapado entre los pliegues orgánicos de la vagina como yo entre los de las sábanas. Hicimos fuerza al mismo tiempo y al fin brotamos ambos a la luz…” Como puede apreciarse, no soy el más averiado en el mundo de los letraheridos por la literatura.

 

Termino y comienzo novela. En esto, bien. A media mañana aprovecho para solicitar análisis rutinarios del socio. Retorno por el puente del portazgo y es a justo enfrente del muro sur de la colegiata, bajo cuyo alero irradia la misteriosa estrella judía en el rosetón gótico, donde me fijo en una tienduca con una camiseta con dos alas de ángel… Ya sé que ahora es muy corriente. Tú las comprabas en “Le vélo” de Santander, pero tengo el recuerdo de haberte hecho una foto en una de las calles perpendiculares a Infantas, en Chueca. Madrid fue también nuestra felicidad de unos cuantos años a comienzos del verano. Por Madrid también te seguiré buscando cada vez que acuda a la Feria del Retiro. Y quizá de pronto descubra tu espalda. Con dos alas. Reales.

Hay momentos y días para todo. Pasaremos la tarde con los amiguetes, de merendola. Por un rato olvidaré lo suficiente para seguir adelante. Y en un instante, levantaré mi copa de vino y brindaré hacia un hueco cualquiera donde estarás tú, invisible, sonriendo.


09/11/23

Desayuno y de inmediato me pongo con un cocido tremendo del que he sacado ocho raciones. Bendito sea y quien lo inventó. No conozco comida más agradecidona ni completa ni rica ni fácil ni rápida (olla). Por si fuera poco, así descuido y gano durante varios días algunos ratos de riquísima lectura. Espabilo también en la tertulia del café porque tengo que acercarme al insti a apuntarme a la jubilación de un compañero. Otro más para el club de los “esfumados”. Pero me gusta asistir a las despedidas, lo he dicho siempre: es lo menos que se puede hacer como homenaje por alguien que se ha dedicado casi cuatro décadas al mismo oficio que uno. Un respeto también a la institución. Salvo excepciones muy justificadas en lo personal, me parece que no se debería faltar. Ese día, menos que ninguno.

La denominación entre comillas de hace un momento, es una impresión compartida y comentada por la mayoría de los que abandonamos el centro para siempre: al siguiente día deja de ser nuestro en todo su ámbito y nos sentimos extraños, particularmente, en la sala de profesores. Es casi incómodo experimentar esta vivencia y conste que lo he comentado con muchos excompañeros. Estoy convencido incluso de que me resultaría desagradable comprobar cómo alguien dispone del casillero, por ejemplo, del que yo fui señor absoluto e indiscutible durante treinta años.

He pasado por secretaría y enseguida me he evaporado aunque me ha vencido el recuerdo. Por eso, no he querido alejarme de allí sino que me apetecía tomar un café en la Posada aneja tras preguntar por algún amigo que en ese momento estaba en clase. Por la hora, en la cafetería, solo yo. Mientras me atienden, en el servicio me topo con la escena bien triste de un hombre mayor frente al urinario con el pantalón muy caído, musitando algunas palabras y volviendo la vista a mí con ojos desorientados. Cuando le pregunto si necesita ayuda, desde la puerta entreabierta una señora me contesta diciendo que se trata de su marido y que le está vigilando porque tiene Alhzéimer.

Es triste porque yo tiendo a rápidas elucubraciones imaginarias y me anticipo a mi futuro por pura empatía. Me veo siendo ese hombre dentro de… espero que muchos años. Me pasó en la mili al trasladarme desde el campamento en Cáceres al cuartel general de la Brunete en Madrid. Cuando abrí la puerta del vagón de metro, de frente en el mismo andén, había un señor de edad sentado en un banco, solo, tranquilo, no sé si a la espera de alguien que no llegó en esa precisa parada. Me detuve un instante junto a él a comprobar el macuto o algún papel, e inesperadamente se dirigió a mí para contarme con voz dulce que hacía cincuenta años que él también se había apeado allí siendo un recluta. Me hizo pensar…  “Que le vaya bien. Tengo que coger un autobús hasta El Pardo”, le contesté sonriendo y despidiéndome. Han pasado cuarenta años de aquel encuentro de unos minutos. Nunca lo he olvidado.

Ya hace más de cuatro que me jubilé… Regreso de nuevo a salir por la puerta principal cruzando el interior del edificio. No me atrae tanto el jardín recoleto (casi no me percato) como esa cara a poniente del monasterio. Me puede mi propia sombra reflejada en sus piedras sin tiempo. Me veo transparentado todavía en el cristal de la gran ventana del aula en la que impartí los últimos cursos de un segundo de bachillerato. Mis paseos por la fila del medio entre las mesas explicando, narrando, leyendo algún texto para su comentario, suscitando la risa liberadora y el humor como recurso didáctico inmejorable, recitando algún poema… Feliz de mi profesión desde la altura de aquella atalaya… Feliz como en una barbacana atisbando entradas y salidas por el portalón trasero… Feliz alguna vez pensando que mi voz llegaba con un verso suelto a alguien que cruzara en ese instante por el patio.

Feliz, cómo no, muchísimo, también, en la biblioteca que ordené y cuidé con esmero durante varios años y desde donde mis ojos se multiplicaban a través de sus numerosos ventanos y ventanucos abocinados. ¡Cuánto frío pasaba en el cambio de tiempo! Ni siquiera lo aliviaba con una placa a los pies del bufete ni con una mantita ni con el abrigo puesto. Aquello era una mazmorra en el extremo de mayor crudeza del castillo… Pero allí catalogué y ordené y descubrí y corregí y estudié y leí y escribí. Y amé y lloré. Y luché a muerte durante años contra una serpiente de tres cabezas: la angustia del corazón, la ansiedad del cuerpo y la ausencia del sentimiento. Por ti.


08/11/23

Si uno se pone a escribir cualquier otro género de literatura diferente del diario, enseguida se da cuenta de que el tiempo corre lentísimo. Como si estuviera concentrado o prensado y hubiera que desanudarlo o liberarlo para vivirlo de una determinada manera. Pero el formato del día a día crea la sensación contraria: el sentimiento acelerado del paso del tiempo, la impresión de que los días vuelan y las semanas pasan y los meses caen. Es una especie de alerta cuando abro este archivo y me digo: ¿ya se está acabando el mes? ¿ya va a finalizar el año? Pues de la misma manera percibo la celeridad de tu lejanía a mi espalda, LU. Vuelvo la cabeza sobre el hombro y me conmociono: ¿Ya va para año y medio que te fuiste?

Me cunde la mañana y mientras MA se afana en la limpieza, me recluyo en la habitación del Chico, donde ya he comentado que no hay lugar mejor de la casa para leer. Filtra el velux una capa finísima de lluvia que no impide sino que estimula. He conocido en mi vida pocos espacios más silenciosos y gratos que este, porque de ordinario no se oye nada de nada durante unas horas. Su ubicación y circunstancias dentro del inmueble lo permiten así. La diferencia con la sala es que aquí no puedo extender la vista de vez en cuando a lo largo: aquí solo veo cielo sin más distracción.

Después de pasar el polvo MA, la colocación de los excesivos portafotos me obliga a una recolocación a mi gusto. Y es cuando acerco mi rostro y te veo con detenimiento en no menos de media docena de instantáneas que recuerdo con precisión en general. Y más aún: en todas ellas sonríes… Es tu sonrisa idéntica y permanente lo que me capta. Yo te conocía a fondo, LU, eras más bien seria de carácter pero sabías presentar una imagen social simpática y agradable. Y a mí me gustaba tu sonrisa (y tu risa), sobre todo, cuando me mirabas a mí o la dirigías a mí por algún motivo. ¡Qué maravilloso don! ¡Qué regalo! Tu sonrisa, un meteoro de luz directo a mi corazón. Tu sonrisa, la señal blanca para que despertara mi alma. Tu risa, que “abre para mí todas las puertas de la vida”, como dice el poeta.

Te propuse muy al comienzo de conocernos y empezar en serio acudir a una actuación en T. de una pareja y dúo de cantautores, Olga Manzano y Manuel Picón. Me enteré del pequeño concierto en un pub a las afueras y, si no recuerdo mal, ya los había oído yo en directo. Por supuesto, me chiflaban sus versiones de los poemas de Pablo Neruda. Aceptaste aunque no era ni mucho menos tu tipo de música. Yo quería que oyeses el poema titulado “Tu risa”, del libro “Los versos del capitán”, que yo llevé tanto tiempo en el bolsillo de mi chaqueta porque no podía desprenderme de su lectura. En concreto, este poema es de una hermosura tan limpia, tan inocente, que todavía hoy me aprieta en la garganta de emoción cuando lo leo o lo escucho. Y yo quería entonces que tú también lo oyeras porque parecía escrito expresamente para ti. Y creo que te llegó adentro, pues alguna vez más me hiciste recordarte algunos de sus versos.

Eso es lo que he hecho en cuanto me he quedado solo en casa. Lo he buscado en el ordenador y lo he repetido unas cuantas veces. Hasta que me he llenado, aunque todavía no me he quedado satisfecho. He tenido que levantarme y ponerme a esculcar en mi biblioteca hasta que he dado con el librito de Bruguera, comprado en el ochenta y seis, página veintidós: “…ríete de este torpe muchacho que te quiere, pero cuando yo abro los ojos y los cierro, cuando mis pasos van, cuando vuelven mis pasos, niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca, porque me moriría”.

¡Sí, mi cada vez más lejano amor! ¡Qué no daría yo por volver a oír esta canción contigo y, como antaño, luego callejear por aquella ciudad hasta encontrar un lugar para compartir una sencilla mesa, y ya entrada la noche alta regresar al apartamento en un pequeño pueblo de la costa! ¡Daría todo y vendería mi alma por volver a recitarte ese poema! ¡Sí, ojalá me estés escuchando y se reproduzca el milagro! Misteriosamente, pero real.


07/11/23

Bien descansado y mejor leído a primera hora, con la luz y el silencio del nuevo día. No necesito más que esta mesa junto a la ventana y sobre ella el atril con un libro de papel o electrónico. Bien arropado mientras se caldea la sala y moderadamente feliz cuando pienso en ti. A pesar de todo, me digo a mí mismo por animarme, sigo siendo un tipo con buena estrella. Quizá el secreto consiste en valorar y cuidar lo que todavía se conserva de bueno.

Luego doy un rápido repaso al Ínstagram, donde me paro sobre todo en las novedades sobre escritores a los que sigo. Me llama la atención la ecuatoriana MO, a quien conocí en la Feria de Madrid del 18 y me firmó la primera novela que tuvo repercusión aquí, en España. Me chocó el toque picante de su dedicatoria y el aire festivo de su conversación, por contra con otra argentina también en la firma de gesto serio y casi funerario, acorde con su literatura como después pude comprobar al leerla. Muy brillantes las dos, excelente literatura.

Pues bien, me desagrada el tono “snob”, incluso pedante, de MO en su última entrada con fotos y texto de una visita al Japón. Es algo que me molesta porque me suena a presunción de exquisitez intelectual. Precisamente una de las características que más me repele en una mujer. Nos cuenta, además, con qué palabra se denomina en japonés el cambio de color de las hojas en otoño. Y nos informa de una escritora nipona del siglo X y de un libro suyo del que también se nos entrecomilla la descripción de un árbol, el arce…

El caso es que la estampa es una simpleza, tal cual, sin originalidad alguna. Pero el hecho de tratarse de una mujer artista antiquísima, el exotismo supuestamente seductor en el imaginario occidental y el afán de hacerse pasar por descubridora de alguna “delicatesen” a nuestro viejo mundo, le hacen a la escritora ultramarina quedar un poco afectada. Más valdría una buena cita de Cyrano sobre el otoño y, de paso, otro repaso despacioso a la comedia de Molière, “Las preciosas ridículas”. El equivalente en el terruño nacional, que también se prodiga siempre con selfis de postureo descarado y vitola culturalísima es LM. Tatus, lencería, labios muy pintados con expresión de morritos calientes y la foto de un libro con unas líneas subrayadas… La diferencia de esta con la anterior es una novela que fue premiada pero que a la vista de la crítica seria era para llorar. Comercio puro. Y haciendo pasar esto por empoderamiento femenino. ¡Venga ya, hombre!

Me lío otra vez, me lío la madeja con la tele y anoche me planto en las doce cuando voy a la cama. Y me fastidia porque también era una película ya vista y no tenía necesidad de darle más vueltas. Pero disfruté una vez más con Liz Taylor, que es lo que atrae mi atención de entrada. Como real hembra, pero más que nada como grandísima actriz. Guapísima pero con carácter, por oposición a la Marylin guapa y casquivana. Hablo de imagen transmitida en cine. En la vida, no me interesa nada.

A Liz hay que verla en cuatro películas de protagonismo compartido con otros cuatro grandes actores: Montgomery Clift (Un lugar en el sol), James Dean (Gigante), Paul Newman (La gata sobre el tejado de zinc caliente) y Richard Burton (Cleopatra). Desde luego, es significativo que este último es el que menos me transmite como amante de semejante bellezón, teniendo en cuenta que era su marido en la vida real. ¿Por qué será? Dean y Newman, a pesar de sus magníficos papeles, a mi entender la quieren como dos niños, inmaduro y niñato respectivamente.

Y solo Monty Clift, el que de nuevo vi ayer, hace un papel potentítismo y expresa un amor tan brutal que le lleva a la silla eléctrica en la ficción. Su formación actoral responde al famoso Método Stanislavski, y es un genio en la interpretación de personajes desequilibrados, traumatizados, tarados o degenerados. Es capaz de enseñar el alma sin hablar. Y eso no pude resistirlo una vez más. Tuve que repetir la peli y la volvería a ver si la pusieran. Liz Taylor, en cambio, siempre resulta creíble en el papel amoroso, pero a mí me da que como con Monty Clift con ninguno. Tal vez porque entonces tenía diecinueve años.

Decía al principio que renazco al mundo como un gallo cada amanecer al levantar las persianas de casa. Es el acto contrario a la hora de echar el cerrojo en el crepúsculo de invierno, el golpe de llave que llama a la soledad. Y compruebo muchos días que los vecinos de enfrente, los de la cooperativa, también van incorporándose al acontecer sin sorpresa de otro día más. Hay algunos en quienes observo en su rutina el sedimento de la vida solitaria. Hay unas cuantas viudas a quienes conozco por sus nombres, hacendosas por no tener otra cosa que hacer y ordenadas por la inercia de no pensar. A veces nos saludamos de ventana a ventana levantando el brazo.

Me prometo que no me dejaré vencer por una existencia sin emociones y desalentada si tengo fuerzas. Y la mejor manera, no me cabe duda, es manteniéndome ocupado en estos proyecto míos que no sé si me llevarán a alguna parte. Pero que son vitales para mi estabilidad mental. Otra cosa es la estabilidad emocional, que dependerá de lo que deparen las circunstancias. Estoy en un momento sereno, lo sé. Por eso pienso que no debo variar mis costumbres sin caer en la rigidez, no tengo que forzar ninguna actuación de cambio, no quiero renunciar a sensaciones y sentimientos muy arraigados dentro de mí. Tan solo continuar en la confianza de que soy libre por completo para elegir sobre la marcha lo que me pidan la cabeza y el corazón. Sin saltos al vacío. Pero sin miedo. 


06/11/23

No entiendo si es porque pierdo demasiado tiempo en el aseo y el desayuno. Sí, me lo tomo relajado porque es de los pequeños grandes placeres que descubrí al día siguiente de jubilarme: la tranquilidad de no tener que correr por la obligación de fichar es algo riquísimo, tanto como un buen desayuno. O bien es que todavía estoy poco suelto en la cocina y me organizo de forma desmañada incluso para hacer unas míseras lentejas. Que luego me salen muy buenas, eso es cierto. Pero cuando termino de apañar todo ya es hora de acudir a la tertulia. Joder, digo para mí, si me he levantado a las siete y media… ¡Qué cojones he estado haciendo que ya son las diez! No me lo explico. Me enfado. Y entonces doy en pensar con rabia que para la siguiente voy a meter en la olla (en cazuela, imposible) medio kilo de lentejas. Aunque me salgan veinte raciones y no tenga táperes suficientes. ¡Dios qué manoplas soy!

Tras la tertulia del Valen, que ya se va poniendo calentita como el café en invierno (lo digo por el debate sobre politiqueo), regreso a casa porque he quedado con mi hermano en el videoguasap. Por cierto, me imagino que esta palabra que acabo de escribir la adaptará la docta Academia de esa misma forma, como incluyó “videoclip” o “teleclub”. Y lo digo asimismo porque ya he leído varias veces en indicadores públicos eso de “senda ciclable”. Es un palabro que me suena fatal. Como si dijéramos “carril bicicletable”. Una gilipollez del urbanismo público y sus asesores gramaticales. Como cuando en ese desmonte frente a la antigua Fontaneda, en los programas electorales se prometía una “pantalla vegetal”. En fin, no sigo por aquí, porque también tendría cuerda para rato.

Los dos hermanos somos de palabra extensa, prolijos de razonamiento y muy analíticos de fondo. O sea, que nos hemos tirado hora y media, hasta la una en punto, y porque yo tenía que terminar de arreglar las legumbres. Claro, Mon no trabajaba hoy. Hemos quedado en que para la próxima nos impondremos un tope de media hora, sin invadirnos recíprocamente los horarios en que ambos sabemos que estamos ocupados. Es difícil compaginarse o sincronizarse, sobre todo por mi parte, porque da apuro tener que explicar que también me impongo un programa de trabajo y me despistan las interrupciones. Cosa que es imposible de comprender para quien considera que un jubilado siempre está de más. No es así. Ni hay que confundirlo con achaques de viejo gruñón. Mis familiares y cercanos no me molestan, por supuesto.

Por fin he concluido la faena con el último hervor y diez minutos a poco fuego para meter una morcilla que da gloria verla y añade un sabor potente. A continuación, le he bajado un par de raciones al socio y todavía he tenido tiempo para pegarle un vistazo a la prensa. Al lado, una copita de Ribera, la última botella que abro de la añada anterior. No para mis lentejas, claro, sino para acompañar de blandos mordiscos unas carrilleras, como quien se come a besos unos carrillos. Alza la copa, lector, como quien alza las cejas, y un brindis por la cocinera.

Después del telediario y antes del paseo, pego una llamada a mi buen amigo EM, de Torrelavega. Lo tenía pendiente, que no se me olvide. La fractura severa de clavícula, por fortuna, va soldando y solucionándose. Su inmejorable forma física propia de un deportista nato y su voluntad para multiplicar y acelerar la recuperación le pondrán al día en muy poco tiempo. Le conozco bien: es capaz de sorprender al fisioterapeuta.

¡Hay que ver! Esa plasta de mierda de vaca que quiso esquivar E. con la bici casi le cuesta un disgusto mayor. Me ha recordado cierta ocasión en que volvíamos del insti de Cabezón a pie y tan enfrascados en nuestra conversación que atravesamos las vías del tren sin mirar y estuvo a punto de llevarnos por delante hasta el otro barrio. Seguro que él se acuerda, ¿verdad, amigo? Y otra jornada inolvidable más (al menos para mí) en que me convenció para salir en bici de carretera con una que me prestó y lo único que recuerdo del trayecto es que a los pocos kilómetros ya le hice parar para tapiñarnos el almuerzo que nos había preparado I., que consistía en unos trozos de quesada casera que me tuvieron la boca contentísima todo el resto del camino. ¡Dulce recuerdo! ¡Qué dulces aquellos veintitantos años!

Y si me dirijo hablándole en directo es porque él mismo me ha dicho hoy que su mujer, mi querida I., sigue este blog chicharrero. No lo imaginaba aunque en la última época noto por el contador de entradas que las visitas han subido bastante. Sigo preguntándome a quién puede interesar esto, pero por lo visto a I. le parece divertido o interesante. En fin, ¿siguen pendientes esas patatas a la importancia?

LU, a ti te gustaba pasear con estos de los palos o bastones, a los que tú llamabas los del Nórdic. O sea, que más propiamente podría denominarse el Nórdico (un paseo) o la Nórdica (una marcha). De hecho, en alguna temporada en que te encontraste mejor saliste varias veces y me contaste que lo habías disfrutado mucho. A mí me encantaba verte con ánimo, aunque tuviera que prescindir de tu compañía para mis garbeos. No importaba.

Hoy he renunciado también a la bici por miedo a la lluvia y he arrancado a las cuatro a buen paso en una ruta de hora y media. Y no me hace falta llenar de palazos el camino. A mí eso me parece un estorbo. Me basta con un paraguas viejo y sarnoso al brazo, después del cabreo que he pillado porque hace una semana que he perdido el de color naranja de Pertegaz. O me lo han tangado al dejarlo olvidado en el Valen. Me da la impresión. Era buenísimo y bien bonito. Pues voló.

Me topo con este grupo que digo a la misma puerta de casa y me porfían para que me una. No es la primera vez desde los tiempos en que tú quedabas con ellos, y máxime ahora que calculo su invitación amable para que no me encuentre solo. Me excuso, pero no es un problema para mí montármelo a mi aire. Al contrario. Por temperamento me cuadra más bien la querencia de animalillo libre y cimarrón, el deambular colgado de mis propias fantasías, el camino al albur de que surjan detalles nuevos o recuerdos viejos…

Como hoy al dar la vuelta a lo de Róper. Me paro uno instantes y sorprendo al sol que ya se inclina por poniente y deja una luz mágica sobre un grupo de chopos orientados de manera que el envés de sus hojas reluce de puro blancor. Un blanco crema. De lejos recuerda a una futura primavera de flores de almendros. Me acerco y tomo algunas hojas, miro el contraste con el verdor del haz. Las huelo, las amaso entre mis manos… Pero no, todavía no. Falta mucho, me digo, para que resurja la esperanza de una nueva primavera. Sigo caminando a buen ritmo. Vuelvo a mi afán. 


05/11/23

Me acosté a deshora y me dormí pronto pero inquieto, y me está bien empleado por engancharme a una peli que ya había visto, “Border”, del director A. Abbasi. Pero la cosa es que me atrae el cine rarísimo de los países escandinavos (en este caso, Suecia) y más si se trata del género fantástico, tan opuesto a lo genuino español. En realidad, combinaba el drama, lo social y lo fantástico, una mezcla de géneros en mi opinión característica de la modernidad. Yo mismo tengo tendencia en mi literatura y lo he practicado en varias ocasiones: partiendo del diario, por ejemplo, puedo hablar de la memoria generacional, reflexionar sobre la propia literatura o dibujar una historia sentimental en clave.

He señalado lo anterior porque hacía tiempo que no se me caían las persianas sobre el libro que estoy leyendo; pero unos cabezazos como si me acabara de tomar una gominola de esas para conciliar el sueño. Hoy por la mañana. Estoy convencido de que me habría quedado grogui tumbado en el sofá. Y tampoco me apetecía revolverme el estómago con medio litro de café, así que me he mosqueado y me he largado al periódico en el Valen.

Después de un ratito ha llegado IR, amiguísima y de quien ya hablamos aquí por lo que enseguida recordaré. Normalmente suele tomar un café con su marido de vuelta del paseo dominguero, pero hoy él no había podido; por tanto, la invito a un café, con mi agradecimiento tácito por las muchas veces que nos agasajó (a ti, LU) con ese bizcocho ya mítico del que evito hablar expresamente. Ya dije que no quiero comprometerla, más que nada en el sentido de que es una sentimental de lágrima fácil. Tanto es así que en el curso de nuestra charleta de viejos recuerdos la he notado varias veces que se le humedecían los ojos.

Por lo tanto, con ella me he prometido solemnemente que nunca jamás mentaré la palabra mágica. Sin embargo, tengo que reconocer que ninguno de los dos vale para disimular y nos sonreímos un poquito al cruzarse nuestras miradas, como dos adolescentes que mantuvieran sus sentimientos escondidos pero escapándoseles por los ojos. La diferencia es que aquí no es un “te quiero” lo que está en el discurso implícito, sino otras dos palabras, “bizcocho riquísimo”. Me hace gracia IR, porque yo disimulo hablando y ella debe de tener la sensación de que se lo estoy viendo evidente y se toca un ojo como quien se alivia porque le molesta una pestaña. Graciosísimo.

De todos modos, yo también tengo mis momentos de debilidad y estoy a punto de soltarlo por la boca a borbotones… Pero aguanto y aguanto como puedo. Hasta he pensado en ocasiones traerlo a la conversación de una vez, pero de manera indirecta. Diciéndole, pongo por caso, que han tomado el relevo en mi familia un par de competidoras reposteras de campanillas… A ver si se pica y, por fin, lo suelta: “Un día de estos tengo que llevarte uno…” Seguro que no sabré qué contestar porque me atragantaré de gusto y de emoción. Solo de imaginármelo.

En fin, que este maridaje entre literatura y gastronomía es casi una rama literaria específica en la actualidad. Por algo será. Yo no presumo de muy lector de Manolo Montalbán, ni del comisario Montalbano, ni de las hambres cubanas en Padura; aunque algo he leído, claro, y confesaré que me llamó mucho la atención una novela de Laura Esquivel titulada “Como agua para chocolate”, en la cual había una historia muy bonita de comunicación a través de diferentes comidas. Y cuyo significado cae muy cercano a mi manera de entender este misterio, es decir, que el alimento es algo que trasciende lo material. Incluso recuerdo haber leído parcialmente algo de un ensayo o tesis sobre el tema en las novelas de Isabel Allende.

En fin, mi querida LU, que tenía la intención de contarte hoy algunas reflexiones filosóficas muy sesudas que he discurrido durante el paseo (he podido hacer mi caminata sin aire y sin agua, menos mal). Sé que en vida me cortabas con frecuencia para decirme que no me enrollase, que no te interesaba. Al principio me amurriaba, con el tiempo me partía de risa por dentro. Hasta dar contigo, jamás conocí a nadie con los pies tan en tierra. Y qué bien me vino este aterrizaje… para seguir volando despreocupado por los aires en busca de mis quimeras. Pero de una forma maravillosa: como una cometa que se elevaba altísimo, pero controlada desde abajo por tus hábiles manos.

Y una última confesión. No es cierto del todo que a mí me conquistasteis la primera vez que entré a comer en tu casa, tal y como lo hemos hablado en broma tantas veces. Entonces ya estaba en el bote. Pero más que un estómago agradecido (sí, también) es verdad que por carácter tiendo al dicho aquel de “por la boca muere el pez”. En todos los sentidos. Ah, y si me enamoré en los pasillos de FP fue por un flechazo doble: de frente, por tu aire de energía inacabable; de espaldas, por aquel vaquero bordado con flores. Me volví loco. Me perdí por ti. De una vez y para siempre. Típico en mí. A ful. Que lo sepas, maja.


04/11/23

Día torcido desde primera hora que me he levantado de mala chimenea. Me despertó una vecina a la una de la mañana para informarme de un ruido fuerte y constante cuyas vibraciones repercutían en todo el inmueble. Cuando lo compruebo se trata de algo inhabitual. En principio parecía de una caldera de calefacción de gasoil, pero ni es mi obligación ni son horas de andar mirando con lupa por los rincones.

Lo cierto es que ha durado toda la noche y casi hasta el mediodía de hoy, cuando se ha comprobado, en efecto, que provenía de un mal funcionamiento de una caldera en el sótano. Pero la vibración era insoportable en todos los pisos, de abajo arriba y de más a menos, lógicamente. El caso es que me sacó de quicio por razones personales de convivencia entre vecinos y me costó dormirme, además de que se intensificaban las molestias en la posición de acostado. Finalmente, a ello se sumaba la preocupación por un siniestro de mayores dimensiones. Está la comunidad que trina… Como para meterse en más gastos…

Estuve pensando si subirme a la buhardilla, a la cama donde dormías tú, LU. Hice la prueba y allí no se sentía ni el propio aliento. Dispuse la ropa de cama al completo y lo dejé pendiente… No fui capaz de meterme en ella por razones obvias. Fue tu retiro final durante meses. Para no molestarnos entre nosotros ni interrumpirnos un sueño que siempre era ligero e insuficiente. Para no debilitarnos física y anímicamente. La lamparita, la botellita de agua, la cajita de pañuelos… siguen ahí. Sin ti. Y yo no sé si tendría fuerzas para buscar dentro de esas sábanas un calor que ya no existe. Sé con toda certeza que huiste deliberadamente, sobre todo, para que me acostumbrara a esta anchura sin orillas del lecho en el que llevo ya tanto tiempo abandonado pero no derrotado. Para que no sintiese tanto tu falta, tu ausencia, tu vacío. Pero eso es precisamente lo que más me hiere, LU: que por fin ya has conseguido que no te eche de menos. Ya ni siquiera busco extendiendo la mano (como lo hacía al principio) el hueco de tu cuerpo, la huella de tu vida.

A decir verdad, no fue solo ahí tu desasimiento. La compra de ropa, como hablábamos ayer, también la fuiste demorando hasta no hacerme caso cuando te planteaba ir de tiendas solo por distraerte. Me contestabas con un desplante que me lo comprase yo, que no fuese tan cómodo. Ay, cómo me dolía, no por mí, sino por ti, por tu amor oculto que quería evitarme un futuro daño de nostalgia. Y así también multitud de aspectos domésticos, desde la comida hasta acudir al médico.

Esto último sabías que era un problema para mí y, sin embargo, te negaste rotundamente a acompañarme en la última cita con el urólogo. Mejor dicho, con la uróloga (excelente especialista, por otra parte), pero que añadía un plus de apuro a mi educación tradicional y un tanto machista. Lo resolví como pude y sin toparme con los mil inconvenientes que había imaginado. La médica, por supuesto, me ayudó con su naturalidad a pasar el trago.

Cuando te lo conté, a la vuelta, observé que ni siquiera me sonreíste, como hubiera sido lo esperable en otras circunstancias. Pienso que en el fondo tú misma estabas sufriendo por dejarme a mi suerte. Y tampoco pude compartir contigo esos detalles sin ninguna importancia en el fondo, pero que forman parte de la psicología masculina y el temor atávico a perder la hombría. La doctora sí se sonrió cuando le pregunté si afectaba en algo a la vida sexual. “Para nada, a no ser que quiera usted hacerse daño creando un problema en su cabeza”. Como me comentó, forma parte de lo natural en la edad de un individuo sano. Por suerte, su experiencia fue la mejor medicina para mi tranquilidad. Pero en la pregunta que formulé (me di cuenta posteriormente) estaba implícito un miedo a cercenar una vida futura. Y por ello, mi querida LU, como por tantas cosas que te diré, te pido perdón. No por egoísmo, ya lo sé, sino por ser tan fieramente humano.

Con estas ventoleras o ventoladas (como dicen en Aguilar), ¿adónde va a ir uno? Encima, he aprovechado para lavar y tender al airón y el solín de después de comer. Se me ha resuelto, pero he vigilado por si comenzaba a llover y me lo chafaba. O sea que periódico, café en casa, y repaso a suplementos culturales atrasados. ¡No sé cómo me voy a leer todo lo que tengo encima de la mesa de trabajo! Renunciando a una parte, claro, seleccionando, como todo en la vida. Sopas y sorber no puede ser. 

Tendré que conformarme y echarle paciencia y templanza, únicas virtudes para las que no estoy dotado en absoluto. No obstante, son las que más me han puesto a prueba a lo largo de mi vida. Y me he dado cuenta de que soy obstinado, tenaz, resistente y, desde luego, que no me rindo. He aguantado cuatro décadas para ser escritor casi profesional, para vivir de mis rentas con una cómoda posición, para formar intelectualmente mi opinión con muchas lecturas… Para la espera. Para esperarte. Para la esperanza.


03/11/23

Realmente han bajado las temperaturas hasta un punto en que se queda fría la casa cuando pongo al mínimo la calefacción para dormir. De madrugada me pilla un escalofrío y busco en lo alto del armario, en las cajas donde siempre guardabas el edredón de plumas. Luego compruebo que quizá es demasiado, sobra la manta, pero bien.

Y por primera vez desde hace unos cuantos meses también me visto con uno de esos dos jerseys con cuellos de niqui, y una camiseta debajo. Fueron, si mal no recuerdo, de las últimas prendas que me compraste. Porque en cuestión de ropa eras tú quien decidía, y a mí me venía de perlas no tener que pensar ni escoger nada. Confiaba en ti y en tu buen gusto. En general, tú me conoces, me adapto al estilo “sport” a diario, con alguna cosilla más de vestir para ciertas ocasiones. Me parece haber oído llamarlo hoy estilo “casual”, pero no estoy seguro. En fin, nada exigente ni tampoco despreocupado del todo (si me adapté al gusto de mi madre, imagínate…). Creo que desde que te fuiste no me he comprado más que una cazadora, con la Chiqui de consejera. Sé que me reñirías, LU, pero solo no me hallo en una tienda.

He aprovechado la mañana porque no tenía tareas y he salido para el rato de la tertulia. Me encuentro con tu hermana M. y me llevo el alegrón de la jornada: me susurra no sé qué de carrilleras (porque hablándome de comida se me nubla la mente), y después del paseo entro en el local de abajo donde para completar la semana me había dejado una cosa que, antes de meterla al frigo, la he destapado, y lo que he visto y olido me ha supuesto un esfuerzo ímprobo para no arrimar el hocico. Y ya veremos esta noche en la cena si resisto… Desde luego, lo de hoy era para mí sooolooo; por tanto, cuando ha llegado el Chico le he dejado muy clarito que ese táper ni tocarlo. Hay que hacerse fuerte.

El día ha mejorado y me he arrepentido después de salir a pata por la tarde porque podría haber cogido la de montaña. Algunas nubes negras en lontananza, pero con un solito muy rico. Hasta he barajado la posibilidad de hacer doble paseo, el segundo a caballo. De remate, he preferido subir a trabajar hacia las cinco y pico, porque me imaginaba que llegaría el Chico y le apetecería una tortilla como la rueda de un carro. Como así ha sido. Por tanto, he tenido que espabilar con el trabajo de piticlinear en la buhardilla. Lo he cogido con ritmo y con un ánimo excelente y para animarme me he puesto música de Tom Jones.

No quiero olvidar aquí las fotos con que me he entretenido al pasar por esa parcela extensa que cuidan los de Confederación y que llega hasta los cinco caños. Lo registro porque me ha asaltado al paso y me ha llenado los ojos un estilizado manzano joven, no muy alto, con una cargazón de pomas en las ramas que las hacía alabearse. Aún no se había desnudado de hojas. Y lo más extraordinario, casi mirífico, ha sido que tenía alfombrado a los pies de su tronco un desparrame de manzanas recién caídas, abandonadas, despreciadas y riquísimas de gusto (he probado una).

Y mi pensamiento se ha incendiado como si me hubiese sucedido lo que a Moisés cuando encontró una zarza ardiendo y la zarza no se consumía, tal y como cuenta la Biblia. Y el ángel de Jehová era una llama en medio…

De la misma manera, cavilaba yo, hay personas a quienes les rebosa el corazón y no pueden evitar ser magnánimas, generosas, dadivosas. Por la sencilla razón de que encuentran tal felicidad en regalar sus dones que los bajan desde la altura de la copa hasta sus plantas para que estén al alcance de quienes los necesiten. Es gente a quien yo percibo como iluminada por una misteriosa blancura. Y esa virtud es quizá de las que más me fascina y se me queda clavada cuando entra en mi interior. “Como irnos cayendo desde la piel al alma”, diría el poeta Pablo Neruda.


02/11/23

Me gusta acudir a la cita anual de los Santos. Pocas veces he faltado desde lo de mi padre. Alguna vez he contado que el cementerio es uno de los lugares donde más intensamente siento que pertenezco a una comunidad. Puesto que ser de un pueblo no es más que la suma de vivos y muertos que lo habitaron desde que uno tiene memoria. Y las pocas veces que puedo recorrer algunas de sus calles, principalmente de noche, oigo el rumor en todas las casas, incluso las vacías, animadas con sus vivos y sus muertos. La oración en torno al sacerdote en medio del camposanto, es una manera de simbolizar y trascender a lo sagrado lo que acabo de decir. Solo en ese espacio acotado y salpicado de perennes cipreses se siente bullir la tierra bajo los pies como si allí latiera el corazón comunitario del universo.

No había mucha gente en esta ocasión por el frío y la amenaza de una lluvia inminente que al final nos respetó. Había dejado mi hermano el panteón bien apañadito y unas florecillas rosadas muy aparentes. Como el tiempo me ha convertido en un ateo de hecho, ya casi soy incapaz de rezar un padrenuestro de memoria; aunque sigo respetando los efectos bienhechores de la religión en algunos creyentes. Con lo cual tengo que conformarme evocando los rostros de mis padres y mis abuelos en un minuto intenso de concentración.

Pocas veces nos paramos a hablar tú y yo sobre esto, LU. Quizá no era necesario por nuestros caracteres muy similares en dichos aspectos. Pero nunca olvidaré tu valentía encubierta cuando me preguntaste sin darle mucha importancia y en una pausa rápida de otra conversación, si te iba a incinerar. Te tomé por el hombro mientras caminábamos, te besé varias veces en la cara y al oído te susurré un “sí”. No hubo más comentario, igual que otra conversación en casa también cercana a tu final derivó en otra pregunta similar. Quise consolarte planteando una duda: que tal vez haya algo y nos volvamos a ver. “No hay nada”, contestaste sin dudar.

El comienzo de la visita ha sido el momento de abrir la casa al llegar, después de más de un año. Observo al socio que se queda parado a la puerta de la estufa, en la cocina, en la habitación de abajo (“aquí dormíamos tu madre y yo”, me recuerda con un temblor casi imperceptible en la voz). Noto su sensación de creciente extrañeza, como un animalillo que no termina de comprender por qué todo aquello parece cada vez más ajeno a él. Falta el calor y penetra el ambiente húmedo y frío que se apodera de las paredes.

Luego, en el corral, le sorprendo observando el tejado del almacén, en cuyo cumbrial un gatazo blanco está parado, estático como una talla decorativa. Y noto que ambos se miran con primitivo instinto. Como si se conocieran de años atrás. Dentro del almacén me ha dejado mi Chache una pequeña calabaza y otra gigantesca, casi de asustar. Me cuesta trabajo incluso transportarlas al maletero del coche. Pero es tan bonita, tan apetecible, que casi me parece un fruto místico de nuestra tierra.

Pasamos a visitar a mi querido amigo J. y parlamos un poco antes de emprender el regreso. Cuando nos abre su puerta comprendo la principal razón por la que Piña sigue inmarcesible en mi recuerdo y, al mismo tiempo, viva todavía en la realidad: su casa conserva la calidez contra la que no puede el paso de la historia, la hoguera intemporal del afecto. Benditos J. y A.

Llegué cansado del viaje y destemplado del frío. El documental que tenía propósito de ver no pudo engancharme ni un cuarto de hora. El calor bajo la mantita me entonó y poco antes de las once de un salto entré en la cama. No es que haya dormido, es que he descendido hasta el coma.

Esta mañana temprano me doy cuenta de que ayer no fue Día de Difuntos respecto a ti, LU. No sentí la necesidad de conmemorar tu muerte. Por eso he subido a besar la urna en mi altar particular como subía a darte los buenos días hasta tu final. No puedo desprenderme todavía de ti. Ni siento angustia por ello. Sigue conmigo todo el tiempo que quieras, pues sigo amando tu recuerdo.

Sin embargo, quiero que sepas (te prometí que nunca te mentiría, y mucho menos después de muerta) que ya no puedo quererte como hombre porque no tengo tu cuerpo y el amor humano necesita materializarse. Y te lo confieso desde la aceptación y la serenidad. Es posible que mi mente se esté preparando para encontrar otro cuerpo. Y también es cierto que en ocasiones intuyo ciertas posibilidades y podría tomar la iniciativa. Pero por desgracia ocurre que soy muy poco práctico y un sexto sentido me avisa de que no es lo que estoy buscando. O quizá es que soy muy idealista y lo que estoy buscando es: todo o nada.


31/10/23

También hemos superado este mes de tradición funesta y cruzamos airosos su puerta de salida. De un día para otro cambió de una estación tórrida a otra inverniza. Sin embargo, hemos mantenido el ánimo con buen tono y ahora toca adaptar la vida a un programa un tanto diferente. Mientras no llueva (pero con el paraguas a la chepa) habrá que salir un rato de marcha intensa después de comer aprovechando el momento templado del día. Cuando el tiempo lo consienta, montar en la burra montañera. Pero siempre sin apartarnos en exceso de techado para asegurar un retorno rápido. En fin, he metido algo más de una hora ligera con vuelta por el súper. Fenomenal de respiración y piernas. Vamos bien. Lo sé porque duermo como un santo varón.

El día había comenzado maravillosamente (subrayo la palabra), porque cuando iba a ponerme a leer llaman a la puerta y aparece una niña preciosísima disfrazada para Halloween. Antes de ir al cole me trae un trozo de bizcocho que ha hecho ella misma. Según dice. Solo el hecho ya es motivo para dar saltos de alegría hasta golpear con el cogote en el techo. Es nuestra sobrinita C. y, como yo acababa de desayunar, lo he guardado para postre de la comida. Rico, muy rico, riquííísiiimo. Ñam, ñam, ñam. Cada día me convenzo más de que un alimento es un sacramento, es decir un medio material a través del cual la divinidad entra dentro de ti y posee tu alma. Por eso también es sagrado.

Cuarta o quinta vez que me he tragado “Psicosis”, de Hitchcock. Y siempre tiene el mismo efecto hipnótico. La sencillez de la trama, la profundidad de los personajes, la música inolvidable… ¡Cómo se puede hacer algo tan perfecto en su equilibrio artístico! No obstante, hacia las once y media ya no sentía el miedo inquietante de siempre sino que abrí al boca tres veces y mis ojos se me cerraban con la sensación de estar llenos de tierra.

Como me sé el argumento, continué en la cama viendo las escenas en mi imaginación hasta no sé que momento de la peli. Pero sé que después de un par de horas me desperté momentáneamente con un pitido intermitente en un oído, del tipo de esos acúfenos molestos que pasan desapercibidos porque te acostumbras a ellos. Creo que se me quedó pegado con la famosa musiquita de suspense. El efecto habitual es como que estás oyendo chistar sin pausa, chsssss, al cual se sumó este molesto bip-bip de reloj despertador digital o ultrasonido barato con que se espanta a los perros. ¿Será que me estoy volviendo loco?, me atreví a suponer. ¡Bah! Me di media vuelta y concentré todos los poéticos pensamientos y eróticos deseos en mi “Belle Dame sans merçi”, la Bella Dama sin piedad, del poema de John Keats.

Y aquí estoy, navegando por la red y viendo traducciones, declamaciones, cuadros y hasta un cortometraje de un cineasta japonés con la historia que cuenta el susodicho poema. Cuando me canso y antes de abandonar este estudio mío poblado de quimeras, rebusco en mi biblioteca hasta que doy con la antología del poeta romántico inglés. La edición del imprescindible Chus Visor, fechada de mi mano el treinta de agosto del ochenta y tres. Cuarenta años por medio En Valladolid. Y mucho tuvo que gustarme porque el libro está forrado con plástico adherente y especial esmero. El poema figura al final: “Allí me arrulló para que durmiese… el último sueño que jamás soñé… Vi reyes pálidos y príncipes también… gritaban: la Bella Dama sin piedad te ha hecho su esclavo”. Hace cuarenta años que lo leí una y otra vez. No he cambiado ni lo más mínimo. Y bendigo a la vida porque me ha concedido la gracia de que unas pocas palabras me ahoguen de emoción y me permitan gozar con alegría de mi soledad en una tarde cualquiera. Como esta. Mientras sigo esperándote.


30/10/23

Es mucha ventaja comenzar la semana sin preocupaciones de cocina, te produce una especie de sensación de libertad. Al socio le tengo servido por unos días con la fabada gigante que preparé el sábado, y en mi caso he mendigado con éxito en las raciones de los chicos arramplando con un poco de quinoa, de pollo y de bizcocho. He parasitado mejor a la Chiqui porque se compadece más de mí (a decir verdad, el Chico también se me ha ofrecido… con la boca pequeña). Total, que haciéndome el pobrecito de carita apenada he conseguido una parte para la buchaca. Como hacen algunos perros (los galgos especialmente) que se acercan despacito al lado de un niño despistado con la merienda en la mano y se la birlan con mucho cuidadín y con la suavidad del que saca un guante de seda.

Siempre que me acuerdo de esto presenciado alguna vez en mi infancia, me viene a la memoria aquel cuadro de Picasso de su época azul, que representa justamente a un niño y un perro unidos por un afectuoso compañerismo. No recuerdo cómo lo interpreta la crítica, pero a mí se me ocurre que el trozo de pan que sostiene el crío nos está hablando de una necesidad material también compartida.

En fin, cábalas mías. Pero ¿qué guardarás dentro de la cabeza?, te extrañabas tú a veces. Pues bien, LU, podré tener una cesta muy grande en general, pero ahora mismo casi te aseguraría que el original de ese cuadro del famoso pintor lo vimos expuesto en un museo dedicado a él en París, cercano al apartamento recién estrenado de la rue du Temple donde nos alojamos la primera vez. Y lo sé porque en esa ocasión no estaban los chicos con nosotros. Estos nos acompañaron en la segunda y nos quedamos en el mismo hospedaje, que sorprendentemente nos pareció ya muy deteriorado por su uso turístico a destajo. Y encima, muy caro. Cosa que no le discutí al dueño, pero cuando nos marchamos le mangué una edición de “Los tres mosqueteros” antigua y bien bonita. ¿Te acuerdas? ¡Qué tiempos! ¿Volveremos?

No llovía después del telediario y la temperatura tampoco molestaba. Y la verdad es que estaba necesitado ya de echarme a la calle. Si no en bici, al menos un buen recorrido a paso ligero por caminos del contorno. Y me ha sentado de maravilla (casi dos horas), a pesar de que me dolía la cabeza al llegar. Por suerte, ha comenzado a llover cuando entraba en casa.

Me interesaba también inspeccionar el camino con intención de hacerlo con la de montaña, porque todavía se ven tramos con charcos grandes en algunas rutas. Esta que va por la depuradora hasta Villaescusa y volver por la salida de Villallano me gusta mucho. Saludo a la hilera de los siete chopos de tronco grueso, entre los que se encuentra el que tiene nuestros nombres grabados y una vez que cruzo bajo el puente de la autovía siento todavía en los ojos el efecto cromático de la época en que eclosiona la naturaleza, cuando en esos terrenos de siembra se combinan los verdes, morados, amarillos y rojos. ¡Cómo nos gustaba cuando lo caminábamos juntos y cuánto te extrañé en el final de la última primavera! Por el camino me llora el corazón a ratos, mientras me acerco a los pies de las Tuerces.

Al cruzar el puente nuevo construido después de unos años de riada que se llevó por delante el antiguo, por casualidad me doy de frente con mi excompañero de profesión DM que también ha salido con el mismo propósito. Decidimos continuar el resto del trayecto en yunta, charla que te charla. Hacía tiempo que no nos veíamos. Tomé contacto más cercano con él en los tiempos en que yo era concejal y él dirigía el CFIE de Aguilar. Nos caímos bien y nos amistamos sin necesidad de trato diario sino muy de ciento en viento. Pero siempre son muy agradables nuestros encuentros. Me saca diez años y está como un roble de salud. Buena persona y buena inteligencia. Tiene palabras sencillas de ánimo y de consuelo. Me llega una calma bienhechora. Nos despedimos sin demasiada ceremonia a sabiendas de que posiblemente tardemos en coincidir. Me digo a mí mismo que así es la vida que me espera: sin grandes pretensiones, consuetudinaria, paso a paso.


29/10/23

Es cierto que me trastocan el rutinario orden de mi vida de nuevo solterón (todavía me siento raro cuando tengo que decir que estoy viudo), pero me compensa mucho su estancia en casa de apenas dos días. Los hijos desde que te fuiste, LU, son así: un bullicioso y breve tránsito por el territorio que todavía consideran de su propiedad y, en consecuencia, para hacer y deshacer a su antojo. Aquí todo está a su disposición.

Y es justo lo que a uno le hace feliz, porque su partida de inmediato restablece un silencio que durante unas horas no es cómodo; después de eso, regresa la plena y plana normalidad. Lo noto más por contraste cuando coincido con los cuñados vecinos y sé que no encontrarán nunca su casa vacía aunque estén solos en ella. Es una sensación que no es fácil describir. Yo te percibo dentro a ti, claro, pero no puedo ubicarte en qué lugar preciso. Quiero creer que siempre estás junto a mí.

Se me ha hecho larguísima la noche del cambio de hora. He caído en la cuenta cuando estaba a punto de entrar en la ducha y he retornado al calorcito del nido pero no he pillado de nuevo el sueño. Para no emplear el tiempo en papar moscas mirando al techo, me he entretenido en cavilar cuatro tonterías para hacer la publicación dominical en Ínstagram y al levantarme ya he ganado ese rato para leer un poquito.

No me ha quedado otra que poner lavadoras y tender dentro. Lo bueno ha sido que hoy se había comprometido el Chico a poner un pollo asado y de esa manera me ha cundido la mañana. Despreocupado, gozo de café y periódico como un marajá. Abro una de Ribera porque están ellos aquí. Grisáceo y tristón el cielo, no me importa demasiado pues vamos a comer juntos. El pollo, divino. Experimento alegría extrema sin saber bien por qué.

Noto que mi ánimo es firme y mi esperanza sólida. Una vez y otra me repito en lo íntimo que cumpliré la promesa que te hice, LU, de cuidarlos dentro de lo posible y hasta el final de mis fuerzas. Todo lo demás en mi vida futura, dure lo que dure, es azaroso. Otros a mi edad sienten que ya tienen la vida hecha; por mi parte, las circunstancias me han llevado a comenzar un nuevo ciclo vital. Con actitud positiva, lo sensato es seguir sin prisa ni pausa; o sea, sin buscar nada con demasiada urgencia, ni esperar algo con ilimitada paciencia.

Después de una pequeña faena donde el socio a media mañana, subo a casa y veo mesa y despensa a reventar. ¿Qué ha pasado aquí? Ah, ya entiendo. Ha pasado lo de siempre, el terremoto cocinero de la tía M. con las bolsas llenas de táper. Ya la conoces, pues imagínatelo, LU. No tiene límite preparando cosas para los chicos. Incansable. Generosa. Una bendición que nos ha tocado por suerte, porque hace de la comida una mística a través de la que se entrega a sus sobrinos por el amor sin medida que te profesaba a ti como hermana. Y yo lo observo con emoción.

Lo cual no quiere decir que no me dé cuenta de la empatía y del cariño del resto de la familia, que también son muy evidentes; pero quizá cada cual regala de su corazón la parte que le permiten sus circunstancias y no es un apoyo menor saberse en todo momento rodeado y arropado por las personas que le quieren a uno. Así lo entiendo sinceramente.

Por todo ello no me canso de insistir a mis hijos que llamen y agradezcan todas estas muestras de auténtico amor. Y les propongo que busquen maneras de corresponder con actos, con hechos que demuestren esa corriente recíproca de sentimientos entre la familia. Hechos, actos, realidades materiales visibles y tangibles. Y lo digo porque yo me considero más bien un hombre de palabras (excesivas palabras), que son mucho menos valiosas pero también imprescindibles si no me equivoco. Pues bien, a mí me gustaría resumir ahora el idioma en una sola, simple y humilde palabra: gracias.


28/10/23

Finalmente, ayer a mediodía se personaron las responsables del Ceas y nos presentaron a la trabajadora que atenderá al socio y las condiciones del programa. Aparte de tareas de limpieza, lo más valioso para mí es la supervisión diaria en caso de que por cualquier razón yo tenga que faltar, que nunca va a ser un período largo. De momento. Porque más pronto que tarde es de suponer que necesitemos incorporar otros servicios. En definitiva, una buena ayuda.

Por la tarde, a la espera de los inquilinos del finde. Me gustó que volviéramos a coincidir todos. Así tengo la impresión de que en casa se nota más una grata sensación térmica (de calor humano, de cariño familiar). Me compensa con creces y estimula la rutina. Pero me quedé sin el rato que dedico a estas naderías. No importa. Un diario no es a diario.

El Chico vino con la novieta y salieron a dar una vuelta. Me propusieron una tortilla para la cena de esas de cinco patatas grandes y siete huevos; la saqué rica pero un poco sosa, porque creo que el salero no surte bien y tendré que limpiarlo y renovar el arroz.

La Chiqui venía cansada y necesitada de contar esas cosas sin mayor importancia que antes solucionaba contigo, sentadas las dos en el sofá y acurrucada contra ti. Cuestiones que tienen que ver con quien comienza una profesión y tiene que adaptarse; es decir, la necesidad de afrontar un cambio radical de vida. A todo el mundo le lleva su tiempo. Antaño, solo con estar a tu lado se le calmaba el agobio por exceso de responsabilidad. Creo que es también una característica familiar vuestra. Demasiado responsables y perfeccionistas. Por mi parte, procuré al menos escucharla y tranquilizarla. Aunque lógicamente nunca podré hacer de madre.

Y hoy después del café con periódico no me ha quedado más remedio que preparar comida para todos. Estoy crecido porque creo que me han salido unas alubias del uno y en este caso no hacía falta reconocimiento porque se veía, se olía y se gustaba. Pero me ha encantado que la Chiqui lo haya admitido sin peros.

Con este panorama meteorológico, por la tarde tampoco apetece nada salir al chocolate pendiente en Reinosa. Sin embargo, tenemos que pasar por el Mercadona y el Lidl. Me dice que no hace falta que la acompañe, pero me sucede como ayer, que no quiero que interprete que antepongo mis cosas a compartir un rato con ella. Y vuelvo a demostrarle que no me preocupa en absoluto no encender el ordenador, hoy tampoco.

Tú lo sabes de sobra, LU, que muy pocas veces rechazaba cualquier plan que significase una nueva ocasión de disfrutar juntos, por modesta que fuese. Siempre procuré que los hijos nos viesen a los dos asistir a sus experiencias y vivencias. Incluso si no me suscitaban ni un mínimo interés, como cuando el Chico jugaba a baloncesto. Sentados entre el público en la grada, él nos buscaba con la vista cuando metía una canasta y terminó dándose cuenta de que yo estaba leyendo el periódico y levantaba los brazos solo porque oía celebrarlo a la hinchada. Su padre era una presencia. En el viaje de vuelta apenas sabía quién había ganado y jamás el resultado del marcador. Pero figuraba formalmente con los demás matrimonios forofos que coreaban la victoria final: es decir,  siempre presentes su madre (y su padre).

Habíamos comprado algo de pescado y la Chiqui lo iba a preparar. Estaba convencido de que lo bordaría. Efectivamente, antes de las nueve y antes de publicar estas notas me llama "à table". ¡Qué maravilla! ¡Qué fácil es todo cuando nace de las manos del amor! Nos chupamos los dedos. Friego. A las diez en punto sin falta me ha convocado en la sala para ver una película de la que hemos hablado y estamos de acuerdo en algo: es una preciosa historia de amor apasionado que seduce, más que nada, por sus silencios, por las miradas, por lo sobrentendido; en definitiva, por lo que no puede ser, pero es. Basada en la novela de Jane Austen, del director Joe Wright. Se titula “Orgullo y prejuicio”, de 2005. 


26/10/23

Uf. No he visto un amanecer más desfallecido de luz, molesto de lluvias (aunque bienvenidas sean) y estropeado de planes. Para colmo los cuñados vecinos me avisan recién despierto de que tenemos el garaje inundado. Vale. Cojonudo. Y comienzo a pensar que va a ser un día de perros… Pero no. Hay golpes del azar que en unos segundos ponen todo patas arriba. Y mientras desayuno me entran en el móvil dos noticias que cambian el rumbo y el ánimo ciento ochenta grados.

Primero, que me llega el aviso de nómina. Segundo, que de las cocinas del Gran Hotel “Marcarmon” (cinco estrellas) llega envío de plato principal y postre, que al destapar el material casi me hace abalanzarme sobre ello a bocajarro. ¡Dios qué pinta más buena! Me va a costar aguantar los dientes en la boca hasta la hora de comer. Pero merecerá la pena. Y mucho.

Como novedad, la repostería es un bizcocho. Y ya sabes, LU, que teníamos una pelea permanente con este asunto cuando tú, muy de tarde en tarde, te ponías a ello. Por alguna razón especial no terminaba de salirte bien. Te enfadabas desde el primer intento, porque te dije la verdad; aunque cometí el error de compararlo con el que te solía regalar tu amiga IR (ya lo conté en este diario). Yo me sonreía y te llevaban los demonios. Es más, se te notaba muchísimo la cara de mala leche. “Dime la verdad”, me forzabas. “Bueno, no está mal…”, apuntaba yo para disimular. E inmediatamente saltabas: “Déjalo que ya me lo como yo. No te preocupes”. Yo tenía que volver la cara para que no me vieses los ojos pícaros. Y así hasta que pasaba bastante tiempo, no te rendías y reintentabas a ver… Bueno, corazón, tengo que decirte que también este de hoy es muy superior al que hacías tú. Siento ser tan sincero de nuevo. Pero que estés en el cielo no te exime de mi objetividad. Sigue practicando allí. Y reconoce que a ti te salían mejor otras muchas cosas. Además, sin problema, porque yo como hormigón si me lo ponen. Ya sabes.

Después de la tertulia he tenido que acompañar al socio a vacunarse y hemos recibido la visita de los servicios sociales en casa para colocarle y explicarnos el funcionamiento del dispositivo de aviso remoto. Es un sistema muy sencillo pero que proporciona gran seguridad. Como una medalla algo más grande que va colgada al cuello y se acciona pulsando un botón. Simplemente. Es solo para el domicilio, pero también nos han solicitado otra móvil para cuando se encuentre fuera. Bien. Me da tranquilidad.

Tampoco hoy he salido a pasear. Estaba horroroso. Unos pequeños recados en el súper y me he encerrado con la lectura en la cámara acorazada. Por otra parte, he venido acusando desde que me levanté una sensación de calor en la frente, apenas molesto, pero sin duda debido a la mínima reacción de las vacunas. Como otras veces, un paracetamol.

Antes de ponerme a trabajar actualizo la lista de novedades narrativas de los últimos suplementos. Ya me salen más de cincuenta títulos y todavía faltan dos meses para concluir el año. Va a ser muy difícil llegar a la mayoría, pero sigo leyendo regularmente, a buen ritmo, pero no todo el tiempo que quisiera. Me ha cambiado la vida y tengo que aceptar que es así. Por eso también agradezco tanto cada ayuda cariñosa que me llega de fuera.

Dedico un rato al Ínstagran de la periodista y escritora CF. Es una todoterreno, combativa y a veces agresiva en sus planteamientos. Pero es muy sincera y desinteresada. Eso me llama la atención. Pero si me he parado hoy ha sido porque hacía una comunicación sobre la importancia de dar apoyo a todas las acciones y manifestaciones públicas contra el cáncer. Alegaba que hay gente que lo critica porque siempre se ven las mismas caras famosas (hablamos de repercusión nacional) y porque a veces suena a postureo. Terminaba diciendo que gracias a ello, al menos, se han superado los tiempos de estigma social, y se ha conseguido la visibilidad, o sea, la normalización de la enfermedad.

Yo sé de sobra lo que pensabas tú de esto, LU. Claro que comprendías que era muy importante la lucha colectiva y reivindicativa de una mayor investigación y de mejores condiciones para los enfermos. Pero sin caer nunca en la banalidad del espectáculo público, en la exhibición de falsa fortaleza de las afectadas y, en definitiva, en formas de ocultamiento hipócrita de la tragedia íntima del mal.

Y esta tragedia, dicho en plata, no es otra cosa que la destrucción progresiva del cuerpo y, lo que es más terrible, la aniquilación del espíritu: sentimientos, emociones, deseos, esperanzas… Como nos sucedió a nosotros y fuimos conscientes. A pesar de ello, diste la cara y peleaste con valentía hasta el último aliento. ¡Qué orgulloso estoy de ti! Y te aseguro que no fue en balde, porque si perdí también contigo todo eso que acabo de mentar, sin embargo me ha servido para creer todavía un poco en la grandeza del ser humano. Por ti. Y por ti voy a intentar recuperarlo.


25/10/23

Me pinchan las dos vacunas y descuido. Yo en estos asuntos tengo muy pocas dudas de tipo negacionista. No he conocido a uno solo que apunte en este sentido de quien previamente no tuviera un concepto, como mínimo, de raro. Lo digo porque me he encontrado de camino a un amiguete que me confiesa que se puso las dos primeras y que ninguna más. ¿Por? Porque nos engañan, me dice con ojos muy abiertos. Pues bueno, pues vale. Pero mientras regreso a casa me pregunto qué tendrá un tío en la cabeza para razonar de esta manera. Una cosa es ser un poco friki y otra tener el coco averiado.

Visto lo visto, la semana no va a dar más de sí. Es muy evidente en los velux, que filtran una luz fría y descompuesta en miles de gotas que tiemblan flotantes toda la tarde. De vez en cuando, alguna se descuelga hacia abajo como un corto reguero. O como una lágrima sin sentimiento.

Me reñirías si estuvieras aquí, lo sé. Enredo después de las noticias porque no sé en qué dar hasta que se me ocurre ordenar el trastero de la sala. He colocado allí el papel de regalo que utilizó el chaval este fin y que, por supuesto, lo ha dejado olvidado en una esquina de su habitación.

Creo que es la tercera vez desde que no estás que entro a bucear en ese embudo bajo la escalera. Respeto sin tocarla tu bolsa de deporte con el equipo de pádel colgada de la pared. La pala sobresale como quien saca el cuello bajo el agua para poder respirar; o mejor, como quien extiende un brazo cuando comprende que finalmente se hunde, se despide, se ahoga. En cambio, reviso el casco de la bicicleta en cuya concavidad reposan tus guantes (mitones) y tus gafas. Creo que utilizaré estas últimas nada más. Los guantes míos están hechos polvo y, aunque compruebo que estos tuyos me servirían, son de color rosa y no me van. Todo lo tuyo era de color rosa… Como lo era nuestra vida mientras no apareció el gris de enfermedad y, finalmente, el negro de luto. Saco el cuerpo inclinado de dentro del trastero y me digo que cuidado, que me estoy metiendo en una trampa, en mi propia trampa.

He completado el tiempo hasta sentarme a la labor con otra operación que me ha traído recuerdos más bonitos. He ordenado una estantería con libros de la Chiqui y allí me he topado con las dos recopilaciones de cuentos que publicaba la diputación con los ganadores del concurso anual de narración deportiva. Nuestra niña tuvo premio dos ediciones consecutivas, ¿verdad?, hace ya una docena de años. Entre sus páginas, la noticia en el periódico y la foto…

Que no era solo el premio sino la tarde que asistimos a la entrega en el centro cultural de la capital, el paseo posterior por la zona celebrándolo con unas tapas y un vino. Casi te diría el abrigo que llevabas puesto y que todavía veo a diario. Y tú ibas en medio de los dos, LU, agarrada de mi brazo y del de la niña, con un orgullo y una alegría en los ojos que no se me ha olvidado todavía. Sin necesidad de hablar, pero que a mí me parecía que ibas pensando que aquel triunfo era porque salía a su padre… Y los tres, seguramente, nos creíamos plenamente dichosos. A pesar de los pesares. Porque la realidad estaba fuera de nosotros y nos observaba impasible. Implacable.

Lo que no recuerdo es cuándo fue la primera vez que tomamos un chocolate con churros en esa cafetería de la plaza de correos. Desde luego, la última ha sido también con la niña y no hace tanto. Un día que fuimos porque yo participaba en una charla poética en la biblioteca y ella quiso acompañarme. Viene también este finde y he pensado proponérselo, pero en Reinosa, en la cafetería donde ella solía ir contigo. En la Bámbola.

El resto de la tarde lo he echado en cavilaciones, búsquedas y tejemanejes literarios. Hasta que he terminado revolviendo mi biblioteca para comprobar la repercusión que tuvo el Quijote en el momento de su publicación y verificar la idea de que fueron los ingleses los primeros que le dieron difusión por toda Europa. Aquí estuvimos mucho tiempo considerándolo un libro muy chistoso.

En fin, estas cosas y otras parecidas pueden surgirme cuando me estoy afeitando, por ejemplo, o porque he leído algo que me ha llevado a establecer alguna relación curiosa, o porque trato de localizar alguna cuestión técnica que me interesa para mi escritura. Cosas así. Incluida la recitación frente al espejo del baño de algún poema que me viene a la mente en ese instante y no quiero por nada del mundo que se me olvide. El caso es que necesito declamarlo o recitarlo en voz alta. El último ha sido ese de Lope de Vega que comienza: “Que tengo yo que mi amistad procuras…” Me temo que en alguna ocasión estén oyéndolo al otro lado de la pared mis vecinos y cuñados… Y es posible que piensen: “Este es tonto o está loco”. Las dos cosas son medio ciertas. Pero en el sentido cervantino…

En fin, el resto de mi tiempo invento, escribo, corrijo. Vivo rodeado y abrumado de letra escrita. Busco mundos un poco mejores. Sueño despierto más de lo que me conviene. Pero me siento vivo con mis afanes y proyectos. No sé si serán cosas útiles para los demás. Desde luego, me suponen varias horas de trabajo cada día, y soy todo lo contrario del jubilado que pierde el tiempo en internet buscando páginas de citas o de porno. Mi ideal de mujer: sencilla. Eso sí, en cualquier momento estoy dispuesto a levantarme del asiento y acudir como un perro fiel y agradecido ante una mesa donde compartir un alimento corriente pero rico. Y una buena compañía.


24/10/23

Con razón lo llaman calabobos. Después de la tertulia matutina intento un pequeño garbeo y compruebo que con paraguas y todo se cala uno de cintura para abajo. No merece la pena. Y la tarde, como me suponía, se ha puesto mucho peor. O sea, quieto en la hura. Sigo con la cabeza algo relocha, pero seguro que es del cambio de tiempo y del cambio de hábito por no salir a oxigenarme.

Eso sí, anoche la peli me hizo reír como hacía tiempo… En cualquier caso, me morí nada más entrar en el sobre. Razones: he cambiado en la ensalada de la cena el melón por manzana (menos agua), y he metido otra capa de ropa de cama (más calorcito).

Oye, LU, tenías que ver cómo se ha puesto de guapo el cactus de navidad que dejaste en mi estudio. Echa unas flores rosirrojas bien bonitas que salen en botones apuntados del mismo extremo de las hojas. Bueno, en realidad he conservado las tres macetas, una de las cuales también cría unas florecinas muy delicadas en un tallo tan largo que casi llega al velux.  Da gloria verlo. Y pensabas que era un manazas, ¿eh? Esto es arte, paisana.

O sea que me ha cundido el tiempo por fuerza. A primera hora he podido hacer un puré de una estrella Michelín. Cuando ha llegado MA para la limpieza no he podido por menos de enseñárselo… No ha querido probarlo, una pena. El caso es que son tres días despreocupado de olla (la exprés y la de encima de los hombros).

Y después de comer, mientras veía TEM, me he quitado de encima un montón de ropa que había quedado pendiente de plancha. Este suele ser un truco del chaval. Lo deja de una semana para otra y sabe que al final pico el cebo porque no aguanto ver la labor pendiente. Inmediatamente, subo al tajo. Me interrumpen con el guas, pero hay gente que me da alegría. Me he puesto contento porque mi chavalita me dice que va a llamarme esta noche.

Garabateo algunas notas a mano en el cuaderno chino. Hace tiempo que estoy un tanto nervioso porque doy vueltas a una idea novelesca y no encaja, no cuaja. Entreveo al protagonista, un hombre que se encuentra con un amigo que vive lejos y a quien hace mucho tiempo que no veía. Pero sus respectivas familias llegaron a conocerse en otra época. En un momento de la breve conversación, este amigo reaparecido comenta que por feliz casualidad acaba de saludar hace un rato en la calle a la esposa del otro. Solo que la esposa de nuestro protagonista murió hace más de un año…

He visto por lo menos un par de películas clásicas sobre este asunto del doble: “Vértigo”, de Hitchcock; o “Fascinación”, de Brian de Palma. La obsesión llevada al extremo por recuperar lo amado y perdido me interesa mucho. Pero no como enfermiza necesidad de volver a tener lo mismo, sino como doloroso aprendizaje de que cada ser es distinto y único; y en consecuencia solo se puede ser feliz abandonando un sentimiento y aceptando otro nuevo.

A esto habría que darle una intriga, como en las dos obras citadas arriba. Pero de entrada no surge la chispa, la magia, la estructura simbólica en la que puede materializarse lo que tienes en la mente de manera confusa y vas descubriendo entre la niebla. Y este camino es incómodo y le pone a uno de mal humor. Porque la literatura no es lo que parece: no se escribe para decir lo que se piensa, sino que se descubre lo que se piensa escribiendo… En fin, un lío. Cosa de frikis.


23/10/23

He podido leer a gusto por la mañana, antes y después de acompañar al socio a la cura prevista con la enfermera. Ya no tiene que volver y las heridas superficiales se las limpiaré yo con Betadine. Nada más. Por lo menos no llama tanto la atención con el vendaje. Curiosamente, mientras volvíamos del centro médico en el coche, me comenta que ya puede orinar sin ningún problema porque ha expulsado una pequeña piedra; incluso la ha oído tintinear en la taza del servicio. Me quedo pasmado, pues no se ha quejado lo más mínimo y ese proceso en el riñón tengo entendido que suele ser doloroso (tendré que preguntarle a mi mediquilla particular). No hay quien lo entienda, pero le digo que bien, que perfecto.

Eso sí, está envejeciendo y entorpeciéndose, lógico. Lo pienso y me parece mentira que hayamos terminado siendo compañeros de final de viaje. Quién lo iba a decir… Y miro con nostalgia la foto enmarcada sobre el mueble de su sala en la que me tiene en brazos, él con diecisiete años y yo con unos cuatro meses de edad. ¡Vaya par de socios! ¡Hay que joderse!

No hacía malo, pero desde después de comer he notado que me dolía la cabeza. Sé que los cambios a mí me pillan muy fácilmente, antes creía que por mi fragilidad y ahora sé que es por mi descuido. Hasta ayer no he puesto el edredón, y me valía con la sábana y a ratos tiraba de la manta. He notado frío al amanecer. Y me pone de mala leche porque estoy pendiente de la vacuna. A ver, de una vez. No se me ha pasado ni con un paracetamol.

Por lo tanto, he dejado el plan de hacer un paseo largo hasta el embarcadero, a la roca de Gallo Malo, que hace muchísimo tiempo que no visito y me trae también recuerdos agridulces. Ya iré un día de estos. Allí escribí algún cuaderno hace ya años, cuando me escondía a solas con lo que consideraba consecuencias de una crisis radical en mi vida. Me llegué a sentir en cierto modo enfermo y además culpable. Dudaba de lo que pensaba, sentía y deseaba. Desde tu muerte, LU, me he dado cuenta de que estuve equivocado. Hoy me encuentro cada día más sereno, sano y lúcido. Y en el fondo no he cambiado. Luego es de verdad.

Como tenía la cabeza tan cargada y cierto malestar, me he conformado con un paseíto y vuelta a casa después de la compra en el súper. Pero cuando estoy de esa manera, un poco flojo físicamente, me siento vulnerable. Sé que lo mejor sería tomarme un vaso de leche bien caliente con miel y un chorrito de coñac, y meterme en la cama hasta mañana. Y olvidarme de cualquier trabajo intelectual por hoy. Sin embargo, me resisto… Es uno de mis demonios: tengo miedo a ponerme enfermo y estar solo. Sí, racionalmente lo entiendo de sobra, sé que no me pasa nada, un resfriado como mucho…

Me acuerdo, LU, que te burlabas con una sonrisa a la puerta de la habitación las poquísimas veces que no pude levantarme, sobre todo, por gripe. Me adormilaba a ratos y cuando volvía a desvelarme escuchaba atentamente y te llamaba si no te oía por casa. Entonces es cuando decías: “No valéis para nada…” Y era totalmente cierto, al menos en mi caso. Las contadas ocasiones en que me pilló algo así antes de casarme, en la mili, o trabajando en Cabezón, es decir, viviendo solo, las recuerdo con toda nitidez. Es más, me sucede como si estuviese expuesto a la agresión física de un enemigo y no pudiera responder con la fuerza… Y esta impresión es tan vívida que en algún caso he llegado a soñar que se me caían los dientes. Prueba clara de que experimento que tengo anulado mi instinto animal de defensa del pellejo.

En resumen, he buscado un plan alternativo. He encendido el equipo de música a medio volumen en la sala. He abierto las cortinas totalmente y me he tumbado en el sofá bien tapadito, observando un cielo de brochazos cenicientos y rachas lluviosas. He puesto una sinfonía de Tschaikowsky, la número seis, la “Patética” (muy acorde el nombre con mi pinta). Cuarenta y cinco minutos. Concentrado tan ricamente, aunque la chinostra me retumbaba un poquito. Pero ha llegado un momentín de felicidad, ha despejado brevemente, y un sol de regalo ha iluminado los dos cuadros en la pared que me regaló mi amigo JAP. Médico, pintor, señorito rico y guapo. También murió, LU. Un año antes que tú, ¿verdad? Estuvimos en Gijón a darle el último adiós. Sin embargo, lo he tomado como un milagro más de los vuestros. De los seres luminosos que flotáis como pequeñas centellas alrededor de los que os recordamos. Y me ha entrado en el pecho una paz bonita y llena de esperanza. Me he levantado y me he puesto a mis tareas. Con la ilusión de ver esta noche una muy famosa de Jerry Lewis, “El profesor chiflado”. Y si se me ha pasado la jaqueca, hasta es posible que me coma una bolsa de patatas fritas con una cocacola. Como un hombre hecho y derecho.


22/10/23

Empleo un rato bien largo en el periódico por el interés que me suscita el conflicto Israel/Palestina. Y menos en la política de aquí, que ya termina abrumándome de puro cansina. Digo solo que hasta principios de este mes todo lo ocupaba la guerra Rusia/Ucrania y hoy da la impresión de que ha desaparecido o concluido. Para que se vea la fuerza que tiene el foco mediático: lo que es centro de la noticia, existe; lo otro, menos o nada.

Espero más allá de las dos a que este satélite que me suele visitar algunos findes se digne levantarse para comer juntos. Veo que va a ser que no, así que ni siquiera me molesta. Como a solas y le dejo preparado el pesebre para que compruebe que ya no me inmuto. Pero constato después que ha repetido del cocido de ayer y no se ha percatado de la tercera y última ración de calabacín tres estrellas que tengo medio escondida al fondo del frigo. Se lo comento después de que ha terminado y por dentro me alegro porque mañana me la voy a ventilar como un marqués. Pa la buchaca.

La recuperación física es óptima. Es increíble, no acuso ni mijita en las patas y eso quiere decir que el programa continuo de hidratación funciona. Mañana, si el tiempo se mantiene, cojo la borrica gorda y lenta de LU, la de monte. Y a los caminos. A ver si ya están secos.

Me largo a los buses a tomar un colacao y dar matarile al papel. Ya me ha advertido mi amigo DH, el gitanito, que hace días que me echa de menos. Que no le falle. Es listo como una ardilla, el tío. Sabe que algo le aporto al negocio con mi visita, no solo por lo que gasto… Y eso quiere decir que es inteligente y vale para el negocio.

Vuelvo a casa para despedir al chico antes de que salga hacia Pucela. Me siento orgulloso cuando le observo por la mirilla esperando el ascensor, con la bolsa de viaje, paciente y a la espera. Un hombrecillo de provecho, LU. Te fuiste pero me dejaste dos razones vitales para continuar. Nuestra mejor obra. Una obra de amor. Juntos.

También llega su abuela C., que andaba en casa de tu hermana J., a tiempo para despedirle. Luego charlo con ella un ratín. Procuramos bordear las heridas todavía muy abiertas… Observo su cariño que sin palabras quiere prestarme un poco de consuelo. Tan solo me comenta la soledad que se siente cuando cae el día y se cierra la puerta de casa… Es curioso que con mis hijos sea con quienes más fácil me resulta dominar mis sentimientos y no mostrarme abatido; pero con tu madre, LU, es con la persona que tengo que hacer un esfuerzo máximo para no romperme. Cuando se marcha y cierra la puerta, dos lagrimones como uvas resbalan por mi cara. Estaban contenidos detrás de mis ojos, aguantándose.

Ponerme en acción es mi recurso mejor, me aparta de caer en un bucle de tristeza. Recojo toda la ropa del tendedero hasta distraer mis pensamientos. Separo lo de cada cual y llevo donde la Chiqui una camiseta que creo que era tuya y tiene una imprimación significativa: Registered, dice en inglés. Pero mi entendimiento ha creído leer: Resistiré. Porque, en efecto, podría haber sido perfectamente tu lema.

Brujuleo por el Spoti en algo de mi música española de los 60/70. Me topo con temas que me han gustado toda la vida. El problema, sin embargo, está en que si pincho “Los Bravos” no me convence mucho más que el “Black is black”; o si pico en “Módulos”, igual, casi lo único es “Todo tiene su fin”, una canción de desamor bellísima. Desde luego, bastante más moderna que alguna inglesa de aquellos tiempos, como “Dalila”, de Tom Jones, magnífica pero con una letra que en nuestra actualidad tan políticamente correcta asustaría. Estoy seguro.

Y enseguida me pongo a escribir. Escribo y escribo. Como si se tratase de la salvación de Sherezade, la narradora de “Las mil y una noches”, que dejará en suspenso la continuación nocturna de su cuento para retomarla al día siguiente, pues eso evitará que el sultán la decapite como venía haciéndolo con otras tres mil concubinas anteriores. Así hasta la noche mil y una, en que definitivamente seducido la convierte en su legítima esposa…

Como se puede apreciar, se trata de una preciosa fábula oriental sobre el poder de la imaginación y sobre la capacidad de la literatura para mantenernos con vida. Un día y otro día. Una noche y otra noche. Hasta consumir los calendarios de la propia existencia. De estos materiales he querido yo construir mis sueños y compartirlos toda una vida contigo. Hasta que la vida quiso.


21/10/23

Había quedado con el chaval en salir con la bici si se le estropeaba el plan de monte con los amigos. No me lo llego a creer del todo porque le conozco, pero le digo que bueno, que vale. No sé a qué hora se habrá acostado esta noche, el caso es que hacia media mañana todavía no era persona. A las dos se ha sentado a la mesa recién despierto para un cocidaco fenomenal. En esto sí que ha cumplido bien, al completo, con total entrega… Lo ha bordado.

Y tampoco por la tarde le petaba un paseo a pata limpia. ¿Por?, le pregunto. “Porque estoy bien aquí (en el sofá), descansando”. Ah, bueno, si  es por una razón tan convincente, me piro solo. Vuelvo a la ruta de Villaescusa que interrumpí ayer, y cuando ya me acercaba al paso bajo la autovía y tiraba unas fotos al caserío hundido, me llama mi hermano. Otra vez, atrás, Mora.

Le digo que me espere que en veinte minutos estoy en casa, aunque luego he tardado más. No había calculado la distancia. Mon quería ver por el videoguasap la pinta del socio. Le ha bajado bastante la inflamación, pero está amoratado todavía y parece cualquier cosa con vendas tan anchas. En cambio, por fortuna, las heridas son rasguños y no tiene dolores. A ver si podemos ir a Piña el próximo día de Difuntos. Ya en casa, charlamos un buen rato de nuestras cosillas y quedamos para el día mentado.

Es una pena porque he tenido que dejar para otra tarde con esta luz otoñal unas fotos a los chopos que bordean el camino, algunos de ellos de los más antiguos y gruesos de tronco de los contornos y especialmente bellos los de la alameda inmediatamente antes de llegar al puente sobre el Pisuerga, ya en la entrada al pequeño pueblo. Allí paseamos años atrás nosotros, LU: tú echándole paciencia a mis locuras; yo empeñado en sorprender en un pequeño vídeo la caída de hojas, pero con la luz exacta, amarilla, mortecina, veneciana...

Nunca lo he conseguido, pero este año estoy acérrimo en ello. La razón es que sería maravilloso sorprender ese momento casi de pintura impresionista en uno de los chopos majestuosos, al llegar a la depuradora, en el que se ve grabado en su enorme tronco lo siguiente: JxL. Se conoce que por allí pasan adolescentes o gente joven que deja su mensaje sentimental. Hay toda una hilera de ellos con iniciales de parejas de enamorados. La casualidad (o un milagro tuyo) me ha permitido darme cuenta y voy a verlo con frecuencia. También como un adolescente… abandonado de ti. Y no puedo por menos de recordar los versos del pobre Machado: “…tienen en sus cortezas/ grabadas iniciales que son nombres/ de enamorados, cifras que son fechas/… álamos del amor cerca del agua…/ conmigo vais, mi corazón os lleva”.

Me recojo en mi refugio bajo tejado. No sé si huyo. Quiero pensar que también el frío encoge el ánimo y produce congoja. Primer día que enciendo la calefacción porque la bajada de grados ha sido brutal en nada de tiempo. Tiendo a descuidarme de abrigo en casa y no quiero catarros ahora que ya tengo cita para vacunarme la próxima semana.

Intento como sea evitar pensamientos negativos respecto a ti, LU. Pero hay momentos en que me aterroriza perderte casi más que cuando estabas ya en la recta final. Ayer mismo mi hermano me recordó la fecha de la muerte de mi padre, ¡hace ya quince años! Sinceramente, no caí en la cuenta en todo el día y reparé en que pienso más a menudo en mi suegro, quizá por la cercanía de su muerte. Esa es la crueldad del paso imperdonable del tiempo. Y ese es mi terror también contigo, LU: que algún día pueda olvidar tu cara y tu voz y las fechas de tu vida, para incorporar a la mía esas mismas circunstancias pero de alguien a quien podría querer tanto como a ti.

Y lo más incomprensible de todo es que intuyo cómo te alegrarías en el fondo. Por mí. Por el amor inmenso que me tuviste. Lo sé. Porque siempre me echaste en cara con cariñosa envidia la buena estrella que a mí me había acompañado durante toda mi vida. Y me señalabas mi suerte en las tres cosas de la canción: salud, dinero y amor. Yo te replicaba que para mí lo ideal eran salud, amor y talento. Pues bien, a pesar de tu muerte, me cuesta decirte y me da un poco de pudor reconocer que sigo pensando lo mismo. Que me consideraría muy afortunado si se cumplieran esas tres cosas: subsistir hasta que mis hijos se hayan independizado por completo, compartir la vida con alguien a quien querer de verdad y escribir una obra definitiva. Por ese orden de prioridades. Ojalá sea así. Y te pido, dondequiera que estés, con todos mis miedos al futuro y este grito de palabras en la noche: ¡Ayúdame!¡Ayúdame! ¡Ayúdame!


20/10/23

Está amaneciendo y me entretengo en recoger algunas de mis cosas en la habitación del chaval porque va a venir esta tarde. Soy así de maniático. Leo ahí cuando necesito concentración absoluta porque esa mesa me resulta la más cómoda para ello; leo el periódico en la salita de arriba, bajo el velux y apoyados los pies en el escabel que me preparó tu padre; escribo en el ordenador de mi estudio; y leo también junto al ventanal de la sala de abajo, sobre todo en las mañanas invernales. Ocupo toda la casa porque ahora está entera a mi disposición. Excepto donde la niña, que antes también invadía a ratos, pero ahora me lo tiene prohibido. Leo siempre, a ser posible, en atril (menos el periódico, claro). Tengo media docena porque de eso se ocupó también mi inolvidable suegro.

Como decía, levanto con el mando la persiana del velux donde el chaval y de pronto me fijo en un haz de luz que incide exactamente en la mesa de trabajo y en concreto sobre un portafotos en el que estáis los dos. Tienes la edad aproximada de tu hermana J. en este momento, porque la fecha dice diecinueve del nueve del diecinueve (fecha redonda: ¿qué celebrábamos entonces?). El chico te abraza por el hombro, con la corbata suelta y la sonrisa tímida. Y tú estás elegantísima, con un vestido que llevaba por los hombros una especie de estola y un lazo en la cintura, ambos rojos. Sonríes y se te transparenta el alma. Estás tan preciosa…

Me volvía loco mirarte y tenía que disimular, eso es lo cierto. Pero tú lo sabías porque me conocías: soy tan friqui que necesito alimentar constantemente mis ojos con lo que amo y cuanto más intensamente me fijo más se acrecienta la belleza de lo amado. Acabo de dejarlo en puntos suspensivos hace un instante en el párrafo anterior: Estás tan preciosa que me pareces sobrenatural. Es como si estuviera ante una aparición que pertenece a otro mundo. Espero y deseo que ese mundo sea donde ahora estás. Para toda la eternidad.

Una pausa curiosa. Alguna vez me han preguntado algunos amigos (la última, no hace mucho, mi amigo Tt.) de dónde nace este caudal inagotable de palabras… No hay secreto, sale solo, natural, sin forzar. Yo no necesito más que pensar en qué momentos del día se ha producido un movimiento de temblor en mi vida y si mi alma lo ha registrado. Como en un sismógrafo. Eso me da la pista, de eso es de lo que debo escribir. Ese es el criterio de selección. Ese es un hecho, sin duda, esencial en mí. Tantas cuantas veces mi corazón exulta o gime, todas es porque estoy hablando de lo que amo. Como se dice en la Biblia: “Ex abundantia cordis os loquitur”. De la abundancia del corazón habla la boca. Y una última cuestión: ¿Podría escribir mucho más? Sí, casi interminablemente si me dejara llevar. Cierro paréntesis.

Se aclara la tarde y salgo casi recién terminado el telediario. Tenía prevista la ruta de Villaescusa, pero en la depuradora se me cruza un pensamiento y determino volver sobre mis pasos. Ha salido un solito prometedor y recuerdo que tenía pendiente una visita a mis antiguos dominios de setas. Hace tanto que no salgo que me estimula también volver a sentir el gusanillo recolector. Otra cosa de la que había desistido por dejadez y desencanto.

Ya tenía preparados algunos bártulos de días anteriores. Mi cuñado I. había dejado recogidas las cestas que utilizaba Santos y un par de machetes temerosos para la temporada de setas. Una de esas cestas y un cuchillo los voy a heredar yo con permiso de los hijos, ¿vale, LU? Aunque tengo un par de navajas Opinel divinas, me hace ilusión llevar lo de tu padre.

He tirado para el monte de S., hacia algunos setales que me enseñó el abuelo A. casi al comienzo de casarnos. Allí he pillado yo algunos años un filón de plateras, por ejemplo. Digo, vamos para allá, pumba. A ver si es posible con un poco de suerte corresponder con unas buenas de cardo a quienes me han regalado a mí. Iba ya con los ojos dilatados. Pues… ¡qué decepción, amiguetes! Na de na de na. Cuatro senderuelas como botoncines o pezoncitos. Más nada. Ya se sabe, esto podrá gustar a principiantes, pero a mí me china. Habrá que insistir… Lo malo es que me da que lo han andado, aunque no he visto roderas de coches ni restos de cortes. Han estado allí. Me juego algo. Lo huelo. Para esto yo tengo napia de Cyrano y fato de perro.

Mientras escribo, me contesta JMP a un guas que le puse a media mañana. Ha publicado toda una página en EP (suplemento El viajero) con un cómic maravilloso, simpático y muy comprometido con nuestra tierra palentina, titulado “Osos y románico”. Me ha parecido ejemplar, un toque de genio sin paliativos. Me dice que es un trabajo en colaboración con su hija Elisa.

Desde luego, lo que este gran hombre hace por su pueblo y su gente no tiene parangón y es impagable. La historia lo reconocerá. Vive pensando en proyectos constantes para revitalizar este territorio. Me consta. Desde todos los ángulos, por ejemplo, en su última novela sobre el Beato de Liébana. ¡Cómo se emocionaba este verano en el Calero cuando me lo contaba! ¡Cuánto te quería a ti, LU! ¡Cómo se identificaba con nosotros! Éramos un símbolo para él, tal y como lo relató el día de la presentación de mi novela en el Monasterio… ¡Qué bello lo que dijo! El monasterio se rehabilitó para que un profesor de literatura (enseñanza) y una trabajadora de la Fundación (patrimonio), se conocieran y vivieran su historia de amor.

¿Lo ves? Otra fábula más en la que hemos sido protagonistas. Gracias a ti, claro, que desde que te conocí conseguiste que brillase una aureola alrededor de nosotros. Esto fue bien patente el día que nos casamos. Tú eras una starlet a la altura de Meryl Streep. Yo no era más que un tío que estaba al lado con un clavel en la solapa; o sea, un comparsa necesario para las fotos de boda.

Intentaré ver la Sexta columna después de cenar. Un programa sobre Israel y Palestina. Por supuesto, todos estos aspectos sociales y políticos siguen interesándome muchísimo (máxime, la política nacional); pero prometí que no formarían parte de esta sección del diario. Y lo voy cumpliendo, ¿no?

Como es lógico, mi vida no se reduce a lo que escribo a diario, que no es solo lo que aparece en estas líneas. Me llaman la atención muchas más cosas, casi excesivas y que me hacen estar pendiente y hasta inquieto por no poder abarcar todas al mismo tiempo. Cuestiones laborales, reflexiones de carácter existencial, el microcosmos de mi pueblo y de mi infancia, la trayectoria presente y futura de mis hijos… A mí, con sinceridad, me interesa casi todo, incluidas algunas cuestiones de negocios (aunque no lo parezca, ¿verdad?). Pues me gustaría, qué te diría yo, invertir algo en letras del tesoro… ya ves tú. En definitiva, tengo vida, como es normal, un poco más allá de estas líneas diarias. Pero como género literario, estas prosas intentan atenerse a una parte muy personal mía, incluso íntima, quizá a lo más verdadero y valioso que hay en mí. Si es que lo hay. Tendrán que decirlo los demás. Yo acepto todas las opiniones, menos que alguien dijera que soy un vago, que para mí es el insulto máximo. Eso no lo soportaría.


19/10/23

No apetecía pero nada de nada salir hoy. Curiosamente, al menos para mí, la lluvia sin ventarrón apenas es molesta. Abrigado y con paraguas, siempre me ha producido un agradable recogimiento interior. El culmen de esto lo experimenté las dos veces del Camino de Santiago: la marcha silenciosa escuchando simultáneamente el repiqueteo de las gotas en el impermeable y el efecto de grava triturada tras los pasos. Tiene algo de mágico. Fui la primera vez con el chaval y la segunda contigo, LU, recuérdalo, para agradecer (a quien fuese) que seguías aferrada a la vida y a la esperanza. Fue inútil. Ay. Pero bueno, ni lamento ni tristeza. No quiero penar.

Esta tarde he metido casi hora y media a buena pastilla. No puedo dejarlo si no existe una razón fundada. No valen excusas. Y cuando seque el suelo, a por la bici gorda, la tuya. Entre todos los efectos beneficiosos también está el balsámico a la hora de coger el sueño. Como un niño. Solo que a partir de ahora ya me he propuesto no ingerir una sola gota de líquido después del paseo. Para no levantarme cuatro o cinco veces por la noche. Me gusta muchísimo el melón en ensalada, pero creo que lo voy a sustituir por manzana. Ahora que viene el tiempo frío igual intento también un poquito de pescado, fácil de hacer, al estilo suegra… No sé, no sé, solo de pensarlo ya me pongo nervioso.

Hablando de comida, qué será que se me reactivan los jugos. Pues lo tengo crudo porque falta todavía para la hora de cenar… El último “envío” de Masterchef por Glovo lo he dividido en tres raciones (que son tres mañanas sin sofocos y varias horas de lectura a mayores) y estaba de chuparse los dedos. Hosti, tú, qué rico... Es también la diferencia entre disfrutar una cosa con gusto y trasegar un pienso de agua con salvados. Lo agradezco en el alma, aunque no creo que quien me provee tenga conocimiento de estas líneas porque no hay quien aguante semejante tosta. Como te pasaba a ti, LU, no nos engañemos: las “monteras” sois más de acción que de meditación. Aunque eso es precisamente lo que a mí me encanta. Ya ves lo que son las cosas. La razón es sencilla: como el estómago está no lejos del corazón, cuando el uno bulle de gusto el otro escucha y se emociona. Así de básico es un servidor de ustedes.

Y puestos a rematar el menú del día, para más inri, he pasado por el Lupa a coger unas botellas de bebida deportiva y ¿a que no te imaginas lo que había en unos expositores nada más entrar, a la vista y a los mismísimos morros? Cinco o seis clases de polvorones: de almendra, de vino, del toro, de Carlos I… y de la madre que lo parió. Dan ganas de comprarse un kilo y cepillárselos sin beber ni un buchito. Tendré que traer algo para esta navidad… Vamos, digo yo.

De vuelta a casa, me fijo en la furgo de la Fundación, aparcada donde siempre. La 675JXF, única matrícula que me he sabido de memoria sin olvidarla un solo momento. Porque era imprescindible cuando íbamos a Madrid a la feria. Husmeo a través de la ventanilla en la bandeja delantera con la ingenuidad de sorprender un resto de nuestra felicidad pasada… Te veo conduciendo hasta Aranda, atenta, activa, alegre… Y yo de copiloto acompañante, sin mucha más labor que apoyarte con algunos recados y, sobre todo, pegarme el atracón de libros. Juntos… Vivos… Nunca… Más.

Ayer tocaba día de limpieza y me contaba MAE, durante alguna pausa, anécdotas de cuando tú y yo comenzamos a salir y se hizo público en el centro de FP donde ambos éramos alumna y profesor. Aunque nunca te di clase, ciertamente. Pero me contaba MA los chascarrillos que nos identificaban con los personajes de una telenovela de moda antaño titulada “Abigail”, como la protagonista. Cuando los de los cursos superiores nos veían, decían señalándonos sin que se notase mucho: Abigail y Carlos Alfredo. Sinceramente, algo me llegó de pasada. Ella, una alumna algo díscola, guapísima y altiva, enamorada locamente de su profesor de literatura, que en el caso de la tele también era guapísimo (no como yo).

Pero la imaginación jugaba a favor nuestro. Seguían nuestro romance como si se tratara de capítulos diarios. Nos veían salir al recreo y acercarnos al bar de la Pernía a tomar un café y, según MA, disfrutaban observando el curso de los acontecimientos y el presumible final feliz de nuestra relación, o sea, la boda. Como los de la tele. Ya lo ves, LU. Vida y ficción se entremezclan. Y después el destino se encarga de separarlas. El gran triunfo del amor consiste en que no es una línea indefinida sino una rueda que gira y gira y siempre puede surgir la ocasión de recomenzar en la fábula. O en la realidad.


18/10/23

La mañana se estira y cunde si no hay bicicleta. Es así, viéndolo en positivo. Y si se duerme de tirón, más. Madrugando un poquito resulta muy gustoso (arropado con tu polar, LU, y la mantita) ver amanecer en la ventana mientras se lee tranquilo. Hasta la operación, cabeceaba al poco rato y me costaba muchísimo mantenerme despierto. Mucho café, demasiado.

La fortaleza física me presta optimismo, máxime comprobando la respuesta de las piernas, que eran mi parte débil. Mantengo una hidratación óptima aunque no salga (antes apenas bebía) y me propongo hacer la parada de invierno progresivamente. Si es posible, este año no dejaré del todo la montañera. Voy aprendiendo a cuidar todos estos detalles para encontrarme mejor y también voy entendiendo que hay que reflexionar más de lo que se cree para que el deporte sea beneficioso.

Contento, en definitiva, porque sé que he remontado una decadencia física a la que me estaba resignando. Lo analizo a veces y me sorprende aún más que en mi fuero interno hubiese aceptado que ya era viejo. Joder, lo escribo ahora mismo y me dan escalofríos. ¿Cómo cojones pude autoconvencerme de esto? Era como firmar una rendición en toda regla. Es una cuestión cronológica, claro está, pero también una actitud. En este sentido me acuerdo de mi suegro. En su último cumpleaños (ochenta y uno) le felicité y le pregunté cuántos le caían. No lo dudó ni un instante: “Dieciocho”, me dijo. Invirtió la cifra, en una broma muy típica de él. Eso es exactamente la actitud. Consiste en ver la botella medio llena y no medio vacía.

Me comentó mi Chiqui que a lo mejor podía intentar retirar la pastillita de la tensión, si no totalmente, a una más suave. Con el consejo médico, por supuesto. Y así se lo comenté a la doctora hace unos días. Primero me ha rogado que vaya tomando unas muestras regulares con el tensiómetro. Y que lo apunte. Pues vamos a verlo… Porque, ¿cuándo he tenido yo sesenta pulsaciones y 120/73 de tensión? En la puta la vida.

Vamos, que de esta me hago un lictin… Si no fuera porque he visto en la tele recientemente a una actriz y periodista que yo tenía de suyo por una cincuentona de bandera, y hace un par de semanas ha vuelto a salir y casi me he asustado: tiene algunas facciones desencajadas al estilo de algunas muñecas de pelis de terror. ¡Qué decepción!

En cambio, tú, siempre presumí de que eras preciosa de forma completamente natural. Contigo, LU, no iban ni maquillajes ni tratamientos de belleza. Lo mínimo, si acaso. Pero te voy a confesar una cosa: en ciertas ocasiones señaladas en que observaba ese toquecito coquetón y apenas perceptible, me agradaba. Incluso me hubiese gustado que lucieses un poquito los ojos y los labios pintados. No me digas por qué. Me refiero en actos familiares y sociales, por supuesto. Es posible que mi inconsciente me traicionase y sintiese el deseo de que todo el mundo se embelesase y reconociese lo que a mí me parecía indiscutible: que no eras miss universo porque no te habías presentado al concurso…

Además, yo lo había voceado a los cuatro vientos. Desde que te vi la primera vez y en el instituto comenzaron a sacarnos cantares, puesto que entonces estaba de moda aquella telenovela titulada “Abigail”. ¿Sí o no? Pero esa historia la contaré otro día… ¿Mañana? 

Día hermoso aunque el otoño se empeñe en lo contrario. En esto también soy tan subjetivo como cuando era estudiante y me echaba a recorrer las calles de Pucela cuando la naturaleza parecía que se había desatado completamente en forma de brumas, lluvia o viento. Me parecía tan romántico como aquella imagen de James Dean paseando por el Bulevar de los Sueños Perdidos. Tuve un póster de ella.

Llamo bonito al día en que todo sale bien de principio a fin. A primera hora unas manos benditas y misteriosas han dejado un táper para mí en el local… ¿Quién? Cuando lo subo y miro el contenido antes de meterlo en el frigo, no me emociono porque no puedo… porque estoy imaginando el momento, degustando e insalivando.

En cuanto al socio, paso varias veces por su piso y compruebo que se encuentra bien para lo que podía haber sido. Se le ha inflamado un ojo y le ha salido un moratón, pero ni siquiera tiene dolor. No ha necesitado ni un paracetamol. Eso sí, tiene pinta de eccehomo. Mañana, revisión en el centro sanitario.

Por la tarde le hago una visita de nuevo y duerme la siesta como un bendito. Estoy un poco con él hasta la hora de salir al paseo y le aconsejo que ande con cuidado y esté tranquilo en casa, al menos hoy, que tenía pinta de llover. Pues me lo he encontrado en la calle sin paraguas cuando he regresado. Maravillosa vuelta de casi dos horas sin apartarme mucho del pueblo pero a buen paso. Me ha gustado porque creo que también es una alternativa interesante si la cosa sigue borrascosa. Y de paso me he entretenido capiscando en algún sitio que me sé, donde ya he descubierto cuatro setas de cardo. Tengo que husmear un poco más los próximos días. A ver qué hay ahí, que hace mucho que no voy de gira campera.

Espero terminar con buen pie y que a la noche esté bien el programa dedicado a los años 60 y 70. No me lo puedo perder. Fue la época más intensamente feliz, comprometida y decisiva de mi vida. Qué día el de hoy. Chapó.


17/10/23

Aguanté muy bien la peli teniendo en cuenta que a diario me cuesta pasar de las once u once y media. Pero es de esas con capacidad de imán, que te pegan los ojos a la pantalla sin poder apartarlos, sobre todo del rostro semejante a ratos al de una Dolorosa de la protagonista. Pensé que me iba a revolver por dentro, pero no fue así. Al contrario, sentí una alegría enorme porque en cierto modo considero que realizaste uno de esos “milagros” tuyos, LU, de manera que tuve el pálpito de que la estábamos viendo juntos. Sí, viva, de otra forma. Y dormí en paz y esperanza.

El interés por la peli me ha picado la curiosidad y en esta ocasión me he bajado la obra homónima en que se basa, del escritor William Styron. Ahí anda, en la red, por unos ocho euros. Me quedé con ganas de un desarrollo más detallado de las vidas torturadas por su pasado del trío de personajes.

Por otro lado, esta novela la relaciono con alguna circunstancia personal. Tú lo recordarás, LU, aquella cita en casa de nuestro querido JMP, en Madrid. Y es que en el informe que me hizo Planeta de otra novela mía, “Mujeres de ceniza”, por mediación de este excelente amigo y maestro, en algún momento se me aconsejaba la lectura de la titulada “El cartero siempre llama dos veces”, de James M. Cain. Pero el escrito no se refería a esta. Se trabucaron los títulos. Siempre he pensado que fue un error o lapsus de la encargada de la valoración, la editora BL, miembro por cierto del jurado que ha premiado estos días a la periodista SÓ con el goloso premio Planeta de un millón de euros. Que está trayendo cola en las redes…

Puesto que mi historia tenía algunas escenas en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrük, lo que me sugería dicha editora es que tomara como modelo en realidad esta de “La decisión de Sophie”, por el impactante final con la elección de uno de los dos hijos para entregarlo al horno crematorio. De ahí el éxito inolvidable del texto. En la peli de ayer no tiene mucha duración esta secuencia.

Lo que no supe hacer ver en mis “Mujeres de ceniza” (o no lo supieron leer con detenimiento literario, no comercial), fue que mi final era en forma escalonada y una vez descubierto el principal hilo de la intriga, el resto consistía en una coda que ponía de manifiesto las consecuencias nunca superadas de quienes han pasado por una experiencia tan traumática. Estoy convencido de que esta mía también es una buena novela y quizá algún día vea la luz. Si mis bizarros editores JH/AdlG lo quieren, creo que tengo material hasta que cumpla los cien. Incluido este diario, que pienso que va a quedar muy bien logrado en originalidad y estilo.

Desde luego, tanto en esta de la que hablo y que finalmente me la rechazaron, como en este diario que construyo ahora mismo, lo que no tengo ninguna duda es que se alude a unas mujeres que están muy alejadas del feminismo líquido de moda y se hace un análisis que, lógicamente, no resulta vendible (ni venal). El futuro dirá dónde vibra la literatura auténtica. E incluso cuando yo no esté, ojalá alguien supiera destapar aquí la verdad humana, el torbellino de sentimientos y el homenaje cordial hacia las mujeres a las que dirijo mi voz. Y, por supuesto, el estilo cyranesco de mi prosa. Aunque no vaya a ganar nunca el premio Panceta.

El resto, un día lluvioso y revoltoso, o sea, desapacible y jodón. Terminados los recados hacia las doce y media pasadas, y en previsión de que no llegase el agua hasta después de comer (como así ha sucedido), me digo que no aguanto más sin comprobar cómo ando de patas. Y de calambres. Para Barru y vuelta, daba justo. Al carril… Oye, pues ni pizca. Qué chachi.

Ahora bien, ya a la salida me había cruzado con mi amigo Tt. y me había dicho que me iba a comer el lobo a la vuelta. Ya me lo imaginaba yo. Una ventolera a trechos que te sacaba de pista a capotazos y te obligaba a serpentear constantemente. Bien amarrado a las orejas de la burra, se presentía que podías ir a tierra sin aviso. No era de principiantes. He tenido que aguantar los machos funcionando hasta seis por hora, como el otro día en el “Golibier”. Ya es decir. Y he respetado en todo momento esos consejos que te da la veteranía: No fuerces una sola pedalada de más, porque puede resentirse el músculo y vas a llegar lesionado y abrasado. Para más inri, hoy se me había olvidado el móvil cargando en casa. Anda, jodeté.

Entretengo la sobremesa con el periódico y un colacao casero. Frío. Buenón. Nada de siesta para no desperezarse con murria. Ya estaba trabajando tan a gustito y sin otra música que el tintineo agradable de las gotas en el velux, cuando me ha llamado por teléfono mi cuñada M. avisándome de que mi socio se había caído en su paseo vespertino. Habían contactado previamente con ella. En urgencias, estaba el pavo.

Me he presentado allí y el médico me dice que sin importancia. Pero en el ínterin ya lo habían acercado a casa dos chicas conocidas y le habían atendido. Buenas samaritanas y lo agradezco. En efecto, no han sido nada más que unos rasguños en un lado de la cara, un poco aparatosos por la gasa grandona que le han puesto, pero afortunadamente hemos librado por esta vez. El zarandeo del aire y el tropezón subsiguiente. Nada grave. Mejor.


16/10/23

No estaba dispuesto a permitir que la grisura de la mañana me fastidiara el día. O sea que he bajado trotando de gozo por las escaleras camino del cafelito de media mañana y cuando he salido a la calle he caído en la cuenta del error. Ya era tarde. Los calambres bajaban desde lo alto de los cuádriceps hasta el calcaño. Joder, joder, qué listo soy… Sea por el cambio de temperatura, de presión, grado de humedad o distensión muscular después de una semana sin entrenamiento… el caso es que pensé que la había cagado de colores (enseguida iba a ver las estrellas en pantalla psicodélica). He soltado un poco las piernas y he caminado despacio, y se me ha aliviado bastante. Uf, uf. Debo de haber salvado por los pelos.

Luego de unos recados y de comprobar que no tenía mayores consecuencias, me he preparado en casa un botellón de litro y medio con bicarbonato sódico y el zumo de dos limones. Le he puesto un poquito de azúcar, porque otra vez alguien me comentó que un poco de sal también venía bien… pero sabía a rayos. Me lo he bebido a lo largo de la mañana. Espero que funcione. En definitiva, pienso que tengo equilibrados los minerales básicos, pero quién puede entender la personal bioquímica del cuerpo de cada cual. Ciertamente, estoy convencido de que en otras circunstancias me hubiese paralizado para varios días. Ahora mismo, estoy sin molestia alguna. Por tanto: sodio, calcio, potasio y magnesio. Y a tirar millas, que todavía hay camino por andar.

Para probarme he salido de nuevo después de comer a caminar con paso ligero. Bien. Menos mal. La temperatura era agradable y en esa hora no ha caído una gota de agua. Me entretengo con LG, un amiguete con quien me suelo parar en cualquier esquina y no echamos menos de media hora de palique. Es un tipo tan radical en sus opiniones que me hace gracia. Y antes de llegar a casa, también me he encontrado con HR y su señora. Desde los tiempos en que quiso montar aquí su museo sé que me tiene cierta simpatía. Entre otras cosillas más interesantes, como llegaba de Palencia, también me ha recomendado que alguna vez pare a comer en Los Chopos, de Osorno, que era un alto obligado cuando hacíamos el trayecto por la carretera antigua. Me ha chocado. Igual lo pruebo el Día de Todos los Santos de camino a Pucela con el socio. A ver.

Antes de ponerme a trabajar no me sufre la condición de enredar algo por casa. Ya sé que esto te ponía mala a ti, LU, pero es una especie de ritual preparatorio que no puedo evitar. Abro armarios, revuelvo en baúles y cajas de arriba, toco y huelo tu ropa, reviso cajones por si hay alguna cosa olvidada y que pudiera servir aún… Suelo encontrar algo. Hace días que tenía hecho acopio de algunos desodorantes que fui dejando donde la Chiqui. Encontré el FlowerbyEnzo que utilizabas tú a veces. De bola. Lo destapo. Inhalo con profundidad. Vuelves a la vida, vuelves junto a mí, vuelves a reír…

Era una noche también de cambio de temporada, porque la ropa de la cama ya resultaba insuficiente. Me estaba quedando destemplado por la fiebre previa al amor. Te sonreías porque me brillaban los ojos con la codicia de quien prepara lentamente el asalto. Y te recorría oliendo ese perfume de Enzo. Era octubre y sin venir mucho a cuento te conté que el color de las hojas había variado al “rubio veneciano”, como lo llamaba la guapísima Roxana. Te chocó ese color y porfiaste… Lo cierto es que era octubre porque yo suelo releer la obra (o alguna parte) en ese mes. Era octubre porque esta parte en concreto (acto cinco, escena cinco) es otra de las bellísimas en el drama. Era octubre porque Cyrano solo puede morir en octubre…

Más adelante comprobarías que existe ese color y que a las mujeres francesas les gusta muchísimo por su rareza. Es una especie de mezcla entre el pelirrojo y el rubio. Quizá por eso es impensable una protagonista que no tenga estas características (nadie se imagina una Roxana de piel y pelo muy morenos, por muy guapa que sea). Y es, en definitiva, a esta mujer soñada idealmente por todo poeta, a quien el poeta que hay en Cyrano le abrirá su alma para mostrarle cómo va a morir en los instantes siguientes: como las hojas de amarillo veneciano. Es decir, a pesar del miedo de caer a tierra y pudrirse, el descenso de la rama al suelo lo harán con un vuelo lleno de gracia y de belleza. Este es el estilo. Este es mi amigo Cyrano. Digno fin.

Pensé que estabas callada en un silencio menos expectante que aburrido. Pensé de repente que solo a un tipo tan friqui como yo se le ocurría un rollo así en un momento así… Pensé con cierto temor que te habrías quedado dormida. Te pregunté. No hubo respuesta. Te abrazaste a mí con una fuerza emocionada, muy enamorada. O yo lo entendí así. Y ni una palabra más.

Una de esas rubias con un poderoso don de transmitir la tragedia interior es la actriz Meryl Streep. Esta noche ponen en TV2 una peli en que ella está sublime, “La decisión de Sophie”, del director Alan J. Pakula. No sé si será la tercera vez que la veré. Espero que no me venza el sueño porque dura dos horas y media. Lo intentaré. Me gustaría tanto verla contigo al lado…


15/10/23

Ahora sí, otoño ha llegado de súbito con su meteorología precisa. Me entretengo previamente en apuntes para relatos y siento que deseo cuanto antes entrar en estas notas. Para estar un poco contigo, LU. Abro el archivo y elijo en el Spoti un álbum de cien baladas que ahorren luego el andar buscando mientras trabajo hasta la hora de cenar. ¿Será melancolía? Entonces escucho a Roxana cuando se extraña de ver mustio a Cyrano: “Melancolique, vous!” (He concluido una lectura más de la obra).

Debe de haber sido esto, que el tiempo y la marcha de los dos hijos me han pillado desprevenido y me he arrugado de momento. No me había dado cuenta hasta que he cerrado la puerta a las cinco y ha sonado el doble clac-clac metálico al que no consigo acostumbrarme después de casi año y medio. Ya un año y medio, me repito en voz alta. Aunque solo. ¿Abandonado? Así dice un verso de la “Canción desesperada” de Pablo Neruda: “Es la hora de partir, ¡oh abandonado!”. En mi juventud me preguntaba muchas veces cómo la gente podía vivir sin haber leído “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. O sin haber escuchado el último parlamento entre Cyrano y Roxana… Hoy lo comprendo mejor. Quizá porque la vida es ir claudicando. Capitulando o pactando, como lo diría el propio Cyrano: “Que je pactise? Jamais, jamais!”

Sé que la vida es entretener el instante un día y otro día. Mi carácter no es precisamente pasivo, tiendo a la acción con lo que gusta. Por eso, en cuanto se han largado los dos lebreles me entretengo en recoger y recolocar todo lo que se ha movido durante el finde y volver a ponerlo a mi gusto. Más que nada en la cocina, que es donde más cristo se monta.

Hacia las cinco clavadas me manda un guas mi Chiqui avisándome de que ya llegó a su destino. El otro ha salido un poco más tarde, pero este me avisará o no… Así era yo de joven, ya trabajando, y tardaba meses en llamar a casa. Era la prueba más noticiosa de que me encontraba muy bien. En fin, estoy satisfecho porque hoy he quedado con ellos como un campeón en la comida: me ha salido la fabada del uno. Han rebañado el plato, que me he fijado. Contundente de material, potente de sabor y ligada de caldo. ¡Acojonante!

Antes de ponerme a lo mío y puesto que no tengo síntomas de siesta (he dormido seguidas siete horas bien guapas), completo el periódico y después me distraigo en la TV2 hasta que me harta la reproducción de las tortugas marinas… Es pronto aún. Tomo dos piezas de fruta y como cuatro nueces por hacer algo. Estoy distraído y he utilizado por error el cuchillo que no es, o sea que tengo uno romo o despuntado para buscarle la mollera a la nuez… Se me ha resbalado y me he metido un puntazo en la mano izquierda. Sangro unas pocas gotas gordas y hasta me da la risa. ¿Estamos tontos o qué? Me presiono con un trozo de papel higiénico sobre el rasguño y espero un poco de tiempo sentado de nuevo en el sofá frente a la tele… Ahora llegan a la cópula de los osos panda… Lo que me faltaba, me digo. Afortunadamente, a mí me coagula deprisa (no sé si será lo normal). Vamos a trabajar un rato y dejémonos de pijadas, concluyo.

Pero antes creo que voy a cancelar este disco tan cutre, porque llevo más de una hora y no sé quién coños habrá hecho la selección. Claro, para llenarlo con cien temas hay que afinar mucho. El caso es que tienes que tragar con Eros Ramazzotti y Laura Pausini para llegar a alguno bueno. En fin, me han compensado otros y por ellos ha merecido la pena: “Carrie”, de Europe; “Wind of Change”, de Scorpions; “Fiels of gold”, de Sting...

Estoy pensando que mañana tendré que preparar un programa alternativo. Si se mantiene lluvioso saldré con paraguas en plan de marcha rápida. No me puedo quedar en casa apoltronado con hormigueo de patas. Está claro que la actividad física regular me viene de perlas. Por lo demás, no darle demasiadas vueltas a la peonza, ¿verdad, LU? Echarle filosofía al asunto y releer aquel poema de Machado con que remata su última novela nuestro querido JMP, Peridis: “Sabe esperar, aguarda que la marea fluya […//…] Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya”. Quizá la felicidad no está tan lejos. A veces, al salir a la puerta de la calle.


14/10/23

Como padre no voy a negar que me ha producido una enorme alegría íntima la comida de reencuentro. En este aspecto la Chiqui, como toda mujer, sabe que hay que mantener las celebraciones periódicas con cualquier motivo y ella misma se encarga de organizarnos. Es maravilloso tenerlos conmigo, LU, y seguir cuidándolos, como tú me pediste. Te juro que hago lo que puedo para que se encuentren a gusto y pienso que ellos me guardan todavía un gran apego, a pesar de que funcionan con plena autonomía en sus vidas.

La comida y el lugar solo son una disculpa, ya te lo imaginas, pero también recordarás que alguna vez que estuvimos todos (todos, tú también) nos satisfizo y lo disfrutamos a tope. Lo difícil desde que faltas es notar sin decirlo la silla libre, el hueco vacío, la ausencia presente. Es tan clamoroso en el ambiente implícito, que si inicio alguna referencia al recuerdo no le gusta nada a la Chiqui y frunce el ceño. Me interrumpo y seguimos charlando animadamente de las banalidades de nuestra vida diaria…

Pero hay una felicidad intensa y una paz muy grande en mi corazón cuando regresamos entre chascarrillos y risas. Solo los álamos que jalonan todo el trayecto distraen mi atención y dirigen mis ojos a la variación cromática de sus hojas. Parece que el último sol de la tarde se encarga de realzarlos con clara luz y de destacar los amarillos que en pocos días se harán marrones fruncidos y a punto de desgajarse en una elegante caída. Y todo ello oculta por dentro una disimulada tristeza de melancolía otoñal.

En cuanto a mí, no tienes que preocuparte, aunque se me hace muy duro el paso de los días sin verte y, por supuesto, sin tenerte. Y, como me sucedía antaño en los comienzos si no te contemplaba a menudo o pasaba algún tiempo sin coincidir contigo, vuelve a atacarme la sensación de impotencia por no poder hacer nada para estar cerca de ti. Entiendo que no hay otro remedio y acepto que tu voluntad sea alejarte de mí. Tal vez, poco a poco, quieres ir dejándome para que recobre mi libertad de sentimientos. Aun así, te apareces en mis sueños y es contradictorio que te escuche llamarme y rogarme: ¡Quiéreme siempre!

Es en lo físico donde, inexplicablemente, me observo con un tono vital que está en las antípodas del decaimiento. Llevo tres días sin coger la bici y me lo están pidiendo las piernas con urgencia. Espero que haga bueno o, de lo contrario, tendré que variar las salidas a la hora posterior a la comida aprovechando el rato más templado del día. Si es preciso, en la de montaña que era tuya, LU. Es otro milagro que has hecho para protegerme, estoy convencido, porque el año pasado me sirvió de estímulo y de pretemporada para sumar también una buena pila de kilómetros por caminos de los contornos de Aguilar. La retomaré de nuevo.

Lo verdad es que me gustaría no desperdiciar mi buen estado de forma y aprovechar antes de que se meta el frío para hacer alguna parte (si no entera) de la ruta del Calleja. O trazarme unos itinerarios más o menos paralelos para tenerlos ojeados y controlados de tiempo y dificultad. El propósito completo sería visitar ciertas iglesias románicas que jalonan estos parajes y, por tanto, necesitarían de una parada imprescindible. Creo que alguna vez lo hablamos nosotros, LU, y las circunstancias lo dejaron en suspenso… Igual que otras tantas cosas que quedaron pendientes y que yo procuraré ir completando en lo posible, sería muy bello dedicártelo a ti.


13/10/23

El día ha sido magnífico porque ha salido todo redondo. Teníamos cita a media mañana en el banco y el problema de las consecuencias del móvil robado se ha resuelto favorablemente. Como no podía ser de otra manera, porque no estaba dispuesto a conformarme fácilmente en caso contrario. Pero agradezco no tener que andar metido en pleitos y líos. El banco se ha portado muy bien, especialmente K. Y me alegro muchísimo por mi niña, que llevaba todo este tiempo atrás preocupada. Por mi parte, en ningún momento se me había ocurrido responsabilizarla. En conclusión, asunto zanjado.

Después de comer llama mi hermano R. para decirme que vienen de paso desde Tosande, donde los tejos, y pararán a tomar un café. Estupendo. Echamos otro rato de palique (los dos somos de razonamiento prolijo) y damos un repaso a las cuatro cosas de chispeante actualidad. Enseguida se acopla también mi chaval, que llega de Santa. Bienvenido sea, porque vamos a comer mañana todos juntos en Cervera.

De vez en cuando los necesito cerca, pero me conformo con poco. No soy posesivo, pues mi carácter en el fondo es bastante independiente. Eso no quiere decir que no los reclamaría si me encontrara mal. Tengo cierto temor a la soledad sin fuerzas, a la vejez sin salud. Debo aprender el modo de resistencia frente a un tiempo futuro incierto. Y vivir con serenidad.

Tenemos en el horno unas pizas que ha traído mi Chiqui. Bien, a ellos les gustan y a mí no me disgustan (yo soy capaz de comer hormigón armado). No pudimos concluir ayer la peli de Cyrano porque ella cenó finalmente fuera de casa. Hoy remataremos aunque después salga a divertirse con sus amigas. Eso me ha prometido. Y de premio, una bolsa de patatas fritas industriales, que hace tiempo que no pruebo. Verás cómo luego me revuelven la barriga cuando esté en la cama.

Más extraño me pareció anoche despertarme hacia las seis de la mañana. Tal vez fue que me dormí con la idea pendiente de no haber visto el remate de la peli dichosa. Algo me preocupaba, de todos modos, porque Cyrano no se apartaba de mi cabeza y me dormí con sus juegos verbales sonándome en los oídos. Tengo que reconocer que se me ocurrió leer una parte de la obra que me encanta (acto tres, escena siete) al meterme en la cama y ya todo se trabucó en el mundo imaginario de mi inconsciente…

Al rato volví a dormirme rendido y cuando abrí los ojos al amanecer me di cuenta de que había dejado la lamparita encendida. Al lado, las gafas y el libro que tantas veces he repasado con fervor. Me pareció una escena íntima y tierna. Tanto es así que le saqué una foto y me dije que podría publicarla el próximo domingo. Me gustaría que la vieras, LU. Y que la viera Roxana.  Las dos sois la protagonista de la misma historia.


12/10/23

Estos días atrás venía  acordándome de tu padre, LU. Hoy cumpliría ochenta y dos, como ha recordado en el IG tu hermana J. esta mañana. Me uno de todo corazón, claro que sí, porque era un hombre básicamente noble pero temperamental, inteligente con fino humor y el tipo más recio para el trabajo que he conocido en mi vida. Y mira que en mi casa no eran flojos, pero este no tenía parangón, lo reconozco. Me admiraban sus ganas de ponerse a hacer algo de provecho en cualquier momento. Cariñoso y muy servicial como suegro. Una suerte, LU, haber podido compartir también a tu familia. A menudo le echo de menos, sobre todo, cuando entro a diario en el local de abajo… Gran tipo, sí señor. Ojalá que ahora mismo estéis juntos celebrando su cumpleaños en un restaurante de la Galaxia Eternidad (cinco estrellas). La Chiqui y yo hemos brindado con una copa de ribera en la comida.

Por cierto, con la Chiqui, sus más y sus menos. Es llegar y buscarme las vueltas. Cuando se ha levantado, yo estaba haciendo con toda mi ilusión una pasta italiana buenísima, con salchichas y tomate. Para darle una cariñosa sorpresa. Pues resulta que he apañado del trastero sin proponérmelo la que había traído expresamente de su viaje a Italia. Cinco raciones he sacado, todo orgulloso. (Me ha extrañado que tardasen veinte minutos en cocerse).

Una bronca, me ha echado… del uno. Porque iban a estar cinco horas antes de comer y se iban a quedar secos… Bueno, ¿y qué pasa? Porque eran “Rigatoni” de mucha calidad y caros… ¿Y qué? Porque los pensaba poner ella con una salsa que también tenía guardada… ¿Y? Porque de estos no los venden en España… ¿¿¿??? (Ya los he localizado yo en el Mercadona, tranquila). Se ha terminado dando cuenta de que no tengo remedio y lo cierto es que tampoco me he alterado mucho, porque lo que pretendía en definitiva era comer juntos en amor y compañía. Como así ha sido. Además, ella sí había traído una sorpresa buenona: dos tartaletas bañadas de nata, diiiviiinaaas.

Hablamos una vez más, raca raca, de mi gloriosa hazaña bicicletera. Me gusta que mi hija me dé coba. Otra vez, por favor, repite eso de que tu papá es un fenómeno de la naturaleza (físico, sobre todo; no hay más que verlo). Y como me encuentro tan hinchado de pecho, le confieso que he descansado siete horas seguidas y que las piernas ya están como si tal cosa, preparadas para una nueva salida mañana mismo si se puede. La curiosidad la vence y le propongo que tomemos un café en Barru, después de subir con el coche hasta el Golobar. El doble de altitud que Aguilar, especifico. Vale.

Me ha tirado fotos para un reportaje completo. Le ha sorprendido el paraje, claro, lo cual quiere decir que llevará al novio allí cuando se tercie. Me he dejado retratar en todo tipo de escorzos y posturas heroicas. Soy en este momento un campeón olímpico y me aprovecho de ello. Bajamos hasta Barruelo en un pispás, y eso es decepcionante porque no permite empatizar y, en consecuencia, disfrutar del logro conseguido… ¡Con lo que cuesta subir a pedal, coño! Como quien hace una buena comida para que luego la familia se la zampe en diez minutos, y encima alguien ponga pegas.

En el bareto del Ayuntamiento, sentados amigablemente en la terraza porque hace agradable, echamos una parrafadita: colacao frío y café con leche. La miro y la remiro y la halago diciéndole que se parece a su madre, aunque con los labios más bonitos (y alguna otra mentirijilla piadosa).

Se alegra porque me encuentra muy recuperado en todos los sentidos. Me conoce y lo deduce con solo mirarme. Reconozco que me siento bien, a pesar del castigo de la vida que aún esta reciente. No tengo complejo de culpabilidad por evolucionar con rapidez. Mi naturaleza es inocente y optimista, y eso se suma al buen estado del cuerpo y del ánimo. El resto lo ocupo en mis proyectos literarios más que nada. Y esa labor me llena.

Mi Chiqui es lista y también aprovecha de pasada para indagar como que no quiere la cosa en mi estado sentimental. Me sonrío y dejo que se explique. Intercambiamos impresiones y opiniones. Tratamos de imaginar un futuro si yo encontrase… Es demasiado niña todavía, demasiado pura, demasiado buena para entender un corazón como el mío. Me callo.

Después de cenar terminaremos de ver la parte que dejamos pendiente de la última versión de mi héroe favorito, mi semejante, mi par. Volveremos a comernos unas palomitas y se acurrucará un momento en el sofá junto a mí para que la abrace. Como lo hacía contigo, LU. Y yo estaré feliz de tenerla a mi lado unos días. Y le pediré silencio y le aconsejaré que escuche, atentamente, una por una, varias veces (dale a la moviola), las palabras dirigidas a Roxana en el balcón, que Cyrano pronuncia desde las sombras…


11/10/23

He descansado de maravilla, prueba de que el esfuerzo de ayer tampoco supuso un quebranto. No obstante, las patas pesan todavía porque no fue una broma. Voy a dejar dos días de recuperación y si el tiempo se mantiene benigno seguiré saliendo.

Me lo debía a mí mismo, LU. Tú me conoces y estoy seguro de que ahora comprendes lo que llevaba por dentro… Llevaba años así… Derrotado y al borde de abandonar. La bici era el símbolo. Yo no soy un héroe, pero soy difícil de rendir. Y estaba acabado, sin fuerzas de cuerpo ni de ánimo, poniendo excusas y a punto de colgar definitivamente las dos ruedas en una pared del local de abajo.

En los dos últimos años anteriores a tu muerte he sido un zombi, un muerto andante, que llegué a desear progresivamente que se acabara todo: para ti y para mí. Llegué a pensar que no hubiese sido mala salida terminar contigo y abrazado a ti. Mi vida se encogió hasta el punto de que tengo todavía en sueños la imagen permanente de las mañanas heladas dentro del coche, durante la pandemia, leyendo atravesado por el frío, frente a dos chopos deshojados, inclinados el uno contra el otro y vencidos, a unos pocos metros del aparcamiento del hospital. Mi vida se redujo a un viaje de ida y vuelta a sabiendas de que no había solución. “Estamos ya en un escenario muy grave”, dijo FA, el oncólogo. Los dos lo oímos. Y preguntaste cuánto tiempo te quedaba…

No quiero recrearme en lo triste. No es mi propósito, ya me comprometí. Solo desvelaré, a modo de ejemplo, uno de esos papeles en que yo apuntaba mis cosas y los ocultaba donde tú no tuvieras acceso: el día tres de octubre de hace dos años mi tensión era 149/94. Me controlaba con el tensiómetro que me regalaste y te iba mintiendo. Bastante teníamos con lo tuyo. Así, en todo. Hasta llegar a no dormir prácticamente en la cama sino a ratos, y en una butaca o en el sofá, incorporado en busca de un poco de aire y víctima (ese es el nombre certero) de un problema grave con mis cornetes. Problema del que no quería ocuparme por miedo a que se complicasen las cosas y pudieras necesitarme tú. Porque te prometí que estaría hasta el segundo final para darte la mano y besar tus labios. Y así fue. No hay mentira ni exageración. No podría.

Y eso es precisamente lo que me debía a mí mismo, lo que te debía a ti, LU, mi amor. Tenía que demostrarme que no estaba realmente muerto. Que no puedo ni debo ir ahora contigo. Todavía. Y ha sido a partir de la operación de nariz cuando poco a poco mi cuerpo ha ido entrando en reacción. He podido quitar siete u ocho kilos haciendo unos mil quinientos kilómetros de bici y he controlado un poco la comida que la ansiedad me hacía desordenar. Y he recuperado fuerzas y moral, con toda sinceridad. Llevaba todo el verano preguntándome si estaba descartado intentar más allá del trayecto de Aguilar a Barruelo. Y la constancia me ha hecho ver que la vida está todavía ahí. También para mí. He subido al Golobar, que no es cualquier cosa. Por lo tanto, puedo atreverme a iniciar cualquier otro proyecto con ilusión. Estoy contento.

Sí, estoy recomenzando a sentirme feliz. Como me ha sobrado tiempo, me entretengo en pintar la oreja astillada de uno de los gatos de casa, el de la habitación de la niña, que ha venido hoy y se ha marchado enseguida a ver a su abuela. Me embeleso remirando el álbum con la colección completa de décimos en los que se ha homenajeado a la generación poética del 27 y que me ha regalado generosamente mi amiguete el lotero.

También pasa mi chaval a media tarde, recién llegado de Pucela, de camino al pueblo de su novieta… Besos y saludos, y continúo escuchando en el Spoty alguna otra de mis colecciones más cutres de música ligera: Charles Aznavour. A mí es que estas baladas francesas me ponen mimosón y se me va la cabeza a París… Pero no, no es necesario soñar, que me encuentro estupendamente aquí, tan Pichi, tomándome un riberita y comiéndome unas nueces. Mejor, casi imposible. Solo me faltas tú.


10/10/23

Tenía que dejar la comida preparada y me apetecía ensaladilla. Al socio le priva. El caso es que desde que me encontré con mi excompañera L. en el súper quería poner en práctica su consejo: para ahorrar tiempo, lo mejor es la olla rápida con los ingredientes de cocción: patatas, zanahorias y huevos. Cinco minutos, no lo dudes, me había asegurado L. Porque le dije que me ponía enfermo el tiempo que necesitaban las patatas. En efecto, allá que han ido peladas y todo: siete minutos desde que ha subido el pitorrito.

Me ha salido bastante bien. La pega de la ensaladilla, según tengo comprobado, es que parece mucho ingrediente y al final da para tres raciones peladas. Y eso no convence si necesitamos ganar días libres. El próximo van a ir dentro por lo menos ocho patatas terciadas. Como hay dios.

Cuatro barbaridades en el café de la tertulia y nos quedamos tan anchos. Hoy había cosas que ventilar por parte de la concurrencia. A las once y media, cada uno a sus quehaceres. Iba a pegar un tirón a la lectura pendiente, pero está haciendo tan magnífico, que cómo te metes en casa, apollardado, en una mañana así, que está diciendo: ¡cómeme! He metido en el maillot tres galletas y he salido con el propósito de Brañosera y vuelta.

Total, que según iba llegando yo veía que me iba a quedar a media miel. Ni despeinarme. Sin jadear. Vaya mierda. Y más arriba no era aconsejable tirar porque no había cogido bastante avituallamiento. Además, mucho calor de esas horas en adelante… ¡Que no! Pero no hacía más que pensar en Ella, en sus curvas sinuosas y seductoras… en la Montaña. Desde hacía más de un mes. Quería despedirme de Ella celebrando el fin de temporada. Era ponerme frente al cartel que marca los seis y medio al Golobar y se me iban los ojos detrás de Ella, que ascendía con paso cadencioso y contoneante, diciéndome: ¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!

Ya en el monumento al 824 del fuero, un paisano sentado me ha picado jaleándome al paso: Venga para arriba. Cuando yo era joven subía al Golobar como un águila. Ahora ya soy mayor y no puedo con el alma… Le he preguntado que cuántos años tenía y me ha dicho que cerca de setenta. (Hostia, tú, Gabilucho, dónde vas… que ese tío es casi quinto tuyo). En fin, que algo debía de llevar escociendo por dentro de mí, que al divisar la entradilla al bar del Gordo (es apelativo cariñoso), la burra se ha desviado prácticamente sola. Pero al empujar la puerta, enseguida me ha dicho el dueño: Hoy no abrimos. Como no tenía ningún pincho, le he pedido que me diera un vaso de leche con algo dulce. Tres sobaos minis. Comidos y pagados. Me ha regalado otros dos. En el bolso del maillot, tres galletas horneadas y dos minisobaos. ¿Por qué esa parada cuando no es lo habitual? ¿Una premonición?

La una y media coronando Grullos. Las vacas me miraban pacíficas y comprensivas. Menos mal que no hablan: ¿Dónde va este idiota a estas horas y con este calorazo? Han seguido pastando y me han despreciado, que se lo he visto. ¿Dónde voy a ir, cojones? A ver el cartel una vez más que anuncia a esa preciosidad que se escapa entre curvas, más allá del hotel en ruinas y de camino al pico de Valdecebollas. Esa Ruta, esa Montaña, esa Mujer... ¡Me cagüen mi puta agüela! (he oído el grito de guerra de mi difunto suegro). He enfocado los cuernos de la bicha hacia arriba y he sentenciado: Aunque deje los huevos pegados al sillín…

El primer repechón, como dicen, es kilómetro y medio mortal de necesidad. Es para profesionales, porque se empina a trechos en rampas del catorce por ciento. Si cabeceas das con los morros en el manillar. Si no pegas la pedalada siguiente, a cinco por hora, vas al suelo. Y por primera vez te cuestionas qué clase de insensato eres para no dar la vuelta y que le den mucho por el culo. Pero sigues porque entra en funcionamiento la cabeza por encima de la tensión de patas y adviertes en el visor que ya has subido un kilómetro, que Ella es hermosa y deseable, y que tú eres una hormiga frente a la inmensidad excelsa de su altura. Y ya no puedes volver la cabeza y apenas levantarla para atisbar una silueta de construcción a lo lejos, junto a la línea del cielo, donde quieres llegar para verla a Ella. Quieres llegar por Ella. Porque tú en ese instante no vales nada. Eres apenas una babosa oscura de brillante sudor.

Tener escuela, en cambio, sí vale de mucho. Ya lo sabía yo. Muchos años de escuela. Hay que poner el contador parcial a cero y mirar cada cierto tiempo. El resto de la información no aporta nada. Solo importa cuando señala dos kilómetros, tres kilómetros… En una pequeña plataforma llana decido hacer un alto. Me como las tres horneadas, pego unos tragos largos a la botella. En ese momento, mi experiencia me dice que la voy a conquistar. Que Ella ya me está esperando en lo alto. La veo más nítida en la lejanía. Pero tengo que volver a apretar los dientes. Ese repecho segundo aún puede tronzarte los gemelos, en su trece por ciento de pendiente. Sube, me ordeno, sube, cabrón, aunque sea lo último que hagas en tu vida. Sube a mirarla, a adorarla a un metro de su limpio rostro, a preguntarle la verdad de toda esta locura. La verdad de la vida. La Verdad de ti. Por mucho que te duela.

Al tran, tran. Sorprendentemente, respiras con regularidad, tu mente no está ofuscada sino que controla los tiempos y las distancias. Notas que lo has hecho bien: hidratación oportuna, alimentos con azúcar, ritmo sin forzar y adaptado con inteligencia a lo que exige el camino… Comprendes que la mente y el cuerpo van acordes y que vas a llegar. Sin duda. Vas a llegar. Solo la rampa final del doce por ciento tensa los últimos quinientos metros aproximadamente. Pero la ves ya. La reconoces ya. La tienes ya. Te espera.

Y entras por fin en la zona de cascajo suelto (ojo, no vayas a pinchar ahora), que marca el fin del camino. A la derecha la ruina vergonzosa de lo que pretendió ser hotel. Ahora vallado, con advertencia de no traspasar. Dos fotos y para abajo, te dices… Tu cuerpo está bien. La botella, a medias. Quedan dos sobaos para la vuelta. Incluso has sabido dosificar. Estás aprendiendo a recuperar tu vida, reflexionas. Has coronado: sufrido pero no vencido. Te quedan fuerzas suplementarias para saber la Verdad, allí, en lo más alto, frente a Ella, batido por la frescura de un viento que por momentos se hace destemplado. No puedes permanecer mucho más… Eres tú, LU, desde la cresta de la montaña quien me lo susurra en el rizo del aire: la Verdad: Tienes que ser auténtico. Nunca renuncies a tus sentimientos. Es lo mejor de ti.

A punto de enfilar la bajada, por uno de los laterales del edificio decrépito aparece la simpática figura de un muchacho con unas gafas psicodélicas . No lo habías visto, ni su bici. ¿De dónde sale este?, te preguntas. Me dirijo a él para que me haga unas fotos con el móvil (nos haremos varias). Al momento compruebo que es un tipo que responde a la impresión que da. Hablador, amigable, extravertido. Me dice que es de Valladolid. Cuarenta años. Bajamos juntos hasta el cruce. Intercambiamos número de teléfono (por la tarde chatearemos un poco). Nos contamos lo básico para identificarnos. Le pregunto su nombre, me contesta que se llama Ángel. No me extraña lo más mínimo. Cuando se sube tan arriba, casi rozando las nubes, termina uno encontrándose con algún ángel.


09/10/23

Cuando un día se tuerce desde su mismo comienzo, en mi caso, es que va a ser de disparates o de averías. No he dormido mal ni había cenado en exceso, ya que el empacho suele producirme pesadillas. A la que vamos, que me he despertado a las seis soñando con bichos. A lo mejor es porque se titula así, “Bicho”, mi próximo libro de relatos (últimamente dudo si no sería mejor “Bichito”; en todo caso, una palabra, porque todos los relatos se titulan con una sola).

Pero lo que en el mundo onírico eran en principio lombrices se han terminado volviendo caracoles. Y ahí es cuando la han cagado, porque… me los he comido. Como hay dios. Pero en sueños. O quizá es que tengo pendiente una comida con CA en Palencia, y se me deben de haber cruzado los cables… Si el sueño dicen que es una satisfacción de un deseo o un miedo reprimidos, quizá yo lo que busco en el fondo es encontrarme con este amigo y tapiñarnos una buena ración de caracoles en el bar Jota.

Por lo demás, la mañana se anunciaba perfecta, solo que el Valen estaba cerrado y la tertulia ha tenido que mudar al Omega Plaza. Hasta que me han llamado del centro médico para confirmarme que la visita con mi socio era a las once y media. Una hora infame, en mi opinión, como todas las que parten en dos cualquier programa. En fin, que la tos no respondía más que a un catarro sin importancia. Pastilla y a casa. Pero eran las doce cuando he dejado el coche en el garaje.

...

Daba para un tirón hasta Barru en burra. Digo, vamos a ello. ¡Cómo me ha sacudido un aire revuelto y revirado! Digo, pero de dónde viene hoy este hijoputa. Casi hasta las Angosturas, de vuelta, no me ha cogido la espalda. Pero me he cansado y me he mosqueado porque era inexplicable que el cuerpo no pudiera apretar en treinta kilómetros de mierda. Habiendo reposado ayer en blanco. Pues no. No carburaba bien. Y he tenido que echarle paciencia y veteranía. O sea, que también se ha torcido en este punto.

Y, además, que sigo barruntando y dándole vueltas a una idea mala. No me conviene en absoluto. Pero tengo metido en la chinostra que hay que terminar la temporada con un día glorioso. No sé, no sé… Desistí de hacer la de Comillas que me ofreció Tt. porque eso ya no es un reto nuevo. Sin embargo, los pocos días de Grullos, me he quedado mirando el letrero del Golobar, pensativo, receloso, ansioso…

El día que subí con un chavalín de Reinosa me contó que le había costado mucho “esa montaña”. Así dijo, y luego me aclaró que se refería al Golobar. Y añadió que esa montaña era “mucha hembrona”, con el característico aumentativo cántabro que a mí enseguida me atrapó el oído. Tendría el amiguete treinta y pocos años, ¿cómo iba a ser mucho para él? Y si para él era mucha hembrona, ¿cuánto sería para mí? Uy, uy, uy, que me parece que estoy pensando demasiadas veces en esa hembrona. Y no quiero, ¿eh? Mejor es que se me quite de la cabeza. Porque yo no tengo la fuerza de treinta años, es cierto; pero tengo otra cosa: mucha escuela, ¿verdad? Treinta y ocho años de escuela. ¿Quién va a tener más escuela que yo? ¿O no? Ahí queda.

Me lío en casa a recoger fotos sueltas y agruparlas, más que clasificarlas (porque tampoco me quiero detener mucho en verlas), para posteriormente incluirlas en un par de álbumes que he encontrado sin desprecintar. En lo posible, prefiero evitar los ataques de melancolía. Al menos, no buscarlos, pues ya tengo bastante con capear los que vienen sin esperarlos.

No sé cómo me las apaño, o que tengo unas manos de excomunión, que se me ha caído uno de mis gallos desde un mueble de la buhardilla y ha quedado hecho añicos. Concretamente seis o siete trozos pequeñísimos, de la cabeza, porque ¡le he decapitado! ¡Qué aciago día el de hoy, de verdad! Han bajado del cielo dios y todos los santos.

Menos mal que me he acordado de dónde guardabas tú, LU, ese pegamento Imedio que atornillaba literalmente cualquier tipo de material. Lo he recuperado de un cajón de la sala y me temblaban las manos, porque ya sabes que lo mío son zarpas. He puesto tal cuidado que en principio la cara del gallito de Viarce parecía una de esas de soldados mutilados, injertados y recosidos, por efecto de la metralla en la Primera Guerra Mundial. Lo he visto en un par de ocasiones por la tele. Pero, mira tú, después de infinita paciencia e intentos, he conseguido dejarlo presentable.

Me he venido arriba y cuando estaba guardando los pegamentos he observado que allí mismo habías dejado un par de “marcelos” con alguna parte rota y, al lado, los trozos pendientes de reconstrucción. Sé que esos “marcelillos” o figuritas del niño guía con atuendo medieval, se desechaban en tu Fundación porque ya no tenían venta y tú los “operabas” hasta que renacían y los pegábamos con su imán en la chapa de la caldera de gas. Ahí han quedado los cuatro, LU. Lo he hecho por ti. Por terminar una tarea que habías dejado pendiente. Por estar compartiendo un rato contigo como si se tratase de un juego infantil. Después te he besado en una foto y he regresado a mi trabajo habitual. Y el día que parecía que iba a ser gafe, se ha enderezado por fin.


08/10/23

Día de relax en lo físico. Es necesario un stop de vez en cuando. Me despierto pronto y aprovecho para leer y después de la colada me tiro a por el periódico como una fiera. Lo disfruto a placer y encuentro un artículo delicioso (“La huida”), de MV, en la contraportada. Recojo una frase literal que podría haber sido escrita “ex profeso” para mí: “En esta tarde melancólica de domingo deberías tener […//…] una música que te hiciera recordar bellos momentos del pasado […//…] Solo eres un poeta, un maldito esteta, y desde la calle te reclaman para que abandones la torre de marfil y bajes a pisar la mierda como los demás mortales. Has elegido huir…”

En efecto, LU, tú me advertiste varias veces que no me encerrase (enterrase) entre mis libros, que no me obsesionase con la sola actividad literaria, que saliese y me distrajese. Quizás intuías los peligros de la soledad en un carácter como el mío. Pero lo voy capeando, no te vayas a creer.

Después de comer voy a echar gasolina y a la vuelta me parece que es prontísimo para trincar la puerta y recluirme en la buhardilla. Hay un sol esplendente y me bulle la sangre. Siento hastío intelectual y cuento con que la revisión de los relatos ya está prácticamente concluida. En ese instante recuerdo que he leído que es el día de la provincia en Cervera y me apetece tomar un café allí.

Estaba “petao”. He tenido que aparcar entre la Cascarita y el Peñalabra. Casi intransitable por el centro. Me paro siempre en una librería y en una carnicería cercanas, bajo los soportales. En esta última porque tienen desde hace muchísimo tiempo en el expositor una colección como de Playmóbil en la que destacan dos gallitos que me encantaría tener en mi colección. Es más, en alguna ocasión pasada pregunté dentro si me los vendían. Se sonrieron. Vas a tener que comprar el juego completo, me avisaron.

Tomo un café por hacer tiempo a que comience una actuación musical frente al ayuntamiento y curioseando por las inmediaciones me sorprende una galería de arte de la que nunca me había percatado. ¿En Cervera?, me cuestiono. Cuando entro me dicen que lleva dos años y pico. Pero lo curioso es que me atiende un matrimonio con sus dos hijos, a los cuales he dado clase ¡a los cuatro! Se desviven enseñándome las instalaciones y explicándome con detalle los artistas representados allí, con diferentes técnicas. Tanta es su amabilidad que casi se me iba el tiempo para ubicarme convenientemente antes del concierto susodicho. Me despido. También de una pareja de Mave conocida de mis tiempos de concejal. Y por el camino de otros cuantos, entre antiguos alumnos y varios aguilarenses que estaban a lo mismo.

Aguanto media docena de canciones por compromiso. El tipo es cántabro, un tanto a su favor, pero no le termino de pillar. En principio es un equipo que para el espacio me parece bastante precario y para el vocalista no le proyecta la voz (una buena voz, por cierto). O sea, un cantautor al que no se le entienden las letras o yo no oigo bien, lo cual también es cierto De ritmos, me ha parecido escuchar todo menos “folk”, que sería lo suyo. Y tan pronto ha cambiado a ritmo de vals, como de rabeladas, como de "pop” con introducciones recitadas (que tampoco se entendían). Tengo que buscarle en la red.

 Y he dicho: “Tira pa casa, Gabilucho”, que aquí ya está todo el pescado vendido. En ese ínterin en que calibraba la salida más fácil y rápida, se produce el encuentro con una persona de trato esporádico que realmente me ha incomodado (y no es la primera vez), puesto que adopta una actitud esquiva que no acierto a entender si es timidez o prevención. Me da en el olfato que malinterpreta mi simpatía natural. Nos saludamos y se esfuma con cierto apuro casi sin mirarme. A saber qué puede pasar por la cabeza de una mujer. Por la mía, hacia ella, está claro: nada.

Busco el regreso por una calle paralela a la principal, que retomo adrede a través de ese estrecho pasaje que une las dos a la entrada de la plaza. Y te vuelvo a ver, LU, en toda tu hermosura de los veinticinco años, cuando se desplazaba a los jueves en Cervera todo el ambiente juvenil de la zona. Ya es de noche. Solo suenan nuestros pasos. En un minuto en que la travesía se queda solitaria, embozada a partes en sombra, te detengo, te abrazo, te beso, te susurro dos palabras de puro amor. Te envuelves en mí, te ríes de felicidad, me tomas de la mano y tiras adelante arrastrándome al río de la gente, al jaleo, al gozo de la vida, a un futuro esperanzador…

Fiel al trabajo, tecleo mis historias retornado a la buharda. Tan concentrado por momentos, que llego a pensar que dispongo a mi antojo del tiempo para llenarlo de voces y de palabras imperecederas. En definitiva, para detener el tiempo, como pretende todo artista. Y recuperarte. Sin darme cuenta de que ese no es el tiempo real. Es ficticio. Irreal. Engañoso. Inexistente. Un sueño.


07/10/23

Me he enrollado mucho en el café, con T/ML, a quienes conozco desde que llegué a Aguilar con veintidós febreros. Siempre nos hemos tenido aprecio, quizá porque T. y yo somos muy habladores los dos, aunque me saca más de veinte años. Él me aconsejó comprar el pisuco de Santa, como hicieron ellos de muy jóvenes hasta que lo han vendido hace poco. El suyo, magnífico y en una zona privilegiada a cinco minutos del Sardi.

Siempre que nos encontramos pegamos un rato la hebra y vamos turnándonos en la invitación a café. Andan ya bastante delicados de salud. Pero no prescinden del paseo con parada en alguna cafetería de su recorrido. Me insisten muchas veces en que tengo que subir a su casa, en la plaza, para enseñarme la foto de una hija que se les mató por accidente en Llano. De nueve años. Hablando con ellos, noto que salgo reconfortado, es decir, más fuerte para llevar mi carga sin ti, LU. Pero es evidente que lo suyo es el peso más insoportable que puede caerle a alguien de por vida.

No me gusta cortar la calidez de estos contactos. No me importa y me olvido de todo mientras vea que ellos se encuentran también cómodos en nuestra relación siempre cariñosa. Pero me he quedado sin tiempo de bici, más que para llegar a Fuente Moragas y pegar la vuelta. Por no perder comba y mover un tantín las piernas. Casi ha sido como un descanso, pues estoy potente en esta prolongación impensable de fin de temporada.

De vuelta arreglo unas lentejas que ya había dejado preparadas a primera hora y les meto un hervor con una morcilla burgalesa. Me han salido recias, las jodidas. Seguro que al socio le han calentado el pellejo. No sé si el trozo de chorizo picante era demasiado grande… El caso es que nunca encuentro el equilibrio adecuado. ¡Qué manos las mías! Pero me las he comido, sentado pacíficamente a mi lado de la mesa, y en un momento he pensado calentar un plato y ponerlo en el tuyo… Para que las probaras, a ver qué opinabas… Un halago no, de eso estoy seguro. Pero me gustaría mucho oírte recriminándome mi torpeza con una de esas interjecciones tuyas que a mí me sonaban como una música en el alma.

Antes de sentarme a la labor de la tarde, hacía tan tremendamente bueno que me daba pereza meterme en casa. Habría sido maravilloso proponerte un pícnic como lo hacíamos de vez en cuando en el buen tiempo. Era algo con lo que yo me remontaba y tú lo sabías bien…

Recuerdo algunos gloriosos, improvisados a la vera arbolada de aquella ruta por Huesca hacia Lérida cuando me pillaron con las dos bolsonas llenas de almendrucos, o en los aparcamientos de una terminal de Barajas, o en la explanada de hierba de la torre Eiffel, con una tortilla de patata que hizo furor en los grupos de franchutes que nos rodeaban y que te vieron disponer sobre la manta un milagro culinario y perfecto del arte prêt à porter…

Son instantáneas que en mi recuerdo guardan incluso un sutil significado erótico. Pues no hay escena con más sensualidad para mí como la observación íntima del misterio de lo doméstico y cotidiano. Otros necesitan de extrañísimas lencerías, retorcidísimos artilugios y demás marranadas. A mí un cuerpo codiciado bajo una bata me basta. El resto lo pone mi cabeza…

No. No ha sido posible pasear contigo. Como tantas otras cosas a las que tendré que acostumbrarme. He pasado por el local para comprobar si quedaban botellas de esa bebida deportiva que no sé si tendrá alguna virtud más que un poco de limón que sale caro.

He caído en la cuenta de que llevaba días con la idea de subir a casa alguno más de esos gatos de madera que tallaba tu padre. Un pequeño ruido ilocalizable, de cañerías o de cachivaches que no terminan de acomodarse porque no se acostumbran todavía a estar sin él, me lo ha traído al pensamiento. Mis labios han estado a punto de decir mirando hacia el fondo: “¿Qué pasa, Santos?” Como tantas otras veces. Pero no estaba allí… O quizá sí. Estabais los dos. Y me saludabais desde el mundo invisible. He subido con los gatos a casa y me he entretenido en lavarlos y limpiarlos bien. Y ahora ya hay cuatro, uno a la puerta de cada habitación. No he visto animales más limpios ni más tranquilos ni que gasten menos en comida. Estoy encantadito con su compañía.

Ah, ayer me gustó la función de teatro. Hoy trabajaba el grupo del Sangre, o sea, que lo previsible es que esté hasta la bandera. Paso. Sin embargo, ya digo, anoche hubo un poco de esa magia que se crea cuando es verdadero lo que vemos a través de la cuarta pared.

Fue una historia muy simpática de un grupo de amigos de los noventa, con el motivo de fondo de la confusión de géneros para crear el enredo. Muy modernilla de lenguaje, con cinco actores (uno de ellos del pueblo) alrededor de los treinta, saladísimos y de experimentada capacidad interpretativa. Notable dominio del ritmo dramático y del espacio, con algunos parlamentos que no llegaban claros de voz. En fin, volví a casa con tan buen sabor de boca que creo que me quedé frito enseguida con cara de pánfilo feliz.


06/10/23

Me adelanté como los almendros y a las siete ya estaba a la puerta del Amor. Allí estaba tu amiga IR, también a la espera, y charlamos un ratito hasta que abrieron la taquilla. También su madre y su hermana, y creo que eso hizo que los silencios fuesen más cómodos. Porque los dos sabíamos lo que tratábamos de evitar en la conversación. Más que nada por ella, pues ya imaginas que es de lágrima fácil. No solo eso… (sabes lo que voy a decir, LU, ¿verdad?): ¡cómo me costó callarme lo que nos rondaba en la boca a los dos todo el tiempo!

No he probado en mi vida un bizcocho casero tan bueno como el de ella. ¡Hum!, me pongo malo solo de pensarlo. Pero no me atreví ni siquiera a sugerirlo, porque la conozco un poquito y sé que de inmediato se comprometería. Y tampoco tengo tanta confianza. ¡Qué daría yo por volver a pillar una rosca de esas, doradita, esponjadita, mantequillosa…! ¡Ñam! Dame, Señor de los alimentos, a alguien que tenga esas cualidades y te prometo que la veneraré y que escribiré una obra inmortal para ti.

Al menos por esto, valió la pena. Y alguna otra atención y saludos en las butacas aledañas. Caí también al lado de MT, y mientras comenzaba la función, me sorprendió que se interesara tanto por cómo estaba sobrellevando las cosas. Fue extraño, porque tampoco teníamos nosotros demasiada cercanía con ella, pero me preguntó por nuestros hijos y me aconsejó con mucha ternura, y observé que le asomaban unas lágrimas pequeñitas e imagino que dulces como las galletas que se hacen en su fábrica. Las horneadas que me molan.

Desde luego, lo que no valió demasiado la pena fue la obra que vimos. Un típico ejercicio de buenismo en torno al tema de la vejez y los recuerdos, sin estructura suficiente como para denominarse teatro, con momentos de relleno circense de la única protagonista: un mimo sin diálogos (sí, con buena técnica, pero no basta). Para colmo, prolongada en uno de esos contactos posteriores con el público que me ponen del hígado, donde se trata de justificar el esfuerzo o de vender algo. Na. Pero me tira tanto que hoy volveré a la misma hora a encabezar la fila.

En la salida bicicletera me detengo en Vallejo a mirar despacio y tirar unas cuantas fotos a la ermita de santa Bárbara. Lo que se aprecia de pasada en el deterioro de los tejados no es más que una impresión… porque además por ahí ya se baja embalado. Ay, amigo, cuando te detienes. La he circundado y ni siquiera permite acercarse en algunas partes porque amenaza derrumbamiento y, de hecho, está acotada con un trozo de cinta ridícula.

Pero me he arriesgado a meter la cabeza por una ventana y lo que se ve dentro es un cuadro completo de demolición. Da vergüenza observar la solidez de algunas columnas y la gracia de algún capitel frente a tanta consecuencia de la pura incuria. Sí, dejadez, desidia… de quienquiera que sea responsable. Allí figura un logo de la Junta y un cartel del año 2012 de la empresa propietaria advirtiendo y eximiéndose del riesgo. Ya no queda prácticamente nada salvable. Y, además, ¿para qué?

Embelesado en mis pesquisas y de mal humor, me he enciscado en el recorrido por detrás y encima he tenido que salir por la plantación de ortigas más grande que he visto en mi vida. Como los calcetines de deporte apenas cubren el pie, me he puesto las canillas rojas como llagas de nazareno. Gracias a que un sol triunfante campeaba en medio de la alta mañana llenándome de su fuego, de su alegría y de su vigor. Y he picado suelas hacia abajo comiéndome unas horneadas de esas, que me han sabido a gloria bendita. He rezado a santa Bárbara la jaculatoria consabida y le he pedido que de alguna forma te haga volver a mí. No me digas cómo, LU. Pero ya que las dos estáis en el cielo, entendeos entre vosotras, ¿vale?


05/10/23

Ni sudar siquiera porque a las doce la temperatura era la justa. Por seguir haciendo piernas tiro a Barru con vuelta por Vallejo. Es ruta sentimental porque la hicimos juntos muchas veces. Tú me mandabas seguir adelante para mantener tu propio ritmo, sobre todo en la tachuela al salir de Barru. Porque no eras buena escaladora; no te gustaba que el corazón se pusiera explosivo, al contrario que a mí. Y andabas con muchísimo cuidado en la travesía del pueblo en pendiente. Luego, más tranquilos, acompasábamos durante un trecho el ritmo, en silencio, gozosos de compartir el latir potente de la vida…, de compartir el camino… un camino con final.

Al tomar arriba del pueblo minero la curva, me emociona como siempre el cine decrépito y escombrado de desilusiones; y hacia mitad de la cuesta, la iglesia amenazando ruina desde el tejado derrengado hasta la planta; y alejándose ya de la población, entre el boscaje espeso, la imagen casi fantasmal de las ventanas abiertas sin sentido, desenmarcadas y desenrejadas, en los muros de ladrillo restantes del lavadero de carbón… ¡Qué tres símbolos más potentes de la historia de la montaña palentina!

Y, sin embargo, es un recorrido tan variado y exuberante y concentrado de vegetación, que comunica otra especie de vida natural en la que no es necesaria la presencia humana. Ahí siempre encuentro más claro lo invisible, más luminoso cada reflejo, y me siento más propenso a reencontrarme contigo para seguir dando pedaladas hasta volver a casa… 

Y no hace falta decir que te adoraría si pudiéramos volver a hacer este paseo cualquier día antes de que se meta el otoño encima y ya no pueda ser. Porque hoy mismo he observado que se descolgaban las hojas de los chopos y había un revoloteo alegre de alas en la brisa. Enseguida he recordado a Cyrano en el parlamento maravilloso en que alaba la forma de morir con estilo de esas hojas, a pesar de saber que caen a tierra y se pudrirán. ¡Comme elles tombent bien…!, le dice a Roxana. ¡Qué bien caen…!

Recibo noticas del compañero MO, que sigue en el hospital recuperándose del ictus que le dio el sábado pasado. Otro compañero, LG, me tiene al tanto porque su relación es más cercana. Pensábamos ir a verle pero L. tiene un viaje y parece que la evolución ha sido tan buena que el enfermo volverá a casa en breve. Eso sí, le mandé un guas con un abrazo y me contestó con buen ánimo.

Le había afectado de momento el área del lenguaje, pero la medicación ha funcionado sobre el pequeño coágulo que le causó el problema. Me alegro por él. Buen tipo, inteligentísimo, y de un trato excelente los treinta años que hemos compartido en el instituto. Siempre recordaré que sus hijos, cuando eran pequeños, no habían oído la palabra “parlín”. Sobre todo la cría, a la que yo llamaba “parlina”. Con lo cual, y observando la niña que yo no callaba, comenzó a llamarme a mí Parlino. Nombre con el que me quedé para siempre en esa casa. Y lo tengo muy a gala y lo llevo con gran cariño.

Voy a salir al teatro de sala que ha comenzado ayer. No me parece muy lucida la selección en el programa de mano. Tengo la sospecha de que están abandonando esta actividad, que en mi concejalía tuvo mucha importancia. Este año han dejado la entrada libre. Habré que ver lo que da de sí el aforo. Total, que es algo que me gusta (y a ti, LU), y tendré que acercarme una hora antes a pillar butaca. Ya contaré.


04/10/23

Nada, que me resulta imposible pasar de las once de la noche si la tele no ofrece algo que me atrape de verdad. El MasterChef que siempre veíamos juntos con unas chuches (¿verdad, LU?) ya no he vuelto a mirarlo porque me oprimen los recuerdos y temo no poder conciliar el sueño después. Y el First Dates termina superándome de pura insustancialidad con esas parejas de mi edad (y más), que se preguntan a los dos minutos por sus gustos sexuales detalladamente. Me imagino en esa situación levantándome de la mesa y largándome con cajas destempladas: Vete a la mierda, guarra. En fin, que me pliego en el sobre y al poco tiempo caigo como un bendito. No es de extrañar que hacia las siete ya levante la pestaña.

Como hoy. Cuando abro los ojos, tengo la sensación de que la vida es tan bonita que no puedo desperdiciar un segundo. Tocaba fabada y ahí es cuando me he metido de pocero, bien desayunado, y no es que me haya salido muy espesa, pero mañana espesará. Eso me digo.  De todas formas, aunque las alubias sean buenas, la próxima vez voy a volver a los tres o cuatro puñados de arroz como hacías tú, LU. Bueno, pero tres días salvados.

Después del rato de tertulia se me han roto los planes porque se ha demorado bastante la revisión del coche. He tenido que esperar impaciente tomando un café en Los Olmos y mirando la prensa. Pero a gusto. Y el resto lo he empleado de compras semanales en el súper. No encuentro las cebollitas pequeñas, moradas, que están riquísimas en cualquier tipo de ensalada, ni recuerdo dónde compré hace mucho unas morcillas buenísimas. Porque recorro varios sitios diferentes y no me aprendo nunca dónde están las cosas que me interesan de ocasiones anteriores. Un tocho.

El telediario no me lo pierdo y antes de la cuatro estaba rehusando la bici porque apretaba el calor. No era día para salir a esas horas aunque me lo pidieran las patas. Entonces ha llegado N. para la limpieza y me ha contado que mi suegra andaba mal de la espalda otra vez. He pasado a verla y se nos ha alargado la parrafada. A ratos tiene fuertes molestias. Ahora estaba tranquila. Estas "agripinas" son duras como morrillos. Correosas y valientes, como eras tú, LU. Me gustan las mujeres fuertes.

He completado en la estación un ratito más breve y a la vuelta me ha atrapado la vista de Santa Cecilia, donde he subido para recorrerla una vez más describiéndola despacio. La torre, sobremanera. Es lugar tan recoleto que disfruto un poco de reposo en un banco a la sombra y le hace mucho bien a mi temperamento inquieto. Los ojos se llenan de piedra vuelta belleza, al mismo tiempo materia y espíritu; es decir, eternidad. Me refresco en la coqueta fuente pegada al murete bajo del atrio. Poéticamente, agua es igual a eternidad.

Regreso a casa, al trabajo diario, a la clausura de la buharda, a la busca de unas pocas palabras nuevas que también persigan un rastro de belleza para elevarme más alto. Soy uno más, me digo, en la historia de los hombres, que se atreve a soñar con subir a la eternidad para describirla, dibujarla. Intentando detener el tiempo. A ver si en ese intento te vuelvo a encontrar a ti, que ya vives en un lugar de esa eternidad. Sin tiempo.


03/10/23

Tenía a las once reservada la pelu y por fin me he pelao las greñas, que ya me estaban chinando desde el día del entierro de mi tía. “A ver si cortamos ese pelo”, me dijeron al oído más de media docena de familiares. Era verdad: ya no las soportaba, pegajosas del sudor copioso dentro del casco, lo cual me obligaba a ducharme y lavarme el pelo dos veces. Pero pasaban de las doce. Hacía dieciocho grados (o sea, magnífico para la burra) y he tirado hasta Barru, con vuelta por ese territorio soñado que es Vallejo, más contento que unas Pascuas. Bruuutaaal. En serio. Si es que he dormido casi hasta las siete todo seguido…, por tanto, disfruto dándole caña hasta desfogarme.

En cambio, el aire andaba jodón en el colacao de los buses. No dejaba parar el periódico y me ponía de mala leche. Por eso, he cerrado el papel y me he dedicado a disfrutar del maravilloso tilo frente a la estación, al que yo dediqué aquel poemario que me maquetó JA y, por mediación suya, conseguí una portada primorosa sacada de la acuarela regalada por el pintor palentino AC. “Tilo es olvido” (solo unos pocos amigos lo saben, poetas sobre todo), encierra una historia íntima muy bella, a golpes de una estrofa tripentasílaba que pretendía representar cada latido del corazón… Lo que me fastidia es que el magnífico árbol de mis suspiros hoy está al lado de un corralito de esos donde se encierra el contenedor de la basura. Y me molesta. Y mucho.

Esta geografía sentimental de los que escribimos suele ser muy golosa cuando alguien se convierte en un autor famoso. Los críticos suelen rastrear la huella más leve de la vida personal y secreta del artista. No será mi caso, sin ninguna duda. Pero es curioso que hace poco me encontrase con un compa de colegio universitario estando de compras en una localidad próxima, que me confesó haber leído mi novela del policía y creyó adivinar en algunos rasgos de la “mujer fatal”, protagonista y víctima, un vínculo con alguien de esa localidad donde nos encontrábamos. Me dejó perplejo, porque nunca hubiese pasado por mi cabeza ese nexo entre realidad y ficción. No había nada de aquello en el personaje creado por mí. Mi interlocutor puso cara de no creérselo. Fue suficiente para que no le contara la verdad. Pero como nada es imposible, pudiera ser que leyera este diario. Ahora ha llegado el momento de saber cómo se forma un personaje de ficción. Va para ti, amigo, para tu curiosidad y sorpresa.

La mujer salvajemente asesinada en “Perlas en racimos” es un Frankenstein. Sí, un ser hecho de trozos de otros seres diferentes. El escritor no es más que ese científico que en la novela de Mary Shelley los recoge, los une y les insufla la vida con un soplo. Por eso se dice que el artista, el escritor en este caso, es un creador. Es una manera de ser Dios.

Como mi novela se desarrollaba en tres ciudades reconocibles de mi experiencia vital, tomé de cada una de ellas una mujer real (algún aspecto particular) para construir una personalidad verosímil. De Valladolid recordé el clasismo, la altivez y la frialdad de una primera mujer. De Palencia procedía el misterioso poder de atracción contra el que no se puede luchar, de una segunda mujer. Y de Santander era la mujer que asesinaron brutalmente en una bajada a las playas y que me proporcionó las circunstancias detalladas del suceso tomadas de los periódicos y de un libro sobre la crónica negra en Cantabria. Junté todas estas características de las tres… Y cobró vida mi personaje: María Soledad.

Así trabajan muchos escritores, aunque a algunos les produce vergüenza enseñar la cocina, como suele decirse. Para mí resulta interesante hacerlo explícito porque también algunos me han preguntado si conocí a la sinuosa prostituta llamada en la novela Susi Miel… Y otros me han interrogado: ¿Tú eres el Niño? ¿O eres el viejo policía? Pues bien, todos tienen algo de la realidad y yo soy todos ellos juntos. Yo soy el orgulloso (y, sin embargo, humillado) diosecillo que los ha dado vida.

Del millón (largo) de fans que me siguen, a la mitad les intereso por lo literario y a la otra mitad por lo personal. Eso lo sé seguro porque a algunos, naturalmente, los conozco. Y me comentan algunas cosillas. Otros nunca me dirían que leen esto. Me parece respetable. Mi criterio es que el diario sea abierto a los cuatro vientos y no me importa exponerme ni a la chamusquina ni a la cellisca. Porque nunca de mis manos saldrá intención mala. Es un regalo que ofrezco. De corazón.

Eso sí, pretende un objetivo general que ya he anunciado anteriormente. Sin embargo, debe participar de cuatro aspectos que combinados le den alguna gracia (si es que la tiene de por sí). Algún sentido. Algún valor noble. O sea, que debo contentar en lo posible a todo el mundo, que es tanto como decir al tipo de lector que yo pueda imaginar que me sigue. En consecuencia, aquí se encontrarán mis lágrimas por el amor que me arrebató la vida, mis veleidades artísticas y literarias, mi pasión por la eucaristía de los alimentos y las personas que se dan a través de ellos, y mi afición medio deportiva por la bicicleta. Quienes valoren mi estilo literario, pienso que se regocijarán a ratos. Quienes me quieran como el pobre hombre que soy, me dice la intuición que alguna vez llorarán. ¿Me equivoco?


02/10/23

La parada de ayer para recuperar piernas y el descanso absoluto de anoche se han notado en la subida de hoy. Sin apenas enterarme, la verdad. Me cruzo con mi compa EM, pero él está de vuelta y no le cuadra ir más arriba de Barru. Bueno, no hacemos planes porque ya nos conocemos y cada uno programa su día como le conviene. Mientras haga bueno, le digo, yo saldré por la mañana hacia las once. Y hasta Grullos, todo lo más lejos. En mis planes, la burra es una actividad muy necesaria, pero siempre que no me ocupe mucho más de dos horas. El resto es para otras aficiones que me atraen por encima del ejercicio físico. Lo físico para mí es un complemento y una ayuda hacia otros objetivos.

Y reconozco que me viene genial. Llego a casa y me peso a culo pajarero. La báscula ya indica setenta y dos y medio. Se lo prometí a mi Chiqui. Este es el punto perfecto para mi morfología. Lo sé de siempre. A partir de aquí debo andar con cuidado porque por debajo de esto me quedo sin chicha y sin cuerpo. Ya me pasó. Pero entonces era contra mi voluntad y por efecto del miedo ante tu enfermedad, LU, cuyo impacto me hizo tambalear. Ahora mismo, sinceramente, no me siento en aquel vórtice de antaño. Mentiría si me hiciera la víctima: sufro todavía tu pérdida pero mi ánimo va entrando en una fase de aceptación serena. No me siento enfermo de ninguna forma. Soy un hombre maduro que está tratando de encajar un gran dolor.

A última hora de ayer mi queridísimo EM, excompañero de Cabezón y con quien estuve hace unos días en Torrelavega, me envía un guas diciéndome con cierta retranca que se ha despeñado con la bici y se ha roto la clavícula. Quizá necesite operación. Ya he alertado yo aquí anteayer del peligro de los bicicleteros, que no salimos catapultados por los aires porque dios no quiere. En fin, le contesto que al menos él cuenta con el consuelo y los mimos de mi admirada I., reina de las patatas a la importancia. Me parece que las vamos a disfrutar antes de lo que imaginábamos. En cuanto esté presentable me acercaré a verle.

Después de comer evito el sopor en el sofá y me largo enseguida a leer bien a gustito en la estación de buses. Últimamente me encanta tomarme allí el colacao con leche fría. Además, he descubierto que trabaja de cocinero DH, un gitanillo al que yo cuidé mucho cuando entró en el insti porque era más listo que el hambre pero no hacía nada porque no le estimulaba lo que le ofrecíamos. Hoy es un muchacho espigado, bien parecido, y centrado en convertirse en un buen profesional. Me dice que quizá compagine estudiando a días algo de Hostelería en Reinosa.

Quiere recuperar el tiempo perdido, quiere progresar porque se ha casado (tengo entendido) con una morenita muy linda que ronda por allí a ratos. Me gusta saber que va saliendo adelante. ¿Tú te acuerdas, LU, que te planteé llevarle en una feria del libro a que conociera el Bernabeu? Total, iba a ser un fin de semana, que podría haber dormido en el pequeño cuarto sobrante del piso de la Fundación… ¿Estás loco?, me dijiste. ¿Tú sabes qué responsabilidad asumes? Era verdad. Como también es verdad que desde que salió de las aulas no he conocido un chaval más cariñoso, que se alegre tanto cuando me ve por ahí y que me siga considerando como lo resumió una vez: Tú eres payo güeno, me dijo. Tenía once años.

Pillé por azar una peli maja y aguanté hasta las doce y pico. “Los europeos”, de V. García León es una muestra aparentemente tópica de lo que éramos los españolitos en los años cincuenta, cuando algunos se desbravaban en Ibiza con las extranjeras. Pero tiene poco de peli de Pepito Piscinas y mucho de una acidez que le viene del guion de R. Azcona. Aquella sociedad tan hipócrita todavía queda retratada en una francesita que se queda embarazada de un noviete españolazo y tiene que abortar… Y algo que hoy no llegaría ni siquiera a anécdota encubre la miseria ambiente de una época para pasar página. Como así ha sido. Por suerte.


01/10/23

Sin novedad un día más de domingo, si no es insólito este sol picajoso a media tarde más propio de pleno verano. El cambio de clima es una evidencia científica. Octubre, de todas formas, es mes crucial. Lo que no varía es la sensación de tarde dominical sin pulso y a la espera de que el finde desemboque en una larga noche de descanso. La única pequeña gracia para afrontar la semana próxima. Esta ha sido siempre mi percepción desde niño en el internado. Un consuelo.

Tampoco varía con el clima (es más, se acentúa) la traumática entrada en octubre. Otoño baja la moral a los pies a los muy sensibles. Además, se añaden los efectos del cambio de hora. Octubre es mes conocido porque la caída de la hoja se lleva a mucha gente por enfermedad o vejez.

Octubre fue el mes de tu mal, cuando una mañana me llamaste para que acudiera enseguida a casa y sentados en aquel sofá rojo me contaste que el ginecólogo te había dicho que aquello tenía muy mala pinta… Te abracé, te besé mucho la cara llena de lágrimas, te prometí que no te pasaría nada… Y todavía hoy siento mi hombría herida de pura impotencia porque no pude defenderte con uñas y dientes contra aquel enemigo tan cruel, implacable, tan letal. Fue el comienzo de quince años funestos. Hasta sucumbir. Fin.

Me he prometido no convertir esta parte del diario en un catálogo de desdichas, es decir, en la escatología de tu enfermedad. No lo he podido aguantar cuando lo he leído en los testimonios de otros. Esta parte de nuestras vidas incluirá algunos fogonazos para esclarecer una experiencia de vida tan traumática. Pero nada más. 

Esta parte contará sobre todo cómo nos despediremos definitivamente (ocultándote para siempre en un minúsculo hueco de mí), y presiento que eso sucederá (tal vez, tal vez, tal vez) cuando alguien venga a ocupar con el mismo derecho que tú el palacio entero de mi corazón. Entonces ya tengo pensado dónde esparciré tus cenizas sobre nuestro querido Cantábrico. Entonces tendré que prescindir de este anillo con tu nombre y permitir que otro nombre distinto (tal vez, tal vez, tal vez) designe en mi mano un nuevo amor. Con el mismo derecho que tú. Tal vez, tal vez, tal vez, si la vida y el tiempo ganan todas las batallas y lo disponen así. No podré oponerme y sé que tú también lo comprenderás. Serás feliz. Me sonreirás. Fin. Pasará la página. Continuará…

Y basta por hoy. Es demasiado peso. Es octubre. Disculpad.


30/09/23

Madrugo para dejar la comida preparada. Tres días que libro: una maravilla. Se anuncian hasta treinta grados y eso quiere decir que hay que salir pronto con la máquina, pero yo no voy a poder hasta las once. Me lo he tomado con calma y he pasado un ratito muy agradable en las mesas del Valen con la prensa y un café reconfortante.

A esa hora dicha me tiro al carril y lo cojo con ansia después de una semana sin brearme. Lo de la minibici es puro divertimento (aunque también me vale para mantener, sin duda). He subido con mucho aire y me he entretenido con un reinosano que se estaba echando unos selfis, de pura chulería, porque era una chavalín majete y me ha hecho gracia. Le pido que me tire un par de ellas a mí con mi propio móvil, echamos un trago en la fuente y nos despedimos. Aquí tienes un amigo. Y tú en Reinosa, contesta. Ya me gustaría pillar esa edad, voy pensando al iniciar la vuelta. Y quién no era chuleta entonces… Aunque no valiera uno ni para tacos de escopeta. Pero la juventud es un árbol que cada día se levanta a desafiar a los cielos.

Me echo a rodar de vuelta, y paro en el 824 a tomar una foto. Bajo a tumba abierta hasta Barru, sin manos, comiéndome unas horneadas buenonas para meter un poco de azúcar, sin reflexionar como un hombre sensato en edad provecta que debería darse cuenta de que una carretera con costurones como esa es una posibilidad cierta de salir volando por el manillar adelante. ¿Y qué?, me contesto. Como un gilipollas.

Al llegar bajo el puentecillo cercano a Villavega se me suelta la bomba y queda por el camino. Paro, la recojo, pego otro par de fotos desde allí hacia un punto de fuga en el horizonte, calculando que quizá está tu pueblo, LU, detrás de aquellos tesos saltando de un valle a otro. Y me alegro al pensar en la casa donde naciste y me propongo acercarme un día también a tirar media docena de instantáneas por si estás asomada a alguna de aquellas ventanas que dan a la carretera. Se me encoge un poco el corazón y al punto sé cuál será el motivo de mi instagrama del domingo. Y casi a renglón seguido me llega a la cabeza una de esas cuartetas de estilo machadiano, que retocaré y dejaré en limpio dentro de un rato para acompañar las imágenes. Una machadiana más de las que ya me he servido otras veces.

El airón era surazo y me ha fatigado más de lo que pensaba. Después de comer he notado el plomo en las patas. Me he cansado hoy por no caer en la cuenta de que llevaba una semana sin montar en la de carretera. Hasta tal punto que no me ha apetecido salir a tomar un colacao. Me he cambiado y me he encaramado en esta buharda a trabajar un rato. Cuando trinco la puerta a diario, se cierra y se abre para mí un mundo que no sabría cómo explicar. Entro en el reino de la fantasía y ya no lo abandono hasta acostarme, y aun así continúo en sueños a veces hermosos y a veces turbios hasta despertar de nuevo. Estos días, tanto en Santa como aquí, he dejado la persiana subida para recibir durante la noche el baño de la luna llena que rige las mareas del mundo y también las del corazón de los enamorados.

Pero me he cansado mucho y bien. He tenido que tomarme un paracetamol porque no quiero arriesgarme a un dolor de cabeza inoportuno mientras sigo con mi tarea de corrección de los relatos. Y en esas estoy. Pocas cosas más de relevancia me quedan por vivir hasta que despierte al alba. Ni siquiera una película después de cenar que me pueda elevar a otra realidad que no sea tan plana como esta, tan anodina, tan repetitiva. Solo la imaginación me salva, por fortuna. ¡Qué bello sería este sábado si ahora mismo te llevara cogida de la mano! Tal vez esperaríamos a que bajase la noche lunar a acariciarnos los cuerpos en la habitación en penumbra… Pero me ha tocado otro personaje en esta peli. El que ya no espera nada.


29/09/23

Disfruto a tope de la lectura pausada del periódico, con doblete de café bajo una acacia que filtra un sol retozón, frente al hospital Santa Clotilde. Por ser el último día de mis semivacaciones, sé que no voy a estar concentrado para leer literatura, teniendo pendiente la tarea de recoger y dejar un poco pasable el pisuco. Soy así de intranquilo (más que nervioso). Se me ocurre de súbito que me vendría bien romper el plan cotidiano…

Dicho y hecho. Me viene una idea y enfilo hacia los chinos a comprarme unas sandalias de playa que nunca he usado… Voy a pasear las dos playas del Sardi porque tengo dos horas por delante. Como hacíamos tú y yo, LU: hasta tres y cuatro vueltas completas. Como despedida y como recuerdo recuperado que todavía no había sido capaz de afrontar. Sé que me va suponer un rato de congoja. Pero voy a intentarlo. Quiero hacerlo. Como si de nuevo caminásemos el uno al lado del otro.

Es curioso que lo que más me apura y desconcierta sean las pequeñas cosas de la vida práctica que aún no he aprendido a resolver. No te enfades conmigo, LU, puedo con asuntos más serios pero en esto me aturullo. Y es que tú no estás y tengo que ir aprendiendo a arreglármelas solo. Esa es mi realidad: la dificultad de las pequeñas cosas. Los primores de lo sencillo, como decía de su estilo el escritor Azorín. Total que he comprado unas chanclas grises, agujereadas (parece que no me he confundido de número y que camino bien), pero no sé si son para trabajo sanitario, de limpieza o de hostelería. Lo interesante es que lo he resuelto, me he pertrechado con la mochilita que llevabas tú y allí he incluido todo lo necesario. En cuanto he pisado la arena, también he guardado dentro las chanclas. Ni un solo detalle olvidado, incluida la crema en la cara. Un par de vueltas en tu compañía (porque mirabas por mis ojos acuosos de la emoción). Estaba la marea baja y la playa casi como en pleno verano. He recogido una de esas conchas que coleccionabas y he vuelto con ella a casa. La he depositado en el bol de cristal. La primera sin ti…

Ya te digo. A las dos estaba de vuelta. Genial todo. Excepto la comida, claro. Puedo sobrellevar con imaginación tu ausencia, puedo soportar la necesidad de un cuerpo engañándome con actividad física, pero lo que no puedo consentirme es terminar siendo un comemierda. Esto lo llevo fatal. Toda la semana tirando de latas. ¡Qué asco! ¡Jodeeerrr! Gano tiempo para otras cosas, pero no aguanto sentarme a una mesa más solo que la una, calentar dos minutos una plasta para perros (chof, chof, suena al caer del bote al plato) y rabiar por no sentir a mi lado que alguien también disfruta con los cinco sentidos de una comida corriente pero hecha con amor, como se disfruta con los sentidos del acto mismo de hacer el amor. ¡Me cagüentoooo!

Tengo que enfrentarme a la realidad. Gracias a mi buena estrella, nuestra sobrina P. vuelve a llamarme y me dice que me deja los boletus prometidos donde tu madre. Aleluya. De vuelta paro en el Mercadona de Reinosa. Me encanta esa costilla en adobo, solo que cada día viene la ración más mermada, supongo que con el objeto de que salga más barata. Mañana pondré un bendito cocido y resolveré para unos días.

Tengo que retornar a mi realidad, que consiste en no dejar que la imaginación se apodere de los hechos. Necesito centrarme en el trabajo y retomar todas las rutinas que me favorecen porque me tranquilizan. Aunque mi temperamento es ardiente, traigo un poco de paz de espíritu. No sé cuánto me durará. Porque no tengo remedio. Literalmente.


28/09/23

Quienes conocen algo de mi estilo literario saben que suelo concluir la entrada del día con lo que se llama en retórica literaria un “epifonema”; es decir, una forma de cerrar con una frase breve, enfática, condensativa… En fin, es lo de menos… Lo que tiene esta técnica es que después es muy difícil añadir algo. Además, el asunto en tono jocoso con que rematé ayer impedía cualquier otro y menos uno de carácter muy serio.

 Eso es justamente lo que me sucedió anoche en el preciso instante de hacer la publicación, cuando me llamó mi querido y admirado maestro JMP, Peridis, compungido y desorientado, para comunicarme la muerte de su hermano LPG. Yo sabía desde la reunión de este verano en el Calero que ya andaba bastante mal. Creo que di con unas pocas palabras emocionadas que lo aliviaron momentáneamente y me lo agradeció. Quedamos en vernos pronto para abrazarle.

Asimismo, en el guas del Psoe dieron noticia también de la muerte de una gran compañera, B., de cuyo grave estado de salud no tenía conocimiento. Hija de un socialista histórico aguilarense, era excelente compañera y mejor persona, en lo que tuve de relación militante mientras fui concejal. Q.e.p.d. No me han informado con más detalle del sepelio, o sea que no he tenido necesidad de modificar planes y regresar antes. Nada me ha escrito la compañera a la que dejé encargada con este cometido. El pésame, de todas formas, lo manifesté en el chat del grupo político. Me gusta cumplir.

Cambio de tercio. ¡Qué días más preciosos de luz y de calor! No había podido disfrutar en todo el verano de Santa por circunstancias y esta semana completa me he resarcido. Este veranillo de san Miguel ha sido mi verdadero veraneo. ¡Cómo la he gozado!

A veces pienso que si no fuera por la obligación con el socio, permanecería bastante más tiempo aquí. Ocupados los hijos en sus obligaciones, nadie me echa de menos, ni me espera, ni piensa en mí. No vale engañarse. Has desaparecido, LU, y ya nadie se parará un instante a preguntarse: “Qué será de este allí?" Y si ya no regresara nunca, estoy convencido de que en poco tiempo desaparecería también el recuerdo del ámbito ordinario donde uno se mueve. En el fondo es otra forma de muerte, pues como dijo el poeta LGM en el poemario homenaje tras la muerte de su mujer, AG: “¿Qué es lo que sucede con el muerto que se queda?” Bien, no quiero dejarme caer.

Los chicos me insisten mucho cada vez que vuelvo al pisuco (sobre todo A.): “Riega las plantas de la terraza, papá”. Demasiado bien entiendo esa preocupación concretísima. Parece que en esas plantas que tú mantenías, LU, como pimpollos, cifran ellos simbólicamente la persistencia de tu paso por esta vida y el gobierno de esta casa. ¡Qué bien sabías hacerlo! He ocupado un rato de descanso en la tarea de esta mañana para adecentar lo que comienza a ser una selva inextricable, enmarañada. Hasta he podado los ramos descoyuntados, descolgados y secos… No sé cómo quedará… Había diez plantas y creo que se mantienen con vida seis. Hago lo que puedo con buena voluntad, pero ya sabes que no tengo ninguna maña para esto.

Por la tarde no me entretengo ni siquiera con el politiqueo del parte. Estoy tan en forma que me muero por salir con la minibici al carril. Todo Santa me he cruzado, primero hasta los supermercados de la entrada y desde ahí hasta la otra punta del parque de la Marga, saliendo para Bilbao, con vuelta por el centro y túnel de Tetuán. Casi tres horas, ligero. Estoy como una moto de contento. Y, por si fuera poco, un pequeño toque en la pierna derecha se ha corregido metiendo y achicando agua como una noria. Sin dejar el magnesio. Aquí en Santa, la humedad me saca muchísimo sudor y ahí se me van las sales que luego me reclama el cuerpo. Lo voy controlando.

A la ducha le sigue un tomate grandón de esos de Cantabria, con aceite y sal. Me siento a disfrutarlo mientras el sol ya busca camino del oeste la ventana de la cocina. Ni el Rey de España vive mejor que yo, me digo….

Cuando voy a editar estas notas, el contador me sorprende una vez más porque no me explico qué interés puede tener una vida tan minúscula como la mía. Excepto que haya un buen puñado de gente que me admira (mi arte literario) o me quiere (mi desamparado corazón). En todo caso, yo lo agradezco con regocijo y propósito de dar cada jornada mi esfuerzo mejor. Aun teniendo facilidad para ello, no es fácil poner todos los días cientos de palabras con cierto fundamento. No, no vayáis a pensar… Pero tened por seguro que lo haría incluso sin que hubiera nadie al otro lado del hilo. Porque es una necesidad de mi corazón, que sangra de pena y necesita purgarse todos los días, aunque sea ladrando a la luna, como los perros solitarios o los lobos enamorados.

Y particularmente quiero señalar a ese grupo de personas extranjeras que vuelven regularmente a estas líneas que son mi casa y su casa. No puedo saber la identidad, pero es muy bello que haya días como hoy en que se registran once entradas ¡de Singapur! Pero qué interés puede tener alguien en la otra parte del mundo, a quince horas en avión. De vosotros, amigos, me gustaría tener alguna noticia. Siempre tenéis el espacio de los comentarios si os apetece hacerme llegar vuestra voz. O si lo preferís y me conocéis por el Ínstagram, podéis presentaros en privado. Estaré feliz de conoceros.

Remato estas vacaciones de lujo (yo me conformo con poco). Mañana por la tarde regresaré a Aguilar. Y continuaré mi itinerario vital, que es tan sencillo como lo que voy mostrando. Me consuelo frecuentemente diciéndome que a lo mejor soy importante para  alguna persona que no imagino, pues me vence tu ausencia, LU. Ya lo ves, hasta en Singapur tengo fans.

Pero no hay que ir tan lejos para encontrar a alguien que se acuerda de mí. Después de comer recibo una llamada de teléfono y se pone al aparato una voz de cascabel y los ojos azules más bonitos de España. ¿Te guardo algún boletus para cuando vuelvas? Sííííí. ¿Hay algo más grande que ofrecerse en forma de alimento? A mí eso me conquista porque derriba de golpe los muros del castillo de mi alma. ¡Qué lástima no haber tenido treinta o treinta y cinco años menos para tragarme un ángel con una cara tan bonita! Por lo menos lo hubiera intentado. ¿Eh, LU?


27/09/23

Me imaginaba que el periódico vendría hoy prieto, así que a las nueve y media ya estaba yo en el “Picacho” con el primer café, y media hora después hacía doblete en el “Cabo Quintres”, que también tiene una terraza tranquila hasta media mañana que llegan los de los perros. Y qué día más perfecto de solito filtrado a rachas, pero con veinticinco grados sostenidos. Me he leído de cabo a rabo lo que no pude ver del debate en directo ayer. Pero esto lo dejaremos aparte.

Aun diré más: es que ha sido uno de los días en que yo redondeo o pongo flecha indicativa en varios artículos. Ya digo, hoy sin desperdicio. Entre las curiosidades me ha captado una noticia sobre uno de esos otakus (manga, anime… toda esa purrela) que se dicen fictosexuales o enamorados de un personaje ficticio. Y se hacía referencia a un individuo muy famoso porque se casó con una muñeca que representaba a una estrella de dibujos animados. Una cosa demencial, propia de retrasados mentales con diploma de primera excelencia.

Espero que no se le ocurra a nadie comparar una memez de este tipo con la idealización o amor platónico hacia una mujer, al que algunos somos muy propensos por carácter creativo, y que representa el modelo perfecto del amor. Incluso encarnado en ciertas mujeres reales. Ha sido el motivo por excelencia de toda la historia literaria y poética. Se les llamaba y se les llama con un nombre precioso: “musas”. Hasta aquí , de acuerdo.

Pero confundir la auténtica imaginación o fantasía con un individuo desequilibrado que se compra una muñeca para hablar con ella mediante un programa y se casa con ella (no hay sexo, parece), es cosa de locos. Vivimos en un mundo desquiciado donde todo es posible. Por ejemplo, a este tipo japonés al que hago referencia se le conoce como el primer viudo digital porque le empresa que comercializaba el personaje lo “desconectó” en la pandemia.

Se puede tener un retrato real de la mujer amada, claro que sí, es una muestra de romanticismo. En cambio, no se puede hacer el amor a un “objeto” con la imagen exacta de quien se ama. La explicación es nítida: todo amor se consuma en deseo de penetración dentro de un cuerpo hasta llegar al alma. Y el plástico no tiene alma. Hay que distinguir entre un pervertido sexual y un “traga ángeles”, que es como denominaba un querido amigo mío, médico, que ya murió, a ese estado en que te encuentras cuando se te ha metido alguien dentro. “Estás pillado, ¿eh? Te has tragado un ángel”.

Confirmada sobre el terreno la recomendación de mi colega JLO sobre el restaurante de Las Llamas. Hacia las doce me aseguro reservando en la página de internet, que solo con ver lo bien que funciona me da muy buenas vibras sobre lo que después voy a encontrarme allí. En efecto, con la minibici, disfrutando como un niño, me acerco a la hora convenida. Tomo mesa afuera, bajo toldo, pero frente a un espacio natural agradabilísimo, como bien señalan los comentarios de la página. Qué maravilla. Al fondo la facultad de Ciencias donde estudió mi chaval. Por supuesto, en cuanto recibo la nutrida carta del día, les mando una foto con el menú elegido: coliflor al roquefort, manitas de cerdo, tarta de la abuela, una clara y un cortado: quince pavos… casi causa sorpresa cuando te traen la nota. Mi colega, que es un tanto fachilla, me lo había subrayado: no hay cosa mejor que la competencia. Es cierto, hacía mucho que no encontraba algo tan interesante entre calidad y precio. Un sitio más que me apunto para soluciones rápidas y pausas en la comida basura a la que suelo recurrir en Santa.

Me recorre un cúmulo de buenas sensaciones… Soy un hiperestésico que se deshace a cachos en multitud de sensaciones… Soy un cuadro impresionista en mi paisaje interior. Casi puedo decir que soy feliz, que me siento un afortunado a pesar de lo recién vivido, que disfruto de mi privilegio de jubilado con paga gorda, que me dedico con gran pasión a lo que me gusta… Que estoy solo aquí, con los ojos empañados, pensando mucho en ti, LU. Es verdad, no tengo amor. No necesito a alguien que me quiera. Pero tengo esperanza. Podría aparecer alguien a quien querer. Vuelvo a retomar con ligereza mi bicicletilla y cuando paso por Piquío me paro un momento a ver la playa bastante concurrida todavía. Los cuerpos se ofrecen al sol.

He llegado un poco sudado a la cita para resolver los asuntos de la luz y el bono de mi socio. Bah, no me cantaba demasiado el alerón, porque la camiseta estaba limpia y recién cambiada. A la hora precisa de la cita. He candado la minibici y he entrado a la oficina. Llegaba con el pecho un tantín agitado: desde que respiro como un toro, la ventilación de los pulmones es más fogosa… Me ha atendido la misma rubianca que me dio la cita ayer in situ. Eficaz, inteligente y muy, muy atractiva. Mientras cumplimentaba el contrato en el ordenador, no sé qué me pasaba que mis ojos atónitos se iban a por ella como dos lobos… Me he montado la película… No creo que se haya dado cuenta. Que me perdone mi amor imposible. Pero esto es desde que me he operado de los cornetes… ¿Será la caló?


26/09/23

Jornada sin nada más destacable que haber sido provechosa al completo. No se presentaba un día bonito pero ha terminado arreglándose, es decir, una temperatura de pasear cómodamente en manga corta. “El Picacho” ya me tiene como cliente habitual y me satisface porque tiene buenas mesas y buena luz cuando hay que permanecer en el interior; y una terraza suficiente en días de estos para la media docena de clientes habituales al café del recreo.

Después de una pequeña compra, vuelvo a la atalaya y leo con buena concentración. El sol pega de plano en lo alto de la ventana, hay ajetreo de obras abajo (luego preguntaré a un operario que me informa de que sustituyen tuberías antiguas ¡de uralita!). “Maddi…”, la nueva novela de EP tiene el inconveniente de que la primera persona en un contexto de inmediatez de la acción produce un efecto extraño, no funciona con eficacia, no termina de chutar.

Por la tarde no me entretengo en el telediario porque debo solucionar un asunto en la Cía. de la luz. Hoy, precisamente, que es el día del debate de investidura y me hubiera tragado una buena parte… Antes de que comience la primera réplica me pongo de deporte y me voy a pie hasta Castelar. Mira tú por dónde, pero en estos asuntos sí soy pragmático. Se trata de conseguir el bono social para el piso de Lzr. y llevo tiempo detrás de ello, pero una vez más tengo que reservar cita para mañana a media tarde porque hoy está petado y va con mucho retraso y… una mierda para ellos… Total, que me he perdido el politiqueo pero ya lo recuperaré en la trastele.

La caminata ha sido de más de dos horas y a paso ligero, con lo cual me lo he sudado bien. Hago una vuelta tremenda desde Piquío hasta el Ayuntamiento y desde ahí hasta Cuatro Caminos para recorrer toda General Dávila. No me he parado excepto unos minutos, o sea que dos horas y veinte a buen paso dan para un trecho largo. He localizado el “Quebec” porque ayer E/I me dijeron más o menos por dónde estaba y sus celebradas tortillas. ¡No te lo vas a creer, LU! Está justamente debajo de la peluquería de Figuero donde tantas veces fuimos a reponer las pelucas que utilizabas. Me he quedado clavado allí un instante… Casi sentía ganas de subir a saludar a las muchachas que todavía me recordarán (fui solo muchas veces a recogerlas tras su limpieza, ¿te acuerdas?). Pero lo cierto es que no tendría fuerzas para contarles que ya vuelas junto a las aves marinas…

También me interesaba ubicar los tres sitios donde he visto en el IG que mejores rabas se comen en Santa. He tomado buena nota y tú sabes, LU, que en esto soy caprichoso. Me voy a guardar los nombres pero los tengo en un archivo de guas dedicado a la cocina que llamo JM/Culinaria. Ahí están. Creo que mejor aun que los que ya tenemos conocidos y frecuentados.

Al mismo tiempo, un amiguete de aquí del barrio, estudiante, me ha recomendado el restaurante que hay en el parque de Las Llamas, de tapas y plato del día. No caro y muy rico. Lo que me atrae sobre todo es la ubicación tan agradable de su terraza, frente al humedal debajo de la universidad del chico. Lo he paseado mucho. Mañana tal vez me voy a acercar con la minibici porque ya me produce tristeza el solo hecho de abrir el bote con los grumos de grasilla naranja, para calentarlo y comérmelo sin gusto.

LU, ¿tú no me podrías buscar una mujer que me haga una comida sencilla y rica…? Pero todos los días, tooodooos. Y yo le ofrezco a cambio mi patrimonio y el imperio sobre mi corazón. No te digo de veinte ni de cuarenta, pero tampoco de setenta p´arriba. Tampoco eso, no jodamos.

Vi anoche por tercera vez “El guateque”, película que siempre me hizo muchísima gracia y de la que, casualmente y sin ningún motivo, había estado comentando algunas escenas con mis amigos A/I. Casualidad o telepatía. Pero me dormí muy risueñamente.

Y otra peli que me gustaría ver pronto es una del año pasado que todavía tengo apuntada en cartera. Es el “Cyrano”, de Jon Wright, con Peter Dinklage de protagonista (el enano de Juegos de Tronos, para entendernos). Aparte de que es musical, me intriga saber qué efecto crea en la bella Roxana un tipo de 135 centímetros de estatura. ¿Dará el pego? ¿Es este el espíritu de Cyrano? No termina de convencerme. Cyrano podrá ser feo y narizotas, pero siempre mantiene la ilusión de conquistar a su amor. Un tipo tan corto de estatura… lo dudo.

En último caso, si no me gusta, cambio por otra y se acabó. Por la de José Ferrer y Mala Powers, por ejemplo. Esta sí que es una peli chachi. Quiero que reconstruyan con tu adn a alguien como tú y quiero volver a verla contigo, en el sofá, bajo la manta, con el bol lleno de palomitas… Y oír aquello que dice Roxana cuando descubre el engaño: “La voz que hablaba desde las sombras… ¡eras tú!” Y aquellas otras palabras cuando quiere retenerlo y Cyrano tiene prisa por despedirse porque está herido de muerte… Nadie mejor que José Ferrer ha dicho: “I must go”. Debo partir.

¡Oh, señor Cyrano de Bergerac! Mi maestro, mi héroe: llévale a ella estas palabras mías pronunciadas desde las sombras. Quienquiera que sea. Dondequiera que esté.


25/09/23

Tenía pendiente una llamada a mis amigos E/I, un matrimonio majísimo y como tantos otros ocupado en los nietos, por lo que finalmente he cambiado los planes para hacerles una visita hoy mismo en Torrelavega. A media mañana ya les estaba esperando en el bar donde solíamos quedar para un café durante los meses que la chica tuvo prácticas en el hospital de Sierrallana. Tus fuerzas ya estaban muy mermadas, ¿recuerdas, LU?, y ya no te movías prácticamente del pisuco. Aún hacías la comida para sentirte útil y esperabas a nuestra Chiqui con la sonrisa ancha. Era el comienzo del otoño del veintiuno. Hoy he regresado a la misma hora con la nostalgia de compañera y de copiloto.

Lo hemos pasado bien, la verdad, porque hemos hecho nuestro paseo habitual y la amistad con ellos es franca desde los tiempos del instituto de Cabezón. Él es un tío listo de la primera promoción de catedráticos de Tecnología. No han variado nuestro vínculo ni la separación ni las cuatro décadas transcurridas. Ella fue la madre que yo necesitaba entonces, con veinticinco años, y de todas las delicatesen con que me agasajaba los viernes recuerdo mucho las patatas a la importancia. Hemos quedado que en mi próxima escapada a Santa, me enseñará a darles el toque perfecto (con patatas rellenas, claro) y que comeré con ellos. Yo llevaré el vino. Hoy no quería entretenerme, aunque hemos apurado hasta las dos, porque tenía cosas que ventilar y además hacía veintitantos grados que no podía desaprovechar con la minibici plegable. De todas formas, nos hemos acercado a la Plaza Roja y después a la del Ayuntamiento y hemos probado tres tipos de tortilla donde sabemos que lo bordan. Se estaba en la terraza como en el paraíso. Allí he recibido también un par de guas de mi editor.

A las cuatro trotaba yo por el parque de las Llamas con mi potrilla o mi bicicletilla, ramoneando entre árboles exóticos cuyos nombres desconozco y parándome a mirar el letrero de todos ellos, porque para el escritor vale más el nombre de las cosas que las cosas mismas. No obstante, un poco picado por la mosca del calor y un poco asilvestrado entre la hierba, al final me he tumbado un ratín en un banco ancho de rejilla y he cerrado los ojos unos instantes, acariciado por una brisa suavina, como si un ángel me soplase en el rostro. Así, un poco asilvestrado y un poco desasido del mundo, he pasado diez minutos de siesta hasta que me puesto rumbo a las playas y hacia el centro.

Cuando ya me pesaban un poco las patas he tomado los ascensores que suben desde Reina Victoria hasta Miranda (tú me enseñaste ese camino, LU, porque eras espabilada como una liebre para las cosas prácticas de la vida). Y la verdad es que, aunque hiciera como que no le daba importancia, a mí me encantaba esa inteligencia práctica tuya, de mujer que sabe afrontar con realismo la vida y gobernar con determinación su casa, sencilla y directa, resolutiva cuando llegábamos y ponías cualquier cosa sobre la mesa en un pispás y a mí me sabía a sagrada comunión… Tu carácter recio, tu energía permanente, tu capacidad para mandar y al mismo tiempo saber llevar a un hombre. Yo nunca quise ni querré otra cosa que una mujer normal y corriente. Como tú. Y no sé si la encontraré… Eso sí, me tiene que parecer guapa y me tiene que poner. Si no, vamos mal.

El editor, JH, vuelve a la carga con otras dos propuestas de portada. Y ya van por lo menos diez. Ninguna termina de convencerme, pero al menos una de las de hoy me ha servido para concebir la idea que le voy a proponer para que la trabaje MN, la ilustradora. Ya me aconsejó el maestro JC que hablase directamente con MN y se lo especificase bien. Igual la llamo. Es tímida y dulce y guapa, como si conservara la inocencia intacta.

El caso es que no quiero una portada muy impactante, por muy comercial que pueda resultar, si limita toda la colección de cuentos a una sola idea: la de un solo cuento relevante o destacado. Por una razón: porque tiñe a todos los demás y lleva al lector a pensar que hay un tema único. No.

Más o menos lo que yo le plantearía a MN sería una imagen alegórica con tres símbolos: Una cama de hospital en blanco (enfermedad), un cuervo o pájaro negro (muerte y homenaje a Poe, padre del relato moderno) y un crucifijo o imagen religiosa (misericordia, perdón, que es la función del humor en casi todos los relatos). Más o menos, por ahí iría la cosa.

Y es que todavía la están peinando, como suele decirse. Resulta que JC me confesó ayer que al final JH no quiere prescindir de ninguno de los cuentos, ocupen lo que ocupen. Pero a mí no me lo ha comentado, el zorro de él. Así que, escribiré el último que tenía meditado y veré si al final puede encajar. Y si no, servirá para la colección siguiente, pues JC me ha animado muchísimo con su experta palabra y me dice que continúe con ese género porque le parece que tengo buena mano… Pero entonces, ¿en qué quedamos? Cuando hacía poesía, me aconsejaba CAA, catedrático de Literatura en Palencia, que me lanzase a la novela. Y ahora me dicen que el relato es lo mío… A este paso voy a terminar escribiendo guiones de cine. Y no lo digo en broma, pues el editor me comentaba uno de estos días que lamentaba que ya hubiera muerto el gran director de cine cántabro Mario Camus, muy amigo suyo.

—¿Qué hubiera dicho de tus relatos el maestro Camus? ¿Quién sabe si no te hubiera planteado llevar alguno a la pantalla?

Joder, joder. Pero ¿estamos tontos o qué? ¿Es que solo lo dice como halago? No tendría sentido. Para publicarme la primera novela me hace esperar siete años, y ahora no pasa día sin que se ponga en contacto conmigo y me comente una nueva idea. Y porque está por Toledo y Madrid de promoción, me ha dicho, porque en cuanto venga tengo que pasar por su casa a probar el marmitaco de mi adorada AdlG. En la Mansión de las Palmeras, como yo la llamo en broma, porque la entrada está flanqueada por dos gigantescas como en las de los antiguos indianos; unos perrazos en el vestíbulo de acceso que ya no me dan miedo porque me conocen; y un jardín inmenso con todo tipo de árboles autóctonos, que JH te va enseñando cada vez que lo visitas y repitiéndote quién, cuándo y por qué se plantó cada uno de ellos. Y el menda, feliz como una perdiz. ¿Será verdad esto que me está pasando, LU? Tienes que reencarnarte en otra igual que tú y volver para acompañarme en alguna de estas visitas. Prométemelo.


24/09/23

Hoy, sí. Antes de las ocho ya se presentía el alba luminosa y se filtraba por los huecos de la persiana anunciando un día espléndido. Me ha pillado enredando con el IG que edito los domingos, un entretenimiento más con formas breves y sencillas pero con cierto gusto literario. O eso es lo que me propongo con lo que llamé desde el principio mis “instagramas”.

Es tan maravillosa la mañana que le dedico un buen rato a la última novela de EP, pareja del también excelente escritor JO, y ambos de la escudería de Anagrama, con los que contacto en las ferias de Madrid. Conservo la relación y el agradecimiento desde que nos acogieron en esas quedadas posteriores a cada jornada calurosísima de la feria, en un amplio círculo acompañado de grandes jarras de cerveza. ¿Te acuerdas, verdad, LU? Fueron entrañables contigo porque sabían las circunstancias por MS y, sobre todo, por Chema, su marido, mi mentor y guía desde los comienzos por la selva de las casetas (me habrá presentado a más de cien escritores) y amigo cariñoso y leal como pocos. ¿Recuerdas la cena con ellos dos en la terraza de la calle Ibiza? Sabíamos los cuatro que se estaban despidiendo de ti…

Apenas concluido el telediario, me cambio y despliego la bicicletilla para enfilar por la Avenida de los Infantes hasta el largo carril de las playas. Ni miaja de aire y veintidós grados perfectos que me hacen sudar copiosamente por la humedad ambiental. En Santa es así, no sudas por el esfuerzo y, sin embargo, tienes calados desde el canal de la espalda hasta la rajilla del culo. Hace una tarde tan seductora que me alargo hasta el final de Marqués de la Hermida, recalando en la Biblioteca Pública para mirar los horarios. Mi sorpresa es que se abre también los fines de semana. Mañana veremos.

Pero será a la vuelta, mientras disfruto de un colacao en la Plaza de las Estaciones (otro de nuestros enclaves favoritos, Lu) cuando recibo un guas y a continuación la llamada telefónica de JH, mi bizarro editor. Está casi emocionado y me dice que tome asiento en algún lugar tranquilo porque va a leerme el Prólogo o Advertencia que ha escrito el maestro JC para abrir mi libro de relatos, mi “Bicho”. Es una página, como todo buen prólogo que se precie, pero… ¡ay, amigo mío! Me ha costado mantener la garganta engrasada para seguir hablando con él… Es algo que está más allá de lo sentimental y que no puedo revelar aquí hasta que salga el libro. Pero las palabras que JC me dedica son muy grandes, son muy bellas, son algo sublime que me trae la vida en este momento inesperado. No quiero abundar más en ello porque soy un bocachancla y corro el riesgo de cascarlo.

—¡Anda, vete a casa, abre el archivo y llora a gusto! —me ha recomendado el editor.

He salido a escape en busca del túnel de Tetuán hacia Los Castros y con una miniparada en la Plaza de las Ciencias ante la estatua que me encanta del científico LTQ, he cogido los ascensores porque estaba deseando llegar a mi rincón. Creo que en realidad la visita a Torres Quevedo era para contárselo a alguien. Porque me quemaba en la boca…

Y aquí estoy ahora, en mi rinconzuco, en la atalaya, desde donde he llamado antes de nada al maestro JC para agradecerle sus elogios a mi escritura y su dulce magisterio, y hemos echado una buena parrafada. Como dos buenos amigos.

ؙ—Aquí no hay maestro y discípulo —me ha dicho de todo corazón—. Aquí hay dos escritores que se admiran y se quieren.

Ha sido cuando hemos terminado de hablar, cuando me he quedado en silencio absorto frente a la ventana… Entonces es cuando me han comenzado a resbalar unas pocas lágrimas, suaves y muy sentidas…

Porque enseguida he caído en la cuenta de que, aparte de tan grato reconocimiento, no es eso lo que yo pretendía. En cierto modo, hace tiempo que lo sabía y lo esperaba, pues nunca he dudado de mí en este aspecto. Lo que me ha arrancado esas pocas lágrimas tristes es que no he podido contártelo a ti, LU. Que yo daba pedales desesperados buscándote y tú no estabas. Que este insignificante “éxito” literario que se ha sucedido justamente después de tu muerte, en realidad es la prueba de mi derrota y mi fracaso. Pues toda mi gloria, en el fondo, residía en que tú me mirases con una sonrisa y yo comprendiese que te sentías orgullosa de mí.

Y por todo ello me escondo en este rincón, junto a una ventana frente a la que se alza una luna creciente de una noche mansa y despejada. Seguiré trabajando por la ilusión de escribir una obra que merezca la pena. Pero sin ti, LU, no sabrá igual el pan tierno de la alegría. Será más bien el pan áspero y duro que comen los que rumian su pena en soledad.


23/09/23

Llegué a Santa con lluvia recia y me temí lo peor: parecía que iba a tener un finde pasado por agua. Una cosa que tampoco me ha solido importar demasiado, pero que a ti, LU, te ponía de muy mal humor. A mí me bastaba que estuvieras tú cerca, esa era mi garantía para estar bien.

El amanecer me confirmó que se presentaba mal día porque el mar estaba envuelto en bruma. Apenas se divisaba nada por encima de los edificios colindantes. Me resigné a una lectura madrugadora de luces grises en la ventana. Vaya, me dije, con lo felices que me las prometía… Paciencia.

Todavía mientras hojeaba la prensa, en la terraza de uno de los bares habituales que visito en General Dávila, me encontraba a gusto de temperatura pero con un ambiente feo y un comienzo de jornada poco prometedora para disfrutar en la calle.

Y de pronto, hacia las once, como por arte de magia, sin saber cómo ni por qué, el cielo se ha abierto inundado de claridad y un sol alegre se ha expandido como una patena radiante y cálida. Y como si hubiera tenido un efecto psicológico poderoso sobre mí, me ha llenado a raudales por dentro de felicidad. No me lo explico, pero he notado el subidón rapidísimo de adrenalina, la necesidad de gozar, las ganas de vivir.  He pensado en la bicicleta plegable, pero me había propuesto ya una labor hasta la hora de comer y no he querido modificar el plan. Después de unas compras en el súper, he trabajado con auténtico placer. He disfrutado, en una palabra. Tanto es así que he abierto una botella de ribera y la he dejado respirar hasta que me he sentado delante de un plato humeante de fabada (Litoral, claro) y he levantado la copa al aire diciendo mentalmente: Va por ti, LU.

Largo paseo después de comer a veintidós grados, en ropa de deporte y sudando la camiseta. He aguantado dos horas porque hacía ideal. He tomado una de nuestras rutas, LU: la que remata en el Regma de Hernán Cortés; por supuesto, me he aplicado a besos y chupetones con una tarrina (avellana y crema tostada, tu combinación favorita) sentado en un banco de la plaza de Pombo, cuyas terrazas estaban a rebosar. Una maravilla, sin escurrir una gota ni mancharme una pizca el pantalón. Para que veas…

Al mismo tiempo, hace meses que vengo observando con detenimiento y detalle la casa palacio de Juan Pombo, que hoy es el Club de regatas. Es una construcción soberbia que levantó este tipo nacido en Villada y que se trasladó de dieciséis años a Santander para dar salida al cereal  de Tierra de Campos y llegó a ser tan importante como el Marqués de Comillas. Su mujer era de Frómista. Es una historia que me atrae mucho y de la que voy recogiendo notas que no sé si llegarán a alguna parte. Pero me mola y me entretiene.

Igual a partir del lunes voy a la biblioteca a husmear qué documentación existe sobre este particular. Al mismo tiempo puedo aprovechar para entrar en un Zara cercano a comprarme algún calzoncillo de esos de pata corta, porque los de esa marca son los que más me gustan. Ya me he parado en la puerta en otro par de ocasiones que he estado aquí. Pero no sé si me da vergüenza o qué, que me desanimo, me desinflo y me largo de mal humor. No sé qué coños será esa sensación que me hace sentir incómodo. O sea, que sería la primera vez que me compro una prenda yo solo en décadas. Es así de patética la vida sin ti. Y seguro que tú me recriminarías: ¡No seas tan ridículo! Pero es verdad, sabes que el grueso de los asuntos familiares los he resuelto con buen criterio. Pues, ya lo ves, solo, no soy capaz de comprarme ni un mísero calzoncillo.

Cuando levanto los ojos de estas líneas, veo a través de la atalaya de esta ventana de mi habitación que la luz ha huido. Pero aún queda un buen rato para otra tarea de corrección. Estoy tranquilo conmigo mismo por dentro (por fuera, imposible, ya me conoces) y es una buena prueba de que intento adaptarme a las circunstancias. Lo cual no quiere decir que no tenga ratos en que siento una gran confusión de emociones porque intento luchar contra mí mismo y oponerme a lo que puede hacerme daño. Por desgracia, soy poco práctico y no sé limitarme a lo posible y conveniente. Sueño despierto y concibo esperanzas sin ninguna base. Podré ser idealista en exceso, lo admito, sin embargo siempre soy fiel a lo que siento. O sea que con estos mimbres se pueden escribir excelentes novelas, pero no estoy tan seguro de que se pueda llegar a vivir feliz. “Anduviendo y deprendiendo”, decía una viejuca del pueblo de tu madre, LU. Se lo he oído contar muchas veces. Pues eso mismo.


22/09/23

Ayer llegué a la hora de cenar y dejé pasar las notas del día. Estaba cansado y un poco melancólico por las emociones del reencuentro con toda la familia paterna. Tampoco acompañó el comienzo de otoño con una tarde desapacible de aire fresco en los altos de Villaco, tanto en la modesta iglesia como en el pequeño camposanto. La familia va desapareciendo. En este caso era la última de los seis Gabiluchos de la generación anterior. Aunque, afortunadamente, por su orden de edad y después de una vida completa.

Eso iba reflexionando cuando inicié el regreso y, súbitamente, decidí tomar una pequeña carretera apenas frecuentada que cruza los páramos del Cerrato vallisoletano hasta los del palentino para salir en Venta de Baños. Conocía muy bien una parte porque la recorría en su tiempo con la bici y el primer pueblo donde iba a caer era la humilde Alba, el pueblo donde comenzó mi tío el cura.

Y también el pueblo de otro famoso cura poeta, ER, que me honra con su amistad (fue monaguillo de mi tío y está jubilado desde hace años) y con quien compartí en una ocasión un acto poético en la biblioteca municipal de la ciudad. Era un homenaje al soneto convocado, como siempre, por el motor cultural de Palencia, mi querido JA, que reunió a una docena de escritores, cada uno de los cuales tuvimos que recitar un poema propio. Yo elegí uno dedicado a Quevedo y recuerdo a la perfección que el cura ER recitó uno suyo prodigioso que yo siempre me he sabido de memoria. Por ahí andan recogidos todos en una pequeña publicación que hizo Julián.

Y ahora llega a mi memoria y viene a cuento porque una de sus estrofas, tenía para nosotros un sentido muy especial. ¿Te acuerdas, LU? Yo te lo recité muchas veces (al menos la segunda estrofa) acercando mi rostro al tuyo en la oscuridad de la noche y unas veces antes y otras después del amor. ¿Verdad que no miento, LU? Si era antes, te camelaba con la voz mientras mis manos resbalaban por ti; si después, te besaba el hombro o el vientre o en el hoyito de tu barbilla donde me encantaba poner mis labios.

“Te digo amor, que soy tu prisionero/ y fiel guardián de tus sagradas tiendas/, que soy, amor, para que tú lo enciendas/ leña que corta tu mejor montero”. Y te lo repetía hasta que me hacías callar: “leña que corta tu mejor MONTERO”. ¡Calla, pesado!

Este recuerdo me hizo recobrar el buen humor mientras cruzaba la paramera salpicada de carrascas y encinas. Caía la tarde con mansedumbre por Cevico y Tariego. Sentí aceptación, serenidad y felicidad. Y noto que me encuentro bien todavía, incluso alegre, aunque me dé un poco apuro reconocerlo. Pero es verdad, LU, estoy cada vez mejor a pesar de echarte de menos. Creo que me ha venido estupendamente el ejercicio que me ha quitado algunos kilos y he comprobado que la tensión se me ha regulado automáticamente. Ya me lo había anunciado la chica. Descanso profundamente y eso me permite trabajar gustoso y optimista.

Creo, en definitiva, que estoy renaciendo y pienso modestamente que un poco me lo merezco después de tantos años sufriendo junto a ti y de perderte para siempre. Vuelvo a oír cantar a los gallos totémicos de mi vida. Mis queridos gallos. Y ahora me viene a la memoria también un verso del poeta norteamericano E. Pound que te recité en unas vacaciones cuando visitábamos aquel pueblo precioso amurallado en las alturas: “Al amanecer, todavía cantan los gallos en Medinaceli”

El mundo sigue girando y quizá me invita a seguir rodando con él. Tú también lo desearías, ¿verdad? Por mi parte, estoy dispuesto a continuar. A vivir una madurez creativa y gozosa. Mi única duda es si encontraré alguien a quien querer tanto como a ti. Si no, caminaré solo.

A última hora, para no variar, me dice el chico que este finde no va a venir a Aguilar. Eso significa que puedo hacer mis propios planes. Me he puesto manos a la obra y he dejado arreglado al socio para una semana si me apetece. Y me apetece. Porque estoy feliz en este momento. Así que tengo la bolsa preparada y en cuanto publique estas líneas, me largo unos cuantos días a Santa. Cenaré una tortilla de esas del Manila, que dicen que son las mejores de la ciudad y me pilla a cinco minutos de casa. A las diez voy a ver una bonita película en la 2. Y mañana al amanecer, mientras desayuno, correré el visillo para observar el color del mar.


20/09/23

He librado de tareas domésticas a las doce y me he lanzado al carril. He subido ligero, suelto, seguro… pero, ay al regreso, desde la primera revuelta de las Angosturas me ha machacado un airón de sur que me ha roto. ¿Cómo es posible que me haya matado en los dos últimos kilómetros? No he sabido gestionarlo, he metido los cuernos y he empujado de riñones, o sea, mal. A ese no bicho se le puede vencer amochándole, y lo sé. Pues como si no. Como tonto. He llegado desfondado, por expresarlo a lo fino; desgüevao, como se dice en la Esgueva. Conclusión, que no se puede ir uno tan arriba. Y me he dicho: Más temple, gallo, que parece mentira… Espabila. Todavía en la ducha estaba un poquito mosca.

Murió mi tía Feli y mañana por la tarde tengo que asistir al entierro en Villaco. Iré con el socio, claro. Reunión de familia, desgraciadamente, para esto. Me lo dijo mi primo F. en cierta ocasión, en el coro de la iglesia de Piña: Cada vez que vengas, al margen de la semana de verano, es que habrá caído alguno de esos bancos de ahí abajo. Y me señaló, en efecto, medio pueblo muy envejecido. Pero es mi raza y tengo que dar el último adiós. De corazón.

A la hora de comer me topo con mi cuñado JR. Me dice para mi sorpresa y a bocajarro que lee este diario. No me lo imaginaba en él, la verdad. Sé por experiencia que esto es muy aburrido para quien no te admira o te quiere. Por eso últimamente me choca que el contador registre bastantes visitas. No se puede conocer la identidad, pero es curioso que haya en una semana diez entradas de Singapur o seis de Estados Unidos, y algunas otras sueltas de países inimaginables… No miento. Tal vez sea porque alguien que lo estudia juzgue que escribo un español bonito y musical.

Y, desde luego, no me preocupa que sea público (¿quién va a leerlo entero, que es la forma de comprender sus claves?), sino que sea publicado por el editor si lo considera de interés. Y lo tendrá. Pero no por la curiosidad (o el morbo o el cotilleo) que suscite en el lector, cosa que se consigue con técnicas literarias muy elementales y eficaces; sino por la hondura de sentimientos hacia la persona con la que estableceré el diálogo principal y de quien tendré que despedirme definitivamente. Tú, el amor de mi vida, LU.

Por lo demás, conozco muchos diarios o novelas autobiográficas y todos tienen una parte confesional más o menos delicada. Desde el prudente Delibes, que detalla la última vez que hizo el amor con su mujer ya herida de muerte por un tumor, hasta la descarnada homosexualidad de Chirbes, cuyo tercer tomo se publica ahora. Ninguno de estos es mi ideal, pues lo que yo estoy dispuesto a revelar pertenecerá a mi exclusiva intimidad (y a la tuya, LU, sin rozar un mínimo tu honor). Ni nombraré ni descubriré ni comprometeré a terceras personas. Y lo haré con la máxima discreción, respeto y elegancia. Que no le quepa a nadie ninguna duda.

Otra cuestión diferente es que todo escrito literario utiliza mecanismos de enganche, de captación de la atención, de creación de nuevo interés… Para atrapar al lector por el hocico y tenerle preso hasta el final. Pero esto pertenece, ya digo, a los trucos del prestidigitador de la ficción. Hasta es posible que alguien vea su reflejo. Posiblemente se equivocará. Quien lea desde la vanidad, solo verá sombras; quien lea desde el amor, verá la verdad clara. Y en último caso, no me confundiré porque te tengo a ti, mi Chiqui, mi Hija, la Niña de mis ojos. Tú eres mi principal lectora, me consta. Y sé que lo que tú entiendas y lo que tú pienses y lo que tú me digas, será sin duda la opinión de mamá. ¿O no?

Me manda JH, mi bizarro editor, una nueva propuesta de portada. Es bonita, porque él tiene gusto, pero al ser una obra de arte conocida la encuentro repetida en otros libros con solo dar un pequeño paseo por internet. Y algo que no sea original, rechina. ¿No sería mejor permitirle a Maite libertad absoluta tras una lectura del libro completo y que decida ella como ilustradora el motivo final? Estoy convencido de que lo clavaría.

Por otra parte, descartados algunos cuentos porque previamente a mí no me convencían del todo o por ser muy breves para el gusto de los editores, he caído en la cuenta de que la colección se quedaría en nueve, que es un número ridículo. Diez es lo redondo. Por tanto, he pensado un cuento más.

El problema es que sospecho que terminaré superando las doscientas páginas y eso supone un escollo muy grande para la costumbre de un libro de relatos en Valnera, además de que el precio del papel está por las nubes. Y el que se va a poner por las nubes entonces va a ser JH… Pero no mi adorada editora AdlG.

Total, en estos dos últimos días que he subido a Brañosera solo, metido dentro de mi cabeza como un animal que se devora y se come a sí mismo, dando pedaladas y rodando (una serpiente cada rueda) sin saber por dónde llegaba… he ideado un relato casi perfecto (tan sutil en la forma y tan secreto de contenido) que no van a tener cojones de rechazarlo. Aunque supere el número de páginas prohibido, aunque desgobierne la maqueta ya programada y aunque yo no cobre ni un céntimo. Por la madre que me parió. Por esta fiebre a ful, a muerte con la literatura. Por estas.


19/09/23

He descansado como un lirón, o sea que me levanto pronto y leo un buen rato. Y después de un café en la tertulia los pies me llevan solos hasta tu querida Fundación, solo por abrir la puerta (como otras veces, sin que me vean) y alargar los ojos hasta aquel puesto de trabajo desde el que me sonreías al verme entrar. Y es tal mi tristeza y mi desánimo que he tenido que salir a toda prisa.

Es en la calle donde se produce el milagro, pues parece que me adviertes:

—¡Espera! ¡Mira ahí…!

Y frente a la pequeña gasolinera, en la puerta de la floristería, veo dos gallos orondos, plantados con el pecho orgulloso entre macetas de flores. Qué bello motivo, me digo, para mi próximo Ínstagram. Pero no puedo fotografiarme con ellos porque si intento un selfi ya sé de antemano que me saldrá un churro. No tengo esa habilidad y, como estoy solo, lo dejo. Quizá mañana…

—¡Que tío más inútil! —parece que te oigo decir a mis espaldas mientras me alejo.

Entonces, al llegar a la puerta de casa se produce algo maravilloso: Una verdadera aparición o epifanía. Como si tú misma estuvieses moviendo los hilos de una historia, veo a tu hermana M. en la ventana de tu madre. Y digo yo: Esta es la mía… Total que me ha solucionado la papeleta haciéndome varias fotos con los gallos. ¡Lo que le pida! ¡Qué majetona!

Después de comer, según lo previsto. Una temperatura templadita, ideal para subir a la Braña levantándome en la bici y moviendo el culo como un torerín. Que ni me he enterado, oye. Algo de aire, ni gota de sudor. Iba con un ataque de contento y optimismo y, de repente, alguien lo tenía que fastidiar.

Hacia el chalé donde está la escultura del 824 del Fuero, me topo con una señora a un lado del carril, parada y hablando por el móvil… o eso suponía yo. Al pasar a su lado he levantado la vista y me ha parecido (casi lo aseguraría) que hacía como que se tapaba la oreja con el cuenco de la mano. Digo yo, ¿pero qué coños es esto? He seguido adelante mosqueado, dándole vueltas al asunto y he llegado a la conclusión de que trataba de simular que hablaba con alguien por suspicacia o miedo hacia mí según me iba acercando… La verdad es que yo diría que ha comenzado el simulacro cuando me ha visto aparecer en la bici. Conclusión: que me hubiese gustado decirle:

—Señora, que usted ya pasa de los setenta y muchos, por la pinta, ¿verdad? Y, además, comprendo que se oyen por la tele muchas cosas de violaciones y cosas así, ¿verdad? Bueno, pues sepa que por muy necesitado que esté uno, a ningún hombre se le pasaría por la cabeza tal barbaridad; y menos levantarle a usted las faldas por temor a encontrarse con un nido de cigüeña, ¿no es cierto? Uf, uf, uf. ¿Cómo se están poniendo las cosas?

Ducha y trabajo intenso a partir de las seis, muy concentrado. El ejercicio me ha aplacado y me ha puesto en el punto para rendir a tope. Siento que poco a poco recupero la alegría y el optimismo de la vida, que son naturales en mí a pesar de las circunstancias en contra de tantos años atrás… Sí, tengo que vivir. Tú me lo dijiste muchas veces, LU, cuando me preguntaba a solas qué iba a ser de mí y a ti te preguntaba qué iba a hacer sin ti.

—Seguir. Seguir viviendo —repetías con tranquilidad.

—¿Para qué? —te replicaba angustiado.

—Para cuidar de nuestros hijos.

—Sí. Te lo prometo.

—Y también te volverás a enamorar —me sorprendiste, porque en esas intimidades no solías entrar. Mirabas de frente, como si te diera cierta vergüenza compartir esas confidencias, incluso conmigo. Eras pudorosa, es cierto.

—¿Qué dices? ¿Cómo lo sabes?

—Porque tú eres así…

—Ya no querré a otra igual que a ti…

—La querrás igual —aseguraste—. Pero no más, ¿eh? —me amonestaste sonriéndote y moviendo la mano en señal de castigo si incumplía.

—No, LU, no hay nadie que te pueda sustituir…

Me interrumpiste apretando con tus dedos mis labios. Y entonces, contra todo lo esperable e imaginable en ti, acercaste tu boca a mi oído y me susurraste un nombre… En los treinta años que estuve contigo jamás sospeché que pudieras conocerme tanto y llegar tan al fondo de mí.


18/09/23

Pensaba que estaba el tiempo fresco y he descartado la bici. Pero he salido después de comer a caminar hora y media y he regresado sudando. He metido viento a las dos burras y las he dejado preparadas para mañana por si se puede. Todavía pienso aprovechar porque me afina bien las carnes y me divierte muchísimo. La respiración, quién lo imaginaba. La plétora del aire estallando en el pecho, esta es la clave de mi buen estado actual.

He pasado por la tertulia hacia las diez y luego he dado el repaso al periódico a plena luz, bajo el velux, en la hamaca, como un pequeño hidalgo que viviera de sus rentas. Y así es en cierto modo. La guinda de la mañana han sido unas lentejas apoteósicas (dos días salvados), en las que el chorizo picante o un poco de exceso en el pimentón del arreglo le han puesto el gusto un tanto potente. Hay que equilibrarlo más para la próxima. Me gustaría hacerte alguno de esta docena y media de platos que repito hasta el aburrimiento, para que vieras que se dejan comer. Incluso tienen cierto gusto. Más allá de esto no me pidas. De momento.

Vuelto del paseo me siento de inmediato a la labor. Son rutinas tan pautadas que evitan la pérdida de tiempo. Lo primero, en cuanto abro estas notas caigo en la cuenta de que he citado mal ayer el elepé de Triana al que hice referencia, porque lo he vuelto a pinchar en el Spoty y el que yo oía entonces era también una recopilación titulada “Sé de un lugar”, que ya tenía desde dos mil cuatro. Es un estuche con tres cedés, una colección divina del grupo, con las caras de los tres jichos en la portada en blanco y negro. Posteriormente, en dos mil ocho, salió “Déjame contarte”. Son básicamente las mismas canciones.  Pero ahora voy a rular con el primero y me voy a dar un poco de caña. Porque me siento recio y no me importa sacudirle unas hostias a mi corazón. Por tan poco práctico. Por soñador de quimeras. Por idiota, coño. Vamoooos, Trianaaaa.

No suele gustarle al que escribe enseñar la cocina de sus textos. Es un tabú del oficio. Bah, a mí no me importa admitir que, para empezar, todo escrito debe ser corregido, máxime cuando el escritor es muy fértil o profuso, como es mi caso. Por eso, casi todos los días, antes de publicar lo del día, doy una lectura a lo del anterior para comprobar si algo me ha pasado desapercibido del estilo o si el contenido es adecuado mirándolo ya en frío. Normalmente no suelo ponerme demasiados peros. Si acaso algunas precisiones léxicas o ajustes gramaticales. Y comienzo con lo nuevo.

Respecto a la organización del trabajo, primero suelo echar un vistazo a varias páginas con novedades bibliográficas; luego apunto algunas notas e ideas de novelas o relatos en algún cuaderno de mano para volver allí de vez en cuando por si me quedo vacío y siento el horror de la página en blanco; a esto sigue la revisión despaciosa, página a página, de cada relato de mi nuevo libro, con varias lecturas también en voz alta; es frecuente que interfiera alguna consulta sobre el asunto que me ocupa en el momento (a veces me alargo y me come el resto de la tarde).

Finalmente, pico en el Spoty algo de la música de mi alma, que en la base es el rock progresivo (sobre todo, el de los años setenta, la única época de mi vida en que fui inmensamente feliz, defendí la grandeza del ser humano y me creí inmortal). Y cuando suena una canción tan preciosa como la de este preciso instante, “Diálogo”, subo un poco el volumen, apoyo los codos en la mesa y me concentro cerrando los ojos. Después comienzo a redactar la entrada correspondiente de este diario. Esto que ahora estás leyendo tú, quienquiera que seas y dondequiera que estés.

La del escritor es una vida monótona (fascinante para su mundo interior, aburrida para su circunstancia externa). La creación artística justifica su existencia. Sin embargo, ahora mismo, sin pensármelo un momento, cerraría esta ventana, apagaría de un pisotón el interruptor, me colgaría la bandolera al hombro y te diría: “Vamos a ver el atardecer desde los acantilados de Ciriego, o desde las rocas horadadas de Monte o de Cueto, después de haber recorrido un par de horas la senda colgada sobre el mar en la Costa Quebrada, hasta la Capilla del Inglés… Y después, cuando regresemos, tomaremos unas tapas en la zona de C. Sainz, junto a la rotonda de la Sardinera. Y al anochecer volveremos a casa, un poco cansados, como tantas veces, y nos dormiremos juntos, felices, desprevenidos de la vida…”

Pero esto no podrá ser. Porque ya no estás.


17/09/23

Día tranquilísimo. A ratos se aclara el cielo y me deja poner las dos lavadoras. ¡Fenomenal! Porque es el día barato y a partir de las doce estaba a 0,03. ¿A que no te lo imaginabas en mí, LU? Ahora mismo te puedo demostrar que ahorro bastante más que tú en estos gastos. No es por nada, pero he tenido que ponerme al día y he metido unas horas mirando tarifas. Ahí lo tienes, y eso que me decías que era un manirroto y que me arruinaría en cuanto me dejases solo. ¡Y un huevo de pato! Total, con el aire que hacía, se me ha secado todo y a las seis he podido dejarlo planchado. Yo solo, como un campeón.

La chica pretende regresar pronto a León. No quiere entretenerse por si se mete el mal tiempo. Comemos mano a mano y se ríe cuando me recuerda que anoche se sorprendió muchísimo conmigo. ¿Por?, le pregunto. Pues porque no esperaba tener una conversación de sexo con su padre y menos siendo ella quien me aconsejase. Bueno, me explico, porque tampoco es para tanto. Solo que ella lo veía muy raro.

Es cierto que yo puedo tirar a tradicional en esos asuntos (¡háblalo con tu madre!), pero también es verdad que conmigo por hablar que no quede. Como si se trata sobre el rabo del diablo. Yo no tengo freno en la comunicación. Bien, es sencillo. Me decía que me encontraba muy recuperado físicamente desde la operación de nariz. Es exactamente así. Los dos años anteriores a tu muerte, LU, por miedo a complicar las cosas, estuve viviendo en unas condiciones muy poco saludables. No descansaba apenas y eso me estaba pasando factura. Era evidente que comenzaba a sentirme viejo y que llegué a pensar que tendría que aceptar que entraba en la descendente. Había perdido mucho interés en lo sexual. No lo pensaba.

Y como mi chica lee lo que escribo a diario, parecía haber deducido que también había recuperado el vigor y las ganas de vivir. En fin, no le he negado que experimento emociones y deseos con normalidad.

Sentados en el sofá, como dos buenos amigos, me mira con un amor tal que me traspasa, como si te estuviera viendo a ti conmigo en similar circunstancia. Todavía, a veces, le digo, me rebelo, un tanto confuso, si me descubro ciertos sentimientos hacia alguien. Pero no me avergüenzo ni lo rechazo. Eso no, ¿verdad, LU? Tú sabes muy bien en cada momento desde tu muerte los vientos y las olas que baten mi corazón. Y aun antes. Y nunca voy a negarme a mí mismo por dentro. Ni existe nadie capaz de impedírmelo. Eso sí, yo respeto y acepto la realidad.

Y algo parecido es lo que le conté anoche a nuestra chica, LU. Y aquí me planté. Claro que ella me preguntó si aceptaría alguna relación esporádica, es decir, un arreglo como desahogo. No, no me vale. Porque no puedo. Todavía me considero con fuerzas para dar estopa, le aclaré con ojos maliciosos, pero a estas alturas tiene que ser con alguien por quien sienta algo. No lo haré con una tipa añosa y con bigote, a la que se le queden clavados los dientes en mis narices. Antes me despellejo metiéndola por el agujero de un ladrillo caravista.

Pero pongámonos serios. Hace años, cuando ya combatíamos tu enfermedad a brazo partido y había pasado el tiempo suficiente para estallar la crisis de pareja y rompernos íntimamente, yo me propuse no abandonarte por encima de cualquier renuncia a la que tuviese que enfrentarme. Así lo hice. Porque te amé de principio a final ciegamente (y creo que más al final, cuando tu cuerpo ya solo era un despojo). Sin embargo, me enamoré con verdadera pasión de otra mujer. Pero esta última no llegó a saberlo jamás. Nunca te hubiese dejado, y en todo caso a la otra mujer yo no le interesaba en absoluto como hombre. Me miraba como quien ve un murciélago.

Pues bien, entonces aprendí una manera de superar la angustia al instante, que era poniéndome unos cascos y escuchando música a tope, mucho tiempo seguido y repitiendo sin cesar el disco hasta aturdirme, hasta enajenarme, hasta olvidarme de mí mismo. La otra manera, por supuesto, fue escribir febril y desesperadamente, y así fue como recuperé mi vocación literaria y, decidido a ser profesional, en Burdeos me enfrenté a las mil páginas de mi primera novela, “Eran sombras de gallos”. Creo que lo mejor que he escrito.

El disco que ponía recurrentemente, cuyas canciones unían como con sutura mi cuerpo desgarrado por una parte contigo, y por otra con aquella mujer, era el que escucho en este momento, el titulado “Quiero contarte”, de Triana. No lo elegí por nada especial. Simplemente era lo que tocó entonces por pura coincidencia. Y cada vez que lo oigo de nuevo vuelve a resurgir la emoción… Esta es la vida, mi querida LU. Esta es la vida, mi querida hija.


16/09/23

Amanezco pronto para sentarme a leer. Está un día feo con amenaza de lluvia y pienso en los que han salido para la clásica de Comillas. A ver si tienen suerte. Luego, a mediodía, me mandarán alguna foto en la que parece que les ha ido bien. Me alegro.

Yo me recojo junto a la ventana y me siento satisfecho porque están los hijos aquí. Hemos comido juntos un cocido que me ha salido bastante bien y hemos brindado con el primer ribera de la temporada. Y de premio un café de sobremesa que me ha sabido a cálido. Lo importante venía después.

Puntualmente a las cinco nos hemos concentrado en la plaza para el comienzo de la cuarta carrera contra el cáncer. Había amagos de lluvia fina pero no se ha deslucido del todo una asistencia mediana de gente. Hemos salido a buen ritmo y, personalmente, con el ánimo contento porque estábamos toda la familia de Aguilar (que es la tuya LU, pero también la considero mía de corazón).

Habían colocado el cartel con tu homenaje en el mismo punto del año anterior. Muy cerca de la puerta del instituto, algo que ya entonces me alegró muchísimo por su simbolismo. Y también bajo el gran platanero donde yo aparcaba de ordinario cuando todavía estaba en activo. Ya lo sabes, LU, llegaba unos veinte minutos antes de comenzar las clases y los dedicaba a escuchar en la radio las noticias de la mañana. Nunca te dije que decenas de veces, dentro del coche y con los cristales empañados por el frío, también aprovechaba para llorar y purgarme para entrar limpio en las aulas. Aquí y en la biblioteca han sido los dos lugares donde más lágrimas he enjugado.

Por ser tan significativo, pues, he pedido a tu hermana que me hiciera una foto y mañana intentaré dejarla como testimonio en el Ínstagram. Aparezco solo. Los hijos no han querido posar porque no les gusta manifestar su pena en público. Lo respeto, pero yo lo entiendo de otra manera. Por supuesto, nos hemos hecho algunas fotos más de toda la familia.

Concluido el acto de nuevo en la plaza, mientras dan los premios, disfruto de una suave paz íntima. Pero enseguida comprendo que el objetivo común de la familia ya se ha cumplido y que el grupo se divide a su vez en las respectivas familias que lo componen. Cada una de ellas tiene su plan de sábado, como es lógico, y de aquí en adelante yo me encuentro fuera de lugar. No porque ellos me rechacen, claro, o por tímido o por huraño, o porque tenga prisa por regresar a mis asuntos… No, no es nada de esto. Es simplemente la toma de conciencia de vuelta a la soledad. Y eso es lo que hago, regreso poco a poco con mi suegra a casa. La observo con cierta ternura, convencido de que ella experimentará algo parecido. También ahora está sola, desde junio.

Me he recluido en la buharda, cómo no. Hasta la hora de cenar me perderé en mis historias… Vivir un poco por inercia soportando heridas (tres heridas, por si una fuera poco). Escribir (hablar solo) emboscado en las sombras, como Cyrano, llenándolas de palabras hermosas. Leer hasta el deliro aquellos breves versos de Miguel Hernández: “Con tres heridas yo:/ la de la vida,/ la de la muerte,/ la del amor”.


15/09/23

Adelanto mis notas casi a la sobremesa. Al final de tarde tenemos merienda en Salinas donde M/F. Es la segunda en poco tiempo porque en la otra no pudimos estar el foro al completo. No creo que se entretenga mucho la gente que mañana tiene que participar en la anual bajada al mar, una clásica con la que rematamos la temporada en Comillas. Me habría hecho ilusión medir este año mis fuerzas muy recuperadas respecto a circunstancias anteriores. En fin, lo de la carrera contra el cáncer es una querida obligación y así me lo tomo. Me sentiré bien con mi familia, lo sé. Y espero que mi tía F., que ya está en las últimas, aguante, la pobre.


Después de que han valorado a mi socio a efectos de la ley de dependencia, hacia media mañana, me llama el editor. Hemos pasado una hora gustosa mientras me detallaba la minuciosidad crítica del maestro JC sobre mi manuscrito de relatos. Por supuesto, me halagan muchísimo sus elogios y pongo completa atención a sus correcciones y observaciones. Algunas, finísimas y otras escrupulosísimas. Pero así es él: un estilista. Lo que está haciendo por mí ya no es corriente entre escritores y tiene una razón que me enfatiza el editor: “JC te quiere mucho”. No hace falta que me lo diga. El último día que estuvimos juntos noté su gran cariño en lo personal. No somos solo colegas. Y me atrevo a decir que lo mismo me pasa con el otro gran escritor de Valnera, JAA. No sé por qué. Deben de intuir que mi exceso de pasión por la literatura compensa mis carencias afectivas. Lo ideal sería que ambas cosas estuviesen equilibradas. Tampoco es cuestión de disimularlo y tú siempre lo supiste, LU: yo no sé vivir sin calor por dentro. Pero la vida es como es y la mía se ha quedado a la intemperie.


14/09/23

Ya ves tú, paisana, un día que se anunciaba muy fresco en las primeras horas y, sin embargo, a las once y media hemos salido Tt., Sb. y yo con un tiempo templadito y agradable para llegar a Barru y volver por Valle. Como ayer. No daba para más el reloj, pero el cuerpo respondía perfecto. Mientras nos respete, todos los días que se pueda, lo tengo claro. No será este sábado, pero Tt. me plantea repetir la de Comillas en petí comité. No sé si septiembre dará para tanto.

Yo quería largarme, solo, hasta Cabezón, algún día suelto. Pero sin bici, claro, porque ¿cómo haría la vuelta? No hay más remedio. Veremos. Sucede como en la playa, que pasearía un rato grande por las orillas con la marea baja; sin embargo, ¿cómo me las arreglo para la crema en la espalda? He pensado llevar un envase de aerosol y decir a una viejuca: “Señora, ¿me echa un poco de esto en la espalda?” Y me puede contestar que sí o que me lo eche mi madre. Y entonces tendría que aclarar que soy huérfano y viudo, a ver si con la pena se ablanda. Pero, ¿todos los días con la misma copla y buscando a señorucas mayores con el spray en la mano…? Terminaría detenido en comisaría y posando de frente y de perfil para la ficha policial. Con esta cara mía que ya no se lleva… Quita, quita.

Después de comer llama Mon. La tía F., la hermana pequeña de mi padre, está ya muy maluca e ingresada. Entiendo que mis primos nos avisan para que estemos prevenidos. Me fastidiaría que ocurriese algo el sábado coincidiendo con la carrera contra el cáncer. En este caso, no tendría más remedio que dar prioridad a lo más imperioso.

Estupenda hoy la tranquilidad en la terraza de los buses, con mi prensa y mi colacao. Últimamente, me priva con leche fría aunque tarde un rato en disolverse. Pero no vas a llevar contigo por ahí la baticao. La mía tiene una pequeña hélice que corona la tapa. Y deja la mezcla de anuncio. Luego, desde aquí, me he largado donde P. a comprar una tapa plateada que remata como embellecedor el cuerno del manillar. La había perdido y me ponía malo cada vez que miraba y veía el hueco vacío, oscuro, horroroso…

En cuanto entro en casa con toda la intención de centrarme en lo mío, noto que algo no funciona bien en mis emociones. Ya había tenido el pálpito mientras comía. Una luz me ha invadido por dentro y no comprendo su auténtica naturaleza. Presiento que es buena y bella y verdadera. No obstante, algo me dice que debo rechazarla, que no me conviene. Me duele y necesito olvidarla.

En estos casos suelo ponerme a planchar ropa si ya he efectuado algo de ejercicio físico; pero ahora necesito también moverme. No me apetece planchar la lavadora que todos los findes deja pendiente mi chico. Junto con lo mío, decido demorarlo todo para el domingo por la mañana. Tampoco es tanto. Me ocupo al azar de revolver en algunos cajones que hace tiempo que mis hijos no miran. Desempolvo alguna ropa de la chica. Y también una sorpresa en forma de cartera con los restos de un viaje a Estados Unidos. Cuando venga, se encontrará con un regalito inesperado…

He concluido la tarde con una buenísima concentración en mi trabajo. He recuperado el tono y casi la serenidad entera. Voy acostumbrándome poco a poco a la tragedia de la soledad, que consiste no en superarla sino en caminar con ella siempre al lado. Me digo a mí mismo (con cierto espanto, lo confieso) que no me queda más compañía que la palabra escrita. Y aunque nadie me lea ahora, guardo la esperanza de que algún día (aunque yo ya no esté) alguien descubra que aquí quedó esbozado un pequeño perfil de mi alma. Que es tan bella como la de los demás. Con la diferencia de que yo intento dibujarla. Mostrar un poquito. Sin conseguirlo. Por tanto, no hay vanidad en el fracaso. Solo es pasión literaria. O cabezonería. No sé. Por espantar el miedo al silencio de la casa vacía.


13/09/23

Como me pillaba próxima me he acercado a la estación de buses y allí me he instalado tranquilo con un colacao a echar el ojo a la prensa. Tranquilísimo, era pronto. Cierto colega me habla sobre un cardiólogo relacionado con Aguilar en el hospital donde trabaja la chica. Tomo nota y luego se lo comento por guas. La encuentro más tranquila, pues van tomando buen rumbo los problemas recién pasados en relación con el puñetero móvil. Nada más comer, no me concedo ni un instante de sofá porque si se me caen los ojos ya no podré salir pronto con la burra. Lo dicho, hasta Barru y vuelta por Valle, con buenas vibras. Piernas duras, sin calambres y casi sin sudar la camiseta. Al tran tran, buen ritmo. Llego contentísimo y me encuentro con la sobrina P. Sigue igual que siempre, LU, con esa felicidad limpia que le estalla en la risa.

Interesaba volver a tiempo para continuar con los relatos, pues durante el café me ha llamado el editor. No es una cuestión de meter prisa, todo lo contrario. El maestro JC se ha tomado tan en serio la lectura de mi manuscrito que lo ha plagado de consideraciones varias, me dice JH. Así es de riguroso, casi como un editor de lujo, solo por puro cariño e interés hacia mi exigua persona. Está ya con el prólogo o advertencia (así va a llamarlo). No sé si al final no se caerán los dos cuentos más cortos. Bueno.

La cuestión es que un día de esta semana, seguramente, pasará JH por Aguilar y comeremos juntos. Después miraremos cómo encajamos en el primer borrador que le envié los cambios propuestos por JC y los míos propios. En este momento la editorial está a tope, con varias ediciones simultáneas en las diferentes colecciones. Me supongo que lo mío estará para la próxima feria de Madrid. Casi mejor. Será un renacer.

Muy tocado estos días por El último de la fila. Debe de ser que he pasado el finde en Piña y Manolo García y su música siempre los asocio con JCC, un vecino y amigo de mi pueblo que me descubrió al cantante en sus inicios porque mi hermano Mon me dijo que este muchacho lo imitaba muy bien.  Sé que en este momento anda hospitalizado con una grave fractura de huesos en una pierna. Ahora que veo a Manolo García cantando, me acuerdo de él y cierro los ojos para enviarle un abrazo de ánimo. No leerá esto, con toda seguridad, pero eso es indiferente porque toda palabra escrita (más aun que la hablada, por mucho que se crea lo contrario) antes o después vuela por el mundo en busca de lugar y sentido.

Es curioso que en alguna ocasión habláramos nosotros dos, LU, confidencialmente, de esas canciones concretas asociadas a personas concretas. Antes de conocerme a mí, por ejemplo, tú me contaste que te emocionaba la canción de Celtas Cortos, “Veinte de abril”, porque te traía el recuerdo de un amor del pasado. De la misma manera me sucedía a mí con otra también de El último de la fila, titulada “En mi pecho”. Afortunadamente, los dos ya juntos y abrazados (o de viaje en el coche), muchas veces, cantábamos a dúo en cuanto sonaban los primeros acordes de “Cosas que pasan”: “Aaaaal ritmo de tus dííías, al flujo de tu tiempo vela que dominaaas, aaal vaivén que marcas, capricho amor, a tu calor me arrimooo…”

Tú entonabas muy bien, lo reconozco (te venía de raza) y siempre me cortabas la inspiración y me tapabas la boca con la mano diciéndome:

—Anda, ¡cierra el pico, majo!


12/09/23

Día de ajetreo sin tregua. Había que solucionar cosas. Venga y venga. Entre el bochorno de un tiempo nublado que no terminaba de explotar y las diversas actividades a un ritmo frenético, lo que me ha estallado ha sido la cabeza y se me ha puesto tal dolor que no comprendo cómo a estas horas se me puede haber pasado sin tomar ni un solo analgésico. Contento porque a fin de cuentas puedo disponer de tres horas por delante.

Tiempo, tiempo, tiempo. Lo que necesito es tiempo para olvidarme de la realidad y perderme en la ficción. Pero aun esto lleva un proceso de acomodo desde que uno se sienta hasta que está en ese reino fantástico. Por suerte, he preparado hoy una olla y cuento con dos o tres días a lo sumo de libertad sin esta que es la más perentoria preocupación. Tiempo, sí. Regálame tiempo, por favor, para llenar tu ausencia de palabras.

Increíble. Al caer la tarde asoma un sol débil aunque caritativo. Cuando ya no hace falta, se diría, pero se agradece. Ese blancor del velux encendido de repente es un futuro consuelo. Como si aún quedara septiembre para trotar con la burriquilla un par de horas al día. Quién sabe. Mañana se verá.

Mientras tanto, tengo que aprovechar también cada día para revisar uno o dos relatos. No corre prisa, me dijo JH, pero cuanto antes lo ventile mejor. Me ha concedido todo este mes. La maqueta enviada me produce un cosquilleo muy agradable, porque ya huelo a letra de molde. Me imagino el tembleque cuando llegue la ilustración de MN. La espero emocionado.

En la librería, por otra parte, me cuentan que este verano se han llevado los últimos ejemplares de mis Perlas. ¿Quién habrá sido?, me pregunto en la soledad del sofá… ¿Qué rostro desconocido se forma en la penumbra cuando alguien te lee sin saber nada de ti? Después viene la segunda parte si te conocen. El viernes pasado, después de la cena con mi amigo JL, una señoruca me riñó muchísimo al reconocerme. Por los tacos que echa mi policía jubilado. Se hacía de cruces y ponía cierto tono de recriminación, como diciendo: Que no se vuelva a repetir. Se lo tuve que prometer: Señora, en mi próxima novela, si usted encuentra un solo taco, le devuelvo el dinero. Tenía razón: soy muy mal hablado, pero en la ficción no soy yo.

Te presiento, antes de concluir estas líneas. Un escalofrío destemplado. Surges de pronto en la canción que escucho en este momento y que tú adorabas: “Cosas que pasan”, de El último de la fila. Una de las pocas que compartíamos de absoluto acuerdo. Su letra nos fascinaba, ¿verdad? El coche cerca con la ventanilla baja de donde llega una suave música hasta la arena. Y el descenso de aquella noche cósmica sobre las dunas de Oyambre, que me traspasó con su humedad y comencé a temblar por la fiebre del amor. Me frotabas el cuerpo. El mar batía lentamente con su lengua hacia dentro y hacia afuera. Como en aquel extraño relato francés de Mandiargues. Mi cuerpo se aplacó. Entonces tenía cuerpo para ti. Hoy ya no tengo derecho a tener cuerpo.


11/09/23

Regreso de Piña como una malva. La semana había sido tensa de gestiones y me ha venido genial la escapada y el contacto con mi gente (hermano y amigos). Apenas he parado en casa, como es lógico, pero anoche por fin he descansado como un fardo. Aquello tiene un efecto mirífico para mí, está clarísimo. El caserón, el contacto cariñosón y el ribera me aplacan. Puedo continuar un trecho largo con esta recarga energética.

El inconveniente es que hay que retornar también a la normalidad de comidas y de horarios, porque allí no rige reloj ni dieta. Y, claro, eso gusta. Para unos días, porque continuar en ese régimen semisalvaje es imposible. Terminaría amigando con la perra Luna; de hecho, ya me lamía el niqui pringado de pastel de chocolate. ¡Qué bien he comido y qué bien he bebido! Oye, y el ribera ni un mero gorgorito en el estómago. ¡Una medicina! Dos comidas del uno en Valoria y las bodegas de Arzuaga. Una cena en Renedo y dos en el patio de casa de JL/Adela. Leña, leña y leña.

Y para desayuno, la higuera: cada madrugada al levantarme estaba poblada de miles de higos, pajarería varia y millones de hormiguillas. Una docena de la rama a la boca, directamente. En pijama y chanclas por el corral, porque ha hecho templadísimo. Ducha con ventanón abierto de par en par. Y de remate, un tomate en rodajas, con sal, de la huerta que vendimos a Q. No se puede gozar más de la vida…

Claro está, no he puesto una letra en tres días. Ni de mano ni de molde. Ni falta que hace. Pues ¿qué otra cosa podría hacerme falta? Nada. Tan solo, TÚ, lejana. No debería pensar tanto en ti.


07/09/23

Mañana frenética en asuntos de bancos intentando solucionar un problema delicado. Punto. No hablaré de ciertas cosas en esta parte del diario (ni de otras como política, ya lo apunté) sino que las mentaré para dejar constancia temporal, sin detalle alguno. Después me he incorporado a la tertulia del café de media mañana, ya un poco tarde, y me he quedado sin tiempo para la otra tertulia esporádica del Foro. En fin, que carteros, veterinarios y docentes hemos sumado hasta cuatro y nos hemos ido a comer un cocidazo potente y riquísimo. Y salga el sol por Antequera, porque si uno se deja pisar por las circunstancias entraría en depresión. Personalmente, no estoy dispuesto. La pasión por la escritura, mis hijos y cierta esperanza en no sé qué me sostienen y me apartan de pensamientos malos. Yo, de natural, no soy malo.

A pesar de las mil contingencias que me impiden centrarme y volcarme a ful en la literatura, he podido revisar de primera mañana una doble página del DP sobre mi gran amigo y escritor, JA. Desde la foto a sus palabras en la entrevista, intuyo en él la devastación del tiempo y la resistencia de la memoria, que han sido sus temas capitales en una obra poética variada y que merecería más interés del que se le ha prestado.

Pero el arte de la palabra, cada vez más, ni se vende ni interesa. Mucho menos la poesía. En narrativa se considera un éxito que un desconocido como yo haya agotado una edición completa de quinientos ejemplares. Muchos profesionales con nombre público lo quisieran para sí. Evidentemente, lo mío ha sido un grupo numeroso de amigos, que no ha llegado a dar el salto hasta los desconocidos. Ese es mi reto pendiente y si la vida me preserva, como mínimo, la energía que ahora mismo tengo, seguiré clavándome de cuernos a diario frente a esta pantalla y empeñándome con total cabezonería en sacar en adelante algo que valga la pena. Por mí, desde luego, y también por ti, bella flor misteriosa.

Y otro texto que me he pulido a las tantas de la noche, cuando me desvelé sobresaltado por algunas preocupaciones, ha sido uno que me ha proporcionado mi excompañero de profesión FG. Es un ensayo brillante (como todo lo suyo) sobre un estrafalario morisco exiliado en Francia y dedicado a enseñar el arte de la guitarra española en la primera mitad del siglo XVII. Sus letras no tienen desperdicio y de fondo guardan muchísimas coincidencias con los sufíes musulmanes que inspiraron a poetas españoles de la talla de san Juan de la Cruz. Es todo aquello de la mística de la carne, que tuvo larga vida en la historia literaria posterior. No quiero aburrir más.

Ya sé que esto a mí me ha fascinado a las tres y pico de la mañana, pero reconozco que soy un poco friki. De algo relacionado con ello tenía yo pensado hablar en el recital al que no pude acudir en Renedo a finales de agosto. Y estoy convencido de que se habrían llevado alguna sorpresa.

Mañana a media tarde me largaré a pasar el finde a mi pueblo. Mi amigo JC ya me ha puesto el aviso de que la partida de vinacho de la última campaña me lo deja donde JL. Magnífico. No sé si podré escribir alguna nota allí porque el portátil lo tengo permanentemente en Santa. Seguro que garabateo algún apunte en el cuaderno de mano, el chino (lo compré ahí). Y segurísimo que en ese lugar del mundo que para mí es su corazón y tiene forma de piña, surgirán mil anécdotas y otras mil historias. Las encerraré en mi cabeza, como vengo haciéndolo toda mi vida, para recuperarlas algún día hechas ficción. De una forma u otra. Y como JH, mi editor, me ha comunicado que me deja una página en blanco de cortesía para la dedicatoria, si no surge nada mejor, en mi próximo libro figurará así: “A la Esgueva y su gente, que es mi raza”. Conste aquí como primicia. Para el millón y medio de los que me leéis, entre los que no faltará un judas ni una magdalena. Como es natural.


06/09/23

Fundido por las emociones, ya no fui capaz ayer de retomar el hilo para contar la extensa charla con mis editores. Cuando había publicado la entrada del día y me disponía a cenar, me llamaron por teléfono y me dijeron que tenían un rato mientras se hacía la hora de entrar al cine. Estaban en Santa y querían hablarme.

Con el altavoz activado pude escuchar sus respectivas opiniones sobre mi libro de relatos, que habían leído ambos de tirón y sobre el cual habían cambiado pareceres.

—A los dos nos ha encantado, de verdad. Buenísimos en conjunto —me confesó mi cariñosa editora AdlG.

—Ya está prácticamente maquetado el libro, mañana concluiré —siempre muy práctico mi bizarro editor JH.

No supe qué decir de pronto, empañada un poquito la voz por el sentimiento que me subía desde el corazón a la boca.

—Uf, uf, uf, ¡qué alegría, amigos!

Entramos en detalles, me confesaron que habían puntuado con una nota por relato cada uno de ellos por separado. Me señalaron la coincidencia en los dos que menos les habían gustado, de una docena en total. Pero consideraron dejarlos por mantener la unidad del conjunto.

—Ciento noventa y dos páginas, cacho cabrón —me recriminó JH—, y eso que tú decías que sobre ciento cuarenta. Pero, en fin, vamos adelante porque creemos que van a gustar mucho.

Otros aspectos salieron a relucir. Me enviaron varias ideas para la portada sobre la que trabajará MN, mi admirada ilustradora.

—¿Me lo estáis diciendo en serio? —pregunté con intención y tono lastimero de falsa modestia…

Quería darme el gustazo de oír la respuesta, pues en el fondo estoy convencido de que la obra en conjunto es bastante buena y no suelo dudar de mí mismo en este aspecto. Me considero escritor contra todo aquel que pueda considerar que peco de arrogancia. Para mí, no es así.

La respuesta de mis editores fue muchísimo más allá de lo que yo me esperaba, pues me revelaron lo que en principio pensaban mantener como secreto: que me hará un prólogo mi admirado y querido JC, uno de los grandes maestros literarios que tiene el sello Valnera. Se lo habían consultado y, por supuesto, ya estaba leyendo el borrador.

He recibido hoy la maqueta. No he parado de revisar, aunque me han concedido todo este mes para que vaya con paso seguro. Dudo entre varias portadas que me sacan las lágrimas cuando las miro una y otra vez.

No he dormido apenas en toda la noche, porque mi fantasía me ha elevado a territorios siderales de ilusión y sueños futuros. Durante el día me he mantenido flotando fuera de la realidad y quizá por este motivo hoy me ha dolido mucho la cabeza. Pero siento que la vida quiere regalarme todavía alguna felicidad. Y siento que debo tomarla.


05/09/23

La mañana ha sido provechosa hasta después del café en tertulia. Luego se me ha enredado con recados de fotocopias en el instituto, compras, Aquona y la madre que lo parió a todo. ¿Hay alguna señora mayor que quiera hacer de asistenta? Pago bien, con tal de que cumpla ocupándose de las cinco “ces” clásicas (menos una): casa, críos, comida, colada, y cama.

Acierto pleno, sin embargo, en la salida con la burra después de comer. Temperatura perfecta, según lo esperado. Vuelvo por Vallejo y compruebo, después de una semana, que ni me entero. Las piernas están respondiendo a las pastillas de magnesio si no me equivoco. Como siga el buen tiempo, todavía voy a disfrutar y eso me anima. Lo que no va a ser posible es lo de Comillas, ni siquiera la comida, pues creo que ese día se celebra aquí la carrera anual contra el cáncer. Quiero asistir. Recuerdo muchas veces tus palabras literales, LU, cuando me veías que me costaba apartarme de mis tareas:

—Tú a lo tuyo, majo.

Era una manera irónica de significarme que estaba muy metido en “lo mío” (casi siempre, la literatura) y también de criticarme que no cumpliera con algún compromiso común. Pero te voy a decir algo que no te dije nunca, LU: Solo había un motivo más fuerte que mi vocación por la escritura, y al que siempre me esforcé por dar prioridad: Tú. Y si ahora lo piensas, desde el cielo donde estás (allí donde se sabe la verdad completa de todas las cosas) te darás cuenta de que no miento. Para mí, tú estabas por encima de todo. También el próximo día de la marcha lo pasaremos juntos. Una vez más.


04/09/23

Anteayer me di cuenta, en Santa. Al morir la tarde estaba mirando el último sol reflejado a través de la ventana de la cocina, que da a poniente, y ya era una luz desmayada. Es decir, llega el otoño. Aprieta la nostalgia. Me prometí que haría algo para combatir ese anticipo cronológico de la estación más triste. Quizá evocar el rostro de alguien con quien todavía el futuro pudiera traerme un poco de felicidad. Pero la realidad y sus circunstancias se imponen y comprendo que eso no es posible.

¿Tendré que conformarme con lo que decía ayer MV en su artículo dominical? “Es un bello oficio dedicarse a contemplar cómo pasa el tiempo, cómo pasa la vida”. Para ser sinceros, me parece insuficiente. Más atinado estaba VL en EP: “…leer novelas, esos extraordinarios libros que suelen proyectarnos sobre realidades construidas mediante deformaciones inteligentes y magníficas de la vida real”. Por este lado sí estamos de acuerdo, claro. Y añade a renglón seguido que se trata de dedicarse “...a la pura irrealidad y a los grandes espejismos que construyen los seres humanos para escapar del tiempo sucio e insincero y acceder, gracias al sueño, a órdenes más ricos y sustanciosos que la realidad”. ¡Olé! Esto sí que es canela pura.

He tenido que dedicar un buen rato mañanero a lo típico: comidas, alguna compra y dos recados. Como recoger una certificación en correos que me pone de mala uva, porque el catastro me actualiza la valoración de una finca y eso me lleva un rato de incomodidad, mientras me concentro, lo leo y lo entiendo. Para empezar, no sé dónde está. Total, que luego se lo remito a mi hermano M. y santas pascuas. Me quedo tranquilo, porque creo que no me va a suponer ninguna gestión más.

Cuando ya estaba sentado para ponerme con los relatos, me llaman por teléfono los que me pusieron la caldera de gas en el apartamento. Si quiero aprovecharme de la subvención, tengo que mandar el recibo del pago bancario. Menos mal que consigo descargarlo online y enviarlo por email. Casualidad, como hay dios. En fin, queda pendiente para mañana resolver una memez en Aquona… Y así casi todos los días.

¿Qué es lo que vengo diciendo? ¿Es que se puede escribir cuando tienes la cabeza bombardeada por mil urgencias de la vida práctica? Eso precisamente es lo que yo llamo mi problema de tiempo.

Pues para remate aún he tenido que salir a sacar una copia en papel del libro de relatos para enviarlo a Valnera. Los cartuchos de impresora moderna aguantan apenas ciento cincuenta copias y son muy caros. Por el camino no falta quien me invita a un café y, como me quiere bien, aprovecha para señalarme a alguien que está de “muy buen ver”. Así de serviciales son los amigos. A los viudos nos sucede esto con cierta frecuencia. Observo de reojo. Prefiero una oveja.

Prácticamente, la única noticia del día superbuena ha sido que me he puesto en contacto con mi amigo JC porque el próximo finde lo pasaré en mi pueblo. Me va a llevar el vino prometido de la última cosecha. ¡Aleluya!


03/09/23

Ya estoy de nuevo en la buharda. El velux arrasado de gotas de lluvia, que no termina de desatarse a placer. También en Santa lucía parecido, así que he visto un poco el telediario y a las cinco más o menos me he largado. Total, para malos morros del cielo, igual da allí que aquí. Además, cuando tengo que hacer un viaje, por corto que sea, me siento intranquilo. Cuanto antes me ponga en camino, mejor.

Cuando entro en casa, el chico ya ha marchado a Pucela pero me ha dejado una bonita sorpresa en la consola de la entrada: una foto tuya, LU, de tamaño mediano y que tu madre ha encontrado en Salinas. Calculo que serás de niña como la sobrina, C., en estos momentos. Y tenéis un gran parecido. Es en blanco y negro y tienes la mirada de lado con una sonrisa pícara, quizá más madura de lo que corresponde por edad. Una sonrisa de agudeza infantil. Un relámpago de esa inteligencia tuya tan bien dotada, capaz de traducirse en actos de inmediato. Un temperamento primario. Una escopeta, como dice a veces tu madre, y yo entiendo perfectamente su sentido. ¡Qué guapa estás ahí, LU! ¡Qué guapa eras de natural! Nada en ti era disimulado. Y yo adoraba mirarte cuando creías que pasabas desapercibida.

Me pongo enseguida con la corrección de los relatos de “Bicho”. Necesito trabajar este par de horas todavía. Quizá debería salir algo más a socializar si hubiera ocasión, lo sé. Tú me lo recomendaste varias veces:

—No estés todo el santo día metido entre libros

—¿Y qué hago?

—Salir. Distraerte.

Sé que debo hacerlo. Pero el maestro JC también lo aconsejaba y, sin embargo, se cuestionaba qué hacemos de todas formas con la enormidad de tiempo que pasamos solos a lo largo del día. A mí no me cuesta relacionarme, aunque eso solo es una parte; la otra es compartir la intimidad a pesar incluso de convivir en silencio. Lo que es nocivo es la incomunicación. Eso, creo, de momento encuentro el modo de suplirlo.

Después de redactadas estas notas, me llama el chico. Se ha pirado a Pucela y me había avisado que me dejaba una parte (mínima) de los cangrejos que le había preparado su tía este finde. ¡Menuda batida que ha debido de pegar, que ha dejado la cazuelona con cuatro bichos viudos flotando en un poquito de salsa!

Pero Dios le ha castigado, por tragón. O tal vez ha sido otro milagro tuyo, LU. Hace un instante, como digo, me ha puesto un guas diciéndome que se le ha olvidado en el bajo un táper con comida que le había preparado también la tía M. ¡Qué alegrón! He bajado a toda pastilla no me lo vayan a levantar. En cuestión de comida, yo espabilo mucho. ¡Es menestra! Así que me he dicho a mí mismo: Pal menda. Y a él le he dicho: No comentes nada a tu tía. Ya lo he puesto a recado en el frigo.


02/09/23

Regresé a las nueve y pico de la visita al maestro JC. A media tarde ya estaba puntualmente a su puerta. Vive en esa zona noble que baja desde Miranda a la Magdalena. Fui con el coche para desplazarnos después hasta el aparcamiento del Rácing, al lado del Palacio de Exposiciones, donde tuvimos la suerte de pillar un sitio justo frente a la entrada.

Nos gustó la muestra “inmersiva” (como dicen ahora), aunque nuestra formación clásica y nuestra deformación docente hace que echemos de menos alguna explicación más de viva voz. No estamos preparados para entender bien esa ambientación solo a través de sensaciones. Sin embargo, fue interesante el recorrido con lo que ya sabíamos previamente del pintor. A cualquier museo o exposición o muestra hay que acudir un mínimo informados y un poco estudiados.

Desde luego, lo más llamativo es la parte modernista con el uso característico del “pan de oro”. Eso le hace singular y reconocible. A mí me atrapó en particular la mirada de sus mujeres, con ojos cerrados, entornados o interrogantes. Y, por supuesto, ese beso de su cuadro más famoso en que se funden dos cuerpos arropados como en un solo bloque y que me trajo a la memoria las decenas de miles de besos con que quise darte a mi modo la salud que se escapaba con tu vida, LU. Esta experiencia te hubiese gustado, creo.

Charlamos con tranquilidad durante un buen rato (pues JC solo contaba con tres horas, hasta el relevo para atender a su mujer). Hablamos de las muchas cosas que tenemos en común, aunque él es una generación anterior a mí por edad. Para comenzar, ese sentimiento que también le escuché en una entrevista y que me volvió a confesar en privado: cuánto quería a su mujer a pesar de estar postrada en silla de ruedas y con Alhzéimer desde hace tanto tiempo que, en realidad vive con una desconocida. Me dijo que la quería si cabe más que cuando estaba sana. Algo, justamente, que me pasó a mí, que te amé sobre todas las cosas cuando comprendí que te perdería, LU. Un amor desesperado, contrarreloj. Un amor que los artistas identificamos con el tema barroco de la “belleza enferma”, es decir, la angustia de saber que lo más bello se convierte en miseria. Y eso lo he vivido yo en persona, día a día, con la impotencia del que no puede parar la muerte. Y lo ha vivido sobremanera el maestro JC, por partida doble, pues también se le murió aún joven su primera mujer. Quizá lo reconocimos ambos en algunas pinturas de la primera época de Klimt. Y lloramos por dentro en silencio, estoy seguro.

Todavía a la salida nos sobró una media hora larga para recorrer un poco la Feria de las Naciones, que JC no conocía y le llamó muchísimo la atención. La verdad es que aquello sí constituye una inmersión de lleno en la bulliciosa vida. A él le encantó y le deslumbró. Casetas de treinta y tantos países, muchas de ellas dedicadas al asunto culinario, y como era de los últimos días estaba de bote en bote. Nos quedamos con ganas de cenar allí pero no había tiempo.

Fue una tarde bonita. Entre comentarios sobre lo visto al paso, cambiamos ideas sobre nuestra literatura y nuestros proyectos actuales. Y sobre el método de trabajo, que es algo también interesante para quien se dedica a ello. Intercambiamos mucha información, la verdad. Y a mí me resultó de una impagable riqueza. Se me pasó el tiempo sin sentirlo.

Bien dormido, he abierto el ojo hacia las ocho de la mañana. Había un cielo ceniciento de pinceladas suaves, y poco a poco el día ha aclarado sin abandonar un gris tristón. Santa se ha vaciado de repente. Lo noto en cuanto salgo al café y el periódico. Leo atento a última hora de la mañana y termino la novelita que me regaló el maestro.

Mando por correo electrónico a L., la editora, el archivo con el libro de relatos y dejo pendiente el envío en papel hasta regresar a Aguilar, porque aquí no tengo impresora. Le escribo a ella una larga carta para hacerles ver mi interés también por la segunda novela que continúa la saga de Santamarina. Y para que confíen en mí y sepan que han fichado a un escritor como la copa de un pino. No necesito recurrir a ninguna falsa modestia. Si me siguen dando bola, les entregaré cosas realmente valiosas. Algunas ya las tengo escritas y otras vendrán poco a poco. Solo pido tiempo.

Este es mi caballo de batalla principal: que se me han limitado en gran medida una buena parte de las horas con que antes contaba para dedicarme a esto; y, lo que es más importante, la calidad del tiempo en que estoy dedicado a ello. Porque no solo necesito horas de estar escribiendo sino estar abstraído de preocupaciones de la vida práctica durante ese tiempo. Quizá esto último sea lo esencial. A lo mejor, todo esto lo arreglaba una mujer, como me aconseja mi buen amigo y maestro. No quiero arreglos. Ni estoy seguro, porque no sé si tengo fuerzas para querer de nuevo, ni si tengo algo que ofrecer a alguien. Lo único que sé es que he tomado un colacao después de comer, en la terraza del Casino, abajo, y me he entretenido mirando el deambular de la gente… Nadie me llama la atención. Y he venido a toda prisa hasta esta atalaya del pisuco, contento porque tenía unas horas por delante para disfrutar de esta locura por las palabras.


31/08/23

Ayer llegué tarde a casa y ya no tuve ganas de ponerme al tajo después de cenar. De joven era un noctámbulo incansable; hoy soy incapaz de trabajar un solo minuto después de las nueve. Y a las once y media como máximo, salvo que una película me atrape, me aplana un cansancio cósmico. Para volver a salir de fiesta nocturna, necesitaría una readaptación de un par de días, como me sucede cuando voy a mi pueblo. Si no hay nada que lo impida, la segunda semana de septiembre.

En resumen, una jornada de grandes emociones. Lo pasamos muy bien, muy bien, con esa camaradería y cariño de amigos que llegan incluso a hacer el ganso a ratos. Como niños (sobre todo JH y yo). En el Daría, chapó por esas formas de nueva cocina que a ti te encantaban, LU. Me acordé varias veces, cuando nos presentaban cada plato con elaboraciones curiosísimas, que es lo de siempre pero evolucionado y adaptado al gusto moderno. Es la sorpresa de probar un simple huevo que no parece tal y estalla en la boca y sabe a huevo y sabe a trufa, o un torrezno de cerdo transformado en otra cosa buenísima con salsa coreana, o un rodaballo que conserva un sabor al mar de origen… En fin, LU, no sé cómo explicártelo pero sospecho que lo hubieses ponderado porque eras disfrutona. Y yo también, ¿no es cierto?, sin más límite moral para el placer que sentirse cómodos y confidentes en la intimidad. Y de postres no sé qué decir porque no sé qué comí, la verdad. Eso sí, divino.

Dimos un paseo vespertino y algo de terraceo mientras hacíamos tiempo para encontrarnos con MN, la ilustradora, que no había podido estar en la comida por motivos familiares. Nos hicimos unas fotos graciosísimas, porque JH es muy gamberro metido en faena y se prestó a todo tipo de bobadas para sacar en mi Ínstagran del próximo día. Me divertí como un niño. Y creo que el resto tambié se soltó la melena. Al final de tarde rematamos en el Reina Victoria con MN. y tratamos la parte más seria; es decir los nuevos proyectos artísticos y literarios. Largo y tendido. En mi caso me admitieron los relatos de “Bicho”, para salir pronto. Así que estoy jodido corrigiendo a toda prisa para mandar el primer borrador.

Además, me regaló el Maestro JC uno de sus libros y ya casi le tengo a medias. Mañana por la mañana le daré matarile (no es mucho, son ciento veinte páginas, ligeras, de literatura juvenil). Creo que le caigo bien porque espontáneamente ya me llama Chuchi, sin que a nadie se lo haya escuchado en este grupo hasta ahora. Y en la despedida noté su abrazo efusivo. Hoy hemos vuelto a hablar y vamos a ir mañana a ver la muestra del pintor Klimt en el Palacio de Exposiciones y después cenaremos algo en la Feria de las Naciones, que está al lado.

Poco más en este día, que ha acompañado como ayer, luminoso y soleado, de temperatura justa. Ya se sabe, en Santa el grado de humedad a mí me hidrata y duermo como un leño. He leído muy bien por la mañana y después lo tenía pensado: no voy a dedicar en toda la semana ni un solo minuto a la cocina. Me he pertrechado estupendamente: hoy, fabada Litoral; mañana, potaje de garbanzos Mamía; pasado, lentejas con chorizo Alteza… Y así sucesivamente, aunque se me caigan los dientes de escorbuto. Para cenar, ensaladas varias. De postre, todos los días, melón, riquísimo, grandísimo, en su punto perfecto de maduración. No fallo, lo bordo.

O sea, que dentro de la pequeña felicidad posible a la que puedo aspirar, estoy bastante satisfecho. De esta manera, ocupo la cabeza en proyectos ilusionantes y provechosos (no por el dinero, claro, sino por lo que me llena la creación literaria) y evito esa tendencia de mi temperamento soñador y de mi imaginación fecunda a fantasear y a levantar castillos en el aire y a hacerme ilusiones que no me convienen en absoluto.

Y para afianzarme en mis propósitos y simbolizar mi renacer de cada día, me he pegado un paseo largo esta tarde y me he entretenido un buen rato en esa Feria que he mentado, al lado del Estadio del Racing. Y me he comprado en una de las casetas un nuevo gallito bien guapo para mi colección. Joder, para ser un gallo me han desplumado cuatro pavos… ¡Jajaja! Esta broma te la hubiese repetido muchas veces si hubieses estado aquí, LU. Porque a mí me hacen una gracia terrible los juegos de palabras. Y sé lo que me hubieses contestado: “Pero ¡qué tonto eres, hijo mío!”


29/08/23

Bien, ya estoy aquí: una hora de camino y un cambio de mundo; al menos para mí es así. Lo primero, contacto con la familia Valnera para ver cuándo les viene bien la comida de reencuentro. Parece que mañana. Vale, pues le concedemos a la editora, o sea, a L. el honor de reservar sitio, ya que ella ostenta sobre nosotros la autoridad ganada en repetidas ocasiones de regalarnos con un marmitaco de lo mejor que he probado yo en el norte. El maestro JC no tiene inconveniente mayor para asistir, y lamento que no pueda acompañarnos la frágil y tímida y guapa ilustradora, MN, para felicitarla por su último premio y rogarle a ser posible por segunda vez la portada de mi próximo libro, con la venia de los jefes.

El rinconzuco o la atalaya de Santa. Otro lugar mágico situado en pleno cruce concurridíaimo de estas barriadas antiguas que bajan a la playa, entre urbanizaciones de gente más ricachona. Siempre me he encontrado feliz aquí, LU, tú lo recuerdas muy bien, ¿no es cierto? Como un perruco perdido subo a toda prisa a casa y entro en nuestra habitación guiado por un instinto que me lleva directamente a abrir el armario y hundir la nariz entre tus ropas. Todavía colgadas de sus perchas, serenas, esperando… Pero quietas. Algo he avanzado pues ya no se me revuelve el estómago y las lágrimas se reducen a dos durante un buen rato pegadas al extremo externo de cada ojo.

La ventaja de esta atalaya frente a la mole de telefónica es que desde aquí observo por la ventana el paso acelerado de la vida mientras escribo. De cuando en cuando, apoyo la cara sobre una mano y me quedo pensativo. Y te hablo, y te cuento en voz baja como antaño: Tengo que seguir, LU, tengo que continuar. Tengo que dar pasos sin ti, mi amor. Tengo que ir alejándome mientras tú quedas parada a mi espalda, aunque al volver la cara te vea con la mano alzada en señal de despedida. Tengo que dejarte porque la sangre me impulsa a buscar otra vida. Y tal vez me he venido también aquí huyendo de esa otra vida. Por contradictorio que pueda parecer.

Llaman, por fin, mis bizarros editores. Muy buena elección la de L.; la comida será en el Daría. Ahí ya hemos estado nosotros, ¿verdad, LU?


28/08/23

Hoy no estaba Tt. y, sin embargo, me he entretenido en un par de recados. Quería haber salido antes. A pesar de la bajada severa de grados, el tiempo era soportable. Hasta el punto de que no he cambiado la ropa ordinaria, pero no he pasado frío. He subido bien, con un ligero toquecín arriba del muslo derecho. Quizá es que debería estirar un poco antes de comenzar, o dar unas vueltas aquí abajo en las rotondas, hasta engrasar, o simplemente no arrancar con pedaladas potentes en frío. No sé lo que hago mal, coño. El caso es que se ha ido calentando el músculo y ya no he notado más molestias. Ha sido al terminar y quedarme quieto. He frotado con el Radio Salil. Y hasta la siguiente. Todo lo compensa la sensación de tener el pecho abombado y repleto de oxígeno. Los monstruos de la cabeza huyen de uno cuando el cuerpo llega a ese punto perfecto de ritmo y resistencia.

Entre el socio y yo rematamos la paella que me ha dado juego para varios días. Acojonante. Mañana ya tendré que preparar para el resto de la semana si quiero estar en Santa. Paciencia y mejor a primera hora.

Pruebo unas cuantas ciruelas que ha traído mi cuñada J. Necesitan un poco de maduración y de sabor son pasables. El caso es que no había visto yo esa variedad de forma ovoidal. Me pega que no hay que abusar de ellas si no quiere andar uno con el culo como un abubillo.

Me da muchísima pereza corregir lo que tengo escrito desde hace tiempo. Me está resultando pesadísimo y he decidido revisar los relatos a uno por día. Creía haberlo dejado a punto cuando lo preparé para el premio RdeD. Al volver sobre ello, después de casi dos años, es imposible no verlo con nuevos ojos y eso te lleva a recomenzar. Es una experiencia que ya conozco de otras veces. Nunca se termina de dejarlo perfecto. Y se corre el peligro en algunos casos de estropear la frescura inicial. Un rollo, pero necesario.

Espero que se dé bien la cosa y en Santa aprovecharé también para quedar en T. con mi amigo E. Hace ya tiempo que no lo veo y varias veces me ha recordado otro buen colega, J., que tenemos pendiente una comida en la casa de Ongayo. Sinceramente, estoy a gusto con todos ellos, aunque no me hallo bien en ningún lugar durante mucho tiempo seguido. Es tu ausencia, Lu. Me ocurre, sobre todo, en Santa. La ciudad entera está poblada de ti…

Donde procuraré hacer una visita relámpago es en C. Me apetece pero allí siempre hay un riesgo latente. Tengo excelentes y cariñosísimos amigos y amigas, es verdad, ya que viví cinco años. Y también es cierto que no quiero coincidir con gente del pasado con quien sería peligroso aventurarme a una noche de copas. Tú lo sabes, Lu, puesto que te abrí mi corazón de par en par y, lógicamente, fue muy anterior a ti. En cambio, ahora, solo, vacío y con un cuerpo que no quiere envejecer y es castigado por el deseo, no sé cómo reaccionaría si tuviera ocasión, que lo dudo… Porque, desde luego, tú ya sabes que ni soy un santo ni me acobardo fácilmente… Y espero que esto no suene mal, puesto que te he prometido en esta parte de mi diario que hablaría con total libertad. Pero sin perder la elegancia. Por tanto, dejémoslo así.


27/08/23

Madrugo para toparme con una mañana desapacible y un viento desagradable que me hacen abandonar la intención de salir en la máquina. Además, hay que poner tres lavadoras (porque es el día barato), vigilarlas y tenderlas. Un rato de periódico con el café y un empujón a la novela simpática pero un tanto dispersa de MT., la más reciente del sello Valnera; o sea, de casa.

Por fin veo a nuestro chico, Lu, y tomamos el café juntos, porque a comer no se ha levantado. Se ha metido más de doce horas seguidas de sueño, el tío. No sé por qué le he respetado la última porción de cangrejos que quedaba… Pero me agrada charlar un poco con él. Siempre parco de palabras y funcional en el diálogo. Como tú, Lu. No sabéis hablar por hablar. Por jugar. Por gozar. Eso es algo que nunca se os ha pegado de mí.

Últimamente me alejo de los sitios habituales donde paro, porque me he dado cuenta de que enseguida entro en conversación con cualquiera que pase y me conozca (que es mucha gente y no puedo ni sé evitarlo). Así que después de comer me largo, por ejemplo, a la carpa de los buses donde todavía no me tienen localizado y me pido allí un colacao con leche bien fría porque es donde mejor me lo ponen de toda la villa. Emboscado y con el tilo a la vista que en su día convertí en un libro de poemas, remato la prensa. Qué rato más bueno sin interrupciones. Casi como cuando estoy en Santa.

Y aquí es donde quería llegar. Tenía el propósito de haberme largado allí ya el fin de semana, pero he aguantado por estar algo con el chico… Total, para un ratín. Bueno, el caso es que estaba pensando en marchar mañana o pasado y permanecer el resto de la semana. Es lo que andaba barruntando. Cuando, casi por milagro (un nuevo milagro tuyo, Lu), me ha contestado JH, de Valnera, a un mensaje y a seguido me ha llamado por teléfono. Hemos charlado un rato, también con L., su mujer. Mis bizarros editores.

Cuando un escritor oye la voz de su editor, le pasa como a un paciente cuando está frente a su médico: se le curan casi todos los males de repente y su angustia por publicar se transforma en euforia. Así me ha sucedido a mí. Quedamos a mitad de la semana que viene a comer. Los dos editores, mi admirado maestro el escritor JC y un servidor. Es decir, tres jesuses y una lines. Eso me sube al cielo. JH me dice que así aprovechamos para que les presente mis proyectos. Puede encajar, me aventura, al menos el libro de relatos. Yo intentaré hablar de tres trabajos o tres opciones; porque yo quiero todo, así de claro. Ningún escritor es humilde y prudente de entrada. Es imposible, no cuadra con la condición del creador admitir freno a su pasión, como en el amor. Luego el editor se encargará de ponerle a uno en su sitio. Así funciona.

Lo mejor es que me deja con muy buen sabor de boca cuando le pregunto si me va a tener como con el libro anterior, siete años rondándole como a una novia… hasta que fue su propia mujer quien le obligó a darme un sí o un no definitivos.

—No, hombre, ahora la cosa ha cambiado totalmente —me dice.

—Pues, menos mal…

—Ahora ya la novia está contentísima contigo —concluye, con una ironía deliciosa que a mí me suena a música celestial.

Mañana, si el tiempo lo permite, volaré hacia las diez camino de la braña, y hasta más arriba, impulsado por una poderosa ilusión. Como si tú fueses a mi lado acompañándome, escuchándome y aconsejándome.


26/08/23

Estaba cansado y me acosté pronto. Duermo profundo y seguido hasta las seis y pico. Luego, comienzo a dar vueltas, me inquieto y decido levantarme antes de ponerme nervioso. He acertado porque leo con placer y avidez, prueba de que me encuentro bien. Sin embargo, amanece el cielo con cara fría y decido no salir hoy a rodar. Aviso a Tt. Me conozco y temo los cambios de tiempo, para la garganta y las piernas. Además, hay un silencio gozoso a ambos lados de la ventana.

Y me digo que estoy vivo, fuerte y sano aún, comenzando una lectura nueva y comenzada una escritura nueva, solo pero con una vida interior muy intensa, sin nadie por quien sentir un amor bueno… Pues la mayor fatalidad en el amor no es no poder encontrar a alguien que te quiera, sino encontrar a alguien a quien no puedas querer. ¡Cuántas veces lo hablábamos nosotros, Lu! Aunque a ti no te gustaba mi exceso de reflexión en muchos asuntos cruciales de la vida, ¿verdad? Pero llegábamos a la misma conclusión: ¡Vive! ¡Afróntalo! Y desde que vimos aquella película de “El renacido”, con L. DiCaprio, fue tu lema: “Mientras tengas aliento, lucha!”

Por la tarde hablo un rato largo con mi amigo JL. Me cuenta la historia sentimental de un viudo que murió y renació simbólicamente salvado por una buena amiga. Historia singular y muy cercana para él y para su mujer, A., que me cuida como una madre cuando voy a mi pueblo. Historia tan conmovedora que no sé si alguna vez me decidiré a contarla. Si a ellos les parece bien.

En fin, dispongo también de la tarde entera y estoy tan sublimado y pienso en ti con tal intensidad, Lu, que tengo la impresión de oírte abajo, en la sala, dedicada a tus cosas, acompañada de una música disco (siempre alegre, como te gustaba a ti), discreta, laboriosa, quizá preparando alguna cosa para sorprenderme luego, a la hora de cenar.

Mientras, yo sigo tan concentrado en mi trabajo que no quiero moverme de aquí, de lo alto de la buharda, confiado en que cuando baje buscaré el olor de tu pelo al acercarme, el roce del beso al descuido, el abrazo reconvertido en unos pasos de baile (¡Para, idiota, que me mareo!). Todo aquello, Lu, todo aquello…

Por eso me resisto a bajar. Quizá tenga miedo a bajar. Prefiero seguir trayéndote desesperadamente a mi escritura, a estas líneas, para que no te vayas nunca. Y a lo mejor también te decides a escuchar de una vez por todas algunas de las canciones de este bellísimo disco de Pink Floyd que ahora suena. Por ejemplo, la primera y la última de “Wish you were here”. Un título muy significativo: “Ojalá tú estuvieras aquí”.


25/08/23

Satisfecho como nunca de la forma física para subir a la Braña. Al tran tran pero sin pizca de desmayo. Hoy acompañaba un poquito la bajada de temperatura. No hemos podido salir casi hasta las once. Hay que tirar como muy tarde a las diez y media. Con tiempo normal, digo. Ya sé que mejor sería madrugar más pero también hay cosas que hacer. Hoy, por fortuna, de nuevo tenía todo resuelto por mis cocineras de guardia. De maravilla.

El tiempo se dilata para la prensa, para revisar alguna cosilla que pueda enviar a JH, para escribir unas páginas. Esta labor del diario, con sinceridad, es que la menos me lleva. Lo enjareto en el aire. Pero pudiera tener también su interés editorial si doy con el ritmo y las claves que voy buscando. Estos días que estoy en el tajo a las cinco como muy tarde me cunden mucho. Entonces, se me aplaca bastante la aceleración nerviosa y me siento optimista. Incluso llego a pensar a ratos que podría volver a ser un poco feliz.

Llamada de nuestra Chiqui. Ya se me hacía largo, Lu, aunque prefiero esperar a que sea ella quien tome la iniciativa para no interferir en sus quehaceres. No le han vuelto a molestar las migrañas. Está ilusionadísima con su trabajo en el hospital. Es lo que queríamos, ¿no? El chico vendrá dentro de un rato (esta noche se va a llevar una sorpresita cuando abra el frigo). La vida, en fin, les pertenece, y eso sin duda me da mucho ánimo para seguir adelante.

Por lo demás, finde tranquilo. En cuanto compruebe unos días más que el socio funciona sin problemas de salud, me largo una semana a Santa. Necesito ya regresar a nuestros escenarios más queridos. Incluso solo, allí he aprendido poco a poco a experimentar una sensación de nostalgia bonita y enriquecedora. Me gustaría compartirlo, pero eso ya sabes tú que no es posible, claro.

Donde no necesito demasiado hacer calle es aquí, en Aguilar, más allá de la tertulia del café por la mañana, del café con prensa de después de comer, y de las salidas para hacer deporte o las quedadas con el foro a partir de que acaben las vacaciones.

Ayer lo pasamos entretenido y simpático en tu pueblo, Lu. Acompañó la tarde y disfrutamos de la casa recién estrenada de M. y F. Ya sabes cómo es M., que le gusta agasajar y le hace a uno comer más de la cuenta… A mí me conoce muy bien y sabe que se me conquista por la barriga. Ella se sonríe. Y tenías que haber visto la casa: ha dividido el chalet en dos partes y la de la izquierda la ha dedicado a salón con cocina americana, de tal manera que le ha dado una gran amplitud y unas magníficas vistas al río mediante cristaleras que ocupan casi toda la pared correspondiente. Estupendo.

Volvimos pasadas las doce. La verdad es que he dormido regular, pues a media noche en sueños te echaba de menos a ti (o a alguien como tú) y me he desvelado un rato largo. Después he comprendido que la realidad es implacable. Y me he vuelto a quedar dormido despacio. Pensando.


24/06/23

Me ha mandado un guas a primera hora mi colega Tt. diciéndome que hoy necesitaba descansar, y también yo he preferido hacer un alto y dejar la borriquilla aparcada en el local. Milagrosamente (creo que eres tú, Lu, quien me cuida junto a mi sombra), esta temporada no estoy nada tocado de patas, ya lo vengo diciendo, pero tampoco quiero irme demasiado para arriba. En fin, que no pasa nada ni hay ninguna necesidad de forzar. Mañana me tiro al monte.

Paso donde tu hermana J. a felicitarla y a tomar un café y un tiramisú buenón. Ya ves, aquella niña que llevamos un día a la playa al comienzo de salir nosotros y que nos miraba con ojos almendrados y pensativos ya a las puertas de descubrir la vida y sus secretos… Se ha convertido en una mujer espléndida en todos los sentidos. Es una familia en la plenitud y eso también me alivia y me alegra las penas. De corazón.

...

Tal vez es la misma niña que vi desde el puente de Salinas cuando vine por primera vez a Aguilar, con veintipocos años. Te lo he contado otras veces. Miraba yo esas aguas por uno de los lados y, de súbito, observé una muchachita núbil que chapoteaba con alegría en el discurrir de la corriente. Cruzamos un instante las miradas… Siempre te dije que eras tú, Lu, y que te reencontré cuando tenías ya el doble de aquella edad.

—¡Qué peliculero eres!

—¡Ya lo sé! Pero, a fin de cuentas, esto de la literatura es como cuando Jesús anduvo sobre las aguas.

—¿Por qué sabes que era yo? ¡Demuéstramelo!

—No puedo. Pues nunca nadie se baña dos veces en el mismo río.

—Eso solo son palabras.

—Sí, pero las dijo el filósofo Heráclito hace veinticinco siglos: Todo es uno y lo mismo, a la vez que todo es pasajero y cambiante.

—No sé cómo se te ocurren esas cosas. ¿Qué tienes en la cabeza?

—No lo sé. Quizá que quiero siempre lo imposible, el absoluto o nada.

Remataré la tarde en Salinas. Esto tal vez me ha llevado a evocar lo anterior. Ya lo he dicho: mi cabeza es una jaula de grillos. Bueno, el caso es que me han invitado mis amigos F. y M. a merendar en un chalet que acaban de reformar. Por tanto, algo de esto diré mañana.

....

Llama por teléfono C., mi suegra, mientras escribo mis ocurrencias. Que si quiero paella. ¡Joder! ¿No voy a querer? ¡Más que a mi vida! Últimamente estoy rodeado de ángeles de la alimentación. Y todos vienen con comida en las manos. Pues no diré que no. Aunque convierta estos papeles en un recetario de cocina familiar. Venga pacá, como si es hormigón. Pa la buchaca.


23/08/23

A las diez y algo nos tiramos al carril y, a pesar de que a esas horas ya caía fuego, hemos subido Tt. y yo hasta Grullos como dos osetes en las estribaciones de los picos de Europa: lentos pero seguros. Yo me he notado muy bien, fuerte, he picado suelas para arriba sin apenas jadear y no he sentido después de comer ninguna cargazón de piernas. Estoy contento. Sea lo que sea, desde antes de la pandemia no había vuelto a encontrar el tono (físico y mental).

Y no me he desplomado en el sofá después de meterme un platazo de quinoa con verduras que ha traído la despensera mayor, por supuesto, para tu hijo. Tu hijo se deja querer y yo me pego a él como un perrillo pedigüeño. Ya lo dice el refrán: ¿Por qué te quiero, Andrés…? Ha regresado a Pucela puesto que mañana debe trabajar necesariamente “in situ” (lo malo es que se ha llevado el táper grande, el cabrón de él).

Me quedo hoy con el artículo del escritor colombiano JGV en Opinión de EP sobre algunos secretos de la ficción. Aunque no demasiado original porque esto ya lo he leído en MVL, entre otros, es cierto que fabulamos (leemos y escribimos) porque es una “insatisfacción insoportable” tener solo una vida y las novelas nos permiten “tener más vidas, sí, para ser otros, para saber hasta donde pueda saberse cómo es vivir siendo otra persona”. 

Yo profundizaría incluso un poco más: Es en este territorio de la imaginación, por mi parte, donde lucho a diario para seguir viéndote y oyéndote sin que estés aquí. Pero no puedo tocarte. ¡Ay! Necesito un cuerpo. Y esta es mi tragedia y mi condena.


22/08/23

Finalmente, el socio soportó la retirada de la sonda sin problemas añadidos. Pero hasta prácticamente la hora de acostarse no comenzó a recuperar la función normal de la vejiga. Hasta ese momento estuve preocupado. Después, aunque no bebió más líquidos, comenzaron a hacer efecto las tres botellitas de un tercio de litro que le había obligado a tragarse. Y también le mandé orinar en un cubo para ver la cantidad evacuada durante la noche. A las nueve de la mañana comprobé que había lo que podía considerarse normal. Y respiré. O respiramos. Porque él también estaba contento, pues en caso de haberse complicado ambos sabíamos que nos enfrentaríamos a un problema serio. A decisiones delicadas.

El objeto es que a las diez y media he podido contactar con Tt. para una vuelta corta a Barru. El calor ya agobiaba y hemos dejado la subida a Grullos hasta que pase la ola. Mañana tengo dentista, revisión rutinaria que espero que sea breve para poder largarnos a una hora prudente.

En fin, estoy algo más relajado. Además, un ángel guardián con alas en las muñecas de sus manos, como si se tratase de una diosa de las mitologías antiguas, me cuida, me asiste y me protege. Y no tengo más remedio que reconocer que eres tú, invisible y reconvertida en carne mortal. Para dar paz a mi corazón. (Todavía hoy, cuando me encuentro en Santa, paso por la calle de “Le vélo” y husmeo desde fuera el pequeño interior donde comprabas aquellas camisetas francesas con motivos de alas que tanto te gustaban).

Dedico la primera parte de la tarde a poner en orden los cuentos titulados “Bicho” que escribí en la pandemia, aunque tú ya no tuviste humor ni fuerzas para leerlos. Te hubiesen gustado, Lu. Y voy a meter también un par de semanas hasta finales de este mes, a ratos, para dar una vuelta a la novela “Los amigos del libro verdadero”, que sería la segunda en la serie ambientada en Cantabria. Creo que tengo que publicar de nuevo el curso próximo. Pienso que estos dos trabajos le pueden interesar a JH, mi editor. Hace tiempo que no hablo con él y sé que ha estado con JC en Santander. ¡Cuánto me gustaría haberme reunido con los dos a comer por allí y haberlos pedido opinión! Pero este jodido contratiempo de salud de Lz. me ha desbaratado los planes. Constancia. Concentración. Corrección. No rendirse, no claudicar. Mientras siga viéndote de vez en cuando en carne mortal tendré una razón para seguir escribiendo, es decir, para seguir viviendo. Para superar mi angustia los días veintidós de cada mes, como hoy.

Y también para ascender aquí, a esta buhardilla apartada del mundo, a veintiséis grados ahora que lleva un rato subida la persiana en el velux. Mis dedos pican nerviosamente las teclas sacándoles diminutas chispas de literatura. ¿Qué es lo que persigo? No lo sé. Tengo que seguir repicando en este pentagrama para descubrir qué busco. Tal vez algún día vislumbraré algo…

Mientras tanto, hoy ha tocado pinchar dos elepés de The Alan Parsons Project, los titulados “Vulture culture” y “Eve”. Curiosamente, este último es un homenaje a la mujer y, en definitiva, de un feminismo primigenio de hace más de cuarenta años, cuando nadie había oído siquiera plantear estos asuntos. Tampoco yo era consciente, por supuesto. Y de hecho este segundo disco tuve que escucharlo muchos años después. Pero ¿dónde? No estoy seguro. Del mismo modo que acabo de descubrir el “Pyramid”, de finales de los setenta, que no conocía y me ha encantado. Y es que hoy el Spoty te lo pone a tiro. A mí por lo menos me hace disfrutar muchísimo.


21/08/23

Día de calor extremo, inexplicable en Aguilar. Y todavía ahora, cuando debería comenzar a caer la tarde y aparecer el cierzo, tenemos cerca de treinta grados. África se extiende poco a poco hacia el norte y pienso que será bueno conservar el pisuco de Santa, único lugar de España donde se mantienen temperaturas habituales. Lo sigo casi a diario en el periódico. Me alegro por las niñas, Lu. Ya han vuelto y me han contado lo bien que lo han pasado en la playa. El único inconveniente, me cuentan, es que cada vez se hace más imposible aparcar, también en nuestra zona. Si puedo, iré unos días en septiembre. Ya no me queda otra opción.

También tu hermana J. me da otro alegrón cuando me cuenta (y me muestra el resultado, discreto, bonito) que se han tatuado ella, tu hermana M. y tu sobrina P. Yo había entendido ayer que solo había sido esta última. Pero no. Las tres llevan tatus con algún motivo de tu padre y tuyo. A veces la vida te ahoga un poco menos. Y por unos instantes siento el aire fresco y pasajero de la felicidad en la pequeña ventana del alma que mantengo a la intemperie.

Teníamos médico a media mañana con el socio, así que he comenzado la nueva novela de mi amigo JC hasta la hora del café. Siempre minimalista, de fino humor y motivo sentimental de fondo. Me ha enganchado enseguida. Me encanta esa brevedad habitual en Carazo, que es tanto por respeto con el tiempo disponible del lector actual como por rasgo recurrente de su estilo.

La enfermera ha retirado la sonda a Lz. pero nos ha advertido que debe recuperar la función en unas seis horas. De lo contrario, habría que volver a urgencias. El caso es que con el socio no rigen patrones habituales. Ni ha bebido suficiente agua ni ha orinado apenas (al menos que él sepa explicarme). Decido controlar con una pequeña botella lo que va embuchando y a su vez comprobar lo que va desaguando en un barreño de plástico. De lo contrario, no habría manera. Le conozco mucho. Me he concedido de plazo hasta la hora de cenar. Después, valoraré si acudir una vez más a urgencias. Con la posibilidad de que haya que salir para Palencia.

Ni que decir tiene que he renunciado al recital de mañana con mi amigo JL. Tendrá que arreglárselas solo y sé muy bien que no tendrá problema. Menos que mi socio para mear, desde luego. En fin, que en estas circunstancias no puedo arriesgarme a dejarle solo aquí. Esta noche me quedaré en su piso a dormir y veremos cómo se desarrolla la cosa.

O sea que estoy jodido. Que mi suerte se va tornando. He vivido como un rey hasta no hace demasiado (a pesar de tu enfermedad, Lu, que no nos desestabilizó prácticamente hasta última hora, porque eras fuerte como una mujer bíblica) y de ahora en adelante me da la impresión de que voy a tener que afrontar dificultades mayores. Porque no puede mejorar un hombre que supera los ochenta y un cuidador desmoralizado que se acerca a la mitad de los sesenta. Dos calamidades juntas, para qué engañarnos. Sin embargo, es mi destino y le plantaré cara. Tú lo sabes tan bien como yo.

A ratos siento que estoy alcanzado. Necesito tiempo, tiempo. Sobre todo, porque no puedo dedicarme a la literatura sin tasa, pues es mi pasión y mi justificación de vivir. Hago cábalas sobre la posibilidad de buscar compañía y solucionarme la vida de esa manera, lo cual supondría arreglarse con alguien al estilo de esas parejas que se forman en First Dates…

Y no puedo, Lu, la verdad es que no puedo. Tú me conoces a la perfección. Lo tengo muy difícil porque no aceptaré jamás una transacción de intereses: ni siquiera para tener compañía y cuidados; ni siquiera para tener la comida hecha; ni siquiera para follar. No se la meteré a nadie que no me emocione, aunque se me caiga a cachos de no usarla. No me creo más que nadie, pero soy demasiado orgulloso para aceptar eso. Lo dejo porque me pongo del hígado si me lío a darle vueltas.

Intento tranquilizarme. Escucho otro elepé de KC y me estremece oír con la misma inocencia que a mis veinte años la canción titulada “Starless”, del disco “Red”. Y pienso: Ay, dios, dame unas pocas canciones como esta para aguantar y algunos poemas inolvidables y déjame escribir una, aunque solo sea una historia que esté atravesada por la belleza… O de lo contrario no sé cómo acabará la fiesta.


20/08/23

La mañana se me ha amontonado porque tenía lavadoras, plancha y comida. Por tanto, no he tenido más que un ratito de lectura a las ocho y pico, y de bici, nada de nada. Al menos he salido contento con un cocidaco buenísimo, de ocho raciones, que me da margen para tres días. Tenías tú razón cuando me decías que la costilla adobada de Mercadona es la mejor; he vuelto a traerla y hoy estaba divina. He comido solo y orgulloso, tal cual.

Es el último día de teatro callejero, pero veo cosas de danza y las descarto. Y después de comer me apetecía leer el periódico tomando un café. Hacía cerca de treinta grados, así que he dado por concluido el festival por este año. Cómo te gustaba a ti, ¿verdad? A mí el sol termina comiéndome mis narizotas de Cyrano y me las pone rojas en cuanto me descuido, incluso con protección y sombrero. Nada, nada, que he vuelto a mi buharda a estrenar libro para pasar la tarde.

Es un poco penoso reconocerlo, pero no tengo otro plan alternativo… o, mejor dicho, no tengo con quién hacer un plan que me ilusione. Esto es así y sospecho que en el futuro tendré que aceptarlo y acostumbrarme. Dejamos aquel recorrido que habías ideado por Europa y ya nunca será. No iré si no es con alguien que me emocione, lo tengo claro; o sea, que ya no iré.

Ayer a última hora me llevé una alegría grande en el Ínstagram cuando vi que la sobrina, P., la de tu hermana M., se había hecho nuevos tatuajes. No me alcanzaban muy bien los ojos, pero me pareció que alguno hacía referencia a una de tus frases favoritas: “Mientras tengas aliento, lucha”. Esa eras tú, compañera de mi vida y de mi muerte. Y entre dos alas del tatu de P. se distinguía la “L” de tu nombre. El nombre por el que yo volvería a nacer para conocerte otra vez y vivir otra vida contigo.


19/08/23

Leo como una máquina a primera hora de la mañana. Tal vez sea porque hacía mucho tiempo que no descansaba en condiciones. Lo cierto es que no he vuelto a levantarme para dormir en la butaca desde que me operaron de la nariz. Nuestros dos últimos años juntos, Lu, ya sabes, fueron dos angustias que se molestaban constantemente por la noche. Y tuvimos que separarnos en la cama. Lo pienso a ratos sin pretenderlo y no puedo quitar esta tristeza pegajosa. Pero me despierto pletórico.

Lo dicho, hasta la Braña con la bici no es suficiente. Hay que darle hasta más arriba. Ni un solo calambre en las patas. Increíble. ¿El magnesio? ¿El sueño profundo y seguido, como acabo de decir? ¿El oxígeno a raudales en el pecho? En todo caso es una sensación de vigor placentero que despierta mi deseo sexual. Y no sé si debería reconocerlo, Lu, pero a pesar de que sufre por ti mi corazón en muchos instantes del día, en otros mi hombría busca no sé qué o no sé a quién. Y tampoco sé tan siquiera si es discreto mencionar esto. Pero el escritor debe ser sincero sin comprometerse ni comprometer. En eso no caeré nunca. Conozco muchos diarios literarios.

En el periódico de hoy leo un artículo sobre la escritora norteamericana S. Hustvedt. En el texto se habla de los efectos que tuvo en ella la muerte de su padre hace una docena de años y ahora el cáncer que padece su marido. Y se argumenta que la forma más grande de afrontar esas tragedias es la escritura. Porque la muerte y el sexo son misterios imposibles de descifrar, “de ahí que asomarse al abismo y atreverse a compartirlo sea un gesto terriblemente aterrador y terriblemente generoso”. No puede decirse de una manera más exacta: se crea o no mi escritura nace de la generosidad, de algo bueno que hay en el fondo de mí; de esto estoy totalmente seguro.

En el Castillo, además, me regalan hoy la taza batidora Doraemon. Por mi fidelidad de cliente habitual y mi preferencia por el colacao frío. Va con pilas y lo deja niquelao. Me hace mucha gracia.

Y por la tarde, en el teatro callejero me ha gustado un espectáculo circense muy poético, sobre una pareja que conquistaba su amor acercándose progresivamente, ella desde lo alto de la pértiga coronada de flores (cielo, idealismo) y él desde abajo (tierra, realismo) sirviéndose de unos zancos. Hasta llegar a encontrarse. Muy tierno. He tomado unas fotos y quizá ponga mañana algo en el Ínstagram, porque también he pillado la cara preciosísima de una niña que tenía a mi lado y que miraba con ojos mágicos la actuación. Con el permiso de su papá, claro, que me lo ha facilitado.

¡Ah! Me llama mi amigo JL. Resulta que por fin también le ha mordido a él el bicho. No se encuentra mal, pero si sigue así lo mejor será posponer el recital del próximo martes para otro día. No vaya a ser que.


18/08/23

Salgo con Tt. en la burra y hasta Barru ya nos sabe a poco. Ni he sudado. Hay que aprovechar y subir más arriba. Lo piden las piernas, está claro. Me siento fuerte físicamente, es curioso, a pesar de que noto la telaraña de la tristeza por dentro.

Y por la tarde vuelvo a cometer el error de aguantar hasta el final las dos actuaciones escogidas del teatro de calle. Sin apenas ritmo, humor deslavazado, falta de historia coherente… Mucha gente de circo, de danza, de mimo, que tiene que reciclarse en las artes de calle para ganarse la vida. Es comprensible y lícito, pero la consecuencia son bolos incompletos, sin interés y aburridos finalmente. Me encuentro con los cuñados, que me invitan al de pago, pero rechazo la oferta porque he tenido suficiente con lo visto. Me temo que con el tiempo la calidad empeora.

No me ha llamado mi chica y eso me alegra porque es signo de que se encuentra bien. Ha tenido alguna migraña molesta desde que ha comenzado a trabajar. Me imagino que todo influye: cambio de horarios, trabajo duro, exceso de responsabilidad, etcétera. Le insisto en que me avise en cuanto me necesite, aunque solo sea para charlar un rato. Y, por supuesto, si tengo que ir a acompañarla no tendría ningún problema. Me imagino que será pasajero. Ella es fuerte y animosa, como su madre. Lo sé. Y estas cosas las gestionaría mejor con su madre. También lo sé. 


17/08/23

La mañana me ha cundido en gestiones: Aquona, Ceas y Caixa. Eso me pone de buen humor, porque me deja libre la tarde para dividirla entre el teatro de calle y la buharda. El primero me ha decepcionado porque he visto dos espectáculos cortos de tiempo y de pretensiones. Como de relleno y que podrían formar parte de un programa en “off”. Ahora esto ya no se lleva y todo dios cobra como profesional (y no barato, precisamente). Pero no estoy seguro de que sea merecido. A cada cual lo suyo: al profesional y al aficionado. Eso sí, la tarde ha quedado magnífica para disfrutar en la calle. Mañana seleccionaré con cuidado dos o tres cosas. No más.

Vuelvo pensativo a casa. No sé por qué. Algo me inquieta. ¿Eres tú quien susurra en mi oído? Frente a la puerta de los “VII Linajes” me asalta un recuerdo nítido de hace treinta años: pegada a la pared, bajo los soportales y al extremo del arco, había entonces una cabina pública de teléfonos. Como yo vivía en uno de esos apartamentos, casi a diario bajaba a llamarte cuando hiciste el viaje de estudios a Bruselas. ¿Recuerdas, Lu? Cambiaba un billete en monedas de cien (aquellas chocolatinas) y hablábamos mientras duraban las mil pesetas. Luego subía a mi apartamento y escribía frenéticamente poemas de amor. Los fui pegando en las paredes hasta empapelarlas por completo. Y todavía ahora te estoy viendo mirar atónita el día que regresaste. Aquel fue nuestro primer refugio de amor, donde se fundieron nuestros cuerpos y nuestras almas. No sabíamos que el destino los desgarraría hasta separarlos. Demasiado pronto.


16/08/23

Nada, como una rosa. Me ha preguntado por guas mi amigo JL. y ya ni me acordaba: ni un solo síntoma del bicho, por lo menos de momento. Ellos también se encuentran bien. El caso es que, encima, he llevado al socio a primera hora al centro sanitario para unos análisis. Bueno, que normal.

No andaba la mañana muy despejada y no he querido salir en burra. Tiempo habrá. Me he puesto a unas patatas con vainas y a mitad de faena se ha presentado una vez más la tía M. con unos ¡¡¡caracoles!!! Joder, ¡¡¡me privan!!! Y encima mi chaval no estará ni hoy ni mañana a efectos de comidas (me ha confirmado por guas). O sea, de maravilla. Todo pa la buchaca. Después ha pasado por casa para verme, pero tiene celebraciones en Barru, con la novia. Me parece bien. Quedamos en que yo vaya dándole cera a las cazuelas. Y lo que quede quedó. Así, perfecto, le digo. Les voy a dar tal mano de cera a cazuelas y táperes, que los voy a dejar suavísimos.

Y después del café y la prensa, por la tarde, cojo en la farmacia unos test Covid porque ya no quedaba ninguno en casa y hago una pequeña compra. Con lo cual a las seis estoy libre y al lío. Contento un día más por disponer de la tarde para mí. “El tío de la buhardilla”, decías tú, Lu, cuando subías para alguna cosa práctica y me observabas cabeceando con la música y aporreando el teclado del ordenador como si fuera un piano imperfecto y disonante. Pero hermoso, sincero, inocente, como mi corazón interpretando una partitura extraña, Lu. Y lo sabías. Intuías que estaba entrenando el arte de contar algo especial: el tiempo que vivimos juntos y fuimos felices. Así de elemental y de mágico a la vez.

Hojeando el periódico, encuentro una crónica que forma parte de una serie titulada “Historias de amor”. Es la cuarta que leo, ahora en verano. La de hoy contaba la de Camilo y María, una pareja de Pontevedra (¡cuántas veces veraneamos nosotros en Vigo!). Ella enfermó de cáncer a los treinta y tres años, la operaron a vida o muerte y vivió nueve más. Su pareja explica: “Siempre decíamos que esos últimos nueve años fueron nuestros mejores años, los años que aprendimos todo el uno del otro, los años que aprovechamos el tiempo y la vida de otra manera, la época en que nos quisimos de una manera irrepetible y auténtica, y peleamos y ganamos juntos y resistimos hasta donde pudimos, que fue mucho”.

Sé de qué hablas, Camilo, amigo en la tristeza. María falleció el veintitrés de diciembre de dos mil veintidós, ¿verdad? Sé de qué hablas, Camilo, compañero en la soledad. Pero ahora dime: Y después de esa fecha, ¿qué? Escucha, Camilo: Tú y yo volveremos esta noche a nuestro abismo de pesadillas y sueños. Porque quizá no podamos evitar nunca el dolor de un nuevo cuerpo real que se ama y no se puede tener. Y esa es la parte de la muerte que se ha quedado con nosotros, hermano.

Pongo muy alta la música de King Crimson, la voz grave, seductora, tan sedante para mí, de Greg Lake. Y, por supuesto, paso un par de vueltas seguidas el “Epitaph”, con traducción simultánea. Después he dejado que el disco rulara a su bola. Ya hablé aquí de esta canción a finales de julio: “Cuando un hombre está destrozado con pesadillas y sueños…”. Pues eso mismo digo yo.


15/08/23

Vienen a verme mis amigos JL. y A., y como siempre que estoy con ellos lo pasamos de primerona. Así se dice en nuestro pueblo. Damos una vueltecita por el mercado y luego nos vamos a comer al camping.

No le dedicamos mucho tiempo al asunto del recital de la próxima semana, lo necesario para tener las claves y salir airosos con la experiencia que ya acumulamos de años pasados. Y es que ni siquiera sabemos si las circunstancias me permitirán a mí desplazarme. Esperemos que todo vaya bien el día antes, cuando le retiren a mi socio la sonda. Así que, quedamos a la espera y, si no fuese posible, JL. tendrá que recurrir a un plan alternativo.

Es una pena que se hayan tenido que marchar casi inmediatamente después de comer, pero en ese momento les ha llamado su chico diciéndoles que ha pillado el Covid y lógicamente no hemos querido complicar el asunto. Mañana mismo mi socio tiene análisis a primera hora y es mejor prevenir. En fin, otra vez será más despacio, que no estamos a tanta distancia en realidad.

Me he apalancado un poco en el sofá al llegar a casa y he pillado al comienzo una peli que me ha enganchado, King Kong, de tres horas pasadas. Tenía un poco cargada la cabeza y no me ha apetecido salir ya ni hacer nada. La peli, versión de dos mil seis, resulta en general descabellada, aunque la ambientación sea magnífica y tenga momentos de fuerza simbólica. Bueno, en general, un disparate. Pero los protas eran buenos: Jack Black con un papel a lo Orson Welles interesante; Naomi Watts, guapísima, con momentos muy tiernos; y, sobre todo, claro está, Adrien Brody, otro de mis narizotas favoritos, siempre con el mismo gesto tristón y la cara escurrida de lampazo. Me la he tragado enterita.


14/08/23

Ya estaba a punto de echarme a llorar porque se me había malogrado la mañana: que si acercarme al centro de salud porque faltaba la firma de la enfermera en unos papeles del socio, que si acudir a Aquona porque me escriben que no se ha pagado la última factura (cinco años domiciliado sin ningún problema) y para colmo está cerrado, que si enviar en correos (petao) papeleo de la caldera de gas nueva del apartamento… que si la madre que lo parió a todo.

Quería salir en la burrilla porque estaba viendo una brisa bien rica y una temperatura perfecta (hasta Barru, joder, que no es mucho pedir). Pero se me habían hecho las doce y tenía que preparar comida para mí (el socio estaba servido). Qué coños hago, ¿eh? Dímelo tú, Lu, ¿cómo te las arreglabas? ¿Cómo os arregláis las mujeres, cojones? Porque para colmo tampoco había hecho la compra ya imprescindible (el frigo pelado con media cebolla y una sola caja de leche). Total, estaba cardiaco, a punto de infarto…

Y de pronto oigo que me llaman y aparece la tía M. como ángel caído del cielo y me cuenta que me ha traído unos cangrejos. Casi no podía escucharla de la emoción, pero no iba a dejar que me viera poner puchera. Y entonces aparecen dos táper repletos, rotundos, cerrados herméticamente con lo que yo me imaginaba rojos cangrejos como rubíes… ¡Día salvado! ¡Qué alegría!

He subido a toda pastilla a casa y he metido el tesoro en el frigo. Me he cambiado en un pispás y he salido a escape hasta Barru con la ligereza de un galgo. ¡Qué maravilla! He regresado lleno de oxígeno a raudales y cuando he abierto la puerta de casa me temblaba el pulso. Pensando en los cangrejos. ¡Uf! ¡Picantitos! ¡Brutales!


13/08/23

No termina de despejar ni a media mañana, con viento un tanto fresco. Determino no salir al carril porque tengo otras obligaciones. Hacer algo de comida y, al final, tres coladas, porque es el día de luz más barata. Esto nunca te lo oí a ti, aunque eras ahorradora; pero a mí me resulta muy cómodo poner la lavadora los domingos, sobre todo cuando estoy solo.

El hijo regresa de una ruta a comer y la hija pasa por la tarde a saludar, de vuelta de Santa. Los dos marchan a sus respectivos menesteres. Siento una curiosa y liberadora tranquilidad. No es que no me alegre cuando están aquí, pero me quedo muy a gusto en cuanto vuelvo a estar a solas.

Salgo a tomar un café y termino de leer la prensa. Después, cierro la puerta de casa y me pongo al lío. Tal vez no estoy muy ágil durante la tarde y me embeleso con la poesía de Machado, en busca de algunos sonetos que no recuerdo con precisión de qué libro procedían. Todo ello me lleva tiempo y, finalmente, los encuentro en “Nuevas canciones”. Es una serie de cinco, de los que releo dos maravillosos.

Es el misterio que guardan los poetas profundos y eternos:  con su vida, alumbran tu propia vida. Machado habla aquí a Leonor ya muerta y le explica que algunas veces ha traicionado su memoria, pero que la vida sigue como un río y al mismo tiempo que arrastra lodos y turbiedades desprendidas de los bordes del camino, eso no quita para que siempre lleve el agua limpia de su nombre bienamado. ¡Ay, consuelo de la poesía!


12/08/23

Café, hoy, con mis amigos F. y MS. en el Valen. Llevo el informe de salud del socio y me aconsejan detalladamente. La enfermera se olvidó de firmar. El lunes, vuelta al centro médico. Espero que no sea más que un trámite.

Retomo la burra y apenas noto pequeños amagos de calambres, pero nada serio. Salgo flojo y me voy animando poco a poco según voy comprobando que tampoco me molesta el toque de hace dos semanas en la pata derecha. Se ha curado prácticamente. Llego muy desahogado a Barru. Mañana, para arriba, hasta la Braña. Bien, bien, bien. Sísifo vuelve a cargar la piedra a las costillas y recomienza el ascenso a la montaña. Vuelvo a mi ser.

Con el chico se me ha pasado la chamusquina. Levanto el dedo índice con el ultimátum y le digo que no me tiente de nuevo, que ya dispongo de muy poco margen. Y me joden muchísimo esas torpezas de postadolescente. Sé que lo toma en cuenta. A ver.

Leo un rato el periódico en el Castillo y charleta gustosa con mi amigo J. y su hermano D., a los que hace tiempo que no veía. Risas y buen rollo. Son de los que hablan con gran formación y criterio. Me mola. Y no me importa haberle dedicado ese rato, aunque luego haya tenido que perder otro en el ordenador tratando de solucionar gilipolleces administrativas de Aquona. Demoledor para mi cabeza, pero insoslayable.

Leo a primera hora de la mañana y a última de la tarde, con avidez. Luego, poco antes de cenar, recuerdo que tenía que buscar una foto tuya, de muy niña, cuando te dieron un diploma en el colegio. Por comparar… Y es que hace unos días tu hermana J. me enseñó una de la niña pequeña, de C., de esas que representan una simulación del envejecimiento realizada con un programa especial, y me quedé atónito. Por su parecido contigo. Aunque pienso que ahora mismo también existe esa gran similitud milagrosa. Y me emocioné mucho cuando lo pensé después, en casa, solo. Ya siempre solo, sin tu cara viva. Sin tu vida.


11/08/23

Desde el mismo momento de levantarme, hirviendo por dentro como si llevase gas embolsado a punto de reventar. Y así llevo todo el día. Te cuento… Salto de la cama a las siete y media porque me había parecido oír algo y observo la puerta de casa entornada. ¿Dónde anda este?, me digo. Y le distingo en el pasillo exterior, a oscuras, pegando bandazos con la fregona… En efecto, lo que me temía: la cerveza ya le salía por las orejas y nada más abrir la puerta del ascensor ha ido a estallar contra la pared del vecino… No te cuento más, Lu, porque sabes de otras veces cómo he reaccionado. Al final la limpieza lo ha dejado bastante curioso, pero una vez más le he tenido que ayudar y luego le ha sacado del apuro su tía M. Estoy hasta los huevos, amiga mía. Te dije que los seguiría cuidando, pero todo tiene un límite. Ojo. A este paso me voy a buscar a alguien y que cada cual se las apañe. Que yo no tengo vocación de sufridor.

Luego la mañana se arregla un poco cuando en el médico le reconocen al socio, por fin, en el informe de valoración, un cierto grado de deterioro cognitivo. Espero que eso sirva para una mínima asistencia en el aseo personal (ahora que no sabemos cuánto tendrá que llevar la sonda) y en la limpieza de la casa. Eso corresponde a los servicios sociales. Ya veremos. Pero al menos no es la tomadura de pelo que supuso en marzo, cuando el médico solicitó un informe neurológico sobre el que todavía no hemos tenido respuesta. No una fecha de cita más o menos prolongada, me refiero a cinco meses de silencio a una prescripción facultativa. Castilleón care.

En cuanto a las patas para la bici, casi recuperado. Sin calambres. Cosa curiosa. A ver si van a funcionar  las pastillas de magnesio... Pero hace tanto calorazo que mañana voy a intentar salir con la burriquilla a una hora en que todavía haya temperatura soportable. Y nada más. Reviso algunos poemas para el recital del día veintidós en Renedo con mi amigo JL. Y tengo una vida empobrecida de ilusiones y a piñón fijo, que es quizá lo que me conviene y deseo de aquí al final. Una puta mierda, vamos. Eso sí, he sacado hoy adelante ocho raciones de fabes con costilla adobada y un morcillón maravilloso. También regalo de la tía M. para tus hijos. Pero se lo he robado. De mala hostia.


10/08/23

Toda la semana pendiente del socio, a ver cómo funcionaba con la sonda puesta… Pues, además, sufrió una lipotimia sin más consecuencias en la calle. Cree que puede aguantar a la sombra con treinta y cinco grados.

Se acercó mi hermano Mon, que a la vez que acompaña al socio se encarga de repararme todo lo que en la casa se va desarreglando: tendedero, puerta del escurreplatos, lavabo, puerta de la calle… el copón bendito, porque yo soy un manazas total. Pero al mismo tiempo pierdo la rutina sedante del día a día ordenado, que tan beneficiosa me resulta para no amontonarme y estresarme. Me desestabilizo. Descubro de pronto que no me he afeitado, y otros ratos me doy cuenta de que me he olvidado de cagar.

Para remate, está aquí el chico todavía de vacaciones y va un poquito a su aire, y la chica tuvo que desplazarse desde León, en viaje relámpago, para asuntos administrativos de la familia. Y tanta gente me desborda porque no sé ni por dónde se comienza. Me descentro. Máxime cuando la chica me dice que ha tenido migraña también de estrés y de falta de descanso. Y entonces me chamusco aún más.

La cuestión añadida es que no tengo tiempo para las cosas que realmente me gustan y esto termina por pudrirme la sangre. No puedo pensar en comidas y en novelas. No sé hacerlo. Soy muy limitado. El escritor M. Kundera, recientemente fallecido, según creo recordar, hablaba de las tres “ces” imprescindibles para el escritor: concentración, constancia y corrección. Yo ando bastante perdido últimamente, esa es la verdad.

Por fortuna, también he tenido la asistencia impagable de la tía M., que trajo comida para un regimiento y, aunque en principio era para los sobrinos, nos hemos aprovechado todos de ello. Menos mal. Estaba a punto de tirar unas latillas encima de los platos. Una por barba.


07/08/23

No ha podido ser. Estábamos preparando para largarnos a Piña y se nos ha chafado el plan. Ya el viernes pasado tuve que acudir al médico con el socio debido a problemas de próstata y ayer, domingo, después de comer, tuve que bajarle a Palencia para que pudieran sondarle. Volvimos a las once de la noche y tuvieron de dejarle con una bolsa puesta. Tendrá que aguantar así quince días hasta ver si remite la infección. Dentro de lo malo, el hombre se va valiendo con un tapón de quita y pon cuando le entran ganas de orinar.

Es lo que hay. Y es un problema que me toca atender a mí, así que tendré que comérmelo con patatas. No es que me queje, pero me produce cierto agotamiento, sobre todo, psicológico, que se explica por el peso de los acontecimientos de nuestra historia reciente. No se termina nunca. Lo comprobé, una vez más, al llegar al aparcamiento del hospital, después de más de un año de lo tuyo, Lu. Ese espacio irremediable al que se acude siempre confuso, entre la esperanza y la fatalidad. Parar allí, salir del coche, enfilar a la consulta de urgencias… es tener la sensación de andar con la vida en vilo.


05/08/23

Ya volvió el otro de la Costa Brava, así que ahora mismo tenemos a los dos aquí. Por poco tiempo: un día vamos a estar juntos, puesto que yo me marcho a Piña con el socio mañana por la tarde. Lo celebraremos igual, con una tortilla como una gigantea que pienso hacer para cenar esta noche. Como ves, Lu, bajo tu custodia, hago lo que puedo. Pero me siento feliz de compartir estos ratos. Porque tú también estás entre nosotros a tu manera.

Con la chica, nos hemos alargado hasta Mercadona, en Reinosa, y luego nos hemos tomado un café en ese del cruce junto al puente que tiene amplios ventanales. A mí me ponen un poco nostálgico sus vistas. Antes, al pasar por el teatro Principal, no puedo por menos de recordar aquellos viernes cuando asistíamos al festival de otoño. A veces había grupos sorprendentes a pesar de ser aficionados. Luego picábamos algo antes de volver y regresábamos silenciosos, felices (incluso en días crudísimos), con la sensación plena dentro del coche de ser invulnerables, inmarcesibles, inmortales. Ay, el espejismo de la ilusión…

A la noche, a las once, me toca de padre conductor. Tengo que llevar al grupo de amigas a las fiestas de Herrera. Bueno, qué te voy a contar… El chico tiene todavía estas dos semanas siguientes de vacaciones, pero no sé cómo se va a organizar. No sé si quedará aquí de amo de casa, de momento. Le interrogaré esta noche durante la cena. Suponiendo que venga…

En fin, si me preguntas por mi vivir, te diré que soy pequeño río de poca importancia y poco caudal, que discurre despacio, sin demasiada maleza a su paso, sin apenas pendiente y sin mucha conciencia de la distancia hasta su mar. Y que arrastra casi sin fuerza una pequeña barca hecha de juncos con tu recuerdo.


04/08/23

Seguía pendiente una antigua cita en el cámping de Cervera, ¿recuerdas? No pudo ser contigo, pero hoy la chica me ha invitado a comer allí. Magnífico sitio en todos los sentidos, tenía razón la propaganda que te había llegado. Incluso en nuestro encuentro de a dos, mano a mano, ha sido gozoso y bonito. El caso es juntarse, pienso yo, y donde estemos dos estamos los cuatro. Gran madurez la de nuestra mediquilla, ya es una mujer completa.

De regreso nos llama mi hermano y familia, que vienen de Asturias y paran a tomar un café con nosotros y el socio. Pasamos otro ratito agradable y nos despedimos hasta que nos veamos en Piña la semana próxima.

De nuevo en casa la chica me hace un repaso práctico que me recuerda mucho a ti. Me dice que tengo que ir guapo a mi pueblo y me rasura los pelillos de las orejas y la pelusilla del cuello. Y, por supuesto, le gusta también quitar espinillas de la espalda con esa fruición que a mí me parece un atavismo de nuestros orígenes primates. En fin, esto solo puede entenderlo quien tiene hijas más que hijos. Aunque te quieran y los quieras igual. Es así. A pesar de todo, reflexiono, estoy contento con la vida.


03/08/23

A la hora de comer ha llegado nuestra chica, que se ha tomado dos días de puente. Siempre nos alegraba verlos abrir la puerta y entrar con la bolsa, ¿verdad? Me sigo poniendo como un pavo en cuanto se planta frente a mí. Ella lo nota y se sonríe, como todas las mujeres que por diferentes razones saben que son el exclusivo centro de atención de unos ojos. Es la imponente presencia del amor en todas sus variantes.

También es verdad que me amontono un poco y que me descoloca algo su estancia, por cuestiones de organización. Pero bien, muy orgulloso. Quizá algo acelerado en mi afán por saber cosas de su vida. Hasta resultar un tanto cargante. Mi torpe asalto de padre solitario. Y que soy un tipo con un toque, no friqui, pero sí particular, rozando lo especial. Tú me conocías muy bien y te reías algunas veces.

—Anda que lo que no te pase a ti…

Hoy, claro está, le he detallado mi “lesión” muscular. Pero que apenas me molestaba ya, por supuesto, un tema atrás, pantalla superada. Estoy como un animal de forma física. Eso le he dicho. Pues, verás, te cuento, Lu:

Habíamos terminado de comer y ella se había echado un ratito la siesta. Yo, mientras, había preparado un cocido. El caso es que, como remate, he probado el punto de sal en la sopa. Estaba bastante caliente y he notado que me rascaba en la garganta al pasar. La chica se ha levantado a renglón seguido porque tenía reservada la peluquería. Y en cuanto se ha marchado, he notado que mi garganta se inflamaba…

No es novedad. También al chico le pasa. Si se lo cuento a algunos considerarían que soy rarísimo. Me ha pasado. Y sí, soy un ser frágil en muchos aspectos (más físicos que otra cosa). Pero, joder, yo no encuentro extraño a quien me dice que tiene fastidiadas las rodillas de cargar peso en su trabajo, por ejemplo; entonces, ¿por qué coños voy a ser un anormal si se me inflama precisamente aquella parte que más he machacado durante casi cuarenta años, profesionalmente, más otro tanto por el gusto de hablar por los codos. ¿Eh?

Al regresar la chica, me ha mirado y me ha dicho que, efectivamente, se me observaba el pequeño edema en el paladar blando. Nada preocupante, de ordinario. Pequeña contrariedad. Y que solo reviste gravedad en casos extremos de impedir la respiración… ¡No, no me he asustado! Me ha sucedido alguna noche de vuelta a casa, cuando era más joven, que me notaba la campanilla tremendamente abultada del exceso de hielo en la bebida… Pero sucedía que entonces no necesitaba a nadie y ahora no soporto, sobre todo, que no estés tú. No poder decírtelo a ti. Contarlo. Verbalizarlo. El principio de mi curación de cuerpo y alma es transformarme en palabras. ¿Es que voy a tener que pedir perdón por ello?

—No. Siempre me gustó eso de ti. Que me hablases. Que me contases tus historias. A veces, hasta el aburrimiento. ¡Me he quedado dormida tantas veces oyendo el rumor de tu voz mientras me leías! Todo es preferible al silencio de la incomunicación.

—¡Ah! Pues ya se lo podías contar esto hoy a la chica…

—La chica ha venido a casa porque yo se lo he susurrado al oído…

—¿Sí? ¿Para qué?

—Para cuidarte. Por si lo de la garganta se complicaba.

Y aquí estamos. Me he preparado en una botellita de agua una disolución de dos cucharaditas de miel. Y después de cenar, ibuprofeno. Y listos.


02/08/23

Salimos Tt. y yo con las burras hacia media mañana. Ya picaba el calor pero agradaba con viento templado. Hemos subido hasta Brañosera y hemos parado en la segunda fuente. Mientras él cargaba la botella yo esperaba montado en la bici con el pie clavado en la cala del pedal alto. La bicha me ha hecho un extraño al moverme un tantín y he tenido que liberar a toda prisa el pie para no darme la hostia. Pero al apoyar mal en el empedrado y cargar el peso sobre la pierna, el cuádriceps exterior derecho se ha resentido. Me he mancado, coño. Me he lesionado.

Conozco el mito de Sísifo desde los quince años, cuando nos lo contaba y traducíamos pequeños párrafos en griego con el hermano Eduardo Montero ¡Cuánto le admiraba yo! Sísifo provoca a los dioses o los engaña, y burla a Tánatos, la Muerte. Su castigo en el inframundo será cargar con una redonda roca cuesta arriba y, cuando va a coronar, le fallan las manos y la mole rueda cuesta abajo hasta la base de la montaña. Y así sucesivamente y sin tregua y por toda la eternidad. Nunca logrará llevarla hasta la cima.

Esta también es mi condición. Mira que llevo kilómetros esta temporada con la esperanza de retomar la bajada al mar de Comillas (después de varios años sin fuerzas por las circunstancias), y estaba tan contento por la buena evolución de mi forma física (operado de la nariz, la ayuda del magnesio, con algún kilo de menos)… Pues todo se ha ido por la borda una vez más.

El escritor francés Camus explica que esa es la verdadera esencia del hombre: perseguir inútilmente un sueño, buscando la felicidad en el intento y no en el resultado. ¡Y una mierda para él! Ahora tendré que descansar unos cuantos días hasta que esto se cure. O ya veremos…

No soy creyente y pienso que Dios es una construcción fantástica de la mente humana (como literatura, pase; pero, mejor, la mitología). No obstante, si existiera yo le despreciaría tanto que no vendería mi alma al Diablo, como hizo Fausto para conseguir a la mujer amada o salud o riquezas, sino que yo se la regalaría directamente. Solo por joder a Dios, ese hijo de puta que es capaz de matar la belleza más sublime: tu cara, Lu. Tus ojos mirándome mudos con la perplejidad aterrorizada de la muerte. Como preguntándome: ¿es posible que me esté muriendo? ¿tan pronto? Y ya de viva voz, cuando me hiciste esta confidencia: Unos pocos años más no hubieran estado mal…

Una pena este percance con la bici, una cura de humildad, una casualidad puñetera, una vuelta a empezar. ¿Quién sabe? El caso es que había dormido como una piedra, noche casi perfecta. Me sentía potente en la subida, oxigenado, ágil, feliz… Había abierto los ojos en duermevela, como tantas veces, en el conticinio de la alta madrugada, hacia las cuatro y pico. Esa hora en que suelen gritar mis ángeles o mis demonios. ¿Cómo es posible que me suceda esto con tanta frecuencia? Fui consciente de que se me había cruzado un sueño raro.

Estoy en el Monasterio y oigo que me llaman. Sigo el origen de esa voz y subo al claustro alto. Mis ojos están heridos por un último sol y no consigo distinguir con claridad a alguien que al acercarme me abraza. Siento paz. Creo oír tu tono de voz. Es más, huele a ti. A continuación, me despierto. Y contra la costumbre, me vuelvo a dormir enseguida. Plácidamente. Satisfecho unos instantes al comprender que solo soy un pobre hombre, estragado e intoxicado de literatura; desquiciado por la locura de unas pocas palabras que nombren la belleza perfecta. La tuya. Que busco repetida en este mundo.

01/08/23

Los días que tengo que dedicarme a las cuentas de casa termino exhausto y, además, cabreadísimo. ¡Me cago en la puta que lo parió a todo! Me he metido a pagar la comunidad de vecinos y se me ha ocurrido dar un repasillo a los gastos corrientes de los servicios básicos, y he estado a punto de abrir el velux, encaramarme al tejado y echarme a rodar por la cornisa al vacío. ¡Toda la tarde he perdido en esta mierda administrativa, que encima me deja las neuronas machadas, a cero, inútiles para cualquier otra idea noble! Y ya no he podido trabajar en nada más… Día en blanco… Muerte cerebral… Ni leer ni escribir… ¿Cómo lo hacías tú para llevar todo (curro, casa y cuentas) simultáneamente y con agilidad alada? ¡Mecagüen tooooo!

—¡Anda, deja de quejarte, zoquete!

—¡Y una polla como una olla!


31/07/23

Calorina persistente con veinticuatro grados sin una brizna de viento. A estas horas de la tarde, totalmente anómalo en Aguilar, cuando lo normal sería un espantagalbanas que te tira de la bici si viene de lado. Pues eso, que cada día se hace más evidente el trastorno del clima y que terminaremos siendo una nación africana más. De salvar, la cornisa cantábrica. El pisuco de Santa. Y, para colmo, que no se me arregla marcharme unos días hasta mediados de agosto.

Por eso, hacia las doce he aguantado con la burrilla hasta Barru y me he dado la vuelta con prudencia porque tiempo habrá de subir más alto. Ayer, la Braña. Mañana igual descanso: algo me han avisado hoy las patas. No forzar. Pero no le sufre a uno la condición de darle candela.

Muy a gusto he leído de mañana, pero luego he pasado por la tertulia a la hora del café y ya no he cogido el periódico hasta la sobremesa en el Castillo. Buen rato, sin molestas interrupciones. También he dejado preparada comida para tres días. ¡Si me vieras, paisana! Voy organizándome, sobrevivo. No es lo material lo que inquieta mis silencios. Ya lo sabes tú que no me acobarda el trabajo habitual de casa y que no dependo de nadie. Lo básico. Me valgo para mí y para el socio. La limpieza, como te dije, hace tiempo que viene N.

Lo que echo de menos es físico, corporal, pero cruzado con la necesidad de cariño; de darlo más que de recibirlo. Tú me conocías en eso mejor que nadie: es quitar la pena de uno mismo haciendo feliz a alguien. Satisfacerme a solas, siempre me ha producido aburrimiento. Y satisfacerme en otro cuerpo sin más se me da muy mal. Yo gozo haciendo gozar. Es así.

Otras preocupaciones se atraviesan, para qué engañarnos, que tienen que ver con la cantidad de tiempo que me roban algunas ocupaciones que no tenía por qué atender. Por ejemplo, soy el recadero de la comunidad; y últimamente parezco el encargado de obras. Te digo más: con el piso alquilado, hay sus más y sus menos. Y no es un asunto económico precisamente. Creo que voy a tener que tomar decisiones drásticas.

¡Ah! Ahora que hablo de esto: me he vuelto majareta buscando en tus carpetas del ordenador y he encontrado los cinco contratos de alquiler anteriores. Menos el último, precisamente. ¿No puedes iluminarme para que me tope de bruces con el jodido archivo? Háblalo con san Antonio, que es santo muy milagrero, patrono de mi pueblo y bajo cuya advocación me depositaron en su altar el día que me bautizaron. San Antonio bendito, luz de las causas y los objetos perdidos, socórreme.


30/07/23

Día pleno el de ayer, redondo, completo. Muy gozoso como siempre lo es la cita en la finca la Verónica de los Martín. Me rondaron las memorias tristes del pasado, pero supe callármelas. Segundo año que voy allí sin ti, Lu. El grupo se ha vuelto impar y no te encontré tampoco por las calles de la parda Amusco. Pero mantuve la alegría pensando que estarías por allí de vuelo, como una paloma torcaz, atisbando desde lo alto de la espiga grácil de la iglesia de san Pedro. La visitamos, claro está, fieles a la costumbre.

También fue un día muy divertido y animado por la pareja de químicos de Gullón, con quienes hacía tiempo que no coincidíamos. Organizaron en la sobremesa un miniconcurso musical ochentero y lo pasamos en grande. Chicos contra chicas. Nos ganaron. Con lo que tú controlabas toda esa música. ¿Cómo te lo perdiste, compañera?

Y ya imaginarás que fue jornada de comer como limas o alimañas todas las asaduras de barbacoa que no comemos en un mes. Como si no hubiera mañana. Y pan hasta con la fruta. Cafés tripetidos. Pensaba yo que no sería posible pegar el ojo en toda la noche. Presentía el gluglú de tripas y los ojos como luciérnagas hasta el amanecer. Pues no. He dormido como un saco. Por cierto, me cambié de ropa al final, bien alicatado y atufado de un repelente de insectos por si aparecían los típicos mosquitos esos que parecen tordos… Tuvimos una suerte loca: se levantó norte y ni una roncha hasta el momento en que escribo estos garabatos.

Eso sí, se había mentado a Allan Poe de pasada. Creo que a cuenta del título de una canción. Y me lo traje en el subconsciente hasta que reapareció a las tres y media de la mañana. Por fortuna, inocuo. Pero resonó en mi sesera la recitación del poema “The raven” y tuve que buscar en el Yutu la maravillosa voz del actor Christopher Lee. Subí a la buharda, busqué el volumen color plateado de Libros Río Nuevo, la Poesía Completa, que compré hace cuarenta años en Galerías Preciados (se conserva pegada la etiquetilla) y seguí un poco adormilado, pero mecido como por una canción de cuna, la traducción de esas largas y bíblicas estrofas o estancias, como las llama el propio autor…

Y me dormí, sí, como he dicho. Sin daño alguno. Sereno porque el arte también es ese bálsamo de Galaad que pide el pobre protagonista de la historia, que ha perdido a la mujer que amaba…

Dice la parte final del larguísimo poema: “…dile a esta pobre alma cargada de angustia si en el lejano Edén/ podrá abrazar a una joven santa a quien los ángeles llaman Leonor/, abrazar a una preciosa y radiante doncella a quien los ángeles llaman Leonor…

El cuervo dijo: Nunca Más”

Pero esto, aunque no se sepa el idioma, hay que escucharlo en inglés. Yo me ayudo siempre de la traducción y, además, lo he escuchado docenas de veces. Y me dormí, vuelvo a repetir, a pesar de todo. Vencido pero limpio. Inconsciente como quien soporta fuego sobre una herida abierta.

Maravillosa jornada. Y repetible, por favor. Dejé hoy en Ínstagram una foto del grupito y un toque social en la visión de Castilla… Ya digo, se puede ver en mi IG. Por cierto, me contesta con un comentario muy brillante nuestro amigo el arquitecto FS, sorprendiéndome la vena poética entre sus muchos saberes. ¿Eh, Tinuqo?


28/07/23

Ya lo ves, paisanilla, me he puesto en la buharda a deambular por el Spoti y he ido a parar a King Crimson. Yo de esto no podía hablar contigo porque enseguida lo calificabas de “música ratonera”. Para ti en esta categoría entraban desde los Brandenburgo de Bach hasta las canciones de mi queridísimo Aznavour. Pero tienes que reconocer que te descolocaba y te quedabas perpleja cuando yo tiraba de alguna casete como esta de la Corte del Rey Crimson. La canción que escuchaba más veces era la de “Epitaph”, que parece a ratos que lleva un ritmo de paso de semana santa. Y dice aquello de que “la confusión será mi epitafio” y repite el estribillo incansable de “temo que mañana estaré llorando”. Sí, amiga mía, resultó premonitoria.

Hacía calorazo para la burra y además he salido tarde con Tt. hasta Brañosera. Pero hemos disfrutado piano piano. Me encuentro poco a poco en mejor forma física, sin forzar demasiado. Ya veremos cuando pare la semana que vayamos a Piña. Ahí es cuando suelen atacar los calambres. De momento, bien. Cada día pienso en dar un poco más: la semana que viene, el alto de Grullos, con un par.

—Bueno, no te vayas tan arriba.

—Lo que estás oyendo.

Un poco tarde hemos regresado, entretenidos con la charleta. Pero estaba soñando con un táper con verduras de esos que me trae de vez en cuando tu hermana M. y me ha sabido a gloria. Desde luego, si hubiera una clónica de la M., me la traería a casa. Luego he preparado yo un perolón de lentejas para media semana. Y así vamos funcionando.

Ahora suena “In the wake of Poseidon”, que también es preciosa. Me hace sentir bien mientras recojo, aquí en la buharda. Subo la persiana del velux antes de bajar a cenar y miro a lo lejos la montaña del Curavacas. A punto de descender el sol, se ha quedado una tarde suavísima, estallada de fulgor detrás de una nube gris. Una estampa que me recuerda a nuestra chica, porque ha puesto en el IG una viñeta de cómic en la que una niña buscaba a alguien que identificaba con el atardecer. Tal cual. Y yo le he contestado con una lluvia de corazones. Naturalmente. ¿O no?


27/07/23

Madrugo porque me encuentro muy atascado de la nariz. Pienso que puede deberse a que cogí algo de moquita hace un par de días al volver en bici con norte de cara. Durante el día, muy caluroso de mañana, ya me he notado mejor. Por eso pensaba salir por la tarde. Nada. Imposible. Todo al revés.

He tenido que atender a los que estaban concluyendo la obra del garaje. Son autónomos y se quejan, claro. Las cosas están mal para ellos desde que se les acabó el sistema de módulos. No sé cómo van hoy esas cosas. Al final, no han podido rematar porque no llegaba corriente al brazo de la barrera. La hemos dejado subida. Mañana tendrán que idear otra manera. Pero ya he metido el coche dentro. Después nos hemos ido a almorzar al polígono, así que ya no he conseguido mirar el periódico.

...

Después de comer se remueve el aire y para más inri dan tormentas de tarde. Decido no arriesgarme, porque además me viene bien un día de descanso en las patas; aunque funciono como nunca, la verdad. Me voy a tomar un café y doy la barrida al periódico. Acojonante. El resto para leer. Ya me estaba relamiendo.

Pero no. Me llama JM, que ha venido a clausurar el curso del monacato. Que si nos vemos en el Calero para charlar un rato. Y así le acerco luego al tren, a las ocho y media. Pasamos un rato agradable, como siempre. De charleta sobre el reciente politiqueo y sobre lo que ambos estamos escribiendo. Sé que valora mucho la crítica detallada que le hago sobre su última novela. Cambiamos pareceres en la Posada. Tranquilos porque allí es la manera de que no nos interrumpan. Y a la hora, para Camesa.

Noto cómo me aprecia. Y lo muchísimo que te quería a ti, Lu. ¡Con qué cariño te recuerda! Porque JM es sincero, incluso tierno en sus sentimientos. Le digo que igual nos vemos en un viaje de finde a Madrid, para ver las Colecciones Reales ya inauguradas. Su mujer es la directora o comisaria de la exposición. Algo grande, sin duda. Me encantaría esa visita. Y completar con algo de teatro que he visto en Tribueñe, y el paseo por Chueca, y algún sitio para comer algo especial en el barrio…. Pero sin ti no sé si será posible. O se impondrá el olvido. El silencio futuro de las ilusiones.


26/07/23

A las doce he salido en bici porque ya me imaginaba que la tarde iba a ser de aúpa. En efecto, cerca de treinta grados y sin aire. Pero había desayunado pronto y se me había bajado a los pies. He tenido que parar en la gasolinera a comprar unas chocolatinas y enseguida he visto que el combustible me subía el ánimo. He tirado para arriba hasta Brañosera. Parada en la fuente (ahora no potable) y vuelta.

Buen ritmo y buen cambio de planes, porque después de comer me he tomado el café en el Castillo y he leído plácidamente el periódico. ¿Qué te parece, paisana? Me gusta el día que tengo todo el tiempo para mí sin la preocupación de la comida. El puré que hice ayer es para tres días. Coño, me quedé un poco corto de materiales. En fin, cinco raciones. O sea, tres días libres. El socio y yo no ponemos pegas a repetir.

Por cierto, es insólito que algunos tarros que dejaste en el frigo (no en el congelador) sigan en perfecto estado. Ayer cené un revuelto de setas y me supo de rechupete. Era de lo que habías dejado tú, porque reconozco el tipo de las que nos traía tu padre y cómo las troceabas y envasabas al vacío después de cocerlas… Eso pensaba durante la cena y se me caían las lágrimas. Todo se acabó, compañera.

Me he liado con Supertramp, el “Crime of the century”. Repito varias veces la de “School”, que suena a protesta de adolescente rebelde. Lo que no comprendo es cómo antaño nos decían que una buena manera de aprender un idioma era escuchar su música. Francés, vaya; pero ¿inglés? Que me diga a mí quién tiene salero para entender la canción que acabo de mentar, incluso con la traducción al lado del original.

Las niñas, las jessis, han salido hoy hacia Disneylandia de París. ¡Oh, quién pudiera vender el alma al diablo por estar de nuevo allí nosotros cuatro juntos! No sé si te dije que la chica estuvo en Sevilla durante la semana de vacaciones que le correspondía. Ahora se va también A. con su novia hasta la Costa Brava, pasando por Pamplona. No he querido mentarle la nostalgia de esta ciudad, que vio nuestra última etapa de amor y amargura. Cuando fuimos a constatar que ya no había remedio… Tu vida desvaneciéndose… Bah, lo dejo, Lu. No quiero revolverme por dentro. Voy a leer un rato hasta la hora de la cena. Ojalá pueda algún día remontar este dolor. Atenuarlo. Dominar esta auténtica hidra de tres cabezas: Angustia de haberte perdido; Ansiedad de la falta de tu cuerpo; Ausencia de tu compañía para los restos. Ay, amiga. No está siendo fácil. Aunque procuro poner buena cara cuando me asomo al exterior de mis ventanas. Ya me conoces.


25/07/23

Santiago Apóstol. Es un julio fugitivo de antaño. Está mi abuelo Melchor con la espalda apoyada en la pared de casa, al lado de la ventana de la estufa, mirando hacia la fuente. El cielo limpio está, sin exageración, desgarrado del pandemónium de vencejos que cazan y ceban sus crías, colgándose unos instantes brevísimos con sus garras apodiformes de los nidos múltiples y alineados bajo el alero de tejas de la ermita de san Pedro. Trisan como histéricos.

—A partir de hoy, en unos días, no quedará ni uno —le oigo, mientras miro absorto a su lado el cielo asaeteado de esas pequeñas ballestas desesperadas. 

Aún no te conocía yo, Lu. Solo era una preparación para la vida plena que vendría después. Hasta su consumación. Eran esos mismos vencejos, cuya fotografía conservo, refrenando el vuelo al alcanzar el mismo marco de la ventana de la habitación del hospital donde morirías al día siguiente. Leía yo entonces, sentado al pie de tu cama (sin concentración y sin consuelo) el libro "Los vencejos", de FA. Ay, la casualidad.

—No te entristezcas. Conserva la alegría natural en ti —me susurras.

No me gusta despertarme a media noche. Si me desvelo, algunos días, me cuesta retomar el sueño. Abro los ojos y me estremezco. Pero sobre todo temo esa hora de tu visita que se repite con extraña e irregular constancia sobre las cuatro cuarenta y cuatro de la madrugada. Me ha sucedido multitud de veces. Como anoche.

Es una angustia traicionera. Sufro porque es humano sufrir, lo sé, pero no quiero sufrir con tu recuerdo. Como si te culpase por ello. Comprendo que no tengo todavía paz. Además, el cuerpo pide a ratos. Pensé que con mi edad podría dominar mejor el tirón del deseo. Pero no, todavía siento intensamente el vigor de la vida. El cuerpo es un animal sin domar del todo. 

Y este verdadero desgarro, esta división en dos (cuerpo y alma), se apodera de mí en plena noche. Sin salida. Busco en el aire el recuerdo de tu olor, el tono de tu voz, el calor perdido, el tacto olvidado… No hay nada. Solo tu recuerdo flotando en el aire negro y espeso de la habitación, y mi cuerpo derrumbado en la cama como un fardo y abandonado en medio de la oscuridad. Y la conciencia de que no sueño. Es real.


23/07/23

Día de elecciones generales. De política no voy a hablar, ya lo dije. Voto a primera hora. Mi opción, como siempre, es la socialdemocracia. Sé que tú también hubieras votado al Psoe. (Sí).

Me tomo un descanso con la bici para no sobrecargar las piernas. Paso el día tranquilo, ojeando el periódico y leyendo algunos sonetos de la Zubia, de AG. Remato también la novela de MS.


22/07/23

Otra mañana más a Barru con Tt. Contento porque me encuentro en un buen momento físico y compruebo que tal vez el magnesio pueda estar ayudándome con los calambres. Le hace gracia a Tt. cuando le cuento que, casualmente, en un mismo día de hace una semana, dos informadores diferentes me advirtieron que ese mineral podría fallarme en la bioquímica del cuerpo y eso explicaría mi fragilidad de cuádriceps. Lo curioso es que yo lo interpreté como dos avisos tuyos a través de dos médium para que me apresurara a comprar esas pastillas efervescentes que llevo tomando desde entonces. Quiero creer que sigues revoloteando en torno a mí y auxilándome. 

No dejes de cuidarme. Es evidente que resisto y me adapto al miedo cada día. Pero. Alguien que no lo haya vivido no podrá nunca entenderlo cabalmente: ver cómo se va gota a gota la vida de quien más se ama. Y no poder hacer nada. Es una herida indescriptible que jamás alcanzaré a perfilar siquiera. Y por eso este diario nace fracasado. Como su autor.


20/07/23

Esta mañana me he encontrado con Tt., que iba a dar un paseo en burra hacia las doce, y me he animado a retomar hasta Barru con él, porque estaba ya deseoso después de una semana parado por culpa del virus estomacal. Ha sido un ratito pero he disfrutado de bici y conversación.

Me ha dado el sueño reparador de diez minutos después de comer y, además, posteriormente, me he distraído un rato largo con un programa sobre monos macacos de China. La curiosidad. Después me he metido de nuevo con la selección de poemas amorosos para el recital.

Garcilaso me ha demorado mucho. Así no es práctico. Me engancho y paso excesivo tiempo releyendo. Siempre me gustaron bastante algunos sonetos como los conocidos “Escrito está en mi alma vuestro gesto”, o bien, “Oh, dulces prendas por mi mal halladas”. Pero es menos oído el 38, que dice “Estoy contino en lágrimas bañado”. Quizá me quede con este último por la delicadeza y finura del sentimiento de desesperanza amorosa.

Luego llega A., que va a pasar el finde con M. en el piso de Santa. Suena en mi Espoti “Sultans of Swing”, por milésima vez. No me cansa. Me dice el chico que también le mola. Le digo que la versión que estoy oyendo es un chunda chunda (Pick Wither en la percusión) comparada con otra en la que lleva los palos el señor Terry Williams.

La diferencia me la hizo notar mi hermano Mon hace ya bastante tiempo. Puede encontrarse en Yutu un vídeo de ello y fijarse en secuencias como, por ejemplo, del minuto 2,29 al 2,35, cuando Terry se encuentra en éxtasis. Se le nota a Mark Knopfler maravillado cuando oye por detrás de él los prodigiosos redobles de batería en esos segundos exactos, incluso se vuelve sonriéndose y luego cruza una mirada cómplice con el bajista John Illsley.

Pero lo más curioso es que encuentro en uno de los comentarios a la canción de hace dos meses estas palabras de un usuario: “Yo tengo una teoría: entre 2:28 y 2:35 es la razón por la que esta interpretación es tan legendaria. Puedes ver cuán visiblemente emocionado está Mark después de que Terry termina el relleno…” ¡Qué cosas, Mon! ¡Qué buen oído el tuyo!

Y poco más. En estas bobadas paso el tiempo esperando a que vuelvas.


18/07/23

Pues aquí me tienes de nuevo, paisana. Más solo que la una. Jodido pero contento. Me voy recuperando de ese virus dañino, ayudado por un protector de estómago y un ibuprofeno cada ocho horas. Como me ha aconsejado la chica. Entre nosotros no está mal que presuma de médica en la familia, ¿verdad?

Siempre he pensado que su vocación tuvo principio en tu enfermedad, bajo cuya espada tuvo que aprender a vivir desde los nueve años. ¡Quién te hubiese visto a ti, con esa manera tan discreta tuya de mostrar el orgullo que pasaba siempre por hacer un desplante a mis aspavientos excesivos! Pero yo te conocía bien, Lu. Yo sabía detectar en ti el mínimo gesto que delataba una emoción muy íntima. Tu maternal orgullo escondido. A mí no podías engañarme. Y yo me derretía al constatarlo.

¡Qué pena que no aguantases un año más, solo uno, para haber visto cumplidos todos nuestros sueños! Para haberlos vivido abrazándola, como yo la abracé, llorando los dos por ti, a la salida del examen del MIR; y también después, el día que supimos la magnífica nota y el otro en que le dieron el destino que tanto deseaba en el hospital de León.

Algún amigo me ha recordado a veces que con nosotros se repitió la historia entre Machado y Leonor. En efecto, Leonor llegó a ver publicada la primera edición de “Campos de Castilla” poca antes de morir. Quizá resulte petulante compararme con un poeta tan grande, pero tú también viste publicada mi novela “Perlas en racimos” ese diecisiete de mayo, en edición digitalizada que se aprestó a mandarnos JH, nuestro cariñoso editor… La tuviste en tus manos, la tocaste transmitiéndole el último calor de tus dedos… de tu vida. Cinco días antes de tu muerte. Sí, en esto sí compartí esa pequeña suerte machadiana.

Y ya te digo, aquí continúo, sentado en la buharda, tecleando con el mejor ánimo posible para sobreponerme a tu presencia constante, que no me deja todavía tener vida propia. Ni yo lo quiero, eso es lo cierto. Últimamente (creo que ya te lo he contado) me pongo la discografía de Dire Straits y dejo que suene toda la tarde sin saber muy bien dónde llega en la lista del Espoti. Y todo resulta tan casual, demasiado casual, ahora que suena “So far away for me”.

Aquí, escondido bajo teja de una temperatura inhabitual en Aguilar cercana a los treinta grados; escondido de la gente, que me carga después de un rato muy corto; escondido de mí mismo para dejar salir esa cara cyranesca que es la más verdadera mía: la que sonríe al exterior manteniendo el tipo muy firme mientras me desplomo interiormente desde la cabeza a los pies. Todo un tipo con clase o una mera cuestión de estilo.

Solo tú has visto el rostro de Cyrano en mí, mi auténtica cara. Y muy pocas veces. ¿Recuerdas? Me tomaste unas cuantas fotos cuando estuvimos en Bergerac, aquel verano. En la plazoleta en la que se veía una imagen de Roxana asomando a un balconcito, escondido entre árboles, me mandaste elevar la vista y mirar allí y pensar en algo… Y tiempo después, ya de regreso en casa, me comentaste que esa foto mía te encantaba. Que era mi verdadero yo. Tenías razón, siempre que la he observado (ahora mismo la miro con fascinación) creo ver un idealismo que refleja lo mejor de mí. Escondido. Solo. Sin ser visto por Roxana. Sin ser visto por ti. Solo visto por el ojo divino de la cámara fotográfica. Me dejé captar sin pretenderlo. Pero al mirar a lo alto, sinceramente, imaginé que arriba estabas tú.

Leo en el periódico un artículo sobre la artrosis. No sé para qué, pues se reactivan mis neuras. En realidad, lo que más afectado tengo son los dedos índice y corazón de ambas manos. No tengo dolor mayor afortunadamente, pero se me van torciendo. Leo que el cincuenta por ciento de la población mayor de sesenta y cinco años lo padece, y el ochenta de más de ochenta. Y me como el tarro cavilando si alguna vez la evolución de esto no me dejará escribir, por ejemplo. Y, para mí, ya lo sabes, leer y escribir son los límites de lo que es soportable en la vida. Sin esto, no hay vida. Lo tengo claro. Por si acaso, recupero la pelota roja y no dejo de estrujarla entre mis manos nada más sentarme en el sofá, siempre que me acuerdo. Los médicos dicen que es una puerta que se oxida sin moverla y que se mantiene en funcionamiento abriéndola y cerrándola. Entrenemos, pues.

Además, se me acentúa una mayor propensión a la ansiedad en cuanto me falla en lo más mínimo lo físico. Es algo que no puedo soportar sin ti. Ni una simple gripe, ni esta afección pasajera de estómago, ni nada que mine mi salud. Este es mi punto débil: que puedo resistir la soledad mientras me acompañe el vigor, pero jamás podré aguantar solo y enfermo sin tu compañía. Lo sé. Se me complicará el deterioro psicológico. Y no sé cómo podré afrontarlo. Sin ti y sin salud, todo pierde el sentido. Y, sin ambas cosas, también se derrumbará la fascinación por la página en blanco. Es decir, habré llegado al punto final de la historia.


17/07/23

En la merienda del otro día pillé un virus o una gastroenteritis. También mi amiga M., como constaté por el guas. Ahora tengo que aguantar el hambre unos días hasta que se repare el estropicio dentro de la barriga. La tengo medio hinchada y me duele al palpar. Ajo. Y agua, claro.

Como no puedo gastar fuerzas porque me ha quedado mucha flojera, paso el día aburrido en casa. Cuando estoy malo no me apetece nada. Me tiro en el sofá y dejo pasar el tiempo. Aunque a ratos he intentado leer sin conseguirlo. Solo he salido un momento por la mañana a la tertulia, sobre todo por coger el periódico (lo único que he leído). Después de comer me he acercado a la plaza también por mover las piernas y he vuelto enseguida. Incómodo. A. se ha marchado a media tarde a Pucela. Le observo tranquilo y eso me gusta.

La niña me llama por la tarde y pasamos un rato muy animado mientras me cuenta las vicisitudes del hospital. Tiene un interés tan grande que la hace agobiarse a ratos. Sin embargo, la noto contentísima. Es recia lo sé. También eso me alegra y sé que aprenderá muy rápido.


15/07/23

Va mediado ya este julio calurosísimo. Aunque hoy ha aflojado bastante. No he querido salir con la burra para aprovechar bien la tarde, pues mañana tengo excursión con mis cuñados I. y S. con sus niños. Vamos a la ruta de Ursi a pasar el día. Bueno, no digo que no a estas citas porque así cultivo en lo posible la relación con la familia. Está bien.

La mañana se ha mantenido plácida y me he pegado un buen repaso al periódico en el Valen, con un cafetito. Después ya me he metido con la colada del socio y una olla de cocido para estos días. Ocho raciones he sacado, como un machote. Así también A. se lleva algo mañana cuando vuelva a Pucela.

Remato con colacao en el Castillo y otra vuelta a EP. Me conforta mucho hoy el artículo de Vicent, estoico, melancólico y muy sabio. Hay toda una épica en el fracaso, sin duda, y por edad vamos llegando allá. Nada importa y todo se ve de otra manera, en efecto, si se mira con la hombría templada de la experiencia. Aunque sea triste en el fondo. Mañana lo diré en unas imágenes y una estrofilla en mi Ístagram.

Mantengo un interés encendido estos días por la inminencia de las elecciones. Ya sabes tú, Lu, cómo me interesan los asuntos colectivos. Y si alguna vez levanto aquí la voz escrita un poco más, no lo publicaré y quedará autocensurado en rojo. Para el futuro. Quién sabe. Por lo demás, en el debate directo, ya muy poca gente entra, ni siquiera amigos, como constaté en una sardinada en casa de los B/E hace un par de días. Después de un rato, el tema político cansa o molesta. Pero me parece evidente que ha calado hasta el fondo la estrategia de la Gran Mentira contra este gobierno. Sin remedio, me temo. Me callo.

Por encima de todo, la Literatura. Mi gran pasión vital. La causa primera y última de mi vida y mi destino. La razón que me ata a la vida. Echo unos ratitos a elegir los poemas que mejor pueden venir para el recital de finales de agosto con mi amigo JL en Renedo. Busco una línea del discurso.

También leo las novelas pendientes y busco datos sobre Pombo. A ver qué da de sí. Encima, anteayer me llamó JA, de paso por Aguilar, para tomar un corto. Charlamos un rato y me contó que a mediados de diciembre habrá unas jornadas en el LECRAC sobre Carriedo. Andan buscando quien haya leído a Gabino, eso para empezar. Me apetece sobremanera pero hay otros en Palencia, me consta, que saben mucho más que yo y que me parecen preferentes. Desde luego, el que más de los que conozco, CAA, si acepta. Porque hoy nadie quiere compromisos. Lo cierto es que sería un auténtico trabajo al que merecería la pena dedicar medio año. Por la patilla, claro. Le contesté a Julián que por mi parte lo dejaba en cuarentena. Que preguntase por ahí. A ver.

Por fin, cómo no comentarte que la orfandad la siento más a través del chico, cuando le observo los fines de semana que viene. Este, se ha marchado a las fiestas de Barru con la novia. Pero no puedo evitar la sensación deducida de algunos detalles. Como si él estuviese más indefenso (no más vulnerable que la chica, no), más expuesto al golpe de la melancolía inesperada. Igual que me pasa a mí. ¿Es que tenemos que seguir conviviendo tan cerca de ti? ¿O no puedes alejarte tú un poquito más de nosotros?


12/07/23

Pasó la ola de calor, aquí, aparentemente. No obstante, ayer pude salir con la bici fina hacia las siete y pico de la tarde. Barru, ida y vuelta, ya con norte fresquito a la chepa. Pero es horario muy tardío, sin duda. Y hoy daban agua después de comer, aunque he cogido la burra gorda y me he tirado a los caminos. He acertado, porque el cielo tenía mala cara, pero me ha respetado justo hasta la hora de llegada. Cinematográfico.

De cine, como dice mi amigo y quintorro, JG, que ayer cumplió seis y cuatro. Larga vida, amigo. Entre las muchas cosas que compartimos está que somos medio mielgueros (mitad Piña, mitad Esguevillas), él de los Cesteros y yo de los Gabiluchos. Gentes ambas de narices grandes. Esto provoca el síndrome cyranesco, que es normalmente bueno.

He cambiado el orden de entradas en el blog para que primero aparezca en el diario la última entrada, es decir, la más reciente. Orden cronológico inverso. Así puedo dejar todo el conjunto y no estar borrando constantemente para que solo se vea lo de la última semana evitando que ocupe demasiado espacio. En fin, no sabe uno cómo hacerlo para cuatro gatos que se acercan a fisgar. Con cariño, por supuesto. Y yo muy honrado. Para eso se escribe.


09/07/23

Este finde han estado en casa A. y M. Así que ayer tuve que preparar comida y entre el periódico y una charleta con C., una antigua compañera del insti con la que me encontré, se me fue la mañana. Pero contento.

Luego mi cuñada J. me provee de una pila de cuadernitos para mis notas, que calculo que me llegarán hasta final de año. Fenómeno. Como a Penélope le regalaban para seguir tejiendo, pues igual a mí. Para que siga escribiendo. Así, despisto la desazón. Cómo me quiere la familia. La otra cuñada, M., hoy le ha cocinado no sé qué (no me ha dado tiempo a husmear el táper porque he salido enseguida con la bici) a mi chaval. Para que se lo lleven a Pucela. Y para mí, hostias en vinagre. Antes, cuando tú preparabas algo especial para ellos y yo me metía a oliscón, me decías que era por envidioso. O celoso. Frío, frío. Porque quien hace algo por mis hijos, lo está haciendo también por mí. Así que yo, feliz. Pero con la miel en los labios.

Y por la tarde me enredé de mala manera (una cosa que odio y de la que luego me arrepiento con cabreos de chivorro) y me dediqué a revisar y ordenar cosas en la buharda. Total, que aparecieron varios álbumes de nuestra historia familiar que me hicieron un daño exagerado. Y ya no levanté cabeza hasta la hora de cenar. Me trinqué toda la discografía de Dire Straits y terminé con un nudo en la garganta propio de algún tipo de mono cuyo nombre no recuerdo. ¡Quién me mandaba!

Por si no había bastante, también ojeé dos antiguas carpetas tuyas, Lu, de cuando hiciste Cou. Apuntes preparatorios de la Selectividad. Estaban en el bajo y me las dio tu madre. Tu letra inconfundible, menos clara que regular, limpia, ordenadísima. Como era tu inteligencia, que yo admiraba tanto. Con el tiempo se te fue empequeñeciendo y a veces yo te criticaba esas líneas piojosas y hormigueantes. Se empañaban los ojos y no me dejaban leer. Por supuesto, en la pestaña que marcaba “Filosofía” y “Lengua”, no encontré un solo apunte. Sé que sacaste una nota magnífica.

Me había tomado el día de descanso de la burra y debido a eso, pienso, no me entró el sueño hasta tarde. Excepcionalmente me fui a la cama hacia la una. Además, me atrapó un programa sobre la decadencia y desaparición de la civilización maya. Me gustó mucho. Anoche dormí seguido y con la nariz bien hidratada. Deben de ser las gotas inocuas con ácido hialurónico que me recomendó T. Le hice caso y me van bien. Me hidratan.

Buen rato con el café de esta mañana dedicado al periódico. Me interesan muchísimo las próximas elecciones del día veintitrés. Pero te prometí que esta parte del diario no se metería en esos charcos. Mañana será el cara a cara en la tele. Expectación. Luego hablaré a las diez con mi hermano Mon sobre ello, después de cenar. Seguro, porque a él también le priva el tema.

Me ha dado tiempo a sacar adelante algunas lecturas pendientes y sigo seleccionando poemas de amor para el posible recital en Piña. Mucho me ha gustado siempre el del Marqués de Santillana que comienza: “Si el pelo por ventura voy trocando…” Creo que deberíamos comenzar por ese soneto.

Como me encontraba descansado he alargado un poco la salida y he regresado por Vallejo. Me he parado, como tantas veces, para sacar unas fotos al decrépito cine Ideal. Me he sentido identificado, hermanado con esa ruina. Tú sabes que para mí cualquier edificio en demolición tiene una atracción inexplicable. Así me sucede con este. Me servirá para el Ístagram de la próxima semana.

Sin embargo, me he sentido físicamente muy bien en la bicicleta y creo que mañana voy a subir la primera de la temporada a la Braña. Estoy intentando meter todos los días en el buche litro y medio de agua como mínimo. A ver si esto es la solución para la fragilidad de mis cuádriceps.

A primera hora de la mañana, cuando me he sentado a leer, he recibido respuesta de Abella a un guas que le había mandado. Me aclara con mucha amabilidad algunas cuestiones que le planteo sobre la relación de su novela con la obra de teatro. De fondo, tal vez la estupidez política de los nacionalismos regionalistas y españolistas. Ambos. Qué más da. Lo que Ortega llamaba “particularismos”. ¡Qué bien le vendría a tanta gente leerse despacio “España invertebrada”, casi a cien años justos de su publicación! En este país abundan los indocumentados y los indómitos. ¿Qué votarán esos en estas próximas elecciones? ¿Te lo imaginas?


07/07/23

San Fermín. Pamplona y aquella hornacina con la diminuta figurilla del santo. Me he quedado plantado. Se me deben de haber derretido los sesos. Porque así llevo desde las seis, después del trayecto a veintisiete grados en la bici, y tras una ducha de supervivencia. Y aquí sigo, inmóvil, transportado… Quizá ha sido esta canción de Supertramp, que reproduzco una vez y otra, la voz de Dogson: “Si tan solo pudiera encontrar una manera de sentir tu dulzura durante el día…”. No sé lo que despierta esa voz. Importa cómo me cubre de soledad y sombras en un día radiante, de viento espeso, surazo africano. Y aquí ando, a la espera de no sé qué…

He rematado recogiendo en una caja en el trastero numerosos frasquitos de champú y geles de los que hacíamos acopio cuando salíamos por ahí y pernoctábamos en algún hotel. ¿Te acuerdas, Lu? Yo no dejaba uno, todos pal neceser, aunque no cupiesen. Los habrá (ya secos, ya inútiles, ya muertos) de hace veinticinco años sin exagerar. Quise aprovecharlos después de que te fuiste y se lo propuse a los chicos colocándolos en los baños de casa. Los retiraron. Una mala idea, papá.

Observo los últimos, todavía aprovechables, los del hotel Andia, en Orcoyen, a diez minutos de la clínica de Navarra en coche, atravesando la ciudad hacia el oeste y cruzando el río Arga. Saco el mapa que utilizamos entonces y sigo la trayectoria… Y se convierte en un camino del alma, en una rasgadura, en una cruz. Trazo la ruta en gúgel (cómo llegar) para recuperar el camino que hicimos la última vez (juntos, aunque ya sin esperanza, aunque yo te quería más que nunca, Lu), cuando apenas podías sostenerte en pie. Y bajo la imagen del hotel el buscador me recuerda: "Visitó esta página en abril de 2022”. Lo sé, lo sé.



06/07/23

La mañana se ha ido en la tertulia (hoy, doble) y en algún recado para arreglar el voto por correo del socio, que por fin figura ya en este padrón y en este censo aguilarenses. Definitivamente, más cómodo para él, puesto que lo más seguro sea que ya nunca se mueva de aquí.

También hoy el tiempo me ha consentido la salida en bici por la tarde, pero cuando casi llegaba a Barru se le han arrugado los morros al cielo y me he vuelto a toda pastilla para casa por si las moscas. Al final, aquí se ha quedado la tarde soleada aunque fresca. En fin, poca cosa ha sido, pero menos da una piedra.

Leo algunos artículos de EP y encuentro nuevamente noticias sobre atentados contra la libertad de expresión y, en concreto, una sobre la censura de hechos culturales o artísticos (teatro, sobre todo), fenómeno extendido cada vez con mayor frecuencia y denunciado en este caso por personalidades relevantes de ese mundo. Se vuelve a hacer referencia a la cancelación en Briviesca (Burgos) de la representación sobre el maestro republicano A. Benaiges…

Sin embargo, no terminan de encajarme algunas teselas. Este último hecho citado lo “lamenta” en un comunicado Alberto Conejero, coautor de dicha obra de teatro; pero lo sorprendente es que fue nombrado director del Festival de Otoño de Madrid por Marta Rivera de la Cruz, anterior consejera de Cultura y ahora número dos en las listas del PP. ¿Qué lamenta realmente el señor Conejero? ¡No entiendo nada!

Y para más inri me documento un mínimo sobre la obra en cuestión, en cartelera desde hace tiempo y anunciada como “El mar: visión de unos niños que no lo han visto” (sic). Lo cual empeora con tan grosera repetición el título hermosísimo que lleva la novela original de JA Abella, “Aquel mar que nunca vimos”, y que revela hasta en el título, como puede observarse, una posible deuda (digámoslo de forma eufemística) con la obra de Abella. Es más, no encuentro en la ficha artística de la obra teatral una sola mención a la obra narrativa. ¿Qué pasa aquí?

Este es otro asunto chocante porque en esa misma ficha se consigna que el libreto está creado “a partir de textos de los niños de la escuela de Bañuelos de Bureba…”. Y, si mal no recuerdo, es en el trabajo de Abella donde se incluyen todos aquellos textos sugeridos y recogidos por el maestro para ser publicados en una imprenta de uso particular en aquella escuela, que es la clave del proyecto pedagógico desarrollado por el maestro asesinado en cuanto estalló la guerra civil.

No sé si ha quedado claro lo que pretendía explicar(me). De todos modos, al menos me ha satisfecho que mandé a mi editor Jesús Herrán lo que escribí aquí en la entrada de hace dos días para que se lo comunicase a JA Abella y este lo echase un vistazo. Era una nadería, unas simples palabras de homenaje y admiración a este grandísimo artista. Y contestó con un agradecimiento que me hace sentirme muy honrado de su magisterio y amistad. Gracias, José Antonio.


04/07/23

Jaleos por la mañana en la obra del garaje. Joder, le tienen a uno como un zarandillo y no hay manera de concentrarse entre ruidos, teléfono y recados. Lo que me gusta, eso sí, es cuando me llama mi amigo JL. Me propone algunas ideas para el verano cultural de nuestro pueblo y otros asuntos. No quiero comprometerme a más de la cuenta porque a la mínima hipoteco el verano y en este momento ando con una posible investigación para fabular algo histórico, más alguna otra idea puramente de ficción, además de leer algunas cosas de la editorial y tener preparadas varias reseñas, y el copón de lecturas apiladas… No llego, no llego… Reflexiono después de hablar con JL y me fastidia no darle el capricho, pero los formatos de conferencia en los que él piensa llevan mucho tiempo y trabajo. Mejor algo como antología de poemas, que es en lo que hemos quedado: elección sencilla, y preparación y ejecución rápidas.

Poco que decir de la burra fina, pero ha sido una gozada brutal hasta Barruelo. Un airón de miedo encarado al ir y la compensación de regreso volando con el bicho a las espaldas. Se me ha puesto la cara negra como un tito. A ver si con un poco de suerte podemos continuar con este tiempo disfrutón.

Ahí se había quedado, archivado en la memoria del Espoti. Y ahí tienes de nuevo el disco de Camel que estaba escuchando desde hace unos días. Lo cierto es que de este grupo a mí solo me suenan un par de álbumes de principios de los setenta (bueno, sonarme sonarme…, más bien es visual la percepción de mi recuerdo): el del camello y el de la gansa blanca. Ahora compruebo los siguientes trabajos en la wiki y ya me pierdo con la discografía posterior. Pero sí reconozco estos que miento del principio del grupo. Posteriormente conocí ese cuento largo tan bello del farero jorobado, la gansa herida y la niña dueña. No sé cómo no sirve, por su sencillez, de lectura para todos los estudiantes de inglés en algún momento de la secundaria. Hoy está también traducido, claro.

Me entristece (más bien me crispa las manos) la noticia que me llega por Ístagram sobre un caso de censura infame a una representación teatral contratada en Briviesca, basada en una novela sobre el maestro republicano A. Benaiges, que ejerció justamente en un pueblecito de la Bureba. Ha sido cambiar la corporación municipal, entrar la carcunda y cancelar dicha actividad. Ya se va viendo por toda España con qué propósito vuelven los de antaño: a las andadas, al monte, a las calles provistos de catanas, como manda la fascistona y suavona Marine a sus secuaces, a restablecer el orden de la república a machetazos. ¿Es que no está claro? ¿Aplicarán también este “modus operandi” en Cataluña en un futuro próximo?

Además, el caso del autor de la novela aludida —el médico, escultor y escritor JAA, al que considero colega y amigo—, es emblemático de la persecución decretada desde hace tiempo contra algunos intelectuales por el rancio nacionalismo españolista de última hora (aunque venga de antiguo). Segovia ha sido testigo de la nueva cruzada neofranquista. El delito de JAA no es otro que aplicar la lupa de la honestidad y el escalpelo del análisis a su trabajo. No es preciso decir nada más. Y hace ya años que esta actitud le viene exigiendo de su ánimo pagar un precio supino. Quien le ha seguido de cerca lo sabe muy bien.

No quiero hablar mucho de política en esta sección del diario. Te prometí que no me despeñaría por ahí, como lo hice en una fase anterior, durante la pandemia, y tú lo leíste horrorizada. Y eso que entonces solo publiqué lo que consideré oportuno, sin cortarme un mínimo y sin importarme un pimiento. Pero admito que esta radicalidad ya no se repetirá. Y que estas declaraciones de ahora se centrarán sobre todo en ti. En nosotros. Mi querida Lu, debemos dejar todo muy bien aclarado, pues sospecho que esta será nuestra conversación final.

Por eso, midamos bien las palabras, por favor. Sin bilis pero sin velos. Sería un homenaje estupendo para sumarnos al que recientemente se ha tributado a José Antonio Abella, autor de “Aquel mar que nunca vimos”. Sería materializar en la práctica su estilo. Todo un estilo, el de un artista completo.


03/07/23

Pensé que se iba a estropear la tarde porque daban agua. Ha resistido muy bien, con bastante viento de norte. Por eso he cogido hacia el alto de Cabria por la orilla de la autovía, hasta atravesar el pueblo y caer al otro lado de la carretera antigua. De ahí me he metido por donde antaño íbamos a setas los mataos que no las veíamos hasta que nos cabeceaban en los bajos… Como decía tu padre, aunque lo expresaba de otra manera más dura y graciosa. He aparecido, al fin, en Grijera y vuelta por el carril de Barru.

En definitiva, buen ritmo para ser la bici gorda. Y cuando he llegado he preparado la otra, la de carretera, la fina, pero he recordado que se me había roto la bomba y me he acercado donde P. a comprar una.

Y aquí estoy, plantado como un tontaina, escuchando aquel disco doble de C. Cano sobre el Tamarit de Lorca. Todavía hace llorar, de veras.

—Tampoco hace falta ponerlo una vez y otra… Que eres muy pesado cuando te da por algo… Coges obsesión. Aparte de que ya sabes que para mí es música ratonera…

—Pero ¡cómo dices eso! ¡Anda, calla!

—Lo que oyes… Y ponlo bajo o cierra la puerta, venga.

—¡Escucha! ¡Escucha esto…!

“Siempre, siempre, jardín de mi agonía, tu cuerpo fugitivo para siempre”.

—Pues muy bien.


02/07/23

Mi padre cumpliría hoy noventa y tres años, pero solo llegó hasta los setenta y nueve. ¿Quién estará aquí escribiendo en el futuro este martirio de los días y escuchando a Tangerine Dream, a Yes, a Camel…? (Me he quedado con un disco de este último, que tiene canciones muy bonitas como la que presta título al elepé: “El ganso de nieve”, basado en una novela).

¿Quién habitará, pues, esta buharda en una tarde como esta después de catorce años de mi propia muerte? Es probable que un descendiente mío si aún conservasen este piso familiar. Un nieto o un bisnieto, que confirmará una opinión escuchada en el sentido de que su antepasado fue un tipo particular. O tal vez lo hayan vendido a un extraño, que en este recogimiento haya decidido leer este diario porque alguien le haya informado de que existe un libro publicado que fue escrito en este espacio de tranquilidad. Y yo te digo ahora a ti, lector que me sobrevivirás: también a ti te alcanzará tu muerte propia y pasarán catorce años de ello. Y lo único que restará flotando en el aire será el eco sordo de estas palabras y el amor que las inspiró. Y el tiempo que se llevó los recuerdos. E incluso te diré más: permanecerá vibrando el deseo y la codicia por otro cuerpo encendido de belleza, que es tan arrebatador como el mismo amor, cuando ambos coinciden en un solo ser. Pues la vida no cesa tampoco de reclamarnos.


01/07/23

Depositamos las cenizas del abuelo en el panteón familiar de Salinas. Buen viaje, amigo, le despido mentalmente. Conmigo no pudiste ser mejor suegro ni más cariñoso ni más servicial. Ojalá vueles hasta las estrellas y te reúnas allí con quien tanto quise y quisimos todos. En fin, ¿para qué voy a detallarte más a ti, Lu, que oyes y sabes todos mis pensamientos?

Después hemos comido en Llano, en el bar de la ermita donde nos casamos. Ya sabes dónde digo, ¿no? Ahora lo lleva una chica rumana muy apañada y tu hermana M., que es hábil y despierta como una liebre, ha contratado allí la comida. Muy rica, en general, muy bien atendidos y muy agradable el lugar bajo toldo en la explanada de la ermita.

Ha sido una reunión más de familia, agradable y bulliciosa como siempre, que me reafirma en la vieja idea de que me resultaría dificilísimo abandonar este núcleo de cariño, de seguridad y de colaboración. Por eso creo que me agobio solo con pensar que más adelante pudiera encontrar a alguien con quien retomar mi vida y entrar a formar parte de una familia nueva. Solo imaginarlo me disuade de pura pereza. No, no puedo. De momento, mi corazón no se siente capaz de volver a latir con esperanza. No quiero.

La sobremesa ha sido despaciosa y ha rematado, como tantas veces, en una de esas batallas con globos de agua y demás gansadas. Total, que todos los niños se han unido contra A., que ha llegado a casa como una sopa. Pero lo más chocante es que se ha cambiado en su habitación y allí ha dejado toda la ropa hecha un gurruño. Cuando lo veo me pongo de mal humor. ¿Es que piensa que vas a venir tú detrás recogiéndolo y poniendo orden en todo? Se lo comento a la abuela y me dice que es eso exactamente, que actúa al modo de un niño al amparo feliz de su madre. Y me rebelo, porque yo solamente sé hacer de padre y mal. Pero este síntoma de que te echa tantísimo en falta me enternece. Termino colocando la ropa en el tendedero.

Después, de súbito, me quedo un momento caviloso y regresa un escalofrío. Me encierro a toda prisa en la buharda, como un útero o un refugio o un nido donde recogerme en un ovillo cálido. Me ayuda que el sol ha calentado toda la tarde el estudio y el termómetro marca veintisiete grados. ¿Por qué, de pronto, esta sensación de ausencia? ¿Por qué esta soledad brutal se me echa de golpe encima? ¿Por qué no me sirven ni siquiera mis libros, mi escritura, mi mundo interior de ordinario tan imaginativo? Me repito una y otra vez que tengo el aprecio, el afecto, el cariño de todos los que me rodean. Es verdad. Pero ¿qué me falta?, ¿quién me falta?

Busco salida desesperada en Emerson, Like and Palmer, en aquel disco de título tan enrevesado que hablaba de una ensalada en el cerebro y yo lo interpreto como mi propio cacao mental, como se decía antes. Aunque el rock progresivo es la verdadera música de mi alma (solo nos llena la que escuchamos de los quince a los veinticinco años y jamás pasa de moda), en este momento me resulta tan disonante, tan áspera para mi ánimo que cambio de inmediato al elepé de Allan Parsons sobre los cuentos de Poe. No entiendo por qué pero enseguida me noto mejor. Mis nervios se calman y con la alegría de la tarde que declina a través del velux con una luz muy viva, pienso en algo con alguien que tal vez no debería pensar. No me siento culpable.

Recojo algunas ideas quizá para una nueva novela, y caigo en la cuenta de que con ella están asociadas dos películas bastante conocidas: “Obsesión”, de Hitchcock, y “No es bueno que el hombre esté solo”, de P. Olea. Esta última la vi en la tele ayer mismo por la noche. Interesantes.

También reflexiono con frecuencia sobre estas confesiones que ya se me han estirado más de la cuenta hasta alcanzar cerca de mil páginas en los últimos cuatro años y pico. Tal vez debería darles una salida como hacen tantos escritores del momento con materiales autobiográficos. El problema principal es que hay que dejarlo en doscientos y pico como mucho y luego hay que encontrar el punto para no caer en revelaciones que susciten el cotilleo o que molesten a alguien. De hecho, muchísimas entradas las tengo marcadas en rojo para no ser publicadas jamás. En mi blog siempre ha aparecido una selección discreta. No es un reáliti lo que me interesa, sino encontrar literariamente un tema y un tono, como los encontró en su día M. Delibes en la novela en que aborda la muerte de su esposa. A mí me gustaría narrar honestamente esta experiencia que ha partido mi vida en dos.


30/06/23

Mañana más que tranquila, anodina, repartida entre unas compras después de la tertulia corta y la lectura del periódico. Mano a mano con A. frente a unas lentejas que sinceramente me han salido un poco aguadas pero muy ricas de sabor. Después le acompaño hasta Barruelo a dejar el coche de su chica y vuelta con promesa de cenar juntos unos huevos fritos con salchichas. Nada más. La vida misma, como cuando estabas tú. La emoción íntima de estar con él y sentir que seguimos unidos contigo por dentro.

He renunciado al paseo de la tarde porque teníamos algunas cuestiones de papeleo que nos ha pedido tu hermana J. para arreglar lo de tu padre. Y poco más. Busco una alegría nueva, la que sea, y voy a parar a G. Zamfir en el Espoti. Me sereno por dentro con la hora y pico de una música suave que me conforta, arrullado por la flauta mágica de este artista al que llegué casualmente a través de un disco titulado “El pastor solitario”. Por ahí anda para quien quiera escucharlo. El adagio es un buen gancho, aunque luego todas las canciones son bastante conocidas y resultonas. Bueno, ya lo ves, así voy matando las horas tristonas de la tarde.


29/06/23

Volví de Santa a la comida de jubilación de JG y pasé un rato bueno con el grupo de amiguetes de la docencia. Después, una copa en la Cascajera. Me prometo que voy a ver a la orquesta Panorama por la noche, porque es previsible una plaza hasta la bandera. Así me han contado que fue. En el último momento me desanimo, me da pereza y en vez de ponerme el pantalón vaquero me pongo el del pijama y me meto en la cama. Ya sé lo que vas a decirme, pero no tengo ánimo. Nunca he sido aburrido, reconócelo, es que las circunstancias me pueden. Sé que si me planto en el jaleo no faltará con quién charlar un rato y tomar algo. Sin embargo, tu ausencia crea un vacío absoluto y me hace más consciente de que me encuentro solo. Es la sensación de que sin ti no tiene mucho sentido salir. Y dejo que el sueño me venza.

Esta tarde no es que haya hecho muy bueno, pero he gozado un buen paseo de casi dos horas. Regreso tonificado, respirando como nunca (esta última noche notaba una pequeña obstrucción de nariz, cojones), pero mira por dónde me he encontrado en el Soto con la chica que me aconsejó el médico y la intervención, y me ha contado que a ella le llevó prácticamente un año estar el cien por cien. Me ha subido la moral.

Seguro que después de cenar volveré a plantearme si salir a fisgonear (más que nada) un ratito. Me ha llamado A. para decirme que viene a dormir y mañana trabajará de ordenador. Le propongo tortillita y me dice que adelante. Sabes muy bien que la bordo. Sí, por mucho que pongas esa cara, me sale ya tan bien como a ti.


27/06/23

Amanece un día prometedor, de temperatura moderadamente buena. Ya en la terraza del café leo el periódico muy a gusto. Me llama tu madre para ver dónde ando y darme algún recado, y me dice que en Aguilar hace frío. Para variar. Más me alegro todavía de estar aquí arriba, el único sitio de España donde pienso que se va a poder vivir (y respirar) en un futuro no tan lejano.

Y, dicho sea de paso, en esto de respirar he ganado sobre todo con un sueño casi continuo, regular y apacible. De los peligros para la salud de un sueño alterado, hablaba EP de este fin de semana en tres páginas completas. Es increíble la cantidad de gente que duerme poco o mal. Las consecuencias, gravísimas. Creo que me he librado de un problema serio en el futuro. Estoy muy contento en este sentido. Tengo la sensación de que tú me hubieras hablado al oído y me hubieses aconsejado operarme.

Leo con buena concentración antes de comer. Después hago recuento y discoteca con unas cuantas canciones que me emocionan especialmente porque hablan del asunto de la pérdida de personas amadas. Intento buscar una publicación del Instagram de tu hermana J., en la que recuerdo que había puesto una música de fondo bonita. Al final, me obceco y no doy con ello. Le mando un guas y me lo devuelve con el enlace. Realmente, “Tata”, la canción de Beret, es tan atinada en la letra y tan eficaz sentimentalmente, que me arranca esas lágrimas silenciosas y prolongadas que solo me permito cuando estoy solo. Aquí, en el rinconzuco, mirando por la ventana, pensando en ti. No sé cómo será soltarme de tus brazos y liberarme de ti, de tu amor. Porque no cesa la triple tortura: ansiedad, angustia y ausencia. Y la mente que tira para un lado y el cuerpo que tira para el opuesto.

No pensaba hacer el paseo tan largo, ha salido así. Por la tarde subo por Cueto en busca de la Costa quebrada, pero he desatinado el rumbo y me ha llevado hora y media hasta encontrar por fin los acantilados que algunas veces paseábamos juntos en el buen tiempo. He ido a parar al Panteón del inglés y desde allí ya me he reorientado. Por la senda angosta, he sudado la camiseta, y he notado los pinchazos musculares habituales en cuanto me deshidrato mínimamente. En Cabo Mayor me he sentado en la terraza del bar del faro, que estaba a tope porque hacía espectacular, y ya he metido líquido al cuerpo. Gracias a eso la vuelta ha resultado más relajada. Escribo y leo un rato.

Me encuentro bien, sí, y por eso en cierto lugar muy especial del trayecto he pensado subir con los chicos un atardecer y aventar allí tus cenizas finalmente. Porque en algún momento debo separarme de ti y dejar que entres en esa estancia minúscula y mágica de mi corazón que te tengo reservada para que vivas allí conmigo hasta el final. Solo yo podré entrar a visitarte de vez en cuando y solo allí volveremos a charlar y a ser felices otra vez los dos. Pero luego tendré que escaparme y volver a vivir mi vida todavía real. Y tendré que dejarte reposar mientras tanto. Porque tú ya nunca podrás salir de allí a buscarme. Y tendrás que permitir que mi vida real sea ya solo mía. ¿Te parece bien?


26/06/23

Once días que no tocaba el cuaderno chino. Tantos como no recalaba aquí, en “El camino. Bistró colonial. Espíritu del norte”. Nunca habría supuesto semejante denominación para un bar: nombre y dos apellidos. Pero me agrada esta cafetería apartada un tanto del paseo playero, ya lo dije. Por lo demás, tampoco he visto nada tan funcional y despersonalizado. Es como si su estilo de decoración negase su pomposo nombre, su identidad.

La estampida hasta Santa ha sido un visto y no visto: armar la bolsa verde y salir pitando diez minutos después de haber escuchado la barrena de la máquina que ha comenzado a picar en la obra de entrada al garaje comenzada hoy mismo, justamente bajo la fachada adonde asoma mi casa. Ya he tenido bastante con lo del piso vecino, me he dicho. En dos acelerones, me he plantado en el mar. Esto es lo que me encanta del pisuco: la libertad de un refugio solitario. Y a pasear y a pensar y a escribir. Lo que salga y se elija. Aunque el miércoles tengo que volver a una comida de compromiso.

Además, es que la decisión ha surgido con un golpe de mala leche porque hace un par de días estaba rodando con la bici a casi treinta grados (ayer mismo, si me apuras, achicharraba todavía el sol), y esta mañana se la levantado con un frío norteño de quince grados. He dicho: A tomar por culo, en Santa por lo menos pasearé en camiseta. Y así es, gris pero a veintidós grados, humedad y sudor en la espalda pero brisuca rica.

Para mí concluyeron las fiestas con los grupos de baile ayer tarde en la plaza. Porque actuaban nuestras niñas. Luego tomé un par de cervezas gaseosas con G. y P., buenos amigos, y te recordamos mucho sin mentarte, unidos en un mismo pensamiento silencioso. ¡Cuánto te gustaba jugar al pádel con ellos y qué gracia te hacía él cuando se enfadaba!

Por cierto, pensaba retomar hoy la burrilla, pero con esta mierda de tiempo… Y aquí tampoco pega bajo este cielo cenizo. Ya he preparado también la de carretera para alguna salida en breve. En el local de abajo queda la huella de tu padre por todas partes. Me cuesta andar entre sus cosas, que han quedado en su provisionalidad, abandonadas como con desgana: el barullo en su mesa de operaciones, el amontonamiento de útiles y el desbarajuste que él controlaba a la perfección. Ni tú ni él aparecéis ante mi vista cuando os convoco y os llamo en susurros, por mucho que ojeo de un rincón a otro. Y aquí no os encuentro, y me desanimo. ¿Quizá estáis juntos en algún lugar?

—Deja ya de preguntar

Me monto en la bici estática que ha dejado al fondo como si acabara de bajarse de ella, todavía dispuesta… Permanezco unos minutos pedaleando… Por hacer verdadera la apariencia de que la fiel bicicleta se mueve todavía a impulsos suyos… Y se me humedecen los ojos.

—Deja de darle vueltas

—No puedo soltarme de vosotros

—El tiempo dirá

Contenta como unos cascabeles, nuestra chica me manda por guas foto de su primera nómina. La felicito y le digo lo orgullosos que estamos de ella. El resto de la tarde, durante el paseo posterior a estos garabatos, pienso mucho en nuestros chicos, en los dos. Con toda la vida entera para ellos. Y siento que me dejaste un gran regalo en herencia. Gracias, compañera. Seguiré cuidándolos hasta el final, como te dije.


23/06/23

Primer día de verano en el que ha apretado el calor según ha ido avanzando la mañana, a pesar de que he tenido que tomar un paracetamol a media noche porque la frente se me partía. Es por la niebla, seguro, me ha sucedido numerosas veces. Pensé que algún pensamiento angustioso me visitaría y me partiría el descanso en dos (como tantas veces hasta la operación de nariz), y tampoco quiero tomar ninguna pastilla para dormir, ni siquiera esas gominolas que dice que no son adictivas. Nada, no quiero. Tengo que buscar el descanso natural, o sea, dormir por encontrarme cansado del ejercicio físico y del trabajo intelectual. Afortunadamente me he vuelto a quedar como un fardo perdido y arrumbado en medio del monte.

Primera sesión en la terraza del bar vecino para el vistazo cotidiano al periódico. Con el toldo de protección, uno de mis pequeños gozos, una maravilla. Luego, compras de súper a la espera de que lleguen los chicos por la tarde. Siempre se alegra el corazón en esa espera esperanzada, ¿verdad? Nos poníamos de buen humor cuando regresaban después de una temporada, ¿te acuerdas?

—¡Pues claro, pánfilo! ¡A mí me lo vas a decir!

Yo me hacía el celoso en cuanto nos poníamos a comer juntos, porque lo normal es tú hubieses preparado algo de su gusto. Yo lo ponderaba en exceso y les guiñaba el ojo diciendo en voz alta que a mí no me preparabas a diario cosas tan ricas. Ellos se sonreían y tú me mirabas muy seria.

—¡Anda, calla y no digas tantas bobadas! —zanjabas las bromas.

La tarde ha sido magnífica de temperatura, algo excesiva, pero se echaba ya en falta el verano de verdad. Aunque aquí ya se sabe… He salido a la vuelta circular por Villallano hacia las Tuerces y vuelta por Villaescusa, por debajo de la pasarela. Otra maravillosa ruta que no hicimos juntos en bici (aunque sí andando). Otra ocasión perdida. He regresado con la plétora henchida de brisa, de luz y fragancias desconocidas. Ya estaban los chicos en casa. Descansando y preparándose para la noche de san Juan. Hemos quedado en cenar juntos unas empanadas que ha traído la niña. Igual me acerco a la hoguera por acompañar y para que vayas conmigo (o en mí). Para que lo veas desde dentro de mí. ¡Si pudieras sentirlo! ¡Hace tan bueno! ¡Ay, mi pobre amor perdido en mitad del camino!

Me acompaño también hoy de Bob Dylan, de aquel elepé que comenzaba con “Hurricane”, el único que yo recuerdo y asocio a los alrededores de la facultad de Medicina, el pub del rincón y la sangre hirviendo al comienzo de un verano y de la vida. Maravillosa canción, esta titulada “Sara”. ¿Cómo no busqué entonces la traducción? ¿Por qué no escuché a este tipo con la suficiente atención? ¿Dónde estabas tú? Porque yo te esperaba ya.

22/06/23

Ayer. Se arrugó la tarde y remató en lluvia, así que las actividades programadas en la terraza de buses tuvieron que trasladarlas al vestíbulo. No eran condiciones para escuchar pero vi a nuestras niñas, que tocaron el piano al alimón mientras su madre cantaba lo de la Bella y la Bestia. Maravilloso, un sueño (que a mí me emociona porque me suena repetido, o sea, revivido o redivivo).

Y me quedé también a la actuación de la hija de EG, que se lo tomaba con tanta pasión y tan en serio que daba gusto. Si sale a su padre será canela en rama. Cómo te apreció siempre y tú a él. Qué alma más grande. Y así sigue por lo que puedo percibir cuando nos topamos casualmente. Siempre me pregunta qué tal voy.

El último en actuar fue un chaval de bachillerato con muy buen dominio de la guitarra, bastante mejor que su voz, que tocaba melodías complejas de composición propia y letras en inglés (por lo que me dijeron, muy poéticas). Un nuevo Bob Dylan, vamos. No supe el nombre. Ahora he puesto a Dylan para que me acompañe en estas letras que garabateo.

Hoy, tertulia doble a media mañana. Divagamos sobre naderías. Luego tu hermana M. me ha dejado una buena ración de calabacín con pimientos, que ya he probado otras veces y está bien rico. Me lo iba a tapiñar yo solo, pero ha llamado A. que venía al entierro del abuelo de un amigo. Lo compartiremos a la noche, porque él tiene que volverse a Pucela. Ni que lo oliera, el mamón. De todas formas, ya preparé ayer un cocido de siete raciones para varios días. El socio y yo no le hacemos asco a nada. Por muy repetido que sea.

La tarde asomaba un poquito dudosa pero he acertado al coger la burriquilla y tirarme al monte. Cómo he disfrutado. No tengo recuerdos de haberlo recorrido nunca contigo. ¿Cuántas tardes más pudimos salir juntos y no lo hicimos por pereza u obligaciones? ¿Cuántas veces dejamos de ir al lado, codo con codo, solo por acompañarnos?  Ahora lo siento, mientras pedaleo y te voy hablando y enseñándote esta ruta tan guapa.

He cogido por la salida a Barru a la derecha, dejando el perfil rocoso del dinosaurio a un lado y tirando en dirección a Grijera. De ahí, atravesando la carretera he subido hacia la gravera y el vertedero, pero ya me conozco de otras veces que es mejor tomar el camino de Matalbaniega. Ahí siempre encuentro un tramo exento de civilización que es puro placer. Por supuesto, paro en san Martín y lo circundo observando los muy numerosos canecillos, y otras singularidades extrañas en lugar tan pequeño. Me llegan cantos de gallos y el denso olor del aligustre, que enseguida identifico. Y al cruzar el pueblo, unos pocos y cuidados rosales de rojo ruboroso. Llaman al pillaje, pero están a las mismas puertas de las casas… ¡Quién pudiera tener un amor para llevarle siete rosas robadas!

No paro en santa Juliana de Corvio. Quiero estar en casa para cuando llegue A. porque me ha dicho que no trae llaves. Salgo a la comarcal por la raqueta en donde tantas tantas veces me aposté para contemplar el amanecer del sol, cuando todavía estaba en activo. Cuando tú me decías al verme salir de casa media hora antes de entrar al instituto:

—¡Qué necesidad tienes! ¡Estás como una cabra! Cualquiera que te vea… ¿A quién se le ocurre?


20/06/23

Por la mañana, sin más cosa de interés que el rato de tertulia descabellada (literalmente), después de un repaso ligero al periódico. Y luego el regreso a casa con intención de preparar unos guisantes con jamón, que son facilones. Pero he subido al trastero porque me faltaba precisamente el material principal (ya sabes que soy poco previsor) y, sí, claro que había varios botes pequeños; pero me he topado con unos cuantos de esos envases de cartón de una cosa que ponía Noodles con salsa de no sé dónde coños era, y se me ha ocurrido probarlo. De preparación rápida, sin duda… Pero, ay amigo, un mazacote de fideos pegados de textura pastosa y el moje de Thailandia como muy cerca, picantón, extraño a mi gusto, tan pesadazo que no conseguía terminarlo. Todo ello calentado en el microondas dentro de su propio recipiente de cartón, lo cual le debe aportar un sabor especialísimo. Y como no había cabrón que lo pasase por la garganta, pues he decido añadirle una cucharada de mayonesa para terminar de rematarlo… Nunca más.

A media tarde me acerco a ver a nuestras niñas en el polideportivo, que participaban en una exhibición de gimnasia rítmica. Como juncos, oye. Como ligaternas de ligeras y espabiladas. He pasado un rato agradable con tu madre y tu hermana y vuelta para casa. También por buscar un poquito de calor familiar. Sé que te habría gustado verlas, porque siempre que tenías ocasión no te lo perdías. Te aseguro que han progresado un montón. Y me han alegrado un poco la vida con su frescura de vida recién comenzada a florecer y porque mientras las miraba estaba pensando que tú también las veías a través de mis ojos. Como te prometí tantas veces.


19/06/23

Ayer amaneció el día en Santa tan feo, gris, semilluvioso y desagradable, que a media mañana recogí y me volví a Aguilar. Sin más.

Hoy me he levantado con la consabida mosca detrás de la oreja, a ver lo que nos deparaban las obras de esta vecina casa de los horrores. Sin embargo, no he escuchado demasiado alboroto y, además, al menos han desalojado el andamiaje del patio de luces y lo han limpiado. Algo es algo.

A la una me tomo con el socio el aperitivo que teníamos reservado desde el día de san Antonio. Tenía guardadas en el frigo dos latillas de mejillones al natural y sendas birras, una Radler para mí.

—Está bueno este moje, hombre

—Excelso —confirmo

Y después de comer sustituyo el parte por un programa que habla de ciudades famosas; en concreto, Versalles y París. Dos grandes emociones de nuestro pasado, dos grandes momentos de eternidad atrapada en nuestra común historia de felicidad. Que pasaron como un agua junto a nosotros mientras dormíamos. ¡Qué inocentes! ¡Qué desprevenidos! Pero todo se fue ya por una senda desdibujada si miro hacia atrás. Mejor, dolerme y huir hacia adelante.

Por eso he cogido la bici gorda y me he tirado una hora y pico por esos caminos de Dios. Alguno todavía con nuestras huellas dobles, tan recientes si me dejo llevar por la evocación melancólica que persiste… Y no quiero.

El resto es el rato en esta buharda. He puesto el Ommadawn de M. Oldfield. Y no pensar demasiado más que en lo inmediato. Escribo estos rasgos imprecisos y de poco interés. Y bajo a leer hasta la cena.


17/06/23

Tremendo voltio de algo más de dos horas esta tarde. Pretendía compensar que esta mañana no he podido, porque me ha llamado I. a la hora del café detallándome lo que quería que trasladase de su habitación de aquí a Aguilar, para llevarlo finalmente a León. Carrito de maquillajes, espejo, todos esos telares, que ya me han tenido ocupado un buen rato.

Como digo, nada más comer y pasado el telediario, me he cambiado con intención de salir con la bici, pero han empezado a caer gotas y he mudado de idea y de vestimenta y, paraguas en alto, me he tirado a la calle. Ha sido enfilar General Dávila y no ha vuelto a caer una gota más. Pero yo ya transportaba colgados del brazo una chamarretilla y el puto paraguas. Sin embargo, me ha prestado el recorrido. En Camilo Alonso Vega me encuentro con JL y me dice que se va a Sanvi a darse un baño y que si me apetece. Se lo agradezco pero no me hace ese plan. Sigo.

En Pombo me he parado brevemente, hoy también, a observar detalles y darle la vuelta a la magnífica casa de este prohombre que fue tan importante para la ciudad como el Marqués de Comillas. Con la particularidad de que procedía de Villada (Palencia), tal y como leí ayer: Juan Pombo Conejo. ¡Un tipo singular! No hay más que consultar la wiki. Luego he intentado sentarme en lo de Botín y he calculado que se me iba el tiempo, así que he apretado todo seguido para casa. Podría haberlo disfrutado en bici; la temperatura era muy buena, aunque el cielo no se ha movido de un gris que amagaba agua.

Total, que he subido al rincón a poner cuatro letras y enseguida meterme con un par de novelas que estoy leyendo a la par y estoy a punto de concluir. No sé qué se puede hacer mejor en un Santander que me ha dado la impresión de vacío, mustio, sin mucho pulso (imagino que hasta la noche). Un planazo de sábado, ¿no te parece?

—Siempre has sido un aburrido. Porque te animaba yo a ver algún sitio…

—No digo que no. Mi escaso interés viajero dependía de lo que tú me propusieras. Me gustaba verte disfrutar con los preparativos, sobre la marcha y cuando recogías para la vuelta. Por eso nunca te dije que no a ningún viaje, reconócelo.

—Eso también es verdad.

—En cambio, los viajes fuera de España fueron iniciativa mía, como el último que te sugerí, con los chicos, por Europa (porque intuí que no habría más) y por circunstancias se nos chafó. Y, en efecto, no hubo más.

—¡Cuánto me gustaría volver contigo a París! ¡O Burdeos! —me parece oírte decir…

—Y a mí… ¡Cuánto me gustaría volver a verte! ¡Y escucharte! ¡Y tocarte!

—Bueno, bueno, no seas pesado…

—Y volver a besarte y recordar el olor de tu cara.

16/06/23

No estaba yo hoy muy andarín. De todas formas, el día no acababa de entonar ni siquiera después de comer. No me atraía coger la bici. Pero he bajado y me he sentado en Pombo. Burguesa y decimonónica plaza, cuadrangular y perfecta, con su pérgola y su tiovivo, con su churrería rodante y su arbolado exótico… Todo en su punto. También el paisanaje es convencional, solo alterado por algunos cuerpos exultantes al paso. Pero tú no llegaste y tampoco llegó el poema. No quiere la belleza. Y me apena porque no puedo quererte sin cuerpo. De carne o palabra.

Vuelvo a casa con paso cansino y voy pensando que debería sospechar por qué te busco con tanta insistencia y sin embargo no te llamo. Quizá porque no me atrevo a comprobar que no hay más respuesta que el silencio. Me acerco de pasada al pórtico de Santa Lucía y luego leo la inscripción de la estatua al cardenal Herrera Oria: El amor no descansa. Puede que sea cierto, pues nunca le faltará a quien atender. Pero en mi caso, ya no lo tengo. Y es insufrible sentarse a una mesa de cualquier terraza, en cualquier momento o lugar, y saberse descartado, sentir y notar que no eres querido por nadie. Y lo que es más terrible todavía: el miedo a tu propia incapacidad para amar porque ya no tienes nada que ofrecer. Eres una nuez con el fruto seco por dentro.


15/06/23

No sé si a todo el mundo le gustan tanto como a mí los cruces de caminos. En la antigüedad tenían simbolismo propio, según he leído. Son los cruceros o encrucijadas, lugares conectados con el más allá o con otra realidad. Quizá de ahí deriva inconscientemente mi interés por estos misterios compitales.

Me he dejado andar y mis pasos me han llevado a la Plaza de las estaciones. Amplia, ordenada, bulliciosa como no puede ser menos. Y de pronto caigo en la cuenta de que en esta intersección te estoy buscando a ti una vez más. No puedo evitarlo. Y tampoco es la primera vez que recalo en este lugar, ahora que lo pienso. El ruido, sorprendentemente, me aísla y me concentra. El recuerdo de Pepe Hierro me viene a la mente, tan escribidor de calle, de café. A la derecha y sobre el Pasaje de Peña se alza el murallón por el que se accede a la calle Alta. Justamente ahí es donde se van mis ojos húmedos, mis ojos de antaño cuando hacíamos ese camino juntos. ¡Ay!

Un lugar de paso, eso es lo que me atrae y me arrastra, un punto desde el que convertirme en invisible y desaparecer en la escritura. Para renacer en otra realidad. Literaria.

He subido, claro, por el parque del agua y Sotileza hasta la calle Alta y el Parlamento cántabro. La ruta tiene siempre el sabor de esa pared pintada entera con el trampantojo de una casa de vecinos propia de la novela de Pereda (que es lo que pretende y recrea). Y eso es lo que descubrí por primera vez contigo, y el paseo por el que me guiaste con esa orientación tuya de brújula y una inteligencia luminosa para interpretar la realidad que a mí me maravillaba. Eso simplemente me ha llenado de alegría y fortaleza para el regreso al pisuco (un buen garbeo, sin duda). Y venir a la realidad de otro plato de callos con garbanzos, sin remedio ni alternativa. Aunque antes he comprado bastante fruta, porque apetece con este leve cambio de tiempo tirando a caluroso y airoso. Desde la ventana de I. el mar ha variado de plomo a cian. Y esto también es una belleza gozosa.

Después de comer, vuelta al bareto de costumbre. He metido unos bombazos a la bici y me he pegado el primer paseo de la temporada. Por Infantes y Pontejos, como una bala. No me he entretenido mucho porque a las seis había quedado con Rodrigo, el negrito colombiano, de acento dulzón y ojos intensos, remendón en una tienda que se llama propiamente “Zapatones”. Sin embargo, antes, de paso, todavía me he acercado a la Plaza de la ciencia a echar unas fotos a don Leonardo Torres Quevedo, que es uno de mis cyranos favoritos: por la nariz y por los ojos de su estatua, en bronce, de cuerpo entero.

—De verdá que están nuevos, mijo

—No están los tiempos para andar tirando a la basura —me justifico.

—No etán los palos para jacer escobas —me replica al modo de su tierra.

—Pues hasta otra, amigo

—Ya sabe dónde etamo


14/06/23

Para el escritor, la ausencia de expresión o de palabra recta que transcriba su angustia es una angustia en sí misma, añadida. No poder ser exacto en el sentimiento de tu ausencia hecho verbo, es parte de mi tristeza. Ni un poema, ni una ficción o fábula. Ni siquiera desde el “yo” autobiográfico del diario… No acierto, no encuentro el modo de decir que estoy roto por dentro. Desgarrado sin ti, creyendo como en una alucinación, que estás aquí al lado, en otra habitación de casa, en la sala viendo un poco la tele... Y termino de mal humor, abatido en el sofá. Y tengo que hacer el esfuerzo de alzarme y venir al rincón a descargar esta pena insistente en el ordenador.

Sin embargo, el día ha mejorado muchísimo, indiferente a mi ánimo. Y se hay quedado una tarde feliz y templada que me saca el sudor por la canal maestra y me pega la camiseta a la espalda mientras camino. El móvil me señala veintidós grados, sin demasiado sol pero despejado.

Me he acercado otra vez a este café recogido y discreto en el paseo del Sardi (“El Camino. Espíritu del Norte”, se llama con pomposo apellido), quizá también por el gusto de estar solo, por un principio de misantropía que tira en estos momentos muy fuerte de mí.

Y esta misma razón me conduce a no aceptar amigos de ningún tipo, ni siquiera un amigo tan seductor pero tóxico como el tabaco, o amigas igualmente tóxicas (alguna hay) para relaciones ocasionales. Por eso cuando me llaman he inventado una disculpa. Mejor solo, sin duda.

Por otra parte, no valgo para arreglos al estilo Fisrt Dates, es decir, una huida a la desesperada para no salir solo, no comer solo o no dormir solo. De ninguna manera. Yo solo viviré otra historia si es de verdad, o sea, si me ilusiona. Y para mí la ilusión consiste en hacer que alguien que me atrae esté bien, en todos los aspectos. Así simplemente. El amor es conseguir que alguien se sienta plenamente feliz contigo. Así lo entiendo.

Otra vez he comido garbanzos con callos. En cuanto llego a Santa no sé salir de este menú de los cojones. Me había propuesto en esta ocasión hacer algo menos facilón, pero no me hallo en la cocina de aquí. El problema es que voy a estar toda la semana completa y no es plan, coño. Al final me temo que remataré con unos botes de Litoral, que viene a ser más de lo mismo. ¡Qué calamidad, copón!

—¡Ay, inútil!

—¡Déjame en paz!

Eso sí, leo y escribo sin ocuparme de otra cosa, algo imposible ya en Aguilar.

Cuando me canso de escribir en el cuaderno chino (el que compré en los chinos por 1,20), decido hacer un paseo largo en la vuelta a casa. Me paro en uno de esos váteres públicos en forma de discreto kiosco y me topo con un tipo singular. Bigotillo y gafas oscuras a lo facha, edad y vestimenta de tal. Intentaba pulsar un botón sin resultado y se movía con ciertos espasmos de urgencia. En fin, que estaba a punto de reventar. Le digo que hay que meter monedas o pasar la banda magnética de cualquier tarjeta al uso.

—Pero pagando con la tarjeta bancaria, ¿no?

—Gratis —le aseguro con cara listísima.

Y se me ocurre una idea. Tiro de cartera y saco la tarjeta del partido, y le digo al paisano que me observa con ojos atónitos cuando se la acerco a la vista para que perciba el anagrama del Psoe:

—Mira, esta vez le va a invitar a mear Pedro Sánchez, aunque no creo que usted le haya votado, ¿eh?

—Ehhh, no, la verdad es que no…

—Pues, ande, pase usted primero y alíviese

Cuando la puerta abre en semicírculo se le ilumina el careto y levanta un poco el morro característico de la derechona más pesetera. Al cabo de unos minutos sale sonriente, radiante, parlón… Pero ni da las gracias ni hace alusión a la política. Eso sí, la eterna cantinela:

—Antes había servicios públicos en todos los sitios…

—¡Que le vaya bien, amigo!


13/06/23

Mis quintos me recuerdan que viva san Antonio. Pues que viva. Pero los hechos demuestran que quien se va y no vuelve de sus exilios deja de ser de su tierra en la práctica. No en el corazón. Se intuye un mínimo desplante en la despedida y los síntomas de una raza que va perdiendo su raíz.

Apenas me he comprado ropa desde lo tuyo. En esto es en lo único que he ahorrado, porque el año ha sido de gastos como nunca. Imprescindibles, desde luego, y los doy por buenos, como de auténtica inversión. El caso es que he recuperado unos zapatos claros, de verano, comodísimos, que apenas tienen un pequeño descosido sobre la lengüeta, y se los he llevado a un remendón del que me han dado noticia aquí, en nuestra calle, en el 42...

—Enfrente del Clarel

—¡Joder qué lista andas!

—No voy a ser como tú…

 Pues el tío me ha dicho que por seis euros los deja como nuevos. Negrito, cubano, parece. Buen tipo. Para el jueves por la tarde.

Después de una cabezadita, por la tarde, no he conseguido solucionar en Castelar lo del bono social para Lz. Me faltaba documentación. No me ha molestado. Otro día será y así tengo excusa para adelantar la siguiente visita.

Deambulo buscándote por la plaza de Pombo. Allí no me apetece sentarme porque otro café a esas horas me desvelaría a la noche casi seguro. Miro la carta en el Mercado del Este para alguna vez que planee comida con los chicos. Por lo menos el sitio es chulo. Luego me acerco a Le vèlo, echo una mirada desde fuera ante la sonrisa de una dependienta, hago como si te buscara (y realmente te estoy buscando, esa es la triste verdad) y doblo por el Banesto, que ha quedado blanquísimo con la rehabilitación. Subo en el ascensor de Río de la Pila. Hoy no me hubiese apetecido nada ascender por las escaleras en caso de avería del aparato. Es este cansancio.


12/06/23

Vuelta a la atalaya santanderina. Bonito nombre, también, como el rinconzuco. Exactos y poéticos. Tal vez me muevo porque necesito estimular a empujones la escritura, pues últimamente escribo a rachas. Algo plasmo a mano en el cuaderno chino de la bandolera, de todos modos. Lo cierto es que tampoco he querido dejar testimonio publicado durante todo este año completo para no influir con mi luto fundamentalmente a mis hijos. En adelante, seguiré con la costumbre de incluir algo cada semana borrando lo anterior para que no ocupe mucho espacio ni resulte pesado.

Creo haberte dicho que murió tu padre el día seis de este. Como a ti (como a casi todo el mundo) le sobraron algunos días de sufrimiento. El resto lo alivió también la química. Un año y quince días, os habéis llevado. Pienso que penó mucho por ti aunque no puedo decir que se le notase tanto como a tu madre. Sin embargo, me parece que ella se repondrá todavía para seguir sobrellevando el mismo sufrimiento. Igual que yo.

En realidad, esto mío ha sido una escapada. No lo tenía pensado, pero he consultado el calendario y he visto la semana en blanco, libre, y me he dicho qué pinto yo aquí. Y he preparado la consuetudinaria bolsa en cuanto he dejado atendido al socio (por el mañana el médico ha visto sus análisis moderadamente estables: un antibiótico de dos días para lo que apunta a una pequeña infección de orina indolora).

Otros motivos me han influido, sin duda. Las putas obras en el piso vecino, que no rematan después de cuatro meses de molestias. Estoy tentado de consultar en el ayuntamiento la Ley del Ruido. Un vecino que se dice solidario y pretende construir un búnker en un inmueble convencional… No hay manera de sentarse a trabajar diez minutos seguidos.

Y finalmente, me ha movido una tristeza rara, que no es normal en mí y menos en esta época de esplendor vegetal a punto de entrar en el verano. ¿Por qué? Ayer tu hermana J. nos invitó a comer a tu madre, a tu hermana M. y a mí, para corresponder conmigo, entiendo, porque no pude estar el día señalado de la comunión (el día que pasé entero en el hospital con tu padre y he detallado arriba). Estaban muy bonitas las dos niñas. C. radiante, con el vestidito blanco. Candorosa como toda niña que ofrece una mano para que le depositen allí la eucarística forma blanca y redonda. E inocente.

Comimos en Mave, incluidos los dos trozos reservados de la tarta San Marcos, con la consiguiente alegría (relativa, claro, por el inevitable peso de las circunstancias) y después tomamos una copa en el camping de Aguilar. Un día bonito, familiar, de sensaciones muy dulces. Tus hermanas estaban bien guapas y me tratan a cuerpo de rey. Pero yo me encuentro triste y no acierto con el motivo. Por eso he huido hasta esta altura de la atalaya cántabra.

26/05/23

Llego a última hora de la tarde a Valladolid para sustituir a tu hermana M. en el Clínico, donde se encuentra tu padre. Muy fastidiado, eso es lo cierto. Así, mañana, ella podrá acudir a la celebración del triplete de comuniones de los sobrinos. Creo que es justo que ella asista y me he brindado a pasar yo el día al cuidado del abuelo. Sin ti, la verdad, todo da un poco igual. Pero no he querido subrayar esto delante de la familia. El año pasado, en esta fecha, acababas de morir. Se cumplían cinco días de tu ausencia. O sea, el vacío. Y ahora, tras un año y cinco días, tampoco resulta demasiado diferente. Menos mal que me espera mi hermano y salimos a tomar una copa a la Plaza M. Vuelvo pronto al piso de A. y M. porque mañana presumo un día duro de pura inanición, pero me cuesta alcanzar el sueño en una cama de noventa.

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