jueves, 5 de octubre de 2017

[2018...] "DIARIO DE MARTES"



CARICATURA DEL AUTOR, POR PERIDIS



(ÚLTIMAS ENTRADAS)

25/04/24

Tengo recados antes del café, salgo y compruebo que aún no ha llegado el Bicho a la librería. Varios guas preguntándome. Envío el enlace para comprarlo por internet, pero resulta que ni la gente que se maneja lo quiere así. Coño, pues si tanta prisa tienes… En fin, que no será hasta media mañana cuando la propia librería lo suba al Ínstagram. Les pongo un mensaje de agradecimiento. Ya está, les digo a algunos.

Y luego me reúno con las chicas de la Cruz Roja, que me reciben con muchísima alegría y más besos. ¿Quién es?, preguntan algunas sin rebozo. Alguna otra tiene sus problemillas de audición. Hay incluso a quien se le caen los ojos a los cinco minutos de haber comenzado mi charla. Pero, en general, disfruto cantidad en un espacio coqueto, bien organizado, acogedor y lleno de cariño. Se siente en las miradas. Les hablo dos minutos de promoción sobre mi segundo libro, aparecido anteayer… ¿qué libro?, ¿cuándo? Mi querido J. hace ejercicio de paciencia y les enseña el publicado hace dos años, pero no hay forma de diferenciarlo del recién aparecido. Lo dejo por imposible y les planteo que mi charla será la explicación de cómo he podido llegar hasta aquí (tan bajo o tan humilde, pero tan feliz). Y para ello doy un salto hasta el pasado infantil desde mi despertar al lenguaje hasta mis primeros pinitos adolescentes como escritor. Estoy convencido de que les ha emocionado. Cuando encuentro caras así, ojos así, bocas así de abiertas, me lanzo a vida o muerte, a ful. Y soy yo mismo hasta el fondo. Me han regalado tres cositas preciosas. De veras.

Luego tenía prisa porque había pedido cita en el médico. Parece que remite este puñetero herpes. Pero, joder, nunca me había sucedido una cosa semejante, que durase tanto tiempo y tan resistente a una simple pomada. Me confirma el doctor que es el Herpes Zóster. Ha remitido casi por completo después de veinte días de tratamiento, pero preventivamente me ha recetado una segunda mano de pomada con corticoide para rematarlo. De lo contrario, tendría que ir al dermatólogo. No sabía yo que tenía su importancia y más a partir de los sesenta y tantos. Y que admite vacuna. Para el año que viene, sin falta. No jodamos. Eso sí, ha sido una suerte que me haya salido en un muslo (es talmente como una calentura, pero que no se cura fácil), porque puede salir en medio de la cara. Uf. Es que hay que observarse y no dejar pasar los días sin tratamiento, me dice el médico. Y le digo que yo no me estoy mirando los muslos a diario. Ms rasco cuando me pica. Punto. Como en el resto de los órganos corporales. Solo faltaría.

Tarde sin tiempo para cerrar los ojos unos minutos. Jodona, lluviosa, pero me entretienen las novedades en política. En España ya no se distingue entre la corrección y la corrupción. Una pena. Y al cuarto de hora me largo, decepcionado, a dar un voltio con paraguas y me llego hasta el CEPA Pisuerga a recoger el regalito del sábado pasado, que lo dejé en depósito porque salía con prisa hacia León. No está la monitora. O sea, para otro día. Una plantita muy chula para mi colección del rincón de la buharda. Y remato pasando por el Lupa a unas pocas compras de urgencia.

A partir de las cinco: Casa. Buharda. Teclado. Escritura. Un hombre aburrido para cualquier mujer, pienso. Sin embargo, no lo fui, ni mucho menos. Sin embargo, mi actividad mental es vertiginosa. Sin embargo, disfrutaría aún conociendo tantas cosas... Por eso, siempre espero algo. Pero ¿qué?


24/04/24

Esta mañana llamo a RV, el de Librucos que distribuye aquí y me dice que todavía no debe de haber llegado el lote del BICHO a la librería, pero que está enviado. De la misma manera, el otro distribuidor, JC. Por alguna razón cada uno provee en una librería de Aguilar. No entiendo. Pero, en fin. Me interesa, además, que también dejen aquí al menos una docena de las PERLAS (de lo que vaya quedando), por si alguno se olvidó la vez anterior y se anima ahora. Dos mejor que uno.

Después voy a Radio Aguilar a hablar con G. Aquí es obligado un regalo de los del “lote de autor y prensa”. Se lo dedico y le ha gustado. Buena chica y buena profesional. No teníamos demasiado tiempo y quedo en que ya hablaremos para presentarle un pequeño proyecto. Quiere entrevista para el libro y se lo agradezco. Pero le digo que primero lea al menos uno de los relatos. Claro está: me interesa mucho la difusión por la radio. Aquí y en Palencia, con lo cual tendré que bajar y/o enviar otro par de recados a periódicos y radios. Y a mis amigos escritores, por supuesto. Con alguno de estos quiero verme en persona, porque son inmejorables embajadores. Buscaré un día para dedicarlo a ello.

Y leer, ¿qué?  Pues he sacado un buen rato antes de salir al café y después ya no he tenido tiempo para más. Me comprometo con el editor JH a escribirle un texto breve sobre el “Laocoonte…”, de GRP. Me ha gustado sobremanera, de lo mejor que he leído en el sello. Un texto al margen de lo convencional del mundo literario, autónomo y singular. Una locura (literal) convertida en lenguaje. No es muy largo, o sea que lo voy a releer porque he perdido las notas que tomé en algún papel suelto. Este ritmo es la madre que lo parió. Pero no esperaba que el Jefe me pidiera una opinión escrita. Preferiría haber hecho un breve como lo hice con el del maestro JC para el Diario Montañés, recién leído y cuando está fresco. Sin embargo, esto otro tiene la intención de animar al escritor, entiendo, y motivarle a que se meta con nuevas cosas. Curiosamente, le he comentado al editor que tengo la impresión de conocer a este tipo desde hace cuarenta años, en Cabezón, con motivo de una exposición de pintura en la casa de cultura del parque de san Diego. Me juego algo.

Ir pensando en las fechas para presentaciones oficiales tanto aquí como en mi pueblo. Y creo que voy a tener que meter tiempo en buscar la fórmula para mover la agenda y avisar a gente en cada sitio. En la medida de mis posibilidades, claro. En definitiva, mucho traqueteo para poca cosa. El caso es ocuparse y no encerrarse con la pena a solas. Pero, lo dicho: ¿cuándo leer?, ¿cuándo escribir?, ¿cuándo follar? ¿cuándo la bici? De momento, hoy me ha permitido un garbeo con la burra gorda, pero bien abrigado contra el airón de esta imaginaria Villaventosa. Y mañana me toca con las chicas de la Cruz Roja. Tengo pensada una charla que van a alucinar… Y contigo, ¿qué hago? Estoy viejo para el amor. Me da mucha pereza moverme de casa. Ni siquiera para quemar el último cartucho. Eso sí, alguna vez de guindas a brevas… ¡Estopa!


23/04/24

Atacao desde ayer hacia la hora de comer. Me envió un guas mi editor con la foto del “Bicho” recién llegado. ¡Qué bonitísima edición! Me puse como un flan y se descojonó de mí por esa impaciencia de niño que no supero, porque tendría que esperar a que llegase aquí el distribuidor. Total, que me dijo: No hay cojones… A que no te vienes a tomar café conmigo y te doy tu lote y hablamos. Dicho y hecho. Me zampé a matacaballo un táper y una fruta. Y en hora y cuarto estaba en la casa de las palmeras como un mialma. Sin correr. Villanueva estaba radiante de soles y verdes, aunque también allí hacía fresco. O sea, a la hora de la cena estaba de vuelta con mi tesoro. Me he adormilado con el ejemplar apoyado en la almohada. Hasta que me he desvelado y lo he colocado en la mesilla. Maravilloso, tú.

Hoy, también sin resuello. Pota de fabes con costillas para cuatro días. Cambiar en booking las fechas de estancia en la Posada, en Pío XII. Divino, porque me resulta comodísimo y rapidísimo moverme arriba y abajo por la línea 9 de metro.  He podido, con solo alterar un día la llegada. Por fin, estaré del uno al cuatro de junio. Firma y caseta, el uno hacia media mañana, que confirmaré cuando actualicen la página de la feria.

Paso por las librerías de aquí pero todavía no ha llegado el distribuidor. Ya ha corrido un poco la voz, porque en la plaza hay actividad por el día que se trata (y en el pueblo, merma de gente que habrá ido a Villalar, supongo) y alguien me pregunta por el mío. Espero vender una parte antes de las presentaciones oficiales. Piña y Aguilar (en este orden, me he empeñado). Pero esto tengo que comenzar a moverlo. También, ya confirmados los días en Valladolid, Burgos y Medina del Campo.

Tengo tanto que leer que a veces me levanto un rato de la cama, a media noche, con esa preocupación. Y lo intento una hora hasta que se me caen los párpados granulosos, como llenos de tierra. Luego, durante el día, todo son gestiones porque estoy solo frente al peligro, como Gary Cooper. Pero feliz. Eso sí. Ahora bien, justamente en esta temporada no tengo tiempo para nada ni para nadie más. Y la combustión avanza en mí deprisa, pero más en la otra parte. No sé si podré salir ya del lío. ¡Qué malo es el cuerpo! ¡Cómo te traiciona! ¡Qué goloso! ¡Cómo aúlla!


21/04/24

Liao todo el santo día, sin tiempo siquiera para abrir el periódico. Cuando están aquí los chicos, tienen prioridad completa. El Chico se ha largado pronto al norte de León, a una ruta de esas que consisten en hacer marcha escalando paredes y cruzando puentes que se balancean sobre simas insondables… Mejor no pensarlo. Ha llegado a las seis de la tarde. Y la Chica, enfadada porque no pudo salir anoche con las amigas debido a unas anginas, ha aceptado mi invitación al vermú para probar el coche con la batería nueva. Hasta el campin, donde nos hemos encontrado con mis buenos amigos JLV/CM y nos hemos plantado en las dos de la tarde sin hacer la sopa del cocido. Vuelta a toda prisa y lo hemos resuelto bien pero a deshora. Coladas tendidas y recogidas a las siete de la tarde. A matacaballo. La niña avisa que ya está en León y el niño sale hacia Pucela a las ocho. Recojo la casa para que todo esté ordenado en el orden ordinario. Y al ordenador. Tranquilo. Un ratín. Este.

Otro compromiso con las chicas de la Cruz Roja (media de setenta y cinco), pero no puedo excusarlo porque es gente conocida y cariñosa. Me apetece también esta charleta para el próximo jueves. Se conoce que se ha extendido mi fama de superseductor de la tercera edad. Escritor, muy simpático y ameno. Me reclaman. Arraso. No quisiera que mi labor pública de colaboración se ciñera a lo social asistencial. Ojo. No sé cómo me las apaño. Dejaré que se acerquen a mí y toquen mi sayo.

V. me pone. Descarnadamente. Ya se ha dado cuenta de mi codicia. Y sonríe. La vida reclama. El amor cruel. Aur, aur… desperta ferro. No quiero ni pensarlo.


20/04/24

Me resultó gratificante la charleta con los del CEPA Pisuerga. Muy buena organización por parte de la monitora y cariñosísima la gente. Como el asunto elegido, que titulé “El valor del libro, daba un giro a lo esperable, esta sorpresa hizo su efecto y quiero creer que lo disfrutaron. Porque en realidad hablé del objeto como industria y negocio, y no solo como producto de creación artística y cultural. Así pues, tampoco de mi obra sino de mi experiencia hasta llegar a publicar, remitiendo a constantes ejemplos. Repito, gustó.

Inmediatamente después vino la sorpresa cuando fui a salir hacia León con el coche de la Chiqui y lo encontré con la batería descargada. Tuve que ir con el mío a recogerla y llegué justo a las tres, cuando ella salía del hospital. Pensábamos comer por el centro y regresar a media tarde. Pero también el plan se trastocó cuando al llegar me dijo que estaba tomando un aperitivo con sus compañeros y que me reuniera con ellos porque querían conocerme.  Y así lo hice en un León que estaba echado a la calle porque hacía una temperatura para ir con niqui.

Total, que la cosa se lio y nos encontrábamos tan a gusto que rematamos pasando la tarde con algunos de ellos, responsables de la Chiqui en el servicio. Y me interesaba mucho, claro, preguntar y observar. Gente de una inteligencia, de una simpatía y un cariño que no me extraña que mi chica se encuentre en la gloria allí. La vi feliz, autónoma, con personalidad y madurez que me recordaron a su madre. Lo aprecié muchísimo. Y me encantó ver de cerca a extraordinarios médicos y magníficas personas. Naturales y muy humanos. Ole Lo pasé en grande. Cuando llegamos a Aguilar de vuelta eran más más allá de las diez.

A las seis ya estaba preparando una tortillona para los bocadillos. Ocupo esta mañana, mientras mis dos lebreles han salido a una ruta de montaña con amigos, a resolver el cambio de batería del coche de la niña. Por suerte, he podido solucionarlo teniendo en cuenta que es sábado.

Hacia la hora de comer me comunico un largo rato con mi querido editor, JH. Muchísimas novedades. Entre otras, que la firma en Madrid será el primero de junio por la mañana. Me habla de ciertos autores publicados recientemente. De algunos me lee párrafos escogidos, y le digo que está consiguiendo un nivel en Valnera Literaria muy encomiable. Una pequeña editorial que crece publicando grandes libros, también en esta línea de narrativa contemporánea. A continuación, me cuenta que tenemos cita en Burgos y Medina del Campo antes que en Madrid. Y que mi “Bicho” sale la semana que viene. O sea, que estoy feliz. Moveré en lo posible mi agenda para que de nuevo pueda reunir a un grupo de buenos amigos en los madriles, que es el día grande. El que no figura allí… Y además hay que firmar. Es la visibilidad de la feria. La escenificación del escritor que escribe y vende. Yo tengo un puñado de fieles y con esos he agotado la primera edición prácticamente completa. Vamos al siguiente reto. A seguir manteniendo la confianza del editor. Y a seguir escribiendo. Escribiendo bien. Os espero. No me falléis. El libro en vuestras manos… leyéndome. Esa es mi gloria.


18/04/24

Me llama a media mañana mi gran amigo JLC, mi bro. Es para decirme con mucha pena que ha muerto un buen amigo común y excelente persona, a pesar del esporádico trato que en mi caso hemos mantenido por circunstancias obvias de vidas separadas por la distancia. Aunque lo había visto en ocasiones en Piña, por tener allí cuñados a quienes también aprecio mucho desde siempre, no entramos en relación más cercana hasta que colaboramos en unas cuantas actividades culturales con el grupo que formó y organizó siendo alcalde mi querido JLC.

Participamos juntos, sobre todo, en recitales de poesía. Él, Francisco, era un muchacho que se manejaba muy bien con la guitarra y que cantaba además con voz y estilo aflamencados de mucho sentimiento. Se le veía el corazón grande asomando a su boca. Sin embargo, era hombre tranquilo, noble, humilde y cordial (así lo veía yo); o sea, un hombre completo, de evidente grandeza de la que no presumía porque la llevaba con naturalidad como una bandera invisible. Y los demás lo percibíamos.

Muy dispuesto y colaborador, se hacía querer, como me sucedió a mí al poco tiempo de conocerle. Participamos juntos por última vez con ocasión de uno de esos homenajes al poeta Miguel Hernández, en el que él estuvo a la guitarra y su cuñada SQ puso el cante. Muy bonito. Lo evoco ahora (con una lágrima) buscando en el móvil las fotos de aquella velada.

No me atrevo a decir hoy si fue premonitorio, pero tanto JLC como yo hemos recordado, al hablar esta mañana, que el día de la actuación a la que hago referencia nos quedamos a cenar en Renedo, donde se celebró, y él no quiso entretenerse alegando que no se encontraba del todo bien. Fue inmediatamente después cuando supe que enfermó de gravedad. Posteriormente he tenido noticias de altibajos, pero estaba en la idea de que se había recuperado. Y ahora, esto…

Adiós, amigo Francisco. Y, como eres músico, una última petición de corretaje ya concluido el concierto: No olvides tu guitarra y cuando cruces la niebla del tiempo y entres en la claridad absoluta, pregunta entre las almas por una tal L. Montero. Dale recuerdos y dedícale una canción de mi parte. Haz el favor.


17/04/24

También hoy me surge un doble compromiso. Aunque la tertulia mañanera ha sido corta, me topo después en el súper con JCA, buen colega desde mis tiempos de concejal. Su ayuda me salvó el pellejo en los momentos más difíciles de los problemas con el festival de cine. Sin motivos ni materiales ni ideológicos, se comprometió con valentía e independencia a sacar adelante una actividad que corría el peligro de morir en aquel momento. Y pudimos salvarla, como lo demuestran los hechos hasta hoy.

Por esta razón, siempre que me encuentro con él tomamos un café y charlamos un rato de su vida, que tan pronto se mueve por Londres, Ecuador o Madrid. Es un tipo inteligente que ha sabido buscarse la vida como autónomo de la comunicación. Y puede sorprenderte con sus conocimientos sobre aspectos tan extraños a mi mundo como los drones. Hoy me ha contestado con rigor a preguntas que le he formulado sobre esto, pues me interesan las noticias de prensa que hablan de estas armas en las varias guerras actuales. Y es que también fue militar profesional durante un tiempo. Tipo atrabiliario con muchos y generoso con unos pocos. Un tipo singular que me cae bien.

El otro encuentro por la tarde ha sucedido volviendo del paseo y dirigiéndome a la óptica. Allí andaban mis excompañeros MO y LG, que comenzaban su paseo vespertino. Me han invitado, pero lo siento mucho, como decía ayer, para mí es tardísimo después de las cinco. Mira que me llama la atención y es tentador pasar un buen rato con estos dos, pero sé que volaría la tarde y quiero hacer lo mío. Disciplina. Digo que otro día, que hoy ya no es hora. Para mí. Claro que cada cual llena el ocio como le peta.

Por fin, en la óptica me dicen que las gafas para leer de cerca tienen una lente desajustada porque la rodea un hilo de nailon y se ha partido. Se me cae sobre la mesa como si se me desprendiera un ojo. Y no puedo estar sin ellas porque las progresivas que uso habitualmente y no me quito nunca, se me deben de estar quedando cortas de graduación. O séase, voy a tener que pasar por el optalmólogo y reponer cristales.

Reflexiono. Sí, los ojos envejecen, aunque nadie lo crea. Aunque nunca se cansen de llenarse de belleza. La diferencia es que un ojo joven contempla siempre la opción de poseer esa belleza; uno es viejo cuando comienza a renunciar al mero intento. Sin embargo, hay una ganancia en la manera de ver con la edad que es justamente lo contrario de lo anterior: sentir con intensa nostalgia la desposesión hasta provocar la vivencia del pasado…

Por ejemplo, yo mismo, hace un momento revisaba algo dentro de un libro poco consultado y de repente han aparecido allí tres vestigios que ya estaban extraviados y dormidos desde hace muchos e incluso muchísimos años. Un recordatorio del día de mi primera comunión con dibujo infantil de líneas y colores muy bonitos, del diecinueve de mayo del sesenta y seis (¡tela!). Además, una mención honorífica o especie de vale que concedían en el colegio periódicamente cuando se tenían buenos resultados. Y, ¡qué curioso!, cinco tarjetas anónimas enviadas por san Valentín, redactadas en francés y entregadas por el profesor de esta asignatura (creo recordar). Venían en sobre cerrado. Por supuesto, notas humorísticas. Menos una, sorprendentemente, que era una declaración amorosa. Y yo sabía a quién pertenecía. Y sabía que iba en serio. Esto es la nostalgia: saber que también uno fue el objeto de unos ojos. Y más aún: ya no recuerdo de quién se trataba. Pues el tiempo se lleva a quien amamos y a quien nos amó. Palabra.


16/04/24

Me da rabia, hombre, porque hasta la diez de la mañana he tenido tarea y se me ha pasado dar el aviso a los quintos en el guas por el cumpleaños de DA. Al comienzo del foro me responsabilicé de este cometido y desde que he cambiado de móvil me surgen problemas para localizar cada onomástica. Antes salía un mensaje en pantalla a primera hora y en cuanto yo daba la alarma se sucedían todas las felicitaciones. No he cogido todavía el truco en esta agenda nueva para que el aviso salte a tiempo. En fin, volveré a mirarlo y eso lleva su tiempo. Al menos, para mí.

Ya se ve que un sol despejado no quiere decir un día cálido. Al contrario, a primera hora se nota el fresco y en el paseo de la tarde más. Realmente se necesita abrigo. Dicen que van a volver lluvias y bajada de grados. Por tanto, estamos otra vez con con tapón en las narices y con los mocos hirviendo. Lo único bueno es que este solito a través de los velux me templa la casa y no necesito calefacción.

Decido dar una vuelta aunque breve. Tomo rumbo al Lupa de la salida y al pasar por donde Tt le veo a través de la ventana. He tenido que entrar a tomar un café (lo disfruto, claro) y después de acompañarme hasta casa él ha continuado el paseo. Soy un poco rígido en mis planes, lo sé, y a veces no me merece la pena, pero si no me exijo emplear media tarde en el estudio, perdería el hábito y me relajaría hasta desocuparme y olvidarme. Mientras pueda, tengo que intentar sacar estas tres o cuatro horas. Regularmente. La mañana, lo tengo comprobado, es que es un visto y no visto. Dos recados y poner unos topes en las persianas, total, nada. Pues se me ha ido en el aire.

En casa de Tt/M ella me confirma lo que, por otra parte, también NB me había advertido sobre el último libro de AMM. Es sabido de este escritor: inmejorable prosa en la página y pesado a carrera larga. Además, NB me detalla una forma de escritura sin puntuación, que yo considero en este momento un tanto desfasada. Sinceramente. No estoy para ese esfuerzo. Veo que es un libro de extensión media, pero no me estimula de entrada en el sentido de que no comprendo lo que puede aportar de nuevo a su obra. Debo dejar cosas atrás. Debo desprenderme. Pasar.


15/04/24

¡Qué noche más malona, coño! Veinte veces me he despertado con la nariz atacañada, como si los cornetes fuesen morcillas bien rellenas. Ni una gota de aire pasaba, copón. O sea, arriba, al sofá, a leer un rato con los ojos también salpicados de tierra y los pies con hormiguillo, como cuando de chico subía a la panera de casa y descalzo me hundía hasta media pierna en el montón de cebada. Pues lo mismo. Ni incorporado, ya digo, conseguía despejar los ollares. Por lo menos dos horas hasta que han cedido un poco y he vuelto al sobre.

Yo creo que tiene que ver con los cambios bruscos de temperatura y el consiguiente salto de diez o doce grados menos de un día para otro. El tiempo revuelto engaña al organismo. Estoy seguro de que ya habrá concentración de polen en el aire y seguro que en el paseo me lo he esnifado todo. Hoy, en cambio, iba en chaleco y notaba fresco. Me temo que vamos para atrás de nuevo. Así no hay materia humana que no se resienta. No me extraña que las estadísticas demuestren que muere más gente por efecto del cambio climático. Desde luego, sin dormir a modo, vas al hoyo echando hostias.

Por cierto, que me ha salido arriba un palabro esguevano: atacañar. Pienso que en mi caso es aprendido por la línea materna, transportado desde los villarramieles o los villorquites a la Esgueva. Atacañar es llenar un hueco hasta no caber más, como prensado, que no entre ni una brizna siquiera. Creo habérselo oído a mi madre en cierta ocasión, también de niño, en que dijo que mis primos los de los Orencios habían atacañado a un piri que tenían cebándole con garbanzos (cocidos, claro), pero obligándole tanto que le atragantaron hasta ahogarlo. Un auténtico abrazo de la muerte: en vez de morir de hambre, morir reventado de tragar. Y me cuadra la historia.

En la mañana, enlazo las dos tertulias. Al final me quedo un rato con NB, que me aconseja un poco sobre ejercicios de fuerza, porque de esto sabe un rato. He encontrado unos pocos en internet y me parecen sencillos y no muy costosos. Para empezar, me ha dicho N. que está bien. En fin, tendré que hacer algo hasta que se vayan poniendo los días propicios. Porque es verdad que un paseo repetido en tiempo y esfuerzo termina por no hacer efecto. Tengo claro que, aparte de lo que hago a diario de tipo intelectual porque me gusta, debo procurar otras dos actividades ordinarias: socializar y ejercicio físico.

Aunque sea un rato medido a cada cosa. Porque tampoco me conviene meterme con grupos que me comprometan demasiado. Por ejemplo, hoy me he encontrado con los de la marcha nórdica, que me llevan invitando mucho tiempo a sus salidas una vez por semana. Pero se tiran toda la tarde y eso a mí me parece que está muy bien para quien no tiene preocupación por leer y escribir un rato largo todos los días. Últimamente no pido mucho: unas tres horas al día, puesto que la práctica me va demostrando ya con toda claridad durante estos dos últimos años que las ocupaciones materiales no me permiten más. Tengo que plegarme a la realidad. Le digo a NB que mi nivel de lecturas ha descendido en gran manera. Y ambos convenimos en algo que vengo reflexionando muchas veces: que durante toda mi vida y especialmente en los últimos treinta años, mi pasión por la literatura fue un tiempo regalado. Por Alguien.


14/04/24

Movidito, el día. Entre coladas y comidas y una visita inesperada de unos amigos de Cabezón, que me han demorado hasta las tres de la tarde. Venían a vender una moto, literalmente, a uno de un conocido bar de aquí. Cuando me han llamado por teléfono estaban subiendo al castillo por hacer tiempo hasta encontrarse con el susodicho, así que cualquier horario razonable no regía. Pero me lo he pasado muy bien con VC, que sigue (o lo parece) con la chispa de hace cuarenta años. Como el plan que traían no daba para más, nos hemos comprometido para una quedada en este mismo local cuando comience a organizar los conciertos de invierno. Se alojarán en mi casa y la única condición será que yo no pasaré de las dos de la mañana ni me pondré tibio a beber porque el cuerpo ya no lo resiste. En realidad, saben muy bien que nunca aguanté una docena de cubatas, que todavía hoy es normal en ellos, y también saben que esta es la razón por la que no voy más a visitarles en su pueblo, pues tendría que pernoctar para no conducir de vuelta. Y a poco que bebiese estaría asegurada una semana de cagalera. No. Ya no.

Por la misma razón, he lamentado no poder salir en la burra con la tarde que hacía. Esperaba al Chaval de vuelta de Santa y me he quedado sin ese intervalo de tiempo para mover las patas. El Chico venía cansado pero ha dormido ocho horas, con lo cual ha cargado un par de táperes y un bol de fresas, ha recogido la maleta y ha salido para Pucela. Según dice, todavía el finde siguiente nos veremos y es posible que también venga su hermana. Si no tengo que ir a buscarla con su coche. Hablaré con ella. Total: de hijos, todo estupendo. Van y vienen. No me quejo. Creo que he llegado al momento en que realmente tengo total confianza en que saben gobernarse. Ahora, sí. Estoy orgulloso. Como lo estaría Alguien. Misión cumplida.

Cuanto más deprisa voy para recuperar, peor. Ni el periódico he podido leer a gusto hoy, me digo. A ver si al final de tarde… Y mientras estoy centrado en estos garabatos y otros con los que me entretengo a diario, llega la avería. No sé dónde coños he tecleado o adónde se me han desviado los dedos que, repentinamente, la impresora se ha puesto en funcionamiento sin haber dado la orden consciente y ha comenzado a imprimir este archivo que es una parte de mi diario. En concreto, mil doscientas cuarenta y cinco páginas. Así, como suena.

Me he puesto nervioso y, a punto ya de echar mano de una porra de madera maciza de esas que llaman “quitapenas” (y que no recuerdo ni por qué ni desde cuándo la tengo de inútil adorno en mi estudio), he conservado la sensatez mínima para detener la lengua de lava que salía en forma de folios… Hasta que, afortunadamente, he detenido la catástrofe cuando ya se habían vomitado veintisiete fotocopias. Gracias al bendito cielo. Ni un cagato.

Alguien debe de haber premiado mi continencia, porque al regresar con el artefacto a su lugar de reposo en el fondo de las estanterías, he recuperado al tacto un bellísimo mural, muy amplio, enroscado en su funda de plástico y sin desprecintar aún, ¡del viaje de novios a Italia! He preferido mantenerlo así, en su presentación original. Y me he preguntado conmovido por qué razón no lo enmarcamos en su momento, como hicimos con todo lo demás de este tipo que compramos allá.  ¿Nos despistamos? No lo voy a tocar. Treinta años hizo el día nueve pasado. Me pilló en Santa. Yo sí me despisté de la fecha. Así es la vida o así soy yo. A veces no vemos lo que más nos importa aunque esté ante los ojos. Como este mural de la capilla Sixtina. Que ya no abriré jamás. Total, quizá ya no haya nada que ver.


13/04/24

El pájaro debió de llegar sobre las dos. No le sentí porque me pilló sopa. Y eso que por la mañana he observado que se tapiñó un bol con sopas de ajo que me habían sobrado. Le digo que estaban recias, ¿eh?, y me contesta que tuvo que añadir un poquito de cayena. O sea, fuego. Eso me ha dicho esta mañana y debe de ser cierto porque no se ha levantado tarde. Marchaba para Santa a reunirse con unos amigos. Le prevengo que siempre dejo allí existencias, que mire, pero se adelanta a explicarme que cuando queda con esos colegas de los tiempos de estudiante ya es un clásico pillarse unas tortillas en el Manila. Variedad y calidad de lo mejor de Santa. A dos pasos de casa. Ya lo sé. También yo las he probado con la Chiqui. Finalmente, mientras desayuna, anoto en el calendario y a su dictado dónde va a estar cada uno de los findes que va a faltar. Por aclararme.

Ayer lamenté venirme porque estaba de esos días espléndidos para iniciar el paseo a pie desnudo por la playa. Principio de temporada. Otro rito anual que nos encantaba. Cuatro largos de un extremo a otro de las dos playas del Sardi. Este me temo que nuevamente tendré que recorrerlo acompañado de mis pensamientos. Lo haré, sin duda, pero procuraré no despistarme y combinar bien los días en que tengo alguna obligación, de aquí a la feria de Madrid. O algún otro interés como, por ejemplo, la programación del Centro Cultural doctor Madrazo, que cada año tiene mejores charlas de especialistas sobre la cultura en Cantabria, varias de ellas sobre escritores. Ya he cogido la programación y me lo he apuntado en el calendario del móvil. Esos días tengo que estar en Santa como sea. Es un ciclo buenísimo que se titula “La palabra habitada”.

JH me informa por guas de que seguramente la presentación del Bicho en los madriles será la segunda semana de junio, pero que aún tiene que confirmarlo. A mí eso me urge especialmente, pues el año pasado me quedé sin una reserva.

Paso media tarde entre brujuleo y mosconeo intentando situarme en una zona ideal, que para mí sería Moratalaz, junto al metro Estrella, o en Pío XII, como el año pasado. Pero no se encuentra alojamiento fácil por menos de ciento veinte pavos. Eso lo tengo claro. Y algún día de la feria se puede estirar a ciento cincuenta. Tres findes son nueve días. Echa cuentas… Ahora bien, lo que más me interesa es si hay plan. De escritores, me refiero. Y eso solo lo sabré cuando abran la página web con las firmas y también después de llamar a algunos colegas. Además. quedo un día, como siempre, con los amigos de Informática. Este año propondrán ellos dónde comer. En recuerdo de Alguien. Un precioso homenaje que pretendemos mantener.

He rodado como un campeón, durante una hora, con la burra gorda. He subido a Gama y luego me he desviado también por la tachuelilla hasta Villaescusa, con retorno bajo el puente que une el Lucio y el Camesa para caer de nuevo a Villallano. Esa ruta es moderadamente exigente para comenzar. Sin tránsito. También sin prisas. Pero iba respirando como un machote y me sentía bien. Tengo que procurar mantener una hora y media de aquí en adelante. Los días que me vaya permitiendo el tiempo. Merienda con fruta y un bol de fresas de estimulante color y sabor. Alma y cuerpo. Afrodisiacas. Y después, a trabajar, a leer un poco de historia de España por el día que se celebrará mañana. Lo pondré en el Ínstagram. Y a seguir.


12/04/24

Una pena haber tenido que regresar hoy. Pero sabía que el Chaval piensa pasar el finde en Santa y me temía que nos cruzásemos en el camino. Ha parado en Aguilar al dentista y no marcha hasta mañana. Es por charlar un mínimo, por calibrar cómo está (una función propia de padres), ahora que la novieta anda fuera, en Francia. Le veo bien, es sano, práctico y optimista. Por fin, me cuenta de paso que el próximo mes casi seguro que no nos veremos porque tiene una serie sucesiva de viajes (novia y amigos). Me parece bien, de toda lógica, es su vida. Por tanto, he acertado buscando este breve lapso para cambiar impresiones. Me queda contactar con la Chiqui, y si es posible chatear un ratillo por el guas. Con esto me conformo y me tranquilizo. No exijo mucho, pero me gusta seguirlos de largo.

Con veintidós grados a las once, apetece doblete de café. Ya lo tengo por costumbre de otras ocasiones y me alargo del Picacho hasta La Solana, que tiene también muy buena terraza cubierta. Frente al campo de césped artificial y a la altura del ascensor que baja a la Pila. Así que termino de leer aquí la prensa, que hoy viene cargada. Me tomo su tiempo a placer. Soy un feliz jubileta. Menos en la cabeza, me agrada el sol picante, comenzando por los brazos y la cara, que enseguida se me ponen morenos. Con esta satisfacción me he plantado en las doce y pico, cuando he vuelto a casa a continuar con mis lecturas. En niqui. He estrenado uno de los que me ha comprado la Chiqui. Más chulo que un ocho.

Leo la noticia en el Diario de Valladolid sobre la presentación del libro de DA, en una librería de la ciudad, mañana. Me interesa saber la opinión del autor y la del periodista que enjuicia su obra. Creo que ambos cargan demasiado las tintas en el aspecto social. Yo no veo exactamente esto en los relatos que voy leyendo. Pero me sirve de guía para formar mi opinión. Hago propósito de que mis notas no se extiendan más allá de diez minutos. Como mucho. Se trata de una presentación. Que se explique el autor. Es lo suyo. Por mi parte, me quedaré en retaguardia por si no se anima el público. Esto no es Pucela.

En cuanto he llegado aquí he abierto la casa de par en par, pues después de casi una semana se mantenía destemplada. Veintisiete grados en Aguilar, en estas fechas, no solo es extraordinario, sino anormal. Es un tiempo tan anómalo que anticipa una crisis gravísima del clima. La Unesco dice hoy en el papel que Europa se calienta dos veces más rápido que el resto del mundo. El globo va a explotar. Somos los últimos humanos sobre el planeta. Por mi parte, no puedo desaparecer sin un testimonio singular. También universal. Algo que, en último caso, al concluir de los siglos, cuando la bomba de hidrógeno se agote y se apague, cuente que todo esto no fue inútil. Que mereció la pena por Algo. Por Alguien. 


11/04/24

Ocupo media mañana de marujeo en casa (suena feo decirlo así), pero no me queda más remedio si quiero tener esto un poco decente. Porque estos chicos míos, lo justito. Eso sí, como mi menda en otros tiempos, hay que reconocerlo. No se trata solo de mantener el pisuco económicamente, que sale a cuatro pites del contador cada estancia aquí (tampoco barato, ¿eh?, que Santa calca en la contribución); me refiero sobre todo a la conservación de un sitio donde no se vive y esto supone cada día observar y corregir pequeños deterioros. Una casa cerrada, ya se sabe, es una catástrofe en movimiento. Como pasa en Piña, solo que allí lo atiende Mon (de lo contrario, no sé en qué terminaría el casulario). Y luego están los cuidados de la limpieza, que es lo que más jode con diferencia.

Pues bien, me ha tocado hacer dos lavadoras porque ha acompañado un tiempo buenísimo, y lo terrible ha sido pasar la aspiradora por todos los rincones. Comenzando por desarmar el cacharro, en el que ya no cabía más mierda y corría el riesgo de estallar. Lo que he vaciado ha sido el pelaje de un animal prehistórico. Solo el hecho de poner en orden en la terraza entre la selva de macetas, ha sido una experiencia al límite. He desechado tres tiestos secos como momias. Parece que ha quedado vaya.

Voy a parar por la tarde a la plaza de Pombo y allí me zampo el primer Regma de la temporada. Pido crema tostada, que era el que más le gustaba a Alguien. En homenaje a tantas tardes en que competíamos entre risotadas y aspavientos para no dejar llegar al suelo las escurriduras que enseguida derretía el calor veraniego. Siempre me ganaba. Soy demasiado torpón para salir ileso de alguna mancha: en la pechera, en el pantalón o en las zapatillas (en los tres). Aclarábamos las manos en la fuentecita de la plaza y tomábamos rumbo al ascensor de Río de la Pila. Lo mismo que hoy. Repito el ritual. Y me doy cuenta de que deambulo más que paseo. No avanzo porque vuelvo la vista y busco detrás de mis pasos. Todavía siento que me quemo por dentro. Es la misma catástrofe que la de una casa vacía. Es la vida desarraigada. Una herida.


10/04/24

Todo el día despejado que nos regala un sol y una brisa suaves, ideales para despertar con buen humor, en cuanto subo la persiana y todo se inunda de claridad en estas alturas del pisuco. Vivir arriba tiene problemas pero también su beneficio. Aprovecho porque estos chicos míos habían dejado un cubo repleto de ropa sucia y yo andaba pendiente. Lo tenía ventilado y seco a media mañana. Algo ha quedado, pero menor. Veremos si mañana.

Durante el desayuno me adelanto a poner un guas a mis amigos EM/IG, de Torrelavega, preguntándoles si habrá café a la hora y en el lugar de siempre. Pero enseguida me contestan que van camino de Valencia con la familia. Otro día será. Había sido previsor, lo cual me ha valido para salir pronto al café con periódico en el Picacho. Luego sigo con los relatos de DA. Ya voy promediando. Tengo todavía un mes y, me digo, la presentación no exige más que diez minutos de generalidades y pasar la palabra al interesado. Tampoco supone demasiado trabajo.

Informado por mis vecinos C/J, entrañables nonagenarios, compruebo que, en efecto, mi vecina del quinto tiene abandonadas completamente todas las flores de su terraza. Todavía la última vez que estuve, a finales de febrero, era un primor de rojos el de los tiestos que rodean sin espacio apenas entre ellos todo el espacio disponible. Claveles, sobre todo.

Ya la han llevado a una residencia, me dicen. En voz baja. Sin despedirse de nadie, me dicen. Sé que ha vivido aquí cincuenta años. A mí me tienen que sacar de aquí con los pies por delante, me dijo ella misma cuando nosotros llegamos a la comunidad. En efecto, no ha podido bajar por su propio pie. La vida nos alcanza antes o después. Siempre con la impresión de que hay muy poquita diferencia entre unos y otros.

El Diario Montañés recoge noticia de una escritora afincada en Cantabria, SI, de la que he oído hablar algunas veces. Dedicada sobre todo al libro infantil, dice el Diario que ha escrito ciento veinte libros ilustrados. Multitraducida. Un prodigio. Pero a mí me parece que no puede ser.

Han sido dos horas largas de paseo magnífico. Me apetecía. Me he cansado con gozo, hasta el punto de que he parado a tomar un café en la terraza frente a las Mercedarias, que a la salida de la tarde está muy concurrida.

Todo ese circuito completo también es un viaje espiritual. Primero, porque me gusta subir por la alameda de Oviedo hasta Cuatro Caminos, la antigua entrada, y girar por Camilo Alonso, que toma nombre del capitán de los nacionales que me recuerda a mi abuelo porque le examinó de cabo.

Después, dejo al paso La Salle (otro día con menos prisa entraré en el patio y el jardín), que visité por primera vez con diecinueve años, invitado al viaje de apostolado que hicieron dos amigos de entonces, el que era director del colegio de Lourdes y el que hasta hace poco ha sido obispo de Valladolid y hoy preside la Conferencia Episcopal. Como anécdota diré que paramos en el colegio de la orden en los Corrales de Buelna y dormimos en una pensión, cuya habitación de tres camas evoco como si fuera hoy y en la que por todo rezo les recité un salmo, pues me parecían tan poéticos que en aquella época yo me sabía unos cuantos de memoria.

En tercer lugar, el larguísimo paseo de General Dávila siempre aparece balizado en mi memoria por diversos hitos en el camino que hacíamos con mucha frecuencia durante aquellos años de un tiempo maravilloso que nos regaló la vida. A Alguien y a mí. Podría señalar dos docenas de paradas singulares desde el restaurante la Radio hasta la tienda de la Nati donde comprábamos gominolas. Baste con estos dos para no remover más.

Cuando llego a casa me asomo desde la cocina y extiendo los ojos a lo lejos, comprobando que a media tarde está baja la marea. Cuando me he asomado esta mañana he comprobado que había pleamar y las olas se estrellaban contra el dique de contención al final del paseo marítimo, justo frente al hotel El Chiqui. Y pienso con frecuencia que ya va llegando el momento de salir una mañana poco antes del amanecer, entre dos luces, para llevar hasta aquel lugar apartado y discreto las cenizas del amor. Que van pidiendo su destino final. El viento y el mar.


09/04/24

La humedad me va bien, ya lo sé. Duermo a pata suelta. Y sobre las diez ya me encuentro en Castelar, donde la compañía de la luz. Está todo, me dice la rubia (No, no está, pienso para mí. Falta acogotarte). Cuando termino el trámite, entro al lado en un bareto que me gusta mucho cuando hay libre una mesa desde la que merece la pena desayunar tranquilo, con vista parcial pero muy bonita a la bahía. Esto lo descubrí después de. Ya solo. Qué pena. El bar también tiene un poético nombre y solo por eso lo elegiría: Entremareas.

Con los ojos perdidos de entusiasmo a través de la cristalera, pienso que la belleza siempre está ahí, agazapada, esperándonos. Y a pesar de mi melancolía se enciende ese momento matutino y mágico en que me engaño tres segundos diciéndome que todavía se puede ser feliz. El día despejado deja ver allá a lo lejos los arenales de Somo y Pedreña. Más acá, al otro lado de la calle, tapa parcialmente un arco más amplio la cúpula del Palacio de Festivales. Luego, de vuelta, me detengo un momento y no quiero comentar ahora lo que siempre pienso de ese pórtico enmarranado de óxido por el uso de esos aceros modernos. Mejor, para otra ocasión. No quiero que me distraigan el buen cuerpo que me oxigena el paseo subiendo por una calle de nombre curiosísimo: Al Gurugú. Es un atajo con sucesivas escaleras eléctricas que te dejan en nada en el Alto de Miranda.

El cambio de lugar favorece la renovación de ideas, no hay duda. Y la creación. Distraigo la mente con retazos de argumento para nuevas historias. Dejo constancia de algunas en el cuaderno chino. Me salta un guas.

El editor me cuenta que todavía han corregido algún gazapillo. Él mismo reconoce que incluso el mejor de la profesión debe dejar una errata como mínimo. Me habla de cómo va a quedar la cita, solo que por cuadrar los pliegos de papel tiene que compartir hoja con un titulillo. No me convence, pero el espacio es algo que le incumbe especialmente y prefiero que tome él la última decisión. Como también sucede lo propio con la contraportada. Cuando le pregunto me manda foto y compruebo que no ha modificado la idea inicial de tomar unos párrafos del prólogo con la firma de JC. Me detalla las palabras clave que contienen para enganchar al lector. Es cierto, pero yo desearía unas palabras personales suyas como editor. Las del maestro JC ya están en el prólogo. Finalmente, comprendo que es su trabajo y se juega sus perras. Le digo que adelante. En realidad, es una cubierta que la soñarían muchos profesionales del libro. No puedo pedir más. Subo por Al Gurugú transportado por las escaleras mecánicas y transportada mi cabeza al mundo de la felicidad. No sé si estoy en Santa o en Babia. Y es una pena tener un trozo tan inmenso de alegría en mis manos. Eso pienso. Y no poder compartirlo. Con Alguien. Ven.


08/04/24

Me avisan del ayuntamiento por lo del certificado de equivalencia. Así lo llaman. Por fin. Así acabaremos de una vez con el engorro del cambio de número de bloque. Nunca pensé que daría tantas vueltas por pijada semejante. Queda constancia en la gestoría para cuando lo necesite cualquier otro vecino del inmueble, sin necesidad de apoquinar diez euros. Hoy también me los han pedido, pero ya he espabilado y lo he pasado a la cuenta de la comunidad. No jodamos: amigos, amigos; pero el burro en la linde.

Al salir de la gestión me encuentro con EB y la alcaldesa. A esta última le recuerdo que hay que colaborar de nuevo con mi Bicho. Ya me lo había prometido, pero ante sus ojos inquisitivos que me preguntan implícitamente qué quiero, me adelanto con rapidez y le digo en voz alta: un gesto, quiero un gesto. Se sonríe. Yo también tengo estilo cuando se trata de algo que me interesa tanto como mi literatura. Ella también debe de saber ya que andamos intentando concretar una colaboración periódica en la radio. Pero quiero llevarle algo escrito como proyecto a la concejala. Y luego, que acepte la periodista de la emisora. Pienso que sí.

Es lo que le estoy comentando en ese instante al bibliotecario y le parece de maravilla. En realidad, le relevo del ritmo actual demasiado vivo de lecturas comentadas, durante un programa de media hora, cada quince días. Es excesivo. Le sugiero que de entrada yo me comprometería a probar, solo y con ese tiempo mínimo, y luego seguiríamos concretando si resulta interesante para los radioyentes. Creo que él se siente más aliviado, a la radio le cubro algunos espacios de programación y en Aguilar puede que haya quien lo valore. ¿Qué gano yo? Nada material, como siempre. O según se mire. Me gusta y me entretiene y además me supone un poco de promoción ahora que publico. Tampoco vayamos a creer que soy un misionero.

Dejo al socio atendido y después de comer me planto en Santa de un pisotón en el acelerador. Todo el camino jarreando. La diferencia es que llego pensando que la casa estará tan fría como la vez anterior, cuando me llevó cuatro horas hasta templarla, y resulta que mantiene dieciocho grados y en nada ha cogido calorcito porque fuera marca diecinueve. O sea, aquí me hallo, en la atalaya del pisuco, con tan buena suerte que he aparacado el burro justo a la puerta de casa. Y lo estoy viendo desde mi rincón, mientras tecleo. Qué gusto. Total, para hacer lo mismo… Será el cambio.

Llego, doy el repaso, todo en orden, me sitúo y me aposento. Abro el armario para cambiarme. Y lo que ya no me resulta tan grato es el asalto de esa intimidad cerrada que, inesperadamente, acaba de volcarme el estómago. ¡Ay, los armarios del pasado! Quizá sea, primero, un resto animal de olor almizclero. Y, después, la vista herida: cazadoras, batas, ese fular, ropas de deporte apiladas, identificables porque tal vez guarden caricias sin evaporar. Y siempre el calzado: la variedad de zapatos que me provocan como fetiches en el sentimiento. Porque ninguna otra cosa parece solicitar con mayor afán el movimiento, el paso ardiente de la vida, el pie ligero y presto a reiniciar el milagro bíblico: ¡levántate y anda! Y una vez más me responde el vacío. El silencio de Dios.


07/04/24

Aclara después de comer y un solillo tontorrón pero sostenido convierte en agradable el paseo por el contorno del pueblo. De lo contrario, se me haría larga la tarde, y más con luz hasta las nueve. Evito a la vuelta pasar por el superexprés porque sé que caen dos bolsas de patatas fritas venenosas y dos tabletas de chocolate de las que te hacen cagar hilos de grasa. Hay que evitarlo, andapallá. Ni horneadas a deshora. Quitapallá. Ni vaso de leche. Tirapallá.

Me pasma el dosier sobre lectura en el suplemento Ideas de EP. Pero no me extraña. Son, han sido muchos años en la enseñanza. Sin embargo, no tantas diferencias con lo actual, a mi entender, debidas al uso de pantallas. Mi experiencia casi invariable es que los muchachos no leen apenas desde que se hacen adolescentes. En general. Mucho más atinado y con la brillantez característica es el artículo de IV en el Semanal del mismo diario. Esto sí es hablar de la magia de la literatura con rigor y con mayúsculas. Por algo fue tan betselero su libro “El infinito en un junco”.

También me parece insólito (y nuevamente previsible) lo que leo en la sección Cultura, EP, sobre el último fenómeno literario de masas en Francia. Ya me había llegado el runrún. La experiencia me avisa porque me recuerda que presencié un fenómeno similar cuando apareció KON, el vikingo, con aquella hexalogía que le ha convertido en universal. Meritoria, ciertamente, pero es un hecho significativísimo que en una página completa de periódico la foto del autor ocupe la mitad del espacio. A mí, al menos, me mosquea.

En el caso que comento, también. Además, la editora española quiere presumir de olfato profesional y asegura que compró los derechos antes aun de que la novela se publicase en francés y, por supuesto, sin haberla leído. Solo basada en comentarios de colegas. No, mira, no cuela. Muy al contrario: todo hace pensar en un éxito prefabricado. Encima, quinientas páginas. Un cuarentón guapetón, experto en arte, con un solo libro anterior sin relevancia crítica. Un tipo de nombre TS, “Los ojos de Mona”. Niña que se va quedando ciega y su abuelo cicerone que la lleva por los tres clásicos museos de París para que en su retina queden impresas cincuenta y dos obras de belleza inmarcesible, una por capítulo. Uf, uf, uf. A mí que no me jodan. Vale, habrá que mirarlo. En dos meses, dice que doscientos mil ejemplares de tirón y treinta y seis traducciones. Muy chachi todo, pero ya lo decía mi padre: algo no va.

A ver si mañana me dan por fin la certificación que he pedido en el Ayuntamiento. Y me largo esta semana que viene a Santa. Cambio de aires. Ventilar el pisuco. Contra la brisa, pasear la nostalgia de otra primavera solitaria. Aunque viva. Sin amor.


06/04/24

La pasamos bien, ayer tarde, en casa de M/F. La anfitriona, como siempre, exagerada para la comida hasta cebar a un regimiento. Algunas cosas riquísimas, como una empanada de atún casera, o un pastel de verdura que no supe muy bien qué llevaba y no lo pregunté. Sin desmerecer lo demás: o sea, inventos de M. para deleitarnos y sorprendernos. F. puso un ribera del Oja potable. Graciosísima la tarde, con la compañía a mayores de una pareja que visita Aguilar periódicamente, pues ella es profe de Francés, procede de aquí y conservan casa en la Cope. Aunque viven en Alicante. Aguantamos hasta las doce. Vuelvo con ellos y me prometen que me van a visitar en Madrid cuando lo de la feria. Intercambiamos móviles. De vez en cuando viene bien un jaleo de estos. Estuvimos once. Impares.

Entretengo una parte de la mañana en preparar un costillar de un metro de largo con alubias de las gordas (me quedaban pocas) mezcladas con otras menudas. Me han salido seis raciones abundantes. Descuidado de momento. Después charlo un rato en el café y vuelvo a casa a leer la prensa. Me enredo también indagando en algunas canciones de Aznavour, porque me ha saltado una en el IG que casi había olvidado: “Je t’attends”. Ese tío pequeñajo, pocacosa, teterín, con entradas prematuras y serio como un lampazo, tiene algo cuando canta al amor que siempre me traspasa. Entiendo bastante bien la letra, pero busco lo que no traduzco al instante. Pongo el modo repetición. Una docena de veces. Es acojonante. Ponlo en el Yutu. Mira cómo parece una foto de un funeral, mira cómo mira directo a la cámara en un plano medio, mira cómo te hiere en cuanto suena su voz, mira cómo te atrapa en el primer plano hasta hechizarte. Todo esto, un sinagüillas con un traje negro y una corbatilla negra. “Mais ces rêves ne me laissent/ que tourments,/ car je traîne ma détresse/ et je t’attends”. ¡Hay que joderse!

Se avecina el día del libro y YO, la profe con quien tengo buen trato, me propone un par de charlas en adultos. También coincido con GE, y me recrimina con suavidad el que no pase por la radio para una sección que tiene mensualmente sobre recomendación de algún libro, generalmente una novela. El caso es que me da un poco de corte explicarle que no se adapta mucho el formato actual a una idea que ya puse en práctica al llegar a Aguilar, hace treinta años, en Onda Cero y con JCI. Participaba en esa sección periódicamente. Este tipo de propuesta me parece mucho más atractiva, si cada cierto tiempo me permite una crítica seria, técnica pero divulgativa. Solo y con un espacio mínimo de media hora, para dar tiempo suficiente a decir algo de enjundia. Estoy pensando ofrecérselo, porque en cierto modo siento compromiso. Es una chica a la que le tengo fe por el trabajo que hace. Y no me importaría rellenar alguno de estos espacios culturales para un grupo de alcance más o menos amplio. Sería un reto para sumar oyentes y enganchar a gente ajena a la literatura. O espantarla si se hace mal todo puede ser. Pero me seduce.

Por la tarde caigo en la cuenta de que me había propuesto mover un poco el coche de la Chiqui, puesto que lo dejó aquí la última vez que vino y tuvo que llevarla su hermano de vuelta a León por encontrarse un poco enferma. Además, también observé que apenas tenía gasoil. Dicho y hecho, y a continuación me he alargado hasta el bar del campin a tomar un café.

No lo pensaba, la verdad. Pero parece que cierta gente me huele. Mientras estaba aparcado repostando en la gasolinera, un pavo que había justamente al otro lado del surtidor, me miraba y le he saludado porque me resultaba conocido. Sin saber muy bien de quién se trataba, pero con la impresión de que pertenece a algún grupillo aguilarense que asocio con inquietudes artísticas. Cuando he salido de pagar, en efecto, se me ha acercado y me ha entregado un libro diciéndome que era un regalo. Vale. Le he dado las gracias y es cuando he pensado en echarle un vistazo mientras tomaba algo.

He subido hasta Llano. Se trata de un libro autopublicado, en una edición digna. Pero, claro, en cuanto he hojeado a salto de página algunos poemas, compruebo con decepción que al aceptarlo he adquirido el compromiso de decirle algo cuando le vuelva a ver. Un caso de tantos que se empeñan en hacer con buenos sentimientos una literatura muy simple. Es así de crudo. En fin, tendré que ser diplomático. Aunque solo sea porque me ha permitido acercarme brevemente a la ermita. Allí nos casamos. Pienso un instante.

Por eso, repito, no me disgustaría hacer un poco de didáctica en la radio. No soy tan ingenuo como para no darme cuenta de que este chico de hoy es uno más de los que me asocian aquí con mi faceta de escritor y con la buena opinión que se tiene de mí en general respecto de este asunto. Las intervenciones o presentaciones que hago cuando me lo piden, me van convenciendo de que hay un público al que le gusta escuchar a alguien que hable con rigor de algo que conozca como especialista. Sin convertirlo en un discurso incomprensible, pero con fundamento. Como dice Arguiñano. Ese puede ser un modelo muy imitable. Lo era para Alguien que yo me sé.

Mientras tomaba un descafeinado en el bar del campin, me fijo en que sobre los botelleros a espaldas de la barra hay lo que parece un farol minero y a su lado un gallo fantástico, de mediano tamaño. Lo codicio para mi colección. Imagino que no me lo venderían y que lo tendrán de adorno. Otro día se lo preguntaré porque a mí esos detalles no se me olvidan. Si pudiera, lo mangaría.

El caso es que su altanera presencia y el aire entre los pinos cuando salgo al exterior me llenan de la plenitud que avanza emboscada a medida que se acerca la primavera. Miro a los lados como un lobo elegante en busca de presa. Pero me temo que no voy a encontrar. Y me gustaría darle duro a Alguna. Lo dice el romántico Aznavour: “Parce que le vide me hante/ avec mon sang…” Tendré que conformarme con ver un poco de la Copa del Rey, que me aburrirá a los diez minutos. Y, eso sí, después veré un documental sobre Marlon Brando. Como este me gustaría ser, esta noche, en “Un tranvía llamado deseo”. Es decir, tele o tele. Una de dos.


04/04/24

Casi una hora. Muy agradable, aunque con un poquito de aire. Comenzar con la montanburra es mejor que con la de domingos, ya lo vengo comprobando desde años atrás. Ritmo lento y rodar. Barruelo y volver, una docena de veces. A ver si es posible despegar ya sin inconvenientes de temperatura. Retomar siempre es una forma de revivir. Y también, de paso, vamos afinando barriga casi sin darnos cuenta.

Pego un envite a lo de DA. El problema es que se trata de un volumen con muchísimos, casi doscientos cuentos. Para libro de relatos, aunque breves y muy breves por fuerza, es que una historia por página resulta acumulativa y agobiante. Muchos temas se repiten o son variantes del mismo, a mi entender, lo cual me lleva a pensar que podía haber seleccionado bastante más. Así, se va hasta doscientas cincuenta páginas, y con letra pequeña. Insólito para el género.

Son cuentos de raíz kafkiana hasta venir a un J.J. Millás en la actualidad. Van de lo insólito al absurdo. Es una visión extrañada de la realidad que nos conduce a una conciencia más clara de algunos problemas del hombre actual, sobre todo, existenciales. Escritos con un estilo claro y ligero, en contraste con un tipo de héroe complejo, singular, de difícil identificación con el lector. En general, con un final impactante y bien preparado.

Desde mis tiempos de Cabezón que no hago una declaración de la renta. Tiene gracia. Claro, siempre me lo resolvieron, entre la mujer y mi hermano. Oigo que hay de plazo hasta el primero de julio. O sea, que tendré que quedar con Mon y aprender para apañármelas solo de aquí en adelante. Este papeleo me incomoda de entrada, pero supongo que después resultará automático y rutinario. Espero.

A los lebreles no les espero al menos en un par de findes. Así que igual tiro unos días para Santa. Si mejora, ventilo el piso y doy el primer paseo del año por la playa. Mojar los pies. Recordar el ritual de antaño con Alguien. Reunirme con Ella, pues está todavía aquí y no me deja. O es mi cabeza la que se niega sin ser consciente de ello a permitir que se vaya. Todavía está muy adentro. Va a ser difícil sobrellevarla. Y mucho más sustituirla. Y esto es un inconveniente de verdad. Imposible para mí que se repita Alguien igual. Única. Imperecedera.


03/04/24

Tarde prometedora, con un paseíto corto y regreso por el súper para completar compras olvidadas esta mañana. Si la cosa sigue así, este finde montaré en la burra para garbeo largo. A ver si. Aunque en Santa ya se anuncian los veintidós grados, no quiero marchar porque allí solo dispongo de la minibici. O sea, que poco a poco y cubicando.

Leo en EP que el holocausto se ha convertido en genuino tema literario, muy comercial, banalizándose el fondo hasta tal punto que ya surgen numerosas voces de queja. En los últimos cuatro años la palabra “Auschwitz” ha figurado en ochenta y cinco títulos de novelas. El último betséler escandaloso ha sido “El barracón de las mujeres”, de FC. Sobre esta novela yo había leído hace tiempo que se centraba en Ravensbrück, un campo de concentración de mujeres. La distorsión mediante la ficción termina cayendo en la manipulación. Un producto antihistórico y antiético.

En mis “Mujeres de ceniza”, de 2018, yo situé en dicho campo de exterminio planificado uno de los dos escenarios principales de la historia. Pero mi propósito consistía en narrar las consecuencias de una saga traídas hasta la época actual, lo cual me obligaba a alejarme de cualquier sensacionalismo. Y creo que fue este aspecto el que no gustó en alguna editorial. Porque el mercado omnipotente pide carnaza, como la recién mentada de FC. 

Por si alguna vez la quiere mi editor, ahí quedó aparcada y finalmente arrumbada. Pero en conciencia (la mía propia, la del escritor ante el tribunal de su propio juicio crítico), es una buena novela. Bien escrita. Da igual cuál sea su trayectoria futura, incluido el frío olvido. Seguirá siendo para quien lea bien, una obra sobre el tema del que hablamos escrita con el mayor rigor posible, histórico y literario. Hasta donde fui capaz de llegar.

Me manda JH al guas la cubierta completa del Bicho. Una preciosidad. Dentro de nada apretaremos el clic de la impresión final. Comprendo que el editor lo envía para que le conceda el ok definitivo del autor, que es como un soplo divino diciendo: hágase la luz, fiat lux. Y, en efecto, yo me he mostrado conforme, pero de tal manera que se advirtiera un pequeño reparo.

Le he comentado que la contraportada es una reproducción literal, reducida, del prólogo del maestro JC. Por supuesto, que allí figure el nombre de este importantísimo escritor es fundamental para su comercialización. Esto me lo hace saber JH con toda claridad. Pero él intuye enseguida que mi conformidad es con su labor de editor y su conocimiento del mundo del libro; pero para mis adentros, más que los elogios que me tributa el maestro y que ya se van a leer en la primera página del interior, lo que más valoro en la cara posterior de la cubierta es un pequeño texto de su propio puño y letra, como editor, en el que puede integrar una parte de la opinión del autor y otra del crítico. Así quedaría redondo, a mi entender.

Me consta que JH anda ocupadísimo, pero al final me ha devuelto mensaje diciéndome que lo va a revisar de nuevo y va a intentar rehacerlo. Una muestra de lo cuidadoso y respetuoso que es como editor, y de su responsabilidad y compromiso con cada uno de los autores que tiene en el sello Y se lo agradezco infinito. Pero le he dejado claro que actúe como mejor considere. Por supuesto, yo no busco ningún propósito comercial a estas alturas. Lo que a mí me interesa es una edición ejemplar. Como la otra. Y esto lo sabe hacer JH a las mil maravillas. Porque lee y escribe muy bien. Y yo también quiero tenerle a él en mi texto. El escritor es caprichoso, sí, pero no por interés material. Se llama amor al arte.


02/04/24

Ayer, al menos, los reflejos ocasionales del sol sobre el velux punteado de gotas creaban en la pared un efecto que con total justicia podría denominarse como que “hacían aguas”. Hoy, ni eso. Ceniciento claro. Así es el cielo. Uniforme y severo. Dejo el testimonio por si alguien (o Alguien) lo encontrara en los huecos del tiempo. Pasado o futuro. ¿Quién sabe para quién y para cuándo escribimos? Dentro de mil años, ¿qué ojos lo mirarán si fuera posible mirarlo? Y en caso de que exista quien lo mire y no se haya extinguido la civilización por estupidez nuclear. Ojo.

Café, documentos al consistorio (para no variar) y otro café con mi amigo NB. Rápido y de buen rollo, como siempre. Es uno de la media docena que reconoce leerme en el móvil en cuanto se levanta y se sienta en el trono. Bonito lugar para confidencias íntimas.

Me dice con toda la razón que a partir de esta edad mía me conviene hacer ejercicios de fuerza sencillos pero constantes. No vale solo con pasear o con la bici en el buen tiempo. Eso, por descontado. Cuando tengamos un ratillo apuntaré un entrenamiento elemental. Una media hora como máximo.

Me llega desde Valladolid el nuevo libro de DA que presentaré a principios de mayo. Muy buena pinta. Pero extenso para ser relatos breves. Muchísimos. Aunque el índice apunta a una estructura bien pensada. Voy a rematar ya enseguida el de Valnera de GG (intenso de estilo pero falto de historia, me ha parecido) y me pongo con este.

También, por fin, paso a recoger por correos el paquete que no me encontró en casa. Unos niquis elegidos por la Chiqui. Son bonitos. Y tengo que reponer, más que nada por cambiar y que no le vean a uno siempre con lo mismo. Desde que estoy solo apenas he gastado en ropa. Por desinterés.

Algo voy quitándome del montón de libros del año pasado. Aunque siempre insuficiente. Voy anotando cada semana (como tengo por costumbre desde hace veinte años) las novedades que me suponen un estímulo por las críticas periodísticas que los anuncian. Ya llevo recogidos una veintena de los de este año. A ver cómo me las voy a arreglar…

También paso por el médico para que me mire una pequeña rojez del tamaño de un céntimo en medio del muslo. No me duele ni me molesta ni me acuerdo de él en todo el día. Pero ¡cómo pica lo cabrón! Me dice que es un herpes, cosa que siempre me sale en los labios cuando me bajan las defensas. Jamás aquí, en medio de la pata. Inconscientemente debo de rascarlo cuando me provoca la comezón, a veces en la cama, y si me resulta molesto lo unto con el lápiz para las picaduras de insecto. Sin embargo, no termina de quitarse. Una pomada, una semana. Observar el resultado.  Y quedan pendientes, porque ya toca, colonoscopia y revisión de próstata. Antes, estaba Alguien alerta y yo me despreocupaba hasta que me reñía. Ahora, no tengo más remedio que mirarlo. Por si acaso. No es que tenga miedo. Pero me incomoda la gestión. Por estar solo.


01/04/24

La lluvia contumaz consigue que uno pierda el interés por las cosas de fuera de casa. Bien está que el pantano haya subido hasta dos tercios de su vaso. Eso siempre es tranquilizador. Pero el resto de actividad diaria se ralentiza y se recoge. Entre otras cosas, ahora que ya tenemos una tarde larga, resulta que no se puede aprovechar fuera. Dan por la tele que la semana va a caminar hacia el buen tiempo. Estoy deseando por dos cosas contrapuestas: pirarme unos días a Santa y echarme al monte aquí con la burriquilla. Todo se andará. Nunca mejor dicho.

Repaso del congelador del frigo, donde encuentro alimentos extraños de una fecha antigua, embotados y probablemente comestibles. Me digo que tengo que lanzarme de una vez por todas hasta comprobarlo y, más que nada, gobernarlo para que lo que aquí se conserve sea solo lo que yo vaya decidiendo y controlando. Me doy cuenta de que esos cajones son todavía pasado, la historia del paso de Alguien. Como sucede en mi propio interior, existen huecos muy hondos y muy ocultos donde todavía existe algo sólido, congelado y vivo. Y debo ir desprendiéndome de ello. Con serenidad, aunque con dolor.

De todos modos, en esto de la comida, y contra todo pronóstico, me he vuelto un poco quisquilloso. Nunca he sido un perrillas, pero desde que soy amo de casa me da gloria reaprovechar lo que voy utilizando y no desechar nada a la basura por pasarse de fecha. De ahí lo de congelar. Lo que no sabía hasta que me he quedado solo es que hay que poner un papel en cada continente para saber con el tiempo su contenido. Ni un trozo de pan estropeo. Esta noche tengo dos mendrugos buenísimos, duros de hace dos días. Para unas sopas de ajo divinas. Además, el tiempo lo pide a gritos.

Intento localizar archivos con documentos digitalizados en el ordenador, por terminar de comprobar y conocer lo que quedó en la parte que tan perfectamente organizaba Alguien. Por eso, casi todo está bien claro. Me lo dejó a la vista y sencillo, porque me conocía. Lo triste es que por el camino se da uno de bruces con fotos, reportajes de viajes y testimonios de vida que, de momento, producen un pálpito. Y si se decide internarse en alguno de ellos, remueven el fondo de la angustia. En estos casos, sería mejor pasar de largo. Pero me resulta imposible. Dedico un buen rato a nuestras vacaciones del año once, la primera vez que visitamos Burdeos… Cuando apago el ordenador, tengo la impresión de que no éramos nosotros. Quizá fue una vida soñada o vivida en otra reencarnación. Algo irreal.


31/03/24

Ninguna alteración de los biorritmos, ni orgánica ni anímica (como dicen por ahí) con el cambio horario. Nada. He dormido bastante bien y la única diferencia con otros días es que he tenido que poner los relojes a punto cambiándolos de siete y media a ocho y media, cuando me he levantado. Punto y a punto. Y durante el día, igualito. Hambre a las dos. Cerrar los ojos un cuarto de hora después del telediario. Calcadito. Lo único, ya digo, en mi casa y la del socio, venga a cagaliquear con toda cosa que dé la hora. Menos en el móvil, que es muy inteligente y se cambia solo. Qué curioso, en el ibuc, no. Raro, raro. Bueno, es igual. Lo único, eso sí hay que reconocerlo, un sol que resiste a caer todavía por poniente, como a deshora, con una luz y un brillo tan potentes que ciega si lo miras, como yo en este preciso instante, desde la alta buharda, a través del velux. Es como si el día no quisiera morir. Como el anuncio de algo nuevo.

Leo en el periódico de buena mañana una crónica graciosísima, en la que se habla de Málaga como pionera en la sanción a través del adn de los propietarios de perros que no recogen las cacas. Lo digo porque en mi literatura fui avanzadísimo en aquella novela del año once, cuando nos encontrábamos de vacaciones en Burdeos y conté una graciosa parodia sobre el hipotético alcalde que recurría al método genético para dichos fines. Pionero en Europa. Y pionera la literatura adelantándose a la realidad. Lo tenían que hacer en todo el mundo civilizado.

Muchas greñas colgando. Parezco un poeta arruinado. De esta semana no pasa. Demasiado bohemio para mi estilo. Un par de semanas de descuido, dice hasta bien: dejadez cuidada, escritor maduro al margen de lo físico, cabeza revuelta de grandes ideales por dentro… ¡Oh, casi escritor francés!

El Chico, ya en Pucela de vuelta. Hemos pasado cuatro días agradables, lo admito y lo agradezco. Aunque haya tenido que cocinar tres veces. No me ha importado. Todo lo compensan los cuatro ratos en que hemos cambiado de impresiones. Sobre todo, durante la comida. Me gusta estar con ellos, con los dos, juntos o por separado, aunque sea un tiempo volátil y pasajero. Me gusta verlos. O mejor dicho, observarlos. Adivinar en sus ojos, en sus gestos, en su físico entero esparcida la presencia de Alguien…

Para no encontrar demasiado tráfico, sale pronto, nada más comer. Le digo que vaya despacio, atento, guardando la distancia en la conducción… todas esas tan necesarias como repetitivas indicaciones de padre. Carga con algunos táperes de lo que yo he preparado, pero también me avisa de que pasará por casa de la tía M. que le ha cocinado alguna cosilla un poco más especial y también se lo va a llevar. Con suerte, tendrá resuelta la comida de toda la semana. Eso me dice. Por lo pronto, el canalla de él me roba la mitad del postre que su tía me había traído para mí. Mousse de limón. Me chifla. Dulce como un recuerdo que pasó. Como pasan todas las cosas. Como hoy pasa marzo.


30/03/24

Ya decía yo que no podía ser tan milagroso el producto ese que anuncian por internet para la artrosis y demás. Un bulo como una catedral, que ponen en boca del doctor Cavadas simulando una entrevista con Pablo Motos. Un camelo para sacarte treinta y nueve pavos. Cuando revisé mi guas antes de meterme en la cama vi el mensaje de mi hermano Mon, con enlace en el que se desenmascaraba la cosa. Bueno. Seguiremos tocando el piano hasta que se nos caigan los dígitos como sarmientos podridos. Esperemos que sea muy tarde. Dolor no hay, pero sí fricción frecuente y molesta entre los dedos. A cada uno le toca lo suyo. Solo que a algunos, les toca mucho y pronto. Y esto es lo verdaderamente grave de la vida.

La llovedera no cesa y es cosa buena. Me chocan un poco los lagrimones, pucheras y aspavientos de los hermanos cofrades cuando no pueden salir a procesionar. Lo respeto, pero lo percibo con distancia e indiferencia. No lo tomo como los protagonistas: a juzgar por la pinta, parece que supone una desgracia irreparable.  ¡A esperar otro año! Bien, pues que saquen sus pasos dentro de una semana o un mes cuando ya haga mejor. No sé qué se perdería del fervor religioso por no coincidir con una semana santa que, para colmo, ella misma es variable de fecha.

Alguna vez he presenciado algo de esto, siempre de pasada, en Valladolid y Palencia. Tiene su aquel, sobre todo, de parafernalia. Es mi opinión, ¿eh? Claro que, en materia religiosa, yo soy más descreído y escéptico que lo común. Mis ideas son racionalistas y empiristas. Lo aclaro. Y mi filosofía de base, el materialismo histórico dialéctico. Así, groso modo. Esto no choca con mi sentimentalidad emotiva. Suena a abstracto, pero va por ahí.

Valnera ha publicado hoy en el Ínstagram un “reel” muy bonito con las tres últimas novelas de su serie Valnera Literaria. Está muy guapo, música incluida, así que lo voy a replicar mañana para los que sigan mi publicación de los domingos. En el colofón de mi Bicho figura literalmente como fecha de salida la del día del libro. Divina coincidencia.

El Chaval, en Palencia con los amigos, viendo un partido de baloncesto. Le privan los deportes, como a toda la familia de su madre. A mí me parece bien, pero es la única cosa capaz de crear una rivalidad a muerte en muchísimas personas, y sin embargo yo no discutiría un segundo sobre ello. La razón es simple: no entiendo nada.

Lo que sí me chamusca un poco es esta pijada del cambio doble de hora todos los años. No lo he comprendido jamás en su fundamento, así que no lo vamos a dar vueltas ahora. Solo alcanzo que mañana habrá luz natural hasta bastante más tarde. Vale, pa ti la perra gorda. Y tendremos que volver a la pejiguera de modificar todos los relojes de la casa. Si es tan útil, ¿por qué no lo adoptan ni la mitad de los países del mundo? Además, ¿por qué la UE va a proponer revertirlo? Una chochada, ya digo. Con lo difícil que resultan los cambios en los digitales. ¿Y pa qué?


29/03/24

Soleado, a ratitos; mustio, la mayor parte; frío, todo el santo día. Aunque el invierno no se lo come el lobo (refrán de por aquí en esto), ya se va poco a poco el invierno. Ocupo buena parte de la mañana, tras el cafetín, en la cocina. Me imaginaba que el plan que me había anticipado el Chaval se iba a cancelar. Como, en efecto, ha sucedido. Pretendía levantarse pronto para una marcha por el monte con los amigos, y yo me maliciaba que la marcha iba a desarrollarse de noche, de bares, y con vuelta a la madrugada. No es que haya sido exactamente así, pero muy parecido. O séase, que me había dicho que hoy comería fuera (después de la caminata) y que yo me lo montase por mi cuenta…

Lo entendí a la perfección: sacar del congelador unos muslos de pollo para guisarlos y tener una comida presentable, en caso de que el famoso plan del excursionista fallase. Que seguramente fallaría. Y que ha fallado. Ergo, el pollo ha salido victorioso, tiernecito, especiado, con la salsa bien ligada y el toque de corretaje que le presta la cerveza. Acojonante. Nos hemos chupado los dedos. He abierto una del ribera de JC y me ha preguntado el Chico qué se celebraba… Que estamos comiendo juntos y en buena compaña. Y lo hemos acompañado también de una foto que hemos enviado a la Chiqui.

Husmeo en la red en busca de algo que alivie la artrosis. No tengo ningún dolor, pero siguen torciéndose mis dedos. Muevo mucho el juego de las manos, con una pelota y con ejercicios de estiramiento. Es la edad, lo sé. Y calla que lo padezco pero no lo sufro. Y, ante todo, que puedo escribir sin ninguna dificultad. Esto tiene que aguantar hasta el fin, pienso para mis adentros. Qué cojones sería de mí sin poder piticlinear en el teclado. Cagondiós: la de perrillos a la vista de mi abuelo, con el cañón dentro de la boca. Pero no creo que me la preste mi querido JL. Solo de pensar que puedan fallarme la vista o las manos me salgo de mis casillas.

Descubro un producto en internet, que debe de ser un invento del famoso doctor Cavadas y que dice que es buenísimo. Le pongo un guas a la Chiqui y le digo que se informe. Y que, en su caso, me lo pida. Dice que es milagroso. Aunque no se vende en farmacias. Me entran las dudas y no quiero pedirlo yo no vaya a ser una estafa. Treinta y nueve pavos un tubo de crema. No sé. Pero tengo que intentar parar el deterioro en lo posible. Al menos atenuarlo. Más que nada, me levanto con las manos agarrotadas. En cuanto las abro y las cierro con energía, unas cuantas veces, vuelven a su ser.

Mira que llevo buscando una cita para encabezar el libro de relatos y nada, que no ha habido manera. No he abandonado, pero al entregar definitivamente el texto lo he dado por perdido: el Bicho no tendría una referencia de ese tipo. Y me gusta el paratexto. Es elegante dar con unos buenos padrinos. Pues, lo que son las cosas, hoy estaba leyendo el artículo de J. J. Millás en la contraportada de EP y ¡equilicuá! Se me han encendido los ojos en cuanto las dos frases han pasado delante de mí.

He puesto enseguida un guas a JH por si llegaba a tiempo para incluirlo en la maqueta definitiva. Sin ninguna esperanza, la verdad, pues sé que ya está a tope con ello, rematando los dos trabajos en la partida de papel que vamos compartir el maestro JC y un servidor. Por tanto, ahora no vale meter una hoja más así como así. Los misterios de la imprenta son insondables, pues cambiar un folio de orden supone modificar el conjunto. No me esperaba buenas noticias, desde luego.

Y aquí es cuando ha vuelto muy rápida la respuesta, tranquilizándome y asegurándome que llegamos in extremis, pero llegamos. Que se incluirá la cita. Joder, que alegrón me he llevado. Tanto que le he mandado dos filas de emoticonos y mil besos y abrazos. Me cuenta que hay que trabajar dando gusto a todos en lo posible. Le contesto que estoy nervioso y que duermo mal y que no hago más que dar paseos sin rumbo pensando en el nacimiento del niño, digo del Bicho. Por fin, me sereno, cuando me pone que “este niño ha tenido más cuidadores y cuidados que el primero”. Que tranqui.

Una cita maravillosa, la de Juan José Millás, sacada de una columna titulada “Me acosté pronto”. En ella nos habla, con su característico estilo de subversión de la realidad, sobre un misterioso lapicero con el que se pinchará en un dedo y con cuya sangre escribirá unas notas en su cuaderno. Y en un momento determinado afirma: “Estuve un rato observando la mancha…//… Aunque era roja, tenía la forma de un cuervo negro”. Como el de la portada de mi Bicho. Realidad y símbolo. Rojo y negro.


28/03/24

Un tiempo horrorosísimo. Se ha mantenido un poco hasta media mañana y después ya no hemos hecho vida de él. La compra, con el paraguas estorbando porque traía las dos manos ocupadas con las bolsas. Así que he vuelto medio a remojo. Quizá por eso me ha dolido la cabeza después de comer. O por la bajada de temperatura y presión. Un ibuprofeno. Y venga aire a rachas y a rastras de una lluvia benefactora, es verdad, pero molestísima si uno quiere moverse. Mejor, en la buharda

Mando un guas a primera hora a mi Chiqui para felicitarla. ¡Qué maravillosa mujer de veintiséis marzos ha derivado de aquella albondiguilla que trajimos de Burgos con todo nuestro amor! ¡La que pataleaba y se trastabillaba en la buharda, antes de arreglarla, cuando yo llegaba del insti y desde abajo comenzaba a llamarla y a decirle ternezas! Se ponía loca de alegría. Y así sigue, sana, cariñosa y enérgica, convertida en una mediquilla que me hincha el pecho de orgullo. En plena calle me suena el móvil y charlamos unos minutos para decirle todo esto y lo mucho que la quiero. A los dos. En ambos se divide y se dobla aquella a la que amé. Y es la herencia más valiosa que me dejó.

A vueltas todo el día en el guas que compartimos el editor, la ilustradora y servidor. Lo hemos llamado “Bicho” y lo hemos creado mientras sale la publicación de los relatos. Para nuestra comunicación interna urgente. Esta mañana JH reclamaba a MN la carátula definitiva de la portada. Enseguida se la ha enviado. Luego JH recuerda que debe figurar en portada el autor del prólogo, lo cual obliga a achicar un tantín la letra del título y el autor… Todas estas cosas que conlleva la edición de un libro y que no sé cómo no se vuelve loco el que lo coordina. Por mi parte, contentísimo. De corazón. Y con sinceridad: va a quedar una joyita. No solo porque yo esté contento de su contenido. Sobre todo, por el cuidado y el estilo de la edición. Nunca pensé que mi etapa de retiro compensase mi pena con tanta maravilla. Lo cual significa, en definitiva, que la vida es pródiga en ambos sentidos de la etimología latina. Es generosa concediendo y a su vez desperdicia sin medida ni razón. Da y quita.


27/03/24

Un día de ventarrón que mueve la casa. Cualquiera asoma en esas condiciones. Excepto el ratito del café por la mañana, quieto en la hura. Me he demorado con el periódico en casa y he leído un rato arriba, donde el chaval. La cosa no daba para más.

Después de comer cierro un poco los ojos y a seguido me pongo con una tarea que tenía pendiente desde hace días. Por pereza. Y es que me he propuesto de vez en cuando hacer limpieza de papeles. No de otros cachivaches ni de ropas. Eso lo dejaré para los siguientes. Pero los papeles ya me vienen estorbando desde hace mucho y sé que tengo que discriminarlos yo y desecharlos yo. Creo que me he concienciado con la limpia que hizo mi hermano en el casulario de Piña. Pues algo parecido.

Me agobiaba mucho de entrada, pero he terminado comprendiendo que hay que segmentar el trabajo y llevarlo en pequeñas dosis y con cierta regularidad. Solo que cuando te pones se van enseguida un par de horas. Y termina uno enfadado consigo mismo, porque parecía que no era mucho lo que cabía en un simple cajoncito de un mueble de la habitación…

El problema es que los papeles hay que destruirlos bien para que no quedn resto alguno de identidad. Por discreción, como es obvio. Y así es como he pasado el tiempo hasta media tarde. También por evitar la puñetera melancolía de esta regresión al invierno. A la murria solo se la puede combatir con acción directa, pura y dura. Haciendo. O destruyendo, como en este caso. No sabría decir el número infinito de trocitos de papel que he rasgado con la rapidez de un automatismo, hasta llenar un bolsón grande.

Pero sucede que de paso asoman o destellan algunas palabras en la infinita serie escrita de toda una vida. Y encuentras cosas desde el año que estrenamos la casa, como las ecografías del primer embarazo… Cosas así. Esto, claro, no me he atrevido a tirarlo. Declaraciones de la renta y cartillas de banco que he reducido a la mínima expresión. Indiscernibles. Ella era Alguien que lo guardaba todo. Informes médicos rutinarios, con treinta años, cuando estaba sana y feliz. Facturas de compra de enseres al comienzo de montar el piso, de los que nunca habría sido capaz de recordar dónde o a quién se los habíamos comprado. Hasta que lo he visto de nuevo. ¡Qué tremendo es sentarse a observar con qué celeridad pasan treinta años de la vida ante los propios ojos! ¡Qué crueles testigos son los documentos escritos, fríos, indiferentes, casuales! Hasta que los quitas de en medio.

Alguien me contó, o lo leí, que un buen remedio contra la melancolía es el azafrán. Todavía me quedan unas pequeñas hebras que me dieron y que voy a utilizar en la próxima pota de pollo con arroz. También cocinar es una manera de entretenerse para despistar o esquivar el vórtice mental. En suma, es lo que hay. Adaptarse.

Y a la tarde, hoy como excepción, tendré sesión doble de teatro. Una, de Jardiel Poncela, que ponen aquí un grupo de aficionados. Me ha vendido la entrada una de las chicas que trabajó conmigo en El Globo y lo hacía muy bien. Me apetece y me motiva mucho el teatro. Lo disfruto. Y, además, a la noche también dan otra sesión en la tele. Hoy, jornada casi completa. Porque completa del todo ya no lo será nunca. Sin Nadie.


26/03/24

Vuelve el mal tiempo, según lo anunciado. La mañana fría, soleada o sombría a ratos. Después de comer, cuando por suerte se me había aireado bastante la colada, cae una chaparradilla. Recojo y seco en la buharda. Además de la comida para unos días, que me ha ocupado otro buen rato. Pero he sacado una olla completa de puré. Contundente. Y me ha salido bien rico. Se conoce que he dado con el equilibrio de materiales.

También sobre alimentación tengo que revisar mis hábitos. Pensaba que estaba haciendo lo correcto. El finde me riñen los chicos, porque como carne de vez en cuando pero parece que no lo suficientemente sana. Por una parte, la carne roja ha terminado cansándome para consumo más o menos habitual; y por otra, no me apetece demasiada fritanga, por el lío, el olor y la suciedad. Eso sí, reconozco que no tomo mucha carne blanca y sana. Pollo, lomo, conejo… ¡con lo que me gusta! Hago propósito de volver a ello un par de veces a la semana, pero tendrá que ser para cena. Otro asunto es que la dentadura del socio aguanta lo que aguanta. Y, claro, un guiso es un plato para uno o dos días. Mal rollo. Me conviene todo lo que solucione tres o cuatro. Y en esas estamos.

Otra cosa novedosa para mí, sacada de las conversaciones con los hijos es lo de la Termomix o la freidora de aire. Interesante. El Chico preparó unas alitas de pollo buenísimas (sin ningún inconveniente de eso que he denominado “fritangas”). Tendré que pensarlo. He quedado en no mover pieza hasta que ellos me aconsejen algo concreto, práctico y ajustado a mis necesidades. Se trata de optimizar recursos, en definitiva, y ganar tiempo. Estoy dispuesto. Me intriga saber cómo es esa máquina donde pones todos los ingredientes a boleo y sale un plato perfecto. Veremos.

Conclusión: que tengo obligaciones en dos casas y eso me ocupa una parte buena de mi tiempo. Esto ya lo doy por asumido. Y, por tanto, no vale empeñarse en hacer proezas, como antes, sino conformarme con una media jornada dedicada a lo que me gusta, en el mejor de los casos.

A ratos pienso que más me valía echarme una novia con la frente muy estrecha y el culo muy grande (preferentemente latina), además de cariñosísima (que me llame papito) y muy hacendosa y limpita. Y sacudirla el tamo de vez en cuando. Y todo el día completo para mí, a lo mío. O en su defecto, una robot de esas que personaliza la Inteligencia Artificial y tienen la apariencia (tomada de una foto) y la voz (tomada de un mensaje) sacadas del original que tú le proporcionas/programas. Cuando exista eso, me compraré una. En el fondo, ¡qué maravilla! Eterna pero sin alma. Para no verla morir.


25/03/24

El viernes pasado salió perfecta la presentación del Águila. La charla fue muy amigable porque conectamos de inmediato. Esperaba a un tipo más reservado y me equivoqué. Su voz poética es reflexiva y su carácter muy abierto. Pude desarrollar el guion completo y nos llevó una hora. Creo, no obstante, que al público le gustó. Esclarecedor e interesante, incluso para quienes de entrada no entienden de poesía en serio.

El sábado me escribió el poeta con mucho cariño, decidido a continuar amistad y a vernos en lo posible. Me invitaba junto con su mujer a Riaza y quedamos en que pasarán por la feria de Madrid cuando presente mi próximo libro de relatos. Entonces tendremos ocasión de continuar en privado la conversación iniciada el viernes. Buenísima gente.

Y los dos días completos en compañía de los hijos, no digamos. Una maravilla. Porque normalmente cuando vienen por casa no compartimos demasiado tiempo por motivos obvios: salen con sus amigos del pueblo. Y a mí me parece lo propio. Pero en esta ocasión, ha sido un acierto la quedada en Pucela, en casa del Chico. Nos hemos comprometido a repetir, si lo permiten las circunstancias, como fecha fija de aquí en adelante, todos los años. Al menos, esa es la intención.

La actividad en Arzuaga no fue en absoluto cansada. Pasamos una mañana espléndida de experiencias nuevas sobre la cultura del vino, con recorrido incluido por la vastísima propiedad de la bodega. Después, la comida, del uno, sencillamente. Fabulosa. Rematamos la tarde con una copa en compañía de mi hermano Mon y mi cuñada, ya tranquilos en Pucela.

Al día siguiente ellos no madrugaron, pero yo me pegué un recorrido sentimental por el centro. Periódico y café en escenarios de mi primera juventud. A solas conmigo y con mis sueños iniciales recuperados. De maravilla. Luego, para la comida cambiamos de tercio apostando por un menú de tapas buenísimas. Disfrutamos como hacía mucho, porque estuvimos juntos prácticamente dos días y nos sentimos familia. Felices. Llevé a la Chiqui a la estación de trenes y retorné con una alegría grande. Con el recuerdo dulce de antaño, cuando estábamos todos juntos. Completos.

Hoy paso el día faenando en las labores de casa. A la una quedo con el socio porque ayer solo me dio tiempo de felicitarle al llegar. Al vermú lo celebramos con unas cervezas y unas pastas. Después de comer, llamamos a Mon por videoguás para que lo felicite a su vez. También esta parte de familia piñera se reconstituye cuando nos reunimos los tres. Y del mismo modo la gozo. Mientras el socio siga así, funcionaremos sin problema.

La tarde la dedico a un texto para la contraportada del Bicho. Me lo ha pedido JH ayer. No puede ser muy extenso, pero me doy cuenta de que la síntesis obliga a pensar con exactitud en lo que uno ha escrito. Y me hace consciente incluso de algún aspecto desconocido hasta ese momento. También hay que saber explicar la obra a los demás. Sobre todo, para su promoción. En fin, la cosa está casi a punto de caramelo. ¡Qué nervios!


22/03/24

Pasé la tarde a la espera de JA, como habíamos programado, y todo se descabaló de hora. Resulta que también había quedado con otros amigos comunes y algunos no llegaron a tiempo y nos reunimos a diez minutos de comenzar el acto poético en la biblioteca. Así que tuvimos que aprovechar después toda la panda para tomar un vino y charlar un rato. Agradable.

Resultó muy bien la charla de JA, en su línea. Tiene una buena capacidad organizativa y está muy acostumbrado a presentaciones sirviéndose del ordenador, cosa que yo no veo nada fácil si tuviera que hacerlo. Yo soy de interacción directa con el público, lo tengo claro.

Hizo una revisión sencilla pero muy ilustrativa del concepto e historia del “Haiku” para poner en antecedentes al público. Después fue desgranando un buen número de los suyos acompañados de fotografías referentes a su territorio mítico de Covalagua. Es un espacio que el escritor lleva frecuentando periódicamente desde los dieciocho años. A mí a veces suele llamarme cuando pasa por aquí de camino a Revilla de Pomar. Suele hacerlo una vez al año como un rito iniciático que le resulta muy liberador. Hubo, finalmente, algunas preguntas, y el rato posterior fue gozoso porque además hacía una temperatura agradable en la calle. Hasta la próxima. No tengo que decir que ya no me dio tiempo a sentarme al ordenador.

Hoy ha sido día especialmente caluroso, pero no he querido arriesgarme a salir con la bici porque me toca la presentación del libro a final de tarde. Está preparado el trabajo y, sin embargo, no me decido por temor a una caída o cualquier percance (aunque no tenga importancia) y se chafe por mi culpa este remate de semana poética. Haría una extorsión muy grande. En fin, prefiero dedicar un rato a la lectura del periódico. Ya habrá otro día.

A media mañana he recibido guas de JH, el editor, avisando a la ilustradora, MN, de que se cumplía el plazo de entrega de la portada del Bicho. Ella ha contestado al poco tiempo enviándolo. Me he quedado maravillado. Tal y como expliqué, ha desarrollado la idea de cinco ventanas con motivos de cinco relatos y ha dejado una vacía, con la persiana a medio bajar, para significar el misterio del resto de historias que permanece todavía oculto. Con ese color de cuento maravilloso y esa línea tan elegante que le da MN. Nos hemos alegrado. A mí, casi se empañaban los ojos remirándolo. Creo que va a ser un segundo regalo especialísimo para esta nueva campaña del libro. Un regalo que compartiré también, por supuesto, con toda la gente a la que quiero. Y con Alguien más. Invisible.


20/03/24

Descanso relativamente bien y, aunque madrugo antes de las ocho para leer un buen rato el último de Valnera, me entra un pesado sopor después de una hora larga. Y eso que la novela me atrapa. Pues nada, que se me caen los ojos como a un niño después del biberón de la mañana. No hay manera. Tengo que ponerme a la acción con algo, porque no aprovecho por falta de concentración y rabio. Tampoco quiero recostarme en el sofá más allá de las nueve y media. Dejo la cabezadita para después de comer. Trasteo en la cocina. A la hora habitual me piro al café.

Una gozada de tiempo para la bici. Paso antes de salir paso por donde Paco a reponer botellero y mitones. De estreno (también las ruedas, desde finales de la temporada anterior), está la burra con un lustre de buche. Tengo que empezar sin parones de ritmo más allá de dos o tres días, pero necesito tiempo estable y soportable para mi nariz y garganta. Voltio de hora y media. Suficiente, bien pedaleado y disfrutado.

A las cinco y media podría haberme puesto, pero llevo las cortinas del dormitorio al arreglo en casa de la abuela. Me las ha comido el sol, ¡tiene cachavas! Estoy un ratín de palique. No hay demasiada prisa porque el resto de la tarde es para el poemario del Águila y lo tengo bastante analizado. Y recogido en notas de dos o tres folios. Me queda organizarlo en limpio para llevar un esquema mínimo. Está listo y lo hago, sobre todo, por amistad y reconocimiento al trabajo de EB. También por pasión, claro. No voy a dejar que desaparezca la colección. La voy a defender por encima de quien gobierne el ayuntamiento. La considero una interesante aportación cultural al pueblo de mis tiempos de concejal.

Una suerte que haya podido hacer una lavadora, tender y secar. Justo en el momento en que ya estaba para recoger ha comenzado a llover con esa fuerza de las tormentas de verano (sin serlo). Y mi cuerpo lo acusa con una sensación de pesantez propia del bochorno. Se carga la atmósfera y hasta que suelta puedo tener mayor sudoración y sensación de presión en la cabeza. Ya me ha pasado ayer a media noche. Tuve que levantarme y cambiar el edredón de plumas por manta y colcha más ligeritas. Y me quedé como un niño de nuevo. Sudadito pero recobrado un calorcito cómodo.

Todas estas cosas que consigno no las sabía antes. Lo digo con sinceridad. Cuento lo que vivo porque para mí es novedoso. Antes mi vida funcionaba sobre ruedas y no me daba cuenta de que Alguien velaba por mí. Y quizá no la quise tanto como se mereció. O, mejor dicho, no se lo reconocí del todo con hechos prácticos. Solo con palabras. Eso sí. Y con besos. ¿Fue suficiente? ¿Para ella?


19/03/24

A primera hora me felicitan los hijos. Hablo un poco por teléfono con la Chiqui y me cuenta que ya se encuentra mejor. Está en el trabajo También al Chico le contesto por guas que siempre es un buen día para celebrar algo. A pesar de todo, hay motivos para agradecer a la vida sus dones. El próximo sábado lo pasaremos disfrutando los tres de visita y comida en la bodega de Arzuaga, que el mismo chaval se ha encargado de organizar. Lo dicho: el gozo de celebrar juntos.

También por la mañana me llega el guas de mi hermano Mon. Puesto que no tenemos padre, nos felicitamos también en recuerdo del que nos tocó en suerte. Un buen hombre. Como suele ser lo común, es natural querer cada uno al suyo y una de las cosas más bellas del ser humano, con algo de misterioso. Es la fuerza de la sangre. Por eso, también me acuerdo en este día de mis amigos y allegados que todavía tienen la suerte de contar con la presencia del suyo (y también de su madre). Y me da alegría. Un regalo inapreciable.

No he podido resistir la temperatura ideal para salir y me he tirado al monte con la bici gorda. Ha sido una hora, pero bien sudada. Enseguida se nota que las patas han perdido fuerza y ligereza desde la temporada pasada. Retomar es así. También consiste en quitar cuanto antes un par de kilos del parón de invierno. No sé si el tiempo permitirá las salidas regulares. Lo disfruto mucho. Aunque en general me he encontrado bastante bien. Y sigo todavía con el magnesio.

En cuanto los días van estirando y la temperatura suaviza, retoma uno las sensaciones del nuevo ciclo de primavera que ya está aquí. Se acusa en los sentidos. A ratos, como deseo físico. Pero también, como hoy, he parado un momento en la iglesia de Villallano, con su sencillo pórtico y un entorno humilde pero bien cuidado. Y este es un deseo interior de belleza. También existe este tipo de deseo. Espiritual.


18/03/24

Me despierto pronto, a las seis, pendiente de cómo habrá evolucionado la Chiqui. Enseguida me manda un guas en el que me dice que ha vuelto a tener fiebre y se observa las anginas con pus y la garganta muy roja. O sea, que necesitará antibióticos y probablemente no podrá ir al hospital.

Me levanto y doy en pensar que a lo mejor conviene que me acerque a León unos días hasta que ella mejore. Me aseo, preparo la bolsa, desayuno y me pongo a cocinar unas lentejas estupendas, para varios días, por si tengo que estar fuera. Luego llamo al Chico porque no me acordaba de la calle de León donde vive la niña. Y decido esperar a ver qué pasa, pues me ha dicho que iba a consultar con su tutora. No me da noticia. Por tanto, no acelerarse. Incluso estaba ya mirando en internet sitios donde quedarme cerca de donde ella vive. Tranquilo, me digo. Respira.

Me pongo un rato a dar vueltas por casa, pues no tengo concentración para nada, y concluyo que antes no pasaba estas neuras porque había Alguien que se encargaba de todo. Aunque yo tuviera que actuar, Alguien sabía siempre lo que había que hacer. Y yo también sé moverme, pero mi inseguridad estriba en que no tengo a Alguien con quien compartirlo. Mientras preparaba la comida, se ha llegado la hora del café y ya me encontraba más calmado. Evidentemente, si la niña no llama es porque lo ha resuelto por su cuenta y lo controla mucho mejor que yo. Que es médica, coño. Y está en su hospital. Mucho mejor que si se hubiese quedado aquí, en Aguilar. Tranquilo. Respira.

A la hora de comer le pongo un guas porque todavía no había enviado noticias. En efecto, ya había tomado antibiótico. Le habían aconsejado quedarse en casa hoy y estaba aprovechando el tiempo en estudiar y preparar sus cometidos de residente. Que estaba bien. Mañana, a trabajar si todo seguía como hasta ese momento. Ya respiro más tranquilo.

Pequeño garbeo por la tarde. Hace divino. Pero quiero aprovechar y me demoro lo justo para hacer un trayecto por varios supermercados. Voy cogiendo manías de amo de casa solitario. Me gusta comprar un determinado jabón líquido en el Día. El ambientador y los cogollos de lechuga tienen que ser del Alcampo. Y la espuma de afeitar de Carrefur. Para las costillas adobadas o una colonia muy rica y fresquita, en Mercadona, que no hay aquí sino en Reinosa (cuando puedo). En el Lupa, las cabezas de ajos. Y así. Soy la polla. Pero yo me encuentro divertido a mí mismo. Un friqui.

Y al volver a casa y poco antes de llegar al puente mayor, los ojos se me van raptados a dos ciruelos silvestres, uno blanco y otro rosa. Los dos, pobladísimos. Fragancia de ramas. Y es tal la herida de belleza que siento por dentro y la llamada de la vida renovada en un nuevo ciclo, que lamento que no haya nadie a quien desnudar esta noche. Aunque solo fuese para acariciarle el oído con algunas palabras encendidas en el aliento. O dos nada más, salidas del alma. Verdaderas. 


17/03/24

Al final se impone la fuerza de la juventud y parece que el virus ha remitido en buena medida. La fiebre se ha mantenido a ratos y también ha evolucionado a menos. En general, la Chiqui no ha pasado mala noche. Ha descansado bien. Me he levantado varias veces y estaba tranquila, con lo cual también yo he podido dormir lo suficiente. Ella lo justifica diciendo que es lo esperable en gente que trabaja en un hospital. Bueno, hemos podido comer los tres casi con normalidad. Después, decide que prefiere regresar pronto a León para incorporarse mañana al trabajo si no hay más novedad. El problema es el viaje, si se encontrara mal mientras conduce, y lo soluciona con su hermano, que la lleva hasta allí y luego vuelve a Valladolid.

Enfadado como un mono en cuanto me siento al ordenador, porque comienzan las bobadas de la conexión y ya estoy un poquito chamuscado. Algo falla en la señal del wif al pecé. Porque al móvil llega perfectamente. Intento con el solucionador del propio cacharro y resulta que lo resuelve, sin que llegue a enterarme de cuál era el problema. En fin, creo que la tecnología es una forma sofisticada y moderna de tocarle a uno los huevos de vez en cuando. A cambio, hace un servicio impagable de ordinario. Mi temor, en este caso, es que me falle durante la semana entrante, porque el poemario del Águila solo lo tengo en el correo electrónico. Veremos. En fin, por otra parte, descuidado y tranquilo una vez que el “Bicho” ha volado de mis manos para convertirse en ese producto tan bello que sale de Valnera. Para después recogerse al calor de las manos del lector.

Algún problema de fuga de agua en el portal del bloque del apartamento. Por suerte, nada en el mío, me comunican las inquilinas. Y un gestor que nunca está disponible. Cobrar, sí, puntualmente todos los años. Ni siquiera reunión de comunidad desde antes de la pandemia.

Tranquilidad en casa cuando no se siente a los hijos. De nuevo, han partido hacia sus destinos. Es gozoso el bienestar del orden rutinario sin alteraciones, tanto como la alegría del bullicio cuando están ellos presentes. En cambio, por dentro, en cuanto a sentimientos amorosos, no hay más que una quietud indiferente. Excepto mi hija, por primera vez no hay más mujer en mi vida. No hay nadie a quien ame o desee. Ni siquiera en quien piense. Ni quien piense en mí. Por tanto, estamos en paz.


16/03/24

Por la mañana he leído con tranquilidad la prensa y he charlado un rato con FL, amigo que siempre me pone de buen humor. Luego he enviado el texto del Bicho definitivamente corregido. Ahora sí que no hay vuelta atrás. Espero que no se me haya colado ningún gazapo. Y en caso contrario, bendito de dios. Si es niño san Antón, y si no…

Además, en el guas veo que el editor está ya solicitando con cierta urgencia la ilustración a MN. Esta se disculpa por la acumulación de trabajo que tiene, la pobre. Son oficios de autónomos que van por rachas y a temporadas exigen soportar una gran presión. Esto es así. Nada comparable con un escritor como yo que no está sometido a mercado alguno, precisamente por el pequeño alcance de la edición. Los famosos es otro cantar. En fin, que JH le ha concedido hasta el veintidós a MN como tope. Yo tengo ilusión por ver el resultado final de la idea.

De mañana en adelante vuelvo con el Águila de Poesía, que también será el próximo viernes. Por cierto, que me escribe JA, poeta palentino y buen amigo, para comunicarme que él estará aquí el próximo jueves con una charla sobre “haikus” y poesía visual, que es una de sus mejores facetas líricas. Hemos quedado con antelación para tomar algo.

Los chicos andan por ahí, sí, pero a su aire, como siempre. No me importa, claro, porque ya me voy acostumbrando. La Chiqui se ha marchado a comer con las amigas a Comillas. Ha llegado a media tarde mala, con escalofríos y síntomas de algún virus. Se ha metido en la cama. Estoy convencido de que el tiempo relocho produce un gran malestar en todos los órdenes. Yo tampoco funciono muy bien de la nariz en esta temporada con oscilaciones de doce o quince grados de un día para otro. Una mierda de climatología. Y cada vez lo iremos pagando más caro. Porque somos nosotros los que estamos jodiendo el chiringuito.

Impensable releer algo de Rosa Chacel, escritora vallisoletana insuficientemente valorada en mi opinión. Aunque dentro del 27, una de las más reconocidas. Se cumplen treinta años de su muerte. Me había propuesto dedicarle unas semanas. Pero todo lo tengo atrasado, amontonado y ya inabordable. Me refiero a lecturas. Ahora mismo, de toda esa pila o torre a la espera, me interesa solo decidir qué libro es el más idóneo para mis intereses como escritor. Del resto, lo que se pueda. Y pensándolo bien, ¿qué más da?, ¿qué necesidad o qué prisa tengo?, ¿quién me espera, cuando concluyo el trabajo diario, para compartir el gozo de una vida plena?


15/03/24

Ayer tuve que hacer novillos forzosos. Falló la conexión a internet cuando me puse por la tarde y ya no hice vida hasta la hora de cenar. Por lo visto en algún momento se había caído la red, o falló Yastel, o la puta que lo parió. El caso es que a mí lo único que se me ocurría era apagar el móvil y reiniciar. Veinte veces a lo largo de la tarde. Nada. Con datos móviles, sí. Pero el ordenador, inútil total. Me resigné y me puse al trabajo de corrección. Le di un buen boleo y mira tú por dónde ya me quedan dos días como mucho para concluir. Y de nuevo los nervios de enviarlo y despreocuparme del resultado definitivamente. Porque ya no habrá otra vuelta. Y que sea lo que dios quiera.

Por la mañana me surge un nuevo compromiso. Me escribe DA, docente y escritor (y antiguo maestro de mis hijos en las escuelas). Que también él publica un nuevo libro de relatos en breve. Que si quiero presentárselo aquí, en Aguilar. Más trabajo, pero lo hago con agrado, la verdad. Tendrá que ser en mayo porque junio quiero reservarlo para Madrid. Quedo a la espera del libro en cuanto se publique para tenerlo leído con tiempo y él me propondrá una fecha. En la biblioteca pública, según me ha dicho.

Llegan los dos lebreles a pasar el finde. Tengo que preparar la tortillona clásica. Hoy todo ha ido sobre ruedas, o sea, que no ando mal de tiempo. Hasta he preparado para el socio y para mí una cazuelona de macarrones de espirales. Seis raciones, para menos no me pongo. Como la pasta es insípida del todo, hago una base con cebolla, dos dientes de ajo y un trozo de pimiento verde que andaba por ahí, y añado abundante panceta en trocitos. Ha cogido buen punto y gusto. Un paquetito de tomate frito y a correr. Maravilloso. Al socio le privan. Y hoy me ha gustado incluso a mí. Me como una ración pequeña y completo con otra media de pimientos con calabacín y gambitas que también me quedaba. Un manjar. Tengo que conformarme con esta felicidad humilde. Otra, quizá ya no la haya para mí


13/03/24

Tarde buenísima que no he podido aprovechar más que con un paseo de una hora. ¡Lástima de bici! A ver si se mantiene. Estos días tengo quehacer. Y otro problema es que me demoro viendo el TEM después de comer (a veces se me caen los ojos), porque me puede la curiosidad por el cotilleo político. Y llevamos una temporada animada. Pero bueno, tampoco me arrepiento porque me activa mucho y sé por experiencia que uno está vivo en función de su atención por las cosas de este mundo. Así le pasaba a mi abuelo, siendo ya bastante viejo, cuando oía un parte o caía en sus manos un cacho de periódico, aunque fuese atrasado. Es el interés. Siempre alerta. Mi padre no era así. A mí, por el contrario, me atraen muchos temas.

También quedo libre hasta mediados de abril con el dentista. Tenía dos piezas malas y ha llevado su tiempo. Un par de sesiones más y listo. Este es un tiempo que no me cuesta perder. No sé por qué, pero la boca siempre me ha parecido que debe cuidarse precisamente porque no entra dentro de la medicina de seguro. Por eso mismo tiende a descuidarse. En mi caso, no. El único incoveniente, ya digo, es que se hace aburridísimo, cada proceso es de varias sesiones. Eterno, uf.

Buen ritmo de correcciones en cuanto que no he tenido preocupación por las labores de casa. Creo que voy a dejar lo de Valnera bien aseadito. Lo malo es que veo difícil en este momento comenzar nuevo proyecto. Pero tengo la ilusión de Madrid. Como entonces. La feria son los tres primeros findes de junio. Lo jodido va a ser el alojamiento. Ya ando rebuscando a ratos. Me gustaría en sitios que conozco y son cómodos, sobre todo en distancias. Madrid es otro cantar. Y volveré solo. Por segundo año. Ay.


12/03/24

Gracias a que he espabilado por la mañana, he podido leer un rato largo. Después, tenía preparado el rancho para hoy, pero me ha llegado un táper de esos milagrosos de mi cuñada (que parece que me lee el pensamiento cuando estoy apurado) y eso me salva un par de días. Acojonante.

También ha servido para que repasara un ratillo las finanzas, de las que apenas me ocupo porque se me pone dolor de cabeza cada vez que entro en las cuentas. Es que no me explico de dónde salen algunas cantidades de gastos. Los ingresos siempre son claros, pero los gastos… O sea que suelo concluir pensando: pues será verdad si lo pone aquí. Así que mañana tendré que hacer una visita al banco y luego, hacia la una, al dentista. Ya se me jodió medio día, ¿lo veis?

Y en tercer lugar, se me ha rasgado como si fuera una telaraña una de las cortinas de la habitación. Pero un jirón de puta madre. No hay quien lo vuelva en su ser, me parece a mí. Me he encontrado con la suegra y le he dicho que se lo tengo que llevar para que lo vea. Tendré que comprar otras. Qué mierda. La vida diaria está llena de mil pijadillas. Pero ¿qué voy a hacer? Son malas, pero hacen una labor de la hostia…, decía mi suegro.

El editor me escribe y me dice que venga pacá el archivo corregido. Le pido que me dé hasta el domingo por la noche, explicándole que ahora se me ha cruzado otro compromiso y estoy en ello. Ya sabía yo que volver a mirar un texto es el cuento de nunca acabar. Pero él conoce mejor que yo el oficio y me insiste en lo importante que es pulir y lo mucho que mejora el resultado final. Lo sé. Aunque para mí es una tortura por aburrimiento. En fin, tengo que cumplir mi palabra porque mi libro y el de JC deben salir juntos y estar para la feria de Burgos, anterior a la de Madrid. Vamos a ello.

Por fortuna, he pegado un buen repaso al poemario del Águila de Poesía y me ha dado la impresión de que lo tengo bien pillado, sin el inconveniente mayor de algunos poemas difíciles por su conceptualización. Creo que comprendo con nitidez el origen de esa poesía, las técnicas de la métrica y la estructura, y su imaginería retórica. Estoy convencido de que no me va a llevar más de tres o cuatro días su preparación. Me había asustado el bibliotecario cuando me llamó para decirme que en principio pensaba ocuparse él pero que lo había superado. El secreto es el de cualquier otro oficio. O sea, conocer los fundamentos teóricos y haberse dedicado toda una vida a ello, a practicarlo y a enseñarlo. No tiene otro mérito.

Sin embargo, le había pedido a la concejala que subvencionara hasta cien libros del mío próximo para la presentación en Aguilar y dice que anda mal de dinero. Anda, jódete. Pero yo sí tengo que hacerlo gratis, ¿eh? De todas formas, el bibliotecario es una maravilla y siempre que me lo pida le voy a ayudar. Le conozco bien desde mis tiempos de concejal. Sé que volverá a comprar un buen lote para la biblioteca. Y la verdad es que también lo hago porque me consume esa pasión. Pero insistiré con esta amiga. Eso fijo. A ver. Nos ha jodido. Yo no me rindo nunca. Y menos con las mujeres. Siempre hay que poner cara como que quieres algo de ellas. Sin agobiar.


11/03/24

Anoche, después de la peli, me propuse resolver la sintonización de canales en la tele que, por cierto, no me explico cómo pudo desconfigurarse. Eché mano al mando a distancia ya por simple pundonor. Tanto baile de números para cambiar de una cadena a otra me tenía mareado. Estuve a punto de hacer una lista en una hoja con el orden en que salían en pantalla y dejarla encima de la mesita de la sala para siempre. Eran las doce y dije de aquí no me muevo hasta que los canales estén perfectamente sintonizados. Aunque me lleve toda la noche. Estaba convencido de que si me metía en la cama sin solución no iba a dormir. Porque me estaría preguntando hasta el amanecer si es que soy retrasado mental o qué.

Tal era mi rabia que en diez minutos di con ello. Como tantas otras cosas para los que pertenecemos a generaciones pretecnológicas, actúa en nuestra mente un bloqueo que te hace sentirte inseguro ante problemas sencillos. Y luego, en el fondo, te das cuenta de que no es más que enredar un poco. Una pijada que comprende un primate si ve hacerlo una vez. Yo no. Yo tenía quien lo resolvía al instante y eso provoca que llegues a la edad de la jubilación sin la más mínima idea. Un pelele completo. Y, claro, no vas a esperar toda una semana a que regresen los hijos o vas a llamar a un técnico. En dicha tesitura, antes la mejor solución habría sido el cuñado, pero ya no vive al lado. Me cagué en dios y di con ello en un pis pas. Ya digo.

En fin. Por si no fuera bastante, parece que hay duendes en casa (o tengo un virus de aparatos, o dentro de mi cabeza), porque me ha llevado un rato largo recomponer la Excel en la que tengo la biblioteca personal. Y no son pocos libros. O sea, que buscar uno tiene que hacerse por orden alfabético obligatoriamente. Lo he utilizado miles de veces. Pues no me funcionaba el comando que ordena de A a Z. Y que no había manera. Señalaba toda la lista y que no respondía el programa. Venga de aquí para allá. Vuelta a comenzar. Reiniciar el ordenador. Apagarlo del todo y encender otra vez. Y al final admitía la misma receta que lo del mando: ennnndioooosss. Como un cromañón. Todo arreglado. Y, dicho sea de paso, he recordado la anécdota que contaba mi hermano Mon de boca de un hombre de los de antaño cuando los animales no obedecían y otro paisano le preguntó qué hacer: Cágate en dios, le dijo el más viejo. Y a funcionar.

Lo malo es que he perdido muchísimo tiempo. Precisamente hoy, que me han propuesto presentar y entrevistar al ganador de la última edición del premio “Águila de Poesía”. Como si no me sobrase con lo mío. Tengo que dosificar bien el trabajo porque me he comprometido para el día veintidós, que es el cierre de la semana de la poesía que se celebra todos los años en la biblioteca de Aguilar. No llego, no llego nunca donde me propongo. Siempre espiritado con demonios dentro del cuerpo. En Piña es “esperitado”, como decía mi madre. Así que estas aventuras diarias las he tenido que enjaretar a toda prisa. Sin corregir. Va. Me voy. Que voy.


10/03/24

Dificilísimo sacar cuatro o cinco horas diarias de labor. Antes era lo normal, pero en las circunstancias actuales es casi una excepción. Y menos en días como este en que estoy pendiente de comidas y coladas para dos. Al final me conformo con que la tarde no se haya chafado pronto y me haya permitido tender fuera unas horas y después dentro. Y comidas resueltas para tres días. Impensable dar un paseo largo o hacer algo de bici. Resignación.

No obstante, con el tiempo me voy dando cuenta de que no me estreso pensando en lo que pretendo leer y escribir. Si me angustiara por eso, no podría hacer una vida normal. O sea que el secreto consiste en quedarse con lo básico. No hay más. Llegar hasta donde uno puede. Como me dijo mi querido maestro JC, bastan un par de horas todos los días para escribir un par de páginas. Punto.

Los domingos, suelo concluir regando las plantas que Alguien me dejó en herencia. Las cuido con mimo. Conservo cinco. ¿Qué más voy a pedir? Mi vida real es plana y solo alterada por las convulsiones de la imaginación. Y no estoy seguro de que desee un plan diferente. Al menos, hasta ahora. Porque el problema de la soledad le tengo bien entendido y atendido después de estos dos años: Consiste en llenar las horas dentro de casa. Con actividad física o mental. Y, por suerte, no me faltan.

A veces oigo repetir como un estribillo a los de First Dates que la soledad es muy mala. Para mí solo lo es cuando me descuido y me asomo al pozo del pensamiento y veo reflejado en la superficie mansa un rostro que emerge para que no lo olvide nunca. Son solo unos instantes. El problema podrá venir cuando ya Nadie exista ni siquiera en ese fondo.


09/03/24

Me disperso y me ofusco y me chamusco después de comer, cuando voy a descabezar en el sofá un cuarto de hora riquísimo con los ojos cerrados y me encuentro con que no puedo poner la tele en el canal que quiero. Por alguna razón extrañísima (ayer por la noche no tuve ningún problema), en esa tele de la sala se me ha desconfigurado la vinculación entre programa y canal. O sea, que pulso el uno en el cacharro y no sale TV1. E igual con el resto. Para que salga la Uno tengo que seleccionar el canal Veintidós. Y se me escapan algunos cagatos fuertes. Así durante casi una hora enredando con el mando a distancia… Me hubiese gustado tener una marra a mano y poner el chisme sobre un yunque o una bigornia. Y dar. Dar hasta que saltara por los aires el último resto electromecánico. Y después quemar toda esa mierda con un soplete hasta que hirviera en gotas opalinas y se consumiera. Y abrara la piel a quien le salpicara. Un apocalipsis.

O sea, que no he conseguido resolverlo. Ni descansar un solo minuto. Ni ver un ratín a cualquier felino jamándose algún becerrillo (esto me gusta mucho), mientras el sopor me invade de una paz beatífica. Y todo se ha convertido en un desorden que ya no tenía otro remedio que repetir en bucle unas veinte veces esa canción de desamor tan hermosa que ya he mentado en alguna ocasión pasada: “I´ll never fall in love again”. Cantada por Tom Jones, naturalmente, aunque Tom sea muy joven en el vídeo y ponga esa mano derecha con los dedos agarrotados y en un par de pausas pegue con ese mismo brazo un par de muñecazos con la mano tonta, tipo chasqueo de dedos, que queda un poco forzado y torparrón. Verlo en el yutu. Es muy emocionante.

Pero, ojo, esa voz de otro planeta no es de despreciar. Eso sí, tampoco he sabido nunca para qué tose una vez antes de comenzar a cantarla y otra tos después de cantarla. Además, en el segundo final hace una aspiración de nariz muy poco fina, el minerazo de él, mostrando una sonrisa ladeada instantánea y algo ridícula. Como si tuviera un moco dentro y lo aspirase. En fin, un monumento al amor que estaría bien que me lo pusieran a mí cuando esté dentro del cajón a la espera del horno. Eso sí, si estoy destapado, quiero tener un bigote de varios días. Así que no me rasuren. Ya aviso.

Y, para terminar, como me encontraba muy malito, he pinchado “Mi Mix”, y me he hundido definitivamente en la negrura de la tarde porque esa selección automática que hace la máquina me atrapa y ya no puedo salir de allí hasta que no termina la última canción. Alcanzando alturas inconmensurables con Rosariyo y Lolita cantando “Qué bonito sería”. Siempre me han puesto mucho con su pelo moreno, rizado y revuelto. A veces se lo pedía yo a Alguien, después de ducharse: Que no se alisase el pelo y lo dejase libre y selvático, con olor a bosque limpio. Alguna vez me lo concedía. Pero en esta tarde lenta en un invierno sin salida, ya no es posible. No está.


08/03/24

Aquí se mantiene todo el día lluvioso pero no demasiado frío. Chateo unos minutos con los chicos en el guas y me dicen que en Pucela y León cae algo de nieve o aguanieve. Parece que se ha trastocado el clima de lugar. Me tranquiliza que no tengan que viajar. Vendrán el próximo finde.

Por el motivo anterior (estar libre), me tentaba acercarme a Santa y a Torre, pero no apetece ni siquiera para visitar a los amigos. Y para quedarme en casa, mejor no moverse. También tengo algún guas de Cabezón preguntándome. Aquí sí que hace bastante que no voy. Seguro que desde que estuve en Comillas el día de la bajada en bici de hace dos años. Solo que esos colegas son de alternar y tengo que andar con mucho cuidado con el coche o quedarme a dormir donde la antigua patrona. Y esto me da muchísima pereza a estas alturas.  Pero, en definitiva, es la misma razón de fondo: el tiempo no invita. No vale ni lamentarse ni empeñarse. Paciencia y a trabajar en la buharda.

Un buen consejo que oí hace muchos años y que tiendo con frecuencia a aplicarme es que no conviene retirarse con mucha frecuencia al paisaje interior. O sea, a observarse por dentro, a autoanalizarse. Solo es aconsejable cuando se necesita para resolver algún problema que no se tiene detectado con precisión. O cuando se escribe biografía o autoficción. De ordinario, es mejor atenerse al ritmo tranquilo de la rutina y no cavilar demasiado. Tener pautadas las costumbres diarias. Mantenerse en el exterior sin acordarse de uno mismo. Y, en mi caso, ocuparme en tareas creativas. Fluir, dicen ahora.


07/03/24

Tengo comprobado que los cambios de tiempo me trastornan la cabeza con dolores que a veces no se pasan solo con un analgésico. Temperatura, presión, grado de humedad y todas esas vainas me afectan mucho. Máxime con el tiempo tan inestable. En fin, ajo y agua. Y si no cede, rematar con un protector seguido de un ibuprofeno para que no me ponga la barriga en carne viva. Para colmo, ¿quién sale a dar un garbeo con semejante panorama?

En casa tengo ocupación, es cierto, pero debo emplear la mañana en solucionar pejigueras que me ponen frenético. Hoy se trataba de errores en la documentación para solicitar el bono social de la luz al socio, debido al número de inmueble. Será la cuarta vez que tenga que acudir a la compañía en Santander y lo malo es que no puedo echarles la culpa a ellos del asunto. Porque el problema reside en que el ayuntamiento de aquí actualizó el callejero y mi bloque pasó del número uno al tres. Pues bien, por esta pijada, tuve que pagar diez euros en el propio ayuntamiento para incluir el cambio de dirección exacto en la renovación del dni. Y ahora, estoy viendo que me van a pedir otros diez para lo de la luz. Y sospecho que ya no voy a poner buena cara. Habrá que jurar.

Por lo demás, tampoco pasa nada por no salir más que un ratito al café de media mañana, pero se hace largo después de comer hasta que uno se pone a la labor. Me entretengo viendo el TEM, que me divierte bastante. Y antes de continuar las correcciones repaso noticias sobre literatura, que aún es más divertido que lo anterior.  Leo la crítica sobre el prestigioso premio Herralde de novela y denomina ciencia ficción a una trama en la que un avión con nueve pasajeros supervivientes de una catástrofe que ha barrido el planeta, deben prescindir de uno de ellos arrojándolo al mar puesto que solo hay lugar para ocho en una isla desierta en la que van a aterrizar… Con los siguientes mimbres, imagínese el resto. ¿Quién sabe? ¡A lo mejor está bien! Pero no creo que lo compruebe. Por feliz casualidad, ganador y finalista son cineastas y novelistas. Para mayores garantías.

Lo mejor: Me he curado completamente de la garganta. Cuando estoy sano, experimento una gran seguridad psicológica; enfermo, soy un pobre hombre. A poco que padezca, me puede el pesimismo. La vida pierde sentido cuando uno se encoge y en posición fetal constata que no hay nadie en el momento de la despedida. Y que sería mejor caer fulminado por un relámpago. ¡Es increíble! De joven uno mira al lado de la cama a ver si hay alguna a la que pulirse, y de mayor vale con saber que hay alguna al lado para que le traiga un vaso de leche con una aspirina. Y a sudar.


06/03/24

A última hora de ayer, JH nos envía al grupo de guas la que podría ser una propuesta definitiva de portada. Con esa determinación del que tiene experiencia y sabe que no hay que marear mucho la perdiz porque nos perderíamos en matices sin mayor importancia. Por tanto, tendremos cinco ventanas con cinco imágenes de cinco relatos, y una sexta semicerrada que sugerirá el resto de las historias, como unos puntos suspensivos.

MN no ha contestado, pero imagino que lo da por bueno. Por mi parte tampoco hay problema. Me gusta que me aconsejen cuando se trata de aspectos concretos de la edición que no controlo. En realidad, todo menos el puro texto. Y hay que reconocer que el editor es muy considerado en este sentido y respeta la versión íntegra que le proporcionas. Aunque pueda señalarte preferencias o algunas cuestiones. En mi caso, no ha prescindido de ninguno de los once títulos y eso que el libro ya va prieto de extensión para tratarse de un volumen de cuentos (le prometí que no superaría las ciento cincuenta páginas y tiene muy cerca de doscientas). No me extraña que me aplique mi propia palabra: parlapuñaos.

De todas formas, sobre esta labor de poda minimalista que es casi una condición de la literatura actual, alguna vez he escuchado a mi editora, AdlG, y me ha sorprendido con opiniones tan interesantes como útiles para el futuro. Y es que en general he tratado más con el editor y poco a poco me he ido dando cuenta de que la editora es más decisiva de lo que yo pensaba. O al menos tanto monta… Ella, en resumen, me aconseja y me guía con mucho cariño con el propósito de pulir mi estilo. Como si tuviera total confianza en mi literatura y esperara mucho más de mí. Y eso me halaga, claro. Y me estimula a seguir trabajando hasta dar con algo de gran calidad. No sé por qué, pero considero que soy capaz. En esto me siento valiente.

Por lo demás, me han vuelto a dejar la maqueta con todas las correcciones incluidas y voy a poder dar una última vuelta. No contaba con ello, pero me he alegrado al recibir otra vez en casa a este que ya consideraba un hijo pródigo. Dedico la tarde a ello, aunque tenga que conformarme con leer muy poco rato. Ahora es prioritario, sobre todo, que al menos no se escape ni una mínima y fea errata. Vamos adelante.

También por guas me incluye JH un remate que me ha producido una enorme alegría. Y es que le pedí que me creara para cerrar el volumen uno de esos colofones singulares y personalizados que suelen incluir los grandes editores. No diré el breve texto, pero me ha encantado. Ya se verá. La publicación quiere hacerla coincidir con el veintitrés de abril. Ole.


05/03/24

El tiempo trae una tregua de unos días, según dicen, y es verdad que hoy ha hecho muy rico. La garganta se ha curado del todo, pero es mejor aguantar sin el paseo de la tarde hasta que no haya ningún riesgo. Es curioso que mi parte más vulnerable sea también la más recuperable. Aprovecho para ganar unos días preparando un par de potas de comida.

Dedico un buen rato a idear escenas o imágenes para aportar al primer boceto que ha mandado MN, la ilustradora. Ha creado un grupo de guas, incluyendo también a JH, el editor, y hemos cambiado impresiones desde ayer noche. La idea principal es brillante. Representa una fachada en la que se ven seis ventanas, en cada una de las cuales puede ubicarse el motivo que se prefiera relacionado con alguno de los cuentos del Bicho. Y desde el primer plano, en una rama, un cuervo que parece observar los respectivos interiores como una sombra de amenaza. Me gusta este pájaro de mal agüero por el simbolismo que tiene en el célebre poema de Poe.

MN ha desarrollado dos motivos de momento: una escena de amor en un interior y una figura oscura que se cierne sobre un lecho, en otra viñeta. Y ha dejado que todos sigamos pensando cómo llenar el resto. JH ha añadido dos buenas sugerencias: una señora con un perro, para otro hueco, y una ventana vacía y con la persiana a medio bajar en donde quedarían representados el resto de los relatos. Buenísima idea. Y, por mi parte, creo que podría resultar significativa una escena familiar en torno a una mesa y quizá también una mujer con una sombrilla de playa… JH. suma además que podría aparecer una mujer con moñete asomando a un patio. En fin, no nos van a faltar animaciones para el cuadro. Y todo con los vistosos colores del estilo de MN. O sea, que esta primera prueba me ha gustado.

Por la tarde me llama JH, que ya está maquetando con BE, impresora, sobre los borradores con las correcciones. Resolvemos alguna duda y también le añado varias notas más. Todavía voy a tener una semana para revisar la nueva maqueta. Más tensión y más ratos de volver a enredar. No sé qué sería mejor…

Después de una inmejorable sesión de lectura en la habitación del Chico, vuelo por encima de los velux de la buharda y me maravilla el reactor que cruza el cielo por el oeste. Mientras que el sol se embosca a la gallega, la estela blanca es siempre a la misma hora. Y me percato de que llevo media vida mirándolo. También desde la puerta del corral de mi casa, durante un antaño ya muy lejano, por cima de las bardas que daban al corral de la Colasa. Por encima incluso del lomo de los gatos que entonces se congregaban sobre el tejado a recibir el último calorcillo del día. Es el mismo avión a reacción, como lo llamaba mi madre. 

Es la misma recta que ha guiado mi vida, de sur a norte, indicándome que esa es la dirección correcta para no desorientarme. Del campo a la montaña y al mar. Advirtiéndome que en ese trayecto está mi destino por cumplir. Y que debo dar lo mejor de mí. Y no conozco otro modo más bello que la escritura. Hasta el punto de que me parece oír a Alguien alentándome al oído: “Te he dejado solo para que puedas cumplir tu sueño”. Así sea. Bendita seas.


04/03/24

¡Qué será la miel! Ya entiendo que me repito, pero es que no dejo de maravillarme. Me acosté con la garganta algo tocada y digo: No voy a pegar ojo. Se me está incubando una faringitis como un perro. Es mi talón de Aquiles. Y otro poquitín la máquina de respirar. Decidí pegarme dos utabonazos en la nariz y para el gargavero me metí un vaso ardiendo de leche con dos cucharadas soperas de miel, que no había hijoputa que aguantase el dulzor. Ni yo, que ya es decir. Pues confieso que no he dormido mal del todo y no alcanzo cómo se me ha pasado la carraspera. Milagroso. Claro que también tendrán algo que ver las vacunas contra el covid y la gripe. Estas no fallan ya ninguna temporada. Por si las moscas. O, mejor, por si los bichos.

Con la misma precaución, no he querido enfriarme y he limitado mi paseo hasta la plaza para una gestión en el banco. Y a casita al calor. Todo junto estoy seguro de que me habrá restablecido con tanta rapidez. Me aposento arriba, pero en la habitación del Chico, y leo un rato a placer después de la tertulia. El velux brillaba punteado de chispas de agua y sol. He sentido un momento de mucha felicidad al mirar la foto del Chico con su madre. Y eso quiere decir que la vida pesa pero no aplana. Que el corazón late. Aunque esté desierto.

Mi cuñado JR me presenta a la nueva vecina. Identifico la familia a la que pertenece. Pero lo importante es que aparenta una persona normal, sin más. Me interesa la tranquilidad y en este aspecto va a vivir sola. Una suerte, pienso. Pero luego cuando entro a casa me quedo mirando el calendario de los cumpleaños y me fijo en la foto grande de las niñas. ¡Qué bonitas están! Nuestras niñas (decía Alguien). Poco antes de morir, mirando algunas de esas fotos, me confesó con una pena inmensa: No voy a verlas crecer. Y yo le contesté que las vería a través de mis ojos. Fue una mentira piadosa.

Por esa y otras razones, no es cierto del todo que vaya a vivir en adelante con mucha tranquilidad. Quizá eche de menos (ya me sucede) el bullicio mañanero al otro lado de la pared. Me quedo pensativo y recuerdo con melancolía aquello que el escritor F. Umbral tomó del filósofo Heidegger para titular un libro suyo: “Un ser de lejanías”. Poco a poco iré deshabitándome, desasiéndome de todo, alejándome de cosas y personas, y a la inversa. Y esta separación de nuestras niñas me advierte de que es un pequeño paso más hacia mi total orfandad.


03/03/24

Desde el jueves ya no he entrado en estos apuntes de ocasión. El viernes celebré a mediodía el Ángel con el socio. No me lo explico, porque él la considera también fiesta principal de Piña y, sin embargo, nunca fue socio de la Cope (Cooperativa del Santo Ángel, aclaro). Pero le encanta, chico. A la una ya estaba con cuatro latillas de mejillones en escabeche y dos botes de cerveza. Hemos ido mejorando. Al principio de llegar solo había una latilla. Abrimos tres y a él le vale como comida porque lo acompaña untando una barra. “Está bueno este moje, hostias”. No le hace mal al estómago nunca. Es un completo festín para él. Insuperable.

Y por la tarde ya llegó mi hermano Mon y salimos para la merendola que tenía programada en el Valentín. Este año, también apañada y animada. Me gusta porque es una ocasión de corresponder con los amigos y me resulta comodón organizarla de esta manera. Faltaron tres por indisposición. En fin, pasamos un rato agradable, que es de lo que se trata.

Ayer, sábado, sin embargo, echamos la mañana en el ordenador, pero en gestiones para las que Mon es imprescindible. Lo dejamos a puntito. Mañana remataré en el banco porque el móvil nuevo se trabó en algún paso por falta de reconfiguración. Nada importante. El resto del día no estuvo para paseos. Nos conformamos con el café de por la tarde en el Valentín, que para mí ya es como una prolongación de mi casa, una especie de oficina debajo del domicilio. Los tres magníficos que quedamos del casulario de Piña. Tres de los siete que surgimos de aquel núcleo. Aquel mundo que se esfumó para convertirse en ficción dentro de mi mente. La parte familiar, digo. Por fortuna, me quedan vínculos reales e irrompibles allí, vitales también para mi estabilidad emocional. Hasta que me metan en el horno.

Con mi hermano Mon hago repaso variadísimo de actualidad para toda una temporada. Aparte de los asuntos materiales de casa, hay un buen número de temas de interés común. Y los dos somos de palabra larga. Pero creo que él más que yo, porque siempre tiene más amplia información.

Parlapuñaos. Así se dice en léxico esguevano. Es curioso y gracioso, pero me llama JH, el editor, de paso hacia Cantabria de una visita a Bañuelos de Bureba (Burgos), a conocer in situ los terrenos del maestro A. Benaiges de la famosa novela de Abella y de la correspondiente película de cine. En los pocos minutos que intercambiamos, me dice que ya desde mañana se pondrán con mi Bicho. Y, de paso, me comenta que ha tenido muchísimo éxito en la reunión del viernes en Colindres la palabra “parlapuñaos”. Creo que me lo van a llamar de mote cuando vuelva a presentar mis relatos. Por mí no hay problema, siempre que lleven comprado un ejemplar bajo el brazo.

Finalmente, el chaval me avisa hacia la hora de comer de que aterrizó del viaje a Francia, y en estos momentos ya ha regresado a Pucela. Todo en orden, me digo. De nuevo en mi rutinaria soledad. Ahora más desahogado porque me he desprendido del manuscrito de los cuentos. Puedo continuar con algunos de mis proyectos. Y leer un ratito más. Quizá me acerque a Torrelavega a ver una exposición a la que me ha invitado MN, la ilustradora. Y aprovecho para hacer una visita a mis buenos amigos E/I. A ver cómo va él de la operación de clavícula. O sea, continuamos. Día a día. Paso a paso. Con alguna pausa como esta para escuchar a Lara Fabiani.


29/02/24

Aunque el viaje de ayer tuvo su mañana brumosa y lluviosa a trechos, no por eso dejó de ser una jornada maravillosa. Una alegría reencontrarme con los editores que siempre te acogen en casa con un cariño familiar. Dedicamos un ratito al balance sobre las Perlas. Contento por mi parte, pues veo a JH satisfecho porque la edición ha funcionado bastante bien, casi completa, y aquí no se trata de ganancias sino de ilusiones cumplidas y números que cuadran con sus pequeños réditos, lo suficiente como para continuar con nuevos proyectos que ya están a punto de salir a la luz.

Comimos con tres compañeros del departamento de Lengua y Literatura implicados en la organización del encuentro, simpáticos y muy amenos, grupo al que después se unió también en el café MP, la mujer de FO, auténtico impulsor de este proyecto de lectura y espíritu de gran finura intelectual. Tanto es así que continúa vinculado de esta manera al instituto a pesar de que lleva ya unos cuantos años jubilado. Genial, de corazón.

Y finalmente nos desplazamos hasta el IES “Valentín Turienzo”, centro de enseñanza con casi el doble de alumnos que Aguilar, en un edificio funcional pero muy bien compartimentado y habilitado. En su amplísima biblioteca se desarrolló la sesión.

No tengo más que decir que me sentí comodísimo entre la treintena de asistentes, profesores y padres de alumnos. La mitad tenía sobre la mesa mi novela (¡qué sentimiento tan gozoso!) y la mayoría, como pude comprobar, lo había leído.

No fue un encuentro de ocasión para promocionar el libro y creo que yo lo había entendido así y había preparado unas oportunas notas que sirvieran de guion. Hablé unos veinte minutos (siempre con la preocupación de no extenderme demasiado), y alguna gracia tendría la reunión cuando se extendió prácticamente dos horas y faltaron preguntas por contestar. Pues era obligado dejar paso al personal de limpieza del instituto.

Creo que se profundizó en cuestiones muy relevantes, con opiniones de gente experta y entrenada en la lectura seria. Me interesó mucho (me ilustró y me iluminó), a pesar de que también se manifestaron críticas tan sagaces como atinadas. Los editores me señalaron a la vuelta el orgullo que sienten por esta línea literaria de Valnera y la dignidad que le conferimos los escritores del sello, patente en estas reuniones de alta calidad literaria.

Llegué sobre las diez al pisuco y le pegué un calentón hasta las doce. Luego, he dormido a ratos con la nariz algo opilada. Pero no había prisa para levantarse. Y ha amanecido despejado y caluroso en Santa. Tanto que casi he sudado en el camino hasta Castelar para resolver algunos asuntos en la Compañía Eléctrica. Un café tranquilito y he pensado que me daba tiempo justo para estar de vuelta en Aguilar a la hora de comer.

Así me ha dado tiempo para charlar un rato con MN, la ilustradora, e ir perfilando el boceto inicial de la portada a partir de unas ideas que hemos compartido. Creo que por su parte no fallará el atractivo. Por la mía, tengo que pegarle una definitiva pasada de páginas de principio a fin, sin parar, a la maqueta ya corregida y después mandar el pdf a JH. Ya no me concede más tiempo, me ha dicho rotundamente. Pero yo me figuro que quiere que lo suelte porque sabe lo que cuesta hacer este gesto. En fin, después de mis notas, el correo lo sacará de mi casa y ya nunca volverá a ser mío del todo. Sino también de sus lectores. Y especialmente de Alguien que seguirá siendo mi lectora más querida y estará a mi lado sonriendo. Invisible. Pero yo la sentiré. Como un rizo en el aire.


27/02/24

Había hecho propósito de no salir hoy tampoco, pues hace frío verdadero y eso puede cogerme mi garganta siempre vulnerable y hacerme polvo mañana, cuando tenga que estar a tope para el encuentro. Pero tenía que hacer cuatro compras y la tarde es tan larga que en una pausa me he dicho: “Un cuarto de hora, hasta el súper y volver”. Y me he tirado una hora deambulando por el pueblo, además de que me he parado dos veces a pelar la pava con personas conocidas. Lo que me faltaba, he pensado. Encima, destapando la bocaza para que entre a placer el airón helado. He vuelto mohíno. Y es que no tengo remedio.

No obstante, todavía era media tarde y tenía un trecho largo por delante para la labor. Se me ocurre bajar los velux y me embeleso planeando por los tejados con mis ojos tristones y observando la caída de la tarde, todavía plena de claridad a las siete…

“Siempre la claridad viene del cielo/ y es un don…” Me visita esta perla delicada del poeta zamorano CR y no puedo por menos que abstraerme con el comienzo espléndido de ese su primer libro que ganó el premio Adonais a principios de los cincuenta. Estaba dedicado a su madre, lo recuerdo a la perfección. Un breve poemario titulado “Don de la ebriedad”. Y siguen los primeros versos diciendo: “…es un don: no se halla entre las cosas/ sino muy por encima, y las ocupa/ haciendo de ello vida y labor propias”. ¿Quién diría que el autor tenía dieciocho años?

Han surgido como un disparo estos primeros endecasílabos blancos y hasta ahí he sido capaz de recordar, cuando hace pocos años recitaba este y otros poemas como “Alto jornal” sin dificultad alguna. Sin pensar nada ni vacilar en una sola palabra. Me ha dado rabia. Tengo frecuentes resbalones de memoria verbal desde hace tiempo. En cambio, conservo la visual en perfectas condiciones.

Por eso mismo, me he empeñado en encontrar entre mi escombrera de libros con cierto orden el recuerdo externo del tomo de su Poesía Completa, que compré en el Círculo de Lectores hace veinte años. Pero no daba con él. Me he puesto frenético. He llegado a pensar que quizá no lo había adquirido para mí sino para el instituto y por esa razón no aparecía. Pero afortunadamente guardo la mayor parte de mi biblioteca en una hoja de cálculo que me preparó Alguien Muy Amada. Y he comprobado enseguida que, en efecto, figuraba el ejemplar registrado como propio. He gateado en la buharda por los suelos un rato largo. Hasta que ha aparecido. He leído el poema completo en voz alta. Había empleado casi una hora y me dolían los huesos. Porque está el tiempo de nieve, me he engañado.

Después, respiro hondo y sigo con mis cosas. Antes todavía, he grabado en un pantallazo el último libro de P. Auster, recogido de un artículo en EP de hoy a cargo de EVM. Este me interesa sobremanera y lo voy a leer seguro. No solo porque venga de un maestro, sino por el asunto. Se titula en cuestión “Baumgartner”, nombre propio referido a un viejo profesor que perdió a su mujer hace unos años y continúa luchando por sobrevivir con su ausencia. Es casi obligatorio para mí. El artículo me ha puesto en ascuas. Espero que me dé tiempo a comprar este y otros pendientes en Santa pasado mañana, antes de regresar.

Aunque Alguien me aconsejó muchas veces que no me aislase dentro de la burbuja peligrosa de la ficción, desconectando de la sociedad y del mundo exterior, admito que vivo demasiado tiempo flotando por encima de la realidad, como quien camina por las aguas. Me doy cuenta de ello, pero me domina la fiebre por la literatura y me animo diciendo que controlo mi vida y me siento bien de esta manera. Eso sí, reconozco que tampoco me vendría mal salir por ahí y viajar junto a una mujer, o perderme dentro de ella. Pero ¿con qué mujer? Con sesenta y cinco años y esta herida enorme. Sin cerrar.


26/02/24

Ya habían dicho que venía nieve. Poca cosa, de todos modos, aunque esta mañana hemos tenido ratos de trapos más aparatosos que constantes. Lo que a mí me alucina más es que pasen de las siete y todavía haya luz. El año avanza a trancos, como las gallinas. Implacable, a pesar del invierno que todavía anda emboscado. Igual que el lobo, que todavía puede morder y matar, pero con el paso de los días se va debilitando cuando no hay caza. Lógicamente, ¿quién se echa a la calle en estas condiciones? Si el socio dice que quietos en casa, por algo será.

Anoche también me envió un mensaje JH para quedar en su pueblo y desde allí marchar hasta Laredo. Un pequeño cambio de planes, porque algunos responsables de la actividad son docentes en activo y quieren que comamos juntos y pasemos después la tarde hasta las siete, hora de la charla sobre las Perlas.

Evidentemente, tendré que pernoctar en Santa, como el otro día. De todos modos, también me ha llamado FO, amigo, paisano de Pucela y colega jubilado, además de organizador del encuentro, ofreciéndome cariñosamente su casa por si se nos hace tarde. Se lo agradezco porque son excelentes personas (también su mujer, MP, maestra nacida en Aguilar). No creo que se complique el tiempo y es probable que yo acerque a JH y luego me vuelva al piso. La cuestión es que tendremos que ocupar el día y no hace precisamente para rutas turísticas. A Laredo fui la primera vez a un curso de novela donde conocí al grupo de jóvenes escritores de León en un seminario sobre sus primeros trabajos (Díez, Aparicio, Gándara), algunos de los cuales pasan hoy de los ochenta. Yo también voy ya para viejuno.

Acerté con la peli de la Dos, de una directora novel, CR. Se titulaba significativamente “Viaje al cuarto de una madre”. Estuvo muy bien, llena de momentos de vida auténtica. De argumento extremadamente sencillo, contaba el proceso difícil de separación de una madre (viuda) y de su hija (única): esta, a Londres para abrirse camino en la vida, y la madre recomenzando con un señor muy majo de la comunidad de vecinos. Tierna. Bella. Humana. De algún modo, me interpelaba… No se puede pedir más mientras me comía una bolsa de patatas pesadísimas (después, en la cama, glugluglu).

Me distraigo leyendo reseñas de algunos suplementos literarios y me pasmo al encontrar opiniones tan opuestas, tan discordantes, tanto que parecen motivadas por el enfrentamiento entre prestigiosos gurús de las letras. Me refiero a crítica sobre las mismas novelas.

Valga como ejemplo lo que se dice a cara perro sobre el último premio Nadal, de mi paisano CPG, o lo que se escribe sobre el reciente tocho de ochocientas páginas de una muchacha muy joven, SB, cuya faja de su libro está repleta de “blurb”, que es como se denomina por lo fino las frases elogiosas de propaganda. En ambos casos, es interesantísimo y divertidísimo cotejar la esgrima verbal antitética de esos eminentes “influencer” de la cultura mediática actual. Da la impresión de que no opinan sobre la misma obra. Como si la obra en sí fuese lo de menos. Alguno de esos me resulta simpático por su mala baba, como el descarado AO. ¡Cómo está el patio!

Y visto lo visto, no deja de agradarme la lectura a saltos que voy haciendo de mis propias Perlas, para recordar algunas de sus claves. Tratándose de un libro que tiene ya diez años desde que se escribió, me sorprende ahora su prosa dura pero rítmica, su aparente sencillez estructural bien elaborada, sus credenciales de buena literatura para lo que se lleva hoy. Y todo ello en un género “noir” que siempre parece no exigir demasiado. Me he gustado a mí mismo al mirarme en esta foto narrativa de hace años, sí señor. Sigo siendo un tipo feo, pero con su puntito. Así es este libro: tosco y tierno.


25/02/24

Desagradable y desapacible por el viento y la lluvia. No he salido más que un ratillo por el centro y después he parado en el Karma a tomar un café con el socio por no meterme tan pronto en la hura. No frío, pero con el paraguas volviéndose como un guante y las piernas caladas de las rodillas para abajo, hasta que termina uno hartito. Pa casa. Antes cojo en el Carrefur una bolsa de patatas para regalarme un capricho mientras veo la tele a la noche. Toda esta ilusión acumulo para matar un domingo más de mi anónima historia, en la que no ocurre nada que no sea fantasía. Así vivo, o mejor, así y gracias a eso subsisto. Pero me pellizco con frecuencia para comprobar que estoy aquí, en la vida real. Y la estrategia me funciona.

Cuando el Chico llega a media tarde de la quedada con los amigos de Barru este finde, tampoco se entretiene demasiado. No lo lamento, porque entiendo que es lo normal en la relación padre/hijo. Este mío es más bien de comunicación funcional sobre hechos. La Chiqui tiene otra hechura psicológica, quizá también por ser mujer. Creo. En cualquier caso, el chaval me dice que el miércoles ya volará hasta Mulhouse, en el extremo suroriental francés, en la Alsacia, tan baqueteada por la historia entre Francia y Alemania. Permanecerá allí hasta el domingo. Me parece bien. A ver si así entrena un poco el francés, al menos de oído. Va a pasar esos días con M., su novia, que completa allí el doctorado.

Nuevamente solo, pero no triste, ni siquiera mustio. Mi orden y mis hábitos de reciente solterón solitario van dando sus buenos resultados. La consecuencia es una vida tranquila, estable, segura. Espero no volverme maniático. Doy el riego de la semana a mis plantas (¡viven!). Comida y colada, solucionadas por unos días. A la noche remataré como siempre: sacar del congelador, bajar la calefacción. A partir de aquí, diariamente, ya puedo descansar sin malos pensamientos y levantarme al día siguiente descuidado y dedicado todo el santo día a fantasear literatura. A vivir en la ficción, pero con los pies en la realidad. Bueno, a veces levito un poco.

Leo y preparo durante un buen rato las notas para la intervención del miércoles en Colindres. Tengo que quedar con el editor y contactar con la ilustradora para que todo esté a punto cuando comiencen las máquinas de la imprenta a funcionar. Estoy empeñado en ir un día a verlo allí, físicamente, materialmente. Fui una vez antaño con Alguien, por una publicación de su trabajo en su querida Fundación. Pero no es igual ver lo propio en movimiento, el fragor de las máquinas, el olor, el ambiente, el cuidado de los impresores. Volveré a planteárselo a JH.

He pasado un día tranquilo, sí. Venciendo a mi corazón. Cada vez más pétreo. Me endurezco. “Y más la piedra dura, porque esa ya no siente…”, dijo el poeta RD. En el móvil he rebuscado entre un revival de fotos antiguas. Encuentro de nuevo el vídeo del dieciocho de mayo, en el que grabé sus manos abriendo el primer ejemplar de mi novela que mandó apresuradamente mi querido editor. Ella lo vio y lo acarició con sus dedos. He vuelto a contemplarlo un minuto. A oír un instante su voz. Esto es lo real, me he vuelto a repetir. Mañana será el peso más ligero. 


24/02/24

Aunque no me cuesta el esfuerzo de salir a pasear un rato, hay días que se me ponen en contra. No es que haga excesivo frío, es que tengo algo tocada la garganta y no quiero arriesgarme a tenerla averiada para el miércoles en Colindres. Además, estos cambios me levantan dolor de chinostra. Lo ataco con un paracetamol y me quedo al calorcito en casa. Después de cenar también recurriré a la receta milagrosa de la miel. Esa no me falla nunca.

Lo malo de quedarse encerrado es que uno termina enredando y cagaliqueando (término muy querido por ser piñero). Y así es como me he topado con una de las tres fotos que han quedado como testigos en la habitación de matrimonio. En su día, hubo un rincón tan lleno que parecía un pequeño santuario o capillita de esas que acostumbran en algunos países de Hispanoamérica.

Estas que digo no me cabe duda de que pertenecen a la ciudad francesa de Sarlat, en el Perigord, de la que hablé aquí hace no mucho. Y la ubicación concreta es junto a la doble fachada de la Manoir Gisson, pues yo se la tomé a Alguien junto al bronce de un hombre joven que parece observar sentado sobre un murete de piedra. Siempre me ha recordado, sin entender bien por qué, al monumento en Liérganes al Hombre Pez. Quizá porque Ella tiene la misma pose en ambos casos. En la de Francia que comento tiene el rostro sonriente, pero en otra situada junto a una casita con mucho encanto situada en una cuesta junto a una iglesia (no lo he olvidado jamás), su gesto se ha vuelto adusto y sombrío. Su cara es algo pálida y su mirada distante. Cenamos en aquel pueblo en una terraza, con un vino y unos patés riquísimos. La vida entonces ondeaba como la comba en los juegos infantiles. Eran los días de vino y rosas.

En fin, me lío yo solo en la telaraña y luego ya no sé salir. Lo noto porque de pronto me sorprendo a mí mismo comiendo o chocolate o unas nueces. No es que abuse demasiado, pero es un síntoma indudable de ansiedad. Últimamente me doy más caña de la cuenta. No me lo explico. Es posible que tenga que ver con que en mayo van a cumplirse dos años de su partida. No sé si será el barrunto de este segundo aniversario lo que me inquieta. Es extraño, pero a días pienso que he avanzado muchísimo y otros siento que sigo parado en medio de aquella fecha, atónito, como alguien que se mira al centro del pecho y descubre allí el boquete que acaba de abrirle un tiro de fusil. Caza mayor es la vida, ya lo sé.

Como no voy a echarme a la calle a deshora y tampoco quiero ponerme muy pronto al ordenador, bajo un rato donde el socio para solucionar algún asuntillo de su medicación y mientras tanto me distraigo mirando por la ventana hasta lo alto de la peña donde se enclava el castillo. Tenemos ese privilegio de vistas, por suerte. Entonces el pensamiento literario, simbólico, me hace percibir cómo la solidez pétrea de la antigua fortaleza se sitúa entre los blancos grisáceos o desvaídos de las casas y del cielo raso y apagado. Y comprendo que eso es el recuerdo: un estadio a medio camino entre lo de abajo y lo alto, indiferentes, que sigue ejerciendo un peso insoportable sobre mi vida. Y con esa costumbre no tan estúpida de la moderna tecnología, tiro una foto para dejar constancia de mi paisaje interior. Y le pongo tres versos. ¿Quién me iba a decir a mí que Ínstagram iba a solucionarme la necesidad breve y volátil de fijar algunos instantes de la vida con un simple rasgo impresionista? Está uno por haber de todo.


23/02/24

Cuando salgo al café, la mañana un poco fresca (más que fría) me hace presumir que la tarde volverá desapacible y que es mejor aprovechar con un garbeo por el pueblo en ese momento, por si acaso. Así que he tomado dos cafés. El segundo en la plaza, porque me he encontrado con HA y señora, colega y correligionario, y ya nos hemos liado a comentar asuntos de quemante (más que candente) actualidad. Pero ya tengo comprobado que esto del politiqueo de tertulia es como lo que dicen los pobres en los pajares. No sirve para nada y se me olvida a los cinco minutos de concluir la charleta, hasta cinco minutos antes de retomar al día siguiente. Por lo menos es entretenido, porque yo no sé nada de otros asuntos recurrentes, como fútbol o coches o mujeres, por ejemplo.

Lo que echo mucho de menos es una tertulia en que se hable sobre todo de comida. Tendría que preguntar a ver si hay alguna. Esa sí que me interesaría. No obstante, a veces, como en un aparte de otras conversaciones o asuntos, hay alguien que me comenta alguna cosilla. El último día en el dentista me dijeron lo de freír un plátano para añadir a un arroz a la cubana, y no me disgustó. O sea, cosas así. Pero lo que no soportaría es apuntarme a un curso programado de cocina. ¡Qué horror!

Terminada la doble revisión de mis relatos del “Bicho”. Con más de doscientas cincuenta correcciones. El borrador de JC, por suerte, no contenía demasiadas, aunque me han resultado muy útiles. En cambio, mis repasos son el cuento de nunca acabar. Y ahora tengo pánico a darlo por definitivo. Ya lo he confesado en otras ocasiones.  Pero no tengo más tiempo y quizá es mejor así. Tengo la pequeña esperanza de que JH me conceda una pequeña prórroga para dar el último repaso… Aunque en el fondo me digo: No. Se acabó. Que sea lo que tenga que ser. Aunque me tire de los pelos cuando lo vea impreso.

Toda la tarde tirado en el sofá, según el clima previsto, porque tampoco es cuestión de subir al tajo nada más comer. Eso sería si estuviera muy apurado, que no es el caso. Me he entretenido un rato largo en el TEM de la Cuatro, también por el picajoso politiqueo. Y de aquí ha salido una cuestión sobre Lorca que me ha conducido a leer un capítulo largo de la biografía de Gibson. Total, hasta las seis y pico.

Luego ha llegado el Chico y así me ha despejado la duda de hacer una tortillona como la rueda de un carro. Aparte de eso no andaba muy sobrado de patatas. O sea, que se marcha con los colegas a pasar el finde en Barru e inaugurar el bar de unos amigos. Eso he entendido. Que ponga mañana la lavadora, porfa. Eso está hecho. Y pasado, un cocidaco. También, ok.

En fin, que todo el mundo está de paso, según parece. Y mi vida va pareciéndose poco a poco en algunos aspectos a aquella canción de Serrat titulada “Penélope”. Una lenta espera entre trenes que llegan y que parten. También creo que la escuché por consejo de mi amigo JA, ya desaparecido.

Hoy, por fin, se han mudado mis cuñados y vecinos desde hace años. Han vendido el piso y deben dejarlo libre. Se quedarán con la abuela mientras rematan el suyo en construcción. Y eso me ha provocado un sentimiento momentáneo de soledad. No sé por qué. Hasta he pensado por momentos cómo será mi vida cuando ya no estén tampoco ni la abuela ni el socio. El hombre deshabitado, como dijo el poeta. Y he caído en la cuenta de que tendré que acostumbrarme a enfriar mis emociones, a fortalecerme por dentro para resistir la escueta vida en mi interior sin sucumbir.


22/02/24

Los calendarios, cuando de nuevo es día veintidós, saltan con más fuerza a la vista. Bajo a Palencia, como dije, con la abuela. Ha enfriado bastante y el cielo es de un gris apagado. A las once de la mañana el aparcamiento se queda pequeño, por lo que es preciso dar unas vueltas hasta que encuentro sitio en la carretera de Villamuriel. Hemos quedado en que cada cual realice su cometido y, en cuanto ella termine, que me dé un toque de teléfono.

En oncología (¡que me despierta tantas memorias!) procuro mantenerme sereno cuando me interno por el pasillo y recorro la gran sala de espera que está, como casi siempre en mi recuerdo, plagada de gente a la espera. Sin embargo, penetro por la puerta que conduce al vestíbulo de enfermería y, a pesar de la mascarilla, me reconocen nada más dar los buenos días.

Y también, antes de explicar la razón de mi visita, me emociona cuando se refieren a mi mujer como “la chica de las alas”, debido a su conocida afición por ese motivo de ornato en sus camisetas, carpetas, móvil, etc. Una enfermera me cuenta que no puede evitar la evocación de Alguien cuando pasa por una tienda del centro muy identificable también por esos adornos en su escaparate.

Después de dos años es un detalle que no la hayan olvidado, les digo. Siento agradecimiento y así se lo expreso de corazón. Las tres enfermeras presentes recuerdan incluso que enviamos un ramo de flores al servicio con una nota en que dábamos las gracias por el cariño con que nos atendieron y “el regalo de quince años” que consiguieron mantenerla con vida. Fue mi cuñada M. quien lo llevó, pues en aquellos instantes yo no estaba seguro de no derrumbarme por la tristeza. Y no quería dejar una imagen diferente de la que dejó ella. Alguien que siempre mostró una sonrisa valiente ante la adversidad. Siempre.

Por supuesto, antes de marcharme, he entregado el paquete enviado desde Madrid y lo abren allí mismo. En efecto, contiene unas pequeñas muestras de restos orgánicos encapsuladas en unas celdillas. Por lo que he alcanzado a ver. Enseguida llaman a Anatomía Patológica y, aunque en principio parece que eso no tendría posibles efectos nocivos en su manipulación, determinan que lo van a recoger y serán ellos quienes lo hagan desaparecer. Me quedo tranquilo.

Finalmente, para mi sorpresa, una de ellas me pregunta si publiqué mi novela. Desde su ingreso definitivo, esos pocos días finales, la enfermera me revela que en diferentes ocasiones ella le habló de mi novela, de mi ilusión por publicar, de mi sueño por convertirme en un escritor profesional a partir de mi jubilación. “Varias veces, sí, lo comentamos, y se la veía muy contenta y orgullosa de ti”. Eso me dice. Es entonces cuando vuelvo a dar las gracias porque debo salir de allí cuanto antes. La mascarilla oculta buena parte de mi semblante. A la salida, saco un café con el olor característico a avellana que siempre me gustó tanto cuando estaba a la espera de alguna de sus sesiones. En ese discreto rincón de la máquina, tomándolo despacio vuelto contra los ventanales, he notado la fuga suave de una lágrima. Una sola. Y he tratado de impedir que saliera. Ya, ¿para qué?

Pensaba llegarme hasta el centro a comprar “El corazón del cíclope, última novela con premio Ateneo de Valladolid, de JAA. Seguramente en la librería del Salón la tendrán, me digo, pues la editorial en que se publica es la palentina “Menoscuarto”, del exquisito y exigente JAZ. Pero en el instante exacto en que abandono el hospital, recibo la llamada de mi suegra. No me corre prisa pues se me amontonan las lecturas pendientes y no quiero hacerla esperar. Vuelta a casa.

La anécdota curiosa ha sido que me han “recetado” en la recta de salida de la ciudad y poco antes de la incorporación a la autovía. Como soy un parlapuñaos y tengo una cesta encima del tamaño de unas aguaderas, iba tan contento en animada charla con la abuela. Pero había un radar camuflado bajo un puente donde suelen ponerse, según me ha contado después mi cuñado JR. Claro que hace dos años que ya no frecuento la ruta. En fin, menos mal que por poquito no me han clavado trescientos pavos. Han sido cien, que en realidad son cincuenta por pronto pago. Mañana iré a apoquinar. No hay tío más fácil que yo de pillar. Todas las veces que se pongan, yo caigo en el cepo. Hasta que inventen un aparato móvil que los localice dondequiera que se encuentren. Antaño los conductores nos avisábamos con unas ráfagas preventivas y muy eficaces. ¡Aquello sí que era seguro, copón!


21/02/24

Despierto a la luz con la imagen morena, menuda y nerviosa de mi madre, que hoy cumpliría noventa y dos. Eso me lleva enseguida a consolarme porque al menos todavía tenemos a la abuela de aquí, mi suegra, a quien mañana tengo que bajar a Palencia, al hospital. Además, he recordado de repente el asunto del material genético que llegó hace unos días de la Clínica de Navarra, de Madrid. Ya lo he hablado con mi Chiqui y hemos quedado en que ella iba a informarse también por su cuenta. Me refiero a la manera correcta de desecharlo. 

Sin embargo, me he puesto nervioso y he dado en pensar que podrían estar guardados “otros restos” del mismo tipo, de alguna ocasión anterior. Y me horroriza pensar que eso pueda llegar en un futuro lejano a la vista o a las manos de nadie.  No son cosas para dejarlas a la responsabilidad de otros. Es una obligación mía hacerlo desaparecer. Con lo cual me he liado durante una hora a revolver, sin encontrar nada semejante, en el lugar donde guardo y custodio toda la documentación de la enfermedad (que algún día también quemaré, pues esto no es más que papel: una ironía conociendo su contenido).

No sé por qué, la verdad, me han entrado estas dudas a última hora sobre el destino de aquellas otras muestras anteriores que se efectuaron. En total se solicitaron pruebas del Río Carrión de Palencia y del Gregorio Marañón de Madrid, que fueron los dos hospitales donde se efectuaron las intervenciones quirúrgicas. En el primero de los mentados, varias; en el segundo, solo una, la última. A efectos de su estudio, esta final era de gran interés porque la “vida celular” (otra cruel ironía) era mucho más reciente, teniendo en cuenta que desde la primera operación habían pasado casi quince años. Se trataba de entrar en un ensayo de inmunoterapia para el que resultaba imprescindible el mal para combatir el mal, si se me permite la tétrica expresión.

En definitiva, las conclusiones de los análisis revelaron que no cumplía las condiciones para el nuevo tratamiento, razón por la cual no fue admitida en el programa. En realidad, nos estaban comunicando que había concluido cualquier posibilidad de curación. En Palencia descartaron también seguir con la quimioterapia para no mortificarla más. Supimos que ya solo quedaban los cuidados paliativos (a ser posible en casa, por favor) y esperar un milagro del cielo si dios existiera. Pero dios no existe.

Y creo que ahí Ella se entregó. Los momentos de internamiento por sucesivas complicaciones y sus posteriores regresos del hospital de Palencia no podría relatarlos, pues el dolor íntimo abre un hueco de desengaño existencial tan inmenso como debieron de ser las noches anteriores a la creación del mundo. Ahí, supimos que muy pronto se reintegraría ella. A la tierra leve. Pero todavía era Alguien a quien yo amaba. Y sospecho que este dios es el único que sí que existe de verdad, el dios del Amor, pues el mío por ella crecía sin límite a medida que se acercaba su final. Y yo me pasmaba de mí mismo por amar con tanta intensidad un despojo… Mucho más que en los comienzos del deslumbramiento de la pasión del enamoramiento. Y al constatar esto, comprendí también que habían merecido la pena nuestros treinta años juntos. Solo restaba cumplir un último deseo suyo: “No dejes que tenga dolor”. Así fue.


20/02/24

Día realmente primaveral. He metido casi dos horas de paseo muy gustoso, porque casi se prestaba a ir en camiseta. Lo sorprendente es que me he encontrado con la señora CH y me ha comentado que han dado por la tele que dentro de dos días va a nevar. Bienvenida sea, sobre todo en la montaña, y que luego vaya soltando de a poco. Porque agua hace falta a espuertas. Prueba de ello es que el pantano lo tienen aquí trincado, con un caudalillo que en alguna parte del río (bajo la autovía) podría yo haber cruzado hace un rato por una senda de cantos rodados.

Yo, lo que diga el Brasero, como antaño Toharias (mi abuelo le llamaba el tio Toallas), me lo creo por aproximación. Pero no me extrañaría nada porque el tiempo está más chocho que nunca. Lo que temo son las oscilaciones de decenas de grados de un día para otro, porque a mí me agarra la narizota. Desde luego, lo que no he visto han sido las lavanderas correteando nerviosas, como las observaba antaño por las ventanas del aulario afanándose, sobre todo después del recreo, con las migas desperdigadas de los bocatas de los chavales. En la Esgueva las llamamos aguanieves. Andan a pasitos ligeros, no a saltos.

En último caso, es una pena y un desajuste y un mal augurio del clima. Esto no es lo normal ni aquí ni en ningún sitio. Es el síntoma de que la naturaleza está dislocada. Ayer ya campeaba, aquí en medio de la huerta de TB que ahora se vende, a cien metros de mi casa, un almendro con la blanca copa totalmente florida. A mí no me digas tú que eso está bien… Pero resultaba bellísimo en medio de la villa. Como una llamada al misterio. Algo provocativo. Una belleza enferma.

Dice doña S. Puértolas, insigne escritora y miembro de la RAE, en el Cultural del ABC, que “Es el estilo lo que convierte los hechos de la vida en literatura, la vida más cotidiana y predecible adquiere un repentino misterio, los sucesos más triviales y rutinarios entran en el reino del asombro, de las promesas de lo inesperado”. Equilicuá. No hay más que ver al Gabilucho.

A la hora de comer hablo un momento con mi Niña, que me había mandado un guas de estar disponible un minuto para comentar una cosilla. Es caso es que le quería decir que el regalo conjunto que vamos a hacerle al Chico me gustaría que fuese otra cosa diferente de una consola o cacharrito para monear. Será una cuestión de perspectiva generacional, pero ¡coño, que ha cumplido veintinueve años!, y a mí no me parece lógico que un tío ande entreteniendo su ocio con juguetes de adolescente. Vamos, digo yo… Pues la Chiqui me dice que lo que pretendo es quitarme de pensar en algo y que lo que busco es que él diga lo que le apetece y que se lo compremos. Y santas pascuas. Y pensándolo despacio, pues es verdad. Lo más práctico.

Hemos quedado en pensar un poquito más algún regalo alternativo (sobre todo, ella). A mí el precio me da igual. Lo que me cuesta es ocupar la cabeza más de un minuto en una cuestión de ese tipo. En cambio, para celebrar mi cumple me ha propuesto que los invite a conocer y comer en una bodega de la Ribera, en Pucela. Mira tú por dónde, esto ya me convence más.


19/02/24

En esta coda de despedida luctuosa que poco a poco voy rematando (y que no es más que una parte de mi Diario de Martes), hay días en que se cruzan otros muertos en mi cabeza siempre ambulante por rincones del pasado. Así me ha sucedido cuando el calendario me ha recordado que hoy cumpliría ciento once años mi abuelo Melchor. No sé por qué se me ha aparecido.

 

Detengo las imágenes finales de su vida porque creo que eso no va a reportarme un dolor grande y le sorprendo encamado y cortada la pierna que se había llevado por delante una flebitis. Su pecho estaba inundado de la muerte hirviendo desde que había regresado del hospital. Murió un mes antes de que yo me casara. Como si se hubiera adelantado un poco para no dar guerra en el momento menos oportuno. Lo que se temía mi madre. Fue un hombre poco pulido pero espabilado, muy trabajador y generoso con los dos nietos. Su esfuerzo y su ahorro lo recogimos nosotros.

Después de comer me despierto sobresaltado de los diez minutos de siesta, pues traen un paquete inesperado. Nada me han dicho los hijos. Está a nombre de Alguien que ya no existe y eso suscita aún mayor sorpresa en mí. Procede de Madrid, de la Clínica de Navarra… ¿Qué puede haber quedado pendiente?, me pregunto.

Abro el envoltorio y ya no necesito seguir adelante desprecintando el envase. Me lo imagino. Como sucedió en el hospital de Pamplona, una vez analizadas las muestras que aportamos en su día del tumor que acabó con su vida, nos devolvieron el resto del material genético por si queríamos conservarlo y pudiera servir en un futuro. Que nunca llegó. Esto de ahora es lo mismo, pero curiosamente aparece casi dos años después del fallecimiento. Tendré que informarme sobre dónde entregar tan sensible resto para que lo hagan desaparecer con total seguridad. O lo gestionen con toda garantía.

Rememoro en estos momentos con mucho cariño su mirada emocionada y húmeda cuando me confesaba que estaba convencida de que a ella no le iba a servir para nada. Pero que quizá sirviera para otros. Así lo habían explicado los oncólogos. Era preciso conocer el tumor con nombre y apellidos, su carné de identidad. Y de esta forma, poder atacarle de la mejor manera posible. ¿Cuándo? Cuando la ciencia lo lograra. Hacían falta medios. Esos que sufragaban los programas en los que participó al final. Inútilmente.

Cuando adiviné su muerte sin lugar ya a una sola duda, fue observándola exhausta y postrada y adormilada en el hotel Andia de Pamplona. Mientras disimulaba que leía, mis ojos se levantaban hacia ella y la recorrían con el resto de amor que me quedaba en forma de misericordia.  Amando los despojos que comenzaban a adivinarse de Alguien que para mí había significado la belleza entera. De cuerpo y alma. Aquella que, en mi desesperación, llegué a pensar que después de su paso por mi vida no habría nadie ni merecería la pena nada. Sin embargo, sigo aquí. Quizá porque aquel que era yo también esté muerto.


18/02/24

Me levanto desazonado, asfixiado. Digo: Me estoy poniendo malo. Pero no, es que se me había olvidado quitar la calefacción ayer por la noche y llevaba veinticuatro horas a veintidós grados. Un infierno. Menos mal que las ventanas de par en par sanean la casa en diez minutos. Aparte de eso, el día se ha mantenido agradable.

Después de pasar un rato divertido en el café con FS, un amiguete excamionero y el tío más sin filtros que conozco, hago propósito de no entretenerme mucho más para que me dé tiempo a mirar la prensa y poner la colada del socio. Como así ha sucedido. Ya tengo comprobado que si me pego un pequeño paseo por la plaza o salgo de las inmediaciones del barrio, al final regreso a casa a la una y media. Porque es imposible que no me pare a hablar con media docena como mínimo. Y luego rabio. Hasta en el supermercado me enrollo con alguien. O se enrollan conmigo. Qué le voy a hacer. Soy un tipo fácil.

Felicito a mi prima MJM, un año menor que yo, y a la que veo menos de lo que me gustaría. Vive en Valladolid y no se prestan las circunstancias ordinarias para encontrarnos. A no ser que sean entierros. Es una pena, pero tal cual. Y poco después llamo también para felicitarle a mi otro hermano JLC, y este sí, este lo ha puesto el destino en paralelo a mis pasos para no separarnos ni aunque se desplome el mundo. Cumple hoy sesenta y seis. Como un campeón. Lo que es. No se tenía que morir nunca. Endios.

Por la tarde he preferido esperar a que llegase el Chico, de Santa, porque tenía que rematarme alguna cosilla en el móvil nuevo. El pisuco allí le da juego porque dejó amistades de la universidad y también para pasar algún finde de vez en cuando con la novieta, que ahora se encuentra de viaje de doctorado en Francia. Ambos trabajan y viven en pareja desde hace tiempo en Pucela. Y no sería imposible que en un futuro se estableciesen allí. Lo que son las cosas: el azar nos distribuye a capricho. Pero estoy contento de que los dos míos residan a hora y media de casa.

Enredo con el móvil nuevo antes de que llegue el chaval y la armo. He perdido la foto del fondo de pantalla. Se me hace muy raro no tener presente y a la vista (casi inminente) a Alguien, para verla las mil veces que uno enciende la pantalla a lo largo del día. Me consuelo pensando que la foto la tengo archivada y la recuperaré en cuanto dé con el procedimiento.

Pero enseguida intuyo que es ella quien me está susurrando que ya va siendo hora de que la sustituya por otro motivo, paisaje o rostro. Se lo he contado al Chico cuando ya se encontraba en casa y a punto de marchar. Y por que no se demore, le digo que no importa, que ya me las arreglaré. De momento, lo he aceptado y creía haberlo olvidado. Pero a los diez minutos me he angustiado y he abierto el móvil varias veces para hacerme a la idea de que ya no vería más esa figura tan amada…

Y no he podido aguantarlo. Me he sentado y he comenzado la busca hasta que de nuevo la he recuperado y la he colocado en su mismo lugar. Ya prescindiré más adelante. Todavía no. Eso me he dicho interiormente. Todavía está este hueco que me atraviesa de lado a lado por el medio del pecho. Todavía existe ese vacío que a veces se llena de un grito. Cada vez desde más lejos. Como si se tratase de un eco.


17/02/24

Ingreso en la tercera edad en un día templado y soleadito, acorde con el curso tranquilo de la jornada de cumpleaños. No fue así la madrugada en que vine a este mundo, pues en el recuerdo de mi madre la lluvia batía con furia las ventanas de la habitación del balconcillo frente a las escuelas y un aire frío empañaba el quejido del parto, cuando en las casas solo existía el alivio de la gloria o los rescoldos de la bilbaína o la estufa, en el piso de abajo. En el de arriba, mantas sucesivas que le inmovilizaban a uno toda la noche y le tenían de un solo costado hasta el despertar. También, la oronda goma hirviendo de la bolsa de agua o la huella del candente brasero.

En mi caso concreto, de añadidura, para imitar el nacimiento del Cristo entre una mula y un buey, nací en una estancia sobre la cuadra en la que coceaban con golpes secos, de vez en cuando, tres machos: el Lucero, el Muino y el Mallorquín. Su calor agradecido penetraría sin duda las vigas combadas y los resentidos techos hasta el piso superior. Y supongo que también ascendería e impregnaría el olor a cagajones frescos de los animales tras ser pensados sus pesebres por la noche. Pero yo no fui el de Galilea, sino uno más de la Esgueva. Y en esto cifro toda la gloria y el orgullo de mi raza.

Muchas felicitaciones recibidas, por supuesto. Todavía Alguien me quiere. Mi hermano, mis queridos amigos JL/A y JG más todos mis quintos piñeros, mis hijos, mi tío LZR (bendito socio) y mis familiares de Aguilar…

La consabida botella de vino rico, la bolsa de patatas para la peli de esta noche y una nota del hijo animándome a seguir galleando… Estos han sido mis regalos. También la tía M. aporta, como siempre, su parte de cariño convertido en algunas “delicatesen” para repartir con el Chico.

A falta de los hijos, que andaban a sus quehaceres y no había coincidencia para la celebración conjunta (será más adelante), me concedo una pota de alubias casi sublime de lo buenas que me han salido. Y las saboreo en soledad y regadas por un Ribera. Pero feliz.

La tarde la empleo en casa de la abuela, donde he centralizado unos pastelitos para la hora del café. Aquí solo pueden acompañarme mis cuñados JR/J y las niñas. Suficiente para pasar un buen rato feliz con su cariño y compañía.

Esto es la vida real. Aunque podría desear, en otra vida imaginaria, como regalo especial, poder abrazar y besar esta noche a alguna mujer bonita; pero no la hay. O si la hay, no es para mí. Así que no pienso pedirle más. Tan solo que me deje aún un tiempo de salud para devolverle algunas palabras hermosas.


16/02/24

Madrugo porque he amanecido con la nariz tapada y no me permitía descansar a gusto. Pero después de desayunar me ha vencido el sueño de nuevo en el sofá y he aguantado todavía un buen rato. Me ha venido muy bien, porque me había despertado bastante cansado y en esas condiciones no hubiera aprovechado mucho.

Alargo la tertulia de hoy porque me encuentro con mi amigo Tt., al que no veía desde hace un tiempo. Hemos aprovechado para tomar un café y echar una parrafada. Él tenía que regresar al instituto. Ahora, cada vez que me encuentro con un compañero en activo, me parece rarísimo escuchar que uno tiene que volver a clase a trabajar. No lo extraño en absoluto. Ni me acuerdo. Como que nunca hubiese sido mi profesión. Me da la impresión de que llevo toda mi vida jubilado y sin trabajar. Como que me pagaran por el morro.

Luego, tenía que acudir a la una al dentista, pero me ha llamado una vecina con la que tengo mucha confianza, por una avería en su calefacción, y he tenido que posponer lo del sacamuelas hasta después de comer. Así ha sido. Ya solo me queda una sesión para el arreglo de una pieza. No sé si tendré una sola sin reparar. Espero que la inversión que vengo haciendo en la boca haya sido de futuro.

En cuanto llega el chico desde Pucela, me pone en funcionamiento el nuevo móvil antes de acudir, él también, al mismo dentista. Me preocupaba tenerlo operativo este fin de semana porque estos cacharros terminan creando dependencia aunque solo sea de agendas, mensajes, guas, etc.; es decir, de lo más elemental. Sin embargo, ya no podemos vivir sin ello. Después, el chaval se larga a Santa, a pasar este viernes con amiguetes. Porque mañana tiene que volver a celebrar mi cumple. Bueno, no me parece mal plan.

Tenía pendiente de ver una selección de cortometrajes, pero no había forma de que chutasen en la tele. Así que he comprobado que en el ordenador no hay problema y en un par de noches me los veré de este modo.

La fuerza de la costumbre de muchos años atrás me lleva intuitivamente a localizar en la estantería el libro de relatos de JMM en el que figura el “Cuento de hadas”, que anualmente le leía en la cama el día de su cumpleaños a Alguien. Era tan emotivo para ella que terminaba invariablemente con lágrimas en los ojos. El año pasado caí en la cuenta el mismo día once de febrero por la noche, fecha de la onomástica, de que ya no se lo volvería a leer más. Este año, ni siquiera me percaté hasta ayer mismo de esa ausencia de lectura sin oyente. Hasta es posible que nunca jamás vuelva a producirse. Y es triste.


15/02/24

Me encuentro en el EP con uno de esos estupendos artículos de mi querida MS, siempre algo recargada de estilo culturalista, en el que habla sobre unos días de permanencia en el hospital acompañando a su padre. Por lo que leo, no parece cosa preocupante de momento, aunque calculo que ya será un viejito. E imagino lo que tiene que suponer para la escritora, pues conozco un poco su carácter fuerte pero muy aprensivo. Conozco su miedo porque lo he adivinado en sus ojos cuando nos veíamos y me acompañaba Alguien tan valiente que solo movía los hombros con un poco de desapego al preguntarle cómo se encontraba. Y sonreía, la pobre. Y M. y Ch., su marido, enfatizaban el sentido del humor con que se tomaba su gravísima enfermedad.

De este mismo humor visto ahora en la persona doliente y asustada de su padre, escribe MS hoy mismo, con una sensibilidad afilada de nervios: “…el humor nace de un amasijo de dolores inasumibles. Es una manera, simultáneamente, cruel y balsámica, de afrontar la herida…”

Ya conté de pasada el último año que visitamos todavía juntos la feria de Madrid y, al concluir una de las jornadas tediosas de firma en la caseta, que la escritora y su marido nos invitaron a cenar en una terraza de la calle Ibiza. No sé por qué se quedó en mi pupila y en mi pituitaria la impresión de unas tortillitas de camarones deliciosas. Tengo ese detalle concreto pegado al recuerdo (pero no sé qué más comimos), quizá porque observé a Alguien feliz a mi lado y en desenfadada charla con nuestros queridos amigos.

Tenían prisa porque ella debía madrugar para un viaje de promoción y no nos demoramos demasiado. Y aunque M. se despidió diciendo que para el próximo año nos veríamos con más tiempo, precisamente por ello serpenteó en mi mente la premonición que todos barruntábamos, es decir, que se trataba de una despedida para siempre por parte de uno de nosotros. Como así fue. Y al año siguiente, el veintidós, ya apenas surgió en nuestro encuentro un “¿Cómo estás?”, que yo resolví también con un encogimiento de hombros. “Sigo viviendo”, dije. Y enseguida cambiamos la conversación a mi libro recién estrenado. El veintitrés apenas nos vimos y nos saludamos, pues yo solo conseguí alojamiento durante un fin de semana.

Tengo también pegado a la garganta y al pecho, emocionados, esos instantes hiperestésicos, durante el paseo de las dos parejas por Menéndez Pelayo, mientras ellos esperaban un taxi. Los besos y abrazos y miradas huidizas al separarnos. Nosotros continuamos adelante hasta girar en O´Donnell, donde nos habíamos hospedado. No volví a reservar allí. Pero no me cabe duda de que volveré a pasear esa ruta nostálgica tantas cuantas veces vuelva a nuestra amada feria del libro. Y nunca la haré solo. Siempre a mi lado (invisible) sentiré la presencia de Alguien.


14/02/24

Viene temprano N. a pegar el repaso a la casa y enseguida me enclaustro arriba, pero donde el Chico, que es donde mejor se lee (ya lo he dicho otras veces). Al calorcito, una niebla prieta no deja ni siquiera ver el cielo a través del velux. Pero esa claridad pálida me proporciona una buena concentración en la ficción de “Anoxia”. Tan cercana a mí, por otra parte.

En cuanto he regresado del café, he preparado los bártulos para una cazuelona de puré. Me ha quedado bastante gustosa. Cuatro raciones para cada. Estupendo. Los táperes chinos tienen más capacidad y son bastante manejables y seguros. Yo creo que la cantidad de tomate frito es fundamental. A mí me van bien los envases pequeños de unos doscientos gramos. Es suficiente para una pota grande. De lo contrario, desequilibra.

Después del paseo de una hora más o menos, en el Lupa me encuentro con mi amigo JLV y nos acercamos a su casa porque me tiene guardada mi ración de matanza (no pude estar el día de la merienda del grupo). Aparte de las jijas, que me privan, me ha llenado la bolsa con unos filetes de hebra buenones, unos huesos y unos trozos de tocino para el cocido. Tarde redonda. ¡No hay cosa como el aprecio de los amigos!

Cuando regreso a casa para meterme en la labor, veo a un muchacho jovencito que sale de la floristería con un ramo de san Valentín. La verdad es que me había acordado de la fecha por la mañana al mirar la agenda, pero de pasada o como rutina. No me he detenido a pensar en ello hasta ahora.

Sinceramente, el año pasado todavía sentí que mi corazón latía al pensar en Alguien. Y que me hubiese gustado regalarle algo material, aunque me conformé con besar su foto con más pena que amor. Hoy tengo que reconocer, casi a dos años de su desaparición, que mis sentimientos están también muertos. Definitivamente. Por primera vez en mi vida, desde la adolescencia, puedo decir que nunca había pasado un tiempo tan largo sin querer a nadie. Noto ese vacío por dentro, como un frío. Y no sé si esto será así para siempre. A veces descubro algún gesto de interés hacia mí, no lo niego. No me doy por aludido ni me preocupa. Podría incluso poner alguna de mis canciones favoritas para estimular los recuerdos. Pero tampoco lo voy a hacer. Solo siento indiferencia.


13/02/24

Martes y trece. Pero nada nefasto me ha acontecido. Al contrario, he resuelto con rapidez y sin inconvenientes unos cuantos asuntos. De la mañana, me quedo con lo que he leído y el arreón que le he pegado a la novela de MAH. Un rato muy gozoso antes del café. También es verdad que funciono muy bien con el perfecto descanso de los últimos días. Si estoy despejado, multiplico mi percepción intelectual. Cuando estoy somnoliento, cabeceo, me enfado y termino recostado en el sofá.

Aprovecho la tarde templadita para dar paseo largo. Me ha gustado recuperar. Si se mantiene, mañana cojo la burra. De vuelta, paso por los chinos para comprar unos táperes: los hijos se los llevan y me voy quedando a verlas venir. Le pregunto a Li si valen para introducirlos en el microondas. En realidad, no es la primera vez que los compro ahí. Lo que me gusta es la respuesta que me da: me señala el simbolito del microondas y me dice: “Clondas”. Eso es lo que encanta. Como de niño. Me chocaba muchísimo comprobar que otros no pronunciasen bien una palabra. Ya era un risillas y un poquito burlón.

JH, mi bizarro editor, me envía la portada de la última novela del maestro JC, titulada “Un inglés en Cantabria”. Ha quedado muy bonita porque MN ha reinterpretado una foto que hizo el autor en Suances. Pero con unos colores mucho más luminosos. Le contesto a JH que a mí me gustaría eso mismo sobre un par de ideas que ya le he enviado.

Por la carta de presentación, imagino que la novela incidirá en la línea temática sentimental a que nos tiene habituados el escritor amigo. Es la elegancia y el cuidado de su prosa lo que vuelve atractivas sus obras. Y su sencillez argumental. Es sabido que a la gente siempre le interesan dos temas: crímenes y amores; es decir, género negro y romántico. Pero luego hay un abismo entre autores. La diferencia es el estilo. No hay más.


12/02/24

Desde luego, sabía que este recoleto estudio de la buharda era tranquilo, pero no me imaginaba cuánto. Hasta tal punto que anoche también me quedé a dormir aquí. Lo de menos es la cama acomodada discretamente bajo el ángulo del tejado, o que sea de uno noventa. Lo novedoso para mí es que estos tres días he dormido fenomenal porque con toda probabilidad no me han despertado los ruidos comunitarios del amanecer: cisternas, puertas, conversaciones de fondo… Aquí arriba, ni una mosca. Y hacer la cama no me lleva una docena de vueltas de un lado al otro. Por tanto, de momento, me quedo.

En el ayuntamiento vuelven a pedirme el documento de autorización para un certificado nuevo, actualizado, de empadronamiento del socio. ¿No queda constancia del anterior?, pregunto con cierta sorna. Pero son amables, eso sí, y tendré que volver mañana. La conocida y manida frase del título del artículo de Fígaro: “Vuelva usted mañana”. Esa es la burocracia de la que también se quejan estos días los agricultores en sus trámites con Bruselas. He leído que el papeleo les ocupa un veinte por ciento de su tiempo. Y esto, desde luego, además de aburrido, es dinero. O gestoría, que también es pasta.

De paso, me encuentro con el teniente alcalde, con quien coincidí en mis años de concejal (además de que fue alumno mío, creo). Ahora es de Vox y es el voto que decide, de trece. Como tengo mucha confianza con él, me hace entrar en su despacho y estamos media hora pelando la pava. No me corto, y él tampoco. Le digo que qué bien estaba con el Pepé, como antaño. Y que su proyecto sobre una obra en el castillo me parece una ocurrencia. Que me va a mandar un vídeo, me dice… Sin embargo, compruebo que mantenemos una relación afable aunque hace muchos años que no hablábamos más que el mero saludo. No por nada, sino porque no hay cuestiones comunes. Al final me doy cuenta de que valora que podamos charlar con tranquilidad. Porque me conoce y sabe que yo no descarto a nadie por la marca de su chaqueta. Eso lo tengo claro y lo he aplicado siempre.

Paso por el médico para las consuetudinarias recetas (tensión y próstata) y vuelvo a casa a currar un ratito antes de comer. Por suerte, ahí están tres táper que son tres días libres. Y una buena cazuela de sopas de ajo que hoy remataré, y que también me ha solucionado la cena de tres días. ¡Qué fácil es ser feliz si uno se conforma con poco!

Con lo que no termino de acostumbrarme es con esta medicación de la próstata, como ya le dije a la uróloga el año pasado (tengo que pensar ya en la próxima visita). Me encuentro bien porque relajan la vejiga y son inocuas, es cierto. Pero tienen el efecto secundario de que disparas sin bala… ¿Sabes cómo te digo? Orgasmo sin eyaculación. Es un efecto muy triste, incluso para quien no tiene pareja. Un pelín frustrante. “Es que ustedes los hombres son así”, me reconvino la médica con una sonrisa. “Es que parece como que le quitas la alegría al asunto”, repliqué. Y entonces ya se rio abierta y francamente. “Pues deja de tomarlas un par de días y recobrarás caudal. Y luego, vuelve a ellas”. Bien, vale, y en eso hemos quedado. Total, para lo que me sirve. Pero no puedo evitar pensar en que me daría corte si tuviera pareja. Como que se resiente un poco la hombría. Todos llevamos aún el machirulo por dentro. En fin, es elegir una cosa u otra. Y prefiero mear bien. Lo otro, de momento, no me crea problemas. Aunque, a ratos…

Muy tediosa la corrección de las galeradas del “Bicho”. Pero ya voy por la página ciento veinte. A paso de burra. Si uno se pone exquisito, no hace más que parar en menudencias. Pero me horrorizaría ver el libro impreso y descubrir fallos por despiste. Sin embargo, releo trozos de los relatos y, no es por nada, me contenta notar el ritmo y la gracia que tienen. Y su prosa bien atinada. No es que uno sea flaubertiano convencido, pero el escritor tiene que tender a pulir. Eso es fundamental. Incluso hay momentos en que me río solo, y otros en que me emociona la humanidad de algunos de mis personajes. Generalmente, de los más humildes. Porque también es verdad que a los muy aburguesados y engreídos les meto caña. Este libro será recordado por quien lo lea pausadamente como un buen ejemplo de registros del humor en literatura. Y algunas cosas más que no voy a desvelar. Le he dicho a M., la ilustradora, por el Ínstagram, que ella tiene que hacerme la portada. Le daré unas ideas pero necesito su sensibilidad.


11/02/24

Pendiente toda la mañana y disponiendo para que las cosas salgan correctas en este día de cumpleaños del Chico. Si bien es cierto que llegan a casa del desfile de carnaval entre las tres y las cinco (según me informan), y hasta las dos de la tarde no se levantan, justo a tiempo para sentarse a la mesa. Es en lo que habíamos quedado: comida en familia (más la amiga de la Chiqui).

Todos estos motivos juntos hacen que esté atento a que no se eche demasiado en falta la carencia de la madre. Sobre la marcha observo que vamos aprendiendo y eso me anima. No es que sea una preocupación que me ponga nervioso, pero me centro sobre todo en que no fallen los detalles materiales, que es en lo que estoy menos diestro. En fin, creo que he sabido organizar con sencillez y gusto una mesa digna de cumpleaños. Y al mismo tiempo, quedar bien con nuestra invitada. El Chico cumple veintinueve, ya un joven en toda la sazón. Siento por instantes un pálpito, como si estuviese invisible Alguien que habría cumplido cincuenta y seis. Felicito también a mi sobrino M., otro más del grupo de la onomástica. En su guas me dice que está en Suecia. Les recuerdo a mis hijos que le manden también ellos su abrazo. Y no eran estas todas las coincidencias de celebración en el día…

El resultado es que apenas he podido mirar la prensa, aunque me he acercado a la plaza a tomar un café y a observar los grupos averiados de carnavaleros que deambulan de recogida. Hace años que lo vengo registrando como algo semejante a los restos de un naufragio que hubiese pillado a las gentes en un momento ridículo de sus existencias.

Cuando los hijos parten para sus respectivos destinos, más bien pronto que tarde, me doy cuenta de que me quedo tranquilo en cierto modo. Con la impresión de un objetivo conseguido o de una prueba más superada. Después me llama la abuela para que vaya a tomar un café y un dulce a su casa, donde se encuentran mis cuñados I/S y S., su hijo pequeño, que también cumple hoy seis años (este es el que se me había olvidado). Charlamos un rato animadamente, sin prisa porque comprendo que la tarde está ya empleada. También acuden mi cuñada M. y mi sobrina P. Cambiamos impresiones, nos informamos de nuestras pequeñas vidas inquietas, incesantes. Pero hay algo que agradezco siempre sobremanera: sigo perteneciendo a la familia, sigo vinculado por lazos afectivos con ellos. Y lo que es sumamente importante para mí: que lo necesito. Los necesito. Voy superando mi dolor y afrontándolo cada día mejor, pero no siento necesidad de separarme de ellos y buscar otro rumbo a mi vida. No. Porque hoy por hoy me consideraría un extraño con otros que no fueran ellos. Y me confieso a mí mismo: Así estoy bien. Quieto. Sigue viviendo.


10/02/24

Ayer no pude venir aquí, a este rincón. Claro está. Tuve que andar listo para organizarme y que no se me despistase absolutamente nada en previsión de un finde con los dos hijos en casa (más una compañera de trabajo de la Chiqui: maja chavala). Una vez hechas las compras y decididas las comidas, no había más que ejecutar el plan. Y lo cierto es que me ha salido bastante bien: comencé con la clásica tortilla patatera y dos buenas potas de lentejas y garbanzos. Contundentes. Mañana, de especial por ser el cumple del Chico, unos entrantes con un solomillo. Fácil y resolutivo. Lo mejor, la compañía de una botella de Ribera de mi querido JC: ¡espectacular!, como diría mi casi hermano JLC. Es que en mi casa no se comerá bien, pero la bebida me salva los muebles. Sin embargo, me he fatigado con la resolución de estos menesteres que me superan y me trastocan. Bueno: aprobado alto, casi bien.

En cambio, para que estuvieran cómodas las dos amigas, me he subido a dormir al estudio de la buharda, rodeado de mis libros y mis recuerdos de última hora (cuando Alguien se trasladaba allí para no desvelarme y no desvelarse, o más claro aún, para no mostrarme su inquietud que le hacía pasar muchas noches en vela). Tenía miedo de que el espacio me comiera, como quien se mete en la boca de la loba de la ausencia, pero reconozco que he dormido estupendamente. Tal vez Alguien velaba por mí. Es más, hacia las seis ya estaba desvelado y me he puesto a trabajar hasta las ocho, que me ha vencido de nuevo el sueño y he tornado al catre hasta las nueve. Una excepción Ya lo había probado anteriormente. Es un sitio que crea una sensación casi monacal, de retiro apartado en una pequeña cabaña de un monte. Algo así.

No estoy para carnavales. Lo digo con toda sinceridad. Ni siquiera me apetece darme un paseo. Como mucho, lo presenciaré desde las ventanas de la casa de mi socio, que es una excelente ubicación. Durante un ratito. Por pura inercia de la curiosidad.

Y es que van concluyendo aceleradamente muchas cosas que antaño me entusiasmaron. Me da por pensar que eso llega con los años que van a caer dentro de una semana con todo su plomo, y me introducirán de pleno en la etapa final. La decisiva, por otra parte, pues todavía hay algunas metas que conquistar si la salud no se tuerce y las circunstancias son benevolentes.

Como podrá deducirse, poco he podido leer y menos escribir esta última semana. No importa. Eso es lo gracioso de la edad: que te da paciencia para esperar cuando ya no hay tiempo que perder. Me temo que hasta el lunes no tendré tregua ni respiro. Me estaba gustando la última novela de MAH y hoy precisamente leo en un Ínstagram que se encuentra de viaje en Grenoble para una conferencia titulada: “Escribir (desde) la ausencia. El duelo en la literatura española contemporánea”. ¡Quién pudiera asistir al evento! Probablemente, es de los pocos asuntos que me interesan en la actualidad y que podría convertirse también en una novela por mi parte. Mientras tanto, recuperar la tranquilidad. De momento, me pondré con unas menesterosas sopas de ajo con el pan duro que me ha sobrado de estos dos días. Por no desperdiciar nada. Ni el tiempo ni el pan.


08/02/24

Un vendaval desde el amanecer que pensé que nos movía el tejado. Volviendo del café en el Picacho, me empujaba de tal modo por la espalda que me hacía alargar los pasos como si fuese a iniciar una carrera. A cien por hora de velocidad. Pocas veces lo había visto tan en directo. Y, sin embargo, he tenido que bajar a Castelar para lo del gas (entre calles era más suave) y, en definitiva, no he arreglado más que una parte porque de nuevo se necesitan firmas, más firmas, muchas firmas. Y encima el certificado de empadronamiento del socio había caducado porque lo pedí hace más de tres meses; o sea, todo ese tiempo que no regresaba al pisuco. Velay.

De regreso, en los viaductos, el empellón del aire movía el coche. No me apetecía mucho revivir el carnaval en el pueblo, pero tengo que dejar libre el pisuco a la Chiqui, que volverá con una amiga a pasarlo aquí. La verdad, lo que me compensa es que los hijos están unos días en casa. Aunque tampoco es que les vaya a ver mucho. Eso sí, tendré que preparar alguno de la docena de platos pedestres que me salen bien.

Se me cayó en la fregadera el móvil y, aunque parecía cargar y chutar ayer por la noche, esta mañana ha dado las boqueadas en forma de visos y bobadas encendiéndose y apagándose. Hasta el último suspiro. No es que tuviera mucha necesidad de él, y menos en Santa, pero se siente uno desprotegido. Desubicado. Desorientado. Es decir: desconectado. Y ahora que ya me había puesto con las galeradas del Bicho, no he podido llamar a JH, ni he recibido un solo aviso en todo el día. En cierto modo es un descanso. Pero que se encuentra uno raro. Raro. raro. Ya tengo encomendado a mis chicos uno nuevo para mi cumpleaños. Es una cosa que les gusta: comprar móviles. Mientras, cambiaré la tarjetilla a uno viejo. Para ir tirando.


07/02/24

Día muy ajetreado y entretenido desde los amaneceres, aunque haya sido nulo en cuanto a dedicación intelectual. O sea, resolver problemas prácticos con las neuronas a cero. Pendiente desde la hora prima porque me había dicho el instalador que pasaría por casa antes de irse a trabajar. A las ocho, efectivamente, se ha presentado con un termostato muy sencillo (pero no barato, coño). No ha tardado un cuarto de hora en apañármelo (el dinero y el chapuz) y en cuanto ha cobrado se ha largado. Otro cuarto de hora después el bicho no carburaba.

Nueva llamada con un tantín de mosqueo y el amiguete me promete que en cuanto pueda escaparse de la obra, sobre media mañana, se acerca a verlo. De cara no me parecía mal tipo. Estaba tomando un cafetuco cuando me ha dado el toque. Ya frente a la máquina, ¡algo era ello! Ha tenido que manosear dentro de la caldera y eso también me inquietaba, pero reconozco que ha ido derecho a la herida. Cables cruzados y el sistema que ha vuelto en sí. Contentísimo porque he comprobado que quedaba resuelto para mañana cuando llegue mi Chiqui.

Como yo también bajaba de casa a unos recados, le he dicho al fonta que si le apetecía un café. Y le ha apetecido. Y como no hay dos sin tres, me ha pitado desde su coche JLO, buen amigo del estanco del barrio. Le digo que se pase también por el bareto de la esquina donde íbamos, y en cuanto ha aparcado, ¡equilicuá! Era cerca de la una cuando el fonta se ha despedido con mucha pena de nosotros, y JL y yo hemos decidido vernos para comer en Los Pinares. Un día es un día, y hacía meses que no coincidíamos.

Si el fonta habla tanto como yo, JL habla el doble que yo. Así es muy difícil, a no ser que se dediquen cuatro horas, desde que hemos comenzado la comida hasta que ha salido de mi casa después de adecentarme con masilla el agujero que había quedado visible de la instalación del termostato. Un cisco que se ha convertido en algo monstruoso cuando yo he metido mis manazas y he querido retocar aquello antes de secarse para dejarlo bien liso. Sin espátula. A pinrel. Menos mal que ya se había ido mi colega y no ha presenciado el desparrame. Literalmente. Cuando me he mirado en el espejo tenía masilla colgando del hueco de una oreja y otro poco tapándome una fosa nasal. Para morir asfixiado, de veras.

Eso por no contar (tal vez algún día lo haga al detalle) el espectáculo esperpéntico que hemos vivido durante la comida. A la mesa de al lado se ha sentado una muchacha joven, pasiega (hemos sabido después) y como han tardado media hora en atenderla ha armado tal pifostio a las camareras, que JL y yo hemos tenido que calmarla invitándola a un café. Pues ha rematado pidiendo una hoja de reclamaciones y, cuando el dueño del negocio ha salido a dialogar con ella, se ha puesto tan bravísima que han tenido que llamar a la policía municipal. Yo no había visto un temperamento como ese jamás. Una auténtica salvajina que, en el fondo, me estaba haciendo aguantarme la risa y no quería que se me notase. JL estaba apesadumbrado, el hombre. ¡Qué espectáculo, señorseñor! En fin, por nuestra oportuna colaboración, cafés y chupitos han salido gratis.

Total, que se me ha hecho tarde y tendrá que ser mañana cuando regrese, pues todavía tengo que llevar papeleo a la compañía de gas. A ver si allí está la cosa más tranquila. Es que no se puede tener tanto carisma.

06/02/24

De nuevo en la atalaya de la Encina, en la cabecera de la calle FdlR, en el rinconzuco. Es zona de movimiento, así que también se aparca con relativa facilidad si uno no llega al final de la jornada. Incluso he contado con la suerte de elegir y desde aquí alcanzo a ver el burro trabado junto a la marquesina del autobús. De todas formas, a un minuto hay un gran parking con plazas libres que se anuncian constantemente. Pero no lo necesito para unos días de paso. Si la circunstancia cambiase, ya lo veríamos.

Llego ya un poco tarde para la labor, pero no resisto la tentación de mover los dedos con algunas líneas: Nulla dies sine línea (Ni un solo día sin un renglón, dice el latino). Me gusta comentar. Lo que sea. La coqueta iglesia de dos naves del pueblo campurriano de Orzales, al lado del pantano del Ebro (a media carga) donde he asistido con la abuela a un entierro. Su camposanto adosado y parcelado en nichos parecía prestarle simetría a la sobriedad arquitectónica.  La nave central, para la liturgia, como es lógico, y la otra lateral, de vestíbulo en el que se veía la mayúscula caldera de la calefacción en una rinconada. La de la liturgia tenía sacada la piedra en los muros y el hueco de tres cuerpos con crucería descansando sobre pechinas y ábside de media esfera. Parca ornamentación de poca calidad en los dos pequeños retablos laterales, y sin nada detrás del altar mayor. Por buscarle un encanto a mi curiosidad respetuosa, desde el coro donde hemos presenciado la misa, la luz de la tarde entraba por una vidriera con rombos muy simples y buscaba la escultura de una inmaculada de colores apastelados. Pero ese fulgor y una muchacha jovencísima de pie junto a la puerta de ingreso, se han llevado mi atención por unos instantes de fervor profano (si se permite el oxímoron). ¡Alabado sea un Dios que se manifiesta en la belleza esplendente de sus criaturas! Y alabado sea el espíritu hecho carne, esa fascinación que durante toda mi vida me ha trastornado. Y he vuelto a recordar la metáfora sacroprofana de los modernistas en boca del maestro Rubén Darío cuando exclamaba: “mujer, incensario de carne…” En fin, un desastre de inteligencia colonizada por la literatura. Una pena soy.

Sin embargo, soy poco curioso de lo que el cura dice si sospecho que va a ser más de lo mismo, un discurso religioso que conozco, respeto y me termina aburriendo. A no ser que el oficiante tenga su qué. Este de hoy me intrigaba porque su acento no me sonaba de la zona. A la salida he preguntado y una señora bastante mayor me ha asegurado que era de allí, pero acto seguido otra persona ha puntualizado diciendo que ha estado mucho tiempo fuera, en África. Eso ha dicho. Ah, bueno…

He salido pitando de Aguilar en cuanto me he comido un par de pastelillos a la salud de mi sobrina P., que cumplía hoy… años. No digo cuántos, pero todos muy bonitos, como sus ojos y su risa. Y antes, de paso, ya había probado también unas orejuelas hechas de ayer y como a mí me gustan: delgaditas y azucaradas. Así que yo, agradecido. También a las dos sobrinas pequeñas, que habían colaborado. Como se ve, no me falta cariño. Ya lo he dicho en días anteriores. Soy hombre de suerte: hombre de muchos cariños, desafortunado en amores.

Y para remate de mi imaginación alucinatoria, una noticia que me ha contado la abuela de esas que dan pie a cábalas literarias. Me ha dicho que en los nichos de enterramiento de las Clarisas de Aguilar se habían dado cuenta recientemente de que al menos media docena de monjas llevaban mucho tiempo enterradas pero ¡con el cuerpo incorrupto! Han tenido que sacarlas, despojarlas de sus ropas e incinerarlas. Algo tendrá que aclarar la ciencia sobre esto. Pero ha sido así. Tal cual. A mí, que me lo expliquen.


05/02/24

Me disperso en gestiones. No me queda más remedio que ocuparme de lo que antes era casi inexistente para mí. Ahora me quejo de la despreocupación de los hijos. Vivimos bien porque siempre hay Alguien que nos sustituye y nos lo pone fácil. ¡Qué bonito mientras duró!

El instalador de la caldera llega pronto, pero el termostato nuevo no termina de chutar. Después de porfiar un rato con la caldera (o a la inversa), determina que este cacharro nuevo no va a servir y tendremos que poner otro. Más sencillo, por supuesto. De ruleta y va que chuta, que son los que realmente no fallan casi nunca. No va a poder ser hasta el miércoles, así que tendré que volver para dejárselo arreglado a la Chiqui. Precisamente, tiene un curso en Santa y será jueves y viernes. Va con una compañera. O sea, no puede haber fallo alguno. Arreglado, sí o sí.

Lo que afortunadamente ha marchado sobre ruedas ha sido la revisión anual de la caldera. El técnico se ha presentado nada más comer, como habíamos quedado. Un seguro que funciona a la perfección, pero hay que estar atentos ahora que no vivimos allí. En calderas de gas, ninguna como esa. Doce años y como un reloj. Francesa y poco conocida de marca entre el público corriente. No digo más. Chapó.

Así no hay quien lea ni se concentre en nada serio. Apenas un rato para café y prensa. Todo son pejigueras de la vida práctica. Me pongo de mala uva. Y eso que no tengo que trabajar. No sé cómo lo hacía antes.  Total, que procuro calmarme para no olvidar nada de lo imprescindible, incluida una compra para llenar la despensa con lo básico, y que esta mona no se encuentre desabastecida el jueves cuando llegue a última hora. ¡Ay, Señor!

De vuelta, entro en Somahoz a echar gasolina a un precio realmente insólito. No me extraña que ahí recale toda la circulación desde Pucela hasta Santa. Me gusta salir por la comarcal, atravesando Los Corrales, que me trae recuerdos gratos, algunos muy lejanos y otros muy recientes. Al cruzar la moderna y poco estilosa plaza, allá al fondo alcanzo a ver un instante la estatua de san Juan Bautista junto al colegio de La Salle. Y a la salida de nuevo hacia la autovía rememoro los maravillosos días en que el Chico comenzaba a soltarse conduciendo hasta las trefilerías Quijano, donde cursó las prácticas de la carrera. Aquellas mañanas de un verano en que yo le esperaba en la biblioteca del pueblo, feliz y esperanzado en su futuro. Luego volvíamos a Santa, con un hambre de lobos, y allí nos recibía su madre con los brazos abiertos y las manos que recreaban el milagro bíblico de los panes y los peces. Aquella era una verdadera mística carnal de quien se daba en alimento. Quien se entregó hecha amor hasta el fin. Y no digo más.

Me llama la suegra y mañana la acompañaré a un entierro porque la tengo que llevar. Me gusta ser de ayuda en lo que pueda. Se lo debo centuplicado. Una de las cosas que siempre he admirado y me ha gustado mucho de esta familia es que se organizan muy bien de forma colaborativa. Como hasta hace no mucho hemos sido un grupo amplio viviendo en el pueblo, eso da juego para cubrir enseguida y cómodamente las necesidades de ayuda inmediata si se requiere.

Y al final de tarde me sucede algo parecido a lo de ayer. Son muestras de puro cariño. Me llama otro de mis grandes mentores y amigo tan cariñoso que sigue mis pasos como escritor casi con más interés que yo mismo. Es JMP, Peridis, siempre atento a lo que estoy haciendo y pendiente de cuándo voy a publicar. Me dice que está paseando por El Retiro y que de inmediato he acudido a su mente. No en vano hemos pegado algún que otro paseo juntos por allí. Sabe lo del libro de relatos casi a punto de imprenta y está contentísimo porque sospecho que ha preguntado al editor y este me ha puesto por las nubes respecto a lo bien escrito y a lo mucho que va a gustar. Casi me siento agobiado cuando oigo decir esto de mí. En fin, a ver si mañana me levanto pronto y me pongo a saco con las correcciones en la maqueta. Que va a llevarme tiempo y trabajo. Y mucha pasión. Que todo lo puede.


04/02/24

Amanecer perezoso como de domingo de antaño, cuando uno era joven y no miraba el reloj sino para comprobar la hora al despertarse.  Solo que hoy y aquí, en el pisuco de Santa, la claridad comienza a apuntar hacia las ocho sobre los tejados del Instituto aledaño, en cuyo cumbrial empieza muy pronto a oírse un alboroto de gaviotas. Del mismo modo, solo en esta casa disfruto del espectáculo de contemplar el cielo desde la cama. Si me levanto es porque ya no necesito más descanso y disfruto del primer silencio del día y de la primera tranquilidad de las calles. Luego, hacia las diez salgo al ritual del café y el periódico en otro de mis bares favoritos de la zona, por amplitud y comodidad para la lectura: el Picacho. Sin embargo, la luz algo tamizada por la bruma que llega de un mar gris me atrapa con su misterio y me distraigo de los sucesos del mundo que trae el papel. Tanto que pierdo interés en lo repetitivo de las noticias y me quedo embelesado con lo que pasa fuera.

Antes de comer me llama mi hermano Mon y chateamos un buen rato. Hasta que se agota la batería. Somos así los Gabiluchos. La palabra larga y sin límite. Pero la verdad es que los temas son animados e interesantes cuando se comparte una misma base intelectual, ideológica y de visión común de la vida. Y lo más extraordinario de todo para mí es que el sentido crítico y el método de razonamiento sean tan similares. Porque estas coincidencias no creo que se deban solo al hecho de ser hermanos.

Luego, por la tarde, para que no se me cargue la cabeza con el ambiente cerrado de la calefacción, me echo a la calle a estirar las piernas. Sin querer los pasos me llevan a donde quieren: a mis memorias, a mis nostalgias, a mi vida pasada… Bajo por los Pinares y cruzo la calle que me lleva a los Castros. Y justamente en este cruce, no puedo evitar mi sorpresa al constatar acabada la magnífica urbanización que tantas veces contemplé en obras cuando pasaba con Alguien y comentábamos la buena pinta de los pisos en construcción que, en efecto, allí finalmente se han levantado. Tomo también por la pequeña y sinuosa callejuela que desemboca en Pontejos. Aquí, en la casa con más encanto, el gran arco vegetal que adorna la entrada está mustio, invernal y sin flores. Pero con el tiempo que hace, no pierdo la esperanza de que pronto rebroten algunas. Como en el olmo machadiano…

No alargaré demasiado la ruta. Por Piquío cojo la vuelta en ascenso. Por la ladera pinera del cantar, la que conduce a la fuente de Cacho. Hacía tiempo que no venía a Santa y eso se nota. Porque la dulce pena me ha cogido un poco desprevenido y ha hecho su mella. Su daño más difuso que intenso en un corazón todavía con herida tierna.

Para no meterme en casa con ánimo encogido, llamo donde J/C, mis vecinos más viejitos y amables del inmueble, y me los encuentro con la hija en amena charla. Me sumo una media hora y después entro en casa para ponerme a lo mío, ya algo despejado de la telaraña de la tristeza. Echo un vistazo a la corrección de las galeradas del libro y me doy cuenta de que va a ser un trabajo intenso. No importa. Voy a ocuparme de ello con interés e ilusión. Me conozco. Todavía estoy vivo y dispuesto a enfrentarme a la propia vida. Todavía estoy aquí comprometido. Sigo siendo una pasión.

Por si no fuera suficiente, me entra un guas de José Antonio Abella en el que me agradece mi presencia ayer y me dice que siente que no pudiésemos hablar un rato más largo. Este cariño que inspiro a cierta gente de mucha valía no me lo he explicado nunca del todo. Sinceramente. Pero tengo esa suerte. Y me replico que quizá mi pasión también se nota. Le contesto a José Antonio, con admiración y reconocimiento. Y también con todo mi cariño, por supuesto. Le comento además que estoy deseando entrar en su última novela: “El corazón del cíclope”. Y es verdad.


03/02/24

No pude ayer, claro está, dar cuenta en este cuaderno de las variopintas emociones amontonadas, puesto que entre unas cosas y otras llegué a casa, al piso de Santa, a más de la una de la mañana. Cansado pero feliz.

Habíamos quedado a las cinco de la tarde en Villanueva, en casa de JH, y allí me puso al tanto de la manera de hacer los cambios en el pdf con la maqueta del libro. Y enseguida se presentaron JJ Abella y su señora, y el editor y sociólogo ER, que también intervenía en el acto posterior al que asistimos en el salón de actos del ayuntamiento.

La peli me pareció una maravilla de síntesis, actuaciones y delicadeza de enfoque para atenuar el brutal impacto de los hechos reales que recrea. No es extraño que tenga seis nominaciones para los Óscar, como tampoco se puede obviar el peso que en el guion ha tenido el criterio de Abella, cuyo libro francamente es por muchas razones (desde lo ensayístico hasta lo narrativo) bastante más potente que lo que el cine puede presentar en hora y media. Pero no hay grandes desencuentros entre los dos formatos. El animadísimo fórum posterior llevó otra hora y media, durante la cual Abella hizo gala de su rigor documental y disfrutó aclarando muchos puntos importantes de la muerte del famoso maestro republicano A. Benaiges.

Después los editores nos llevaron a “La cagigona” y también es de justicia reseñar el auténtico banquete que nos regalaron, etimológicamente hablando y no solo en sentido culinario. Pero en este último, probé por primera vez el “Dividín”, que es una torta de queso del tipo del Casar o de Cañarejal (es decir, queso de untar) que es una delicia acompañado de mermelada.

Como en todos estos encuentros, que con Valnera se convierten en reuniones de familia por obra y gracia de los dos editores, Jesús y Lines, siempre lo mejor y más sabroso de todo está en la charla informal (relativamente, solo de tono) que sigue a la parte seria de los eventos. Personalmente he ido aprendiendo que son ocasiones impagables para aprender y estrechar vínculos con los asistentes. Porque ante el hecho sagrado de los alimentos y una copa de buen vino todo el mundo termina hermanándose.

Me admira hasta lo indecible JA Abella, por supuesto, pero ayer tuve ocasión de conocer a ER, persona de una inteligencia finísima que advertí nada más cruzar unas impresiones en casa del editor, y con quien coincidí de frente en la cena. Por tanto, pude comentarle algunas consideraciones que en la presentación del coloquio ya me parecieron muy interesantes. Le noté (sin explicarme bien por qué) una tremenda sensibilidad en el gesto melancólico. Pensé que eran excesos de mi temperamento fantasioso y no de su carácter. Pero en el curso de nuestra charla, y en voz confidencial, me puso al tanto de que también había perdido a su pareja hace medio año, joven y de cáncer. Bastó con un ademán de las cejas para entendernos, pues él también sabía por JH que compartíamos la misma circunstancia. Me gustó conocerle.

Recogí dos copias escritas donde los editores antes de salir para Santa. El manuscrito que me ha revisado el también maestro JC y mi primera versión. Los dos textos son los que tengo que integrar. Pero tengo hasta finales de febrero. Probablemente el día veintiocho, cuando nos veamos para asistir en Colindres a la presentación de mis “Perlas”. En fin, que esto me salva, como he dicho tantas veces. Me aporta una inyección de ilusionado futuro. Me rescata de la pena. Y es como si estuviera oyendo a Alguien decirme al oído: “Así, así de contento quiero verte, paisanillo”.

Día tranquilo el de hoy, con soluco y temperatura muy agradables que me han llevado a dos terrazas de General Dávila con café y periódico. Me he encontrado con algún conocido pero he podido evitar el detenerme más allá del saludo. Y me he dedicado a aprovechar mi pequeña soledad gozosa.

Tras unas compras para reponer la asaltada despensa de casa, ya no he podido salir porque he tenido que esperar a un instalador para sustituir el termostato móvil de la caldera de gas. Finalmente ha llegado a las seis de la tarde y, en cuanto ha comprobado la avería, hemos quedado el lunes a primera hora para resolverlo definitivamente. Aunque la calefacción sigue funcionando, me interesa sobremanera el arreglo por razón de una mayor comodidad. He leído reposadamente y atisbando desde mi atalaya del “rinconzuco” las idas de venidas por esta cruceta de calles. Cada cuarto de hora, el autobús de la línea C5 se detiene unos minutos en la marquesina junto al edificio de la telefónica. Y luego reanuda su circuito. Y me digo que esta tranquilidad le va bien a mi corazón un poco adormecido de sentimientos. Que quizá con esto me basta.


01/02/24

Uno de la tertulia, MN, se interesaba ayer por conocer el “Cántico de las criaturas”, de san Francisco de Asís, que salió en la conversación. Ya vengo diciendo yo que tiene que haber gente para todo. Me preguntaba después por guas si tengo el texto. Es tan fácil como ponerlo en gúguel y ahí está. Le mando el enlace que agradece muchísimo. Pero ¿es que la gente no sabe que en la red se encuentra hasta la forma de cazar gamusinos? ¡Hombre por Dios!

Y, lo que son las cosas, mi memoria debe de comenzar a ser ya de persona mayor (me fastidia decir que de viejo). Porque recuerdo bien detalles de hace muchísimos años y no los inmediatos. Por ejemplo, se me va la especie cuando quiero evocar temas o personajes de novelas leídas recientemente, o simplemente títulos, y caigo en la cuenta de que no me acude un solo dato a la cabeza. Y me pone de mala leche. Quizá se deba al exceso de lectura y a ritmo vertiginoso. Esto también es verdad.

En cambio, en cuanto he releído el poemilla franciscano, enseguida se me ha iluminado el viaje de novios a Italia, con la visita a Asís y la pequeña librería en la que compré un ejemplar de “La divina comedia” en formato reducido y bellísima edición en tres partes. Recuerdo exactamente lo que me costó, pues fue cara. Y recuerdo a quién se la regalé, muchos años después, por un motivo de especial camaradería poética. Al amigo y escritor palentino CAA. Espero que haya disfrutado todo lo que se merece.

Y también en ese instante compré un pequeño “Cantico delle creature”, con dibujos preciosos y pequeños pies de texto con versos del cantar. En un original formato desplegable al modo de un acordeón. Haciendo memoria he terminado sabiendo dónde lo tenía guardado, aún dentro de la bolsita minúscula de papel cebolla, con la dirección del establecimiento. Hoy ha ido a parar a MN, que lo ha recibido como una aparición. No tiene mayor importancia.

En abril hará treinta años. De la basílica de Asís no guardo memoria precisa porque me encontraba en una nube: la del Amor que iba a ser eterno. Pero veo aún los ojos atónitos de Alguien a mi lado, con una de esas miradas que después sorprendería tantas veces a lo largo de la vida en común. Y lo que aquella frente estaba pensando: “¡Qué tipo más friki! ¡Cómo puede gastar dinero es estas cosas!” Con el tiempo, ella misma terminó participando de mis excentricidades, como yo fui asumiendo sus gustos y preferencias. Del viaje tengo más clara visión de las visitas a Florencia y Roma. Y, por encima de todo, conservo la permanente impresión de que mis sentidos palpitaban con su felicidad. De eso estoy seguro. Siento ahora mismo esa felicidad suya, como si de mí saliera una cadena de oro que la busca por el universo y la encuentra y volvemos a estar unidos… Mi felicidad siempre fue secundaria, pues despendía de verla a ella feliz.

Así fue aquella aventura que duró un soplo de tiempo. Hoy lo he rememorado con el detalle del curioso “Cantico delle creature”. Antes y después de aquello, vería la maravillosa película de F. Zeffirelli, “Hermano sol, hermana luna”, sobre la vida de san Francisco y santa Clara. Y eso me ha llevado a su vez hasta una reunión de jóvenes en la que participé siendo todavía un adolescente, en León. Se llamaba “Mariápolis”. Y también allí oí la primera versión cantada y acompañada con la guitarra por un chaval italiano. Unos pocos versos que jamás he olvidado y todavía puedo entonarlos sin dificultad: “Laudato sii, o mi signore, per tutte le tue creature: per il sole, per la luna, per il vento, per il fuoco…”


31/01/24

Y enero que se nos fue por la borda como una exhalación, que quiere decir como un rayo. “Se me ha muerto como del rayo…”, dice Miguel Hernández de su amigo José Marín. Al que seguirá otro extraño quiebro sintáctico: “…con quien tanto quería”. En la famosa “Elegía” de ERQNC. ¿Por qué estos distingos un poco pedantes en una dedicatoria luctuosa?

De lo cual también concluye uno la violencia con que nos arrasa el tiempo. Ya hemos gastado una porción importante del año. Hemos quemado a nuestras espaldas su puerta de entrada, “ianua”, en latín: “januarius”, enero. En la iconografía clásica se representaba con el dios Jano bifronte, porque miraba para los dos lados opuestos. Salida de algo y entrada en algo. Año viejo y nuevo. “Jano”, o sea, la misma raíz que “ianua”. ¿Estamos? Pues por mi parte, vale de filologías. Quien quiera más que vaya a IV, que lo escribe muy bonito y detallado en su maravilloso ensayo EIEUJ.

A mí lo que me interesa de esto, sobre todo, es que la vida reglada y ordenada de jubilado me permite apreciar casi de forma impresionista el paso veloz y fugaz de la vida. Como un mero brochazo instantáneo en el cielo que observo todas las mañanas en cuanto me siento a leer. Ya es otro día, me digo… Ya cayó el día, me repito cuando lo dejo y cierro el velux hacia las nueve de la noche. Y así voy registrando minuciosamente cada paso de mi propio ascender y declinar. Y lo acepto con más o menos alegría si la jornada me ha resultado más o menos provechosa. No pido más.

La tarde ha sido también una maravilla. Por lo extemporáneo de una temperatura más bien primaveral. Por fin me he tirado al monte con la burra y he pasado hora y media divina. He regresado con la respiración perfecta y la cabeza oxigenada. A ver cuántos días nos deja disfrutar de un sol tan rico, aunque sea una anomalía climática. La misma luz y el mismo calor que, en días así, vivificaban hasta el último momento a Alguien que se recogía sobre sí misma y se abrazaba y dejaba escapar una interjección de agradecido placer: ¡Hummmm! Era su forma de celebrar cada minuto de vida que se le deslizaba aceleradamente. Como una exhalación. Como del rayo.


30/01/24

Ahora, además de dormir como un tronco, parece que se han vuelto las tornas y no he perdido ni un minuto en toda la mañana. Excepto la media hora del café. Y es que cuando uno está en perfectas condiciones físicas se nota en la claridad mental. Las palabras necesitan ser paladeadas mientras se leen o se escriben; de lo contrario, no se disfruta más que en el plano instintivo, como cuando un animal se traga de una vez a otro.

De esta manera, caigo en la cuenta enseguida de que he utilizado hace un momento una expresión como “volverse las tornas”, que me gusta mucho porque me recuerda a mi padre. Y conservo un pequeño vocabulario muy específico escuchado de su boca (chiminuces, tontarra), que siempre he identificado con una ascendencia logroñesa o vasconavarra, de donde es posible que procediera el apellido. En fin, son cábalas. Pero es maravilloso elucubrar a veces sobre el viaje de algunas palabras que brillan con alma propia cuando las pronunciamos.

Total, que le he dedicado un rato largo a una novela pendiente de título raro, “Anoxia”, de MAH. Me ha llevado a ella sus buenas críticas y la he cogido con gusto. Una historia muy bonita, aunque su resumen suene mal de entrada: dos profesionales que se dedican a fotografiar a personas muertas, como era costumbre antiguamente. No hace tanto como se piensa. Evitaré descubrir nada más allá de que la anécdota sirve para hablar de emociones humanas esenciales. Bien estructurada en capítulos cortos y ágiles, con un estilo muy legible sin perder por ello profundidad. De esto que te entran ganas de sentarte a leer en cuanto te levantas. Como que vas a asistir a una reunión muy íntima.

Solo dejaré esta cita sobre la mujer protagonista, que perdió a su marido en un accidente: “…lo recuerda cada vez más a través de las imágenes impresas a las que puede regresar que de las escenas que guarda en su memoria. Sobre todo, porque hay una imagen que falta… Esa a la que de ningún modo es posible regresar”. Sin más comentarios.

De mi selección anual de libros (novelas, sobre todo) ya he dicho algo otras veces. Suelen ser en torno a cincuenta, de las cuales leo lo que puedo. Pero ahora lo que me interesa comentar es que mi lista no tiene nada que ver con lo que se lee o se comenta en el IG que frecuento a diario. La gente que participa de esta red, incluso muy aficionada a la lectura y la escritura, se traga lo que le echen y por las razones más variopintas. Fundamentalmente, por información de oídas de gente cercana. Es más, excepto tres escritores muy conocidos, no he leído un solo comentario sobre ninguno de los mejor considerados por la crítica al uso. Sobre todo, periodística.

Por supuesto, no voy a pasar por un pedante haciendo de consultoría de la buena literatura. Cada cual, a su bola. Pero es pasmoso que mucha gente no sepa que lo que lee es insustancial, ni siquiera como entretenimiento. Como si alguien se alimentase de chucherías o de bollería. Ya he utilizado el símil antes en mis escritos y recurría a él en mis clases de antaño. Eso no es comer bien. Allá tú.

Así que luego publicas un par de líneas en el IG del domingo y más de una vez me ha comentado alguien que no lo entiende. Este finde pasado dije que una mirada artística enseña algo del objeto y algo del artista. El artista mira de una forma especial y al objeto lo vemos de un modo especial. Es una idea muy corriente y tampoco es tan difícil de entender. En todo caso, vuelvo a repetir que cada cual a su bola. Tiene que haber de tó. Pero que conste que no seré yo quien discrimine o critique a los demás; al contrario, suelo ser el que pasa por friki.

En cambio, lo que nadie puede discutir es que anoche volví a ver una peli maravillosa. Del oeste. “El hombre que mató a Liberty Valance”, de J. Ford. El que no la haya visto, se pierde algo grande. El mundo recién estrenado. El oeste recién conquistado. Un país a punto de nacer porque sustituye la violencia por la ley. Una lección que viene muy bien recordar porque es plenamente actual. Y si quieres lo entiendes, ¿vale?


29/01/24

No es ningún descubrimiento subrayar el peso de las circunstancias en la vida de cada cual. A veces, las más insospechadas por parecer banales resulta que son decisivas. En lo biológico, por ejemplo: respirar bien, ejercicio con frecuencia, beber diariamente agua para hidratarse, comer y dormir con orden y concierto. Lo digo porque lo he constatado en carne propia. En cuanto se pasa del hábito nocivo al saludable se aprecia la diferencia. Basta que una semana se altere el organismo por las bajadas de temperatura o por la exposición a una carga mayor de virus ambientales, y ya se entorpece y se deteriora el funcionamiento de la vida ordinaria. Y, lo que es más importante, se resiente la vida intelectiva y afectiva. Es posible que cada persona sea de una mayor o menor vulnerabilidad. Yo soy frágil en este sentido. Y, por el contrario, cuando me sobrepongo (como en estos últimos días), el subidón en todos los aspectos es prodigioso, una inyección de moral.

De este modo, he recuperado buena parte de la lectura que se me había ralentizado. He leído más despejado y atento que nunca… Lo siento, pero he dejado por el camino algún libro de relatos y de plena actualidad que, sin embargo, ha superado mi paciencia. Bien está el riesgo literario y la valentía técnica, pero no se puede abandonar al receptor. Con experiencia de más de cincuenta años (escritura, lectura, docencia), no llevo bien dedicar mi tiempo a una obra en la que no me entero de nada prácticamente (y menos siendo relatos: uno tras otro… ¡nada!). Mi conclusión es clara, porque el autor me gustó mucho hace años y comencé a seguirlo desde sus comienzos: podrá considerarse un escritor de culto, me da igual; se ha pasado de exquisito o de enredar la madeja. Salto de página y a otra cosa mariposa. No tengo edad ya para que me aburra alguien que no sabe en qué dar. Ni siquiera en literatura, que en principio admite mucho cuento.

Apetecía un paseo largo por la buena tarde que hacía. Pero no esperaba tirarme tres horas por ahí. Claro que ha sido doble porque me he encontrado con dos compañeros de la enseñanza también jubilados, LG y MO, y he enlazado mi ruta con la suya. Hemos regresado casi de noche. Le hemos dado a la piqueta en mil asuntos, sobre todo, de política. No sé por qué si los tiempos que corren están más que otra cosa para evitar charlas de este tipo. Pero nos conocemos de hace muchísimos años y partimos de una base desde la cual es muy fácil entenderse. Aun defendiendo algunas ideas opuestas. He observado desencanto. Y esto a mí me choca mucho. Yo no pierdo el interés ni me canso de debatir. Pero es cierto que en el fondo me afecta muy poco. En una isla desierta podría estar sin periódicos, pero no sin libros de literatura.

Estoy harto y enfadadísimo y deseando que llegue el viernes para irme a Santa y llevar de una santa vez el texto de los relatos. Corregido, como esté, en ese momento. Porque en cuanto abro el archivo, cada día que entro y vuelvo sobre ello, todo son matices. No cuestiones generales y significativas sino posibles pequeños cambios. Y me pongo nervioso.

Va a tener razón mi amigo y maestro JC cuando dice que él suele dejar reposar no menos de seis meses un manuscrito después de terminado. Y luego lo retoma y se lo pasa muy bien puliendo. Hasta dejarlo a punto. El problema es que yo pienso que no existe una versión definitiva si continúas releyendo constantemente. Porque ninguna se termina jamás de dar por concluida. En todo caso, se corre el riesgo de empeorarlo. Y este sí es un límite claro. Espero que lo mío no haya sobrepasado esa línea. En fin, que tengo ganas de largarlo de una vez de casa y que inicie su camino sin mí. Como un hijo.


28/01/24

Cuando suele concluir el mes, el blog suele darme unas cifras de fría estadística, sin más datos concretos que los países de donde proceden las entradas que se han producido y poco más. No puedo saber si pertenecen a muchas personas diferentes o son reiteraciones de unos pocos lectores fieles. Más bien me creo esto último. No tiene mayor importancia, porque mi alcance como bloguero y como escritor es muy reducido. Tener mil treinta visitas durante enero es una nimiedad, lo sé. Pero a estas personas se lo agradezco, aunque escribiría igual si nadie absolutamente mirase por mi ventana virtual a ver qué es de mí (imagino que esto es lo que mueve a los asiduos). Ni me sentiría menos querido ni menos exitoso. Quien escribe se dirige al mundo, aunque pueda suponer quiénes son unos pocos de esos seguidores.

Pero lo que sí suscita mi picajosa curiosidad es que muchos días las visitas se hacen por la noche. También hay una clasificación por horas en el sistema. Es posible que esto sea así por los diferentes horarios en distintas latitudes, pues hay una pequeña parte que entran desde rincones alejados del mundo. Quizá sea el azaroso algoritmo que nos gobierna. La IA, Inteligencia Artificial, como dicen ahora, que parece que suena a la antigua CIA. En fin, no me explico que haya días en que desde las diez de la noche hasta las ocho de la mañana estén produciéndose entradas durante todo ese intervalo. De mi noche, mientras duermo. Y esto tiene algo de extraño o misterioso para mí, porque me da la sensación de que alguien custodia mi sueño. O Alguien vela por mí a través de los ojos de unos pocos, porque sabe que este pequeño grupo es de gente que me quiere. 

Es, en definitiva, la red de redes: dejar una ventana abierta en tu casa para que pueda asomarse quien lo desee. No es indiscreto, porque cuenta con tu permiso, pero es un espacio privado. Y en este punto intermedio es donde surge mi pregunta: ¿Quién me observará a las tres o las cuatro o las cinco de la mañana? ¿No sería más lógico mirar en pleno día? Total, son cinco o diez minutos de lectura. Lo cual también me lleva a pensar que hay gente que de alguna forma gusta compartir anónimamente cierta intimidad conmigo. Alguien que espera el conticinio y lee en medio de la oscura noche, a solas y retirado en su espacio de intimidad, es lo más hermoso que el escritor puede lograr, lo que busca en el fondo, lo que da sentido a su pasión. Alguien Especial. Alguien que me lee ahora. Tú.


27/01/24

Día inmejorable de temperatura para haber pegado un paseo largo en la burra, pero me he entretenido después de comer y se me ha hecho tarde. Y mira que he descansado bien anoche. Mañana me pienso resarcir si la cosa sigue igual. Este no es tiempo de invierno. No hay quien lo entienda. No obstante, he salido un buen rato a pata.

Me encuentro con TB, con quien siempre hay algo que comentar y me parece un hombre sociable y vitalista. Es uno de esos tipos que no ha declinado físicamente desde que yo le conozco, hace muchos años. De esos que se acerca ya a los ochenta y lleva un ritmo frenético en su marcha y cuando nos paramos no presenta síntomas de fatiga o jadeo. Incombustible. Dice que le cuesta mucho superar las setenta pulsaciones. En verdad que he conocido a pocos así. Curiosamente no ha sido deportista, aparte de sus constantes y diarias caminatas cercanas a los diez kilómetros. Creo que su gran virtud es el orden, el hábito y la regularidad. Tomo nota.

También me paro en la Cascajera con A/E, un matrimonio amigo desde los tiempos en que colaboré en política municipal. Siempre la he visto a ella preocupada por su salud, hipocondriaca y pesimista. Conozco algo más en particular y quizá tiene sus razones. A temporadas está muy depresiva. Pero admiro sobre todo la bonhomía de él, su paciencia. Es de las personas que acepta con realismo su circunstancia. Además, en ella creo que se agrava la dolencia concreta con la enfermedad del vivir. O sea, con la conciencia de que el tiempo no perdona y nos conduce sin remedio hacia el fin. Y estoy empezando a darme cuenta de que este es un mal mucho más frecuente de lo que yo me imaginaba. Incluso en personas sanas. Es aquello de que la vejez es jodida o es un asco. Como suele quejarse alguno. Por mi parte, no quiero caer en esa actitud ni entrar en esa dinámica. Hacer, hacer, hacer. Me digo.

Avanzo en las lecturas cuando puedo estar un buen rato con la mente enfilada. Los días que me deja el cuerpo, claro. Tiendo a pensar que me lo impide la mala calidad del sueño, pero creo que el cuerpo también me condiciona por otras necesidades. Nunca había pasado un período tan larguísimo sin sexo. Es incómodo y está uno irritable. Tal vez me engaño cuando me digo que el impulso se irá apagando poco a poco hasta dejarme tranquilo. Porque este poco a poco puede suponer todavía algunos años. Por supuesto, no con tanta urgencia como cuando uno es joven. Menos mal. Aunque tampoco suele ocuparme la cabeza de ordinario, más que de forma muy pasajera. Es la hombría que en realidad no termina de apagarse nunca. Lo que tengo claro es que no me voy a conformar con una simple compañía ni haré el idiota (creo, de momento). Como le prometí a Alguien.

Lo que no me resulta incómodo en absoluto es no sentir amor por nadie. Lo llevo bien y en cierto modo lo prefiero así. Porque si estuviera enamorado y las cosas no salieran adelante sería muy distinto a la mera abstinencia sexual y me comería la cabeza de angustia. No puedo arriesgarme a sufrir por alguien y que se me junten dos carencias: de cuerpo y alma. Hasta el momento, el luto me ha preservado de cualquier intento. En cuanto a sentimientos, estoy frío. Pero esto no duele. Esa es la verdad.


26/01/24

Desde que me he levantado he tenido el recuerdo recurrente de que hoy se cumplen seis años de lo de mi madre. Pero esta evocación es de un carácter completamente distinto a otras. Lo contemplo como la culminación de un ciclo completo. Mi madre llegó a los ochenta y cinco años y en cierto modo tuvo la suerte de hacer su salida de forma rápida e indolora. Como ella decía: que quería morirse bien, como su padre. En circunstancias generales, son estas dos condiciones exclusivas las que cualquiera pediría. Las que todos firmaríamos de antemano como el mejor testamento vital.

Y cuando las cosas se producen de este modo tan natural y por su turno, desaparece el sentimiento de dolor y casi casi ya ni siquiera notamos el de tristeza. Cuando lo pienso, de mi madre solo acuden a mi mente imágenes dispersas pero alegres y bulliciosas. Como era ella. Esto solo se atenuó en la última parte de su vida por el miedo a dejarnos el cargo de mi tío. Eso me ha parecido siempre.

Así que, por esa parte, tampoco me queda remordimiento alguno, porque me repito muchas veces que todos los de mi casa habrían estado satisfechos con la suerte que le ha correspondido a este bendito que yo llamo mi socio. Pero tampoco me atribuyo mérito alguno por ello. Cada uno defendemos nuestra casa como mejor podemos. Me refiero a la vida y la hacienda. Todo va junto. Eso sí, siempre me he sentido orgulloso de la manera como lo hemos solucionado mi hermano y yo. Una auténtica división de tareas hablada y asumida por ambos responsablemente. A él le tocó cuidar desde allí durante muchos años y a mí me tocará aquí la parte final hasta cuando sea. Lo único que se puede pedir es que no haya muchas complicaciones.

En cambio, sobre mi caso particular, no acierto a enjuiciarlo con claridad porque ha sido fuera de lo habitual. Solo espero que el tiempo haga su trabajo y me alivie de la carga mayor de la pena. Tengo a mi favor que no soy un hombre pesimista. Pero tampoco soy un tipo valiente para sobrellevar una enfermedad larga soportada a solas en casa. Y no digamos fuera de mi casa…

Por eso no encuentro otra fórmula más inteligente que cavilar sobre proyectos que me ocupen períodos de tiempo extensos, de ejecución lenta y compleja, y cuyos resultados requieran gran concentración. Esta es la única forma de olvidarme de cualquier otra cosa y de estar motivado en el día a día. Probablemente ya no viviré una gran ilusión, pero sí disfrutaré de una estimulante ocupación.

Y no es que no conozca a alguna persona con quien intuyo que podría estar a gusto y a quien estaría dispuesto a hacer que se sintiera feliz, pero sucede que a estas alturas de la película todo son circunstancias en contra. Quizá la primera de todas, que uno ya no está para interesarle a nadie ni tiene nada que ofrecer a nadie. Por tanto, aunque parezca a simple vista que esto que voy a decir es un programa aburridísimo y que mejor sería un tipo jubilado que participa de bailes y de viajes y de vainas del Imserso, a mí cada día de mi viudez que va transcurriendo se me hace más meridiano que mi gran remedio es una vida normal y corriente, cumpliendo con mis compromisos familiares y sociales, pero dedicada a escribir. Escribir y escribir. Y lo vamos viendo.


25/01/24

Una de las columnas más simpáticas, además de bien escrita, que tiene el diario EP en la última de los jueves, la firma LSM, periodista alicantina. La sigo con interés desde hace tiempo. Alegra incluso cuando trata un tema grave. De este modo, hoy arrancaba diciendo: “Los días pueden ser muy largos y las noches muy negras cuando no se tiene quien te eche cuenta… Alguien a quien le importes y te importe más allá de los cuidados debidos. Alguien con quien descansar de ti mismo. Hay quien lo llama amor”.

Lo traigo a colación para mostrar con ejemplo ajeno el sentido hondo de ese pronombre que también yo vengo pronunciando desde hace un tiempo en la parte final de estas confidencias: Alguien. Y para significar que ese Alguien genérico tuvo nombre. Fue un Nombre Propio. Pero desde que la persona dejó de existir y mientras su nombre resuene constante en la bóveda de mi cabeza, será genérico y propio al mismo tiempo. Una contradicción muy barroca. Alguien en mí. Y pienso que cuando pase mucho más tiempo no lo olvidaré, pero dejará de sonarme por dentro a todas horas y perderá la evocación de una presencia. Porque lo que no se nombra deja de existir. Y en adelante será Nadie. Y me invade ese otro sentimiento tan barroco como es el desengaño, que en las representaciones artísticas de esa época se plasmó con la imagen de la belleza enferma. Yo viví el esplendor de la belleza y la escatología del amor, ese violento contraste que también es un genuino rasgo barroco.

Pateo las calles con la sensación a ratos de que voy de vuelo. Como si se me hubiese vaciado el cuerpo y, sin embargo, siguiera caminando. Mientras, algo de mí más aéreo planea por encima, sin llegar a separarse ni a alejarse, con figura semejante a un aleteante pajarillo.

Y me digo que lo que estoy viviendo no es fácil de llevar. Ni siquiera de comprender más que a medias, incluso por los más cercanos y que más te quieren. Porque no hay ayuda posible de los demás. Si acaso un mínimo consuelo cuando pienso en otros con los que me siento solidario porque han vivido lo mismo. O algo peor. Siempre hay a quien le dieron mayor tormento.

No lo he confesado hasta hoy, pero me acompaña algunos días sin saber por qué el recuerdo de mi prima MC y de MA, su marido, que perdieron no hace mucho un hijo de veinte años. Y cuando me paro unos instantes sobre esa imagen, me atraviesa un dolor verdadero. Un dolor del que solo puedo intuir una mínima parte, apenas tocarlo en uno de sus extremos. Porque sospecho que es inmenso. Desde luego, un dolor mucho más grande que el mío. Tanto que encierra el secreto de la condición humana: convertirse en sabio a cambio de un precio muy alto.


24/01/24

¡Qué barbaridad! Ya ni siquiera pillo el sueño al comienzo, nada más acostarme. Después, me desvelo en medio de la noche y no sé qué hacer palpando las sombras y vagando por casa como alma en pena, y por fin me despierto antes de las seis a buscar el sofá. Aquí es donde parece que aguanto un par de horas bien. Incorporado. Porque siempre el problema estriba en que la nariz, su fosa nasal derecha, sobre todo, se congestiona, se obtura, se opila, se obstruye, se atasca, se tapa, se tranca… Suma y sigue. ¿Hay una putada mayor o soy un neurótico? Y si no descanso, no leo. Y si no leo, no vivo. Y si no vivo, sobro.

No, no es depresión. Es rabia. Es afán de seguir mordiendo los frutos de la vida y arañando la tierra para continuar… Y, sin embargo, parece que la puta vida no hace más que poner palos en las ruedas. Es como si dijera: “Pues ya que tienes tantas ganas, ahora te voy a exigir un plus. Un poquito de lastre para hacértelo más difícil: A ver si hay huevos…” Y es cuando decide quitarme fuerzas quitándome descanso. Como cuando se mete reja a un toro para sangrarlo y que pierda bravura. Y tira palante y mira a ver cómo te las arreglas, galán…

Con los pies a rastras, a las siete y pico me dedico a limpiar de adornos navideños la sala, desperdigados por todos los rincones. Meto todo ello con saña en un cajón. Sobre la pared quedan el abeto poblado de mil adornos colgantes como colgajos ya sin sentido en estas fechas y el cuadro bordado a punto de cruz que confeccionó con todo su amor e ilusión Alguien. Aquí pone la fecha: 1994. Estrenábamos casa, amor, vida. Todo compartido. Ahí ha quedado y no para siempre. Para la posteridad (hasta donde llegue). Para la nostalgia revivida año tras año (mientras lleguemos). Para la hiriente memoria (hasta donde llegue yo).

Ando tan chamuscado que salgo por la tarde a morder el aire. No hace malo. Por el camino encuentro a mi suegra y decido acompañarla a buscar a una de las niñas al poli. A ver si me calmo un poco y me distraigo hablando un rato con ella, que falta le hará también a la pobre.

A la vuelta me ha acompañado hasta el súper para aconsejarme en unas compras, sobre todo de carne de morcillo para guisarla mañana con patatas. Me da cuatro instrucciones que no me han parecido de difícil ejecución. Pienso preparar una buena pota. Lo malo es que no progreso mucho, porque con una docena de recetas de mediodía me muevo constantemente. Y repitiendo un poquito cubro el mes. Hasta el siguiente, cuando el gusto ya no se acuerda de lo que comió quince días antes. Así funciona uno. Penoso.

Tengo el corazón frío, vacío y calcificado. Como una habitación desmantelada, cerrada y abandonada desde hace muchísimos años. Con el nombre de Alguien en una pared, apenas legible. En un caserón perdido y ya inhabitable en el centro de una gran ciudad. Sin que quede memoria tampoco de quiénes fueron sus dueños. Ni siquiera la asaltan. Simplemente se deteriora con lentitud. Pero conserva por fuera un aspecto presentable. A ratos recibe un sol que hace presumir la posibilidad de una nueva ocupación. Disimula la buena factura de su fábrica. Sigue ahí. Está. Ese soy yo. En el dintel de una puerta con herrajes que la hacen infranqueable todavía puede leerse sobre placa de cerámica desconchada: “Villa Soledad”. A punto ya para que comiencen a surgir leyendas sobre ella.


23/01/24

Y que no hay manera… Hacia las cinco y pico, arriba. Hidrato la nariz y cambio de postura en el sofá. Por suerte, caigo enseguida y aguanto hasta poco antes de las ocho. Y vaya si se nota: He podido leer después hora y media sin apenas somnolencia. Casi sin esfuerzo, lo que quiere decir que aprovecho al máximo con la mente despejada.

Con Montaigne voy avanzando otra porción de capítulos que añado a mi conocimiento de los “Ensayos”. Interrumpo su compañía hasta una próxima ocasión. No es autor ni volumen (mil páginas prietas) que pueda leerse de una tirada (él no lo hubiera aconsejado de ninguna manera). Pero no deja de sorprenderme cada vez que lo visito. Tratándose de un clásico, su irreverencia me atrae mucho. Esto he leído hoy: “No pretendo dar a conocer las cosas sino a mí mismo”, dice. “Nada hay por lo que quiera romperme la cabeza, ni siquiera por el saber, cualquiera que sea su valor”, dice. “En los libros solo busco deleitarme mediante sano entretenimiento… Mi proyecto es pasar dulcemente, que no laboriosamente, lo que me queda de vida…  Si un libro me resulta enfadoso, cojo otro; y solo me dedico a él en las horas en las que el aburrimiento de no hacer nada empieza a apoderarse de mí”. Como puede observarse, un singular plan de vida. Teniendo en cuenta que se retiró a la paz de su castillo a los treinta y tantos años.

Una nueva visita al banco y luego a la compañía del agua me comen las dos últimas horas de la mañana. Antes de pagar una multa de la Chiqui (primera y última) pregunto si va a llevar comisión. “Claro”, me responden. “Entonces, déjalo. Ya me las apaño”, replico. Y acto seguido se resuelve sin comisión, en el cajero automático. Así son las cosas. Asuntos administrativos engorrosos y que nunca se dejan cerrados del todo, pues en esta vida moderna es imposible que cualquier solución de un problema permanezca un trimestre completo sin alteración y sin modificaciones. Es el pago que exigen las nuevas tecnologías. Todo el santo día te tienen aperreado.

Buen paseo, que completa el programa de recuperación tras las indigestas navidades. Me ha costado retornar a la normalidad. Las comidas abundantes tienen su rebote durante un tiempo. El cuerpo pide en demasía. Para ello es necesario el orden moderado anterior, sin ningún régimen específico. Solo comer lo habitual y necesario. Y el cuerpo responde enseguida. No hay más que comprobar que con la alimentación suficiente ni siquiera necesitas cagar todos los días, y además se reducen al máximo la expulsión de gases. Pero hay que reconocer que cuesta admitir que comer pueda ser malo. Pues sí.

Como todo no puede ir perfecto, hoy he notado una lesión en la muñeca de la mano izquierda. Cuando la giro en determinadas posiciones, me duele mucho. No me lo explico, no he tenido ningún percance. Si presiono sobre un pequeño hueso que al tacto parece redondeado (tal vez algún extremo o rótula), lo sufro intensamente. Pero se quita rápido. Me digo que una vez más es la condena de Sísifo: empujar la roca montaña arriba para que vuelva a caer al valle y comience el ascenso de nuevo. La vida misma.

Revisados y corregidos por segunda vez los relatos de mi “Bicho”. Puesto que el dos de febrero tengo que ir a ver al editor y llevar el texto, pienso que ya no queda tiempo para pegar una nueva vuelta. Y me quedaré insatisfecho y enfadado cuando se lo entregue. Nunca se termina de pulir una obra. También en esto anda Sísifo rondando. Nada hay perfecto, es verdad, pero seguro que cuando lea por primera vez la edición impresa me pondré como una gaseosa. Es el tedio que me produce corregir combinado con el afán de perfeccionismo. De todos modos, he pensado echar un ojo a los más extensos. En mi libro anterior solo descubrí una errata y casi me da un ataque de ansiedad. Por si no fuese bastante, no termino de resolver si el título mejor es “Bicho” o “Bichito”. Y luego vendrá la portada…

Escribir una obra es un acto de plenitud inigualable. La creación de ese pequeño mundo te colma tanto que te convierte a su vez en un pequeño dios. Por eso, en cuanto te desprendes de tu creación en una especie de parto (salvando distancias), experimentas un sentimiento de vacío. Llegas a plantearte: Y todo esto, ¿para qué? ¡Qué más da! Pero cuando luego lo abres, lo hueles, lo hojeas, lo remiras… comprendes su sentido.


22/01/24

De todas las tranquilizadoras rutinas que uno adquiere cuando vive solo, una de las primeras nada más abrir los ojos por la mañana, incorporarse y caminar hacia el baño, es mirar el calendario (los dos grandes que tengo en la cocina). Es como si este gesto constatara que hemos ganado un día más de vida y una invitación a gozarlo con fruición.

No es de ahora sino de hace muchísimos años, casi desde que comencé a trabajar y a funcionar independiente. Solo que en este momento de mi vida pesan otras circunstancias que restan vitalidad y suman accesos de melancolía. Y esto solo es bueno si no se apodera de ti y se queda en un escalofrío pasajero. Pero tengo que hacer el esfuerzo de sobreponerme.

De esta manera me vienen visitando los recuerdos cada vez que llega el día veintidós de los sucesivos meses. Hay una llamada psicológica que se produce desde el inconsciente, pero que no falla. Cada uno de los veinte meses que han pasado desde que Alguien se fue. Es más, a ratos pienso que es ella que me saluda y se hace presente desde lo invisible: “Hola, soy yo”. Y a cada uno de estos pálpitos he preguntado: “¿Dónde estás?” Sin que haya seguido respuesta. Quizá era un espejismo acústico. O un eco.

Madrugo y a las ocho ya estoy delante del atril. Sensación de bienestar, pero enseguida me pesan los ojos. Ya me mosquea desde hace meses este sopor inexplicable cuando estoy bien descansado. O eso creo y mi sueño es superficial por motivos que no conozco. O necesito más horas que tampoco las aguanta el cuerpo. Unos instantes me dejo caer recostado en el sofá.

Luego regreso al ensayo entre manos del maestro bordelés titulado “Ejercicio”, que curiosamente habla sobre la experiencia anticipada de la muerte. Uf, uf, me digo. No estoy para ir tan hondo. Remato el capítulo y enseguida determino dejar también el de JO de relatos para otro momento (me informan que ha sacado novela nueva). Mejor ocuparme en algo físico que me avive. Preparo una pota de macarrones con salchichas salteadas sobre unos ajos, sencillos pero muy resultones. Con el tomate añadido al final, me han gustado. Ya ves qué fácil a veces, cuando te viene a la cabeza la receta más simple que puedas imaginar. Y al socio también le encantan. Además, resuelvo para tres días, que es lo fundamental.

El saludable paseo de la tarde me deja como un reloj el cuerpo, todo menos que después noto el frío en la nariz y la garganta. Me ocurre casi a diario. Y eso que procuro no exponerme. Soy sumamente vulnerable en esos puntos. Como Aquiles en el talón, aunque le llamasen “el de los pies ligeros”.

Voy divagando por el camino sobre estas cosas. Siempre friki, siempre distraído de lo exterior y en conversación íntima con mis amores, mis héroes y mis fantasmas. Caigo en la cuenta de que fue probablemente lo primero que leí sobre los trece años. Me recuerdo subiendo por el cementerio de Piña hacia arriba, cruzando el camino real, y sentado bajo el frescor veraniego de los pinos. Era un ejemplar de la baratísima edición de Austral. La Odisea. Creo que este fue el primero. Recuerdo el epíteto épico del amanecer: “La aurora de rosáceos dedos”. “¿Esto es la literatura?”, me preguntaba yo, rascándome las greñas y los granos adolescentes y pajilleros de la cara. Y por ahí debió de comenzar la aventura de la vida imaginaria hecha ficción. 

Hoy creo que fue el más grande descubrimiento de mi existencia. Porque ha sido mi única pasión que nunca ha cesado y que me ha mantenido y me mantendrá con esperanza hasta el último segundo. Pues no conozco otra arma mejor para desafiar a la muerte. Sé que vencerá ella. Pero eso no importa.


21/01/24

Disperso todo el santo día en obligaciones nimias y actividades diminutas, pero desgraciadamente necesarias. La colada en los dos pisos, que parece no exigir nada, no es esfuerzo pero es tiempo. Toda labor lleva tiempo y, por tanto, resta tiempo que podría dedicarse a otra cosa. Además, ahora en invierno, en cuanto se orea en el tendedero exterior hay que colocarla y dejarla secar del todo en el interior. Y estoy a la espera. Esa es la clave.

Porque parece según oigo que los hombres no sabemos dedicarnos a otro asunto, si tenemos uno pendiente de resolver a la inmediata, mientras este llega. Un lío. Y es cierto que por costumbre veníamos pensando cuando esto sucedía: “Ya lo solucionará ella”. Hasta que ella falta. Y nos vemos obligados a dejar de ser inútiles como excusa.

A ello se ha añadido que me he trabado nada más levantarme en la publicación dominguera en el IG. No chutaba el móvil o por algún fallo desconocido no terminaba de resolver unas mínimas pijadillas técnicas, que normalmente me ocupan diez minutos porque ya lo tengo pensado de antemano, como es lógico. Pues esta chorrada me ha comido más de media hora y me han llevado los demonios.

Y para remate en el café me he enrollado más de la cuenta con un par de tipos que conozco y me divertía el palique sobre los chascarrillos que han surgido. Con lo cual, tampoco tenía revisada la prensa cuando he vuelto a casa y eso también me deja casi sin margen para leer un rato lucido antes de comer. Total, que incluso con la comida hecha, hay días en que la mañana se me va sin darme cuenta. Y no espabilo.

No es que pida demasiado, pero lo cierto es que a menudo me enfado muchísimo conmigo mismo si no saco unas horas para lo mío. Digo, teniendo en cuenta que estoy jubilado. Ya sé que cuatro o cinco horas diarias a otros les parecerá una barbaridad de tiempo, pero es a lo que estaba acostumbrado antes durante el tiempo libre. Cuando ese tiempo maravilloso era un regalo de Alguien. La vida me lo ha hecho ver muy claro.

De algún escritor amigo, como JAA, conozco que hay días que dedica once horas a la literatura. No estoy exagerando, porque he sabido este dato casualmente hace unos días por mi editor, cuando me quejaba de que no llego a todo lo que me gustaría hacer: ni en lecturas pendientes ni en escritura de algunas ideas nuevas que me rondan. A mí vivir obsesionado también me parece nocivo. Y más si se vive solo.

Es verdad que un proyecto literario serio necesita dedicación exclusiva. Solo el que está en ello conoce la dificultad de llenar una página de palabras bien puestas. Escribir es salir del mundo real para centrar la atención en otro ficticio pero que parezca real. Y, entonces, ¿quién se ocupa del mundo real? Respuesta: Alguien. ¿Y si ese Alguien también quiere tener vida propia? Respuesta: Pues deberá poseer notables dosis de generosidad. O comprensión. O amor. O de sentido práctico de las circunstancias, que es una gran virtud en mi opinión. Todo ello junto lleva a un perfil: la pareja de un(a) artista. Alguien. ¿Y a qué conclusión me conduce a mí esto que acabo de decir? Pues que en mis circunstancias eso ya se ha convertido en una opción imposible. Ni lo espero ni lo quiero.

Tengo ya edad y madurez suficientes para saber lo que es sensato y lo que es excesivo. Es más, no me ha quedado más remedio que aprender a toda prisa la forma de no ser dependiente y conservar mi libertad. Por eso, ahora recuerdo un consejo de Alguien: “No vivas solo metido en los libros. No te aísles”. Se refería a un futuro inmediato. Y ya ha llegado. Es hoy mismo.


20/01/24

Menos seis grados a las siete de la mañana cuando miro el termómetro exterior. Da pánico abrir las ventanas, pero me gusta ventilar al menos un cuarto de hora. Y soy tan raro que, aunque me ducho en el baño interior de abajo, me encanta que todas las ventanas estén de par en par, con la puerta del aseo también abierta. Tiene algo de auroral, de regreso al inicio de la vida, de bautismo diario. Se aprecian en los tejados de enfrente las puntas destellantes de la helada. En cuanto me aseo, enseguida, trinco toda la casa y pongo la caldera a toda máquina.

Tampoco es que anduviera sobrado de sueño porque ayer, entre una cosa y otra, se me hizo la una y pico. De casa de F/M saldríamos poco más de las doce. Lo pasamos bien, en confianza, con el ambiente ganso habitual. Me relaja y me alivia la tristura. M. puso en la mesa sus detallitos habituales (por supuesto, las velitas encendidas no pueden faltar) entre los que me hizo gracia unas bolitas de queso con frambuesas muy ricas. Variada tabla de quesos, etcétera, etcétera. Con remate de unos buñuelitos que prepara F. bañados de chocolate, también sobrosones.  Lo regó un Rioja agradecido, del que no dejamos copa de menos. Chachi.

La conversación derivó finalmente en un debate muy vivo sobre el recurrido asunto de la división de roles entre géneros y de la todavía evidente falta de igualdad a pesar de que se va avanzando. Y comparábamos y discrepábamos entre nuestra generación y la de nuestros hijos. En fin, como toda cháchara entre amigos, hay menos necesidad de conclusión que de discusión. Importa sobre todo el buen rato compartido.

Incidentalmente, salió también al paso un libro que trata de las consecuencias extremas de lo políticamente correcto. Es del norteamericano Phiplip Roth, “La mancha humana”, y NB demostró tener una memoria y una precisión irrefutables en una cita incluida en este libro, que yo la atribuí por error a Shakespeare y N. ubicó con total seguridad como perteneciente a la Ilíada. Lo cual significa que es un magnífico y atentísimo lector. A mí no me extraña en absoluto, pues no hay nadie más que haya leído todos los míos y varias veces. Solo él. Todo un ejemplo de pasión por la literatura, sí señor. Chapó. Que quiere decir: Me quito el sombrero.

Me echo a la calle por la tarde, aprovechando el rato más templado (es un decir), y doy una vuelta larga con bastante abrigo. Sobre todo, de boca, porque me da pánico la faringitis que a mí me inflama hasta la campanilla. Tengo bastantes bragas tipo militar y me vienen al dedillo. O al pescuecillo, más propiamente. De todas formas, no entiendo por qué esta prenda se llama así y cómo se desplazó el significado. Hay muchos sinónimos para los tapabocas, pero para esta prenda específica, no.

Bien pertrechado, me voy acordando del Chico y decido recalar en el Soto a ver la iglesia de san Andrés. Hace bastante que no hago parada y fisgoneo allí. Vacía y hueca como caverna, pero sin cierre de vanos y batida por los cuatro aires, no me quiero ni imaginar cómo tenía que ser de fría cuando estaba anclada o varada en la ladera del castillo. Conserva bien unos capiteles historiados valiosos. Ya no los recordaba. Algunos meten un poco de miedo. Tiro unas fotos. Pero hace malo y se está poniendo crudo, conque emprendo la vuelta a casa. También, porque recuerdo que aquello fue cementerio y albergó muchos muertos de cólera hacia mitad del diecinueve. Peste mala, entonces, sin vacunas. Para que luego digan algunos… Quita, quita. Pacasa.

Por lo menos, sin lluvia, he podido tender dos coladas. Recojo de fuera y lleno los dos tendederos (con el chino último). De maravilla. Tomo un gazpacho y un plátano de merienda, y venzo la tentación de salir a comprar unas patatas fritas en el Carrefur. Si me pongo frente a la tele por la noche, con película o sin ella, pero sin sueño, puedo comerme un saco. Y un litro de cocacola. O sea, mejor paso. Y así me he olvidado del asunto.

Y también porque he desviado la atención, con el ordenador ya encendido, a un mix de canciones pop que se habían generado de tanto oír a Tom Jones estos dos últimos días. Eso sí, he pinchado por última vez la que he repetido hasta la saciedad. Preciosa, no me harto. Pero luego he puesto “My way”, cantada por Elvis Presley. Pues eso, “A mi manera”.

Pasa el Chico a recoger cosas antes de marchar a Pucela. Ya no nos veremos hasta su cumple, dentro de veinte días. De pronto, cuando le doy dos besos, sale de casa y cierro la puerta, me pesa que sea un tiempo tan largo. Casi nunca han transcurrido tres semanas sin vernos, en condiciones normales. Ni tampoco con la Chiqui, salvo excepción que no recuerdo. ¿Mimoso Cyrano?, me pregunto a mí mismo. En absoluto. Es que antes éramos dos los que quedábamos a la espera. 


19/01/24

Bajón de temperaturas con frío gélido de verdad. No obstante, apenas me noto congestión y me levanto fresco como un repollo. Pues a trabajar, majete, me animo a mí mismo. El Chico ya mosconea arriba, pues hoy teletrabajaba. Meto calefacción y a lo mío.

Toca rancho y le he prometido al chaval que voy a reintentar las lentejas en olla exprés, porque la experiencia de hace días con la Chiqui me dejó traumatizado. Pongo cuidadín en cantidades y tiempos… Arrancar a hervir y poco más de cinco minutos. Retiro. Enfrío. Y cuando compruebo, me alegra un resultado muy bueno a la vista. Ya abierto el cacharro echo allá la morcilla para que se haga con el calor restante.

Total, la prueba del nueve es a las tres cuando el pupilo baja a comer, nos sentamos y al primer toque de cuchara me dice: ¡Muy buenas! Ya lo había probado yo. Siento por los adentros lo que vengo manteniendo durante toda mi vida: que el alimento es una materialización de la entrega de uno a quienes quiere. Es un acto de amor. Quien da de comer a otro le da su cuerpo en forma de alimento para que lo goce. Tiene algo de místico y también de sensual. Es una reminiscencia de los pechos maternales.

 A la una, cuando ya estoy al lío, el Chico me manda un guas desde su habitación con el reconocimiento de la empresa por su labor y una subida de sueldo curiosa. Le devuelvo el guas, como hago siempre que alguno de los dos me informa de algo semejante, expresando un orgullo doble, de padres que sienten el deber cumplido. “Misión cumplida”, repetía mi padre con cierta frecuencia sonriendo y mirándonos fijamente a los dos hermanos. Orgullo siempre doble. También de Alguien, a quien le hubiese henchido el pecho la obra que levantamos juntos. Esta maravilla de hijos con los que se equilibra la balanza de lo que la vida nos da y lo que la misma vida nos quita. Aunque no haya nada de misterioso en ello. Es la ley natural. Es el indiferente e implacable azar. Es el mero vivir. Por eso, uno tiene que tomar el don cuando llega, el fruto jugoso, el regalo. Y disfrutarlo.

Y mientras leo el periódico y recorro con curiosidad la red, me encuentro inesperadamente con otro regalo antiguo y bienamado. Es una canción de los años sesenta que desde la primera vez que la oí (mucho tiempo después, claro) encarnó el amor romántico desde la adolescencia y en lo sucesivo, sin apartarse de mí durante toda mi vida. Va y viene, se aleja y llega sin más razón que la casualidad. Pero es muy raro que no me arranque una lágrima si estoy solo, porque es una de las baladas de amor más grandes de la historia de la música pop. Nadie como los ingleses para la música. Opino.

Es original de Tom Jones, pero también se la he oído cantar a un coreano de voz prodigiosa, llamado Ko Eun Sung, e incluso a algún otro cantante como Mart Hoogkamer. Y, por supuesto, al rey Elvis: “I’ll never fall in love again”. “Nunca volveré a enamorarme”. La pincho y la reproduzco en bucle. Una y otra vez. No me canso. Hay canciones que deberían poder escucharse después de… Tal vez ahora mismo la esté escuchando conmigo. Alguien.


16/01/24

Antes de las seis, arriba. Por los motivos que vengo aduciendo estos últimos días. Mal dormido, o mejor, poco dormido. Remato quedándome grogui de nuevo en el sofá, después de leer más de una hora. Cayéndoseme los ojos, pero incapaz de soltar de la mano el librito de Tomás. Cuando regreso al mundo de los vivos, las ocho. Recomienzo la rutina diaria. Termino un capítulo de Montaigne. Este tipo es tan original que hablando de libros dice que no le agradan en exceso.

Café tertuliano y unas gestiones en Mapfre. De vuelta me entretengo un rato (cierto cansancio me retiene) con un programa de la Tv2 que curioseo cuando me acuerdo: Culturas. Pelis, libros, sobre todo. Me pasma una vez más que se presente el trabajo de una poetisa hasta ahora desconocida para mí y me temo que para el mundo. ¿Qué tendrá para concederle espacio en la tele pública? Poemario nuevo de una muchacha ya madura que trabajaba en algo radicalmente opuesto al arte de Erató. Me informo un poco en la red y no quiero pensar que la muestra de una especie de frases pedestres propias de un manual de autoayuda, proceden de esa obra. Eso sí, poesía sentida con el cuerpo o como agresión al cuerpo (femenino, claro).

Vuelvo a lo de siempre. ¿No sería merecedor preferente cualquiera de los ganadores del premio “Águila de poesía” de mis entretelas aguilarenses? ¿O el de Tomás que tengo entre manos y que está atravesado de una sintaxis lírica y humilde? ¿No conozco yo sin salir de la provincia a una docena de poetas muchísimo más elevados que lo que no acierto bien a valorar? Porque no hablo de mí, honradamente, que alguna cosilla tengo. Naderías.

Luego, comienzan las llamadas telefónicas. Hay días que se ponen cascabeleros o sonajas. Hay que tomarlos así. Necesito comprobar que el pincho que vamos a utilizar mañana en el visionado de los cortos del AFF funciona correctamente. ¿Qué te decía? Es clavarlo en mi tele y no chuta. Tengo que llamar a mi amigo FF y probarlo en la suya, que es donde vamos a verlo realmente. Me acerco a su casa. ¡Funciona! Pues vale, tranquilos. Charlamos un poquito y hasta mañana.

Cierro los ojos diez minutos sabrosísimos. Mientras veo el TEM. Me divierte este formato o lo que soy capaz de aguantar consciente. Y recibo llamada de mi bizarro editor. Fenomenal. Principios de febrero en la sede de Valnera, para presenciar la peli sobre el maestro Benaiges, con la asistencia de mi admirado JAA, autor del libro base: “Aquel mar que nunca vimos”.

Si la noticia me alegra, más me estimula la firma del contrato de mis relatos y, también ese mismo día probablemente, la entrega del original con las correcciones pertinentes a las que agregaré las del maestro JC. Es un rollo que me va, me enciende, me pone como una moto. El mío formará parte de los cinco que presentará la editorial al gobierno de Cantabria para una subvención. Elegirán seguramente dos. Pero, en fin, en cualquier caso, JH publicará todos ellos.

Y a punto de ponerme de tarde en la buharda, recibo llamada de JAV, antiguo compañero de departamento con el que coincidí el último curso de mi vida laboral. Un bonito recuerdo, me dice, inolvidable. Destinado en el norte de Burgos con su pareja, también profe, han sido padres recientemente y no le cabe la alegría en el pecho. Y mira que es un tío grandón, de uno noventa. Hacían bromas los alumnos porque nos veían, conmigo en medio, junto con otro profe también altísimo, y decían que parecíamos una “eme”. Pero lo más curioso es que alguno me llegó a comentar que no le pegaba que yo fuese el jefe del depar. Nos ha jodido, ni que los pequeños no tuviésemos derecho a la vida.

Luego me envía por guas una foto saladísima de la niña, de tres o cuatro meses, y revivo ese orgullo blando y de mofletes caídos y ojos líquidos y barbilla babeada de todo hombre de bien cuando ha sido padre. Le devuelvo el guas poniendo por las nubes a esa preciosidad y les ordeno que nunca dejen de darle dos cosas: pan y besos. Me devuelve las gracias con un emocionado emoticono.

¡Qué cosa más grande hiciste, naturaleza!, me digo. Que un ser tan primario e imperfecto como el hombre pueda transformar la fuerza de su deseo y su emoción por la mujer que ama en una milagrosa obra de la carne y del espíritu. Y cuidarla siempre por encima de sí mismo. Y esto también lo hice yo, sin ir más lejos, con mis dos lebreles. Y jamás me he arrepentido. Y fue por amor a Alguien.


17/01/24

La abuela C. ya me había anunciado ayer que la borrasca que se avecinaba tenía de nombre “Irene”, como la nuestra. Pero ¡jodo con la Irene de la Aemet! La abuela me llamó para un asuntillo y acepté a cambio de un par o tres mazapanes y un polvorón. Todos los años igual: es un servidor quien remata los dulces sobrantes de la campaña navideña. Así, claro, ¡cómo vamos a bajar los tres kilos de barriga a mayores! Me ofreció la bolsa y no quise traerla a casa porque me conozco y me la iba a tapiñar entera. Como el Jungly que le compré a la Chiqui: es la segunda tableta que me como porque no sé verlo y aguantarme. Así que tendré que comprar una tercera antes de que la borrasca Irene regrese a casa y se dé cuenta. Es superior a mis fuerzas.

La mañana, todavía, era incitante, pero después de comer se ha puesto un tiempo intransitable. Un airón que desencaja las persianas cuando pega de oeste en plena fachada de casa. Y lluvia sostenida. Imposible salir ni siquiera con protección, por temor a ponerte como un pellejo además de doblarse el paraguas y quedar desvarillado como una marioneta muerta.

¡Qué mal he dormido una noche más! No tengo urgencias ni preocupaciones mayores, al menos que yo conozca conscientemente. Vete tú a saber. Hasta puede que influya la pulsión sexual que no cesa y renueva su llama (llamada) cada cierto tiempo. Y la virilidad te hace sentir estos procesos como si la bravura del toro fuese decayendo, rindiéndose, camino de un penoso destino de buey castrón. Y jode mucho, pero mucho. Podría ver algo de porno en el ordenador, como oigo a algunos, pero con eso estoy seguro de que no se me levantaría. Porque no soy ese tipo de hombre. No soy ni animalesco, ni siquiera práctico. Soy Cyrano. Es lo que hay.

La alternativa es comunicar, hablar. O en su defecto, leer. Por eso, dos veces me visto y voy al sofá a buscar que se despeje la congestión en una posición de incorporado. Algo abren los ollares, y el caso es que luego respiro a la perfección durante el día (no estoy ni resfriado ni con gripe ni con bicho); pero con tanto vaivén termino despejándome y no tengo otro remedio que leer.

Para el sofá necesito libro pequeño y leve. Lo necesario para sacar la patita desde debajo de la manta y sostenerlo cómodamente. Había previsto la incidencia, claro está, y tomo uno de tales características que andaba en el montón de pendientes. ¡Qué bonita edición! “La belleza de lo pequeño”, del zamorano TSS. Una verdadera mirada de lo menudo, muy poética y reveladora. Ya conocía al autor desde que hace quince años me sorprendió un título suyo originalísimo, “Para qué sirven los charcos”.

Recupero este último de mi biblioteca y compruebo que me lo regaló una compa, con dedicatoria de “nostalgia otoñal desde la melancólica villa de Guardo”. Libro deslumbrante también. Inclasificables ambos en cuanto a género literario. Un autor interesante para mí desde que me lo descubrieron, como digo, este grupo de Palencia.

Lo reencontré por azar en abril del año pasado con la gente de Valnera, cuando me invitaron a la feria de Medina del Campo. Y allí ya tuve ocasión de charlar un rato con él, aunque menos de lo que me hubiese apetecido. Sabía yo que había sido premiado con el de las Letras de Castilla y León, por un novelón voluminoso de base biográfica que compré en ese momento y que él me dedicó cariñosamente.

Asistí dos días a esta feria que no conocía y no es que hubiese mucho jaleo pero me gustó. Por la castellanía de la villa, por el trato con mis queridos editores y la gente que me presentaron, y más que nada porque el primer día me acompañaron mis queridísimos JL/A y comimos juntos, en un sitio estupendo de la plaza. Fue maravilloso y pudo serlo mucho más si no hubiese notado la ausencia lacerante de Alguien en la cuarta silla vacía de una mesa de cuatro. Nada dije a mis amigos ni falta que hizo, porque ellos lo sentirían igual que yo, a punto de cumplirse un año desde que nos dejó.

Nuevo guas de mi mediquilla contándome su segunda cirugía de apendicitis. Con algunas vicisitudes graciosas que no son de este lugar. Todo a la perfección. La animo a seguir aprendiendo y esforzándose para ser una inmejorable cirujana. Ese es el objetivo. Sé que ella no lo olvida. Y que hace de la obligación de curar una vivencia personal, como si cada enfermo que sana fuese una victoria de la vida. Y un homenaje a Alguien. Y un orgullo para Alguien.


16/01/24

Hacía tiempo que no hablaba con mi hermano. Hicimos un videoguas anoche, a partir de las diez, que es cuando yo me encuentro libre de responsabilidades (más que nada conmigo mismo) aunque normalmente bastante cansado del trajín del día. Los dos hermanos tenemos cuerda para rato, pero reconozco que Mon aguanta todavía más que yo. Casi nunca bajan de una hora nuestras charlas. Si no hay nada interesante en la tele, casi se agradece.

No hay cosa urgente sino un cambio de impresiones sobre las menudencias familiares. Salud, hijos y patrimonio es lo prioritario, pero surgen sobre la marcha otros muchos asuntos. Ayer comentaba él que ya podría jubilarse con sus sesenta cumplidos y yo me daba cuenta de que para mí es un hito superado, tanto que ni me acuerdo de ello a pesar de que resultó muy emocionante. Pero es que va para cinco años.

Le noté en el rostro el impacto de la sorpresa cuando le dije: “Mon, dentro de un mes ya seré viejo”. Observé que él quiso derivar a tierra la descarga, como cuando la chispa eléctrica buscaba el pararrayos del ayuntamiento al lado de la casa madre de Piña. Cuando yo era chaval y arreciaba la tormenta, me sentía protegido pensando en la veleta del gallo señero de metal con la punta mirando al cielo para recibir la ira del Dios justiciero, o de Júpiter tonante, o de la naturaleza, simplemente.

Seré viejo, sin más, cronológicamente, sin excusas paliativas, sin remedio, seré anciano. Incluso aunque no me sienta así en absoluto. Tan solo podremos añadir como consuelo que será el comienzo de la vejez, eso sí. Pero es la vejez, última etapa. Ya no habrá más estaciones de paso. Por eso esta temporada de entrada real en el invierno he regresado al pensamiento de algunos escritores que han meditado sobre ello. Y creo que en adelante será una buena compañía. Hemos comenzado por Montaigne. Habrá otros, pero no sé si los traeré aquí. Veremos.

Antes de dirigirme a la cama cumpliendo con todas las rutinas diarias, desde el aseo hasta la clausura de la casa, pasando por la comprobación de las previsiones para el día siguiente, me acerco unos instantes junto a la puerta de la sala y poso los ojos con detenimiento en la pequeña acuarela que lleva muchos años ahí, sobre el interruptor de la luz… Representa la mansión de Étienne de la Boétie, gran amigo de Montaigne y muerto en plena juventud. También allí hicimos fotos. Se trata de la villa de Sarlat la Canéda, al lado de Burdeos, tan encantadora que parece escenario de un cuento.

En los “Ensayos” completos que luego compré, en el año nueve, publicados de antes por la editorial Cátedra, se incluyen al final veintinueve poemas del malogrado amigo Étienne. Son sonetos amorosos en consonancia con el estilo renacentista propio de la época. En ellos se apela constantemente a una “donna angelicata” o mujer angelical, de ojos verdes y alma blanca, culmen de todas las perfecciones. Exactamente lo que fue para mí Alguien que me acompañaba entonces. A ella van estos versos de La Boétie: “Ya que así lo ha querido el cruel destino/ enjugaré si puedo mi tormento./ Si sufro es porque así lo quiere ella:/ cumpliré, pues, la pena que me toque”.


15/01/24

Es verdad que duermo peor últimamente. Quizá por el frío que me congestiona la nariz y me reseca la boca. Por eso me hace reparar la Chiqui en que tengo ojeras y la piel reseca y con pequeñas escamas bajo los ojos. Lo observo a días, pero no tengo costumbre de darme crema ahí. Solo en las manos o en la nariz si salgo para que no se me despierte la rosácea.

Pero me levanto y llevo el cuerpo ante el atril a pedir cuentas de nuevo al señor de Montaigne. Hoy me dirá que la tristeza no es consustancial a su temperamento. Tampoco al mío. Es más bien pegadiza incluso contra la voluntad de resistirse a ella.

Vuelvo del café con la prensa y leo la columna de LGM, en la última de EP, donde nuevamente se habla de soledades (hoy también) y nos dice y nos enseña que “son muy difíciles los días derrotados, porque la falta de esperanza empuja hacia el escepticismo o hacia la sonrisa cínica”.

A él se le murió su mujer, AG, y ofreció un precioso consuelo en forma de poemario. Recuerdo aquel poemita corto que remata en tres versos: “…para empezar de nuevo/ una vida distinta/ con el amor de siempre”. Así de sencillo. Por mi parte, voy dejando mis palabras a diario y en diario. Cada cual habla de la forma que más le cuadra. Por ejemplo, cuando me encuentro por Aguilar con AL, cartero todavía en activo y viudo de una mujer también muy joven, acompasamos el paso y nos preguntamos recíprocamente cómo va la vida. Las respuestas suelen ser muy breves. Nos miramos. Sonreímos. Y luego nos separamos para seguir caminando cada uno a nuestros quehaceres.

Comemos en amor y compaña. La Chiqui tiene que marchar después, previas compras en el Mercadona de Reinosa donde la acompaño. Antes disfrutaremos del cocido que tenía preparado anteriormente y del que todavía quedarán un par de táperes para llevarse. Lo que fracasa, sin embargo, son unas jodidas lentejas en olla, porque he debido de trabucarme y las he metido el tiempo de cocción en cazuela normal. Ha salido puré, y malísimo. Ha ido por el fregadero abajo. Pero se han salvado milagrosamente los muebles, porque ha llegado al rescate la tía M. con un calabacín con champiñones. Repartimos a pachas. Salvados durante unos días. La Chiqui hace un vídeo para mandárselo a su hermano y chancearse a mi costa.

Contento, en definitiva, aunque la niña hoy tenga que regresar a León, porque hemos compartido también la cena de ayer noche, que preparó ella, y la peli de “Wind river”, con bolsa de patatas y coca cola. Caí en la cuenta, nada más comenzar, que la había visto hace tiempo, casi cuando se estrenó, con Alguien que la había grabado y la disfrutamos una noche parecida (quizá también con unas chuches o unas palomitas). Experimenté la misma íntima emoción, en situación tan similar, que cuando la Chiqui se acurrucó junto a mí bajo la mantita sufrí el espejismo de estar viendo a Alguien.


14/01/24

Así está el tiempo, entre la lluvia jodona y el frío picón. O sea, asquerosazo. Este es adjetivo que solo se lo he oído aplicar en Piña a mi querido JG y me hace muchísima gracia. Podría decir asquerosón, pero dice asquerosazo. Un tipo de cine, como dice también él cuando le da a algo o a alguien el máximo valor.

En fin, que ¿dónde va a ir uno con este panorama invernizo? He preferido quedarme en casa a la espera de que llegara de Barru el Chico y de León la Chiqui. El mayor para regresar a Pucela y la pequeña porque libra de una guardia. Despido y saludo a los hijos en el plazo de media hora. Me apalanco en el sofá sin dormirme y doy un vistazo a la prensa. Es lo que hay.

Le busco alternativa al comienzo de una larga tarde y compruebo que tenía anotada en mi cuaderno de campo (el chino, donde escribo a mano de vez en cuando, si me pilla el apretón fuera de casa) la fecha del siete de enero. Era el tope para asistir en la Biblioteca Nacional a la exposición de juguetes y cuentos y poemas que elaboró en la cárcel el poeta Miguel Hernández, mientras se estaba muriendo, para su hijo Manolillo.

¡Qué bonito si pudiera haber pasado en Madrid el finde con Alguien! En otros tiempos no habríamos dudado. Los paseos revueltos de viento desde Chueca hasta el Prado y vuelta hacia el centro, unos bocadillos de calamares con unas claras en santa Ana, quizá una obra de teatro, la vuelta en metro al hotel casi familiar al principio de Alcalá…

Pero estoy soñando. Porque tendría que ir solo. Sin Nadie. Sin Alguien. Y a medida que va pasando el tiempo me voy convenciendo de que tendré que arrancar por fin en algún momento. Decidirme. Dar el salto e iniciar una etapa en la que retomar y reproducir ese mismo itinerario venciéndome a mí mismo y siendo yo una sola presencia. A mi lado: Alguien, Algo, Nada.

Sobre la soledad, leo en EPS, la revista dominical, un artículo titulado “Las soledades de la mediana edad”. ¡Quién me iba a decir que un día me llamaría la atención una lectura semejante! Dice la autora, una psicóloga clínica del Ramón y Cajal, que entre los cuarenta y los sesenta pueden padecerse tres tipos de soledad: social, existencial y emocional.

En mi caso correspondería la segunda, entre cuyas causas está incluida la viudedad temprana, con el riesgo de padecer aislamiento, vacío, abandono o miedo. Y la solución que se propone consiste no solo en fomentar nuevas relaciones, sino en “ser capaces de vivir mejor con la propia soledad o empoderarse con nuevos proyectos de vida”. Esto último quizá sí lo compro. Y en último caso, mierda para la psicóloga.

Lo de Miguel Hernández me lleva a revisar mi álbum de boletos de lotería con la colección de los poetas del veintisiete. Me la regaló el amiguete de la administración de Aguilar. Y ahora me ha prometido también la de las escritoras de esta misma generación, llamadas también las “Sinsombrero”. Curiosamente he comprado dos décimos y me ha traído buena suerte porque  me han tocado doce euros. Por algo será.

Aquí aparecen, entre las seleccionadas, dos mujeres muy especiales que tuvieron trato directo con Miguel en su azarosa y accidentada aventura madrileña hasta que consiguió hacerse visible. De la pintora Maruja Mallo no diré nada que no se conozca si digo que lo exprimió literalmente hasta dejarlo seco. Lo confiesa el mismo poeta cuando comienza “El rayo que no cesa”: “Un carnívoro cuchillo/ de ala dulce y homicida/ sostiene un vuelo y un brillo/ alrededor de mi vida”. Y de Concha Méndez (casada con Altolaguirre), que le editaron este su primer libro en la revista “Héroe”.

Como simple curiosidad, recordaré aquí que los seis números de la colección de “Héroe” fueron subastados en el año dieciocho en la Sala de arte Durán, de Madrid. Me informé picado por la curiosidad y al final la adquirió un comprador en pública subasta por tres mil euros. Otro viaje romántico que perdimos a Madrid. Incluso podríamos haber asistido a la puja y venta. No por comprar, claro. Sino porque el mundo es maravilloso cuando se vive con Alguien y por Alguien.


13/01/24

Pues que me he quedado sopa. Me levanto hacia las siete porque me encontraba descansadísimo y antes de las ocho ya estaba sentado como un rey junto a la ventana con atril y libro delante, y con un calorcito muy agradable al lado, en el radiador (ha debido de ser esto). Pues ni una hora he resistido con el escritor de Burdeos. Se me abatían tanto los ojos que he llegado a pensar que me iba a caer de la silla. Me he recostado en el sofá. Un minuto he tardado en soñar con los ángeles.

¡Será posible!, me digo. Pero ¡qué vergüenza! Y en esta ocasión sin disculpa alguna: he dormido siete horas seguidas con una sola interrupción, la cabeza y la nariz despejadas, el cuerpo relajado como salido de una sauna para entrar en un harén…, pero nada de nada. Inútil del todo. He abierto los ojos a la luz, de nuevo, a las nueve y media. No me lo explico.

En el Babelia de EP me topo con sendos artículos de dos páginas cada uno a cargo de MR y LM. Considero que es tanta la diferencia de calidad literaria que, por contraste, uno de los dos no se explica que merezca semejante tribuna y la misma extensión en un suplemento literario tan importante. Y, en cambio, a ARF, crítica sagacísima y muy ponderada, le conceden una columna como a cualquier colaborador de ocasión. Corren tiempos en los que es importante aparecer en redes sociales llamando la atención de la manera que sea. Es lo que me hace pensar la imagen que me viene a la cabeza de uno de estos que acabo de mencionar. ¿Cómo se cuelan entonces en dichos espacios que deberían estar reservados para la creme de la creme? No lo entiendo.

Más de dos horas de paseo por la tarde aprovechando un ambiente templado y agradable. No así a la vuelta, cuando ya el aliento empañaba las gafas por encima de la braga protectora (¡cuidadín con la gola!). Me he llegado hasta el embarcadero y aun más: hasta la punta misma del pantalán, aguas adentro, que oscila sin darme mucha confianza. Oleaje leve y paisaje con fondo luminoso de sábana blanca sobre las montañas.

Doy en pensar que también sería un lugar inmejorable traer aquí las cenizas, o al menos una parte. Un lugar muy apropiado para Alguien, teniendo en cuenta que el pantano es tan de Aguilar como de Salinas, pues allí tiene su cola, a doce kilómetros. Donde nació ese Alguien que ya reclama volar al viento. No sé qué pensarán los hijos. Desde luego, sería un sitio discretísimo, porque me está pareciendo que tanto en Santa como en Oyambre vamos a tener algunas dificultades. Y pensándolo bien, tanto lo merece un lugar como el otro.

Ya que estoy allí me acerco unos instantes al pie de la roca de Gallo Malo. No quiero subir porque se me haría tarde para mis labores y porque comienza a hacer frío aunque haya salido bien forrado.

Fue lugar de peregrino en otra época, cuando también yo sufrí a mi modo su enfermedad (sin querer compararlo, claro). Visité la roca muchísimas veces. Me bañaba, solitario, en la parte interna por donde el pantano huye hacia Salinas y, a pesar de que nado mal, me alejaba imprudentemente, hasta que caía en la cuenta de que un calambre o cualquier contratiempo me sorprenderían sin fuerzas para la vuelta al trampolín. Pero es cierto que la desesperación presta una energía muy grande. En ocasiones es un reto a la vida para ganarla.

De allí volví con poemas extensos, de versículos largos y sin gobierno de medidas, rimas o cadencias, nada más que el fluir soterrado de una semántica dolorosa y desorientada. Lo guardé y nunca le di más valor. Por ahí anda con su título y su excesivo volumen para un poemario. Siempre mi enemigo ha sido el exceso de palabras. Como el exceso de sentimiento.

También acudimos allí bastantes veces juntos. Ella llevaba su dolor oculto porque intuía desde los comienzos que la fatalidad podría alcanzarla y porque la crueldad del mal le impedía quererme todo lo mucho que me quería. ¡Pobre! Yo, en cambio, aunque la adoraba, me alejaba en silencio y sin que ella no notara. Salía de mi cuerpo y me internaba en el agua como una sombra en busca de otra, de Alguien que fuese como ella antes de la enfermedad. Y de esa escisión y ese desgarro nacieron los poemas.

A veces, cuando la tarde comenzaba a decaer, nos quedábamos callados, en un hueco entre las rocas del farallón donde yo había habilitado una especie de nido habitable para tumbarnos al sol sobre las toallas, y del que habíamos tomado posesión poniéndole nombre sobre una tabla de madera: “Roca de Gallo Malo”. Como si se tratase de un pecio de la barca inaugurada de nuestro amor, que salió un día al agua desde las riberas del pantano que miran a Frontada. Allí también, encaramados a otra roca, nos besamos. Nos fotografiamos. Nos juramos amor. Fue bello. Y tuvo fin.

Con el sol hundido por poniente, tomábamos el camino de regreso. No hacía falta hablar de lo inefable. Porque así es la belleza, la conjunción del amor y la muerte. Nunca me preguntó por qué le di semejante nombre a la roca. Pero lo imaginaba. Hoy, esta tarde, la amargura convierte el paisaje en árido y deshabitado. Como mi corazón. Y me parece mentira que una vez estuviese acompañado en aquellos parajes por Alguien.


12/01/24

Acierto hoy con el puré que el otro día me salió muy dulce. Como todavía me quedaba una buena parte de calabaza y no quería recongelar, he repetido la operación pero con más tiento. Hoy he incluido zanahoria y he excluido puerro (que no deja más que hilos, lo cabrón). Se ha notado el equilibrio en la cantidad y calidad de los ingredientes. El gusto lo dice al final. Es soberano. Y me ha alegrado el comienzo del día.

Mientras chuta la olla vuelvo a ratitos con el señor de Montaigne. Tengo que hacerlo de esta manera.  ¡Qué maravilloso párrafo encuentro en sus “Ensayos”, 3, VIII! Lo malo es que hay que degustarlo sin prisas y con mucho tiento. Como el vino que seguramente cultivaba en sus propiedades de Burdeos. Y esto se compadece muy mal con mi temperamento y circunstancias, porque necesito avanzar en la lectura, más, más, más… pues me reclaman otras obligaciones. Y así estamos, espiritados. O esperitados, como dicen en mi Esgueva, y esto solo es argumento bastante para que yo lo considere lo correcto en la gramática de mi alma, que es anterior a la ebullición del lenguaje.

Pues bien, he leído el párrafo de Montaigne por los menos una docena de veces y pienso utilizarlo como introducción o “captatio benevolentia” el día de la presentación de mi novela en Santa. Porque tiene tres características singulares y maravillosas: primero porque sostiene la idea de que el escritor no tiene por qué comprender bien su propia obra (originalidad). Segundo, porque esa obra le trasciende y funciona por libre (modernidad). Y tercero, que él como autor duda a veces de que lo que ha escrito sea bueno (humildad). ¡Qué honor leer a alguien así! Por eso, comenzaré mi exposición, como digo, manifestando que es un placer hablar a ese público, pero sobre todo que es un riesgo…

Y afortunadamente ya había tomado la referencia en mis notas cuando he vuelto a la olla y el tomate no se me había quemado. Chapó.

Largo y ligero paseo el de la tarde porque estaba soleado y tan despejado que se veía la montaña a lo lejos con la capita de nieve de estos últimos días. Y la vigorosa satisfacción física que me conduce a los pensamientos felices. A pesar de la soledad, me siento optimista.

Oigo a F. de Quevedo contarme que jamás está solo quien tiene como amigos a los libros: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. No, no hay solo tristeza en estas palabras, sino también orgullo y una grandísima serenidad, retirado en su Torre de Juan Abad, en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real).

Paso un buen trecho de esta tarde que cae y ha enfriado repentinamente enclaustrado en la buharda. Mi amigo y colega JMG me envía desde Santa por guas una miniantología de poemas entresacados del Yutu. Me entretengo en escucharlos. Son una docena, todos de alto vuelo lírico, pero me quedo con uno de F. Benítez Reyes y dejo aquí estos tres versos: “… aprende dignidad en tu derrota/ agradeciendo a quien te quiso/ el regalo fugaz de su hermosura”.

No, en realidad, nunca estoy solo. Esto me digo. Ni siquiera cuando me estalla el alma de sentimientos o cuando me quema el deseo con su tortura. No, esto no es estar solo. Porque siempre acude un amigo en mi auxilio a recordarme que lo que me pasa a mí ya lo dijeron otros hermanos de la tribu con las palabras más hermosas. Y eso me conforta. Después, ya puedo dejar la tarea y bajar tranquilo a preparar una tortillona. Ha venido el Chico.


11/01/24

Temo exponer la garganta, mi parte más frágil, a la traicionera faringitis, y por eso prefiero aguantar en casa. Pero no se pasa el dolor leve de cabeza y ya no sé si es peor el frío que evito que el ambiente insano de la calefacción. Termina uno medio atontado. Estos días últimos, en previsión, procuro dar un pequeño garbeo por el pueblo antes de comer. No sé si me sirve de algo.

En todo caso, últimamente ando mosca porque tengo la sensación de que la caldera de gas funciona muy lenta. Si la comparo con la de Santa (allí se ha estropeado el visor del termostato) o con la del piso de abajo, no hay color (ni calor). ¿Tanto frío hace fuera? Llevo todo el santo día, desde las ocho y pico que la he puesto a veinte grados y todavía no los ha pillado a las siete de la tarde. No me cuadra, algo pasa. Y no es su propio termostato, porque tengo dos termómetros más midiendo de forma parecida. Por la mañana ventilo un cuarto de hora, o sea que tampoco lo entiendo… Me pongo de mala hostia porque cualquier asunto de estos me quita tranquilidad y concentración. Y no es que sea obsesivo, es que necesito explicaciones lógicas de las cosas. Porque una ficción admite elementos irracionales pero una puta máquina no puede plantearme incógnitas irresolubles.

Creo que esto me ha comido el tarro y me ha descabalado el día. Nada de lo sucesivo ha respondido bien. Es como si se torciera el rumbo y a cada pequeño avance se internase uno en un camino que lo saca de la senda principal y lo hace perder mucho tiempo para regresar a ella.

Llamo a MC para que me proporcione los cortos que vamos a ver el grupo de amigos. Dos días, cuatro llamadas. No hay contestación. Me lo ofreció ella sin pedírselo. Me dio su móvil. Suena el tono. ¿Es que no lo ha mirado en cuarenta y ocho horas? Me registró con nombre y apellido. ¿Entonces?

Llamo al DP, preguntando por la persona que me han proporcionado y puede hacer de contacto con el que ha escrito el artículo sobre el famoso cura Platiquillas de mi pueblo. Quiero saber de dónde procede la documentación e investigar lo que hay de cierto. Me suena muy raro. Nada. Tampoco hay respuesta.

Llamo a las inquilinas del apartamento para gestionar unos asuntos pendientes. Deben de estar trabajando. Tampoco hay contestación o llamada de vuelta. Envío últimas facturas del agua. Por cierto, hace meses que le envié un guas al administrador porque desde antes de la pandemia no convoca una sola reunión. Pero cobra su minuta, eso sí. Y me está inflando los cojones. Ingreso mi cuota, pero lo mismo de años pasados porque no tengo conocimiento de que se haya modificado. Ni noticia de que se ha prorrogado el presupuesto.

Mi suegra me pregunta de dónde son algunas llaves que aparecen colgadas en el local. Y me lío la madeja con esas y un montón más que no sé dónde corresponden. Debe de ser como con los perros, que se terminan pareciendo al amo. Pues así con las llaves. No encuentran la cerradura donde encajar. Hemos perdido la derrota y necesitaríamos una buena brújula y una maravillosa costa donde arribar. Y una playa definitiva donde descansar. Por fin.


10/01/24

Realmente comienza a ser una temperatura fría en torno a los cero grados e incluso algo por debajo a partir de media tarde, al menos como sensación térmica. Sin embargo, en Aguilar se toma como normal e incluso soportable. Pero ¿sería la misma percepción para un andaluz de Sevilla? Yo tengo el recuerdo de un frío intenso cuando llegué y me instalé aquí. Me he adaptado, sin duda. Ahora mismo, compruebo que tarda en ascender a la buharda el calor de veinte grados de abajo y siento un bienestar agradable con dieciocho. Claro que bien abrigado, sobre todo con la mantita cubriendo las piernas. Es el punto más sensible para mí, a pesar de que mantengo las manos calientes, por ejemplo. En la cama, apenas necesito calefacción.

Pero hay unos pocos síntomas que varían según circunstancias especiales. Por eso he registrado más frío hoy, que he padecido toda la mañana un dolor de cabeza molesto, hasta que lo he espabilado con un paracetamol. Y del mismo modo me repercute en algunas partes del cuerpo como las muelas. También se me han resentido, quizá algunas con tornillos, como si fuese a nevar. Es algo anticipatorio que después se pasa sin más. Y una parte supersensible son las falanges de los dedos en su extremo, sobre el pulpejo, donde se enclavan las uñas y con frecuencia se me abren grietas. Me vuelve a doler, pero recuerdo que me han traído los Reyes una crema para aliviar esto. Lo pruebo por primera vez en mi vida. Necesito solucionarlo porque me resulta molestísimo para escribir en el teclado. Parece mentira, una nimiedad en la morfología corporal y te puede chafar el trabajo. Somos más frágiles de lo que sospechamos. No puedo pensar mientras sufro tan pequeño mal.

La prueba de que volvemos a la normalidad en la alimentación es que se despierta uno con hambre Recuperar las maravillosas rutinas es lo que hace que el organismo funcione correctamente, al mismo tiempo que actúa como alarma en cuanto subimos algún kilo. En todo este largo mes pasado, cuando comentamos con los colegas, es frecuente el exceso en las comidas. La balanza me recrimina a mí que han sido casi tres kilos sobre el peso de antes de la Constitución. A ello contribuye también la falta de ejercicio un poco riguroso. Pero no pide demasiado sacrificio si hay que sellar la boca. Es tan sencillo como abandonar todo dulce u tentación similar entre comidas. Y recordar lo que se venía haciendo antes de permitirnos las alegrías propias de la época del año. Vuelta a una moderada sobriedad.

Queda pendiente toda la sala de desmontar de perifollos y perejiles. Se lo dejo a los chicos para cuando vuelvan, como ellos apilan la ropa para lavar. Pero ya no enciendo las lucecitas en el árbol y es una tristeza cuando me quedo mirándolo. Como si estuviera pendiente de sus vislumbres. O con pena porque no le quedaran fuerzas para encandilarnos los ojos. Me conozco y sé que según vayan pasando los días me irá molestando progresivamente el ornato desperdigado por la sala. Y diré como todos los años: ¿Qué pinta eso ahí? ¡A ver si lo retiran ya de una vez! Aunque es posible que ese sentimiento de frustración sea más hondo y en realidad me recuerde la ausencia de Alguien.

He pasado un día consuetudinario, es decir, aburrido por fuera. Apenas he salido a la tertulia pasajera y me ha enclaustrado la fealdad climática. Por dentro ha sido distinto. Mi cabeza hierve a ratos en busca de ideas. Quizá también por instantes en busca de alguna persona. Pero me vence el sentimiento de desposesión. Como si ya no tuviese derecho a ciertas cosas.

Como es habitual, se me pasa el tiempo en la solución de pequeñas cuestiones prácticas. Lo que yo llamo tareas y apunto en pequeñas notas recordatorias escritas en los márgenes del periódico del día. Es lo habitual. Se podría seguir mi ocupación y mi preocupación corrientes por esos apuntes que voy dejando tras de mí. Algunos sin resolver. Y ahí permanecerán durante un tiempo no muy largo, esa es verdad. Tiendo a la diligencia. Me asusta olvidarme del deber inmediato. Y soy en definitiva unos cuantos reunidos en uno solo. Que van saliendo a la luz a ratos o a días. Como decía de mí quien me llegó a conocer bien. Un ángel de luz que pasó por mi vida. Alguien.


09/01/24

Sensaciones encontradas u opuestas cuando entro en este diario. Mira uno la fecha y de pronto nota el vértigo de los días de la imparable vida que fluye. ¿Ya hemos gastado un tercio del mes?, me pregunto. Por otro lado, desde que ha comenzado el nuevo año, me invade la idea de epílogo. No del “Diario de Martes” (título general), sino de esta parte que apellidé al estilo de una copla popular: “Ni contigo ni sin ti. Luto por LU”. Me pregunto si no va siendo tiempo de buscar salida a las palabras sobre mi despedida. Pero me gustaría que fuese una suave transición. Doscientas cincuenta páginas sería lo justo y redondo.

El señor de Montaigne me entretiene un rato con el ensayo “Arte de conversar”. Denso, sabio, complejo discurso por la dificultad de desentrañar toda su riqueza conceptual. Pero muy bello por el asunto tratado. Aunque vengo descansando mal estos últimos días, la literatura me capta, me atrapa y me hechiza. Como siempre: me salva. Desde niño me salvaron las claras palabras de mi madre como un talismán contra todos los miedos. Y así sigo, infantilmente feliz. Porque levanto la vista a la rigidez helada del amanecer en los tejados, envuelto en la calidez de casa que es también calidez en mi interior, y pienso que soy afortunado por estar escuchando esta prosa de cláusulas renacentistas de un hombre que me susurra al oído, como un amigo aconsejándome desde una lejanía histórica de quinientos años.

Hago tiempo un rato donde el socio a la espera de que llegue la nueva chica que se encarga de las tareas de casa, por si necesita algún producto de limpieza. La conocí ayer. Es la segunda que viene. A ver si tenemos suerte. De momento, es persona agradable y culta en el primer contacto. Mantengo una pequeña conversación por curiosidad y, en efecto, me dice que es venezolana e ingeniera en industria alimentaria. No tengo por qué dudar de su sinceridad. Más o menos de mi edad y con una hija trabajando en Irlanda. Como soy imaginativo, supongo que las circunstancias políticas y sociales serán la razón por la que emigró, pero no se lo comento, por supuesto. Y como soy un fantasioso, yo diría que hoy se ha presentado más aseada y maquillada. Pero suelo confundirme casi siempre. Chssss.

Junto las dos tertulias en el Valen y se forma un “tótum revolutum” estrafalario y simpático. Luego nos quedamos solos los del “Foro Gabiluchos” para organizar la quedada postnavideña en una comida y ver los cortos ganadores de la última edición que me van a pasar de Cultura del Ayuntamiento. Pero nuestro amigo FF no ha podido asistir prudentemente porque le ha pillado el bicho en otra reunión de amigos santanderinos, en la que han caído la mitad de una docena.

Casi nunca hablo de esta segunda tertulia, a la que llaman en el Valen el “Foro del Monacato”. Pero es tan peripatética, en ambos sentidos culto y popular, que normalmente arreglamos el mundo y España en menos de una hora, y hoy precisamente hemos charlado sobre si fue verdad que el hombre llegó a la luna en el sesenta y nueve. Porque alguno aquí no se lo ha terminado de creer. Demencial, a ratos, en serio.

Recambio de la mina del Inoxcrom, para mí imprescindible. Solo es posible en un establecimiento de Aguilar. Pero es boli o máquina que tengo desde hace más de treinta años y no puedo separarme de él. A temporadas se le seca la tinta por falta de uso. Pero no me rindo, una nueva y arreando.

También me decido a pelarme a pesar del frío áspero y definitivamente invernal. Me había dicho mi Chiqui que ya se me retorcían en bucle los tolanos del cogote y me daban una cierta apariencia de jipipijo o poetastro (o poetrasto). Yo pensaba que este luc bohemio con el abrigo nuevo y un fular me iba a dar mucha prestancia el día que vaya a la presentación de mi novela en Santa. Por lo visto, no. Pero yo he observado en el Ateneo a más de cuatro de semejante pelaje… Tengo que decir a mi editor JH que me lleve allí, que doy un planchazo completo. La campanada. O la nota. Al menos, he quedado con mucho alivio para una temporada.

Con semejante tiempo, ¿quién sale por la tarde a pasear entre una niebla pegajosa y un frío que pela? Y con el cogote pelado… Me rajo. Pongo el programa del Risto Mejide a ver cómo explican lo de las bolitas de plástico en la costa gallega. Y otras chorradas de politiqueo que me tienen en vilo y no me dejan cerrar los ojos ni diez minutos de siesta. De todas formas, no me quedo tranquilo. Necesito algo de actividad física. Y eso debe de haber sido lo que me ha llevado a lo siguiente. Cinco de la tarde.

Enredo. Como casi siempre. No quiero liarme. Pero estoy emperrado con la conquista de los armarios. En lo alto de uno, al fondo, una bolsa muy grande con lo que nunca habría supuesto. Pongo la escalera de los chinos y tiro del paquete. ¡Premio! ¡El karategi! Chaqueta y pantalón, pero no aparece el cinturón azul, que es hasta donde pude llegar. Y de repente me pasa una idea por la cabeza y me reto: “¿A que no hay cojones, Gabilucho?”

Y ahí lo tienes. Un tipo a punto de jubilarse, que se enfunda un poco justo el kimono y lo ata con el cinto del albornoz. Me miro al espejo y me siento un ridículo quijote a punto de atacar a los molinos de viento. Subo a la buharda porque ahí tengo todo el espacio necesario. Respiro unos segundos y hago el saludo ritual. Después, como procede, digo en voz alta el nombre de la primera kata. Heian Shodan. Y me dejo llevar…

Termino el recorrido sereno de respiración y con el subidón de haber reproducido las posiciones fundamentales y los ataques y defensas básicos. “Eres un fenómeno, Gabilucho”, me animo yo solo. Luego me despojo del kimono con mucha prosopopeya y pienso que en realidad soy un viejo y decrépito samurái capaz todavía de clavar el puño sacándolo con velocidad al impulso del golpe de cadera. Y haría efecto en el objetivo, estoy seguro. Por eso mismo, este patetismo va acompañado de ternura. Es el gesto penúltimo del luchador que se resiste a rendirse. Porque sabe que lo que viene después es aquel ritual con el que terminó el escritor japonés Yukio Mishima. Como terminan los verdaderos héroes. Con las tripas fuera. Pero antes nos dejó algunos libros inolvidables. Por ejemplo, “El marino que perdió la gracia del mar”. Solo por libros como este merece la pena continuar.


08/01/24

Día de mucho ajetreo, o laboreo, o azacaneo. Como se quiera. La más bonita por connotaciones es la última: azacanarse, o sea, trabajar con tesón, sobre todo en trabajos humildes y sufridos. Leyendo novela habitualmente, uno se va dando cuenta de que cada vez se huye más de palabras muy precisas por temor a que sean desconocidas para la gente común; y en consecuencia, que el escritor sea tomado por complicado, o peor, por pedante o simple listillo.

Pues lo de hoy, como digo, ha sido un no parar en mil y una cosillas de casa. Hay días que me da por ahí sin haberlo previsto. De pronto, me salta a la vista un motivo insignificante de ocupación breve, como colocar una prenda de ropa… y ya está liada. Es lo que ha ocurrido, que plancho y compruebo que ya prácticamente no puedo colocar unas camisetas. Y me pongo a buscar, a liberar espacio, me pongo malo. También por el hecho de que no hay labor más ingrata que dejar bien esas prendas. De camisas, como si me ponen mil, pero de camisetas… Me remonto.

De ahí he pasado a desocupar algunas partes de un zapatero de la habitación. Ya no es el significado sentimental del numeroso calzado que queda en casa y tuvo vida con Alguien. Pocos objetos guardan una capacidad evocativa tan fuerte como unos zapatos. Pero tengo que hacer sitio si pretendo seguir con un futuro orden casero, y al pasar por mis manos y mis ojos he experimentado pena y enfado al mismo tiempo. Porque parecía que Alguien no quería dejar el espacio que ya no ocupa y que es lógico que lo invada yo y lo utilice en adelante. Una sensación contradictoria.

También he recogido los varios tenderetes que había montado en la buhardilla para colgar tres lavadoras. Porque los hijos vienen y utilizan mucha, mucha, mucha ropa. Todo es de un día por prenda. Pero tienen costumbre de dejarla aquí. He tenido que recurrir, además del tendedero de pie, a unas barras largas que tenía mi suegro en el local y esas me han servido de tendal que me ha impedido todo el día transitar por arriba de casa. Conclusión: tendré que comprar un nuevo aparato para el interior.

Como paseo, me he conformado con la salida de la mañana al café y al súper. Hacía una tarde feísima y, lo dicho, que me he liado. Pero he acabado satisfecho al ver cómo me ha cundido. Todo lo he ventilado. Desde la potente olla repleta de puré (me he cagado en su madre porque se me ha olvidado echar la zanahoria), nada más desayunar, hasta la remoción al caer la tarde de un armario completo para reubicar pantalones y camisas. Todo como acelerado. Al estilo de mi madre, sin pensar mucho. Otro día tendré que rectificar, seguramente.

Pero he podido con ello y eso me gusta. Todo, menos leer y escribir. Tócate los huevos. Lo único bueno es que no estoy cansado. Y me consuelo diciéndome que eso es síntoma de que todavía no me ha castigado el peso de la edad. Aunque el mes que viene caigan los sesenta y cinco, o sea, jubileta total. Pero una cosa es la vejez y otra la vejera. Se puede entrar en una poco a poco sin necesidad de que la otra se eche encima. En fin, creo que la única manera inteligente de llevarlo es seguir pensando en hacer cosas y proyectos realistas. Porque yo no me veo mayor. Para nada.


07/01/24

Pasaron las fiestas y los hijos regresan a sus destinos laborales. Me quedo algo cariacontecido de momento, pero enseguida le veo el lado positivo de la tranquilidad al recuperar el control de mi particular espacio doméstico. Me gusta que vengan, por supuesto. ¡Qué sería de uno si tuviera que pasar unas navidades completas sin ellos!

Es decir, se trata de una necesidad instintiva o biológica recíproca: nos necesitamos entre nosotros y nos necesitamos dentro del hábitat del resto de la familia que vivimos aquí en Aguilar. Cercanos. A mano. Eso vale mucho. Es una experiencia amarga que se adquiere cuando de repente falta Alguien. Yo lo pienso a veces: que no nos falte ninguna más de las personas que son la piedra clave… Sería terrible.

Y antes de marcharse repartimos los restos del frigorífico, que por un día se ha llenado de una maravillosa abundancia llegada con los restos de las comidas grupales donde la abuela. Se hace comida para dos navidades, claro, pero es que se le caen a uno las lágrimas cuando abre el frigo y compara cómo estaba hace unos días y cómo estaba hoy. Habitualmente se parece a los estantes de la celda de un monje mostense. Tan escaso y tan precario que hasta da pena que el frío se pierda de pura soledad.

En esta ocasión los hijos nuevamente han apañado lo que mejor les ha parecido y me han dejado una parte muy suculenta. Yo creo que es que había tanto que es imposible apandar con todo. Así que todavía he sido agraciado con cuatro o cinco raciones de carne y tres postres. Como lo digo. Me he visto obligado a congelar, que ya es decir. Yo, congelando… Increíble. Solo había que ver que los cacharros mondos, pelados y limpios ocupaban toda la encimera cuando he rematado la labor distributiva y antes del fregoteo. Esto a mí no me había pasado nunca. Tanto es así que me he aturullado y me he demorado un rato bastante grande hasta que he quedado conforme con la organización definitiva. Más difícil que hilvanar la trama de una nueva novela. En serio.

Habrá quien diga que me reitero y exagero y enfatizo mi discurso, que soy un estómago agradecido y zalamero, lamerón, halagador o camela… Pues sí, no me importa reconocerlo. Con las cosas de comer no se juega. El comer es el vivir. El talento de mucha gente dimana de una barriga bien tratada. Desde los altos del buche hasta los bajos con la punta del aguijón. El amor perfecto es una ración completa de todo ello. Y el que no se lo crea es que no conoce lo humano.

Lo prueba muy bien el señor de Montaigne, a quien he dedicado esta mañana mi Ínstagram hebdomadario o semanero. Por casualidad han caído sus ensayos en mis manos, entretenido en baquetear mi biblioteca, y me apetecía comenzar año releyendo alguno de sus capítulos o ampliando alguno todavía no leído. No es fácil entender a don Michel. Pero fue un personaje tan grande intelectualmente que lo más maravilloso de su prosa es que la dedica a los asuntos más nimios tratándolos con una seriedad que los convierte en inolvidables por universales. Y eso es justamente lo humano y lo que a mí me gusta encontrar en la literatura.

Dedico a recorrer saltando de unas a otras un buen puñado de fotos de cuando estuvimos en Burdeos y nos acercamos, por supuesto, al castillo de este que fue su alcalde y que se retiró muy temprano a “escribir la vida”, como diría de él F. Umbral. Recuerdo la Tour Madame, y sobre todo su estudio circular con las vigas inscritas de sentencias. Fue un viaje tan bonito que lo llevaré siempre conmigo. E incluso recreo sus pequeños instantes cuando, tumbado en la cama a oscuras y desvelado en medio de la noche, no encuentro ninguna otra ilusión a la que aferrarme. Uno de esos viajes que se disfrutan al máximo porque se hacen con Alguien que es tu sangre y tu aire. Y aunque actualmente esté cada vez más denostado y devaluado, sigo pensando que es insustituible el amor romántico. Y que en el fondo solo ese sentimiento arrebatador es el que hace vivir a dos personas enamoradas como si fuesen dioses. Es decir, desprevenidos de la muerte y con la sensación de eternidad. Por eso, yo solo volvería a hacer un viaje así con Alguien así.

Saludable paseo de la tarde. Antes de él despido a la Chiqui. Después despido al Chico. Y leo un rato un reportaje muy guapo sobre un grupo de las dos últimas generaciones de poetas mujeres que están ya en plena madurez productiva. Antaño seguía muy de cerca los grupos poéticos y sus propuestas. Ahora, la carrera de la edad y su fatiga me ha convencido de que uno no llega a todo. Me conformo con tener conocimiento de este grupo que se antologa en EP Babelia. Son nombres que controlo en general. Y algunos poemas sueltos. Poco más. El empoderamiento de la mujer en las últimas décadas le ha hecho criticar a alguno la ventaja que ha supuesto la discriminación positiva. Yo no lo pienso así. Para mí, la diferencia está en que la mujer que escribe bien es hoy tan visible como el hombre. Y el talento depende de personas individuales, no del género.


06/01/24

Por supuesto, hoy tocaba amenizar mis notas con el elepé que había leído esta mañana en EP que cumplía cincuenta años: “Crime of the Century”, de mi admirada banda “Supertramp”. Ha sido llegar y pincharlo en el Spoty. Claro que yo no lo escuché entonces, con quince años, pero me harté de oírlo durante mi época universitaria. Y pienso que quizá vino también de una recomendación de mi recordado JAP, muy adelantado en gustos musicales a los míos, que ya no está entre nosotros. ¡Querido amigo!

Día intensito, como dicen ahora. Unos Reyes Magos y Majos, porque se han portado estupendamente. Primero, el revuelo de nuestras niñas cuando llegan a recoger sus regalos y luego el jaleo en casa de la abuela con los intercambios entre los Monteros reunidos hoy allí (la familia de M. y la nuestra). Una generosidad, como siempre, tan excesiva que no sé cómo encomiarla de otro modo. Por eso, siente uno un poco de rubor a la hora de recibir lo que considera inmerecido. Al menos a mí me sucede.

De todos modos, ha habido un presente inesperado de emocionante valor para mí y no ha sido uno que haya recibido yo sino mi Chiqui. Procedía de su abuela y tías y ha sido una medalla con el nombre y fecha de nacimiento de su madre. Ese Alguien que siempre vela por nosotros.

Después ha seguido una comida especial, porque es especial el alimento del amor sea cual sea la forma material. Todo buenón, la verdad, pero hoy he disfrutado en particular con los espárragos con salsa de boletus, las carrilleras y la mousse de limón. Es verdad que la comida resulta excesiva en estos días, pero uno aprovecha que ya es el último festejable. Y se pasa un tantín de gula. Ahora viene un tiempo de cerrar la boca. Si se puede.

Regalo de Reyes muy bonito fue también la llamada ayer del editor y del responsable del Librofórum de Colindres (Cantabria) invitándome a una presentación y charla sobre mis “Perlas”. Otro honor probablemente inmerecido porque por ese foro han pasado excelentes escritores consagrados y uno no llega a tanto. Pero, eso sí, que nadie dude que pondré toda la fuerza de mi pasión en estar a la altura de las circunstancias. Agradecido, cómo no, sobre todo a FO, colega de profesión e inteligencia de enorme tino crítico, paisano de Pucela y compañero en otros tiempos de algún curso en la Menéndez Pelayo. Aquel que disfrutamos tanto con don Ricardo Gullón hablando de Galdós, ¿verdad, Fidel? Un regalo más, ya digo, que prueba lo afortunado (y sobre todo apreciado) que soy sin saber muy bien por qué. Gracias, a mis bizarros editores. ¡Cómo me cuidan y cómo me quieren! Si este mundo todavía tiene remedio, es por gente así.

También la Chiqui me advierte ayer con total seriedad que ha llegado el momento de aventar las cenizas de su madre. Ya. No he puesto ni un solo pero. Creo que organizaremos una comida al efecto en Oyambre. Los tres. Sé, y comprendo, que debo separarme definitivamente del último resto material. También le he comentado que en ese instante aprovecharé para despojarme del anillo de casado que todavía llevo. Y se lo entregaré a ella, a nuestra Chiquitina. La vida debe continuar su paso sin ninguna carga deudora. Solo la del recuerdo.


05/01/24

Me alivia pensar en este día de Reyes sin la obligación engorrosa de buscar de un lado a otro un detalle para Alguien… Un detalle de su gusto, desde luego, porque si fuese del mío no habría problema. Por esta razón, alguno de los últimos años pasados terminábamos cambiando lo comprado inicialmente o canjeándolo por un vale. A decir verdad, yo solo recurrí a esto una sola vez, con un reloj tan cuadrado y moderno que preferí otro más clásico que conservo todavía y va como la seda. Me lo pongo poco, esa es la verdad, porque el móvil suple otros mil cacharros.

Encuentro a nuestras niñas con su madre en el súper y les comento que he visto por ahí a unos camellos grandísimos. Por observar su reacción. Una mirada con un punto brillante de picardía y un mínimo estiramiento de la comisura del labio hacia una sonrisa, me hace maliciar que la mayor sabe algo. La pequeña, en cambio, muestra cierta perplejidad de párpados un poquito entornados. Pero es inteligente y tampoco me fiaría yo mucho de que esté en la más dulce inocencia.

Como soy un zote sin ninguna sutileza (quizá he olvidado que también fui niño un tiempo), he preparado unos sobrecitos muy aparentes para la ocasión y por detrás, en el remite, he puesto los nombres de los tres que hacemos el regalo en forma de propina. El propósito es colocarlo sobre los zapatos de cada cual para que los RRMM lo depositen allí. Pero mi Chiqui me ha hecho caer en la cuenta de que así descubro el engaño. Y destruyo la ilusión. Entonces he pensado que podía escribir como remitentes: Rey Melchesús, Rey Gasparurdes, Rey Baltasázaro. Así, disimuladamente… Pero la Chica ha sido muy explícita: Papá, no seas tan tonto que se nota a la legua. Pues vale. Pues muy bien. Pues envuélvelo tú y hazlo como te salga.

¿Es posible, como acabo de decir, que haya olvidado que fui aquel niño boquiabierto ante la magia de esta noche? Lo contaré en una sencilla anécdota. Tendría yo unos tres años, porque andaba e incluso escalaba, como se verá. Los Reyes me habían traído una cerdita de chocolate regordeta y con muy buenas tajadas, junto con una decena de lechoncillos también muy apetecibles y golosos. Después de enseñarme el regalo, mi madre los dispuso sobre una mesa en la estufa entendiendo que yo allí no tendría acceso. Y me dejó solo porque habría faena. Mi recuerdo, sin embargo, es nítido como un alma sin mácula.

A pesar de ser muy poco hábil físicamente, arrimé una silla y me escolingué sobre el borde de la mesa alcanzando un primer objetivo porcino. Y viendo que nadie vigilaba repetí la operación en sucesivos ataques. Hasta que hinqué el diente a la madre, la única que quedaba, comenzando por las patas, luego el enroscado rabo, luego el hocico, las orejas… Hasta que terminé abriéndole la barrigota y haciendo una matanza en toda regla, zampándome hasta las asaduras. La voz de mi madre tronó al descubrirlo. Yo negué como lo hacen los niños: con los morros llenos de boceras y berretes hasta las cejas. No hubo azotes en aquella ocasión (lo recordaría). Más bien carcajadas de todos cuando vieron el resto del estropicio. Ni siquiera me riñeron. A ver quién era el majo que se atrevía… Buenos cojones tenía mi abuela Luisa para que alguien se atreviese a ponerme la mano encima.

Durante el rápido paseo, brumoso por fuera y un poco melancólico por dentro, iba yo pensando que nada le pido a los RRMM de Oriente. Nada necesito. Material, digo. Y que si tuviera que pedir un deseo, solo uno, porque sería avaricia pedir más; si me concediesen un único regalo, pediría lo que escuché a un niño en un vídeo visto hace un par de días: “Cinco minutos con mi papá”, reclamó únicamente. Porque su padre había muerto.

Del mismo modo, a mí me bastaría con eso. Pero como tampoco puede ser en mi caso, me conformaría con un poco de salud hasta que mis hijos sean autónomos e independientes por completo. Lo que venga después, francamente, me da igual. Ni siquiera el amor, ni siquiera el reconocimiento literario, nada. Lo demás para mí ya no vale nada. Solo son entretenimientos para estar ocupado y no pensar y no desesperar hasta que llegue el final.

Sin embargo, los milagros a veces existen. Como si alguien me estuviese oyendo o escuchando mi pensamiento, se ha producido ese contacto con lo maravilloso, lo mirífico. Buscaba en esos momentos en mi heteróclito escritorio y se me ha puesto a la mano una pequeña agenda olvidada desde hacía bastante tiempo; años, puede ser. Es del tamaño de un paquete de tabaco, no más. Y cuando la he abierto y me he enfrascado en curiosear sus apuntes a vuelapluma, he comprendido que este va a ser mi verdadero regalo de Reyes. Alguien dejó algunos comentarios en las primeras ocasiones en que comenzamos a salir como pareja de novios. Están escritos sobre la marcha, en algún trayecto con el coche (en cuya guantera se guardaba la agenda), mediante frases muy escuetas, pero con fecha y firma todas ellas:

“A los ojos más bonitos…” (30/06/92)

“Valladolid, Madrid, Toledo, Madrid, Jerez de la Frontera, Puerto de Santa María, Sevilla, Jerez, Aguilar… ¡Vaya pasada!”  (3 a 10, julio, 1992)

“Y le sigo queriendo a pesar de estar loco…”  (01/02/93)

 Por eso mi carta a los RRMM diría esto: Queridas majestades de Oriente: ¿No tenéis otra igual para regalármela esta noche? En fin, ya sé que no. Por eso, me conformo con este hallazgo de la agenda. Muchas gracias a quien corresponda. A vosotros y a Alguien más.


04/01/24

Es de estos días insulsos. Tan soso que ni siquiera llueve suave como anunciaban para las ocho de la tarde. Es día a lo tonto en que uno da en cualquier cosa. Exactamente eso, estar entre las cosas como una cosa más.

Revuelvo por casa en los ratos muertos. Me fastidia porque me topo con problemas domésticos absurdos y sin solución y los dejo pendientes para la próxima vez que me ponga de nuevo a enredar. Son las cosas que te piden que hagas algo con ellas. Las cosas exigen organización y uno no sabe qué hacer. No estás preparado para gobernarlas. Como lo hacía en otro tiempo alguien…

Encuentro algunos tarros embotados y congelados que no acierto a saber lo que contienen (pequeños cuadraditos amarillos) y vuelven al fondo del cajón refrigerador. Ya preguntaré cuando estén estos, me digo (estos son los chicos). Otros tarros desorientados al menos están dentro de fecha porque caducan incluso en el veintisiete. Pero uno de ajetes que descubro en el fondo de un armario de la cocina ha caducado en el dos mil doce. Sí, hace una docena de años. Pues lo he abierto por ver y no huele mal. Lo que no voy a hacer es meterlo al buche, claro. Se podría cocinar un buen revuelto pero literal: de tripas. Con peligro de una cagalera atómica. Quita quita.

En el perchero de la habitación cuelgan siete u ocho camisas pendientes de la plancha. Para cuando tenga ganas y haga un alto de descanso en la tarea. Penden más que cuelgan con la tristeza de las cosas arrugadas como ancianas. Y detrás de la puerta del baño siguen en su amontonamiento silencioso de unos sobre otros los albornoces. El mío, debido al uso, encima de los demás, los otros debajo. Parece un maniquí muy grueso, de espaldas, con sucesivas prendas encima. El rojo de las estrellas blancas. El gris con remates rosas en las mangas. El granate más bien bata corta de invierno. Ahí los dejó alguien… De esto sí he hablado en alguna ocasión con la hija. Pero ahí siguen. Tal vez porque no tienen otro sitio más aparente donde viajar. Y casi casi yo terminaría echándolos de menos si cambiasen su ubicación.

Hay días apáticos en que uno observa lo que le rodea. Se sienta en el sofá. O se levanta y pasea por su propia casa. Sin mucha reflexión ni emoción. Sin más. Días en que uno ratonea. Esa es la palabra exacta, dar con ella es la clave. Esa forma de estar entre las cosas como el ratoncillo que husmea mientras va desplazándose y rozándose entre las cosas de casa. Como si no estuvieran los dueños. Pues eso. Estás ahí tú. Estar por estar. Como si no hubiera nadie en casa. Y fuese a entrar de un momento a otro alguien…

En fin, quería escribir esto. Intentar describir un estado íntimo difuso o una mente confusa. En todo caso, escribir algo para que los dedos no se queden agarrotados por la artrosis. Seguir entrenando. Seguir abriendo la boca, a pesar de la vida vegetativa, para recibir el alimento de la cuchara que se levanta una y otra vez conducida por la mano de alguien…


03/01/24

Me despierto a media noche y ya no encuentro forma de recuperar el sueño. Y no es porque haya hecho exceso de ningún tipo. Es justo al contrario: me levanto a esas horas intempestivas y tomo un vaso de leche con galletas para calentar el estómago, con el consiguiente empacho que me amodorra y me produce pesadillas. Pero hay días que salen así.

Me envuelvo en la manta, recostado en el sofá, y me dedico a leer algunos artículos de periódicos anteriores. Habré estado más de hora y media. Otras lecturas no las soportaría en semejante tesitura. Por fin, los ojos terrosos me envían de segundas a la cama. Hacia las ocho, arriba otra vez. Pero con mal cuerpo. Un paracetamol gordo. He pasado de desayunar dos veces y después he comprobado que se aguanta perfectamente la mañana.

Sin embargo, he aprovechado el tiempo. Salto de los diarios de V. Klemperer a los relatos de E.Tizón, y finalmente a la relectura de un par de capítulos de S. Mesa, de su libro “La familia”, al que me ha conducido una referencia de I. Vallejo en el Ínstagram. Como una veleta. La cabeza relocha.

Remato la mañana en busca de la revista “Tintalibre”, de EP, porque he leído que está disponible para suscriptores. Pero nada de nada. Me acerco al estanco de Cachito y tampoco. Entonces, ¿para qué pago la cuota anual? ¿O habré entendido mal la información en el propio diario de este finde? Volveré a la carga.

No queda más remedio que tirarse a la calle para ventilar un poquito el coco. Tampoco hacía tan malo. Me encuentro por el camino, en el puente mayor, a AM, hijo de mi amigo Tt. Ha madurado mucho. Es un buen mozo de veinte años, guapetón, centrado y con los objetivos claros. Y para mi sorpresa, un estupendo e inteligente conversador. ¡Qué fácil se pone cuando coinciden dos de vocaciones e intereses comunes! Ambos somos de letras hasta el calcaño. Por eso la conversación es muy gozosa y hacemos un alto para tomar un café en la plaza.

Después me dice que le apetece echar un vistazo a mi biblioteca. Encantado, por supuesto, porque para mí es como de casa. En la buharda, se hace extraño y feliz el ambiente de colegas que surge con naturalidad. Ya no es un niño sino un hombre que ama las palabras, pienso. En poco tiempo hablamos de libros, de intereses culturales, de consejos profesionales… Luego me enviará incluso alguna página con audiolibros y una película sobre Sócrates. ¡Qué chaval más majo! Revuelve entre mis libros y lleva un par de ellos de su interés.

Se sonríe cuando le digo que todo este papel está llamado a convertirse en cenizas porque mis hijos no son del arte. Que los de este palo somos raros y cada vez menos. Y le sugiero que igual que yo heredé algunos libros de su abuela E., maestra, que él también podría heredar los míos. Antes de tirarlos a la basura...Y le comento que para ello debemos seguir en contacto hasta que llegue ese momento. Total, me quedan cuatro telediarios. Vuelve a sonreír porque capta mi juego burlón. No, hombre, no, para eso todavía queda mucho. Me dice. Ya sabes, aquí estamos para lo que quieras. Le digo.

Me encuentro de buen humor porque presiento la efervescencia de las ideas rondándome e invitándome a que cace alguna y me dedique a ella hasta convertirla en un proyecto narrativo. No sé, no sé… De momento, estoy ligeramente cansado, síntoma de que esta noche voy a caer redondo si no me entretiene ninguna bobada en la tele. Prometo que no me voy a comer la tableta entera de turrón Jungly de Nestlé y que me voy a preparar como ayer una ensalada ligerita. Y dos piezas de fruta.


02/01/24

Ceniciento, apagado y tristón. Así estaba el cielo estaba mañana al levantarme. No invitaba precisamente a salir de casa. ¡Qué día más feo! Encima, se ha vuelto lluvioso y ya no lo ha dejado, con rachas de viento revoltoso. Para ponerse como un pellejo, con paraguas y todo. Un café y unas compras, nada más. Por eso, el paseo de la tarde, brevísimo. De trámite.

Me alegra la mañana la Chiqui cuando me pone un guas para decirme que ha realizado su primera operación de apendicitis como cirujana principal. Así me lo dice. O sea, más contenta que unas castañuelas. Y yo, por supuesto. Y su madre, no digamos.

También le comento la noticia a su hermano para que le escriba algo de felicitación. El Chico está todavía de vacaciones aquí, pero por la tarde se pira a Santa con la chavala. Me quedo a mis anchas y noto que a medida que pasa el tiempo llevo mejor las idas y venidas de los hijos. Me amontono menos. Será que me voy acostumbrando, como es lógico.

De momento, hasta el viernes está resuelto el avituallamiento con una olla potente. El socio y yo no le hacemos ascos a repetir varios días. Estoy descuidado y tranquilo para meterme de lleno en mis cosas.

Doy vueltas a un relato sobre una venganza que se produce con una simetría perfecta de situaciones. Como estructura tiene interés. Caigo en la cuenta de lo que me dijo el escritor JC sobre mi facilidad para jugar con la organización del material. Es cierto que se me da bien o me surge de forma natural el manejo de este aspecto narrativo.

Lo anoto en el cuaderno chino. Aquí, prefiero no publicar ideas, porque en el mundo de la literatura esto es muy goloso. ¿Quién se va a acercar al blog? ¿Verdad? Pues por si acaso. He ido aprendiendo con el tiempo y si lo digo es por algo.

Cavilo y barajo la posibilidad de acortar las entradas del diario para darle más cancha a otros proyectos. Es cosa de repartir bien el tiempo. O de hacer más breves los asuntos tratados, sin extenderme. Ya lo iré viendo sobre la marcha.

Le mando al Chico que me baje una peli de la que estoy leyendo muy buenas referencias. “Wind River”, se titula. Le he dejado el pincho, pero me imagino que no lo ha encontrado porque no me ha dicho nada. Cuando venga la Chiqui este finde haré un nuevo intento.

Me envía mi querido poeta JA su “regalo de año nuevo”. Así lo llama. Es un trabajo al alimón con la artista andaluza LLC, que a mí me suena relacionada con la poesía visual, otra de las líneas cultivadas con gran acierto por JA. Este pone la letra e imagino que ella se habrá encargado de un breve pero bellísimo vídeo.

La composición poética nos habla de la recuperación de la memoria, uno de los temas característicos de este poeta. Y sitúa el motivo principal en la playa de Oyambre, razón suficiente para atraparme a mí, pues conocí aquel lugar cuando todavía era un paraíso salvaje. Allí ambienté también algunos poemas de mi libro “Señora Luna”. Allí vi sacar del mar a un joven maestro ahogado y sus ojos blancos y su rictus de horror.

Allí amé con mi mujer. Allí, en el nido arenoso de sus dunas, sentimos el deseo que arrastran las mareas al principio de conocernos y allí paseamos de la mano cuando ya se acercaba el final de su vida.

De todo aquello, ¿qué quedó? Quedan sus cenizas esperando quizá el vuelo definitivo por aquellas aguas. Queda mi vacío inmenso como la mar abierta. Queda esta frialdad del corazón. Cuando me siento así busco una música que no identifico con ninguna mujer concreta, pero que me transmita el temple necesario para soportar la vida sin amar a nadie. Normalmente recurro a la música clásica. Hoy he puesto el “Concierto de Aranjuez”, del maestro Rodrigo. Y escucho la guitarra de Paco de Lucía en el “Adagio”. Para seguir viviendo un día más.


01/01/24

Y lo celebramos de nuevo, una vez más, cíclico, con la ausencia evidente aunque discreta de los dos que nos faltan. Pero el encuentro repetitivo y desarrollado por el mismo patrón de siempre es tranquilizador, nos presta confianza y seguridad. Necesitamos que sea así y que no falle ningún año. La continuidad del grupo unido es la mejor defensa contra la adversidad.

Se esmeraron las cuñadas y se añadieron al banquete algunas novedades en canapés sencillos pero muy ricos, además de que se incluyó por primera vez un bacalao al pil pil a cargo de la cuñada vasca que realmente estaba estupendo, teniendo en cuenta la dificultad de esa salsa (según dicen). Yo he repetido hoy y he vuelto a disfrutar. Me convence más que la carne, sobre todo porque lo como menos.

Las campanadas, como digo, fueron agridulces por los motivos señalados, pero comimos las uvas como si la vida fuese un constante recomienzo. Y así es, desde luego, porque el año viejo y nuevo no son más que un recordatorio del tiempo circular. Hacemos el esfuerzo de volver al ilusionante inicio para que los que van llegando se sumen a la rueda, a la ronda. Tiempo tendrán de comprender que ese giro incesante también irá sacándonos a todos de su curso.

Menos descansado de horas y con los párpados pesados, he conseguido leer un buen rato de mañana. Además, hoy no había prensa y no he tenido que salir al café. Cumplo con los ritos de primeros de año. Retiro los vencidos y coloco los calendarios nacientes donde es habitual en la casa. Me fascinan los calendarios grandes y bien visibles. Uno, muy práctico, lo hace la cuñada con fotos de los cumpleaños en sus fechas correspondientes. El otro es del taller del cuñado y me encanta porque se pueden apuntar datos en cada amplia casilla, y lleva el santoral. Como Dios manda.

Después de comer y antes de las cinco, abandonamos la sobremesa porque la Chiqui ya tiene que ponerse en marcha hacia León. Es precavida y quiere ir con luz y evitar la niebla. La acompaño cuando sale con el coche y me gusta verla tan madura, tan responsable, tan mujer completa. La vida la ha sometido a un riguroso entrenamiento y me enorgullece comprobar que responde con independencia de criterio y carácter enérgico a las vicisitudes que van surgiendo.

Después salgo a dar un largo paseo. Tengo tendencia a autoanalizarme y por el camino reflexiono que me siento tranquilo pero un poco frío de sentimientos. No puedo evitarlo porque mi carácter pide justamente lo contrario. Pero no voy a forzar la situación. Es cierto que a mí interiormente se me hace un poco difícil estrenar el año sin compartir el corazón. No estaba acostumbrado. Pero ya es el segundo que tengo que vivir esta experiencia. Y esa es la realidad. Mi realidad.

Cuando vuelvo a casa oxigenado intento centrarme en el trabajo como un recurso que cada vez domino mejor. Es mi forma de evadirme de la realidad por un buen rato. Sin embargo, todavía con frecuencia me cuesta lograr la óptima concentración que conseguía antes, porque mi mayor enemigo es la organización de los asuntos de casa. El estar pendiente en este aspecto me saca con facilidad de mi tarea y me distrae, incluso me impide entrar en el trabajo a fondo por miedo a olvidarme de obligaciones prácticas y materiales. Lo cual me pone de mal humor, porque no se puede iniciar una novela, por ejemplo, sin estar disponible en cuerpo y alma para vivir dentro de esa burbuja de ficción mientras dura el tiempo de su escritura. Que en ocasiones ocupa unos cuantos meses. O más.


31/12/23

Vuelvo la vista atrás y compruebo que desde que comencé esta sección del diario, recién fallecido el abuelo Santos, he escrito doscientas veinticuatro páginas en el formato que utilizo en el ordenador. Son exactamente ciento quince mil palabras, según la información del procesador de textos. ¿Será suficiente o es ya demasiado?, me interrogo. No lo sé. Tal vez algún día esto se convierta en libro. De momento, continuaré buscando un cauce a la nostalgia hasta que decida entregar al aire sus cenizas. Todavía no siento esa necesidad, ese desprendimiento.

Esperé un largo año a mostrar mis notas porque no quería condicionar las vidas de mis hijos con mi luto por LU. Una parte, por tanto, me reservé y otra borré. No me parecían confidencias públicas. Después, una vez instalados en sus respectivos trabajos, he abierto el cuaderno a mi pequeña tribu de lectores fieles. Ha sido medio año en que he tratado de desasirme y despedirme de la mujer a la que amé y perdí. Si lo pienso detenidamente, he llorado su recuerdo con tristeza primero y poco a poco con esperanza. También con el filtro de un humor sencillo a ratos, para establecer distancia y no derrumbarme. No ha cesado el dolor, es verdad, pero va atenuándose. Y he llegado aquí con toda la firmeza y hombría de que he sido capaz. Herido, pero no mortalmente. Sigo de pie. Desengañado, valiente y lúcido.

Y de esto es de lo que quiero dejar constancia como balance de todo un año entero sin LU. En una sola frase: la he escrito y la he llorado. No he sabido hacerlo de otra forma mejor. Pero he sido sincero y he afrontado las circunstancias de una forma que ella hubiese considerado la correcta. Estoy seguro. Me he sabido organizar y he vivido independiente y honestamente. Además y sobre todo, he procurado cuidar de los hijos en lo posible. Creo que no les he fallado como padre en general. Siento que LU estaría satisfecha y orgullosa de mí.

Por tanto, despidamos el año también con la dignidad que procede. Los que me rodean y quieren no merecen menos. Sin aspavientos pero con ánimo. Y sobre todo con agradecimiento por los dones aún conservados de la salud, el cariño familiar y la inteligencia inquieta. A ello, por qué no, sumamos una acomodada economía. Todo esto junto, y a pesar de los pesares, hará que 2024 sea un año bienvenido. Brindemos pues esta noche por la renovación y la esperanza. Por la felicidad, que es palabra redonda.


30/12/23

Me llama mi excolega MR para decirme que a él le han pasado factura de la compañía sanitaria que tenemos ambos, funcionarios de Muface, por la vacunación (Covid, gripe). No hay año ni campaña que no nos pongan alguna pega y ya no sé si es mala organización o servicio deficiente. Estamos pensando en el cambio definitivo a lo público, porque a partir de una edad resulta procedente. Nos embarcaron al entrar en la enseñanza y aquí nos hemos quedado por comodidad y pereza. Pero habrá que pensarlo. Ya.

De lo que no me quejo ni me arrepiento en absoluto es de la conveniencia e idoneidad de la vacuna. Si no fuera por eso sería una presa fácil para los virus, estoy seguro. Garganta y nariz, de cristal. Y en estos días anda todo el mundo moqueando en los extremos libres de los pañuelos. A ver si sorteamos el peligro de las reuniones. Ha salido por la tele mi excompañero de colegio mayor, JME, una eminencia en epidemiología y, creo, director nacional del instituto de enfermedades infecciosas. Gallego, listo como el hambre, voz grave de tenor y rubio guaperas (el que tuvo, retuvo). Y ha sido claro, como ya lo era de joven: no hay que hacinarse. Me ha chocado sobremanera la palabra. Pues eso, no amontonarse. Ni que fuésemos bestias en la rapa, amigo Pepe.

Pues si traigo todo esto a cuento es porque, a pesar de mis precauciones, no puedo evitar que el relente de las seis de la mañana y mi mala costumbre de respirar por la boca me obstruya a ratos la nariz y me desvele. Eso que con la operación he mejorado bastante. O sea, que antes de la seis ya me he tirado de la cama y he rematado en el sofá dando cabezadas. Me cabreo muchísimos, porque la alteración de horario y orden supone pérdidas de tiempo y mala concentración. Lo mejor, la regularidad. Pero no somos máquinas, esto también hay que tenerlo en cuenta. He leído cuatro páginas y me he puesto como una escopeta.

A las ocho estaba hasta los cojones, así de claro. Ni leía ni me respondía la vista ni dormía ni pollas en vinagre. Total, a poner un cocido. Eso sí que me ha despejado definitivamente. Y he incorporado como novedad un chorizo muy rico y bien curado que le ha pegado un toque sabrosón. Eso ya me ha cambiado un poquito el temple. Mejor.

Entre pitos y flautas me he plantado en la hora de café y prensa. Hoy sin la cofradía, pero me he encontrado con AM y familia, amigo de Madrid afincado con segunda residencia en Mave, y hemos charlado un ratito. Tío simpático e inteligente. Buenas migas con él desde hace más de veinte años. Cuando voy por la feria también reservamos un hueco para vernos. En la última vino a comprarme la novela, claro. Hoy me ha dicho que le recuerdo a mi policía protagonista. Nos volveremos a ver este verano próximo con el libro de relatos.

He cerrado los ojos diez minutos después de comer y he salido a dar un par de vueltas a la muralla. Vuelvo aireado. Iba pensando en mi Chiqui, que se ha presentado a comer porque ha salido para acá en cuanto ha terminado la guardia en el hospital. Me cuenta que han visto por allí al actor Carmelo Gómez, de visita por encontrarse hospitalizado su padre. La chica se acuerda de aquella semana de cine del dos mil tres, hace ya veinte años. Me entretengo un rato largo en revisar el archivo de LU, en el que guardó sesenta fotos de aquella edición. Ella misma y el abuelo Santos fueron a buscar a Carmelo a Madrid y ella y yo lo llevamos de vuelta. Nos invitó a comer y nos enseñó su casa. Un tipo sencillo, luchador y muy humano.

Oigo un poco de música, sinfónica, el “Mirage” de Camel.  Meditabundo, como si el año que huye quisiera transmitirme algún mensaje desconocido y secreto. Pero no me llega nada claro. Solo siento el silencio: de la palabra, de la música, de Dios (como expliqué ayer). El pasado solo es silencio y no estoy muy seguro de que encierre alguna sabiduría esencial. Más bien creo en la desmemoria según va corriendo el tiempo, como una forma de limpiarse de la angustia del vivir, como una misericordia que nos concedemos a nosotros mismos para seguir adelante sin desfallecer del todo.

Mientras estoy en estas doy con un bellísimo artículo de la escritora Irene Vallejo, de hace ya más de un año. Me he topado con él porque en algún momento me saltó en el Ínstagran y lo busqué y lo fotocopié. Hasta este instante en que lo he recuperado y lo releo con lentitud y mucho tiento. Compruebo que incluso subrayé lo que me pareció más interesante.

“El sueño de una sombre”, lo titula la autora. Y habla de lo que sucede “cuando muere alguien querido”. Así comienza la primera frase del texto. Dice que a medida que transcurren los días comenzamos a creernos la ausencia. Que todos los mitos clásicos incluyen una bajada o visita al país de los muertos, como le ocurrió a Ulises, y que allí los atisbamos de forma incompleta, como en sueños. Dice que el poeta latino Ovidio cuenta la historia de amor y muerte de una pareja de ancianos que rogaron a los dioses morir juntos y estos les concedieron el deseo convirtiéndolos en dos árboles, una encina y un tilo. ¡Qué bellísima historia! Y qué bello el artículo de esta cultísima y entrañable ensayista. Léelo si puedes. Por mi parte, no quiero despedir el año sin dejar pasar un solo día sin que mi voz afónica pregunte al silencio del universo a qué lugar se fue LU. ¿Dónde?


29/12/23

Amanece un día bastante suave, muy despejado respecto a estos otros anteriores, lo cual promete una buena tarde de caminata. Inicio animosamente nueva lectura dejando otra entornada a un lado, porque cada vez tengo menos paciencia para soportar un libro que no me convence en las primeras cincuenta páginas. Hasta hace un par de años no abandonaba jamás, aunque solo fuese por pundonor profesional. Quizá después de lo de LU se produjo en mí un cambio que identifico con la edad: Ya no me queda tiempo para echar horas sin interés. Es tal cual lo digo.

Me pongo con la novela de un argentino, HD, que está teniendo muy buena crítica. De hecho, el Babelia lo consideraba el mejor del año. Son clasificaciones relativas, lo sé. Yo lo venía siguiendo y decido hincarle el diente. Concretamente, la primera de las dos novelas que tiene. Es una prosa de calidad y un asunto de interés, épico, con visión de la realidad externa y fuera del ombliguismo habitual. Se huele la literatura a la legua, desde los primeros compases. Creo que este me puede convencer. Vamos a ello. Ya tengo una nueva ilusión para unos cuantos días. No es muy largo.

Tertulia animada y, después, me llevo un alegrón cuando pillo en la panadería al lado de casa los polvorones que andaba buscando. Tantas vueltas para tenerlos encima. Con moderación, me digo. Imposible. Es puro vicio. Los pongo a recado y fuera del alcance de mi hocico. Como si quisiera esconderlos de mí mismo y olvidar dónde están. No se harán añejos, seguro. Me pienso tapiñar todavía muchos polvorones mientras el cuerpo me aguante. Creo que me gustan tanto porque se parecen las palabras polvo y polvorón. Preferiría algún polvorón menos y algún polvo más, eso desde luego. Pero la cosa es como vaya viniendo. No pierdo la esperanza.

En efecto, he disfrutado de una larga marcha y me ha sobrado ropa. Bueno, el reloj cuentapasos este que llevo no vale para nada, pero dice que el equivalente a ocho kilómetros. No me lo creo, pero entre unas cosas y otras se han pasado casi dos horas. Buen ritmo y respiración. El oxígeno es optimismo y mi cabeza piensa en positivo. Lo noto.

Cuando regreso me acuerdo de que hoy es día de puertas abiertas en los museos y me apetece pasar por el de Ursi. Lo he visto varias veces, pero hacía tiempo ya que no entraba. Me empuja una cierta nostalgia de aquellos años recién establecido en Aguilar y de aquellas tertulias en los Linajes con el grupo de fieles al escultor, que a veces me acogían a la hora del café. Y así es como fui conociendo un poco más de cerca su obra. Desde el realismo a lo conceptual, pasando por el humor, Ursi levantó un testimonio vital y artístico muy interesante y original. Máxime teniendo en cuenta que era inteligente pero autodidacta, y sobre todo muy trabajador.

Todavía figura en una pared junto a la escalera de subida del museo un pequeño cartel de la semana de cine del año cinco, en que le concedimos desde el ayuntamiento el Águila de oro, junto con esa misma distinción a la actriz Charo López. Para mí, fue un reconocimiento del que me siento orgulloso en la pequeña medida en que pude agradecer, si no su íntima amistad, al menos su cercanía de trato. Era hombre ocurrente, bienhumorado, valioso.

Y me acuerdo también, perfectamente, de que le hice una visita acompañado de mi tío el cura, cuando ya se encontraba en el hospital con la salud muy quebrantada. Pasaba yo por Palencia de vuelta de Piña, en vacaciones de navidad de dos mil seis, y me pareció oportuno. Como camarada y como concejal de cultura. Murió el siete de enero del siete.

A LU le gustaba especialmente el número siete. Me imagino que por sus connotaciones mágicas en la tradición religiosa y cultural, como les sucede a otras muchas personas. Yo no participo de esas quisicosas que me parecen cercanas a la superstición. Como los horóscopos o la Cábala. En fin.

La realidad fue que en ese mismo año de dos mil siete, creo que en octubre o poco después de comenzar el curso académico, conocimos la terrible noticia de su enfermedad. La operación de máxima urgencia y la malignidad del tumor en el ovario. Y comenzó un viacrucis de quince años como quince estaciones que condujeron inexorablemente al calvario.

Había sido un verano feliz de vacaciones en Portugal. Y no sé por qué (me suena haberlo contado ya), tuve el pálpito en la intimidad de que algo estaba pasando. Probablemente su malestar mal disimulado ante el presentimiento físico de que su cuerpo no funcionaba bien. O que comenzaba a palparse un bulto sospechoso que en todo caso se calló. Desde el mismo comienzo se rebeló y reveló su voluntad férrea de que no nos afectase a nosotros. Y lo mantuvo hasta el final, incluso cuando ya sabíamos el destino fatal.

Vuelvo a repetirlo: no creo en cábalas, supersticiones, hados o el destino. Tampoco en Dios. Ninguno de los dos creíamos. Poco antes de morir, hablamos de ello y ella misma me confesó con cierta rabia contenida: “No hay nada”. Estábamos de acuerdo. Y a pesar de mi respeto por las creencias, hoy estoy convencido de que no existe nada más allá de la muerte. Más acá, sí: nuestro miedo. La vida es un acto implacable de la biología.


28/12/23

Doble tertulia porque, cerrado el Valen, nos desplazamos al Villa, y después cuando paso por la María me llaman los JV. Hacía tiempo que no coincidíamos. Me propone mi excompa GA una comedia de los Ozores por la tarde en el cine (teatro). No me atrae demasiado el plan por la pinta. No dejo mi hábito sino por algo de lo que esté seguro que merece la pena, porque me contraría mucho tener la sensación de haber perdido el tiempo en bobadas. No es rigidez de pensamiento, es firmeza en el objetivo.

Comemos el Chico y servidor con mucho gusto. Creo que las lentejas de la víspera me han quedado potentísimas. Quizá pelín espesas. Esto me pasa por excederme en los puñados que permite la cazuela utilizada desde que LU me enseñó a prepararlas. Con unos cuenquitos de arroz, truco o añadido que ya sabían nuestras abuelas para completar los nutrientes y que LU conocía también por tradición familiar. Por supuesto, en cuanto me quedé solo enredé en internet en busca de la explicación a ver si era saludable la mezcla. Y la respuesta no puede ser más clara: es una mixtura excelente. Tengo que comenzar la preparación en olla exprés, porque se me hace larga la hora en la simple cazuela. Igual de fácil y de ricas. Me imagino.

La tarde la paseo un ratito forrado y alicatado hasta el techo. Con cuatro capas porque algún día de los pasados me alcanzaba el frío. De todos modos, es cuando se pasa de una hora caminando. Hoy me he acercado de nuevo al súper donde compré los polvorones esos tan buenos y han volado. No se los encuentra ni por internet. O te envían un kilo mínimo a cuarenta pavos. Es una delicia, pero este año no me he saciado todavía de ellos. Y LU tiraba a ahorradora y menos lanzada que yo cuando algo me resulta exquisito. A lo mejor ya ha sido suficiente para esta ocasión. Para este viaje, dicen en Piña.

Me recojo en casita y a la labor. Trasteo un rato en la cocina y cambio impresiones con el Chico, definitivamente recuperado del pasmo. Sale un rato con la novieta y me parece genial. Cenaré solo y estoy pensando en unas sopas de ajo, ideales para el tiempo. Y me salen bordadas. Lo que no sé es si el pan de ayer estará en condiciones. Veremos.

Como soy inquieto por naturaleza, no dejo de brujulear por casa. Antes de sentarme al tajo, se me ocurre cerrar los velux porque la helada puede impedirlo si uno se descuida demasiado. Entro decidido a la habitación del chaval, bajo la persiana y cuando me doy la vuelta para salir en dos pasos y completa oscuridad me encuentro con el canto de la puerta entrecerrada y la embisto con la nariz y la frente. Se me clava un poquito el puente de las gafas y me hace un rasguño horizontal y sobre la ceja se me abre una rajita vertical. Sangro. Digo, eres gilipollas, muchacho. Me limpio con un poco de alcohol. No es nada. Ya, pero te podías haber pegado las napias al lado de una oreja, majete. Bah, alguna de estas tenía que pasarme en el día de los inocentes.


27/12/23

Estamos pasando una ola de frío intenso o frío de verdad. No es tanto que la temperatura sea extrema, sino que se siente térmicamente muy por debajo de los grados reales. Por mi parte, lo aguanto bastante bien. Abrigado, claro, cuando salgo a dar una vuelta; hoy tampoco he perdonado, aunque breve. Pero uno de los efectos más desagradables en particular es que tengo las manos finas de mi oficio y se me abren grietas en las yemas de los dedos, justo en el extremo de las uñas. Casi no se ven, pero son molestísimas. Me sufren los dedos incluso ahora cuando estoy escribiendo. Por eso me preocupa, no por otra cosa. Crema y crema y crema, y aun así se cuartean. De chicos nos las meábamos al salir de la escuela. Escocían, pero es cierto que curaban. Y eso no nos impedía comernos la merienda sin lavárnoslas. Tan ricamente.

Desde luego, es tiempo de cuidarse y no descuidarse. Pero eso parece ignorarlo la gente joven (como nosotros a esa edad, claro está) y a mi Chico le ha pillado un pasmo y le ha tenido tres días en cama con fiebre. Por descuidarse, no me cabe duda. “Es un virus y le pilla a cualquiera”, dice cualquiera como excusa. No, a todos no los pilla igual. Experiencia.

Pues hoy se ha levantado ya, bastante mejor, para ir al dentista. Ha comido con ganas la última ración de caracoles (ayer todavía hubo para los dos, pero hoy me ha dejado una miseria), y por la tarde me ha dicho que se largaba a ver a la novia. Le he advertido de nuevo. Que estaba convaleciente. Cuidado con pillarlo de nuevo y reengancharse. Que ya le ocurrió lo de aquella infección de orina y pasé una noche perra en urgencias. Que no quiero pagar el pato de su irresponsabilidad. Bueno. Vamos a verlo…

...

Quizá la única cosa que agradecer a esta situación es que hacía muchísimo tiempo que no dormía tanto y tan seguido. Con una mínima pausa a las seis de la mañana, me he levantado a las ocho cuarenta. Hacía no sé cuánto que no me ocurría. La nariz despejada y el cuerpo relajado de un primate feliz.

No sé si esto habrá motivado un sueño que he tenido extraño, detallado y completo en cuanto a la historia. Pero rarísimo, ya digo. Estaba trabajando en una fábrica y no sé por qué se me había manchado el abrigo con el que había llegado al trabajo. Yo observaba que a otros les encomendaban tareas concretas y para mí no llegaba el turno de asignarme una labor. Sospechaba que podía tratarse de dos cosas contrarias: o me veían incapaz para nada o estaban esperando a asignarme un cometido muy cualificado…

O sea, una cosa sin pies ni cabeza, como puede verse. O tal vez un miedo escondido sobre el arte de la creación y la ansiedad por encontrar estructuras para expresarse. Qué sé yo. Como tantas otras veces, al final se trata de arrancar a escribir algo. De ir en busca de algo que solo la escritura desvela poco a poco. Se trata de meterse en la burbuja de un mundo dentro del mundo. Se trata de alumbrar una historia. ¿Está llegando el momento de parir? ¿De comenzar a escribirla?

¿Cómo es posible que el cuerpo aúlle todavía en estas últimas noches de luna llena? Como si rondara un lobo en la espesura de la oscuridad, más allá de donde alcanzan mis ojos a través de la ventana, en la noche total. Debería quedarme ciego de los ojos. Y aun así lo sentiría en mi pulso. Es la belleza arrebatadora que no puedo poseer. Envejecerá y se perderá sin que yo la haya besado. Mi condena como hombre. Mi imposible como escritor.


26/12/23

Recrudecen los días, pero la dirección es inequívoca hacia el frío invernal característico de Aguilar. Hemos rondado los menos seis al amanecer y recuerdo antaño hasta los menos diez excepcionales, en mi época activa de docente, cuando llegaba con veinte minutos de antelación al insti y me cobijaba dentro del coche bajo un gran platanero a la escucha de las primeras noticias radiofónicas de la mañana. Y a pesar de todo, me encantaba sentirme expuesto pero protegido del grandísimo helor del amanecer.

Hoy me aposento junto al ventanal, al calor de la calefacción, y contemplo el brillo chispeante de la cencellada que se agarra a tejados y arbustos y no me permite subir los velux hasta que suaviza bien entrada la mañana. Por eso leo a primera hora aquí. Me pongo o lo intento diariamente al echar a rodar como una forma de recordarme que no todo se ha acabado con LU, que estoy vivo y que soy yo mismo, un pobre hombre apasionado y enamorado de las palabras. Y que no cambiaré jamás en esto mientras tenga aliento.

Luego de los recados reviso el periódico y me encuentro con un maravilloso artículo (la prensa guarda todos los días alguna perla) de OMR, doctora en Sociología por una prestigiosa School londinense. Y ¡qué feliz casualidad! En la entradilla de dicha colaboración se dice que “los humanos tenemos la necesidad, incluso neurológica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad”.

Y me pregunto y os pregunto: ¿No es lo mismo que dije ayer yo?: “… que en esta sagrada costumbre reside una especie de recreación de un escenario ideal en el que se encuentran el pasado y el presente…” Y tengo que añadir, con toda honestidad, que mientras tan ilustre doctora adopta un punto de vista científico, mi reflexión se refuerza y mejora sirviéndose de un toque poético con la imagen desarrollada de un acordeón. Y, por tanto, es muy afortunada; incluso alguien diría que superior en la capacidad de transmitir. Pero no voy a ser yo quien lo asegure. Solo hay que leer y comparar. Eso, sí, a mí no me dan espacio en EP para escribir mis cosas.

Estas mismas reflexiones son las que ha leído mi prima RG, que acaba de perder a su marido muy joven, y que desde este momento comparte conmigo y con tantos otros la sabiduría desvelada del secreto humano; es decir, que somos seres para la muerte. Lo dijo el filósofo M. Heidegger. Y en lo que nos diferenciamos de los demás es en que la conocemos de cerca, de manera muy próxima, por haber sido acompañantes directos y haber estado unidos íntimamente con quien nos ha dejado. Porque no es lo mismo saberlo que vivirlo. Conocerlo que sentirlo. Cuando llega el momento, el abismo se abre bajo los pies. Y alguien se despeña en ese vacío y alguien queda al borde del precipicio mirando… Pero nosotros, quienes quedamos aquí, no morimos. Conviene recordarlo.

Como digo, la prima RG me envía un guas diciéndome que conoce mi blog y que durante los últimos días de hospital ha leído esta larguísima despedida que vengo haciendo al amor de mi vida, a LU, y que mis palabras la han reconfortado. Y añade que a ella le gustaría despedir así a su marido, GA. Por supuesto, sus palabras me emocionan y dan sentido a las mías. Primero por el cariño familiar y también por mi vocación de escritor. Pocas veces he experimentado esta sensación tan directa y tan impactante, como un flechazo, sobre la misión del escritor: ser uno con el lector.

Pues bien, contra lo que suele creerse de que en momentos así sobran las palabras, siempre he pensado que esto se refiere a las palabras habladas de viva voz. En cambio, nunca son bastante las palabras escritas, las que ahondan en la noche hasta encontrar en el fondo de lo humano la semilla de luz con que se terminará emergiendo de nuevo a la superficie del día.

En esta tesitura considero que me encuentro yo en mi situación actual. Y quiero decirle a la prima R. que cada vez me veo más sereno en el camino que también inicié como lo hace ella ahora. Y que he llegado hasta aquí hablando con LU con la intención de no olvidarla pero tampoco de paralizar el paso. Y puede que sea una buena manera que tú, querida prima, también necesites de tu personal escritura en un diario. En busca de un poco de consuelo. Por tanto, hazlo.


25/12/23

Lo mejor de estas fechas es que nos permiten acogernos al calor familiar. Es una necesidad básica de toda persona, máxime cuando habitualmente se vive solo, a la intemperie de la soledad. Se agradece el afecto.

Anoche nos reunimos docena y media (contando a los niños) donde la abuela. Algunos silencios y miradas: nadie ignora que este año nos faltan dos. Pero es mejor no hacerlo explícito para no entristecerse. Es mejor la risa floja, la broma, para mantener el tono de unión a pesar de las circunstancias. Yo observo a la abuela especialmente seria e imagino lo que pasa por su cabeza. También en la mía viven recuerdos amontonados y que poco a poco se van dispersando, con algo de disgusto por mi parte.

Las cuñadas toman la iniciativa, organizan y nos tienen atendidos como a reyes. Quizá es un tanto injusto que la responsabilidad fundamental recaiga siempre sobre ellas (antes formaban trío con LU), pero funcionamos al estilo tradicional y de momento no se cansan de nosotros. Nunca lo agradeceremos bastante. Deberíamos hacerles un monumento.

A mí la verdad es que siempre me ha importado muy poco la comida que se ponga para la ocasión. Porque valoro sobre todo el regalo de la compañía y porque me gusta todo. Y generalmente lo más sencillo es lo me sabe más rico. Me fijo en las manos que aderezan la comida como si se tratase de un rito ancestral. Es un cuadro místico y erótico al mismo tiempo. Fue una delicia el pulpo y me chupé literalmente los dedos con un plato especial de mi gusto: los caracoles. Pensé que iban a resultar fuertes por la noche pues comí más de la cuenta, pero en absoluto. Me sentaron de perlas: ni un borborigmo ni un regüeldo en toda la noche. Y por si no fuera bastante, esta mañana también ha viajado a mi casa una cazuela sobrante. La cuestión es que el Chico anda griposo, no pudo quedarse a la cena y su tía M. le ha reservado este manjar para cuando se reponga. Y de paso, yo aprovecho.

Mística del alimento que también se cumple con creces en la comida de este mediodía de navidad con mi propia familia de sangre. Es tradición que hoy nos reunamos la parte de los de Piña. Viene mi hermano y su familia. Antes nos juntábamos en el pueblo, ahora que desapareció la generación de abuelos y de padres nos vemos en Aguilar. De aquella casa quedamos Lázaro, Mon y servidor. Nadie más de la sangre plena de los piñeros.

La gozo igualmente, aunque algo más embarullado por la parte que me toca en la organización, mínima, pues me lo dan todo prácticamente resuelto. En esta mesa suele ser habitual entre otros entrantes el queso de torta, magnífico, y un solomillo del uno, bandera, mantequilla pura. Para El Chico (aún en cama) se reserva, del mismo modo que ayer, una buena parte alícuota de todo lo disfrutado. Se va a poner las botas cuando se mejore.

Aquí quien nos gobierna (antes, a dúo con LU) es mi cuñada MA, práctica y resolutiva al extremo de que me deja la labor concluida de todo punto. Sin necesidad posterior de que yo tenga que mover un dedo. Una suerte. Mis sobrinos se retiran pronto a sus obligaciones en Valladolid y la Chiqui regresa también a León para incorporarse mañana a una guardia. Después de un café fuera de casa, nos despedimos todos hasta próxima.

Vuelvo a mi reducto en la buharda y no hago más que preguntarme dónde está el secreto de este mantenido ciclo anual, demasiado reiterativo por otra parte. Entonces, ¿por qué nos resulta imprescindible? Y concluyo diciéndome que en esta sagrada costumbre reside una especie de recreación de un escenario ideal en el que se encuentran el pasado y el presente (incluso el deseo de un futuro similar); una quedada de los que estuvieron con nosotros y que de alguna forma vuelven a estar, y de los que estarán dentro de muchos años y anticipan en cierto modo ahora su presencia.

En estas celebraciones, en definitiva, es como si se plegase el tiempo como en un acordeón. Y la música del universo sonase acorde, continua e infinita. Nos reunimos para estar eternamente unidos los que nos queremos. Y los alimentos vuelven a ser el motivo para estar juntos. Y quienes los elaboran son los jefes de ceremonia de lo más profundamente humano: el amor.


24/12/23

Por un solo día, una sola vez al año, declaremos una tregua durante unas horas. Paz desde que anochece hasta el amanecer. Aunque sea ficticia y tensa y mínimamente duradera. Pero paz, a fin de cuentas. Creamos que existe todavía la voluntad de entendimiento entre los hombres. La buena voluntad. Celebremos que el silencio solo se ve alterado por cánticos festivos. Aún queda una posibilidad de sobrevivir.

Esto que en occidente todavía es deseable y posible, en algunos lugares de oriente ya es una quimera inalcanzable.  Precisamente donde nació el mito de la muerte y la resurrección para redimir al hombre. Es eso lo que expresa con letal ironía la viñeta de El Roto en EP de hoy mismo: una mujer ataviada de negro y cubierta de pies a cabeza sostiene en sus brazos un envoltorio de niño con la ropa salpicada de rojo sangre. La pura realidad. En Belén de Cisjordania, en la Palestina donde nació el Cristo, no existe el recuerdo de paz ni la paz momentánea ni la posibilidad futura de paz.

Por eso me parece conveniente representar a Dios equiparado con el pan, el alimento por excelencia como producto del trabajo del hombre: “El hombre es afán y Dios es el pan”. El hambre imposible de pan es la guerra. Y la posibilidad de pan es la paz. Paz es pan. Esto como deseo colectivo.

También en lo individual esta noche convendrá refrenar por unas horas el propio corazón y dejarlo en paz. Es la segunda Nochebuena en ausencia de LU. Y el primer año completo, este dos mil veintitrés, que ella no ha podido ver desde su nacimiento hasta su fin. Ni verán sus ojos un solo instante más de toda la eternidad. Y yo intentaré comprenderlo al abrigo de la familia, viudo de cuerpo y alma, desposeído poco a poco del sentimiento amoroso y custodio de los recuerdos congelados que vayan quedando. Debo aceptarlo y seguir, lo sé, aunque es posible que me haya muerto hace tiempo y yo sí esté resucitando en otra persona con mi misma apariencia y forma. Pero que tampoco podrá nunca más existir como el mismo hombre que amó a LU. Que vivió por, con y para LU. Un hombre nuevo que debe afrontar una navidad distinta. Aceptemos pues la ley vital. Aceptemos el destino.


23/12/23

No es que haya pasado mala noche, pero he mantenido un ojo abierto como las liebres y he estado pendiente por si me llamaba la Chiqui. Me había contado que había tenido la cena de compas del hospital y que entre la comida y las copas algunas habían amanecido con los estómagos como estropajos. Entre ellas, esta. Es lo que tiene la fiesta: el día siguiente. Y ayer se había pasado el día vomitando y se encontraba fatal. Le dije que si no podía levantarse y me necesitaba me acercaría a León. Por suerte no ha hecho falta y esta mañana ya me ha comunicado que se encontraba mucho mejor y se ha incorporado a la guardia con normalidad. Incluso ha comido algo ligero y le ha sentado bien. Vale. Me cuenta que si les habrán dado las copas de garrafón. Que han sido varias las afectadas. Ya sé cómo me dices, hija.

De todos modos, me ha costado la lectura de primera hora. A las ocho y media estaba sentado leyendo algún artículo interesante de EP que dejé pendiente ayer por ver la peli, y después me he puesto con la novela de R. Villajos, que se me está haciendo larga sin serlo. Toda esta estética del “escribir con el cuerpo” comienza a superarme. Al final las muchas pretensiones de partida se quedan en muy poquita cosa en la práctica del texto. Más interesante me pareció el cine de “El mundo sigue”, basada en la obra homónima de Zunzunegui, de potente denuncia social y maravillosa técnica naturalista. De principios de los sesenta, creo, y por tanto razón de más para reconocerle el mérito.

Me entretengo en revisar en el listado del periódico los boletos de lotería, aunque también los he metido en el comprobador del móvil. No es que juegue mucho, pero tiento la suerte con ocho o diez décimos. Como con el habitual euromillón. Para nada, ya lo sé. Por eso LU se ponía de mal humor todos los años y se preguntaba cómo podía ser tan tonto: dinero perdido. Bueno, este año voy a cobrar dos décimos (uno de Piña): doscientos cuarenta pavos. Menos da una piedra. En cambio, para el Niño ya no juego nada. Nunca.

Hemos comido el Chico y yo mano a mano las fabes asturianas que dejé cocinadas ayer y que estaban bien ricas. Con el caldo ligado y muy sabrosas por el acompañamiento del arroz, la morcilla y la costilla. Plato único pero nos ha sabido de rechupete. Café y cuarto de hora de siesta arrullado por la tele.

Después he salido y he cumplido con los diez mil pasos (y más). Por el camino me encuentro con SL, separada desde hace años y que siempre me ha parecido monilla. Hacía cantidad de tiempo que no nos veíamos porque no vive aquí. Está de paso en visita a la familia. Charlamos con interés un buen rato, pero luego cada uno tiramos por nuestro camino. Simbólicamente eso es muy significativo, puesto que si dos tienen interés conciertan, por ejemplo, el resto del paseo juntos. Pero no es así, además de que entiendo que está con una nueva pareja. Me parece perfecto. Pero soy gallo con espolones y estoy mayor para interesarme por alguien que duerme con otro. Agua que no has de beber. Lo cual no quiere decir que no me alegre por ella.

Regreso por el camino paralelo a la variante para entrar, hoy sí, en el Lupa. Tienen los polvorones de Carlos I, pero los de chocolate. También son espléndidos y los cojo porque quiero que los pruebe el chaval. Y unos mazapanes y unas nueces, que también me encantan, más otros recadillos de avituallamiento ordinario de la despensa.

En efecto, probamos la delicatesen en cuanto llego. Cosa rica rica. Es curioso pero el año pasado no recuerdo haber comprado nada de dulce. Eso era siempre cosa de LU. Y no tuve apetencia, también es cierto. Lo que probé fue de casa de la suegra. También en ese aspecto mi ánimo ha cambiado. Estoy menos compungido. La tristeza me sigue rondando a ratos como una neblina, pero se disipa con mayor facilidad. Continúo. Adelante.


22/12/23

Ayer fue día de felicitaciones de cumpleaños. Primero a mi hermano Mon, (con un cariño sin tasa), por su ingreso en el club de los sesentañeros. Y después a JCR, colega del insti que también los cumplía y que además se jubilaba, como es lo habitual entre docentes. Comimos en el Valen y pasamos un rato divertido. Después rematamos tomando una copa y no llegué a tiempo de poner unas notas en estas páginas que ya se van dilatando demasiado. En fin.

Al menos se ha levantado un día frío pero con solito. Algo es algo. Ando justo de tiempo haciendo la comida, un doblete de tertulia y unas gestiones con el puñetero seguro para lo del móvil de la Chiqui. Por suerte, me ayuda mucho CM, la muchacha del banco intermediario. Se ha molestado de verdad. Parece que hemos conseguido informe positivo de los peritos. Vamos a verlo si sueltan o no de una vez. Les está costando. Pero voy a seguir machacando como un martillo pilón.

Encuentro la media hora gratificante para el periódico y me topo con el artículo de la última página en EP de J.J. Millás. Fabuloso. No decae su gracia literaria. Extraordinario. Este de hoy parecía interpelarme a la cara. Con poética cercana al absurdo, nos narra la nochebuena solitaria de un recién viudo que cenará un zapato de su difunta mujer encontrado en un armario… Hay que leerlo para llegar al fondo de este escritor. Se titula “Dormir” y lo recomiendo encarecidamente. Yo lo he disfrutado.

Aunque soleada también la tarde, la temperatura no da para bici y no quiero arriesgar mi vulnerable garganta. Cierto también que la miel es solución milagrosa en cuanto noto algún síntoma de irritación. Santo remedio, oye. Lo decía mi abuelo Melchor que lo había probado infinidad de veces. Pues eso, en mi caso, lo mismo

Pero bien arropado, se puede disfrutar de un paseo a buen ritmo de casi hora y media. Es a lo que puedo aspirar durante el invierno. No queda otra que conformarse y no me parece poco si la marcha es viva, como digo. Tampoco se gastan las mismas calorías que en la burra, pero pan o pan. Para más inri, no nos libraremos de la media docena de comilonas propias de estas fiestas. A ver quién es el majo que se aguanta con la boca cerrada. Yo tengo vicio diario y emperrado por los polvorones, y de regreso a casa he evitado pasar por el Lupa donde venden la mercancía. Que me conozco.

Lo sabía muy bien don Antonio Machado: pasear y leer eran sus dos aficiones y, además, oficios meditativos, añado yo. Cuando la respiración es acorde con el paso, un poco al estilo del desfile militar, la mente se libera y puede volar libre… De este modo se conciben muchas grandes ideas.

Así me pasaba a mí esta tarde cuando caía en la cuenta de un nuevo día veintidós, desde aquel otro de hace diecinueve meses. Sin la mujer de mi vida. Sin LU. Y siento un poco de pudor al confesar que su recuerdo no me lacera como tiempo atrás. Viene a mi mente y lo recibo sereno, casi con gratitud. ¡Cómo es posible recrear su muerte apenas sin dolor! Pero es tal y como digo. Es el paso regular, silencioso e implacable de esos diecinueve meses. Es, ni más ni menos, la sucesión del tiempo aligerando la vida para que pueda continuar. Y una felicidad pequeña y esperanzadora me invade cuando entro en casa. A pesar de que no me espera LU. Ni nadie. Solo la esperanza. Esperar.


20/12/23

Pierdo casi toda la mañana rabiando como un mono con bruxismo, o sea, rechinando los dientes. Y es que no paran de ponerme pegas en el seguro de casa para abonarme el importe del móvil robado a la Chiqui. Y lo malo es que me tienen como un zarandillo de una entidad bancaria a otra con la impresión de que dan largas y no entiendo muy bien las razones. No hacen más que pedirme documentación como si me estuvieran poniendo palos en las ruedas, o como si pretendieran comprobar que me falta algún papel para negarme mi derecho. Y la pasta.

¿Treinta años con la misma entidad y sin dar un parte, y tengo que ver cómo me chulean?  De ninguna manera. Porque lo que no saben es que a mí lo que me sobra es tiempo. Y ahí es donde me voy a fajar. Todas las mañanas una visita al banco intermediario y varias llamadas al seguro. Me voy a cagar en sus muelas, pero no lo voy a dejar. En este sentido, no me conocen. Erre que erre hasta que suelten la panoja por cachavas. O por aburrimiento.

Muy tempranero, me envía mi buen amigo el poeta JA su felicitación navideña. Casi todos los años es de los primeros, si no el primero. Suele ser un crisma primoroso que difunde por guas y al que adjunta casi siempre un pequeño poema con un toque entre nostálgico y reflexivo. En esta ocasión también es bellísimo, pero con una particularidad: se le ha escapado una falta de ortografía…. En nada empaña el mérito, pero queda feísima. Se lo he hecho llegar para que se percate y lo corrija. Me ha parecido gracioso. O sea que, al mejor escribano, se le escapa un borrón. Me imagino que lo habrá distribuido a toda su agenda, con lo cual estará jurando y votando.

Me ha venido a la cabeza esto porque hoy se impartía una conferencia interesante en la Caneja. Pero me cuesta mucho bajar con este frío y a hora tan tardía para el regreso. Pensaba llamar también a CA y tomar un café con ellos antes del acto. Finalmente, he pensado que podría resultarles un compromiso si no pensaban asistir. O sea, se mete el invierno y no hay quien le mueva a uno para doscientos kilómetros sin más. Ir y volver. Mejor, quietecito en casa.

Sin embargo, el tiempo no ha sido tan crudo como ayer. He vuelto a salir a mi garbeo y me ha sentado estupendamente. Abrigado, sin problemas. Pasear blindado contra el frío también tiene su cosa, su magia. Lo único, que tengo que prescindir de las gafas y llevarlas en el bolso. Veo borroso, pero siento bien. Paseo y reflexiono dentro de mí mismo. Muy machadiano. Por algo será esta afinidad…

De vuelta me pongo al trabajo, pero enseguida me envía mi amigo NB un pequeño microrrelato para que le eche un vistazo. Un máximo de cien palabras. Eso no es moco de pavo. Lo leo varias veces y pienso lo que voy a contestarle. Una opinión no tiene más valor que una alerta.

Hoy he pensado en varias ocasiones en la manera que tenía LU de aconsejar a los hijos. Al principio yo no entendía muy bien por qué resultaba tan consoladora y tan eficaz con ellos, puesto que sus palabras siempre eran pocas y muy sencillas. Seguramente a mí se me habrían ocurrido razonamientos más fundamentados y elaborados. Pero nunca me requerían o acaso después de haber hablado con ella. Y lo que yo opinaba solo era un añadido a lo fundamental que ya sabían. Nadie como su madre, claro. Por eso, en ciertos momentos me gustaría contestar a sus interrogantes vitales con algo también muy fácil: Preguntad a mamá. ¿Qué diría mamá sobre esto?


19/12/23

Fue una visita relámpago, como dicen con extraña metáfora. Pero siempre me satisface la estancia en Piña por muy breve que sea. Y el ambiente sagrado en la iglesia, que es otro de los lugares donde se concentra el espíritu de un pueblo. En este caso para una despedida. Me estuve fijando y como templo ha quedado muy arreglado, sobre todo la nave del lado del evangelio, que lo necesitaba y además acoge el retablo más valioso. A mí me gustaría, aunque solo fuese una vez, una reunión de todos los piñeros vivos en la plaza, por supuesto; con el menor número posible de ausentes. En la semana cultural de agosto es cuando mejor he experimentado esa sensación. En este caso, en celebración festiva y comida comunal. La situación perfecta.

Paso por donde JL a saludar a madre (A., la mujer de JL). Un café para calentar un poco el pellejo y dos risas y dos comentarios sobre el jardincillo de casa que estaba bonito con los adornos luminosos, sobre todo la higuera. Toda cocina familiar es para mí templo del espíritu santo, como nuestros cuerpos según san Pablo. En esta cocina, en concreto, es como que estoy en la de mi casa. Adela me hace reparar en el cuadro hecho a crucetilla que le regaló LU. Lleva muchos años allí, hasta el punto de que yo lo había olvidado de puro cotidiano. Pero me gustó ver el nombre abajo: la inicial y el apellido. Me gustó ver que mi LU sigue viviendo en las cosas. Y me gustó sentir ese mínimo temblor de su presencia.

Me despido de ellos y vuelvo a mi casa y charlamos también un poco en la estufa, el tiempo justo, claro, porque está fría a pesar de que una placa de calefacción lo alivia un poco. Concretamos para la comida del día de navidad en Aguilar. Se me hace extraño la presencia de los tres allí, juntos (con mi hermano y mi tío), y la ausencia de los que estuvieron también allí, sentados a la mesa, cuando fuimos hasta siete. Antes de morir mi abuela L. Porque el tiempo de las casas vacías se congela con el frío. Por eso me gusta, cuando voy de vez en cuando, quedarme a dormir alguna noche, solo, con los cuarterones de la ventana abiertos permitiendo el reflejo claro de la farola frente a la ermita del san Pedro. Me gusta dormirme convocando a mis espectros. Sin miedo. Como si yo fuese uno de ellos… No queremos entretenernos más. El socio y yo regresamos a Aguilar. Niebla por el camino. Lo normal.

El día aquí ha amanecido ya bastante frío. A menos seis grados, que es lo que corresponde. O correspondía, hasta que hemos estropeado el clima. No da para otra cosa que ponerse a resguardo después de las rutinas. A pesar de todo, aunque da pereza salir de casa, tras el parte he caminado más de una hora bien abrigado. Comenzaba a helar de nuevo y se me empañaban las gafas. Hasta el punto de que también da apuro mear, porque corres el riesgo si te entretienes de que se te caiga la chifla como un candelito (así llaman en Aguilar a los chupiteles de mi pueblo). Pero gusta este recorrido porque se activa la sangre y el cuerpo se impone a las circunstancias. Y luego se está mejor al regreso y se hacen más llevaderas las horas hasta la de acostarse.

El invierno es largo para los solitarios. Hay que saber afrontarlo, como aprendí el año pasado. Hay que organizarse. A veces me preguntó qué hará la gente jubilada y sola cuando no le gustan los libros. En cierta ocasión me dio la respuesta un compa de profesión: beber. Sobre todo, los hombres. Y ojo cuando se bebe en casa y a solas. La gente ociosa y sin inquietud cultural, me aseguró, termina bebiendo. Me sorprendió. No sé. Yo pienso que tengo más tendencia a fumar. Fumaría o me comería un quilo de polvorones. De los de Carlos I o Felipe II. En plan histórico, pero todo palabuchaca.

Afortunadamente, me entretengo con cualquier chuminada, esa es la verdad. He tenido esa condición desde chaval. Estarme quieto, inmóvil, solo lo consigo si me concentro en actividades intelectuales. No podría permanecer en casa mucho tiempo sin trabajar con la mente o con el cuerpo. Ver pasar la vida sentado en un sofá mirando la tele sería para mí una tortura. La parte negativa de esto es que soy nervioso y siempre tengo la sensación de estar dejando de hacer algo importante.

Si me pongo a contar cosas diferentes que se me ocurren a lo largo del día, no me daría tiempo a escribirlas. Esta mañana, antes de levantarme, he terminado de oír en el móvil una conferencia del historiador Á. Viñas desde el Ateneo de Madrid, sobre la guerra civil española. Una media hora que había dejado pendiente. He vuelto a escuchar por centésima vez (o más) el “Ommadawn”, de Mike Oldfield. He rematado la lista de los libros seleccionados este año según las reseñas leídas: total, sesenta y cinco, de los que terminaré leyendo los que pueda. Y, dicho sea de paso, no comprendo cómo pueden aconsejarse la lectura de cientos de novelas en Ínstagram y ninguna de las que yo creo que merecen la pena. Me tengo por bien informado. O sea, que incluso la gente que lee, lee cualquier cosa. Desde luego, no literatura un poco potable.

En fin, majos, yo a lo mío. Voy a enredar con un relatillo antes de cenar. Por cierto, ya que no tengo a una rubia para abrirla de par en par, me voy a meter a fondo con una dorada que he sacado del congelador. La salsa, comprada, de la que sobró la vez anterior que lo preparó la Chiqui. Espero saber repetirlo con el vídeo a la vista. Ay, Dios. Que me temo que a lo mejor me voy a quedar sin la rubia y sin la dorada.


17/12/23

Amanece con un frío neblinoso y escarchado. Cuando pretendo alzar las persianas de los velux en la buharda, se quedan agarrotadas y debo esperar a que el solillo temple un poquito. Además, también se me complica con que tengo que hacer colada en las dos casas. Tiendo afuera y ya veremos.

Antes de café y prensa había dejado en marcha un cocido porque le apetecía a la Chiqui. Afortunadamente, sin problema. Me temía que los garbanzos no hubiesen estado a remojo el tiempo suficiente. Me descuidé y me levanté asustado a las tres de la mañana, con algo rondándome en la azotea, hasta que caí en la cuenta: ni los monchitos en agua ni la carne fuera del congelador. La cabeza encima de los hombros, ¿para qué?

Casi a mediodía me llama de nuevo mi amigo J. Hoy es para comunicarme que ha muerto L., prima carnal de mi madre y del socio. Por lo visto, en ese momento mi hermano no estaba enterado todavía porque no me había dicho nada. Mañana tendré que asistir al entierro en Piña. Como he dicho otras veces, es una obligación honrosa que me impongo. Quiero despedir mientras pueda al pueblo que llevo conmigo, que es básicamente el que conocí hasta que me marché de allí cuando comencé a trabajar. Es un pueblo tanto físico como mental, un pueblo paralelo al de la realidad construido a base de mis raíces y mis sueños, de mis recuerdos y nostalgias, de mi pasado familiar y apenas de mi futuro… Una casa solitaria y cerrada y fría. Pero quiero que los muertos piñeros sean míos y no me falte ninguno de los más queridos, y quiero llevarlos a la espalda o en el carro repleto hasta los bordes con los telerines puestos. Para conducirlos al camposanto. Hasta que me lleven a mí.

Echo una buena parrafada con J., que me completa la información de aquella película que he mentado más arriba. Me da información de cabo a rabo, pues fue un acontecimiento cinematográfico (más que una simple peli) rodeado de vicisitudes, trabas legales, perrerías varias para su visionado, etcétera. Hasta que pudo ponerse traducida, pero ya a finales de los setenta que es cuando la vimos nosotros. Y conservo la impresión primera de haberla considerado una nueva forma modernísima de arte para lo que yo estaba acostumbrado por entonces: unas pocas lecturas de literatura española.

Se ha puesto un tiempo tan crudo que el frío corta. Y los próximos días va a más, dicen por la tele. Creo que esto incluso afecta al estado de ánimo y lo entristece y decae. Lo experimenté a veces durante el invierno pasado, en cuanto declinaba la luz. Sin embargo, noto que poco a poco controlo mejor mi soledad. Es verdad que los sentimientos se van enfriando, que LU se va alejando y mi pulso late con indiferencia, regular pero gélido. Presiento que evoluciono a un estado de tono bajo e hibernación. En el fondo, una manera de autodefensa para que las circunstancias no me sobrepasen y me derroten.

No me disgusta sentirme así, solo que el precio pasa por conservar el corazón como metido en el congelador. Vivir con la emoción y el deseo a menos treinta grados. Una calamidad, lo sé, no tener unos ojos con los que alumbrarse como un faro y unas caderas para agarrarse y escalar. Pero es lo que toca. “Cada uno viaja con su maleta, nene”, me decía CB durante un carnaval de Cabezón, con veinticinco años. Sonaba Triana: “Una noche de amor desesperada”. Hacía frío pero no tenía importancia ninguna.


16/12/23

Claro que lo pasamos bien, la tarde noche, donde los B/E. Como E. es tan apañada, nos tiene abastecidos durante la reunión, sin que nos falte nada ni nada haga falta cuando se está con gente de confianza. El alimento es un vínculo místico, ya lo he dicho otras veces, pero no quiero cargar mucho con mis elucubraciones. Que tampoco me las he inventado yo, por otra parte.

Estuvimos de siete a once tan a gustito. Vale hablar de todo y todos al mismo tiempo. Casi no hay forma de entenderse. Quizá habría que destacar un jamón bien bueno, la riquísima tortilla, una vez más, y el dulce del postre. El vino me gustó por ser un viejo conocido: “Habla de la tierra”, extremeño. Recordamos en grupo que este vino lo conocimos por un regalo que le hizo un compañero a Tt, antaño maricastaño. De ahí, fuimos comprándolo nosotros hasta el punto de que LU tenía diferentes direcciones donde lo vendían cuando escaseaba. Y ahora lo he traído yo alguna vez del súper al lado de casa. Un “Habla del silencio”. La marca sigue una numeración y creo recordar que la última que compró LU era “Habla 15”, y deben de llegar por el treinta y tantos. Conservé las botellas vacías que había guardado ella durante mucho tiempo. Después comprendí que debía retirarlas. Como todo lo demás: un anticipo del desasimiento de las pérdidas.

Hacia las nueve ya estoy leyendo y me entra un guas de audio. Cuando veo la procedencia se me estira la sonrisa, no puedo evitarlo, aunque enseguida tengo un pálpito extraño porque me parece pronto para recibir esa llamada de él. Es mi “medio naranjo”, o sea, como media naranja pero en amigo. Es JLC. Pero para mí es Jose, por antonomasia; es decir, por encima y primero y único entre todos los que puedan llamarse así. Y con eso ya está dicho todo. ¿Qué querrá?

Me ha dado una sorpresa del copón, porque tiene memoria de elefante. He alucinado. Como se puede comprobar, ayer terminé mis notas haciendo referencia a una peli, “La naranja mecánica”, que no sabía dónde ni cuándo la había visto. Es verdad que nunca he sido demasiado cinéfilo y las películas fundamentales las he conocido a destiempo y en la tele. Tardé demasiado en darle la atención que merece. Ahora me gusta y con los años de experiencia he ido aprendiendo cosas, formando un gusto y una opinión.

¡Es la polla, este tío! Me dice J. que la vimos él y yo en el entonces cine Zorrilla de Valladolid, acompañados de dos chicas del colegio mayor “María de Molina”, M. y B. Lo curioso es, según J., que no aguantaron la película y se salieron del cine escandalizadas. Es verdad que se trata de una película de violencia durísima, pero entiendo que habría que añadir alguna cosa más por nuestra parte. Sabe también J. que estuvimos en el bar “Corinto” tomando algo y que después se fueron. Y que no pasó más.

Incluso me detalla (y aquí me ha dejado pasmado) que M. me llegó a regalar una chaqueta de lana tejida por ella misma (o por una hermana suya). ¡Azul marino!, me concreta J. Y caigo en la cuenta de que es tan cierto como que ahora tengo la imagen de la carita de aquella muchacha santanderina que me tenía ley. Yo lo sabía, cómo no. Éramos de la misma clase. Pero la vida es tan perra y mala que a mí me gustaba otra cántabra, reinosana, también de clase. Si le pregunto a J. me dice su nombre en el acto, no tengo ninguna duda. Por supuesto, me quedé sin la una y sin la otra. Y se cumplió una constante muy repetida en mis experiencias amorosas: no soy práctico; o elijo mal o elijo lo difícil. Un desastre. En cuarenta años jamás me he vuelto a encontrar con ninguna de las dos. Y no me gustaría, sinceramente, para no alterar mi recuerdo enfrentándome a la realidad actual y que se derrumbe como un viejo edificio decrépito y abandonado. Conclusión: envejezco.

Pego el repaso a la prensa y compro de extraordinario los dos periódicos que incluyen los sábados el suplemento cultural. La razón es que hoy se hace el clásico balance o elección por los equipos de críticos de “los mejores del año”. En general, el resto de suplementos suelo regalárselos a un camarero amigo y antiguo alumno porque le gustan a su madre. De lo contrario, los seguiría tirando sin abrirlos, como sucedía incluso cuando los llevaba a casa y LU ni siquiera los miraba. Esos asuntos le importaban bien poco. No sentía ese tipo de curiosidad femenina o al menos no de esta forma.

A mí me intriga muchísimo conocer estos datos, que son muy relativos y con valor meramente estadístico, pero me pica la curiosidad. Se trata de comparar con la lista que yo he ido confeccionando a lo largo del año basada en las reseñas que voy leyendo semanalmente. De los diez primeros elegidos en EP, por ejemplo, he coincidido en ocho; aunque curiosamente se me ha pasado el que ha resultado primero de la lista. Una cosa rarísima porque ni siquiera me sonaba el autor. Vengo haciendo esta labor de recuento desde hace veinte años, de manera que lo llevo también en el móvil y en cada momento sé los libros que me importan de lo que va saliendo y tengo también a la vista los de todos esos años pasados. Rollos míos. Un friki.

Doy un paseo largo y vuelvo saliendo por la carretera de Barruelo para observar una vez más algunas casas de antiguos operarios de las galletas, hoy deshabitadas, decrépitas, y con sus puertas y ventanas completamente ciegas, de forma que su interior ha quedado clausurado y hermético. ¿Qué puede contener ese interior después de muchos años? Se me van ocurriendo ideas que se entretejen y quiero descubrir lo que pretenden decirme esos pocos motivos y elementos que tengo de momento. Nada más. Y comenzar a principios de año nueva novela. Estoy fuerte, lúcido y quiero hacer algo bueno. Vamos a verlo.


16/12/23

Despierto muy descansado y creo que se debe al cambio de la ropa habitual de cama por el edredón de plumas. Hace años que no lo utilizaba, pero he sentido el relente de alguna noche pasada. O es que llega el invierno y me he destapado o es que me estoy haciendo un viejo friolero. El problema de este calentador natural (por el interior de plumas, lo digo) que tanto nos gustaba a LU y a mí es que si suben las temperaturas te asas y te despiertas calado de sudor; y el tiempo actual se presta poco a previsiones. Es ideal para temperaturas y calefacción bajas.

No me cunde la mañana para lecturas porque tengo algunas obligaciones donde el socio y le hago la visita pronto. También él tiende a arroparse con la bata, incluso con la calefacción puesta, y eso sí es un verdadero índice de vejez porque nunca ha sido friolero. El tiempo vuela adelante aunque las temperaturas son cíclicas. El tiempo nos arrastra hasta desprenderse de nosotros. El tiempo es un hijo de puta, pues nos conduce a la muerte aunque él se dé la vuelta al llegar al final de cada uno y regrese al principio de cada otro. No me extraña que haya quien crea que el tiempo es realmente Dios, sin principio ni fin y en forma de olas infinitas.

Lo cual me despierta la nostalgia de playa. Un alivio a la crudeza térmica de los días que se avecinan. Siento ya la necesidad de largarme a Santa y pasar unos días. También por abrir un poco el pisuco. Menos mal que este finde lo ocupará la prima P. Les digo a los chicos que si no vamos, al final habrá que pensar algo. Porque las casas son humanas y si no albergan a su gente dentro se derrumban: de soledad, de frío y de tristeza. Como la de Piña va camino de ello. Y lo malo es que no se puede luchar contra ese destino. Pienso con frecuencia que es muy probable que la de Santa esté ocupada por LU a temporadas. De hecho, cuando yo voy es sobre todo por buscarla y estar con ella. Cuando aquí no la siento. Estoy seguro de que estará cuidándola y llenándola de su amor… y por las tardes paseará junto al mar.

Me tienen como un rey y también hoy a mesa puesta. No sé de entrada qué es lo que llaman ñoquis, pero asemeja algo de patata blanda con no sé qué más. Pero están bastante sabrosos por la salsa. Y llenan, cosa importante.  Se ha encargado la Chiqui. Como anoche, por cierto, el Chico bordó la tortilla, excepto que le faltó un toquecín de sal. Pero rica rica. Me alegro más que nada porque no se repita el esquema tradicional de mi generación hacia atrás, que parecía favorecernos a los hombres y en realidad nos convertía en unos inútiles. Bueno es que los jóvenes tengan esto clarito y aprendido. Los demás hemos tenido que incorporarnos con mil dificultades. Para saber lo mínimo.

De nuevo nos han citado los B. para una merendola. Se agradece el ambiente de esparcimiento. Me da mucha envidia sana ver cómo las casas de los amigos siguen encendidas. La luz que las mantiene es que están ocupadas permanentemente por alguien. Y tiene que ser más de uno. La mía ya está expuesta, pues el sentimiento de frío comienza con la soledad del último habitante. Después llega la intemperie. Y entonces la soledad es ya reina absoluta.

Pero aún no es tiempo de eso… Todavía subsiste la candela de la esperanza. Por eso acabo de recordar los versos finales de Luis Rosales en “La casa encendida”. Fechado mi descuadernado ejemplar de Austral el tres de agosto del setenta y nueve… Casi nada. Sus versos finales dicen así: “…y al mirar hacia arriba, vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas, —sí, todas las ventanas—. Gracias, Señor, la casa está encendida”. En el interior del poemario hay un folio plegado con dos dobleces, procedente de un cineclub, que explica con letra pequeñísima y por sus dos caras “La naranja mecánica”, de S. Kubrick. La vi. No recuerdo dónde. Es posible que esté convirtiéndome yo mismo en recuerdo.


14/12/23

La mañana es movida, apenas paso por la tertulia para saludar y coger la prensa. Tengo que acompañar a la Chiqui a la revisión rutinaria del coche. Me hace gracia que no sepa en qué consisten estas cosas, pero lo pienso detenidamente y yo tampoco tenía ni idea hasta que llegué a su edad aproximadamente y pude comprar (pagó el pato un tal MG, esa es la verdad) aquel Alfa tan molón. Aunque se tragaba la gasofa a borbollones. Lo disfruté el primer mes de comprarlo. Luego me aburrí. Con ese y con los demás. No soy de vehículos. Pero yo creo que al menos me sirvió para camelar un poco a LU. Porque por mi cara bonita no creo yo que…

En fin, aprovechamos el viaje para acercarnos al súper y hacer una compra con lo que me va dictando la chica. De mi cuenta añado lo que ella no me ha repugnado tampoco: unos polvorones que se suman a los que ya había comprado anteriormente. Me privan de todo tipo, aunque sean pura manteca, pero estos de Carlos I y los de Felipe II son supremos. ¡Qué cosa más buena, oye! Lo curioso es que los del hijo tienen fama de ser el original y los del padre la copia, pero al gusto coincidimos los dos hocicones en que no merece la pena pagar la diferencia. Es como con el vino y otras cosas: no se distingue la calidad a partir de cierto nivel. En realidad, a los dos nos gustan más los de Carlos I. Y no saben igual estos mismos comprados en tiendas diferentes. Misterio. Pero están cojonudos.

El remate ha sido perfecto porque he podido disfrutar del periódico a mis anchas, pues la niña me dice que se encarga de la comida. Genial. Y la verdad es que en platos rápidos está mucho más suelta que yo. También es lógico entre gente joven que trabaja y vive independiente. Ayer, ya dije, con la pasta, y hoy con una ensalada de garbanzos muy sabrosa y rapidísima. Lo que no se me ocurriría nunca es echarle ¿tomate frito seco? Para mí resulta insólito, pero el resultado es muy conseguido. ¿Pues ves? Uno necesita conocer, hablar e interactuar, como dicen ahora. Es la forma de aprender.

Tras la comida y cerrar los ojos diez minutos, paseo de tarde. He coincidido con un amigo de la tertulia mañanera y hemos pegado un buen voltio juntos. Somos discutidores los dos, incansables y obstinados en nuestras ideas. Pero también me resulta satisfactorio el trato diario con gente muy variada. No tengo problemas jamás para relacionarme y apostaría a que no paso un cuarto de hora en la calle sin que me surja la oportunidad de charlar. O me acerco o se me acercan. Eso sí, intento no demorarme, cosa dificilííísiiima.

A media tarde ha llegado el chaval porque mañana tiene dentista aquí y le toca trabajo telemático. Otro invento inimaginable en mis tiempos, a la edad del hijo. Pero así aprovechan los dos hermanos para montar el árbol de navidad. Es un abeto de tiras de madera que le encargó LU al abuelo. Es plano y va colgado contra la pared. No quisieron interrumpir este rito la navidad pasada, ni tampoco esta. Como homenaje a su madre. Me parece de perlas. Cuando esté solo, yo volveré a encenderlo un rato por la noche y lo miraré con añoranza; y de mañana también, cuando claree el alba y me siente en la mesa a leer. Y me preguntaré de nuevo por qué me hace tanta compañía. Con la misma fidelidad de un perrillo agradecido.

A mayores, el Chico se va a encargar de la tortilla de patata, según me ha propuesto. Vamos a comparar, sin duda. Y eso me concede un tiempo extra para mis entretenimientos. Mis lecturas, mis apuntes, mis delirios. Qué sé yo. ¿El tema? El hombre, lo tengo claro. ¿El asunto? La vida, no hay más. Cualquier cosa es tan nimia como fundamental. El caso es fijarla con palabras. El temperamento del escritor no goza con mirar el objeto y pensarlo. Esto no tiene importancia. Lo decisivo es fijarlo, escribirlo.

Observo de pronto este pañuelo del que me sirvo, por ejemplo. Es de hilo. Lo toco y lo envuelvo en mis manos. Lo remiro y encuentro bordado mi nombre y apellido en él. Sé perfectamente que es un regalo de boda. Me lo confeccionó una religiosa de las Claras prima de mi suegro, ML. Creo haberla visto una vez pero jamás olvidaré su rostro ni su nombre: ya lo dije ayer, los momentos de exaltación fijan la vida para toda la eternidad. Siempre lo he utilizado en días de fiesta o señalados, por razones obvias. Ahora tiene un jirón con un agujero, de puro uso, que amenaza con tener que desecharlo definitivamente. Y no quiero. Pienso llevárselo a mi suegra por si admite un humilde cosido. Eso, mañana. Antes voy volando en busca de LU. Para entrar en la suite de Mave la primera noche de casados. Yo llevaba este pañuelo, lo sé, pues lo estrené para la ocasión. Estoy seguro de que se lo mostré como el regalo más especial de todos los recibidos en la boda. Blanquísimo, suave, primoroso, mío…


13/12/23

Aquí ando, en el Spoty, entretenido con los discos de Supertramp. A ver ver qué pongo. Y me he quedado con uno de los dos últimos que escuché hace mil años, al principio de los ochenta. Después ya desconecté con el grupo. Ahora, con tanto tiempo detrás y la mirada vuelta por encima del hombro, me ratifico en lo dicho otras muchas veces: me gustan sobre todo los cuatro trabajos clásicos de los setenta. Y se acabó y se terminó.

O también podría ser que ya no soy capaz de escuchar nada con aquellos maravillosos oídos frescos, jóvenes, de los veintitantos años. En música no acierto a precisar cuándo me quedé estancado. Probablemente cuando conocí a LU compré o grabamos los últimos elepés de nuestras bandas favoritas. La engañé para llevarla a Madrid a ver los “Guns N´Roses” diciéndole que me gustaban cantidad (ni los conocía siquiera). Hasta aquí llegué.

De todas formas, el disco que suena en este momento, “Famous last words”, es del ochenta y dos. Quiero decir que la memoria es traicionera y es probable que lo escuchase años después. No sabría concretarlo. Tal vez alguien me informase en los tiempos de Cabezón. A lo mejor. Fue una época en que me moví mucho…

Escapadas a Torrelavega para ver a mi buen amigo EM o con otros propósitos menos claros. Regresos a deshora en el tren hasta que tuve mi propio coche, cansado de correrías por esta ciudad mucho más grande y, por tanto, más discreta. O eso suponía yo. La gabardina italiana que aún conservo ha conocido algún pub donde me perdía en busca de una camarera entendidísima en música y que me aficionó a F. Battiato. ¡Cómo podía gustarle a una mujer tan hermosa un narizotas como ese! O como yo. Pero me parecía una condición casi poética para comenzar cualquier historia, aunque fuese sin demasiado futuro. Y ahora que lo pienso (y lo compruebo en internet), “Nómadas” es del ochenta y siete. En efecto, la memoria nos juega malas pasadas. En cambio, los cuerpos dejan huella fiel y duradera. Los instantes de sentidos exaltados por la pasión, cualquier pasión, son nuestro verdadero y único pasado. Nuestra herencia. Transcurrirían muchísimos años hasta que me diera cuenta de que mi manera particular de desear la belleza de una mujer quedaba expresada en la canción “E ti vengo a cercare”. Así era yo entonces: siempre desgarrado y en busca de unir lo material y lo espiritual. Lo encontraría con LU. Y me temo que no he cambiado.

Días maravillosos porque tengo aquí conmigo a mi Chiqui. Estamos cada uno a lo nuestro, pero percibo la corriente del sentimiento entre nosotros. Mañana viene el Chimi, mi chico. Dicen que van a montar juntos el árbol de navidad. Me alegra la noticia, también este año. Seguimos siendo una familia feliz a pesar de todo. En medio todavía, LU.

La Chiqui me regala además un poco de tiempo, aunque al final lo desperdicie. Se compromete a poner la comida. Unos simples macarrones, pero reconozco que no tienen nada que ver con los que yo malogro. También me saben ricos porque vienen de ella, claro. Y he podido hacer una caminata de hora y pico después de comer, aprovechando que ha templado el día.

En fin, poco más. El mero vivir. Que no es poco. La felicidad de las pequeñas cosas. La intensidad breve. La tristeza pasajera, también. Quizá aceptar para tener paz. Quizá la alegría se avecina. Quizá, revivir.


12/12/23

Doblete a la hora del café porque ha salido de esta manera. Del Valen al Castillo en cuanto me encuentro con AC. También charlamos de vez en cuando en buena armonía. Es curiosa mi tendencia a cambiar pareceres con gentes que no son, casi nunca, de mi cuerda. Es como si necesitase conocer las razones del oponente porque en el fondo me resulta inalcanzable e inexplicable la posición contraria a la mía.

Y me pregunto: ¿Qué le habrá llevado a este tipo (que parece buen tío) a una conclusión así? ¿Dónde radicará el misterio último y secreto, para pensar así? Lo que no me resulta incómodo es charlar, tomar un café e incluso divertirme. Porque no hay mayor tedio que autorreforzarse con los propios correligionarios en un círculo vicioso permanente. 

En cambio, sobre literatura, que es mi pasión, no contacto habitualmente con gentes con las que entrar en un intercambio enriquecedor de opiniones. Primero, porque no me relaciono de ordinario con escritores o lectores avezados. Y después, porque la literatura difícilmente admite discusiones enconadas salvo casos aislados. Se acepta fácilmente el gusto ajeno y el cotilleo hablado o escrito no queda bien. Suena a envidia embozada. Es mejor callar incluso cuando lo que uno ha leído le parece infame o no merecedor del reconocimiento obtenido. Ya se sabe que el 86% vende menos de 50 ejemplares anuales, según un informe que circuló el año pasado. El éxito superventas es cosa de cuatro contados y no tiene por qué coincidir con la calidad del producto. Esta es una locura que exige mucha paciencia, tenacidad y seguridad en uno mismo para no abandonar jamás. Lo mejor que le puede pasar a la mayoría de los letraheridos es que no necesiten de la escritura para vivir (o lo que es peor, sobrevivir).

Uno de esos férreos aficionados a la buena lectura es mi amigo NB. Ciertas mañanas, como la de hoy, me envía alguna noticia curiosa sobre este mundillo que compartimos. Se trataba de una nueva publicación de JMP sobre personajes de la bohemia literaria de comienzos del XX. Ha sido tema muy apreciado, recurrente y bien investigado por el autor. Además de poseer una escritura excelente. Vuelve de nuevo a la carga como si aún no le hubiera sacado todo el partido. Ya veremos. Le contesto a NB con la foto de una obra de determinado paisano mío, RVA, que publicó una novela autobiográfica, social y como justificación del crimen cometido contra su propia mujer. Escrita desde la cárcel. Una cosa tremebunda que solo la misericordia humana la hace digerible. Así fue la bohemia ilustrada, arrastrada y sablista. Hoy solo queda el vestigio.

Claro que por la tarde no estoy dispuesto a chuparme el debate sobre la ley de amnistía. Paso. Un circuito corto sin salir del pueblo, un par de compras en los chinos y a casa. Entro un ratito donde la suegra. El día ha estado mustio, lluvioso. Nada sucede, que diría el poeta. La suma de los días que van quedando atrás como velas que van consumiéndose, apagándose, humeando un tiempo hasta desaparecer, es una vigorosa imagen que me viene ahora procedente de la poesía de K. Kavafis. También habla de las velas esperanzadoras que hay encendidas por delante, en dirección al futuro.

Hoy es un día muy apropiado para encerrarme arriba, bajo el velux que se empaña de lluvia fina, y dedicarle un repaso a saltos a la obra (breve e intensa) de este poeta en lengua griega pero nacido en Alejandría. Pues vamos a ello, me digo. Qué mejor manera de matar(se) un día más en compañía de tan ilustre colega. “Velas frías, torcidas y deshechas. No quiero verlas, su aspecto me aflige, me aflige recordar su luz primera. Miro ante mí las velas encendidas…”

Siempre me ha atrapado Kavafis de una forma rapidísima, no tengo más que leer en voz alta los dos primeros versos de la mayoría de sus poemas. Por desgracia (y por suerte), en el presente instante de mi vida, no tengo otro consuelo mayor que este poema escrito hace ciento treinta años y que leí por vez primera hace ya cuarenta y uno. Cuando tenía veintitrés. Un simple muchacho todavía adolescente. Y nada ha cambiado en su capacidad para herir sutilmente mi corazón. Igual, igual que antaño. E igual el mismo sentimiento de amor recuperado por la nostalgia, la tarde aquella sentados en la muralla del castillo de Monzón, cuando supe por primera vez en silencio que ya no saldrías nunca de dentro de mí. Por tanto, te ruego que duermas tranquila en el retiro oculto de mi corazón. Y que no me impidas seguir caminando tras la luz de las velas todavía encendidas. Hasta el día en que yo también me apague y desaparezca.


11/12/23

Con la Chiqui, después de cenar y arropados bajo la mantita, pegamos otro tirón de dos capítulos a la serie policiaca “Memento mori”. Compartimos el sentimiento íntimo de calor familiar, el recuerdo abrazado a ti, LU, en la misma situación exacta, hace ya tanto tiempo que se nos va alejando. Pero nos resistimos a perder ese vínculo con el pasado. Y lo revivimos. Comemos unas gominolas también porque sabemos que te volvían loca. Y repetiremos el rito esta noche para concluir con los dos capítulos finales. Una manera de estar contigo al fin y al cabo antes de marchar a la cama. Y soñaremos retazos de nuestras vidas juntos. Probablemente.

Paso por la modista para recoger el abrigo arreglado y aprovecho a su vez para lo propio con la cazadora de cuero que tanto me gustaba y me incomodaba desde que la compré con el mismo problema de mangas largas. Encuentro en la plaza quien lo repare. Por fin voy a poder ponérmela a gusto. Tú te enfadabas porque apenas había utilizado esa prenda. En adelante la usaré también con cierta regularidad como un homenaje a ti. Todo siempre  contigo y por ti. La Chiqui me dice que hay que cambiar de abrigo cada día. Eso ya me supera. Vamos a ver si de momento es posible cada semana. Aunque me riña. O me riñáis.

Teníamos que hacer una compra básica en Mercadona y la niña me propone que vayamos después de comer hasta Reinosa. Antes pasamos por casa de la tía M. que nos invita a un café. Por mi parte es la tercera vez que pruebo el dulce en la celebración de su cumple. De nuevo un tiramisú espléndido. Me hago el monillo y me dejo agasajar. De nuevo la hija me apercibe. Que no me deje llevar por el vicio golosón, que no me conviene engordar, que tengo que ser consciente del exceso de calorías y aprender a cerrar la boca algo más. Disciplina. Freno. ¡Coño, que peso setenta y cuatro! Tampoco quiero menos de setenta y dos. Que desfallezco por debajo de eso. Y que estamos en las fechas que estamos. De la Constitución a Reyes, ¿quién no se arrima al cinto dos o tres kilos? Ya después, ya…

Por lo pronto, hemos quedado padre e hija en ponernos con unas doradas al horno para la cena. Quiero estar presente y aprender paso por paso. Dice que es sencillííísiiimo. Ya, pero un servidor tiene que verlo, preguntar mucho y grabarlo o apuntarlo para repetirlo minuciosamente. O de lo contrario me saldrá un churro, lo estropearé. El pescado es una de mis asignaturas pendientes, LU, tú lo sabías muy bien. Nunca le he tenido afición y, sin embargo, me gusta pedirlo fuera de casa y me cae muy bien al estómago. Pero se baja enseguida a los pies. Esto también es cierto.

En fin, debo comenzar cuanto antes con este capítulo pendiente de mi formación culinaria. Eso que inicié contigo un par de años antes de jubilarme y que denominé en mis comienzos grabados en vídeo “Cocina para imbéciles”. Equilicuá. Pero bien que te alegrabas en aquel año y pico cuando todavía trabajabas y yo te deleitaba con alguno de mis malogrados ensayos de platos clásicos mal aprendidos. Al final tenías razón en la cuestión de fondo que me repetías constantemente y nunca dejaré de agradecértelo porque hoy lo comprendo con toda claridad: que no estuviera a expensas ni diera guerra a nadie, que nadie decidiera lo que debía comer, que no perdiera mi independencia. Mi libertad. Hoy sobrevivo garbosamente gracias a ti con dos docenas de platos básicos, ricos, sanos. Me las arreglo bastante bien porque he cogido en líneas generales el fundamento tradicional mínimo de la cocina. Y estoy satisfecho con ello. Y abierto a lo que venga. Y si llega algo de extraordinario por parte de la familia… no digo que no. Abro la boca como los pájaros nuevos en el nido cuando oyen piar a la madre que llega con la lombriz en la boca. O sea, miel sobre hojuelas.


10/12/23

Tarde completa en muchos sentidos, la de ayer, con el cierre del festival de cine. Me gustaron en conjunto los últimos de la sección oficial. Y después estuvo entretenida la gala de despedida. Me habían reservado en segunda fila un sitio buenísimo. Para ver, oír y tirar unas cuantas fotos a placer. Podría pasarlas al ordenador y guardarlas en un archivo, como solías hacer tú, LU, pero he decidido que no habrá continuidad. Sin ti nada es igual. Permanecerán en mi móvil hasta que el tiempo las descarte.

El espectáculo tiene una estructura fija y poco novedosa, es cierto, pero el interés viene de los cortos ganadores. Es curioso, yo hablé aquí hace dos días comentando ciertos detalles de alguno que me había gustado especialmente. En concreto del que contaba la historia de una chica iraní que escapaba de un matrimonio de conveniencia… Enviada por su padre a Bélgica (Luxemburgo), en cuyo aeropuerto la esperaba su futuro marido, la muchacha de dieciséis años vivirá una intensa peripecia aferrada a una maleta roja que portaba consigo. Y que perderá cuando su pretendiente le siga la pista, la localice y se la apropie en el maletero de un autobús, en cuyo interior se encontraba camuflada ella y en el que finalmente conseguirá huir. En definitiva, cine de muy buena factura, con excelente actuación de la protagonista y con perfecto equilibrio de la intriga y la denuncia social. Este fue el ganador y me agradó el buen tino con que lo había juzgado entre los treinta y tantos que habré visto. Se titulaba “La valise rouge”.

Pero el momento más conmovedor llegó cuando se dedicaron unos minutos de homenaje a Concha Velasco, que en días anteriores había quedado muy reiterativo, y que finalmente rehicieron en un pequeño vídeo con las fotos que les había mandado yo de nuestro archivo. Lo de menos fue que se reconociera el paso por el festival del anterior equipo de gobierno en el ayuntamiento. Para mí no hubo nada más que esa instantánea, que no sé quién la tomaría, en la que aparecemos tú y yo con la Velasco a punto de sentarnos para la cena del día de llegada y acogida de la actriz.

Estás preciosa, LU, sonriendo llena de una vida en plenitud completa. Era el año antes de que cayeras mala. Bien lo sabemos los dos. A partir de ahí ya nada sería igual. Nunca jamás. Qué pena más grande. Tenías treinta y ocho años de belleza, inteligencia y felicidad. Eras mi orgullo y mi razón de ser. Por tanto, este momento quedó inmortalizado como la culminación del instante más alto de nuestro amor. Y yo lo volví a recrear anoche con un nudo en la garganta durante breves instantes. Me costó dominarme porque incluso quien estaba a mi lado puso su mano sobre mi brazo y me transmitió su cariñoso apoyo. Y después la alcaldesa mentó tu nombre para el recuerdo junto con el de Concha Velasco y el de Álex Angulo. Triste, sí, pero me gustó. Fue un maravilloso honor reencontrarnos. Y sentí que lo nuestro fue de verdad. Fue amor del bueno, LU. Gracias por estar ahí, invisible, a mi lado, una vez más.

He tenido el día ajetreado, entre la comida a base de unas “fabes” asturianas buenísimas de las que he guardado para la Chiqui un par de táperes; y las lavadoras, que no admiten más solución que centrifugar y tender dentro de casa para que se vaya secando con la calefacción. No hay otra con este tiempo lluvioso. Qué juego daban los sotechados, almacenes y corrales de las casas de pueblo. Todavía veo a mi madre tendiendo en la cuerda desde la higuera al gallinero. O en último caso en el desván. Me temo que no podré cumplir ya nunca mi viejo sueño de una casa así. Es más, en el piso donde vivo, cada día se me hace más ancho y despoblado…

A media tarde noto la costumbre de estos diez días últimos: el cuerpo pide salir. Solo que ya terminó la función y cayó el telón. Decido hacer un ligero y corto recorrido por el centro. Sobre todo, para ver las luces que han puesto los chavales del insti bajo la dirección de mi amigo Tt. Está bonito, sí señor. Cada año va resultando más completo el conjunto, puesto que la plaza es tan grande que tiene gran mérito conseguir que no quede desangelada. Literalmente.

Mientras fisgo me encuentro con otro amigo, JS. Seguimos el garbeo juntos y tomamos un corto. Le mola mucho el despotrique político. Y mira que estamos en las antípodas… Me acompaña hasta casa. Nos apreciamos, es cierto. Le despido porque sé que la Chiqui está por llegar del viaje a Galicia. Y porque me mola sentarme en este rincón todos los días, a la luz del flexo y de la pantalla, donde voy quemando mi vida con pequeñas confidencias y pesadas penas y grandes esperanzas. En esta buharda que me regala lo mejor que he sido capaz de atesorar en mi vida: mis libros, mis escritos y mis recuerdos. Para seguir el camino incierto.


09/12/23

Ayer me vi las dos sesiones oficiales de la tarde y en conjunto estuvieron bastante bien. Prácticamente llena la sala. Sé que importa mucho pillar una butaca que permita una buena visión. No siempre es así. Además, el asiento se aguanta pasable durante dos horas (al menos, yo), y después comienza a resultar incómodo. Me temo que hoy va a ser el caso.

Bueno, una novedad: desde hace ocho años que dejé ayuntamiento no habían tenido la deferencia de guardarme una entrada (ni a mí ni a nadie de los salientes). A pesar del esfuerzo que hice por la semana de cine y la apuesta tan arriesgada que dirigí. Es verdad que el tamaño de la sala hace que las localidades libres al público estén rifadas. De todos modos, pensaba arreglármelas (como siempre), porque me gusta también esta gala de cierre, aunque sea de pura curiosidad. Pero es lo que sucede cuando se ha vivido durante años desde dentro. En fin, que se me acercó alguien de la organización para decirme que me tenían reservada una localidad.

Se agradece, sinceramente. Es de lo más grato que se me ha quedado pegado a la experiencia de mi paso por el ayuntamiento como concejal. Y me gustaba, además, porque tú disfrutabas mucho este tipo de acontecimiento social, LU, y yo me daba cuenta. Y ponías muchísimo interés, con lo cual me resultabas una valiosísima acompañante. No se te pasaba un detalle, ¿verdad? Me aportabas sutilezas propias de la intuición femenina. Chapó.

Lo cierto es que no quisiste nunca que tu enfermedad supusiese un inconveniente a mis compromisos. Y así me lo dijiste en varias ocasiones. Que no lo dejara por ti. Sin embargo, LU, te confieso que no hubo un hecho más relevante para una implicación mayor en política que la conciencia de tu enfermedad. Desde el día que lo supe, mi interés se fue haciendo cada vez más relativo y distante. Y el pensamiento decisivo desde aquel momento fue dejar todo lo que pudiera impedir lo único que pasó a ser mi prioridad: estar contigo para lo que pudiese suceder. No me habría perdonado nunca fallarte ni en una sola ocasión de todas las que a partir de entonces me necesitaste. Y así durante quince años. Nunca me arrepentí de mi decisión, puedes estar segura. Y lo mismo hubiese ocurrido si mis compromisos hubieran sido de otra índole, incluso literarios. Te puse por encima de todo y te quise más cuanto más te acercabas al final. Esto parece inexplicable pero fue así. Te lo juro. Y te lo confieso ahora cuando ya no hay tiempo y lamento no habértelo podido decir de viva voz.

Levantar los velux hacia las siete y hundir los ojos a través de la fina niebla en busca del airoso abeto adornado con las luces navideñas, es una maravillosa anunciación del ángel que corona el portal de los nacimientos clásicos, un nacimiento auténtico. Me levanto y cuando subo a cumplir con este rito de inicio del día en la buharda, me encanta ver todos los años ese inmenso árbol que descuella por encima de los tejados. A un flanco de las cooperativas y de la avenida de Cervera. Solo llego a atisbar la mitad de su copa. Pero ya se me ha convertido en un símbolo del eterno retorno. Treinta años vividos en esta casa, LU. Nuestra casa que permanece firme contra el ciclo de las estaciones. Su fundamento sólido, la vida que fundamos entre los dos, y que sigue después de ti y seguirá después de mí. La sola vida es más que nosotros, más en otros.

Leo mis historias al lado de la ventana de la sala mientras amanece, en una silenciosa paz con el mundo y conmigo mismo. Hacia las once bajo al café con prensa y regreso enseguida para ponerme con el pollo prometido al socio. Concretamente, siete muslos alineaditos en el envase como siete “bocatti di cardenale”. Me lo he tomado despacio y me ha salido un guiso chachi. Bien salpimentados y sellados, sobre una base mullida de rehogado y con toques de tomillo, romero y laurel. Una cerveza por encima y una hora aproximada al fuego. Cuando le he mostrado la mercancía al socio en un táper grande y todavía calentito, al abrirlo han aparecido los cuatro muslámenes doraditos, jugosones, soltando un olor que alimentaba. ¡Joder!, ha exclamado el pájaro. Y se ha sonreído.


08/12/23

En el festival de cine también te llevas sorpresas de vez en cuando. Pero negativas. No comprendo quién ni por qué pueden proyectarse ciertos cortometrajes de una calidad ínfima. No es posible pensar otra cosa sino que se trate de errores o de selecciones interesadas. Si yo fuese responsable de cultura lo revisaría. Y no me refiero a preferencias personales sino a una opinión contrastada con varios miembros del jurado. Ayer me subí con ellos (el jurado) arriba, al gallinero, y tampoco se gana demasiado en visión ni en sonido. Lo que trae el defecto de origen, no se puede mejorar.

Me acerco en el intermedio al Villa, con E. y R., a tomar un pincho porque después ya me resulta tarde para cenar. Cambiamos impresiones. Y a mí los dos mejores trabajos me parecieron los últimos de cada bloque. Fue muy bonita la historia de una muchacha llegada de Irán a Europa para un matrimonio convenido, del que consigue escapar. Y también me atrapó la historia de un vendedor inmobiliario encerrado en una existencia gris, con su madre enferma de Alzheimer. Esta tarde también asistiré a dos bloques. Había gente y eso anima.

Paso la mañana de lectura porque me he despertado hacia las siete. Pero contra todo lo esperado me encontraba muy somnoliento. He tenido que hacer grandes esfuerzos para mantener la atención. Me cabrea muchísimo. Descanso bien, pero debe de ser insuficiente. El caso es que si me quedo en la cama ya no cojo el sueño. Considero que también puede haber sido porque he tenido sueños revueltos y absurdos. Lo percibo nítidamente pues me he despertado con sobresalto. No es coña: Estábamos celebrando un banquete donde los jubilados porque me había casado con una señora muy mayor… El caso es que estaba enamoradísimo… Yo no hacía más que mirarla y preguntarme por dentro cómo podía ser semejante disparate, ni que me hubiese vuelto loco. Pero todos me miraban a mí con normalidad, como si no pasara nada… ¡Qué horrible, tú!

Sin embargo, después del café entono y ya remonto. Eso sí, reiterativas las noticias, aburridas. Menos el artículo de J. J. Millás. También hoy espléndido. A quien echo de menos últimamente en la prensa es a mi amiga M. Sanz. No la veo los jueves habituales. Tengo que mandarle un guas a mi coleguita Chema, su marido.

Pierdo un rato en alguna compra imprevista en el súper exprés. Y me mosqueo porque con el colacao tamaño familiar, mucho más barato, se incluye un regalo de pega: uno de esos relojes que miden los pasos o pijadas semejantes. Lo pongo a cargar, lo programo con las instrucciones a la vista… Una hora perdida y el reloj a la mierda. A la papelera. No sé si serán mis manos pretecnológicas o que es un juguete que no sirve ni pa tomar pol culo.

A la una en punto clavadas he quedado con el socio, que vuelve de misa y me había citado para el vermú de la Inmaculada, fiesta también mayor de nuestro pueblo. Ha comprado unas latillas de mejillones, pero esta vez en escabeche, porque la anterior eran en salsa natural y a ver quién mete el diente a esa porquería. Y un par de cervezas, la mía Radler.

“Esta bueno este moje, hombre”. Le priva untar una barra entera en ese caldo. “Se come bien con un par de latillas de estas, hombre”. “Como en ca Mateo, de Valladolid”, le contesto. Para él supone un extraordinario y lo disfruta con la fruición de un niño. Venía como un pincel de misa y no se había cambiado. Menos mal que yo le había sugerido que se pusiese el delantal por encima de las piernas. Al minuto ya había dos mejillones en el hueco entre las piernas. Cuando he subido a mi casa, se había cepillado prácticamente toda la barra de pan mediana. Él ya no tenía hambre para más. Yo sí. Pero de comida de verdad. Todavía guardaba un táper de cocido. Lo he puesto a buen recaudo. Es curioso, después de dos o tres días está igual de bueno. Para no fregar más cacharros, me lo como en el táper. Sentido de la economía de esfuerzos, aunque resulta un tanto cutre.

Apenas tengo recuerdos de esta fiesta de invierno en Piña. Ni siquiera visualizo en imágenes que fuéramos JL y yo de puente cuando ya estábamos internos en el Lourdes. No tengo idea alguna de acudir de mozo o estudiante universitario. No guardo emociones asociadas a esta celebración. ¿Había baile? No creo.

Parlando con el socio le pregunto qué ponía mi madre de comida en esos días. Por ver si el sentido corporal más potente me reactiva el pasado. Me contesta que “pondría un pollo, digo yo, no sé”. Y le prometo que mañana voy a poner unos muslos que guardo en el congelador. Guisados me salen bastante curiosos (lo dicen mis chicos). “Mañana, un pollastre. ¿Qué te parece, amigo?”. Se encoge de hombros. Sin problemas. Para la comida, ni él ni yo repugnamos. Somos dos “todoterreno” en este aspecto. Como si es hormigón armado. Yo, porque creo lo que decía santa Teresa de que “también entre los pucheros anda Dios”, y él porque es un bendito de Dios.

07/12/23

Después del café y la prensa me doy prisa porque necesito gestionar dos asuntos, en la inmobiliaria y el banco, y supongo que voy a encontrar gente porque todo el mundo apura a finales de año. Lo tengo comprobado. En el primer intento, no hay manera de encontrar un puñetero fontanero ni siquiera para problemas de comunidad. Y en segundo lugar, soy el tercero a la espera para la muchacha que normalmente me atiende y lleva mi expediente; y no quiero recurrir a otro extraño y comenzar a plantear las cosas desde cero.

Esto ya me chamusca un poco más, pues no termina el seguro de casa de resolver el abono del móvil robado a la Chiqui. Casi cuatrocientos pavos al año de cuota deben de parecerles una bagatela. Ponen palos en las ruedas pidiendo exceso de documentación. Me chino. Pero por suerte me encuentro a la cola con mi amiga MJ, a quien conozco desde que llegué a Aguilar y con quien he mantenido buena relación a pesar de que nos vemos con poca frecuencia. Lo que siempre me ha resultado gracioso de ella es la manera de expresar su cabreo (en este caso, también por problemas bancarios), su mala leche teatrera porque es un poco Antoñita la fantástica. Pero nos sirve para cubrir un tiempo de una hora y, por mi parte, convencerme de que no me van a atender antes de las dos. Me despido hasta otro día más despejado.

Es el cumple de mi cuñada M. y le he enviado un guas. Después de comer paso por donde mi suegra para tomar un pastelito que ha dejado en depósito la de la onomástica, pues para ella es día laborable. Y a seguido doy un pequeño paseo y me acerco al Hogar, donde trabaja, para felicitarla en persona.

He pasado un rato muy agradable allí. Tenían la sobremesa de una comida de compañeros y me he apuntado un triplete maravilloso: tarta de tiramisú, café y chupito de pacharán. Este último, cortesía de dos de los comensales, una pareja de jubilados que lo hacen ellos. El tiramisú con un toque gustoso de licor, estaba muy rico. Y café de cafetera de bar. Extraordinario. Capitán general. Empleo un rato en charlar con la gente y disfruto un montón porque a mí me estimula cantidad conocer a gente nueva, en el sentido de que son historias nuevas de vida. Me priva. Me meto en faena y estaría toda la tarde.

Y mi cuñada, como siempre, otro de los grandes regalos que me dejaste, LU. Sociable y generosa, se alivia mi pena con ella. Cambiamos impresiones de paso sobre el viaje de los hijos a Galicia. Algunas fotos han mandado tapiñándose un “octopus” gallego que huele y se saborea incluso en las imágenes. A ver si traen algo para que en navidad lo ponga M., que también suele estar de cine.

Tenía unas cosas que leer de la filósofa Adela Cortina, que ha publicado un artículo magnífico en EP de hoy, en la tercera. Me ha hecho pensar mucho. Me gustaría ampliar el pensamiento de esta mujer, catedrática emérita, pero lúcida, el tipo de intelectual que remueve el fondo de tus ideas (políticas, en este caso) cuando creías tener una seguridad absoluta. Una calidad de pensamiento que me fascina. Puesto que no hay cosa más grande para mi tipo de inteligencia que cuando alguien me hace dudar.

Sin embargo, tengo interés por asistir al cine. Hoy voy a pegarme dos sesiones de la sección oficial. No quiero prescindir tampoco de esto. Como ayer, me pondré con mi amigo EG, que también fue concejal de cultura, y cambiaremos impresiones sobre lo que veamos. Él también forma parte del jurado. De los visualizados ayer me quedo con uno que trataba la soledad de un hombre viudo de una forma muy impactante. En fin, no me da para más el día. Tengo que dejar cosas sin hacer. Me enfado de momento. Luego pienso que tendría que vivir dos vidas. No puedo con todo. Pero me siento en una fase de gran actividad intelectual. Aunque sigo echándote de menos en la butaca de al lado, me encuentro sereno, LU. Fuerte para continuar.


06/12/23

Los lebreles llegan a casa con vacaciones navideñas y apenas han saludado cuando ya se ponen en camino hacia el Finisterre. En este caso, a La Coruña. Se han pirado los dos, más M., pareja del Chico, más la prima P. ¡Cómo viven los pajaritos! Es lo que hubieses dicho tú, LU.

Cuando hablo con el Chico me enseña el álbum de recuerdo y recopilación que le confeccionaste al cumplir los dieciocho. Aquí ya estamos en Galicia los cuatro: Vigo, Padrón, Santiago, Coruña. En el apartamento aquel en el que muestra el chichón tremendo de una caída, como el estigma de un elegido. Fotos a cientos, que después organizabas y aquí han sobrevivido hasta el mismo día en que te fuiste. Justamente en ese momento se interrumpieron los álbumes. Yo no he sido capaz de continuarlos. Me puede tanta impericia como pereza. Como si hubiese concluido una historia completa que no admite más continuación. Aunque la vida siga.

Por supuesto, con su llegada me trastocaron todos los planes de rutina. Ya no pude sentarme al ordenador, ni ver la sesión de cortometrajes, ni pasear, nada… Excepto que me encuentro feliz si están ellos aquí, aunque me amontone, como ya tengo dicho. Solo fuimos puntuales para la cena. Me dio rabia que me quedara la tortilla con la patata un poco dura. No sé si por falta de paciencia. Normalmente me sale bien. En fin, estaba sabrosa a pesar de todo.

Después nos envolvimos en las mantitas la Chica y yo, y me puso un par de capítulos de la serie “Memento mori”, basada en la novela homónima de mi paisano C. P. Gellida. Algo le tengo leído. Entretenimiento policiaco, buena documentación, buen ritmo, pero demasiado tópico para mi gusto. El sofisticado asesino y el enrevesado argumento no resisten la comparación con “Plenilunio”, de A. Muñoz Molina. Por ejemplo. En fin, pasable para llegar a la cama cansado y caer al instante. Sin inquietud. Porque a mí el miedo en las distintas formas artísticas no me afecta para nada.

Cruzo el día de la Constitución sin mayor pena ni gloria. Si no fuera porque la tertulia ha sido de intenso debate político. Hasta que hemos arreglado el mundo. Y a casa tan campantes. Nos parecemos a esos hinchas de algún equipo de fútbol que necesitan el partido de fin de semana para liberar las tripas en las gradas. Conocí a uno del que me contaron sus colegas que ya estaba tan habituado a montar gresca que inventaba nuevos insultos hacia el árbitro. Le llamaba, me dijeron, “Hijo puta de la naturaleza”. Un mítico.

Llevo a la modista el abrigo que me han regalado los hijos porque me cae a molde pero soy corto de brazos y me sobran unos centímetros de mangas. La Chica se ha empeñado también en que debo renovar vestuario y me han endosado a traición tres pantalones y tres jerseys. Esto, vaya. Pero el abrigo tan de vestir, ¿cuándo me lo voy a poner? Tendré que buscar la ocasión.

Y por la tarde me doy un buen paseo. Disfrutón, porque tampoco hacía muy malo. A la vuelta le llevo a la suegra también un par de pantalones para que me recorte el bajo. También soy paticorto. Como se ve, tengo todas las gracias corporales posibles. Pero, en honor a la verdad y a la justicia, tengo que decir que tampoco digo tan mal de desnudo porque no estoy gordo. Solo que esto, mira tú por dónde, no se ve a simple vista. O sea que solo lucen mis defectos. Ya es mala suerte. Bueno, vestido soy del montón (patrás).

Esta tarde comienzan a las ocho y media las sesiones de cortos de la sección oficial. Y esto ya sí que me interesa bastante, la verdad. Por fortuna, voy a poder aprovechar a capricho todo el fin de semana. Sin los lebreles. Me gusta que estén aquí, ya digo, pero me alteran el paso por completo. En cambio, tampoco soy de la opinión que he leído hoy mismo de boca del último premio Nobel de Literatura: “Prefiero vivir de la forma más aburrida posible”. Hombre, tampoco es eso. A mí me habría gustado salir unos días a cualquier parte si tuviera con quien o pegarme ese viajecito a París que me proponía la Chiqui. ¡Cómo no! Si no hubiese sido por las chinches…


04/12/23

Dos sesiones de cortos también interesantes ayer. Una pena que al menos tres no tuvieran buen sonido. Pensé de entrada que pudiera deberse al pequeño toque que padezco en el oído izquierdo; pero me parecía demasiado no entender apenas una palabra en algunos diálogos. Además, no hay mejor prueba que comparar con la perfecta audición en los demás. De todos modos pregunté a mis vecinas de butaca y me lo confirmaron.

Entre las dos tandas no queda más que un espacio de media hora, así que la alternativa es ir cenado a las siete o esperar a cenar después de las diez. Ni una ni otra. Me da tiempo perfectamente a tomar un pincho de tortilla y un par de tapas con una clara en un mesón cercano.

Nada de particular si no me invadiera una sensación difusa de extrañeza. Es de noche, llovizna y mis pasos resuenan bajo los soportales; apenas gente. En el entorno del cine ha quedado algún grupo a la espera, en otro bar de paso alternan en cuadrilla más o menos extensa. Dos calles más arriba, una silueta de pareja se pierde entre el claroscuro y la fina niebla. La sensación que se me impone de pronto es que camino solo. Sin ti. Que tengo que aprender a sentarme solo en el cine porque mis colegas habituales no participan de estas actividades (y no voy a buscar alguien a quien conozca para ocupar la butaca contigua, solo me faltaba), que debo encaramarme en una banqueta y tomar la consumición perdido en mis pensamientos, que se me hace largo esperar diez minutos en el vestíbulo y prefiero tomar asiento a la espera de que se apague la luz y salte al mundo de la imaginación. Al universo del cine, de la fantasía, de la ficción. Como lo hago en casa con mis lecturas y escrituras. Un mundo sedante. Pero irreal. Y debo acostumbrarme a todo esto como a cosa ordinaria en mi vida real a partir de ahora. A estar sin tu compañía, LU, con normalidad. Hasta que me parezca natural.

Mientras comienza la función, dos butacas a la derecha llama mi atención con gestos otro espectador. Otro solitario, pienso, aunque lleva al cuello la tarjeta acordonada de la organización. Del jurado. Es él ahora el que me interroga sobre si el sonido es bueno. Da pie a que pelemos la pava durante los minutos que restan. Lo curioso es que enseguida me cuenta que fue jurado también cuando el Águila de Oro a Concha Velasco. Le dejo que se explique. En efecto, me ha reconocido y me dice que yo era entonces el concejal de cultura. ¿Verdad? A seguido comprobaré que está bien informado de los problemas de aquella etapa y del esfuerzo que hicimos para no perder el festival. Hombre, le digo, se agradece encontrar algún reconocedor. Se apagan las luces de sala. Y comienzan los sueños. Es el cine de nuevo…

Paso la mañana en tertulia de a dos, porque solo estaba MN y la hemos prolongado hasta la plaza. Y pendiente de que la Chiqui me llamara para confirmar el color de un par de vaqueros que me va a comprar en León. Sabemos marca y talla, así que es comodísimo para mí. Igual que cuando me los traías tú, LU, pedidos por internet. La Chiqui me comunica, por fin, que se encuentra en la tienda y envía las fotos. Vale. Perfecto. Adelante. A estas horas de la tarde no ha llegado todavía con el permiso de vacaciones navideñas. Ha tenido suerte en el hospital y disfrutará casi veinte días seguidos. Si llega a tiempo le propondré ir juntos al cine. Me extrañaría que le pareciera un buen plan. Desde luego, con el Chico, sería impensable. Pero me hago a la idea. No quiero condicionarlos. Sé arreglarme y, en cualquier caso, debo adaptarme rápidamente a mi nueva vida. Ir por mi cuenta. Ya lo ves, LU, el tipo más sociable del mundo…

No dormí bien a partir de las tres de la mañana. Muy opilada la nariz, con síntomas de moquita y algo de resfriado. Poca cosa pero incómodo para descansar a placer. No quiero recurrir ya nunca más al Utabón. No he vuelto a usarlo. Prefiero aguantar. Me levanto y hace frío de verdad. Un colacao y media docena de horneadas para enrojar el estómago. Me enredo en la manta y me apalanco en el sofá, convencido de que la congestión despejará un poco en posición de incorporado.

Me distraigo con el móvil. Repaso las fotos de aquella edición de dos mil seis cuando vino Concha. Me seduce esa cosa de glamur de pueblo pequeño y me enorgullezco de haberlo organizado. Y una vez más me digo que tanto trabajo y polémicas merecieron la pena, aunque solo fuese por lo mucho que tú disfrutaste, LU. Y a pesar de que me dijiste muchas veces que me gustaba ser protagonista, ya ves lo que son las cosas: ahora mismo, viendo todo el álbum, no tengo ojos más que para unas cuantas fotos, esas en las que apareces tú. Y al poco rato me he dormido hasta las ocho.


03/12/23

Asistí a las dos sesiones de tarde del festival y, por suerte, di con una selección bastante buena y, dicho sea de paso, durísima de contenidos. Otros años los recuerdo como muy desiguales de calidad (en mi criterio, claro). Lo sorprendente es que pertenezcan a la sección de Castilla y León en exclusiva. En fin, grata sorpresa.

De vuelta, camino de casa con una concejala de nuestro grupo, me solicita información y pistas sobre asuntos del área de cultura, puesto que la legislatura acaba de comenzar. Mi visión, le digo, se va quedando desfasada, pero en lo fundamental constatamos lo importante que es compartir la experiencia anterior con los propios compañeros. A su vez me actualiza con algunos detalles, cosa que agradezco. Pero tengo muy claro que información, opinión y consejo, los que quieran, faltaría más. Implicación directa en la vida municipal, ya no. Pasó mi turno y en esto no soy nostálgico en absoluto. Ni me van las segundas partes ni los revivales. No. Estoy en otra fase.

Quiero tranquilidad para escribir (es decir, solo volcán interior) y ya vengo tramando los primeros compases de mi próxima novela, que intentaré anotar hasta fin de año y comenzaré, sin nada lo impide, a principios del siguiente. Esto es lo mío. He elegido esta vida hasta llegar a mi final. Contigo siempre en el recuerdo, LU. No sé si habrá alguien más… No me preocupa, porque también comprendo que un friqui como yo, a mi edad, y sin nada que ofrecer, no es plato de gusto para nadie. Me conformo con no caer enfermo y mantenerme sereno. Como ahora.

Bajo al café de la mañana con intención de fisgonear a la gente del cine que se aloja en el Valen, y mientras hojeo la prensa tengo ocasión de conocer y cambiar impresiones con la directora de un corto que me gustó mucho ayer. Una reflexión sobre la deshumanización e incomunicación que traen las nuevas tecnologías, en concreto el móvil. Con un toque de humor que le añadía el puntito salado. Bien.

También me gustaría haber conocido al cortometrajista del trabajo que más valioso me pareció. Al que di el tope de nota. Me pareció entender que era de Valladolid. Con M. Barranco de protagonista, una historia cainita pero paródica y moderna con rasgos almodovarianos. Muy buena. Si tengo suerte, lo abordaré mañana. Ya lo vengo haciendo desde años atrás y tú, LU, te reías de mí y me decías que no fuera chapas. Pero es que me gusta preguntar y comprobar si lo que he pillado bien, sobre todo, las técnicas.

Asisto también a esas charletas con poca gente en tu Fundación, LU. Es muy acogedora el aula habilitada que hace una “ele” frente por frente de la ventana donde trabajabas tú. Se me van los ojos allí. Pero tu puesto de trabajo está vacío, lo sé. Hoy, domingo, y mañana también, pues no serás tú quien estará allí…

Sé desde siempre que esta actividad es de las mejores del festival, verdaderamente ilustrativa por los temas que se ventilan, y al margen de los aspectos más espectaculares o de cinexín. Fuego de hogar mejor que pirotecnia de campa. Vuelvo a coincidir con JB, un tipo que me hace gracia, de ojos oscuros, vivos y muy abiertos, como todos los listos. Con mala hostia también, como todos los pequeños de estatura.

A la salida le digo al técnico que me supo a poco el homenaje a Concha Velasco. Entiendo que fue improvisado, pero se quedó en una sucesión de fotos de su rostro, sin el testimonio de su paso por Aguilar. Le digo que tú conservas el archivo con más de cincuenta fotos de aquel evento y me dice que se las pase, que todavía hay tiempo de montar otro pequeño vídeo de homenaje antes de despedir el festival. A ver si es verdad. Le paso la carpeta por correo electrónico.

Después tomo un vino rápido con JB y prefiero no quedarme en el vermut de cineastas, aunque sea gratis. La gente aprovecha y estos faranduleros son tradicionalmente sablistas. Va en los comienzos del oficio. Tengo prisa por recoger lavadoras y poner la comida y me piro. Enseguida me he percatado de que con la prisa y demás no he pagado en la barra de cafetería. Vuelvo sobre los pasos. Pago y me voy. Una pena porque acabo de ver a alguien a quien miro con ojo de halcón cada vez que coincidimos. En el fondo me presta porque noto su perplejidad que no puede ser falta de experiencia sino de imaginación: cómo va a suponer que un careto como el mío va a estar rumiando quete quete… que se me afilan las garras…

Me largo y me olvido al instante. ¡Qué será el puto vicio de hembra, oye! No se termina de pasar nunca. Y eso tiene mucho de alegría porque compruebo que estoy vivo. Y tiene mucho de tristeza porque la pava cumple las tres condiciones clásicas del que desea a mi edad, condición y circunstancias: Es joven, no está libre y si lo estuviera yo no le gustaría ni una mierda. Ni te molestes, me dice mi conciencia. Dedícate a la poesía, me repite mi conciencia. Que te den por el culo, maja, le contesto a mi conciencia.


02/12/23

Durante diez días tendré que cambiar el plan de trabajo. Mientras dure el programa del festival de cine de Aguilar. Es sencillo, me gusta participar en las actividades que me resulten más interesantes. Y, desde luego, ver los cortos que me apetezca y aguante. Para empezar, no podré escribir a las horas habituales ni todos los días, pero esto último lo intentaré. Ayer ya no pisé en casa en toda la tarde, prácticamente desde que tomé café donde tu hermana J. para celebrar el cumple de A., la sobrinita mayor: doce años, LU. Aun recuerdo con muchísima tristeza tu llanto, uno de los días finales, cuando lamentabas con amargura no poder ver crecer a las niñas. No quiero rememorarlo ahora para no hacerme daño. Prefiero cerrar los ojos y concentrarme en el tiramisú…

Luego estuve de compras hasta que me presenté a las siete en el cine por controlar si había mucha cola a la espera de la inauguración. Ya me conoces, me sirvo de las triquiñuelas que puedo para conseguir una entrada sin poner en compromiso a nadie. Tengo mucha experiencia en cosa de ayuntamiento (doce años), así que nadie sabe mejor que yo cómo se hace. Mientras unas señoras esperaban turno fuera, me metí directamente con su permiso a “preguntar” algunas cosas a la organización. Y apareció mi oportunidad: antigua alumna con un buen recuerdo, colaboradora del festival, también docente y además familia lejana tuya, LU: “A las ocho espera en la puerta”. OK. Cambiadito y perfumadito, como un clavo allí. Y padentro. De todas formas, no hubo problema de butacas.

Ya sé que la inauguración es sencilla, pero no podía faltar a la entrega del Águila de Oro, Castilla y León, al cineasta AD, que se presentó en su alocución diciendo que era de un pequeño pueblo del Cerrato vallisoletano, Esguevillas de Esgueva. Pusieron su última película, "Secundarias". Excelente, en serio. Trazas de alguien que ya es artista maduro. Alguna vez hablaré de algunas maravillas técnicas que me encantaron.

Termina el acto y rápidamente me planto donde las autoridades a saludarle (eso que a ti te daba corte, LU), y estuvo muy atento y cariñoso. Aunque no hayamos tenido demasiado trato, nos reconocemos como paisanos de pueblos vecinos. Me parece también una excelente persona. Se prestó a una foto con mis compañeros de grupo político en el ayuntamiento. Buenas maneras y cortesía también por parte del grupo que gobierna. Tengo una relación correcta con todos, eso es lo cierto.

Esta mañana, después del café y el periódico, me apetecía de nuevo asistir a esa sección que suelen llamar “encuentros” y que se desarrollaba en tu querida Fundación, LU. Pocas personas y muy interesante la charla del mismo paisano AD. Coincido también con algún otro del jurado que han dirigido prensa provincial y siguen también mi trayectoria literaria, como JB. Nos ponemos juntos, comentamos, pero al terminar ya no puedo quedarme al vermut con actores y directores. Obligaciones con el socio.

Ha sido hacia las doce, mientras asistíamos al acto, cuando se me ha acercado el técnico de cultura para enseñarme en el móvil la noticia reciente de la muerte de Concha Velasco. Me comenta al oído que tiene pensado alterar el programa y poner, como homenaje a la actriz, algunos cortes de cuando le entregamos aquí el Águila de Oro, estando yo en Cultura. Será esta tarde antes de la sesión de ocho y media. Y me pide difusión que enseguida traslado por guas a la candidata de mi partido a la alcaldía.

...

Me hace ilusión volver a aquel lejanísimo dos mil seis, a la decimoctava edición de la Semana de Cine. Me entretengo en rebuscar dentro de tus archivos fotográficos y lo encuentro. Ahí están: son cincuenta y cuatro fotos las que tomaste en aquella ocasión. Ahí están la recepción y presentación en Gullón, las fotos contigo y con los niños, las fotos de la gala en el cine… ¡Ay, Dios, tendría que anestesiar mis tripas para no sufrir viendo esto…! ¿Es posible, LU, que tanta hermosura estuviese a punto de colapsar? Y ni siquiera lo sospechábamos… Tan solo un año después se decretaría el horror en nuestras vidas. Así de real. Hoy te miro en esa foto con Concha y me parece como que ha llegado el momento de reencuentro entre dos amigas. Ahí os dejo con vuestras confidencias… Siento no disponer de más tiempo para seguir hablando con vosotras. Tengo que acudir a la sesión de cortometrajes de las siete. Feliz vuelo definitivo, LU y CONCHA.


02/12/23

Muy lluvioso. Impensable otra cosa que no sea meterse en casita después de la tertulia y entretenerse con la labor cotidiana. Bien descansado, eso sí, y bien soñado con regalos de reyes o asuntos similares. Se conoce que le estoy dando vueltas al árbol de navidad que pondrán los chicos en cuanto vengan. Como el año pasado. Me gustó, LU. En ellos estoy seguro de que es una forma de rebeldía, o sea, de resistencia a perderte del todo. Por mi parte, ya lo he aceptado sin más. La diferencia es que yo estoy siempre aquí, donde más se nota que faltas y se te echa de menos. En soledad. A ver si me ayudas a encajarlo también este año con santa resignación.

Como si alguien me hubiese leído el pensamiento, después de comer me entregan un paquete inesperado de Amazon. ¿A mi nombre? ¡Qué raro! Lo abro y se me ilumina la cara, pues se trata de una caja espléndida de polvorones de los de El Toro, un gustazo para mí. Y un lujazo. De momento no encuentro remitente ni signo de ello. Los reservo y guardo a la espera imaginando su procedencia. Bastante evidente, claro. La última vez que estuvo aquí la Chiqui compramos unos pocos en Mercadona, como anticipo de estas fiestas que se avecinan. Tiene que ser de ella, me digo.

Y será ella misma quien me llame un rato después para preguntarme si me ha llegado y si he leído la notita que lo acompañaba. Pues no, estaba entre el envoltorio del clásico papel amarillento y la caja. Son unas palabras cariñosas que me saben a gloria. Tan buenas como el que pruebo para inaugurar el regalo. Buenísimo. Lo deposito dentro de un mueble, casi escondiéndolo, porque no quiero sentir la tentación hasta dentro de unos días, cuando padre e hija nos arrebujemos en el sofá para ver una peli juntos y degustemos un par de ellos (yo siempre, uno más).

Ya venía tramando, por mi cuenta, algo parecido. Después de comer y ver un rato el TEM, me echo a la calle en mitad de la lluvia pertinaz. Me apetece dar una pequeña vuelta protegido con el paraguas. Suficiente para luego retomar, porque el trabajo tiene que tener sus pausas. Yo aguanto bastante el tipo de esfuerzo que siempre he realizado, de mesa de estudio, pero reconozco que me gusta hacer un alto para marcar tramos durante el día y que de esta manera se me haga más llevadero.

Entonces se me ha ocurrido acercarme al súper y aprovechar un vale de esos con unos euros de descuento. Y comprar algo que tenía ojeado de anteriores ocasiones. Incluso, planeado el asalto; digo, la compra. ¿A que no te imaginas qué es, LU? Bueno, pues una botella de vino “Habla del silencio”, que comenzamos a beber de vez en cuando desde aquel viaje que hicimos a Extremadura y descubrimos las bodegas en Trujillo.

Este tinto extremeño es excelente; después del Ribera de mi tierra, que para mí es insuperable. Por cierto, que ya he espabilado un par de botellas del último Pesquera de mi amigo JC y… néctar, esencia. ¿Sabes cómo te digo? A ti también te privaba, ¿eh, LU? ¡Cosa más rica, copón! Si Dios existe allí donde estás, seguro que le gusta pinar de este caldo. De lo contrario, sería un pelamanillas. Yo no me imagino a Dios bebiendo agua mineral en las comidas. Ni al diablo tampoco, por muy hijoputa que sea.

El “Habla del silencio” lo voy a dejar para que me lo eches tú en Reyes. Ya lo tenía en la cabeza, como he dicho. El año pasado me amurrié cuando me di cuenta de que por primera vez en muchísimos años tú y yo no nos habíamos regalado nada. Y eso no puede ser. Me dije. Este año será como si comenzásemos de cero. De nuevos. De novios.

A destiempo me he visto obligado a salir de casa otra vez. Chamuscado. Me he dado cuenta de que se me había perdido un cristal de las gafas y no he tenido manera de encontrarlo durante media hora, por más que he revuelto media casa. Cansado. Sudando. Cagándome en todo lo barrido.  Te he dicho varias veces que me ayudases a dar con ellas, LU. Que tenía mucho que hacer y estaba hasta los cojones de dar vueltas. Pues nada, como que estabas sorda. Hasta que me he dado cuenta de que soy piñero: “Encomiéndate a san Antonio”, me ha dicho mi madre. He vuelto sobre mis pasos haciendo memoria de cada lugar… Habían caído junto a la puerta de entrada del local de abajo, seguramente al ir a dejar el paraguas. Por fortuna. Pues no solo se han podido reparar de forma rápida, sino que estaba soñando con asistir a los cortos del festival de cine que comienza mañana. Y ya me dirás tú cómo me las iba a arreglar… ¡San Antonio bendito! Comparado contigo, la mayor parte del santoral es una forraje. Y adiós, noviembre.


29/11/23

Ahora tengo justamente el problema contrario que antes de mi operación de napia. Duermo tan a gusto que a las seis de la mañana ya estoy despierto patas arriba. Miro al techo y busco en las sombras un rasguño de claridad a través de los intersticios de la persiana. Pero todavía tarda en amanecer. ¿Qué hago? A oscuras intento conectar en el móvil el France Info y no me responde la aplicación. Doy un barrido y encuentro en el guas del Psoe el último pleno, del día veinticuatro. O esto, me digo, o arriar bandera…

Ya estoy mayor, me digo, para andar jugando a la zambomba ahora que llega la dulce navidad. Además, me conozco, hace mucho que normalmente termino aburriéndome, lo dejo y remato recitando de memoria algún poema en silencio. ¡Qué pena! Pero si tú no estás aquí junto a mí, ¿qué sentido tiene encender la carne! Finalmente me decido por el pleno de ordenanzas fiscales y lo escucho con la luz apagada hasta que dan las siete. Cuarenta y dos minutos. Y tengo que decir que no me he aburrido. Mejor que pelármela… Ya no puedo perder ni un minuto de tiempo de mi vida sin aprovecharlo en algo útil, me digo. Me quedan veinte años. Si llego.

Cuando ya estoy sentado con mi lectura me envía mi amigo NB un vídeo breve pero intenso, tan pleno de sabiduría que me ha gustado muchísimo. No reconozco al tipo, argentino, que entrevistan por radio en Tik Tok, pero en un minuto habla de lo que se pierde cuando alguien querido muere. Y una de esas cosas es que se pierde algo de uno mismo y que hay que soltar eso que uno va a dejar de ser con cada pérdida. De lo contrario, si uno no se desprende de esta parte, muere del todo. Por melancolía.  Y también para poder seguir viviendo hay que dejar ir algo del otro. No se puede conservar todo el otro adentro, ni recuperarlo entero. O te terminará matando porque te anulará el deseo.

Este ha sido el razonamiento completo y me ha hecho pensar. Intento abandonarte en un lugar muy hermoso de mi recuerdo, LU. Pero ya no puedes seguir conmigo acompañándome. Y la prueba es que ese deseo potente y viril de la mañana, ya no te buscaba a ti sino a otra que no eras tú en la realidad, y a quien poder amar también en la realidad. Como te amé y te deseé a ti en el recuerdo.

Hoy todo ha sido de vídeos. Sin buscarlo. Es así el azar. Me sale uno más de los actores más carismáticos de Monty Python, el gran John Cleese, protagonista de “Un pez llamado Wanda”. Para ser humor inglés, desternillante. También en “La vida de Brian”.

Lo genial es que es un panegírico, es decir, una alocución en un funeral. En la traducción del inglés entiendo que se trata del sepelio de un amigo. Pues bien, el discurso está tan bien emitido, tan perfecto formalmente, tan inteligente por su contenido, que arranca las carcajadas de los asistentes en varios momentos sin olvidar por ello la gravedad de la situación. Porque lo mejor por encima de todo es que es un texto humorístico con toques irreverentes. Y, por tanto, es el ejemplo perfecto de algo que podría compararse con mi intención en este diario. No dejaré que a mi discurso le invada y le derrote tu muerte, LU. Será un canto de optimismo vital y su humor mi forma de interpretar con distancia lo relativo y provisional de la existencia humana. Será una forma de burlarme contigo de nuestra pobre condición mortal.

Y, finalmente, he dejado en último lugar una secuencia de apenas un minuto que parece proceder de otra galaxia superior y desconocida para nosotros. Es la respuesta de Stephen Hawkin en una conferencia al interrogante que le plantea uno de los asistentes: “Profesor Hawkin, nos has dicho que no crees en Dios. Entonces, ¿tienes una filosofía de vida que te ayude?” La respuesta que da el conocidísimo científico, postrado en su silla de ruedas y reducido a un despojo humano, es la mejor que he escuchado en toda mi vida a una pregunta tan radical, tal vez la única pregunta por antonomasia. Y es de tal profundidad filosófica (a la vez que sencilla) que parece dictada por la misma divinidad. La he recogido en mi archivo de cuestiones culturales en el Guasap. Para oírla una y otra vez. No la revelaré a no ser que alguien de los que me leen me pida que se la envíe.

Llega MA por la tarde para la limpieza semanal. ¡Ay, chaval! ¡Ni te lo imaginas! Nos hemos puesto mano a mano con el frigorífico y pensé que me daba un ataque. Normalmente, ella está dos horas y yo me dedico a lo mío si me pilla en casa. Pero es que hoy no había manera de atacar a este monstruo ni siquiera juntando las fuerzas de cuatro brazos. Casi tres horas. Calados hasta las orejas, hecha un cristo la cocina del deshielo desparramado con un centímetro de agua sobre las suelas de los zapatos y con tantas placas de cristal como un glaciar asfixiado por el cambio climático. Venga cazuelas hirviendo y no había manera con el hijo de puta.

Hemos salido triunfantes pero con los estigmas de una victoria pírrica. Satisfechos porque la batalla ha sido napoleónica. No muertos, pero directamente quebrantados. Cuando ella ha salido de casa, me he metido en la ducha y he dejado que el agua me levantase bojas en los hombros y la piel de pies y manos reblandecida como si se pudiese untar en ella.

Muchas veces te lo oí a ti, LU, que no se podía dejar demasiado tiempo hasta que se llenasen de hielo los varios apartados, recovecos, gavetas y niveles del congelador. Pero esto no me lo imaginaba, de veras. Sé que tu enfermedad te apartó de preocupaciones de este tipo y ya no tuviste fuerzas en los últimos tiempos de encomendarme la tarea a mí. Porque me conocías y seguramente pensarías que ibas a sufrir viéndome. Y ya no te quedaban energías ni siquiera para eso. Bueno. Solo quería decirte que ha resultado perfecto, LU, para bastante tiempo. Espero. Procuraré no descuidarlo tanto. O tal vez tenga que cambiar antes el aparato. No sé. No contaba con todo esto. Sin ti la casa es diferente. Estoy viviendo en otro sitio. Pero no te apures. Me adaptaré. 


28/11/23

Me pongo a leer pronto, en el silencio del amanecer, y muy pronto también me llega el guas de contestación de mi prima M. Ayer supe por mi hermano Mon que por fin la habían operado en Valladolid de un tumor en la cabeza, benigno. Repito, benigno, felizmente. Quienes hemos vivido al lado de esa amenaza sabemos, primero, el miedo que entraña afrontarlo, y después la alegría infinita de cada buena nueva. Intenté hablar con ella varias veces por la tarde, pero no tenía el móvil operativo. Hoy a mediodía ya hemos charlado unos minutos. Se encuentra muy bien y ahora queda la recuperación. Pero la he notado radiante, animada y muy vitalista. Inmejorables pronósticos.

Me alegro con toda el alma. Por ella, LU. Igual que te hubieses alegrado tú de haber estado aquí. Y lo sé porque comprobé tu generosidad al entregar el material genético de tu cáncer en Navarra, cuando ya no había nada que hacer. Y lo sabíamos los dos. Te sentías bien pensando que pudiera servir para salvar las vidas de otros. Aunque perdieras la tuya. Como así fue. Y yo me consideré afortunado de haber querido a una gran mujer como tú.

Últimamente se alargan las “tertulias del monacato”, en el Valen, debido a que están presentes los americanos y que son días revueltos de actualidad política. La discusión es intensa pero no llega la sangre al río. Cuando ya nos cansamos de arreglar España, cada mochuelo a su olivo. Normalmente. Porque hoy hacía tan agradable que nos hemos acercado a la plaza y nos hemos alargado hasta el extremo del tenderete de una dulcera de Cantabria que hace “in situ” unas rosquillas buenísimas, que huelen a anís desde el otro extremo. Y las hemos catado, claro.

Además, porque yo quería tirar unas fotos que incluyeran esa combinación de lo viejo y lo nuevo que es este pueblo, como muchos otros de nuestra Castilla y de España entera. Especialmente en estos días en que resulta tan abigarrado el ambiente, tan colorista, tan bullicioso, tan humano, que enseguida se me erizan las antenas de artista y capto en el aire el único misterio fundamental de la existencia: la misma vida.

Pero no soy fotógrafo y no poseo ninguna habilidad con el móvil para recoger todo lo que estoy viendo y viviendo simultáneamente. Es como el atleta que quiere correr más de lo que dan de sí sus piernas. Y como conozco mis límites, pues acostumbro compensar las deficiencias fotográficas con un pequeño texto de cierta gracia literaria. Y así llevo mucho tiempo publicando cada domingo en el Ínstagram. Me divierto un rato y me reto con un género nuevo, breve y efímero, pero del que me estimula investigar sus posibilidades artísticas. Se me ha terminado la batería (¡lo típico!) y me he servido del móvil de mis amigos P/B. Veremos qué puedo hacer con este escaso material. Igual tengo que volver mañana a la carga. Después, durante el resto de la semana, concreto la idea que finalmente publicaré. Así es la cosa. No sabe uno en qué dar para espantar la pena.

En el caso presente, no encontraba manera de recoger en una sola imagen la plaza y los puestos del mercado, la gente ambulante, los motivos luminosos de navidad, el palacio de los marqueses y de los fontanedas, las fotos enormes del próximo festival de cine, la magnífica fachada de la iglesia al fondo… O sea, lo dicho, la vida. Pero algo saldrá al final, seguro.

Recibí ayer guas de JAA en el que me incluía crítica a su novela que ha ganado el último Ateneo de Valladolid. Está para salir y le contesto que me haré con ella de inmediato y le comentaré cuando la haya leído. Por si no fuera poco, ya está en los cines la película basada en su libro “Aquel mar que nunca vimos”, sobre el maestro republicano A. Benaiges. Me encantó la novela y veré en cuanto pueda esta versión en cine. Quedamos en abrazarnos en cuanto nos reúna el Boss.  A veces, llamamos así a JH, el editor.

Casualmente, este último también me llama por la tarde. Que por qué no le llamo. Que está mimoso. Ahora que ha vuelto con mi querida editora de la gira de promoción, echa de menos a los amigos que dejó aquí. Eso le replico. Me cuenta cositas de los nuevos proyectos ya en imprenta y me informa de que mis relatos tienen que salir en marzo, con la nueva novela de JC. Y que tengo que bajar un día a Cantabria para incluir las correcciones en el PDF de la maqueta que me envió. Plazo máximo de entregar mis correcciones definitivas, por tanto, fin de febrero.

Lo escribo aquí para que no se me olvide. Le he dado ya una vuelta a todo, pero soy puntilloso en estos asuntos y nunca termino de estar conforme al cien por cien. Pero debe de ser lo normal en quien entrega un libro sobre el que ya no podrá modificar una sola letra. En Amazon podía hacer correcciones todos los días. Pero no por eso estaba más satisfecho. Como el libro físico cuidado y publicado por un editor profesional, nada semejante. Y verlo por primera vez en tus manos, es como cuando cogí al Chico o a la Chiqui por primera vez en mis brazos. ¡Buah! Indescriptible.

Le voy a pegar otro viaje completo al texto. Total, tengo tres meses por delante. Aunque no quiero caer en el error que cometía mi padre cuando firmaba, que lo retocaba tanto que empeoraba lo inicial. Era el exceso de perfeccionismo, tan malo como la dejadez. Mi madre se ponía mala y se deshacía en aspavientos. Yo también peco un poco de esto, lo sé. En cambio, tú eras eléctrica, instantánea en el trazo de la escritura, un relámpago. Tus amigos de facultad en Madrid te llamaban “Turbolurdes”. Recordando a García Lorca, yo diría que eras una mezcla “de sal y de inteligencia”.

Sin embargo, tengo grabada en la mente una impresión muy vívida de algunos momentos en los que te sorprendía mirándome con los ojos brillantes. Con el tiempo comprendí que era admiración. Sobre todo, cuando hablaba en público, defendía con pasión alguna idea, o te susurraba en la intimidad mis sentimientos… Y siempre me pregunté cómo era posible. Te ponías como una pava… ¡Por un zote como yo! ¡Un zarrio! ¡Un chupatintas! Te pregunté muchas veces el motivo. Y te fuiste sonriendo pero sin darme la respuesta. ¿Querrás decirme alguna vez por qué?


27/11/23

Leo un artículo saladísimo de L. García Montero en la última de EP. Le sigo con asiduidad porque, además de llevarnos unos meses, le descubrí como poeta en sus brillantes y exitosos comienzos, que fueron también los míos en poesía. “El jardín extranjero”, premio Adonais, me resultó revelador y referente de un tipo de escritura muy alejada de mis intereses. Y mucho más comprometida con la realidad. Recuerdo que pensé que allí había uno de los grandes en marcha y su trayectoria vital e intelectual así me lo confirmaría a lo largo de los años. Nunca he sentido envidia ni me ha costado reconocer algo valioso. Mi vida tomó otros derroteros y, fracasada una primera intentona de publicación en Cantabria, me oculté y seguí escribiendo poemas sin preocupación futura por que vieran la luz. Y ahí quedaron. No son pocos, sin embargo, trece trabajos (los llamaré así puesto que están inéditos, menos dos autopublicados).

En muchas ocasiones he retomado algún que otro poemario de Luis por razones docentes. Hoy he vuelto a hacerlo movido por el artículo al que hago mención arriba. Y al margen del original asunto que trata, nos detalla: “Yo hice una tortilla de patatas, compré una empanada de atún en la pastelería Mallorca y un poco de jamón en el mercado de Barceló”. Estas simples líneas me resultan entrañables porque sé sus otras razones detrás de lo que escribe. De momento, su apuro es que ha tenido que organizar un encuentro de amigos con cena incluida en su casa y no sabe cómo resolver más allá de una humilde tortilla. El resto, comprado. Es algo que a mí me suena… O, mejor dicho, desde que tú me faltas, LU, no he organizado más que una invitación y ha sido una merienda en el restaurante de al lado. Único modo de acertar.

Hoy se cumplen exactamente dos años de la muerte de Almudena Grandes, esposa de Luis, y famosísima novelista a la que también leí desde su primer libro, “Las edades de Lulú”. Su relevancia en la literatura contemporánea dentro del género realista en su más amplio sentido, ha sido enorme. Recuerdo especialmente alguno de sus libros de relatos. Sus nuevos “episodios nacionales” me resultaban excesivamente largos. Sin quitarle un ápice de su valor y maestría. Almudena, una de las imprescindibles.

Nosotros seguíamos también su enfermedad de forma soterrada. Un cáncer de colon. ¿No es cierto, LU? Oíamos noticias en la tele y callábamos. Cuando anunciaron su muerte el silencio entre nosotros fue terrible, sideral, como dicen. No procedía comentario posible. Tú te encontrabas ya tan débil, tan derrotada, tan agónica, que solo sobrevivirías seis meses. Aunque llegarías a conocer, ya con el alma a cuestas, la nueva primavera en los viajes a Navarra y nuestras últimas excursiones juntos. Sí, digamos la verdad de una vez: con el presentimiento de la muerte.

Siento ahora mismo en mi cuerpo, en mis sentidos, el olor y el sabor, incluso nombraría uno por uno los alimentos de la comida en un pequeño mesón de la calle principal de Vitoria. Tu curiosidad aún por disfrutar de algo rico, a pesar de tus pocas ganas. El fatigoso paseo posterior por el centro. Y el regreso. Conducir te relajaba. Yo extendía la vista de un lado a otro, como mirando distraídamente, pero con disimulo espiaba tu rostro serio, tus secretos pensamientos que casi se transparentaban en tu frente, tu vista perdida y atenta simultáneamente al volante, tu desesperación serena. Mi pena desesperada y retenida, sin expresión posible. El principio del fin. El fin de nuestra vida en común. El fin de treinta años de amor.

Mi querida, LU, soy obstinado y no te hago caso. Me dijiste muchas veces: “Sigue y no lo pienses”, “Sigue adelante”. Y de nuevo caigo en la trampa y me castigo. Tomo el poemario de Luis para Almudena. Lo tituló “Un año y tres meses”, porque era el tiempo que había transcurrido desde la muerte de ella cuando lo escribió. Una forma de luto y de llanto. Y también una forma de amor.

Es curioso, a mí no acudió la poesía para hablar contigo y de ti. Surgió este discurso personal, de queja diaria, de recuerdo desordenado, de despedida, de llanto, de homenaje, de transición a otra etapa, de superación, de pérdida del amor del cuerpo y del alma… Pero nunca de olvido. Solo tengo que volver a los versos de Luis García Montero, una vez más, aunque me hagan daño, y vuelves a estar conmigo. Dice el poeta: “Le quito treinta años a este tiempo, una resta sencilla en el verbo vivir, y te veo llegar, aparecer”. Nunca el olvido, LU, te lo prometo. Jamás el olvido, LU, hasta el día de mi muerte. Hasta entonces.


26/11/23

¡Uf! He estado todo el día “amontonao”, como suele decirse. Es lo que sucede cuando se tuercen los planes y vas a matacaballo. Anoche me había entretenido más de la cuenta con el debate de la Sexta y me quedé dormido enseguida, pues tengo comprobado que a mí la política apenas me afecta más allá del instante. Sin embargo, a las cuatro y pico se me abrieron los ojos como si viera una aparición y ya no hubo forma. Y el caso es que no tenía necesidad de ir al baño. Entonces, ¿qué pasa aquí?, me digo. Y caigo en la cuenta de que no me había acordado de poner las alubias a remojo y no había sacado carne del congelador, ni pan para el desayuno… un desastre. Y por esta razón algo me estaba sacudiendo dentro del coco como un martillo pilón. ¿No serías tú, LU? Para avisarme, digo. Bueno, aunque tarde, resuelto. Y me he vuelto a quedar traspuesto.

Un poco antes de las ocho ya me levanto definitivamente a subir la publicación dominical de Ínstagram. Tenía la idea y el soneto, pero hay días que no encajan las cosas a la primera (sobre todo las pijadillas técnicas, que nunca termino de controlar ni me interesan) y me retrasan y me pongo desaforado. Por fin, después de media hora doy con el tipo de letra, el color de fondo y algunas correcciones más sobre el poema que hoy publicaba, sin más imagen que el propio texto . Retocado, como digo, pero procedente de mi libro “Moneda y cárcel”, que publiqué en digital y papel hace ya diez años. Me parecía muy apropiado para el 25/N, día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Imaginé que sería coser y cantar. Pues no. Me ha dado bastante guerra.

Café, periódico y un par de lavadoras. Hoy, curiosamente, es uno de los domingos en que estaba el precio de la electricidad más caro de todo este año en curso. Habrá demanda o lo que sea. Y hacia las doce decido meterme a chapotear con la fabada. Pensaba que las alubias ya habrían tenido suficiente remojo con unas ocho horas. ¡Ay, majo, qué confundido estás! Controlando los tiempos habituales en la olla, rechinaban entre los dientes. ¡La puta que las parió! Más duras que el cogote de san Pedro. Nunca me había pasado y ahora se me echaba el tiempo encima. ¿Quééé haaagooo?

Pensando que no me daba tiempo con les putes fabes, porque estaban más dures que les putes piedres, me pasa por la cabeza una idea salvadora en un relámpago de inteligencia: unos garbanzos con callos, quince minutos. Pero de bote de cristal y envase de plástico. Me enseñó esto para un imprevisto mi cuñada MA. Ahí estamos, me animo yo solo. He cerrado la olla programada para otra media hora, a ver si ablandaban las habas, y he dispuesto en otro fuego la cazuela con los garbanzos escurridos. Pero al coger los callos he observado la fecha de caducidad cumplida hacía tres meses… y al liberarlos del plástico, ¡ay, copón!, cantaban… la traviata. Y he dicho para mí: Si comemos esto, el socio y yo vamos directos a la ubi.

Vuelta atrás, a carreras, cámbiate y vete al carrefur exprés a comprar unos en condiciones. Dicho y hecho. Calentar, revolver, y a las dos estaba la comida donde el socio. A mí me ha tocado tapiñarme también mi parte de la cazuela, y tengo que decir que me han sabido a gloria. Luego he seguido rematando las fabas con suerte inesperada, porque mientras escuchaba el telediario se han terminado de hacer, con morcilla y todo, y se han multiplicado en ocho raciones como ocho soles. Cuatro días de premio. ¡Ole, tus cojones! He dicho.

A partir de aquí ha comenzado el sol a brillar. Literalmente, porque también se me iba a secar la ropa. Y a ello ha seguido una temperatura sobre quince grados, especial para la montan. Tanto es así que me he sentido comodísimo hoy en un recorrido de una hora, más emboscado que otros días para evitar una brisa casi inexistente. Hacía fresco, pero disfrutón. Contento por la suerte que estoy teniendo en este alargamiento extraordinario de una temporada como hacía muchas que no rulaba. Ojalá se mantenga así todo lo posible y me permita más o menos un ritmo de salidas.

En fin, LU, como puedes ver no termino de aprender a gobernarme. Y creo que será más difícil cada vez. Pero me defiendo, eso sí, y no me doblo. Lo que pasa es que por carácter estoy en las antípodas de cualquier persona organizada e interesada en progresar hasta la total y cabal autonomía como amo de casa. Desde el primer día que te marchaste, yo sabía que esto sería imposible y que me tendría que conformar con ir trapicheando para salir del paso con cierta normalidad. Esto pienso honradamente que sí lo cumplo. Y con ello me tengo que conformar.

Porque lo que no podré suplir jamás, no nos engañemos, es la vida anterior contigo. Juntos los dos, me habría comprometido a ponerme al día en el tipo de cocina que tú dominabas, tradicional, sencilla y bien rica. De esa manera fui aprendiendo contigo lo básico antes de jubilarme y después de jubilado lo puse en práctica durante año y pico, mientras tú seguías aún trabajando. Y te juro que me hacía ilusión verte llegar a mesa puesta, aunque me criticaras los fallos a menudo y las chapuzas de vez en cuando. Y me gustaba tu aprobación, de veras.

Pero la vida se encarga por su cuenta de hacer los planes a su modo.  Y por eso nos amontonamos un día sí y otro no. Es lo que me sucede a mí. Y créeme que me lo propongo y lo intento, aunque falla lo elemental. Bastante mérito me parece, cuando me juzgo, haber continuado con cierta dignidad hasta aquí y mantener con valentía el ánimo para seguir. Y no pienso exigirme más. Así de claro. Ya es bastante lo que hago... Sin ilusión.


25/11/23

Como los fines de semana descansa la tertulia (en el Valen nos llaman “los del monacato”), me siento a una mesa y me leo a placer lo más relevante del periódico. Sin prisa. Luego lo remato en casa con otro descafeinado de cápsula. Por la mañana, dame los cafés que quieras, pero después de comer, si me descuido, más de uno y ya no pego ojo. Un misterio de la naturaleza que conozco desde que era joven. Es así mi cuerpo serrano.

A las doce me llama mi buen amigo NB para que le dé aire a la bici. Una montañera muy chula que no le había visto, cara y con un solo plato más doce piñones, cosa también nueva para mí. No es raro porque yo no entiendo nada de nada de cosas técnicas. Fíjate cómo será que me he maravillado de sus frenos de disco y cuando he visto luego la mía, los tiene igual. Yo soy pretecnológico, antimecanismos y manazas. Todo junto. También es así mi cuerpo serrano. Nunca he arreglado nada de casa. O poquísimo.

Pero su visita me ha valido para animarme por la tarde a echarme al monte con la montañera tuya, LU. Que también me está saliendo divina y eso que se la compraste bien barata a la amiga de tu hermana. Eso me dijiste, creo, ¿no? Pues me he largado hasta Barru con vuelta por Vallejo a probar las ruedas nuevas. Maravilloso aunque lentorro, o esa impresión me ha dado. Son unas ruedazas que suenan en carretera con el ruido neumático de un tractor. Estaba bellísimo el camino de regreso por el robledal desnudo. Te añoraba, LU, o a alguien como tú a mi lado. Sin forzar nada, cómodo de patas. Genial, mientras pueda seguir con las salidas. Y ni un gramo de frío; al contrario, cuando he abierto el maillot al llegar tenía la camiseta calada de sudor.

En resumen, a mi pamplián, palabra piñera y, por tanto, muy querida para mí. Pero no puedo estar explicando todo. Cuando sea famoso y me haya muerto, que se encargue un lexicógrafo de hacer mi diccionario personal; pero siempre consultando con mi amigo JLC para los matices exactos según el contexto de cada una que empleo.

Y ¿a qué no sabes cuál ha sido el único inconveniente? Bueno, no me he dado cuenta hasta descabalgar en casa. El caso es que Paco el del taller me debe de haber hecho una gracia y con la reparación me ha colocado un forro de esos de gel en el sillín. Pero duro como un morrillo. Y eso es lo que me ha martirizado sin saberlo todo el camino. Me molestaba un montón porque se me clavaba a pesar de que el culote está bien reforzado. Hasta me escocía, cosa extraña después de una temporada larga de bici; sería más lógico al inicio, hasta que haces callo. Es esa anatomía que técnicamente se llama el perineo y que está situada para entendernos entre la bolsa y la bocha. ¿Lo pillas? Yo siempre he oído desde joven que es un espacio muy placentero para el sexo. A los exquisitos les debe de resultar excitante a tope. En mi caso, soy bastante elemental, no me va lo que me suena raro. En definitiva, que en la bici me terminaré acostumbrando y a lo mejor esa protección es beneficiosa a la larga.

Lo que me ha robado tiempo es que me he levantado, contra toda costumbre y por sorpresa, a las ocho y media. Hacía muchísimo que no resistía tanto entre las sábanas. Me he asustado, como si tuviese que ir a cumplir alguna obligación y me diese vergüenza. Es cierto que me he desvelado a media noche y tuve que entonar con un vaso de leche y media docena de horneadas. Mano de santo.

Y pienso que ha tenido la culpa de todo el haberme acostado tarde por entretenerme viendo una película sobre santa Teresa, de Ray Loriga, que tuvo bastante fama hace por lo menos una docena de años. Como no soy cinéfilo de sala, veo lo que me interesa cuando lo echan con retraso por la tele. Para los efectos, igual o mejor, porque tengo al lado el chocolate Valor o las patatas y la cocacola. A ti te gustaban más las palomitas, ¿verdad, LU?

Vi la clásica sobre la santa, a principios de los ochenta, protagonizada por Concha Velasco. Hay muchísimas versiones, algunas de las cuales pueden verse completas en internet. A mí aquella me dejó mejor opinión que esta con Paz Vega. La actriz es guapísima, pero no sé si me cuadran mucho algunas concesiones arriesgadas, como inventarse un embarazo que motivó su ingreso en el convento, o un deseo entre sexual y místico tan explícito, o su valiente cabezonería frente a la inquisición, etcétera. Bien, me planté casi en las doce y ya me dio vueltas la cabeza…

No en la cosa sensual, claro, sino por los años de estudiante en Valladolid, el ambiente en el colegio mayor y la facultad, los amigos y amigas del alma (alguno ya no está). Veía los carteles anunciadores de la película, me veía a mí mismo deambulando por la ciudad con un pitillo de “Tres carabelas”, el pelo largo, el cuerpo escuálido y todo el misterio de una vida por delante. Una edad, en conclusión, a la cual yo no tenía, como dice una canción de Aznavour, más que mi corazón como única arma. Y con ella conquisté ayer hasta donde pude. Y con el mismo corazón resisto hoy hasta que pueda.


24/11/23

Estaba tan a gustito leyendo a primera hora cuando me llama el Chico. Normalmente arrugo el morro con todo lo que me desconcentra. No lo puedo evitar. Sobre todo, con la gentuza que te abrasa a llamadas en el fijo con intención de estafarte generalmente. Y lo malo es que no puedes desconectar, pues basta que lo hagas para que no recibas la única del año seria. Tampoco se puede prescindir de línea telefónica si quieres mantener el Adsl…

Seis terminales (o como se llame eso), incluida la de Santa y tu propio móvil, LU, que todavía mantengo por sentimentalismo. Porque la Chiqui no quiere perder un gran número de grabaciones y conversaciones contigo. Yo, la verdad, lo abro algunas veces para actualizarlo, pero evito detenerme ahí porque me haría mucho daño. La cuestión es que la revisión periódica de finanzas de la que hablaba ayer, arrojaría una buena suma ahorrada si prescindiera de bastantes gastos de este tipo. En fin, lo dejaré como está.

El chaval, en definitiva, me envía un guas con unas líneas emocionantes. No suyas sino de un documento con una valoración muy encomiable de su trabajo en la empresa. Palabras de mucha confianza hacía él en lo técnico y lo personal. Las firma el responsable superior de su departamento.

Le contesto diciéndole lo orgulloso que me siento y, sobre todo, lo inmensamente orgullosa que te sentirías tú (quizá, te sientes). Sé que él espera esta respuesta de mi parte. Le insisto en seguir esforzándose y a renglón seguido leo lo referente a alguna mejora salarial, que ya me interesa menos. Y ni siquiera puedo fijarme porque los ojos se me empañan cuando le envío todo mi ánimo con un beso. Aparto el libro con rapidez. Me quito las gafas. Despejo la mesa. Y dejo que las lágrimas broten con abundancia y sin freno resbalando por la cara e inundando con un pequeño charco de agua (quizá, agridulce) la superficie del tablero. Antes de secarlo con el pañuelo me digo que ahí está mi corazón derretido y ahí estás también tú viviendo siempre a través de mis ojos. Como te prometí.

Hay tertulia animadísima con los americanos, Wayne y Sherry, a cuenta del uso de armas en los EEUU y la fuerza de la Segunda Enmienda de su Constitución. Luego derivamos y hablamos seis a la vez sobre la muerte de Kennedy, de Carrero, los secretos de estado y la virgen santa… hasta salirnos por los cerros de Úbeda. Por cierto, maravillosa ciudad, cuyo recuerdo se dilata en mi cabeza a lo largo de una ruta de olivares inmensos (mayor exportación mundial de aceite), junto con la entrañable Baeza, donde recalamos a comer y después pasear por las inmediaciones del instituto al que fue con destino A. Machado, para alejarse de Soria, después de la muerte de Leonor. ¡Ay, qué bonito y qué apenado lo cantaba el bueno de don Antonio! ¡Y cómo lo siento y cómo lo entiendo en mí ahora! “…Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo”. ¡Ay!

Salgo enseguida a pasear para retomar la tarea cuando antes por la tarde. No me decido a coger la montañera porque temo, sobre todo, la garganta. No hace todavía tan riguroso como para pasar frío, pero cada cual tiene su punto débil profesional; es decir, lo más gastado y, por tanto, más frágil y vulnerable. El aire helado me produce faringitis.

En el camino encuentro a mi amiguete JLN, que lleva la bici eléctrica y decide acompañarme hasta el polígono y vuelta. Aunque está en las antípodas de mi ideología política, hablamos casi siempre sobre ese asunto. Es tan visceral como sentimental y siempre que le noto que se emociona con algún asunto y me sonrío porque le sale una lágrima fácil, acostumbra a decir que “la fuerza del carácter suele proceder de debilidad de los sentimientos”. Le gusta repetirlo porque él sabe que es una frase de tono lapidario.

Le noto preocupado desde hace tiempo y se lo hago saber. Nos tenemos bastante trato y confianza. Hace meses que su mujer anda enferma a raíz de un amago de infarto y fastidiada de los riñones. Hasta el punto de que temen una diálisis más pronto que tarde. Con los inconvenientes consabidos residiendo en Aguilar. Comparto con él mi experiencia de tantos años de ir y volver al hospital de Palencia. Me dice que se plantea vender la casa aquí y trasladarse a la capital, para mayor comodidad. Se lamenta mucho de que ella no transija. Le digo que es muy difícil hacer mudanza total en su vida para una persona que mira su futuro con gran incertidumbre. Sin fuerzas. Tal vez sin esperanza.

Y cuando nos despedimos, aún recuerdo la visita hará un año a su chalet. Una casa magnífica en la que habían empleado buena parte de la ilusión de su vida. Me la enseñaron con detalle y mimo. Y me demostraron su cariño y su consuelo. La vida manda y, por desgracia, ha dado un giro y nos ha mostrado el infortunio. Ahora somos pasajeros en el mismo barco.


23/11/23

Estos últimos días me sucede que me despierto con la nariz un poco congestionada. Lo típico que solo respiras por un lado y que va alternando el tapón a ratos. Te desvelas a las cinco y es el izquierdo. A las seis y media, el derecho. A las siete menos cuarto me cago en su puta madre y me levanto. Porque me pongo nervioso por el recuerdo de toda una vida atascado y buscando aire como una morsa. Debe de ser el cambio de tiempo, que me afecta o me irrita los cornetes levemente sin llegar a constiparme. Pero me cabrea. A pesar de que la mejoría desde abril ha sido muy considerable.

Salgo como un galgo de la cama y veo que no hay pan para desayunar. Se me pasó anoche sacar algo del congelador. Digo: vamos a empezar bien el día y no jodamos. Tengo que untar con un poco de aceite una rebanada de bimbo, que es como salpicar con perlas la suela de una alpargata. Pero va para adentro, eso sí. Mi amasadora puede con todo. A las cinco ya había entonado con un colacao y tres horneadas, y si puede con estas es que está hecho a pruebas de bombas.

Solo cuando me he sentado frente al atril, bañado de la primera luz matutina y con el último libro de relatos de JO, me he calmado. Buen tipo, ¿lo recuerdas, LU? Cuando cerraba la feria por la tarde se formaban grandes corros en las terrazas del Retiro, donde se juntaba ese mundillo tan especial de la literatura en torno a unas jarras de cerveza. Allí te esperé varias veces y después de cerrar la caseta te acercabas saludando con esa sonrisa que me desmoronaba. La gente te saludaba y los escritores se fijaban en ti… o a mí me lo parecía, y me ponía como una moto de contento. Y se formaba durante un rato una tertulia sobre puras banalidades, donde lo de menos eran los libros. Yo te veía a gusto, LU.

Allí he aprendido y he disfrutado muchísimo. El humor irreverente de Luisgé M., y más aún el malicioso de Eduardo M., los chascarrillos de Chema y las anécdotas ilustradas de su mujer Marta S., la sensibilidad tranquila de Isaac R., la distancia reservada pero atenta de Edurne P., la autoridad periodística y narrativa de Berna G., la educada y precisa palabra de José O. (preso de amor por Edurne)… De este es de quien he comenzado a leer los cuentos de título un poco siniestro: “Mientras estamos muertos”. Es un cambio de rumbo importante en su cuentística hacia una narrativa de tintes más sociales. Muy brillantes los cuatro o cinco primeros que he leído. Cuando reviso los que voy a publicar, me pregunto muchas veces si están a la altura de esta gente que admiro tanto. Y me contesto con un solo propósito: cada uno tiene que ser él mismo, pero es bueno medirse silenciosamente con los grandes.

He dejado la labor cuando me ha llamado mi amigo Tt. para devolverme una novela que le había prestado. Iba camino del insti, así que no se ha parado más que para esto. Bueno, y para regalarme un boletus mediano con muy buena pinta, que no dejaré estropear porque no pasará de esta noche. Un poquito de ajo de fondo y cuando ya esté dos huevecitos en revuelto. ¡Qué poco necesita la vida de un ser tan simple como yo para ser feliz! Bueno, no solo eso, sino que tú también estuvieses por casa a lo tuyo, sin invadirnos las distancias, compañeros de los días y las noches de treinta años plenos.

El circuito de tarde ha sido intenso pero no ha llegado a una hora. No apetece, la verdad, si no se hace el esfuerzo. Vuelta al perímetro de la villa. Voy buscando las siete puertas de Aguilar, que algunos documentos suben a nueve. Por cierto, que siendo concejal me encargó el de Turismo, don AP (qepd), un artículo sobre este mismo asunto de las puertas y formó parte a su vez del portal de presentación de la página web recién estrenada del ayuntamiento. No sé si todavía seguirá colgado por ahí. Pero, con sinceridad, me quedó bastante bien.

El caso es que necesitaba volver pronto, pues me estaba poniendo nervioso la tarea programada desde hace días y que me cuesta muchísimo afrontar. Me refiero a que cada cierto tiempo me obligo a echar un vistazo a las finanzas familiares. Mi cuñado JR me contó una vez que él lo hace a diario y le encanta. Para que veamos lo diferentes que somos unos de otros. A mí me pone del hígado: no hay nada que me aburra tanto. Me ha llevado más tiempo que el paseo averiguar una cantidad pagada, porque la forma de anotar los bancos cada concepto es para mermados mentales, sí, y yo soy uno de ellos. Pues lo cierto es que no caía en que me habían descontado el pago anual de suscripción al periódico. Y a ver si el seguro me había abonado lo del móvil de la cría… Así sucesivamente… Pero si se lo comentas a los colegas te dicen que es muy sencillo, que el manejo de la página es muy intuitivo… ¡Cagondios! ¡Calla y no me lo recuerdes!


22/11/23

Está el tiempo como debe ser. Ahora sí. O sea, que no podemos repugnar porque toca lluvia y ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. No me quejo. El recogimiento ambiental es buen compañero para el escritor. Lo que me impide disfrutar del todo es que ando somnoliento por las mañanas aunque descanse, lo cual significa que a lo mejor necesito más tiempo en la cama. Pero no aguanto a partir de las ocho.

Luego del café tengo un rato buenísimo de periódico en la buhardilla, mientras MA faena abajo en la limpieza. Es cosa también recomendable por lo grata que resulta y no es experiencia frecuente: leer bajo un velux o claraboya mientras llueve. Aquí me pertrecho bajo la vertical exacta, me arropo con la manta sobre las piernas y dispongo otro café de los de cápsula sobre la mesita supletoria. Humeante y aromático, me conforta... Completo el rito apoyando los pies en el escabel que me preparó mi suegro. Le recuerdo mucho a tu padre, LU, lo digo de verdad. Yo le apreciaba y tú lo sabías. No sé por qué me dijiste bastantes veces que no nos parecíamos ni en el blanco de los ojos. Es posible. Creo que era su disponibilidad a ayudar desinteresadamente y en cualquier momento. En eso era admirable.

El sitio donde más veces me viene a la mente es cuando bajo al local. Le presiento en su laboreo incesante, siempre reparando algo en su mesa de operaciones, siempre removiendo la materia para construir: un auténtico “homo faber”. Hoy hacía tan desagradable para pasear que he llevado al Punto Limpio las bolsas que había dejado tu hermano I. preparadas con mil cachivaches inservibles que tu padre había dejado. Por eso ha venido a mi mente. He sentido un poco de pena cuando he sacado de las bolsas para su selección los restos de los artilugios que preparaba con madera. Ya dije que de todo ello me he quedado con cuatro gatos a la puerta de cada habitación de casa. Cada gato es un enigma y un homenaje.

Por la tarde he recogido en el taller de Paco tu bici de montaña con las cubiertas ya nuevas y preparadas para la próxima temporada. Me fijo en la que llevaba tu padre, también con las cubiertas nuevas que le regalé en la última fase en que salía regularmente. Como le vi que llevaba varios días intentando buscar algunas ya usadas, pero aprovechables, que pudiesen servirle de repuesto, le di la sorpresa. Y se alegró con esa sonrisa de satisfacción que a mí me hacía tanta gracia, porque significaba nuestra buena compenetración: él, buscando la manera de ahorrar y yo resolviendo a mi modo un tanto manirroto.

Así voy viviendo los días con una tranquilidad monótona que no me gustaría perder. Quiero decir, en general, pues tiene que haber además excepciones que den sentido y sabor a la rutina. Pero me siento tranquilo. Estoy a gusto con tu recuerdo, LU. Sin sufrir demasiado. Y a ratos, feliz de haberte tenido treinta años. Esta mañana tomaba café con LD, veterinario y uno de los hijos de la vecina de tu abuela en Salinas. El mítico corral de Salinas. Y me ha emocionado mucho cuando me ha recordado lo bien que os llevabais las dos familias y lo guapa que eras ya desde niña.

Y he regresado a casa con la conciencia de ser muy afortunado al haberte querido. Porque de alguna manera ese gran amor (que ya perdí y ya no siento), me servirá como referencia para reconocer algo semejante si llegara de nuevo. Y aunque ahora esté completamente abandonado, deshabitado y desolado, nunca se conformaría mi corazón con menos que lo que sentí por ti. Esta ha sido otra de las herencias más bellas que me dejaste. Y me abrazo a ella con fuerza, hoy, día veintidós, cuando hace año y medio ya…


21/11/23

Arranco la mañana con ímpetu, decidido a pegar un buen empujón al libro que ya abandoné siendo muy joven de un escritor superfamoso, americano, de quien se confiesa superadmiradora, a su vez, otra escritora a la que yo mismo tengo en muy buena consideración: la argentina M. Enríquez. Ya apareció esta piba antes en este diario en un par de ocasiones.

En la entrevista que presencio en Ínstagram comparto que hay que separar en cualquier escritor o artista la persona y la obra. Desde luego, son aspectos (voces) distintas, aunque a la mayoría le cueste tanto diferenciarlas cuando se escribe género autobiográfico sobre todo. El hombre de carne y hueso puede ser una hez y el artista un genio. Pero lo que no aguanto de ella es la opinión expresada con toda firmeza sobre el novelista en cuestión, porque no la apoya en un solo argumento. A mí esto me pone nervioso y me suele parecer una pedantería intelectual. Pura pose.

He intentado un par de veces hincar el diente a “El almuerzo desnudo”, de W. Burroughs, y no hay manera. El de esta mañana creo que va a ser el tercero y último (por mi edad), y de nuevo su prólogo me carga la cabeza y en el primer capítulo he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no dormirme. Bye bye, Will.  ¡Cómo me pesaban los párpados! Pero si había dormido muy bien… Aunque me rebuznaba la tripa...

En fin, a Mariana la seguiré todavía hasta ver lo que nos depara. Si traigo el caso a colación es porque el diario constituye la forma de confesión por excelencia. Uno puede intentar ser sincero al máximo. Debe hacerlo. Pero nunca será fiel al cien por cien, nunca se traducirá a sí mismo al pie de la letra. Es imposible, porque siempre habrá una intermediación, un entrometimiento, una “persona” interpuesta y ya ficticia: como la voz que yo he adoptado en el pseudónimo J. Medrano Gabilucho. Sí, soy yo, pero no exactamente el que tú conoces de carne y hueso. Pero no por eso soy un farsante, sino que tengo que decirte las cosas de una manera peculiar para que me creas, y para ello debo echarle un poco de cuento. ¿Comprendes? Y tienes que ser tú quien me interprete entre líneas para saber la verdad completa y desnuda.

En la tertulia con los americanos la charla se calienta porque conozco a pocos como este hombre a quienes les guste tanto la política; sobre todo, la española. Dije ayer que sus antepasados procedían de Cantabria, por error. Rectifico. Hoy me confirma que eran palentinos y gallegos. A pesar de todo, hay muy buen rollo y él se pasma un poco de nuestra costumbre de arreglar el mundo un rato y luego marcharnos todos tan campantes a nuestros asuntos. Le digo que es hablar por hablar. Y todos a la vez. Por pasar el rato. Sin demasiado rigor ni comedimiento. Algo españolísimo.

Duchadito, perfumadito y cambiadito, me he presentado en el Valen a las dos de la tarde. Nadie. No he querido preguntar al personal porque enseguida me lo he imaginado. He vuelto a consultar la convocatoria en el mensaje del móvil y, en efecto, la comida de jubilación a la que quería asistir es el veintiuno de diciembre… Aquí, un gilipollas: servidor de ustedes.

He retrasado el viaje a Santa por este asunto pendiente. Increíble. Todavía podría largarme mañana, pero también he confirmado que vienen días de lluvia y no me van a dar mucho juego que digamos. Para estar enclaustrado me quedo aquí. Tampoco me han contestado de Palencia a mi mensaje (ya sé que hay amigos que todavía no utilizan el móvil y no abren el ordenador en un mes), así que nos mantendremos en la casa madre. Tanto me da. Aquí y allí y en cualquier parte estoy contigo. En realidad, con vosotras.

La burra, en reparación donde Paco un par de días. Me ha relajado después el largo paseo sin salir del pueblo, pero a muy buen paso. Otra opción que también mola si no hay alternativa. Lo que no me convence son esos otros planes “b”, como dicen, que se reducen al mínimum de mínimos. Hablo de quienes aconsejan que no pase día sin actividad física aunque sea de un cuarto de hora. Otros he leído también que aseguran que es de sobra subir cincuenta escaleras diarias. Hay quien enseña incluso una tabla variada de ejercicios aprovechando las posibilidades ergonómicas del domicilio. Me parecen bobadas. No soy de gimnasio, pero eso es lo serio si alguien quiere de verdad convertir la actividad física en un modo de vida. Y los demás, por lo menos el menda, con intentar hora u hora y media al aire libre cuando se pueda, me resulta más que suficiente. Un poco a mi bola y sin fundamento. Pero constante.

Anoche bajé como un lobo al olisque. Ya me lo criticabas tú a veces, LU.  Esas setas grises de este tiempo que me trajo tu hermana me parece que son lepistas y tenían el mismo toque rico que cuando las ponías tú. Por supuesto, también cometí el mismo error. “¡Hala! ¡A lo abultazo!”, me hubieses dicho, me lo imagino. Pues sí, lo cogí con ganas y llené el plato tapando los dos huevos con puntilla. Con pan y todo, aunque ya no tengo costumbre en la cena. Rebañando hasta el borde…

Y a las seis de la mañana me desperté con gorgoritos en la barriga. Son fuertes, las cabronas. Ya me decía hace treinta años un compa de la FP con quien aprendía en mis comienzos de setero (luego perdí la afición), que las de esta clase son sabrosísimas pero que si te pasas terminas cagando uralita. Ni más ni menos. Para no caer en la tentación otra vez, las he repartido en tres táper y las he congelado. Para cuando ya no las haya, que es cuando mejor saben. De lujo.


20/11/23

Ya desde primera hora tengo que andar a carreras y con títeres. Se me han acabado las pirulas de la tensión, que tampoco estaría mal dejar una temporada. A ver qué pasa. Ahora la tengo de libro, pero si lo interrumpo, ¿qué sucedería? Con unos cuantos kilos de menos, a lo mejor me aguanta nivelada. Me digo: Consultarlo con la mediquilla. En fin, recetas, cita en el médico, farmacia, también reponer lo del magnesio… Uf, soy disciplinado pero cuánto esfuerzo me cuesta. Cuánto tiempo perdido en pijadas. O no.

Luego, la inmobiliaria. Los recados como tesorero. La visita al banco. No hay semana que libre. Como soy de los que vive permanentemente en el pueblo y estoy jubilado… “¡Qué más te da a ti, coño!”, dice el vecindario.  Pagada la última obra. Menos un caso. ¿Qué hacemos? Me olvido porque no merece la pena consumir energías mentales en ello.

Lo que más me molesta es que gasto lo que más valoro, que es mi tiempo verdaderamente útil. Lo otro es mero utilitarismo. Y me enfado conmigo por capullo y servicial en demasía. A lo tonto. Pero yo creo que se hereda: así era mi padre y, curiosamente, también mi suegro.  Sin embargo, tú, LU, no eras muy partidaria de esta solidaridad para aprovechados. Más bien creías en el refrán clásico: En comunidad, no muestres habilidad. Y recuerdo que fuimos los primeros jefes de escalera, cuando tú llevaste las cuentas divinamente y todavía hubo gente que gruñía. Eso sí, cortaste radical. En eso siempre te admiraré. Sin más explicaciones.

Antes de estos y otros recadillos, he disfrutado hoy en la tertulia con los americanos. Ya les echábamos de menos. A esta pareja (matrimonio) le priva la política, porque él fue profesor politólogo en la universidad, aunque lleva ya bastantes años jubilado. Sus lejanos ancestros fueron españoles emigrados y vinieron en busca de sus raíces cántabras hasta que recalaron aquí. Y prácticamente no han fallado, excepto cuando la peste.

Yo les conozco desde la tertulia en Los Linajes, o sea, tela de años. El tipo es bregado y le mete nivel al debate, y eso a mí me pone a cien, me reta, me revive. Pero todo discurre con gran camaradería y mucho intervalo de risas. La gozo. Este tipo, W., me llegó a interrogar en un aparte ya el año pasado: “¿Tú estás siempre contento o lo disimulas?” No sabía lo tuyo, LU. A veces he comprobado con algunas personas, incluso conocidas, que doy la impresión de una alegría interior que en realidad no siento. Pero sé por mis lecturas que es típico, paradójica y curiosamente, de ciertos temperamentos existencialistas, nihilistas o trágicos. Una máscara social contra la amargura. O reír por no llorar, sin más.

A ratos me doy cuenta de que a la pobre señora no le dejamos meter baza y termina un tanto desanimada. Su marido, fundamentalmente. Son pragmáticos, como buenos americanos, más bien conservadores. Acomodados sin hijos y con una excelente pensión doble. Así viaja cualquiera. Pero yo no iría a la costa Oeste en tur de placer. Ellos viven en LA (California). Otro mundo. Mi única posibilidad es que tú quisieras ir conmigo. Como a cualquier otra parte del ancho mundo. Y me temo que no podrá ser. ¿O sí?

Cuando estoy regresando a casa con intención de retomar el trabajo, me sorprende un guas en el móvil que no había oído. Y se me termina de arreglar la mañana, como si me hubiera tocado un pellizco en el euromillón. Mi reina del táper me advierte que hay sorpresa en el local. Me he tirado en plancha en cuanto he llegado. Lo apaño y lo subo a casa en volandas, como eleva un cura con las dos manos el cáliz para consagrarlo con el cuerpo y la sangre de Cristo en su interior. Lo dispongo sobre la mesa. Abro. Y dejo que el efluvio de la mercancía me perfume la cara como un sahumerio… No voy a decir qué… Os jodéis.

Pero al cabo de un rato de haberlo metido en el frigo, lo he vuelto a sacar y he comido un par de cucharadas en frío. Bah, para qué explicar. Me temblaban los dientes de cariño y la boca se me llenaba de gusto. He decidido estirarlo para guarnición diaria de las cenas a lo largo de esta semana. O sea, hoy, sin ir más lejos, huevos fritos con… guarnición. Esa guarnición. Mañana, guisantes, con… esa guarnición. Y así todos los días. Hasta que se acabe y me eche a llorar. Porque no dejo de pensar y agradecer: ¿Qué mérito tendré yo para que esta bendita se apiade de mí? Es decir, de mis papilas gustativas y de mis jugos gástricos. Que es donde reside media felicidad del hombre. Y me digo por lo bajinis: La bola que no pare. Come y calla.

Por la tarde, el tiempo afea mucho. Ya lo esperaba y no contaba con salir en bici, pero la mañana me había levantado ciertas esperanzas. Nada. Resignación de momento, y me temo que va para largo. Lo iremos viendo. Me pego un paseo largo y doble por el perímetro del pueblo. Me acerco a los chinos a unas chuminadas. Miro donde Paco y cerrado dos días. Bueno, pues la de montaña tendrá que esperar a estrenar calcetines y zapatos.

¿Qué haré pues si se mete de verdad la invernada y no puedo salir más que un ratito después de comer? Esto me pregunto. Y me digo lo de siempre: ponte a leer y deja de marear la perdiz. Solo hay que cambiar varias veces el lugar de lectura dentro de casa. Ya está. No es novedad. Y si retorno a lo escrito en este mismo diario hasta su pasado lejano, puedo tener una pista de mis costumbres a lo largo de muchos años. Además de literatura neta, por esta época me suelen apetecer cosas sencillas, no muy largas, de ensayo y reflexión existencial.

¿Es casualidad que revise el Babelia de este sábado y allí se haga referencia en un artículo a toda página a “la permanente novedad del estoicismo?”. ¿O también es una necesidad estacional para otros como yo? Se hace referencia a libros clásicos de Séneca, Epicteto, Marco Aurelio. No hay más que echar hacia atrás y en este diario se encontrarán esos nombres en mi biblioteca y unidos a mis cavilaciones o cábalas. No sé por qué. Pero soy así. Quizá porque me sienta bien en este tiempo de recogimiento. Me trae serenidad de ánimo. Ataraxia, lo llamaban los filósofos antiguos. Y para ello también se presta el apartamiento hasta la atalaya del pisuco en Santa. Lo tengo comprobado. Solo, perdido entre la gente, anónimo y reconcentrado en el destino de la vida y en la pregunta radical que no me dejaré jamás de formular: LU, tú que definitivamente eres luz espiritual, dime si volveremos a vernos alguna vez. Contéstame…


19/11/23

Tengo comprobado que no debo hacer demasiada mudanza en el hábito de la cena diaria, porque el añadido del vasito de leche caliente para tonificar el cuerpo y coger mejor el sueño es una trola. Una bola para engañarse uno mismo y meterse al buche las galletas que quepan apiladas entre el pulgar y el resto de los dedos de una mano formando una “C” prensada.

El problema es la distancia entre la hora de la cena y la de irse a la cama. Si ha sido una frugal colación (como decían los antiguos), ya se ha bajado hasta los pies y la panza comienza a solicitar juerga. Como no la atiendas, ni te duermes ni puedes parar entre las sábanas y terminas levantándote al ataque del frigo. Y para colmo, te cebas con media docena (o más) de esas horneadas que me recomendó una amiga, y sientes a media noche que se te levanta en alto el estómago. Porque medio kilo de ese material por un euro ochenta y dos, se paga, pero no barato sino caro de cojones.

Son tan indigestas que la lavadora interior no lo digiere, como si le metieses unos calzoncillos con restos sólidos de mierda. ¡Cómo va a poder con eso la barriga! A mí me lo ha aclarado mi Chico, el lebrel: “Papá, que aquí pone una marca de calidad que va desde la A a la E y este producto está en la E”. O sea, insano hasta el punto de que habría que enchironar al fabricante y a quien lo autoriza, pues se envenena con descaro a quien no tiene para comprar mejor. Porque al gusto están muy buenas, son galletas muy golosas. Yo recomiendo últimamente las de Boca de Huérgano, para el café de la sobremesa. Un par de ellas. Son otra cosa.

Anoche este error me costó dar vueltas haciendo la croqueta en la cama hasta las dos y pico. Con tres o cuatro escapadas al sofá y sus correspondientes encendidos de la tele. Había un programa de actualidad política. Afortunadamente, porque creo que fue eso lo que me hizo capitular la mente y conciliar el sueño. Lo malo es que por la mañana me resulta casi imposible superar las ocho sin estar con los ojos como conejos por muy poco que haya descansado. Pero el resto de la noche, bien, casi de tirón.

He oído en el telediario que se avecinan días con bajones importantes de temperatura. Bien arropado he salido con la burra fina hasta Barruelo y, como es lógico, he disfrutado como un burro. La otra bicha, esperando al taller. Te la voy a dejar niquelada, LU, con cubiertas y cámaras nuevas flamantes. Por si se puede seguir con estas saliditas de vez en cuando, y si no, preparada para la próxima campaña. A ver lo que da de sí. Tan solo un poquitín de dolor en el muslo. Me mancó el cuerno. Está morado. A primera hora me llama mi Chica, la Chiqui, preguntándome si es de importancia la caída… Pues no, por suerte. No me explico cómo me lee a diario, si esto no hay dios que lo aguante. Pienso yo que un padre es un padre. Será por eso.

Barajando una excursioncita a Santa. Me gustaría dar una vuelta por el pisuco antes de navidades. El caso es que el martes tengo comida de jubilación aquí y el jueves a lo mejor llamo a mi amigo CA para meternos unos caracoles en Palencia antes de asistir a un acto en la Caneja. Recibo información semanal y he visto alguna conferencia que me atrae. No sé si a este le apetecerá tal planazo de menú, porque es un poco mirado para estas exquisiteces que solo nos petan a los de pueblo; en fin, que pida otro tipo de ración, que la señora es una cocinera tradicional de bandera y yo le tengo mucha fe. Y si me repugna un poco, pues voy solo y asunto concluido. Ya quedaremos para después en el café. Coño, que esto de poseer paladar absoluto al final me lleva con frecuencia a dar gusto a todo quisque. Lo dicho: me apetecen caracoles. Tengo que llamar con antelación.

Ya sé, LU, que fuimos en un par de ocasiones, cuando el Chico vivía allí al lado, porque es de los pocos manjares con que sorprendentemente le apeteció probar una recomendación de su padre. Y es cierto que desde entonces le privan tanto como a mí. Tengo pensado algún día esperarle a su paso por Palencia, un viernes, y quedar allí para el festín. A ti no te gustó gran cosa esa cocina casera. Recuerdo que pediste algunas croquetas y un poco de sepia. Pero intuyo que no tenías cuerpo después de pasar por el hospital, por muy rutinaria que hubiera sido la consulta. Lo hacías por nosotros.

Ese bareto, el piso donde vivía el Chico y, sobre todo, la bellísima iglesia de san Miguel, irán por siempre juntos en mi recuerdo de ti… La vista oblicua desde la habitación que ocupaba él y donde yo pasaba la espera leyendo y escribiendo cuando hacía un frío horrible… Mis ojos húmedos de lágrimas y la niebla matutina envolviendo y filtrándose sinuosamente como una sierpe con alas a través de los vanos de la torre, divididos por parteluces de tracería maravillosa… Ay, LU, que tú ya no vives para describírtelo de nuevo cuando salías del hospital y retornábamos a casa por centésima vez con nuestra angustia íntima y secreta. La música a bajo volumen dentro del coche. El camino consabido sin apenas comentarios. Dormitabas a ratos. Y yo te miraba mientras conducía y posaba una caricia breve de mis dedos en tu rostro. Cada vez con menos esperanza. Pero estabas todavía.


18/11/23

Quizá estás enfadada, LU, por las cosas que te cuento con una crudeza que no utilicé cuando vivías. Ya te lo dije, esto es un diario y me debo, ante todo, a la verdad biográfica. A veces, muy íntima. Espero que casi nunca indiscreta. Y, desde luego, jamás con intención ofensiva. Puede que se me deslice algo de torpeza en ocasiones sueltas. Pero todo lo compensará al fin el propósito real de estas líneas: una prueba de amor y despedida.

Lo que tampoco me podrá censurar ni tú ni nadie es no haber evitado el recurso al humor en asunto que exige tratamiento de máxima delicadeza. He pensado, si te soy sincero, que no me gustan los enfoques tradicionales que cargan las tintas en lo luctuoso. Por muchas razones, pero la fundamental es que nosotros asistimos durante quince años a tu muerte diaria y tuvimos que acostumbrarnos a ese horror como si fuese una compañía más en nuestras vidas, una mascota más o menos domesticada. Hasta que se alzó en rebelión y nos devoró. Para todo este delicado proceso tuvimos que buscar incluso momentos de disfrutar y reír. Yo diría que los doce primeros años. Sí, mi querida LU, tuvimos que reírnos de la muerte para resistir. Durante toda esta serie de mi diario compartiré el mismo humor variopinto y sosón que siempre he gastado y que a ti solo te hacía gracia porque revelaba mi ingenuidad, mi confianza y mi tranquilidad hasta que llegara la victoria final. Que nunca llegó. Y en la que tú misma nunca creíste del todo. Esa es la verdad. Pues bien, LU, es hora de decirte que en el fondo yo también vivía con la sospecha de un desenlace fatal. Con una ilusión impostada. Disimulando.

En fin, tomemos las cosas por el lado amable, risible, ¿por qué no? En este sentido presiento que me quieres dar alguna lección o algún coscorrón, para que no me pase de gracioso o no sea tan bocazas. Sería como en la película de “Ghost”. Eso es lo que creo que intentas comunicarme cuando llevo cuatro días saliendo con tu montanbici y ya he tenido dos percances incomprensibles. Hasta ahora no recordaba más que una caída, este verano, con rasguños. Parece que te molesta que use tu bici, LU…

 

Anteayer bajo los puentes de la autovía, camino de Villaescusa. Un culatazo tremendo. Entras un poquito ligero en un bache, o mejor, un socavón (so cabrón), y el impacto de la rueda trasera provoca un salto del tronco en el aire que tiene su efecto demoledor en el descenso aplastante contra el sillín. Si el cuerpo asienta en el pico hay dos posibilidades. La primera es el espachurramiento de la masculinidad, cuyo dolor sube por delante desde las ingles pecho arriba hasta la garganta; es lo que se llama ponérsete los huevos de corbata. Literal. Tuve que parar y sentarme un poco en unas piedras junto a un pilar gigantesco, que vibraba al paso de la circulación a veinte metros por encima. Como el temblor de mi cuerpo. Bebí de la botella y conseguí mitigar el dolor y la palidez, y volver a montar con cuidadín y con las piernas estevadas, o sea, arqueadas como las tenían antaño los avezados a cabalgar en caballerías.

La segunda opción, no menos jodida, es que se contacte violentamente, mediante un golpetazo seco, con el culo contra el lomo del asiento. Ah, joder, joder… Entonces el dolorazo sube desde la curcusilla, a través de la canal maestra, hasta el colodrillo. Me explico, una descarga eléctrica a través de la columna desde la rabadilla hasta el cogote. Se corre el peligro de tazarse o sajarse la lengua si pisan los dientes mal. En todo caso, prácticamente como un empalamiento. Hay que recuperarse de un agudo sufrir hasta detrás de las orejas. Dios te pille confesado.

Lo de hoy, en principio, no tenía que temerse tanto porque me he movido por terreno menos abrupto. Me gusta salir pronto para tener hora y media sin que se me apague el sol por el Finisterre y el camino idóneo es la carretera. La ruta hasta Gama volviendo por Villaescusa y completando ya aquí, en el pueblo, hasta el pantano, es gustosa. Por hacer veintialgún kilómetros y venir un poco sudado. Porque de lo contrario, el mero paseo es de vejestorios, no satisface y debe reservarse para cuando no haya más remedio o con la edad no demos para otra cosa.

Pero bueno, a la salida del pueblo mentado he tenido que evacuar la mucha agua que bebo últimamente y que me va de perlas. En el entradero de una cambera es donde se me debe de haber pinchado la rueda de atrás sin darme cuenta. Monto y doy un poco de estopa hacia abajo y comienzo a notar fijación a la calzada y dificultad para coger el ritmo. Me bajo y compruebo el viento: bien en las dos ruedas. Seguimos. Y en un repechín, al meter un cambio fácil, se me ha salido la puta cadena y ya no he tenido tiempo de desclavar las calas de ninguno de los dos zapatos… y me he clavado una hostia mediana. Afortunadamente cayendo contra el arcén con mullido de hierba. Compruebo que no me he mancado gran cosa, excepto que el cuerno derecho también se me ha clavado un poco en el muslo, a dos dedos de la pobreza. Menos mal. Solo me faltaba volver con un cojón. Poco ha faltado. Se quedará en un pequeño hematoma.

El regreso ha sido muy pesado, pues todavía no perdía el alma la rueda herida. Ya pensaba yo que tenía flojera en las piernas y me estaba entrando la rabia machirula, picaba en los cambios y no adaptaba el ritmo de patas, pedaleaba como un pato… hasta que el ruido en el firme me ha puesto alerta: Ay, ay, ay, que me sabe a calisay… Ese ruido sordo de agarre blandón contra el asfalto… No digas más, he pinchado. Mecagonsuputamadre. Del cabreo no me he bajado de la burra hasta la misma puerta del local de casa. Me he dicho: aunque llegue la cubierta hecha jirones y la cámara como queso gruyer. Pasado mañana, donde Paco. Punto.

El caso es que soñaba con rematar la faena de hoy en la presa, tirándole unas fotos a la mítica secuoya rodeada de bancos con patas de colores. He cambiado rapidísimamente de montura porque se me iba la luz. Y me he plantado en un pispás en el lugar elegido. Se me había ocurrido que podría resultar simbólico sacar en el Ínstagram al Gran Árbol rodeado bajo su copa de todos esos bancos de diferentes colores.

Y poner una coplilla al estilo machadiano en la que se explique la imagen. Algo que diga que si no hablamos y miramos todos hacia el árbol, si cada cual gira el cuerpo y enfoca la vista para su lado particular, perderemos la perspectiva. No nos entenderemos. Haremos un pan como unas hostias. A ver cómo me sale al amanecer, cuando lo publique. De momento, me duele un poco el golpe en el muslo del manillar de la bici. Me duele el puntazo del cuerno del toro español. Me duele España. Como dijo Unamuno.


17/11/23

Tú lo sabías de sobra, ¿verdad, LU?, que me conocías a la perfección. Y me observabas porque te preocupaba cómo me afectaría tu enfermedad. Yo lo veía: cuánto amor había en ti para aguantar a solas y guardarte tu sufrimiento. Que no nos alcanzase a tus hijos ni a mí. Casi hasta el final, hasta que te desbordó. A los chicos, por fortuna, durante muchos años ni siquiera los preocupó. Por mi parte, superado aquel impacto inicial por un miedo que me hizo perder bastantes kilos, enseguida supimos que no me impedía trabajar, por ejemplo, ni en el insti ni en mi escritura; al contrario, se convirtió en una inmejorable vía de escape.

No, no hay en mi caso ningún síntoma depresivo. Pero acepto que alguien que me lea pueda pensarlo y me lo comente con total confianza. Y lo agradezco. Pero no es eso, sinceramente, lo que siento. Puede que me descubra a ratos un poco triste o, mejor dicho, melancólico. Le pega más a mi temperamento analítico e idealista. Sin embargo, no experimento los rasgos patológicos de libro: inapetencia, insomnio e insociabilidad. No es mi caso ni me reconozco enfermo. Mi situación, en definitiva, es la natural de alguien que debe superar el luto y se duele. Es un proceso humano, incluso necesario para sanar el alma y reactivar el corazón.

Por otra parte, mi implicación en las cosas mundanas, de fuera, siempre es muy vehemente. Me debato conmigo mismo y discuto con brío la complejidad política del momento actual, me preocupa y leo lo que puedo sobre los cambios sociales, me enfado como un mono si no me responde el cuerpo con la bici y noto el vigor sexual que me empuja como hombre; y, sobre todo, no hay manifestación cultural o artística sobre la que no intente estar informado. Especialmente lo relacionado con la literatura, en que sigo manteniéndome al día como el que más… No, me repito a mí mismo, esto no es lo propio de alguien desahuciado. Yo no me he descabalgado de la vida. Muy al contrario, para quien me conozca a fondo.

Otra cosa distinta es que un diario personal exige reconocer la verdad: autoinspección íntima, estados pasajeros nebulosos e incluso borrascosos, hasta determinados instantes de un gran padecimiento moral. En los ojos y en la garganta golpean de súbito los mensajeros del dolor por la pérdida de quien has amado. Basta fijarte un poco más en una foto que siempre tienes a la vista, o percatarte de que bajo esa bata colgada reposa todavía otra prenda casi olvidada, o un vistazo imprevisto dentro de tu zapatero (oh, el fetichismo cariñoso del calzado), o un olor que no te resistes a liberar de un frasco de colonia quieto, cautivo, ¿inutilizable ya? Y el señor de todos los demonios que envía la muerte: desvelarse a media noche o despertar al alba, cuando en el estómago y en el pecho se produce un retortijón, una desazón brutal. La conciencia inmediata y cruel de haber olvidado por unas horas… Y preguntarte: ¿Por qué he tenido que despertar? Para un soñador es aplastante el peso de la realidad. Insoportable. Sin embargo, debes levantarte. Debes seguir viviendo.

El tiempo, dicen, siempre juega a favor y contribuye a curarte. O, como mínimo, a aliviarte. Lo creo porque vengo notándolo día tras día. Pero también existe, aunque se hable menos, una amargura que se va agrandando y me daña progresivamente, como si se tratase de un mal derivado. En mi caso lo padezco de forma muy dolorosa, porque no recuerdo en mi vida haber estado tanto tiempo sin querer a nadie. Es el vacío de los sentimientos, LU. Me resulta inconcebible porque nunca llegué a pensar que pudiera suceder algo así en un amor tan grande como el que te tuve.

Pues bien, después de haber admitido desde hace meses que mi cuerpo ya no te reclama ni te desea, más horrible es comprobar que en mi corazón se van enfriando los sentimientos y voy dejando de amarte. Solo vas quedando en recuerdo. Y me espanto al volver mis ojos hacia el interior de mi pecho y comprobar que poco a poco me vas resultando indiferente. Este es mi padecimiento ahora mismo. Por tanto, cuando digo que estoy solo no significa que no soporte no tener a alguien que me quiera, cosa que no me importa demasiado. Me estoy refiriendo a que mi corazón se está vaciando de ti y dentro solo queda frío, oscuridad y silencio. Estoy diciendo que solo soy un hueco que no tiene a quien querer. Y esta sí que es para mí una carencia terrible. Una verdadera insuficiencia cardiaca.


16/11/23

Tenía que reponer un ambientador porque se me estaba acabando el último de los dos que compré después de ti, LU. Antes te encargabas tú, ya lo sé, pero di por casualidad con uno que me encantó y me aseguré comprando para bastante tiempo. Solo lo utilizo excepcionalmente, la verdad, porque abro la ventana exterior en el baño de arriba; pero yo creo que es que me aburro hasta sentado en el trono y me da por enredar y jugar y pegar unos fogonazos con el pulverizador. Por hacer algo.

No sé si a ti te habría gustado este aroma. Lo que comprabas olía más a colonia de niños. Este quizá es un poco empalagoso y fuerte, pero eficaz a tope. No había probado uno igual. Es tan intenso que he caído en la cuenta de que hace tiempo que me recuerda una sensación olfativa muy característica y asociada en mi mente con un recuerdo tuyo. Puede que mi buen olfato desde la operación se me estimule sin ser consciente.

Compruebo el envase por curiosidad y es, lógicamente, un producto francés comercializado en el Auchán. “Pivoine de chine”. ¿Pivoine? ¿Qué es pivoine en francés?”, me pregunto de repente. Móvil. Google. ¡Peonía! Estoy sentado en la taza. Pego varios tiros de aerosol. Cierro los ojos. Espero… ¡Será posible! ¡Ya sé lo que es! Se trata de una fragancia conseguida artificialmente, pero sin duda se ilumina una bombilla dentro de mi cabeza y lo veo claro, claro, claro… O sea, lo huelo claro.

Lo vas a entender en el acto, LU. Mis paseos por Santa. Desde que te fuiste he bajado muchos días por Prieto Lavín, cruzando los Castros, hasta desembocar en Pontejos. ¿Sabes ya dónde te digo? Era una ruta que habías trazado tú porque me demostraste que para llegar al paseo de la playa, desde nuestra casa, no había otro camino más corto. Yo te lo discutía solo por el gusto de constatar ese sentido práctico y realista tuyo del que estaba enamorado como un animalillo salvaje (me encantan las mujeres así, como sabes, porque tiendo a tener la cabeza llena de grillos).

Durante mucho tiempo nos fijábamos en un chalet estupendo a la venta en la esquina y, en el número diez exactamente de Prieto Lavín, en otro con puerta automática corredera sobre la que se levanta un arco pobladísimo de flores, como el que Amadís llamaba "Arco de los leales amadores". Y allí, allí, es donde yo he olido eso que ya llevo pegado a mi sentimiento porque es una manera de oler a ti, de sentir a ti, de volver a ti. Si no me equivoco, son peonías, cientos de flores rosas donde alguna vez te retraté.

¿Dónde iría a parar la foto del móvil? No importa, porque desde que M. Proust nos enseñó en su caudaloso libro “En busca del tiempo perdido” que se puede recordar la infancia por el olor de una magdalena del desayuno, sabemos que no hay nada tan fiel para el recuerdo como la pituitaria. ¡Cuántas veces paso por allí, LU! Y miro a mi lado y no te veo. Y si es día soleado, por mucho que lo lamente solo veo mi sombra. Pero cada vez que regreso a Santa mis pasos me llevan a aquella calle estrecha y en curva, como escondida dentro del corazón. Donde yo llevo toda la geografía de toda nuestra existencia juntos, de todos esos treinta años, como si se tratase del Google Maps, para guardarte definitivamente y para siempre allí. Y no perderme por si alguna vez quiero volver. Porque un día tendremos que despedirnos.

En fin, que no quería en principio hablar de esto anterior. No me explico cómo se interfieren las ideas en mi cabezota y me despistan y me desvían. A no ser que mi cerebro esté invadido por los grillos. Ya lo he dicho antes. Pero hay días que salen así, atravesados de interrupciones, de visitas no deseadas en la mente, de encuentros seductores con personajes de ficción, de planes inesperados para una vida nueva. La vida de la imaginación es imprescindible para evitar el hastío, es verdad. Pero alternando con la vida real. O sea, que me gustaría disfrutar de las dos. Viajar habitualmente con la mente, y ocasionalmente también con el cuerpo. Si tuviera con quién. No en viajes del Imserso. Mejor dicho: cualquier tipo de viaje, pero con quien quiera yo viajar. Ni solo ni compañeros de autobús.

Viaje poético el de primera hora. Tenía planeado escuchar algo de la segunda parte de la investidura, pero se me han ido las manos a un libro de G.A. Carriedo, seguramente uno de los mejores poetas palentinos de la época moderna (no tanto contemporánea). Se cumple el centenario de su nacimiento. Desconecté con el proyecto de mi amigo JA. Tengo que informarme si finalmente habrá algún homenaje sobre este escritor antes de que termine el año. Voy saltando páginas en sus obras completas. A capricho. Por libros y estilos. Demasiado vanguardista en algunas épocas. No llegó a los sesenta años. Veinte libros de poesía de excelente calidad. Ninguna repercusión. JA me dijo que aquí, en su tierra, en Palencia, hoy por hoy, no conocía a media docena que le hubiesen leído,  ni siquiera en parte.

¿Para quién? Y, sobre todo, ¿para qué? Y me planteo qué aporta un escritor apenas conocido, de segunda fila como Carriedo. ¿Y uno de tercera como yo? Quinientos ejemplares de una novela, ¿es tener lectores? ¿Y ciento en un diario? Aparte de eso, ¿quién puede compartir la vida con un friki de este tipo? Yo al menos tuve una profesión reglada y remunerada. ¿O no, LU? Pero desde que me he jubilado, me cuestiono si me soportaría una nueva compañera sabiendo que sobrevivo encaramado en esta buhardilla como un búho tristón en su nido. Pegando picotazos a las teclas varias horas.

En realidad, sin nada interesante que ofrecer a nadie. Ni a uno mismo, por mucha ilusión que pueda hacerme mi próximo libro de relatos para este verano. O la bici que he retomado después de comer en compañía de un sol cariñoso y un cuerpo agradecido. Tanto es así que tal vez debiera uno aterrizar en la cruda realidad y decirse a las claras la pura verdad: que seguimos aquí en espera de no se sabe bien qué, haciendo algo por entretenernos. Que no se debería molestar a nadie en adelante. Que deberías prepararte para aceptar que tendrás que hacer el resto del camino con las fuerzas que te queden y con tu propia sombra. Que estás solo.


15/11/23

Por supuesto, a las doce no he resistido la tentación de ver un rato el debate de investidura. Son excepciones las veces que enciendo la tele por la mañana. Esta ha sido una de ellas. Y supongo que mañana será más de lo mismo, pero también me podrá la curiosidad. Luego me suelo arrepentir porque cuando uno acumula experiencia de años al final tiene la sensación de “dejà vu”, o sea, nada nuevo. En fin, ante desacuerdo tan abismal, la única solución es la democrática: votar sin cuestionar los votos; y si se cuestionan, que resuelvan los jueces. Así de simple. Por la tarde, a estas horas, ya habrá presidente. Y miraré la mesa pensando qué bien habría hecho dedicando ese tiempo a leer.

Tengo que confesar que la política ha sido siempre para mí una afición, como la enseñanza una vocación, y como la literatura una pasión. En orden de interés inverso a como lo acabo de expresar. Aunque lo cierto es que siento curiosidad por muchos aspectos de tipo artístico e intelectual. Sobre esto, uno de los rasgos más curiosos de mi carácter para ti, LU, fue comprobar que era más flexible a lo que tu proponías que al revés. Me lo dijiste con frecuencia.

Por ejemplo, yo nunca seleccionaba con el mando lo que íbamos a ver en la tele salvo contadas excepciones, y esta es una prueba familiar concluyente como bien sabe todo el mundo: manda el del mando. Para mí lo importante era estar juntos, a veces comentando bobadas hasta que pedías que me callara. Y sabes de sobra que muchos viernes regresaba a casa pronto de tomar unos vinos con los amigos solo por estar contigo a sabiendas de que a ti no te apetecía salir. Como mujer, al principio sospechabas que algo buscaba… pero el tiempo te convenció de que no era así (bueno, alguna vez…), porque además mis mañas me hacen ser muy previsible y expresivo.

Y ya que salen a colación estos detalles de nuestros respectivos temperamentos, muy diferentes pero compatibles en general, también tienes que admitir otra característica que nadie se imaginaba conociéndonos desde fuera: nuestro modo de intercomunicación como pareja. A simple vista, cualquiera hubiese supuesto que yo soy un hablador compulsivo, torrencial, incansable y que a ti no te dejaría meter baza … Y es cierto en un ambiente social. Tienen que decirme que me calle. En cambio, tú buscabas con frecuencia la intimidad para explayarte y contarme lo que a nadie te hubieras atrevido con toda libertad… “Eres tú que me provocas a hablar…”, me dijiste una vez sentados en un banco de la subida a la Magdalena, frente al mar, en un atardecer cálido de nuestras escapadas a Santa. “¿Y eso por qué?”, te pregunté. “Porque me encanta cómo me escuchas. Fue uno de mis descubrimientos al conocerte. No me lo esperaba para nada”. Me quedé ojiplático, como se hablaba entonces.

Hoy te digo, querida amiga en el recuerdo, que no era ningún mérito para mí. Era amor del bueno y del grande, que saca lo mejor que tenemos en nosotros mismos. Era ese también el fundamento por el que me interesaba muchísimo tu opinión, hasta el punto de que nos reíamos en nuestras confidencias cuando yo te apuraba a que te pronunciases sobre las cuestiones más variopintas y me decías: “Nada. Sobre eso no pienso nada”. Y a mí me resultaba increíble.

Termino, mi compañera y mi amiga, confesándote toda la verdad. En lo que eras malísima era intentando explicarme o enseñarme algo de una manera docente y paciente. Imposible. Como estabas dotada de una mente rapidísima y de reacción primaria, te ponías nerviosa porque yo daba muestras de no comprender. Perdías la paciencia enseguida y te parecía imposible que fuera tan tardo porque me considerabas listo para algunas cosas. Pues era tal cual: No entendía. Por espeso y por tocho.

¿Venía esto a cuento de qué? Ah, un alto que me he marcado para seguir después pegado al cotilleo político. Concluyo y vuelvo a la tele. Tampoco nos creerían si declarásemos nuestras ideas. No porque tuviésemos nítidamente una ideología (quizá, yo me acercaba más a esto), sino porque nuestra manera de pensar sobre la vida en general nos hizo reconocernos recíprocamente en unos ideales. Aunque ciertamente estas conversaciones no te agradaban demasiado. Más bien te aburrías. Entonces yo te preguntaba si te apetecía echar… echar (te ponía ojitos acuosos)… una partida de ajedrez…

Y me mandabas a la mierda. Una pena. Porque en una semana me hubieses ganado. No tengo ninguna duda. En esto no condescendiste jamás. Como en otras cosas: tampoco leíste jamás un libro aconsejado por mí. Y yo sí y en bastantes ocasiones, motivado por tus comentarios. Incluso te busqué en Madrid la firma de algunos de tus escritores favoritos (Posteguillo, ¿recuerdas?). Como en la música. Ni siquiera coincidíamos en un diez por ciento de la que nos gustaba. Lógico, dos generaciones diferentes. Pero cuando íbamos juntos en el coche, siempre poníamos la que te apetecía a ti. Manduquita.


14/11/23

Me ha alegrado la mañana mi amiga MF cuando me ha llamado para tomar un café (con sorpresa). Ya me lo había anticipado el otro día. El caso es que estaba mohíno porque se me había torcido un recado y me había entretenido mucho con una auténtica pijada, pero necesaria: tenía que comprar recambios de la maquinilla de afeitar y esa última que me compraste tú, LU, es muy buena y me va de maravilla, pero no es la primera vez que tengo que dar vueltas para cambiar las cuchillas. No es que sea maniático, es que mi barba no es muy áspera y ese modelo no me irrita la piel.

Me enfado de momento porque quiero ser muy riguroso con mi programa y luego me enrollo como las persianas con cualquiera que encuentro y me olvido de todo plan. Me ha aconsejado vuestra parienta del Auchán (me lo ha dicho tu madre hace poco, el vínculo y que es encargada del súper). Bueno es saberlo, sin más. Me ahorraré paseos como un zombi por el súper cuando no encuentro algo: “Parienta, ¿dónde encuentro maquinillas de afeitar?” Es una chica amable y servicial. Ya sabes, LU, que si vivieras yo la llamaría así enfatizándolo mucho; no sé por qué, pero a ti te resultaría un poco ridículo, estoy seguro, porque eras desapegada en este sentido. Yo conocía y tenía trato de paso con familiares tuyos que tú apenas saludabas. Te parecía una cosa un poco pueblerina por mi parte. Y por esa razón me gustaba chincharte.

MF había estado en Portugal por motivos laborales del insti y me ha traído un emblemático gallito portugués, solo que la originalidad de este es que corona un tapón de botella. Está chulo, sí señor. Me ha hecho ilu. Otro que añado a la ya más que mediana colección que tengo, sobre todo, en el piso de Santa. Gallos para llenar un corral, aunque no haya animal más dueño y señor único y singular de su territorio. Pero el amo de todos es servidor.

Me he puesto al trabajo después de las doce y me ha llegado enseguida guas con noticia de táper. Otro alegrón. En cuanto veo por encima de quién procede ya se me activan las entretelas del estómago. Digo yo: ya está la tía M. haciendo de las suyas… En efecto, al cabo de un rato he bajado a recoger la mercancía y cuando estoy en la cocina huelo y rehuelo y pruebo un poquitín y ya es como si fuese un día de fiesta de mi infancia cuando había algo especial, normalmente era conejo, que criábamos en casa y mi madre lo guisaba muy bien. Pues algo así me pasa ahora, que se me llena de maripositas la boca porque pruebo algo distinto. Y cualquier día sin esperarlo se convierte en festivo. Y se oyen campanas al amanecer que llaman a misa rezada. Y un olor a cocina y tomillo y laurel sube hasta la habitación de arriba en que se despereza un niño, con la ventana entreabierta, a través de la cual se oye un cantar de fuente donde el agua rebota y salta en la piedra y salpica de vida sobre el verdín del pilón.

De todas formas, como nunca podré devolver este cariño hacia mis hijos y hacia mí, dejo estas palabras al viento incluso en el caso de que jamás se leyeran. Porque yo no tengo otra cosa que ofrecer, no tengo nada más que palabras que son de todos y cualquiera puede usar. Palabras que no valen para nada, ya lo sé, pero que son como la intención de un niño que quiere regalar y mete la mano en su bolsillo y no encuentra nada…

Palabras que son un homenaje a ciertos seres que parecen proceder de un cuento de hadas, gente que lleva una vida plena de felicidad en su situación personal, familiar y social, y la irradia a los demás dándose en regalo de mil maneras diferentes. Pues solo el que es feliz puede dar felicidad. Y de eso, por fortuna, podemos gozar otros menos dichosos o más atropellados por la vida.

En el paseo vespertino, sin embargo, he disfrutado con algunas canciones de música pop de los setenta (aquella época mítica en la que fui inmortal), cuando tenía algunos granos en la cara chupada, la nariz cada vez más afilada y aguileña, las carnes escuálidas en un culo que no llenaba los vaqueros, y los ojos permanentemente enfebrecidos por buscar un misterio que siempre tenía que ver con lo bello y lo bueno y lo verdadero.

Me ha entrado en el Ínstagram una canción de Joe Dassin que me volvía loco antaño, “Et si tu n´existais pas”, en un vídeo en que van saltando imágenes de París y en una de ellas se ve la campa de la torre Eiffel llena de gente joven haciendo picnic en la hierba. Y la nostalgia me ha incendiado, LU. Me he descuidado, no he podido evitarlo.

Eran canciones aquellas como no he vuelto a escuchar jamás. Ya sé que cada generación siente así las suyas, pero es que la letra de esta es tan bellísima que no puedo controlar las lágrimas desde que era aquel adolescente que comenzaba a aprender francés. Y la escuché alguna vez contigo, LU, aunque a ti te parecía demasiado romántica y antigua. Hoy sé que Joe Dassin era otro ser elegido, como tú, LU, para volar pronto. Lo fulminó un infarto a los cuarenta años. Porque los dioses se llevan cuanto antes a los mejores, a los que más aman.

Para amenizar el recorrido he buscado otras dos francesas que también me parecen representativas de la misma década. Una es de Michel Sardou, que nosotros la escuchábamos tantas veces en el coche que nos la sabíamos entera. Era esa de “Je vais t´aimer”. Y una tercera es “Je suis malade”, de Serge Lama. Son tan especiales para mí, tan íntimas, tan universales, que curiosamente sus mejores versiones a veces me han gustado más que las cantadas por el propio autor. Por ejemplo, la de Sardou interpretada por Garou, o la de Lama interpretada por Lara Fabian. Néctar.

Y así es como voy combatiendo los restos del desastre, mi querida LU. No, no estoy diciendo que esté vencido. Mi inquietud intelectual y mi laboriosidad me salvan. Y la misión que me encomendaste de cuidar de los chicos. También el huracán de palabras que se desata en mí y llena páginas y páginas. Porque tengo una necesidad congénita de contar, de expresar, de comunicar. Esa función cumple el frenesí por escribir los detalles más pequeños de la vida. Tú me decías que no era para estar solo y es verdad. Estaré vacío, pero no quiero compañía, quiero un corazón. Mientras, seguiré dando mis palabras al viento.

13/11/23

A primera hora, con el socio, para análisis. Por suerte, estábamos de los diez primeros y hemos aviado. Me enfado porque se repite lo del día de las vacunas, que no hace tanto, y no se acuerda de ir con ropa cómoda para no tener que armar el cristo a la entrada de enfermería: va forrado y además es muy lento para desfajarse. Y es que no se me puede pasar un detalle con él. Eso sí, llevaba en pie desde las seis de la mañana, para no hacerme esperar cuando bajo a buscarle a las ocho. Para eso, cojonudo.

A la vuelta el enfado siguiente es porque me percato de que ha degollado el mantel. Es de plástico, pero tiene cortes y arañazos en una esquina. No digas más: las nueces. Le han regalado una bolsa y hasta ahora yo pensaba que le resultaba muy difícil comer algo duro con la dentadura postiza. Pues no. “Las nueces las como bien, hombre”. Ya se ve, ya. Le he bajado un cascanueces de los que hacía mi suegro en madera, pero le resultaba incómodo. Así que ha rasgado el hule y lo ha dejado infame. He tenido que llevarle después un martillo… Mira, chico, no quiero pensarlo más. Que sea lo que Dios quiera.

En compensación, hoy tocaba servicio de cocina y ha sido apoteósico el perolo de patatas con vainas. Creo que aquí he cogido ya el tranquillo desde que he cambiado a pimentón picante en el arreglo y el control del caldo, que tiene que ser de más denso a menos añadiendo un poco de agua.

Y la de avecrén que no falte, aunque no sea bien visto por profesionales. Tú también lo hacías, ¿verdad, LU? Hace poco me lo aconsejaba, como recurso habitual para toda comida, una que conozco de siempre pero no me sé su nombre. Cada vez que me encuentro con ella en el súper no puede impedir hacer de manduquita como si estuviera con su marido (no sé si lo tiene) y nuestro idilio comenzó porque me aconsejó unas galletas horneadas a muy buen precio. Se pone pesadona y a veces me parece que le gusto porque se le dilata la pupila. Yo también afino la vista y juraría que me saca media docena de años. Y ya he dicho que de abuelas, nada. No es desprecio por la edad, es que las abuelas solo tienen cariño y tiempo para sus nietos. Esta daría mucho juego, porque si la abrazo no la abarco y si me abraza ella sería el abrazo del oso. ¡Qué suerte la mía en el amor! Voy a tener que subir el tope a los sesenta y cinco. En resumidas cuentas, cinco raciones colmadas. Puente de tres días.

Para el paseo a pata, perfecto. No termino de subirme a la montanbici. Me echa para atrás el que todavía están muy mojados los caminos. Salgo de gira de inspección. Me gusta el circuito que sube por la loma y regresa por las Claras al punto común del puente mayor. Me lleva a pie casi una hora y media y tiene alguna parte del trayecto muy bucólica. Pero el suelo, en efecto, está todavía muy tierno y con algunos charcos como pozas.

No queda más remedio que esperar, aunque me deja insatisfecho porque no es esfuerzo alguno, no gastas energía, es trayecto machadiano, meditativo, a paso blandón, en el que puede surgir alguna idea narrativa aprovechable o verso brillante; es tan despacioso que incluso puedes entrar en diálogo con lo que has leído de política en estos tiempos convulsos que vivimos ahora mismo, y enhebras una buena argumentación…

Pero no trabajas el cuerpo, no nos engañemos. Y eso solo se sabe cuando llegas sudado a destino. Si entras en casa y tienes la sensación de que te has quedado a media miel, es que todavía quedan fuerzas y no eres un jubilado de verdad. Es muy gustoso saber que hay correa aún, sin poder asegurar si es para rato. Pero al menos te consuelas pensando que cualquier odalisca desparramada y despatarrada, con entrecejo muy velludo y bastante sombreado el bigote, no puede colmar tu instinto poéticosexual. Que aunque tú mismo estés comenzando a ser una catástrofe humana, no te rindes ni renuncias a abrazar la belleza de un cuerpo amado. Y hacer labor.

Veremos “Duelo al sol”, otro clásico del cine del oeste. Lo bueno de la TV2 es que no hay anuncios, lo demás no hay quien lo aguante. Sin embargo, no sé por qué la mente se me queda en blanco con esta peli. Ni siquiera sé si la he visto, porque no me vienen imágenes significativas de las que se pegan a la retina. ¿Será posible?

Reviso la ficha técnica en internet y me informo del argumento general. El tema cainita de la rivalidad de dos hombres por una mujer mestiza muy bella, me suena… Quizá lo relaciono con un relato de Borges en el que dos hermanos terminan matándola a ella para liberarse de un conflicto fratricida. No quiero comprobar el título ni de qué libro procede. Tengo más cosas que hacer. Si no se me caen las persianas de los ojos, puedo disfrutar.

De momento, para estimularme, tengo unas cocacolas y he comprado unas bolsas de patatas y unas tabletas de chocolate. Hoy me apetece comer alguna chuchería, en plan ritual de sofá y tele, como cuando lo veíamos juntos y disfrutábamos los viernes del descanso semanal. ¿O no, LU? A lo mejor estaba yo rematando alguna cosa en el ordenador y tú me llamabas: “Empieza la peli, papá”, me decías. Me sentaba a tu lado y te acurrucabas con un ronroneo gustoso muy pegada a mí. Luego no perdías ripio, para eso eras mucho más hábil que yo, que tenía que preguntarte algo que no había pillado… 

Sé que esta noche no estarás conmigo. Sé que ya no estás. Sería hermoso poder sentir y compartir lo mismo con alguien que no fueras tú. Pero tengo que posar los pies en tierra. Hoy estaré solo. Intentaré resistir. Después me meteré en la cama. Como ese mendigo que encontré una vez dormido en mitad de un túnel, a altas horas de la noche, sin más compañía que el resonar de mis pasos y el aire que entraba y buscaba salida.


12/11/23

Me levanto a las siete y media descansadísimo. No me lo explico cuando lo comparo con mis noches tétricas y fatigosas de hace medio año. Es tan milagroso como puramente científico: respiro, eso es todo. Y lo que es más insólito: he recuperado el recorrido de la sangre por todo el cuerpo mortal y sus terminales nerviosas… También se dibuja en las brumas primeras de mi cabeza un sueño en el que veo una mujer rubia que se pierde por el fondo de una calle estrecha y de espaldas se parece a ti. Camino más deprisa para alcanzarla y en un descuido de mi atención ha desaparecido… Es una escena que interpreto como el miedo a perderte, LU. Me ha acompañado unida al deseo desde las sombras hondas de la noche.

Además, como es típico de mi psicología, toda imagen erótica va unida a una emoción estética o espiritual (soy así de raro) y debe de haberme desvelado un pequeño poema que resuena en mi oído y me salta en los labios; se ha elaborado prácticamente solo y ha quedado pegado a la memoria inmediata para publicarlo en el Ínstagram. Son esas ocurrencias que me entretienen un ratín de los domingos por la mañana. Pasé anteayer cerca de Peñaguilón y me captó un álamo meciendo sus hojas amarillas con un vaivén cyranesco de mucho estilo poco antes de desprenderse y morir. Y por todo marco, un cielo limpio azulísimo pero frío de sentimientos, y una roca de grisura áspera clavada en tierra con total rigidez de mole. Solo el árbol, el pobre, susurrando en un lamento su desnudez otoñal. Bah. Cosas mías. Cosas de tipos algo tocados, no sé si para bien o para mal.

He completado una mañana muy tranquila y lectora, y después de comer hacía bastante suave y placentero como para acercarme a la roca de Gallo Malo, tal y como tenía in mente desde semanas atrás. Nadie más que un ciclista a los pies mismos del agua en el extremo del embarcadero, donde han colocado un pantalán que es más bien una mera plataforma. La paseo pero advierto un equilibrio inestable… Quita, quita, no vaya a ir de cabeza.

De vuelta me doy de bruces con mi amigo NB en el extremo del puente de la presa. Tiramos juntos hasta volver por la siguiente rotonda y bajamos por el pinar hasta los cinco caños en agradable charleta que no hemos abandonado ya hasta la despedida en la puerta del monasterio. Y porque nos hemos encontrado con doña EE, su señora esposa, que si no todavía estaríamos allí de palique. Nos va a los dos, y mucho.

Hemos continuado una conversación que quedó en puntos suspensivos el día de la merienda y que me ha proporcionado algunas ideas interesantes. Como se ha leído (y más de una vez, me consta) todo lo que yo he escrito, le tengo fe en el criterio y valoración de mis libros. De este mismo diario, sin ir más lejos. Me da una opinión muy atinada sobre la manera de graduar mis estados de ánimo y cómo van fluctuando hacia la superación por la pérdida de LU (cada vez más resignada y serena), al mismo tiempo que me aconseja sobre cómo y cuándo debería concluirse esta parte de tal manera que formara unidad y pudiera admitir la publicación (si lo viera conveniente). Lo cierto es que me ha resultado útil, como es lógico viniendo de un buen lector.

Respecto a su mujer, EE, que me había mandado la receta del pudin del otro día, me comenta que es mucho más fácil de lo que parece. Se lo agradezco y me excuso diciendo que soy un manoplas. En realidad, para que a mí me interese tiene que ser un plato sencillo, que dé para unas cuantas raciones, y que nos sirva al socio y a mí incorporándolo a nuestra dieta en adelante. Es decir, una idea práctica y elemental de la cocina. De momento no me veo capaz de otra cosa. Finalmente, también me habla de un tiramisú fácil, y le contesto que lo conozco porque lo hace muy bueno mi cuñada J., pero que no, que soy un zote en estos menesteres. Lo que no descarto es guardar el apunte del pudin que me ha mandado y en algún momento, como que no quiere la cosa, se lo reenvío a mis chicas.  A ver si…


11/11/23

Como siempre, la reunión fue muy divertida de gansadas, caótica aunque quisimos ordenar un poco las intervenciones (es imposible) para intentar escucharnos, y desinhibida como para soltar cuatro barbaridades que siempre son bienvenidas por la confianza que hay en el grupo. Y, eso sí, todo ello regado por un caldo riquísimo que sacó NB y la mesa abastecida por EE, que sobresalió en las tortillas y los boquerones (estos le salen siempre buenísimos, me privan). También se adornó con un pudin de queso rico rico y no sé yo si no fue un pulso con las chicas reposteras de mi casa… Me consta que lee este diario y sabe que en estas prosas un pilar fundamental es el arte de la tripa agradecida. En fin, que estimo en mucho las atenciones y disfruto de esta manera compensando mi desvalimiento en otros aspectos. Es lo que tienen las santas mujeres, que son empáticas, comprensivas y piadosas. Toda la vida me he sentido querido por las que me han rodeado, sinceramente. Cada cual a su manera, claro.

Después de un rato nos enfrascamos en sucesivos berenjenales, desde asuntos de pasada sobre política hasta cuestiones sobre relaciones personales, tema en el que vengo observando en diferentes tertulias que se focaliza en mí sin quererlo (lo digo de corazón: no lo busco). Entiendo que se debe a la situación impar o de “single” de mi nueva vida. Y aquí se armó un cisco de miedo porque todo el mundo me aprecia y me aconseja lo que cree más conveniente para mí. Me reafirmo en lo declarado ayer.

Ni tengo ninguna prisa ni tanta necesidad. Por ahora, prohibitivos los cambalaches con abuelas. Nipadiós. Lo siento mucho. Ya comprendo que no estoy para exigir, pero no. Tampoco quiero ser engreído, pero digo con toda honestidad que si mi objetivo hubiese sido estar acompañado, ya lo tendría resuelto. Y, por supuesto, no pretendo que me cuiden a medida que me vaya haciendo mayor. En definitiva, para mí todo queda explicado en esta sencilla frase: solo recomenzaré si es de verdad.

Tardé en dormirme, pero no por haber cenado en exceso sino por quebrar la rutina diaria. Y poco después de la siete ya me desperté y tuve que levantarme porque me cansaba de mirar al techo. Ya me estaba relamiendo con toda una mañana por delante cuando se me ha cruzado una idea que me ha arrastrado y me ha ocupado en lo no previsto hasta la hora de bajar al periódico, que he leído sentado en el bar. Los findes no tenemos tertulia.

No sé qué posos me quedaban en el fondo de la cabeza del trabajo de ayer, que de repente he recordado dónde había leído algo sobre el rosetón de la iglesia con la estrella de David judaica, un hecho que despierta incógnitas: en un artículo del P. Goyo Ruiz, cuyo libro he recuperado y, en efecto, hablaba sobre la judería en Aguilar y el escrito databa del año ochenta y dos, cuando yo ya visitaba este pueblo y en vacaciones de verano llegué a asistir a una conferencia de este jesuita.

De alguna manera eso me ha hecho establecer una relación extraña con un motivo narrativo de la última novela de JM, Peridis, que creo no haberlo comentado con él. Es el descubrimiento, en la ficción, de un habitáculo o recinto excavado en roca de una casa en Potes. Esto lo inventa José María para desencadenar el desenlace de su novela sobre el Beato de Liébana.

Pero el hecho es que desde que lo leí no había parado de sentir un hormigueo en el cogote, como si allí se escondiera algún dato que no conseguía sacar a la luz porque no veía con claridad de qué se trataba. Como si tuviera algo en la trastienda y se me hubiera olvidado dónde lo puse. Total, que he preparado un revuelo y una montonera de libros en la buhardilla que ya me tapaban. No me cabe duda de que si hubiera estado presente LU me habría sido más fácil localizar lo que buscaba.

Pues bueno, después de mirar y remirar, he dado con la guía clásica de García Guinea sobre el románico palentino y allí estaba el intríngulis. Y lo más curioso de todo y lo que explica que se me hubiera quedado pegado en la pared posterior de la chinostra, es que este famoso profesor dio cuenta de una investigación en la que se descubrió un espacio cegado por mampostería hasta que lo derrumbaron y detrás apareció lo que primitivamente fue una pequeña iglesia rupestre. Y, aún más, lo genial es que yo lo había registrado inconscientemente en su momento porque dicho lugar se conoce como “El granero de Frontada”, que es justamente el pueblo de mi suegra. Los datos sobre el recinto están en dicho libro citado.

Esto lo hablé yo alguna vez contigo, LU. No recuerdo por qué ni si me llamó la atención algo tan críptico y, en definitiva, tan novelesco. Solo que es un hecho artístico histórico, porque el susodicho granero debía de tener unos arcos de entrada románicos de muy buena factura. Y me queda por contárselo a José María cuando le vea por comprobar si pudo influirle sin él advertirlo para construir el episodio base del final de su libro.

Así opera a menudo la creación artística. Hace no mucho, JC, mi querido maestro, novelista y amigo, me contó que el personaje central de una obra suya de la que hablábamos en ese momento, lo había elaborado sin ser consciente hasta tiempo después de publicarlo. Y el modelo era un fraile que fue profesor suyo y tenía todas las características que se necesitaban para crear la ficción. En realidad, un tipo con características diabólicas.

Por cierto, a mí también me han llevado los demonios porque me ha comido media mañana esta investigación de pacotilla, que para nada me servía ni me servirá. Me imagino. Pero un poquito cabreado, he recogido todo el material y me he dicho a mí mismo que en algo hay que pasar el día. Prisa, ninguna. Problemas, cero. Lo único, que cada día que transcurre va uno dándose cuenta más claramente de que cosas así le sucedían a don Quijote. A ver si se me va a ir la bola y me voy a volver tonturrio… Caution.

Aprovecho también aquí que viene muy a cuento para contestar a mi amigo Tt. cuando no se explica cómo se puede escribir tanto dándole vueltas a lo mismo. Pues así, como en una sinfonía musical: haciendo variaciones sobre el mismo tema. Y con mucha necesidad de escribir la vida como si fuera el último día en que se vive. No es ni más ni menos difícil. Es simplemente así de natural. Se es así.


10/11/23

Abro el ojo demasiado pronto, antes de las siete. Tampoco me conviene ponerme en danza a horas intempestivas, porque terminaría en el otro extremo: el de los estudiantes que se concentraban mejor de cuatro a ocho de la mañana. Siempre pensé que luego sería difícil rendir en clase. Ni trasnochar demasiado ni aciruelarse. Siete y media sería genial si el cuerpo respondiese todos los días como un mecanismo automático.

Pero barrunto que es un desvelo extraño. Se puede dormir bien y arrastrar hacia el día algunas sombras de la inconsciencia. No recuerdo haber soñado ni he tenido pesadillas como cuando ceno algo de más; el empacho me hace más daño que mis preocupaciones personales, lo tengo medido.

Quizá es que me he descuidado en la duermevela previa a despertar. Algunas veces me sucede, LU, desde que te fuiste. No estoy atento en esa fase de vuelta a la conciencia y se apoderan de mí algunas imágenes o escenas o recuerdos motivados por lo vivido el día anterior… Generalmente estamos juntos y no son vivencias tristes sino momentos felices. La angustia procede precisamente de ello, porque revivo dejando atrás lo que amé mucho y perdí muy pronto.

Podría cifrarlo en alguna metáfora visual. Y ya se me ha ocurrido otras veces que lo más semejante que he visto en pintura, por ejemplo, es aquel cuadro tan famoso de Van Gogh que se titula “Noche estrellada”. El cielo está plagado de rizos y escorzos circulares y vórtices sobre lo que parece un ciprés que se eleva como una llama verde. Todos esos motivos astrales que proceden de un firmamento descoyuntado por la técnica impresionista, a mí se me imaginan como burbujas de angustia o bucles del pensamiento que te atrapan y te encierran dentro en cuanto bajas la guardia… Creo que al pintor le ocurriría con frecuencia. Son dañinos y es necesario huir de ellos y salir de su giro envolvente y vertiginoso… Y saltar a la realidad. Despertar y ocuparse en algo útil que te desvíe de la obsesión.

Nunca he sido un apasionado de la psicología de Freud y sus análisis demasiado racionales de los sueños. Eso me parecía como demostrar con argumentos lógicos las creencias cristianas, al modo de santo Tomás de Aquino. O de mi amigo de tertulia MN, que me envió hace unos días una noticia sobre un libro que ha tenido mucho éxito en Francia: “Dios. La ciencia. Las pruebas”. En fin, cosas del calentón con el café hirviendo de media mañana y la gente en el disparadero. En este grupo nos despachamos a gusto arreglando el mundo, desde la política a la teología. Y nos quedamos tan campantes hasta mañana. Allá cada cual. Por mi parte, perdí la fe hace tanto que ni me acuerdo. Pero si existe Dios merecerá la pena por volver a verte. Si me deja entrar allí...

Y para rematar el comentario freudiano, como decía, me ha gustado cantidad el artículo de J.J.Millás en la última de EP. Habla de un sueño que en mí ha sido recurrente desde la infancia y que consiste en una impresión de ahogo por tener la cabeza abatida hacia atrás y demasiado rígida. Yo siempre lo achaqué a que mi madre me había contado que nací con el cordón umbilical enredado en el cuello y costó destrabarme. ¿Se trata de una reminiscencia del acto mismo de mi nacimiento y el trauma subsiguiente en el parto? ¿Me faltó el aire? Sí, un poco falto sí soy. Y es posible que se explique de esta manera.

Pero la coincidencia con lo leído en Millás me sirve de consuelo pensando que no soy el único: “Desperté de madrugada con problemas de respiración. Me había enredado entre las sábanas y no era capaz de dar con la salida. En algún momento me pareció que realizaba los movimientos de quien acaba de abandonar el útero y se dispone a nacer. Un bebé, en alguna parte, estaba atrapado entre los pliegues orgánicos de la vagina como yo entre los de las sábanas. Hicimos fuerza al mismo tiempo y al fin brotamos ambos a la luz…” Como puede apreciarse, no soy el más averiado en el mundo de los letraheridos por la literatura.

 

Termino y comienzo novela. En esto, bien. A media mañana aprovecho para solicitar análisis rutinarios del socio. Retorno por el puente del portazgo y es a justo enfrente del muro sur de la colegiata, bajo cuyo alero irradia la misteriosa estrella judía en el rosetón gótico, donde me fijo en una tienduca con una camiseta con dos alas de ángel… Ya sé que ahora es muy corriente. Tú las comprabas en “Le vélo” de Santander, pero tengo el recuerdo de haberte hecho una foto en una de las calles perpendiculares a Infantas, en Chueca. Madrid fue también nuestra felicidad de unos cuantos años a comienzos del verano. Por Madrid también te seguiré buscando cada vez que acuda a la Feria del Retiro. Y quizá de pronto descubra tu espalda. Con dos alas. Reales.

Hay momentos y días para todo. Pasaremos la tarde con los amiguetes, de merendola. Por un rato olvidaré lo suficiente para seguir adelante. Y en un instante, levantaré mi copa de vino y brindaré hacia un hueco cualquiera donde estarás tú, invisible, sonriendo.


09/11/23

Desayuno y de inmediato me pongo con un cocido tremendo del que he sacado ocho raciones. Bendito sea y quien lo inventó. No conozco comida más agradecidona ni completa ni rica ni fácil ni rápida (olla). Por si fuera poco, así descuido y gano durante varios días algunos ratos de riquísima lectura. Espabilo también en la tertulia del café porque tengo que acercarme al insti a apuntarme a la jubilación de un compañero. Otro más para el club de los “esfumados”. Pero me gusta asistir a las despedidas, lo he dicho siempre: es lo menos que se puede hacer como homenaje por alguien que se ha dedicado casi cuatro décadas al mismo oficio que uno. Un respeto también a la institución. Salvo excepciones muy justificadas en lo personal, me parece que no se debería faltar. Ese día, menos que ninguno.

La denominación entre comillas de hace un momento, es una impresión compartida y comentada por la mayoría de los que abandonamos el centro para siempre: al siguiente día deja de ser nuestro en todo su ámbito y nos sentimos extraños, particularmente, en la sala de profesores. Es casi incómodo experimentar esta vivencia y conste que lo he comentado con muchos excompañeros. Estoy convencido incluso de que me resultaría desagradable comprobar cómo alguien dispone del casillero, por ejemplo, del que yo fui señor absoluto e indiscutible durante treinta años.

He pasado por secretaría y enseguida me he evaporado aunque me ha vencido el recuerdo. Por eso, no he querido alejarme de allí sino que me apetecía tomar un café en la Posada aneja tras preguntar por algún amigo que en ese momento estaba en clase. Por la hora, en la cafetería, solo yo. Mientras me atienden, en el servicio me topo con la escena bien triste de un hombre mayor frente al urinario con el pantalón muy caído, musitando algunas palabras y volviendo la vista a mí con ojos desorientados. Cuando le pregunto si necesita ayuda, desde la puerta entreabierta una señora me contesta diciendo que se trata de su marido y que le está vigilando porque tiene Alhzéimer.

Es triste porque yo tiendo a rápidas elucubraciones imaginarias y me anticipo a mi futuro por pura empatía. Me veo siendo ese hombre dentro de… espero que muchos años. Me pasó en la mili al trasladarme desde el campamento en Cáceres al cuartel general de la Brunete en Madrid. Cuando abrí la puerta del vagón de metro, de frente en el mismo andén, había un señor de edad sentado en un banco, solo, tranquilo, no sé si a la espera de alguien que no llegó en esa precisa parada. Me detuve un instante junto a él a comprobar el macuto o algún papel, e inesperadamente se dirigió a mí para contarme con voz dulce que hacía cincuenta años que él también se había apeado allí siendo un recluta. Me hizo pensar…  “Que le vaya bien. Tengo que coger un autobús hasta El Pardo”, le contesté sonriendo y despidiéndome. Han pasado cuarenta años de aquel encuentro de unos minutos. Nunca lo he olvidado.

Ya hace más de cuatro que me jubilé… Regreso de nuevo a salir por la puerta principal cruzando el interior del edificio. No me atrae tanto el jardín recoleto (casi no me percato) como esa cara a poniente del monasterio. Me puede mi propia sombra reflejada en sus piedras sin tiempo. Me veo transparentado todavía en el cristal de la gran ventana del aula en la que impartí los últimos cursos de un segundo de bachillerato. Mis paseos por la fila del medio entre las mesas explicando, narrando, leyendo algún texto para su comentario, suscitando la risa liberadora y el humor como recurso didáctico inmejorable, recitando algún poema… Feliz de mi profesión desde la altura de aquella atalaya… Feliz como en una barbacana atisbando entradas y salidas por el portalón trasero… Feliz alguna vez pensando que mi voz llegaba con un verso suelto a alguien que cruzara en ese instante por el patio.

Feliz, cómo no, muchísimo, también, en la biblioteca que ordené y cuidé con esmero durante varios años y desde donde mis ojos se multiplicaban a través de sus numerosos ventanos y ventanucos abocinados. ¡Cuánto frío pasaba en el cambio de tiempo! Ni siquiera lo aliviaba con una placa a los pies del bufete ni con una mantita ni con el abrigo puesto. Aquello era una mazmorra en el extremo de mayor crudeza del castillo… Pero allí catalogué y ordené y descubrí y corregí y estudié y leí y escribí. Y amé y lloré. Y luché a muerte durante años contra una serpiente de tres cabezas: la angustia del corazón, la ansiedad del cuerpo y la ausencia del sentimiento. Por ti.


08/11/23

Si uno se pone a escribir cualquier otro género de literatura diferente del diario, enseguida se da cuenta de que el tiempo corre lentísimo. Como si estuviera concentrado o prensado y hubiera que desanudarlo o liberarlo para vivirlo de una determinada manera. Pero el formato del día a día crea la sensación contraria: el sentimiento acelerado del paso del tiempo, la impresión de que los días vuelan y las semanas pasan y los meses caen. Es una especie de alerta cuando abro este archivo y me digo: ¿ya se está acabando el mes? ¿ya va a finalizar el año? Pues de la misma manera percibo la celeridad de tu lejanía a mi espalda, LU. Vuelvo la cabeza sobre el hombro y me conmociono: ¿Ya va para año y medio que te fuiste?

Me cunde la mañana y mientras MA se afana en la limpieza, me recluyo en la habitación del Chico, donde ya he comentado que no hay lugar mejor de la casa para leer. Filtra el velux una capa finísima de lluvia que no impide sino que estimula. He conocido en mi vida pocos espacios más silenciosos y gratos que este, porque de ordinario no se oye nada de nada durante unas horas. Su ubicación y circunstancias dentro del inmueble lo permiten así. La diferencia con la sala es que aquí no puedo extender la vista de vez en cuando a lo largo: aquí solo veo cielo sin más distracción.

Después de pasar el polvo MA, la colocación de los excesivos portafotos me obliga a una recolocación a mi gusto. Y es cuando acerco mi rostro y te veo con detenimiento en no menos de media docena de instantáneas que recuerdo con precisión en general. Y más aún: en todas ellas sonríes… Es tu sonrisa idéntica y permanente lo que me capta. Yo te conocía a fondo, LU, eras más bien seria de carácter pero sabías presentar una imagen social simpática y agradable. Y a mí me gustaba tu sonrisa (y tu risa), sobre todo, cuando me mirabas a mí o la dirigías a mí por algún motivo. ¡Qué maravilloso don! ¡Qué regalo! Tu sonrisa, un meteoro de luz directo a mi corazón. Tu sonrisa, la señal blanca para que despertara mi alma. Tu risa, que “abre para mí todas las puertas de la vida”, como dice el poeta.

Te propuse muy al comienzo de conocernos y empezar en serio acudir a una actuación en T. de una pareja y dúo de cantautores, Olga Manzano y Manuel Picón. Me enteré del pequeño concierto en un pub a las afueras y, si no recuerdo mal, ya los había oído yo en directo. Por supuesto, me chiflaban sus versiones de los poemas de Pablo Neruda. Aceptaste aunque no era ni mucho menos tu tipo de música. Yo quería que oyeses el poema titulado “Tu risa”, del libro “Los versos del capitán”, que yo llevé tanto tiempo en el bolsillo de mi chaqueta porque no podía desprenderme de su lectura. En concreto, este poema es de una hermosura tan limpia, tan inocente, que todavía hoy me aprieta en la garganta de emoción cuando lo leo o lo escucho. Y yo quería entonces que tú también lo oyeras porque parecía escrito expresamente para ti. Y creo que te llegó adentro, pues alguna vez más me hiciste recordarte algunos de sus versos.

Eso es lo que he hecho en cuanto me he quedado solo en casa. Lo he buscado en el ordenador y lo he repetido unas cuantas veces. Hasta que me he llenado, aunque todavía no me he quedado satisfecho. He tenido que levantarme y ponerme a esculcar en mi biblioteca hasta que he dado con el librito de Bruguera, comprado en el ochenta y seis, página veintidós: “…ríete de este torpe muchacho que te quiere, pero cuando yo abro los ojos y los cierro, cuando mis pasos van, cuando vuelven mis pasos, niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca, porque me moriría”.

¡Sí, mi cada vez más lejano amor! ¡Qué no daría yo por volver a oír esta canción contigo y, como antaño, luego callejear por aquella ciudad hasta encontrar un lugar para compartir una sencilla mesa, y ya entrada la noche alta regresar al apartamento en un pequeño pueblo de la costa! ¡Daría todo y vendería mi alma por volver a recitarte ese poema! ¡Sí, ojalá me estés escuchando y se reproduzca el milagro! Misteriosamente, pero real.


07/11/23

Bien descansado y mejor leído a primera hora, con la luz y el silencio del nuevo día. No necesito más que esta mesa junto a la ventana y sobre ella el atril con un libro de papel o electrónico. Bien arropado mientras se caldea la sala y moderadamente feliz cuando pienso en ti. A pesar de todo, me digo a mí mismo por animarme, sigo siendo un tipo con buena estrella. Quizá el secreto consiste en valorar y cuidar lo que todavía se conserva de bueno.

Luego doy un rápido repaso al Ínstagram, donde me paro sobre todo en las novedades sobre escritores a los que sigo. Me llama la atención la ecuatoriana MO, a quien conocí en la Feria de Madrid del 18 y me firmó la primera novela que tuvo repercusión aquí, en España. Me chocó el toque picante de su dedicatoria y el aire festivo de su conversación, por contra con otra argentina también en la firma de gesto serio y casi funerario, acorde con su literatura como después pude comprobar al leerla. Muy brillantes las dos, excelente literatura.

Pues bien, me desagrada el tono “snob”, incluso pedante, de MO en su última entrada con fotos y texto de una visita al Japón. Es algo que me molesta porque me suena a presunción de exquisitez intelectual. Precisamente una de las características que más me repele en una mujer. Nos cuenta, además, con qué palabra se denomina en japonés el cambio de color de las hojas en otoño. Y nos informa de una escritora nipona del siglo X y de un libro suyo del que también se nos entrecomilla la descripción de un árbol, el arce…

El caso es que la estampa es una simpleza, tal cual, sin originalidad alguna. Pero el hecho de tratarse de una mujer artista antiquísima, el exotismo supuestamente seductor en el imaginario occidental y el afán de hacerse pasar por descubridora de alguna “delicatesen” a nuestro viejo mundo, le hacen a la escritora ultramarina quedar un poco afectada. Más valdría una buena cita de Cyrano sobre el otoño y, de paso, otro repaso despacioso a la comedia de Molière, “Las preciosas ridículas”. El equivalente en el terruño nacional, que también se prodiga siempre con selfis de postureo descarado y vitola culturalísima es LM. Tatus, lencería, labios muy pintados con expresión de morritos calientes y la foto de un libro con unas líneas subrayadas… La diferencia de esta con la anterior es una novela que fue premiada pero que a la vista de la crítica seria era para llorar. Comercio puro. Y haciendo pasar esto por empoderamiento femenino. ¡Venga ya, hombre!

Me lío otra vez, me lío la madeja con la tele y anoche me planto en las doce cuando voy a la cama. Y me fastidia porque también era una película ya vista y no tenía necesidad de darle más vueltas. Pero disfruté una vez más con Liz Taylor, que es lo que atrae mi atención de entrada. Como real hembra, pero más que nada como grandísima actriz. Guapísima pero con carácter, por oposición a la Marylin guapa y casquivana. Hablo de imagen transmitida en cine. En la vida, no me interesa nada.

A Liz hay que verla en cuatro películas de protagonismo compartido con otros cuatro grandes actores: Montgomery Clift (Un lugar en el sol), James Dean (Gigante), Paul Newman (La gata sobre el tejado de zinc caliente) y Richard Burton (Cleopatra). Desde luego, es significativo que este último es el que menos me transmite como amante de semejante bellezón, teniendo en cuenta que era su marido en la vida real. ¿Por qué será? Dean y Newman, a pesar de sus magníficos papeles, a mi entender la quieren como dos niños, inmaduro y niñato respectivamente.

Y solo Monty Clift, el que de nuevo vi ayer, hace un papel potentítismo y expresa un amor tan brutal que le lleva a la silla eléctrica en la ficción. Su formación actoral responde al famoso Método Stanislavski, y es un genio en la interpretación de personajes desequilibrados, traumatizados, tarados o degenerados. Es capaz de enseñar el alma sin hablar. Y eso no pude resistirlo una vez más. Tuve que repetir la peli y la volvería a ver si la pusieran. Liz Taylor, en cambio, siempre resulta creíble en el papel amoroso, pero a mí me da que como con Monty Clift con ninguno. Tal vez porque entonces tenía diecinueve años.

Decía al principio que renazco al mundo como un gallo cada amanecer al levantar las persianas de casa. Es el acto contrario a la hora de echar el cerrojo en el crepúsculo de invierno, el golpe de llave que llama a la soledad. Y compruebo muchos días que los vecinos de enfrente, los de la cooperativa, también van incorporándose al acontecer sin sorpresa de otro día más. Hay algunos en quienes observo en su rutina el sedimento de la vida solitaria. Hay unas cuantas viudas a quienes conozco por sus nombres, hacendosas por no tener otra cosa que hacer y ordenadas por la inercia de no pensar. A veces nos saludamos de ventana a ventana levantando el brazo.

Me prometo que no me dejaré vencer por una existencia sin emociones y desalentada si tengo fuerzas. Y la mejor manera, no me cabe duda, es manteniéndome ocupado en estos proyecto míos que no sé si me llevarán a alguna parte. Pero que son vitales para mi estabilidad mental. Otra cosa es la estabilidad emocional, que dependerá de lo que deparen las circunstancias. Estoy en un momento sereno, lo sé. Por eso pienso que no debo variar mis costumbres sin caer en la rigidez, no tengo que forzar ninguna actuación de cambio, no quiero renunciar a sensaciones y sentimientos muy arraigados dentro de mí. Tan solo continuar en la confianza de que soy libre por completo para elegir sobre la marcha lo que me pidan la cabeza y el corazón. Sin saltos al vacío. Pero sin miedo. 


06/11/23

No entiendo si es porque pierdo demasiado tiempo en el aseo y el desayuno. Sí, me lo tomo relajado porque es de los pequeños grandes placeres que descubrí al día siguiente de jubilarme: la tranquilidad de no tener que correr por la obligación de fichar es algo riquísimo, tanto como un buen desayuno. O bien es que todavía estoy poco suelto en la cocina y me organizo de forma desmañada incluso para hacer unas míseras lentejas. Que luego me salen muy buenas, eso es cierto. Pero cuando termino de apañar todo ya es hora de acudir a la tertulia. Joder, digo para mí, si me he levantado a las siete y media… ¡Qué cojones he estado haciendo que ya son las diez! No me lo explico. Me enfado. Y entonces doy en pensar con rabia que para la siguiente voy a meter en la olla (en cazuela, imposible) medio kilo de lentejas. Aunque me salgan veinte raciones y no tenga táperes suficientes. ¡Dios qué manoplas soy!

Tras la tertulia del Valen, que ya se va poniendo calentita como el café en invierno (lo digo por el debate sobre politiqueo), regreso a casa porque he quedado con mi hermano en el videoguasap. Por cierto, me imagino que esta palabra que acabo de escribir la adaptará la docta Academia de esa misma forma, como incluyó “videoclip” o “teleclub”. Y lo digo asimismo porque ya he leído varias veces en indicadores públicos eso de “senda ciclable”. Es un palabro que me suena fatal. Como si dijéramos “carril bicicletable”. Una gilipollez del urbanismo público y sus asesores gramaticales. Como cuando en ese desmonte frente a la antigua Fontaneda, en los programas electorales se prometía una “pantalla vegetal”. En fin, no sigo por aquí, porque también tendría cuerda para rato.

Los dos hermanos somos de palabra extensa, prolijos de razonamiento y muy analíticos de fondo. O sea, que nos hemos tirado hora y media, hasta la una en punto, y porque yo tenía que terminar de arreglar las legumbres. Claro, Mon no trabajaba hoy. Hemos quedado en que para la próxima nos impondremos un tope de media hora, sin invadirnos recíprocamente los horarios en que ambos sabemos que estamos ocupados. Es difícil compaginarse o sincronizarse, sobre todo por mi parte, porque da apuro tener que explicar que también me impongo un programa de trabajo y me despistan las interrupciones. Cosa que es imposible de comprender para quien considera que un jubilado siempre está de más. No es así. Ni hay que confundirlo con achaques de viejo gruñón. Mis familiares y cercanos no me molestan, por supuesto.

Por fin he concluido la faena con el último hervor y diez minutos a poco fuego para meter una morcilla que da gloria verla y añade un sabor potente. A continuación, le he bajado un par de raciones al socio y todavía he tenido tiempo para pegarle un vistazo a la prensa. Al lado, una copita de Ribera, la última botella que abro de la añada anterior. No para mis lentejas, claro, sino para acompañar de blandos mordiscos unas carrilleras, como quien se come a besos unos carrillos. Alza la copa, lector, como quien alza las cejas, y un brindis por la cocinera.

Después del telediario y antes del paseo, pego una llamada a mi buen amigo EM, de Torrelavega. Lo tenía pendiente, que no se me olvide. La fractura severa de clavícula, por fortuna, va soldando y solucionándose. Su inmejorable forma física propia de un deportista nato y su voluntad para multiplicar y acelerar la recuperación le pondrán al día en muy poco tiempo. Le conozco bien: es capaz de sorprender al fisioterapeuta.

¡Hay que ver! Esa plasta de mierda de vaca que quiso esquivar E. con la bici casi le cuesta un disgusto mayor. Me ha recordado cierta ocasión en que volvíamos del insti de Cabezón a pie y tan enfrascados en nuestra conversación que atravesamos las vías del tren sin mirar y estuvo a punto de llevarnos por delante hasta el otro barrio. Seguro que él se acuerda, ¿verdad, amigo? Y otra jornada inolvidable más (al menos para mí) en que me convenció para salir en bici de carretera con una que me prestó y lo único que recuerdo del trayecto es que a los pocos kilómetros ya le hice parar para tapiñarnos el almuerzo que nos había preparado I., que consistía en unos trozos de quesada casera que me tuvieron la boca contentísima todo el resto del camino. ¡Dulce recuerdo! ¡Qué dulces aquellos veintitantos años!

Y si me dirijo hablándole en directo es porque él mismo me ha dicho hoy que su mujer, mi querida I., sigue este blog chicharrero. No lo imaginaba aunque en la última época noto por el contador de entradas que las visitas han subido bastante. Sigo preguntándome a quién puede interesar esto, pero por lo visto a I. le parece divertido o interesante. En fin, ¿siguen pendientes esas patatas a la importancia?

LU, a ti te gustaba pasear con estos de los palos o bastones, a los que tú llamabas los del Nórdic. O sea, que más propiamente podría denominarse el Nórdico (un paseo) o la Nórdica (una marcha). De hecho, en alguna temporada en que te encontraste mejor saliste varias veces y me contaste que lo habías disfrutado mucho. A mí me encantaba verte con ánimo, aunque tuviera que prescindir de tu compañía para mis garbeos. No importaba.

Hoy he renunciado también a la bici por miedo a la lluvia y he arrancado a las cuatro a buen paso en una ruta de hora y media. Y no me hace falta llenar de palazos el camino. A mí eso me parece un estorbo. Me basta con un paraguas viejo y sarnoso al brazo, después del cabreo que he pillado porque hace una semana que he perdido el de color naranja de Pertegaz. O me lo han tangado al dejarlo olvidado en el Valen. Me da la impresión. Era buenísimo y bien bonito. Pues voló.

Me topo con este grupo que digo a la misma puerta de casa y me porfían para que me una. No es la primera vez desde los tiempos en que tú quedabas con ellos, y máxime ahora que calculo su invitación amable para que no me encuentre solo. Me excuso, pero no es un problema para mí montármelo a mi aire. Al contrario. Por temperamento me cuadra más bien la querencia de animalillo libre y cimarrón, el deambular colgado de mis propias fantasías, el camino al albur de que surjan detalles nuevos o recuerdos viejos…

Como hoy al dar la vuelta a lo de Róper. Me paro uno instantes y sorprendo al sol que ya se inclina por poniente y deja una luz mágica sobre un grupo de chopos orientados de manera que el envés de sus hojas reluce de puro blancor. Un blanco crema. De lejos recuerda a una futura primavera de flores de almendros. Me acerco y tomo algunas hojas, miro el contraste con el verdor del haz. Las huelo, las amaso entre mis manos… Pero no, todavía no. Falta mucho, me digo, para que resurja la esperanza de una nueva primavera. Sigo caminando a buen ritmo. Vuelvo a mi afán. 


05/11/23

Me acosté a deshora y me dormí pronto pero inquieto, y me está bien empleado por engancharme a una peli que ya había visto, “Border”, del director A. Abbasi. Pero la cosa es que me atrae el cine rarísimo de los países escandinavos (en este caso, Suecia) y más si se trata del género fantástico, tan opuesto a lo genuino español. En realidad, combinaba el drama, lo social y lo fantástico, una mezcla de géneros en mi opinión característica de la modernidad. Yo mismo tengo tendencia en mi literatura y lo he practicado en varias ocasiones: partiendo del diario, por ejemplo, puedo hablar de la memoria generacional, reflexionar sobre la propia literatura o dibujar una historia sentimental en clave.

He señalado lo anterior porque hacía tiempo que no se me caían las persianas sobre el libro que estoy leyendo; pero unos cabezazos como si me acabara de tomar una gominola de esas para conciliar el sueño. Hoy por la mañana. Estoy convencido de que me habría quedado grogui tumbado en el sofá. Y tampoco me apetecía revolverme el estómago con medio litro de café, así que me he mosqueado y me he largado al periódico en el Valen.

Después de un ratito ha llegado IR, amiguísima y de quien ya hablamos aquí por lo que enseguida recordaré. Normalmente suele tomar un café con su marido de vuelta del paseo dominguero, pero hoy él no había podido; por tanto, la invito a un café, con mi agradecimiento tácito por las muchas veces que nos agasajó (a ti, LU) con ese bizcocho ya mítico del que evito hablar expresamente. Ya dije que no quiero comprometerla, más que nada en el sentido de que es una sentimental de lágrima fácil. Tanto es así que en el curso de nuestra charleta de viejos recuerdos la he notado varias veces que se le humedecían los ojos.

Por lo tanto, con ella me he prometido solemnemente que nunca jamás mentaré la palabra mágica. Sin embargo, tengo que reconocer que ninguno de los dos vale para disimular y nos sonreímos un poquito al cruzarse nuestras miradas, como dos adolescentes que mantuvieran sus sentimientos escondidos pero escapándoseles por los ojos. La diferencia es que aquí no es un “te quiero” lo que está en el discurso implícito, sino otras dos palabras, “bizcocho riquísimo”. Me hace gracia IR, porque yo disimulo hablando y ella debe de tener la sensación de que se lo estoy viendo evidente y se toca un ojo como quien se alivia porque le molesta una pestaña. Graciosísimo.

De todos modos, yo también tengo mis momentos de debilidad y estoy a punto de soltarlo por la boca a borbotones… Pero aguanto y aguanto como puedo. Hasta he pensado en ocasiones traerlo a la conversación de una vez, pero de manera indirecta. Diciéndole, pongo por caso, que han tomado el relevo en mi familia un par de competidoras reposteras de campanillas… A ver si se pica y, por fin, lo suelta: “Un día de estos tengo que llevarte uno…” Seguro que no sabré qué contestar porque me atragantaré de gusto y de emoción. Solo de imaginármelo.

En fin, que este maridaje entre literatura y gastronomía es casi una rama literaria específica en la actualidad. Por algo será. Yo no presumo de muy lector de Manolo Montalbán, ni del comisario Montalbano, ni de las hambres cubanas en Padura; aunque algo he leído, claro, y confesaré que me llamó mucho la atención una novela de Laura Esquivel titulada “Como agua para chocolate”, en la cual había una historia muy bonita de comunicación a través de diferentes comidas. Y cuyo significado cae muy cercano a mi manera de entender este misterio, es decir, que el alimento es algo que trasciende lo material. Incluso recuerdo haber leído parcialmente algo de un ensayo o tesis sobre el tema en las novelas de Isabel Allende.

En fin, mi querida LU, que tenía la intención de contarte hoy algunas reflexiones filosóficas muy sesudas que he discurrido durante el paseo (he podido hacer mi caminata sin aire y sin agua, menos mal). Sé que en vida me cortabas con frecuencia para decirme que no me enrollase, que no te interesaba. Al principio me amurriaba, con el tiempo me partía de risa por dentro. Hasta dar contigo, jamás conocí a nadie con los pies tan en tierra. Y qué bien me vino este aterrizaje… para seguir volando despreocupado por los aires en busca de mis quimeras. Pero de una forma maravillosa: como una cometa que se elevaba altísimo, pero controlada desde abajo por tus hábiles manos.

Y una última confesión. No es cierto del todo que a mí me conquistasteis la primera vez que entré a comer en tu casa, tal y como lo hemos hablado en broma tantas veces. Entonces ya estaba en el bote. Pero más que un estómago agradecido (sí, también) es verdad que por carácter tiendo al dicho aquel de “por la boca muere el pez”. En todos los sentidos. Ah, y si me enamoré en los pasillos de FP fue por un flechazo doble: de frente, por tu aire de energía inacabable; de espaldas, por aquel vaquero bordado con flores. Me volví loco. Me perdí por ti. De una vez y para siempre. Típico en mí. A ful. Que lo sepas, maja.


04/11/23

Día torcido desde primera hora que me he levantado de mala chimenea. Me despertó una vecina a la una de la mañana para informarme de un ruido fuerte y constante cuyas vibraciones repercutían en todo el inmueble. Cuando lo compruebo se trata de algo inhabitual. En principio parecía de una caldera de calefacción de gasoil, pero ni es mi obligación ni son horas de andar mirando con lupa por los rincones.

Lo cierto es que ha durado toda la noche y casi hasta el mediodía de hoy, cuando se ha comprobado, en efecto, que provenía de un mal funcionamiento de una caldera en el sótano. Pero la vibración era insoportable en todos los pisos, de abajo arriba y de más a menos, lógicamente. El caso es que me sacó de quicio por razones personales de convivencia entre vecinos y me costó dormirme, además de que se intensificaban las molestias en la posición de acostado. Finalmente, a ello se sumaba la preocupación por un siniestro de mayores dimensiones. Está la comunidad que trina… Como para meterse en más gastos…

Estuve pensando si subirme a la buhardilla, a la cama donde dormías tú, LU. Hice la prueba y allí no se sentía ni el propio aliento. Dispuse la ropa de cama al completo y lo dejé pendiente… No fui capaz de meterme en ella por razones obvias. Fue tu retiro final durante meses. Para no molestarnos entre nosotros ni interrumpirnos un sueño que siempre era ligero e insuficiente. Para no debilitarnos física y anímicamente. La lamparita, la botellita de agua, la cajita de pañuelos… siguen ahí. Sin ti. Y yo no sé si tendría fuerzas para buscar dentro de esas sábanas un calor que ya no existe. Sé con toda certeza que huiste deliberadamente, sobre todo, para que me acostumbrara a esta anchura sin orillas del lecho en el que llevo ya tanto tiempo abandonado pero no derrotado. Para que no sintiese tanto tu falta, tu ausencia, tu vacío. Pero eso es precisamente lo que más me hiere, LU: que por fin ya has conseguido que no te eche de menos. Ya ni siquiera busco extendiendo la mano (como lo hacía al principio) el hueco de tu cuerpo, la huella de tu vida.

A decir verdad, no fue solo ahí tu desasimiento. La compra de ropa, como hablábamos ayer, también la fuiste demorando hasta no hacerme caso cuando te planteaba ir de tiendas solo por distraerte. Me contestabas con un desplante que me lo comprase yo, que no fuese tan cómodo. Ay, cómo me dolía, no por mí, sino por ti, por tu amor oculto que quería evitarme un futuro daño de nostalgia. Y así también multitud de aspectos domésticos, desde la comida hasta acudir al médico.

Esto último sabías que era un problema para mí y, sin embargo, te negaste rotundamente a acompañarme en la última cita con el urólogo. Mejor dicho, con la uróloga (excelente especialista, por otra parte), pero que añadía un plus de apuro a mi educación tradicional y un tanto machista. Lo resolví como pude y sin toparme con los mil inconvenientes que había imaginado. La médica, por supuesto, me ayudó con su naturalidad a pasar el trago.

Cuando te lo conté, a la vuelta, observé que ni siquiera me sonreíste, como hubiera sido lo esperable en otras circunstancias. Pienso que en el fondo tú misma estabas sufriendo por dejarme a mi suerte. Y tampoco pude compartir contigo esos detalles sin ninguna importancia en el fondo, pero que forman parte de la psicología masculina y el temor atávico a perder la hombría. La doctora sí se sonrió cuando le pregunté si afectaba en algo a la vida sexual. “Para nada, a no ser que quiera usted hacerse daño creando un problema en su cabeza”. Como me comentó, forma parte de lo natural en la edad de un individuo sano. Por suerte, su experiencia fue la mejor medicina para mi tranquilidad. Pero en la pregunta que formulé (me di cuenta posteriormente) estaba implícito un miedo a cercenar una vida futura. Y por ello, mi querida LU, como por tantas cosas que te diré, te pido perdón. No por egoísmo, ya lo sé, sino por ser tan fieramente humano.

Con estas ventoleras o ventoladas (como dicen en Aguilar), ¿adónde va a ir uno? Encima, he aprovechado para lavar y tender al airón y el solín de después de comer. Se me ha resuelto, pero he vigilado por si comenzaba a llover y me lo chafaba. O sea que periódico, café en casa, y repaso a suplementos culturales atrasados. ¡No sé cómo me voy a leer todo lo que tengo encima de la mesa de trabajo! Renunciando a una parte, claro, seleccionando, como todo en la vida. Sopas y sorber no puede ser. 

Tendré que conformarme y echarle paciencia y templanza, únicas virtudes para las que no estoy dotado en absoluto. No obstante, son las que más me han puesto a prueba a lo largo de mi vida. Y me he dado cuenta de que soy obstinado, tenaz, resistente y, desde luego, que no me rindo. He aguantado cuatro décadas para ser escritor casi profesional, para vivir de mis rentas con una cómoda posición, para formar intelectualmente mi opinión con muchas lecturas… Para la espera. Para esperarte. Para la esperanza.


03/11/23

Realmente han bajado las temperaturas hasta un punto en que se queda fría la casa cuando pongo al mínimo la calefacción para dormir. De madrugada me pilla un escalofrío y busco en lo alto del armario, en las cajas donde siempre guardabas el edredón de plumas. Luego compruebo que quizá es demasiado, sobra la manta, pero bien.

Y por primera vez desde hace unos cuantos meses también me visto con uno de esos dos jerseys con cuellos de niqui, y una camiseta debajo. Fueron, si mal no recuerdo, de las últimas prendas que me compraste. Porque en cuestión de ropa eras tú quien decidía, y a mí me venía de perlas no tener que pensar ni escoger nada. Confiaba en ti y en tu buen gusto. En general, tú me conoces, me adapto al estilo “sport” a diario, con alguna cosilla más de vestir para ciertas ocasiones. Me parece haber oído llamarlo hoy estilo “casual”, pero no estoy seguro. En fin, nada exigente ni tampoco despreocupado del todo (si me adapté al gusto de mi madre, imagínate…). Creo que desde que te fuiste no me he comprado más que una cazadora, con la Chiqui de consejera. Sé que me reñirías, LU, pero solo no me hallo en una tienda.

He aprovechado la mañana porque no tenía tareas y he salido para el rato de la tertulia. Me encuentro con tu hermana M. y me llevo el alegrón de la jornada: me susurra no sé qué de carrilleras (porque hablándome de comida se me nubla la mente), y después del paseo entro en el local de abajo donde para completar la semana me había dejado una cosa que, antes de meterla al frigo, la he destapado, y lo que he visto y olido me ha supuesto un esfuerzo ímprobo para no arrimar el hocico. Y ya veremos esta noche en la cena si resisto… Desde luego, lo de hoy era para mí sooolooo; por tanto, cuando ha llegado el Chico le he dejado muy clarito que ese táper ni tocarlo. Hay que hacerse fuerte.

El día ha mejorado y me he arrepentido después de salir a pata por la tarde porque podría haber cogido la de montaña. Algunas nubes negras en lontananza, pero con un solito muy rico. Hasta he barajado la posibilidad de hacer doble paseo, el segundo a caballo. De remate, he preferido subir a trabajar hacia las cinco y pico, porque me imaginaba que llegaría el Chico y le apetecería una tortilla como la rueda de un carro. Como así ha sido. Por tanto, he tenido que espabilar con el trabajo de piticlinear en la buhardilla. Lo he cogido con ritmo y con un ánimo excelente y para animarme me he puesto música de Tom Jones.

No quiero olvidar aquí las fotos con que me he entretenido al pasar por esa parcela extensa que cuidan los de Confederación y que llega hasta los cinco caños. Lo registro porque me ha asaltado al paso y me ha llenado los ojos un estilizado manzano joven, no muy alto, con una cargazón de pomas en las ramas que las hacía alabearse. Aún no se había desnudado de hojas. Y lo más extraordinario, casi mirífico, ha sido que tenía alfombrado a los pies de su tronco un desparrame de manzanas recién caídas, abandonadas, despreciadas y riquísimas de gusto (he probado una).

Y mi pensamiento se ha incendiado como si me hubiese sucedido lo que a Moisés cuando encontró una zarza ardiendo y la zarza no se consumía, tal y como cuenta la Biblia. Y el ángel de Jehová era una llama en medio…

De la misma manera, cavilaba yo, hay personas a quienes les rebosa el corazón y no pueden evitar ser magnánimas, generosas, dadivosas. Por la sencilla razón de que encuentran tal felicidad en regalar sus dones que los bajan desde la altura de la copa hasta sus plantas para que estén al alcance de quienes los necesiten. Es gente a quien yo percibo como iluminada por una misteriosa blancura. Y esa virtud es quizá de las que más me fascina y se me queda clavada cuando entra en mi interior. “Como irnos cayendo desde la piel al alma”, diría el poeta Pablo Neruda.


02/11/23

Me gusta acudir a la cita anual de los Santos. Pocas veces he faltado desde lo de mi padre. Alguna vez he contado que el cementerio es uno de los lugares donde más intensamente siento que pertenezco a una comunidad. Puesto que ser de un pueblo no es más que la suma de vivos y muertos que lo habitaron desde que uno tiene memoria. Y las pocas veces que puedo recorrer algunas de sus calles, principalmente de noche, oigo el rumor en todas las casas, incluso las vacías, animadas con sus vivos y sus muertos. La oración en torno al sacerdote en medio del camposanto, es una manera de simbolizar y trascender a lo sagrado lo que acabo de decir. Solo en ese espacio acotado y salpicado de perennes cipreses se siente bullir la tierra bajo los pies como si allí latiera el corazón comunitario del universo.

No había mucha gente en esta ocasión por el frío y la amenaza de una lluvia inminente que al final nos respetó. Había dejado mi hermano el panteón bien apañadito y unas florecillas rosadas muy aparentes. Como el tiempo me ha convertido en un ateo de hecho, ya casi soy incapaz de rezar un padrenuestro de memoria; aunque sigo respetando los efectos bienhechores de la religión en algunos creyentes. Con lo cual tengo que conformarme evocando los rostros de mis padres y mis abuelos en un minuto intenso de concentración.

Pocas veces nos paramos a hablar tú y yo sobre esto, LU. Quizá no era necesario por nuestros caracteres muy similares en dichos aspectos. Pero nunca olvidaré tu valentía encubierta cuando me preguntaste sin darle mucha importancia y en una pausa rápida de otra conversación, si te iba a incinerar. Te tomé por el hombro mientras caminábamos, te besé varias veces en la cara y al oído te susurré un “sí”. No hubo más comentario, igual que otra conversación en casa también cercana a tu final derivó en otra pregunta similar. Quise consolarte planteando una duda: que tal vez haya algo y nos volvamos a ver. “No hay nada”, contestaste sin dudar.

El comienzo de la visita ha sido el momento de abrir la casa al llegar, después de más de un año. Observo al socio que se queda parado a la puerta de la estufa, en la cocina, en la habitación de abajo (“aquí dormíamos tu madre y yo”, me recuerda con un temblor casi imperceptible en la voz). Noto su sensación de creciente extrañeza, como un animalillo que no termina de comprender por qué todo aquello parece cada vez más ajeno a él. Falta el calor y penetra el ambiente húmedo y frío que se apodera de las paredes.

Luego, en el corral, le sorprendo observando el tejado del almacén, en cuyo cumbrial un gatazo blanco está parado, estático como una talla decorativa. Y noto que ambos se miran con primitivo instinto. Como si se conocieran de años atrás. Dentro del almacén me ha dejado mi Chache una pequeña calabaza y otra gigantesca, casi de asustar. Me cuesta trabajo incluso transportarlas al maletero del coche. Pero es tan bonita, tan apetecible, que casi me parece un fruto místico de nuestra tierra.

Pasamos a visitar a mi querido amigo J. y parlamos un poco antes de emprender el regreso. Cuando nos abre su puerta comprendo la principal razón por la que Piña sigue inmarcesible en mi recuerdo y, al mismo tiempo, viva todavía en la realidad: su casa conserva la calidez contra la que no puede el paso de la historia, la hoguera intemporal del afecto. Benditos J. y A.

Llegué cansado del viaje y destemplado del frío. El documental que tenía propósito de ver no pudo engancharme ni un cuarto de hora. El calor bajo la mantita me entonó y poco antes de las once de un salto entré en la cama. No es que haya dormido, es que he descendido hasta el coma.

Esta mañana temprano me doy cuenta de que ayer no fue Día de Difuntos respecto a ti, LU. No sentí la necesidad de conmemorar tu muerte. Por eso he subido a besar la urna en mi altar particular como subía a darte los buenos días hasta tu final. No puedo desprenderme todavía de ti. Ni siento angustia por ello. Sigue conmigo todo el tiempo que quieras, pues sigo amando tu recuerdo.

Sin embargo, quiero que sepas (te prometí que nunca te mentiría, y mucho menos después de muerta) que ya no puedo quererte como hombre porque no tengo tu cuerpo y el amor humano necesita materializarse. Y te lo confieso desde la aceptación y la serenidad. Es posible que mi mente se esté preparando para encontrar otro cuerpo. Y también es cierto que en ocasiones intuyo ciertas posibilidades y podría tomar la iniciativa. Pero por desgracia ocurre que soy muy poco práctico y un sexto sentido me avisa de que no es lo que estoy buscando. O quizá es que soy muy idealista y lo que estoy buscando es: todo o nada.


31/10/23

También hemos superado este mes de tradición funesta y cruzamos airosos su puerta de salida. De un día para otro cambió de una estación tórrida a otra inverniza. Sin embargo, hemos mantenido el ánimo con buen tono y ahora toca adaptar la vida a un programa un tanto diferente. Mientras no llueva (pero con el paraguas a la chepa) habrá que salir un rato de marcha intensa después de comer aprovechando el momento templado del día. Cuando el tiempo lo consienta, montar en la burra montañera. Pero siempre sin apartarnos en exceso de techado para asegurar un retorno rápido. En fin, he metido algo más de una hora ligera con vuelta por el súper. Fenomenal de respiración y piernas. Vamos bien. Lo sé porque duermo como un santo varón.

El día había comenzado maravillosamente (subrayo la palabra), porque cuando iba a ponerme a leer llaman a la puerta y aparece una niña preciosísima disfrazada para Halloween. Antes de ir al cole me trae un trozo de bizcocho que ha hecho ella misma. Según dice. Solo el hecho ya es motivo para dar saltos de alegría hasta golpear con el cogote en el techo. Es nuestra sobrinita C. y, como yo acababa de desayunar, lo he guardado para postre de la comida. Rico, muy rico, riquííísiiimo. Ñam, ñam, ñam. Cada día me convenzo más de que un alimento es un sacramento, es decir un medio material a través del cual la divinidad entra dentro de ti y posee tu alma. Por eso también es sagrado.

Cuarta o quinta vez que me he tragado “Psicosis”, de Hitchcock. Y siempre tiene el mismo efecto hipnótico. La sencillez de la trama, la profundidad de los personajes, la música inolvidable… ¡Cómo se puede hacer algo tan perfecto en su equilibrio artístico! No obstante, hacia las once y media ya no sentía el miedo inquietante de siempre sino que abrí al boca tres veces y mis ojos se me cerraban con la sensación de estar llenos de tierra.

Como me sé el argumento, continué en la cama viendo las escenas en mi imaginación hasta no sé que momento de la peli. Pero sé que después de un par de horas me desperté momentáneamente con un pitido intermitente en un oído, del tipo de esos acúfenos molestos que pasan desapercibidos porque te acostumbras a ellos. Creo que se me quedó pegado con la famosa musiquita de suspense. El efecto habitual es como que estás oyendo chistar sin pausa, chsssss, al cual se sumó este molesto bip-bip de reloj despertador digital o ultrasonido barato con que se espanta a los perros. ¿Será que me estoy volviendo loco?, me atreví a suponer. ¡Bah! Me di media vuelta y concentré todos los poéticos pensamientos y eróticos deseos en mi “Belle Dame sans merçi”, la Bella Dama sin piedad, del poema de John Keats.

Y aquí estoy, navegando por la red y viendo traducciones, declamaciones, cuadros y hasta un cortometraje de un cineasta japonés con la historia que cuenta el susodicho poema. Cuando me canso y antes de abandonar este estudio mío poblado de quimeras, rebusco en mi biblioteca hasta que doy con la antología del poeta romántico inglés. La edición del imprescindible Chus Visor, fechada de mi mano el treinta de agosto del ochenta y tres. Cuarenta años por medio En Valladolid. Y mucho tuvo que gustarme porque el libro está forrado con plástico adherente y especial esmero. El poema figura al final: “Allí me arrulló para que durmiese… el último sueño que jamás soñé… Vi reyes pálidos y príncipes también… gritaban: la Bella Dama sin piedad te ha hecho su esclavo”. Hace cuarenta años que lo leí una y otra vez. No he cambiado ni lo más mínimo. Y bendigo a la vida porque me ha concedido la gracia de que unas pocas palabras me ahoguen de emoción y me permitan gozar con alegría de mi soledad en una tarde cualquiera. Como esta. Mientras sigo esperándote.


30/10/23

Es mucha ventaja comenzar la semana sin preocupaciones de cocina, te produce una especie de sensación de libertad. Al socio le tengo servido por unos días con la fabada gigante que preparé el sábado, y en mi caso he mendigado con éxito en las raciones de los chicos arramplando con un poco de quinoa, de pollo y de bizcocho. He parasitado mejor a la Chiqui porque se compadece más de mí (a decir verdad, el Chico también se me ha ofrecido… con la boca pequeña). Total, que haciéndome el pobrecito de carita apenada he conseguido una parte para la buchaca. Como hacen algunos perros (los galgos especialmente) que se acercan despacito al lado de un niño despistado con la merienda en la mano y se la birlan con mucho cuidadín y con la suavidad del que saca un guante de seda.

Siempre que me acuerdo de esto presenciado alguna vez en mi infancia, me viene a la memoria aquel cuadro de Picasso de su época azul, que representa justamente a un niño y un perro unidos por un afectuoso compañerismo. No recuerdo cómo lo interpreta la crítica, pero a mí se me ocurre que el trozo de pan que sostiene el crío nos está hablando de una necesidad material también compartida.

En fin, cábalas mías. Pero ¿qué guardarás dentro de la cabeza?, te extrañabas tú a veces. Pues bien, LU, podré tener una cesta muy grande en general, pero ahora mismo casi te aseguraría que el original de ese cuadro del famoso pintor lo vimos expuesto en un museo dedicado a él en París, cercano al apartamento recién estrenado de la rue du Temple donde nos alojamos la primera vez. Y lo sé porque en esa ocasión no estaban los chicos con nosotros. Estos nos acompañaron en la segunda y nos quedamos en el mismo hospedaje, que sorprendentemente nos pareció ya muy deteriorado por su uso turístico a destajo. Y encima, muy caro. Cosa que no le discutí al dueño, pero cuando nos marchamos le mangué una edición de “Los tres mosqueteros” antigua y bien bonita. ¿Te acuerdas? ¡Qué tiempos! ¿Volveremos?

No llovía después del telediario y la temperatura tampoco molestaba. Y la verdad es que estaba necesitado ya de echarme a la calle. Si no en bici, al menos un buen recorrido a paso ligero por caminos del contorno. Y me ha sentado de maravilla (casi dos horas), a pesar de que me dolía la cabeza al llegar. Por suerte, ha comenzado a llover cuando entraba en casa.

Me interesaba también inspeccionar el camino con intención de hacerlo con la de montaña, porque todavía se ven tramos con charcos grandes en algunas rutas. Esta que va por la depuradora hasta Villaescusa y volver por la salida de Villallano me gusta mucho. Saludo a la hilera de los siete chopos de tronco grueso, entre los que se encuentra el que tiene nuestros nombres grabados y una vez que cruzo bajo el puente de la autovía siento todavía en los ojos el efecto cromático de la época en que eclosiona la naturaleza, cuando en esos terrenos de siembra se combinan los verdes, morados, amarillos y rojos. ¡Cómo nos gustaba cuando lo caminábamos juntos y cuánto te extrañé en el final de la última primavera! Por el camino me llora el corazón a ratos, mientras me acerco a los pies de las Tuerces.

Al cruzar el puente nuevo construido después de unos años de riada que se llevó por delante el antiguo, por casualidad me doy de frente con mi excompañero de profesión DM que también ha salido con el mismo propósito. Decidimos continuar el resto del trayecto en yunta, charla que te charla. Hacía tiempo que no nos veíamos. Tomé contacto más cercano con él en los tiempos en que yo era concejal y él dirigía el CFIE de Aguilar. Nos caímos bien y nos amistamos sin necesidad de trato diario sino muy de ciento en viento. Pero siempre son muy agradables nuestros encuentros. Me saca diez años y está como un roble de salud. Buena persona y buena inteligencia. Tiene palabras sencillas de ánimo y de consuelo. Me llega una calma bienhechora. Nos despedimos sin demasiada ceremonia a sabiendas de que posiblemente tardemos en coincidir. Me digo a mí mismo que así es la vida que me espera: sin grandes pretensiones, consuetudinaria, paso a paso.


29/10/23

Es cierto que me trastocan el rutinario orden de mi vida de nuevo solterón (todavía me siento raro cuando tengo que decir que estoy viudo), pero me compensa mucho su estancia en casa de apenas dos días. Los hijos desde que te fuiste, LU, son así: un bullicioso y breve tránsito por el territorio que todavía consideran de su propiedad y, en consecuencia, para hacer y deshacer a su antojo. Aquí todo está a su disposición.

Y es justo lo que a uno le hace feliz, porque su partida de inmediato restablece un silencio que durante unas horas no es cómodo; después de eso, regresa la plena y plana normalidad. Lo noto más por contraste cuando coincido con los cuñados vecinos y sé que no encontrarán nunca su casa vacía aunque estén solos en ella. Es una sensación que no es fácil describir. Yo te percibo dentro a ti, claro, pero no puedo ubicarte en qué lugar preciso. Quiero creer que siempre estás junto a mí.

Se me ha hecho larguísima la noche del cambio de hora. He caído en la cuenta cuando estaba a punto de entrar en la ducha y he retornado al calorcito del nido pero no he pillado de nuevo el sueño. Para no emplear el tiempo en papar moscas mirando al techo, me he entretenido en cavilar cuatro tonterías para hacer la publicación dominical en Ínstagram y al levantarme ya he ganado ese rato para leer un poquito.

No me ha quedado otra que poner lavadoras y tender dentro. Lo bueno ha sido que hoy se había comprometido el Chico a poner un pollo asado y de esa manera me ha cundido la mañana. Despreocupado, gozo de café y periódico como un marajá. Abro una de Ribera porque están ellos aquí. Grisáceo y tristón el cielo, no me importa demasiado pues vamos a comer juntos. El pollo, divino. Experimento alegría extrema sin saber bien por qué.

Noto que mi ánimo es firme y mi esperanza sólida. Una vez y otra me repito en lo íntimo que cumpliré la promesa que te hice, LU, de cuidarlos dentro de lo posible y hasta el final de mis fuerzas. Todo lo demás en mi vida futura, dure lo que dure, es azaroso. Otros a mi edad sienten que ya tienen la vida hecha; por mi parte, las circunstancias me han llevado a comenzar un nuevo ciclo vital. Con actitud positiva, lo sensato es seguir sin prisa ni pausa; o sea, sin buscar nada con demasiada urgencia, ni esperar algo con ilimitada paciencia.

Después de una pequeña faena donde el socio a media mañana, subo a casa y veo mesa y despensa a reventar. ¿Qué ha pasado aquí? Ah, ya entiendo. Ha pasado lo de siempre, el terremoto cocinero de la tía M. con las bolsas llenas de táper. Ya la conoces, pues imagínatelo, LU. No tiene límite preparando cosas para los chicos. Incansable. Generosa. Una bendición que nos ha tocado por suerte, porque hace de la comida una mística a través de la que se entrega a sus sobrinos por el amor sin medida que te profesaba a ti como hermana. Y yo lo observo con emoción.

Lo cual no quiere decir que no me dé cuenta de la empatía y del cariño del resto de la familia, que también son muy evidentes; pero quizá cada cual regala de su corazón la parte que le permiten sus circunstancias y no es un apoyo menor saberse en todo momento rodeado y arropado por las personas que le quieren a uno. Así lo entiendo sinceramente.

Por todo ello no me canso de insistir a mis hijos que llamen y agradezcan todas estas muestras de auténtico amor. Y les propongo que busquen maneras de corresponder con actos, con hechos que demuestren esa corriente recíproca de sentimientos entre la familia. Hechos, actos, realidades materiales visibles y tangibles. Y lo digo porque yo me considero más bien un hombre de palabras (excesivas palabras), que son mucho menos valiosas pero también imprescindibles si no me equivoco. Pues bien, a mí me gustaría resumir ahora el idioma en una sola, simple y humilde palabra: gracias.


28/10/23

Finalmente, ayer a mediodía se personaron las responsables del Ceas y nos presentaron a la trabajadora que atenderá al socio y las condiciones del programa. Aparte de tareas de limpieza, lo más valioso para mí es la supervisión diaria en caso de que por cualquier razón yo tenga que faltar, que nunca va a ser un período largo. De momento. Porque más pronto que tarde es de suponer que necesitemos incorporar otros servicios. En definitiva, una buena ayuda.

Por la tarde, a la espera de los inquilinos del finde. Me gustó que volviéramos a coincidir todos. Así tengo la impresión de que en casa se nota más una grata sensación térmica (de calor humano, de cariño familiar). Me compensa con creces y estimula la rutina. Pero me quedé sin el rato que dedico a estas naderías. No importa. Un diario no es a diario.

El Chico vino con la novieta y salieron a dar una vuelta. Me propusieron una tortilla para la cena de esas de cinco patatas grandes y siete huevos; la saqué rica pero un poco sosa, porque creo que el salero no surte bien y tendré que limpiarlo y renovar el arroz.

La Chiqui venía cansada y necesitada de contar esas cosas sin mayor importancia que antes solucionaba contigo, sentadas las dos en el sofá y acurrucada contra ti. Cuestiones que tienen que ver con quien comienza una profesión y tiene que adaptarse; es decir, la necesidad de afrontar un cambio radical de vida. A todo el mundo le lleva su tiempo. Antaño, solo con estar a tu lado se le calmaba el agobio por exceso de responsabilidad. Creo que es también una característica familiar vuestra. Demasiado responsables y perfeccionistas. Por mi parte, procuré al menos escucharla y tranquilizarla. Aunque lógicamente nunca podré hacer de madre.

Y hoy después del café con periódico no me ha quedado más remedio que preparar comida para todos. Estoy crecido porque creo que me han salido unas alubias del uno y en este caso no hacía falta reconocimiento porque se veía, se olía y se gustaba. Pero me ha encantado que la Chiqui lo haya admitido sin peros.

Con este panorama meteorológico, por la tarde tampoco apetece nada salir al chocolate pendiente en Reinosa. Sin embargo, tenemos que pasar por el Mercadona y el Lidl. Me dice que no hace falta que la acompañe, pero me sucede como ayer, que no quiero que interprete que antepongo mis cosas a compartir un rato con ella. Y vuelvo a demostrarle que no me preocupa en absoluto no encender el ordenador, hoy tampoco.

Tú lo sabes de sobra, LU, que muy pocas veces rechazaba cualquier plan que significase una nueva ocasión de disfrutar juntos, por modesta que fuese. Siempre procuré que los hijos nos viesen a los dos asistir a sus experiencias y vivencias. Incluso si no me suscitaban ni un mínimo interés, como cuando el Chico jugaba a baloncesto. Sentados entre el público en la grada, él nos buscaba con la vista cuando metía una canasta y terminó dándose cuenta de que yo estaba leyendo el periódico y levantaba los brazos solo porque oía celebrarlo a la hinchada. Su padre era una presencia. En el viaje de vuelta apenas sabía quién había ganado y jamás el resultado del marcador. Pero figuraba formalmente con los demás matrimonios forofos que coreaban la victoria final: es decir,  siempre presentes su madre (y su padre).

Habíamos comprado algo de pescado y la Chiqui lo iba a preparar. Estaba convencido de que lo bordaría. Efectivamente, antes de las nueve y antes de publicar estas notas me llama "à table". ¡Qué maravilla! ¡Qué fácil es todo cuando nace de las manos del amor! Nos chupamos los dedos. Friego. A las diez en punto sin falta me ha convocado en la sala para ver una película de la que hemos hablado y estamos de acuerdo en algo: es una preciosa historia de amor apasionado que seduce, más que nada, por sus silencios, por las miradas, por lo sobrentendido; en definitiva, por lo que no puede ser, pero es. Basada en la novela de Jane Austen, del director Joe Wright. Se titula “Orgullo y prejuicio”, de 2005. 


26/10/23

Uf. No he visto un amanecer más desfallecido de luz, molesto de lluvias (aunque bienvenidas sean) y estropeado de planes. Para colmo los cuñados vecinos me avisan recién despierto de que tenemos el garaje inundado. Vale. Cojonudo. Y comienzo a pensar que va a ser un día de perros… Pero no. Hay golpes del azar que en unos segundos ponen todo patas arriba. Y mientras desayuno me entran en el móvil dos noticias que cambian el rumbo y el ánimo ciento ochenta grados.

Primero, que me llega el aviso de nómina. Segundo, que de las cocinas del Gran Hotel “Marcarmon” (cinco estrellas) llega envío de plato principal y postre, que al destapar el material casi me hace abalanzarme sobre ello a bocajarro. ¡Dios qué pinta más buena! Me va a costar aguantar los dientes en la boca hasta la hora de comer. Pero merecerá la pena. Y mucho.

Como novedad, la repostería es un bizcocho. Y ya sabes, LU, que teníamos una pelea permanente con este asunto cuando tú, muy de tarde en tarde, te ponías a ello. Por alguna razón especial no terminaba de salirte bien. Te enfadabas desde el primer intento, porque te dije la verdad; aunque cometí el error de compararlo con el que te solía regalar tu amiga IR (ya lo conté en este diario). Yo me sonreía y te llevaban los demonios. Es más, se te notaba muchísimo la cara de mala leche. “Dime la verdad”, me forzabas. “Bueno, no está mal…”, apuntaba yo para disimular. E inmediatamente saltabas: “Déjalo que ya me lo como yo. No te preocupes”. Yo tenía que volver la cara para que no me vieses los ojos pícaros. Y así hasta que pasaba bastante tiempo, no te rendías y reintentabas a ver… Bueno, corazón, tengo que decirte que también este de hoy es muy superior al que hacías tú. Siento ser tan sincero de nuevo. Pero que estés en el cielo no te exime de mi objetividad. Sigue practicando allí. Y reconoce que a ti te salían mejor otras muchas cosas. Además, sin problema, porque yo como hormigón si me lo ponen. Ya sabes.

Después de la tertulia he tenido que acompañar al socio a vacunarse y hemos recibido la visita de los servicios sociales en casa para colocarle y explicarnos el funcionamiento del dispositivo de aviso remoto. Es un sistema muy sencillo pero que proporciona gran seguridad. Como una medalla algo más grande que va colgada al cuello y se acciona pulsando un botón. Simplemente. Es solo para el domicilio, pero también nos han solicitado otra móvil para cuando se encuentre fuera. Bien. Me da tranquilidad.

Tampoco hoy he salido a pasear. Estaba horroroso. Unos pequeños recados en el súper y me he encerrado con la lectura en la cámara acorazada. Por otra parte, he venido acusando desde que me levanté una sensación de calor en la frente, apenas molesto, pero sin duda debido a la mínima reacción de las vacunas. Como otras veces, un paracetamol.

Antes de ponerme a trabajar actualizo la lista de novedades narrativas de los últimos suplementos. Ya me salen más de cincuenta títulos y todavía faltan dos meses para concluir el año. Va a ser muy difícil llegar a la mayoría, pero sigo leyendo regularmente, a buen ritmo, pero no todo el tiempo que quisiera. Me ha cambiado la vida y tengo que aceptar que es así. Por eso también agradezco tanto cada ayuda cariñosa que me llega de fuera.

Dedico un rato al Ínstagran de la periodista y escritora CF. Es una todoterreno, combativa y a veces agresiva en sus planteamientos. Pero es muy sincera y desinteresada. Eso me llama la atención. Pero si me he parado hoy ha sido porque hacía una comunicación sobre la importancia de dar apoyo a todas las acciones y manifestaciones públicas contra el cáncer. Alegaba que hay gente que lo critica porque siempre se ven las mismas caras famosas (hablamos de repercusión nacional) y porque a veces suena a postureo. Terminaba diciendo que gracias a ello, al menos, se han superado los tiempos de estigma social, y se ha conseguido la visibilidad, o sea, la normalización de la enfermedad.

Yo sé de sobra lo que pensabas tú de esto, LU. Claro que comprendías que era muy importante la lucha colectiva y reivindicativa de una mayor investigación y de mejores condiciones para los enfermos. Pero sin caer nunca en la banalidad del espectáculo público, en la exhibición de falsa fortaleza de las afectadas y, en definitiva, en formas de ocultamiento hipócrita de la tragedia íntima del mal.

Y esta tragedia, dicho en plata, no es otra cosa que la destrucción progresiva del cuerpo y, lo que es más terrible, la aniquilación del espíritu: sentimientos, emociones, deseos, esperanzas… Como nos sucedió a nosotros y fuimos conscientes. A pesar de ello, diste la cara y peleaste con valentía hasta el último aliento. ¡Qué orgulloso estoy de ti! Y te aseguro que no fue en balde, porque si perdí también contigo todo eso que acabo de mentar, sin embargo me ha servido para creer todavía un poco en la grandeza del ser humano. Por ti. Y por ti voy a intentar recuperarlo.


25/10/23

Me pinchan las dos vacunas y descuido. Yo en estos asuntos tengo muy pocas dudas de tipo negacionista. No he conocido a uno solo que apunte en este sentido de quien previamente no tuviera un concepto, como mínimo, de raro. Lo digo porque me he encontrado de camino a un amiguete que me confiesa que se puso las dos primeras y que ninguna más. ¿Por? Porque nos engañan, me dice con ojos muy abiertos. Pues bueno, pues vale. Pero mientras regreso a casa me pregunto qué tendrá un tío en la cabeza para razonar de esta manera. Una cosa es ser un poco friki y otra tener el coco averiado.

Visto lo visto, la semana no va a dar más de sí. Es muy evidente en los velux, que filtran una luz fría y descompuesta en miles de gotas que tiemblan flotantes toda la tarde. De vez en cuando, alguna se descuelga hacia abajo como un corto reguero. O como una lágrima sin sentimiento.

Me reñirías si estuvieras aquí, lo sé. Enredo después de las noticias porque no sé en qué dar hasta que se me ocurre ordenar el trastero de la sala. He colocado allí el papel de regalo que utilizó el chaval este fin y que, por supuesto, lo ha dejado olvidado en una esquina de su habitación.

Creo que es la tercera vez desde que no estás que entro a bucear en ese embudo bajo la escalera. Respeto sin tocarla tu bolsa de deporte con el equipo de pádel colgada de la pared. La pala sobresale como quien saca el cuello bajo el agua para poder respirar; o mejor, como quien extiende un brazo cuando comprende que finalmente se hunde, se despide, se ahoga. En cambio, reviso el casco de la bicicleta en cuya concavidad reposan tus guantes (mitones) y tus gafas. Creo que utilizaré estas últimas nada más. Los guantes míos están hechos polvo y, aunque compruebo que estos tuyos me servirían, son de color rosa y no me van. Todo lo tuyo era de color rosa… Como lo era nuestra vida mientras no apareció el gris de enfermedad y, finalmente, el negro de luto. Saco el cuerpo inclinado de dentro del trastero y me digo que cuidado, que me estoy metiendo en una trampa, en mi propia trampa.

He completado el tiempo hasta sentarme a la labor con otra operación que me ha traído recuerdos más bonitos. He ordenado una estantería con libros de la Chiqui y allí me he topado con las dos recopilaciones de cuentos que publicaba la diputación con los ganadores del concurso anual de narración deportiva. Nuestra niña tuvo premio dos ediciones consecutivas, ¿verdad?, hace ya una docena de años. Entre sus páginas, la noticia en el periódico y la foto…

Que no era solo el premio sino la tarde que asistimos a la entrega en el centro cultural de la capital, el paseo posterior por la zona celebrándolo con unas tapas y un vino. Casi te diría el abrigo que llevabas puesto y que todavía veo a diario. Y tú ibas en medio de los dos, LU, agarrada de mi brazo y del de la niña, con un orgullo y una alegría en los ojos que no se me ha olvidado todavía. Sin necesidad de hablar, pero que a mí me parecía que ibas pensando que aquel triunfo era porque salía a su padre… Y los tres, seguramente, nos creíamos plenamente dichosos. A pesar de los pesares. Porque la realidad estaba fuera de nosotros y nos observaba impasible. Implacable.

Lo que no recuerdo es cuándo fue la primera vez que tomamos un chocolate con churros en esa cafetería de la plaza de correos. Desde luego, la última ha sido también con la niña y no hace tanto. Un día que fuimos porque yo participaba en una charla poética en la biblioteca y ella quiso acompañarme. Viene también este finde y he pensado proponérselo, pero en Reinosa, en la cafetería donde ella solía ir contigo. En la Bámbola.

El resto de la tarde lo he echado en cavilaciones, búsquedas y tejemanejes literarios. Hasta que he terminado revolviendo mi biblioteca para comprobar la repercusión que tuvo el Quijote en el momento de su publicación y verificar la idea de que fueron los ingleses los primeros que le dieron difusión por toda Europa. Aquí estuvimos mucho tiempo considerándolo un libro muy chistoso.

En fin, estas cosas y otras parecidas pueden surgirme cuando me estoy afeitando, por ejemplo, o porque he leído algo que me ha llevado a establecer alguna relación curiosa, o porque trato de localizar alguna cuestión técnica que me interesa para mi escritura. Cosas así. Incluida la recitación frente al espejo del baño de algún poema que me viene a la mente en ese instante y no quiero por nada del mundo que se me olvide. El caso es que necesito declamarlo o recitarlo en voz alta. El último ha sido ese de Lope de Vega que comienza: “Que tengo yo que mi amistad procuras…” Me temo que en alguna ocasión estén oyéndolo al otro lado de la pared mis vecinos y cuñados… Y es posible que piensen: “Este es tonto o está loco”. Las dos cosas son medio ciertas. Pero en el sentido cervantino…

En fin, el resto de mi tiempo invento, escribo, corrijo. Vivo rodeado y abrumado de letra escrita. Busco mundos un poco mejores. Sueño despierto más de lo que me conviene. Pero me siento vivo con mis afanes y proyectos. No sé si serán cosas útiles para los demás. Desde luego, me suponen varias horas de trabajo cada día, y soy todo lo contrario del jubilado que pierde el tiempo en internet buscando páginas de citas o de porno. Mi ideal de mujer: sencilla. Eso sí, en cualquier momento estoy dispuesto a levantarme del asiento y acudir como un perro fiel y agradecido ante una mesa donde compartir un alimento corriente pero rico. Y una buena compañía.


24/10/23

Con razón lo llaman calabobos. Después de la tertulia matutina intento un pequeño garbeo y compruebo que con paraguas y todo se cala uno de cintura para abajo. No merece la pena. Y la tarde, como me suponía, se ha puesto mucho peor. O sea, quieto en la hura. Sigo con la cabeza algo relocha, pero seguro que es del cambio de tiempo y del cambio de hábito por no salir a oxigenarme.

Eso sí, anoche la peli me hizo reír como hacía tiempo… En cualquier caso, me morí nada más entrar en el sobre. Razones: he cambiado en la ensalada de la cena el melón por manzana (menos agua), y he metido otra capa de ropa de cama (más calorcito).

Oye, LU, tenías que ver cómo se ha puesto de guapo el cactus de navidad que dejaste en mi estudio. Echa unas flores rosirrojas bien bonitas que salen en botones apuntados del mismo extremo de las hojas. Bueno, en realidad he conservado las tres macetas, una de las cuales también cría unas florecinas muy delicadas en un tallo tan largo que casi llega al velux.  Da gloria verlo. Y pensabas que era un manazas, ¿eh? Esto es arte, paisana.

O sea que me ha cundido el tiempo por fuerza. A primera hora he podido hacer un puré de una estrella Michelín. Cuando ha llegado MA para la limpieza no he podido por menos de enseñárselo… No ha querido probarlo, una pena. El caso es que son tres días despreocupado de olla (la exprés y la de encima de los hombros).

Y después de comer, mientras veía TEM, me he quitado de encima un montón de ropa que había quedado pendiente de plancha. Este suele ser un truco del chaval. Lo deja de una semana para otra y sabe que al final pico el cebo porque no aguanto ver la labor pendiente. Inmediatamente, subo al tajo. Me interrumpen con el guas, pero hay gente que me da alegría. Me he puesto contento porque mi chavalita me dice que va a llamarme esta noche.

Garabateo algunas notas a mano en el cuaderno chino. Hace tiempo que estoy un tanto nervioso porque doy vueltas a una idea novelesca y no encaja, no cuaja. Entreveo al protagonista, un hombre que se encuentra con un amigo que vive lejos y a quien hace mucho tiempo que no veía. Pero sus respectivas familias llegaron a conocerse en otra época. En un momento de la breve conversación, este amigo reaparecido comenta que por feliz casualidad acaba de saludar hace un rato en la calle a la esposa del otro. Solo que la esposa de nuestro protagonista murió hace más de un año…

He visto por lo menos un par de películas clásicas sobre este asunto del doble: “Vértigo”, de Hitchcock; o “Fascinación”, de Brian de Palma. La obsesión llevada al extremo por recuperar lo amado y perdido me interesa mucho. Pero no como enfermiza necesidad de volver a tener lo mismo, sino como doloroso aprendizaje de que cada ser es distinto y único; y en consecuencia solo se puede ser feliz abandonando un sentimiento y aceptando otro nuevo.

A esto habría que darle una intriga, como en las dos obras citadas arriba. Pero de entrada no surge la chispa, la magia, la estructura simbólica en la que puede materializarse lo que tienes en la mente de manera confusa y vas descubriendo entre la niebla. Y este camino es incómodo y le pone a uno de mal humor. Porque la literatura no es lo que parece: no se escribe para decir lo que se piensa, sino que se descubre lo que se piensa escribiendo… En fin, un lío. Cosa de frikis.


23/10/23

He podido leer a gusto por la mañana, antes y después de acompañar al socio a la cura prevista con la enfermera. Ya no tiene que volver y las heridas superficiales se las limpiaré yo con Betadine. Nada más. Por lo menos no llama tanto la atención con el vendaje. Curiosamente, mientras volvíamos del centro médico en el coche, me comenta que ya puede orinar sin ningún problema porque ha expulsado una pequeña piedra; incluso la ha oído tintinear en la taza del servicio. Me quedo pasmado, pues no se ha quejado lo más mínimo y ese proceso en el riñón tengo entendido que suele ser doloroso (tendré que preguntarle a mi mediquilla particular). No hay quien lo entienda, pero le digo que bien, que perfecto.

Eso sí, está envejeciendo y entorpeciéndose, lógico. Lo pienso y me parece mentira que hayamos terminado siendo compañeros de final de viaje. Quién lo iba a decir… Y miro con nostalgia la foto enmarcada sobre el mueble de su sala en la que me tiene en brazos, él con diecisiete años y yo con unos cuatro meses de edad. ¡Vaya par de socios! ¡Hay que joderse!

No hacía malo, pero desde después de comer he notado que me dolía la cabeza. Sé que los cambios a mí me pillan muy fácilmente, antes creía que por mi fragilidad y ahora sé que es por mi descuido. Hasta ayer no he puesto el edredón, y me valía con la sábana y a ratos tiraba de la manta. He notado frío al amanecer. Y me pone de mala leche porque estoy pendiente de la vacuna. A ver, de una vez. No se me ha pasado ni con un paracetamol.

Por lo tanto, he dejado el plan de hacer un paseo largo hasta el embarcadero, a la roca de Gallo Malo, que hace muchísimo tiempo que no visito y me trae también recuerdos agridulces. Ya iré un día de estos. Allí escribí algún cuaderno hace ya años, cuando me escondía a solas con lo que consideraba consecuencias de una crisis radical en mi vida. Me llegué a sentir en cierto modo enfermo y además culpable. Dudaba de lo que pensaba, sentía y deseaba. Desde tu muerte, LU, me he dado cuenta de que estuve equivocado. Hoy me encuentro cada día más sereno, sano y lúcido. Y en el fondo no he cambiado. Luego es de verdad.

Como tenía la cabeza tan cargada y cierto malestar, me he conformado con un paseíto y vuelta a casa después de la compra en el súper. Pero cuando estoy de esa manera, un poco flojo físicamente, me siento vulnerable. Sé que lo mejor sería tomarme un vaso de leche bien caliente con miel y un chorrito de coñac, y meterme en la cama hasta mañana. Y olvidarme de cualquier trabajo intelectual por hoy. Sin embargo, me resisto… Es uno de mis demonios: tengo miedo a ponerme enfermo y estar solo. Sí, racionalmente lo entiendo de sobra, sé que no me pasa nada, un resfriado como mucho…

Me acuerdo, LU, que te burlabas con una sonrisa a la puerta de la habitación las poquísimas veces que no pude levantarme, sobre todo, por gripe. Me adormilaba a ratos y cuando volvía a desvelarme escuchaba atentamente y te llamaba si no te oía por casa. Entonces es cuando decías: “No valéis para nada…” Y era totalmente cierto, al menos en mi caso. Las contadas ocasiones en que me pilló algo así antes de casarme, en la mili, o trabajando en Cabezón, es decir, viviendo solo, las recuerdo con toda nitidez. Es más, me sucede como si estuviese expuesto a la agresión física de un enemigo y no pudiera responder con la fuerza… Y esta impresión es tan vívida que en algún caso he llegado a soñar que se me caían los dientes. Prueba clara de que experimento que tengo anulado mi instinto animal de defensa del pellejo.

En resumen, he buscado un plan alternativo. He encendido el equipo de música a medio volumen en la sala. He abierto las cortinas totalmente y me he tumbado en el sofá bien tapadito, observando un cielo de brochazos cenicientos y rachas lluviosas. He puesto una sinfonía de Tschaikowsky, la número seis, la “Patética” (muy acorde el nombre con mi pinta). Cuarenta y cinco minutos. Concentrado tan ricamente, aunque la chinostra me retumbaba un poquito. Pero ha llegado un momentín de felicidad, ha despejado brevemente, y un sol de regalo ha iluminado los dos cuadros en la pared que me regaló mi amigo JAP. Médico, pintor, señorito rico y guapo. También murió, LU. Un año antes que tú, ¿verdad? Estuvimos en Gijón a darle el último adiós. Sin embargo, lo he tomado como un milagro más de los vuestros. De los seres luminosos que flotáis como pequeñas centellas alrededor de los que os recordamos. Y me ha entrado en el pecho una paz bonita y llena de esperanza. Me he levantado y me he puesto a mis tareas. Con la ilusión de ver esta noche una muy famosa de Jerry Lewis, “El profesor chiflado”. Y si se me ha pasado la jaqueca, hasta es posible que me coma una bolsa de patatas fritas con una cocacola. Como un hombre hecho y derecho.


22/10/23

Empleo un rato bien largo en el periódico por el interés que me suscita el conflicto Israel/Palestina. Y menos en la política de aquí, que ya termina abrumándome de puro cansina. Digo solo que hasta principios de este mes todo lo ocupaba la guerra Rusia/Ucrania y hoy da la impresión de que ha desaparecido o concluido. Para que se vea la fuerza que tiene el foco mediático: lo que es centro de la noticia, existe; lo otro, menos o nada.

Espero más allá de las dos a que este satélite que me suele visitar algunos findes se digne levantarse para comer juntos. Veo que va a ser que no, así que ni siquiera me molesta. Como a solas y le dejo preparado el pesebre para que compruebe que ya no me inmuto. Pero constato después que ha repetido del cocido de ayer y no se ha percatado de la tercera y última ración de calabacín tres estrellas que tengo medio escondida al fondo del frigo. Se lo comento después de que ha terminado y por dentro me alegro porque mañana me la voy a ventilar como un marqués. Pa la buchaca.

La recuperación física es óptima. Es increíble, no acuso ni mijita en las patas y eso quiere decir que el programa continuo de hidratación funciona. Mañana, si el tiempo se mantiene, cojo la borrica gorda y lenta de LU, la de monte. Y a los caminos. A ver si ya están secos.

Me largo a los buses a tomar un colacao y dar matarile al papel. Ya me ha advertido mi amigo DH, el gitanito, que hace días que me echa de menos. Que no le falle. Es listo como una ardilla, el tío. Sabe que algo le aporto al negocio con mi visita, no solo por lo que gasto… Y eso quiere decir que es inteligente y vale para el negocio.

Vuelvo a casa para despedir al chico antes de que salga hacia Pucela. Me siento orgulloso cuando le observo por la mirilla esperando el ascensor, con la bolsa de viaje, paciente y a la espera. Un hombrecillo de provecho, LU. Te fuiste pero me dejaste dos razones vitales para continuar. Nuestra mejor obra. Una obra de amor. Juntos.

También llega su abuela C., que andaba en casa de tu hermana J., a tiempo para despedirle. Luego charlo con ella un ratín. Procuramos bordear las heridas todavía muy abiertas… Observo su cariño que sin palabras quiere prestarme un poco de consuelo. Tan solo me comenta la soledad que se siente cuando cae el día y se cierra la puerta de casa… Es curioso que con mis hijos sea con quienes más fácil me resulta dominar mis sentimientos y no mostrarme abatido; pero con tu madre, LU, es con la persona que tengo que hacer un esfuerzo máximo para no romperme. Cuando se marcha y cierra la puerta, dos lagrimones como uvas resbalan por mi cara. Estaban contenidos detrás de mis ojos, aguantándose.

Ponerme en acción es mi recurso mejor, me aparta de caer en un bucle de tristeza. Recojo toda la ropa del tendedero hasta distraer mis pensamientos. Separo lo de cada cual y llevo donde la Chiqui una camiseta que creo que era tuya y tiene una imprimación significativa: Registered, dice en inglés. Pero mi entendimiento ha creído leer: Resistiré. Porque, en efecto, podría haber sido perfectamente tu lema.

Brujuleo por el Spoti en algo de mi música española de los 60/70. Me topo con temas que me han gustado toda la vida. El problema, sin embargo, está en que si pincho “Los Bravos” no me convence mucho más que el “Black is black”; o si pico en “Módulos”, igual, casi lo único es “Todo tiene su fin”, una canción de desamor bellísima. Desde luego, bastante más moderna que alguna inglesa de aquellos tiempos, como “Dalila”, de Tom Jones, magnífica pero con una letra que en nuestra actualidad tan políticamente correcta asustaría. Estoy seguro.

Y enseguida me pongo a escribir. Escribo y escribo. Como si se tratase de la salvación de Sherezade, la narradora de “Las mil y una noches”, que dejará en suspenso la continuación nocturna de su cuento para retomarla al día siguiente, pues eso evitará que el sultán la decapite como venía haciéndolo con otras tres mil concubinas anteriores. Así hasta la noche mil y una, en que definitivamente seducido la convierte en su legítima esposa…

Como se puede apreciar, se trata de una preciosa fábula oriental sobre el poder de la imaginación y sobre la capacidad de la literatura para mantenernos con vida. Un día y otro día. Una noche y otra noche. Hasta consumir los calendarios de la propia existencia. De estos materiales he querido yo construir mis sueños y compartirlos toda una vida contigo. Hasta que la vida quiso.


21/10/23

Había quedado con el chaval en salir con la bici si se le estropeaba el plan de monte con los amigos. No me lo llego a creer del todo porque le conozco, pero le digo que bueno, que vale. No sé a qué hora se habrá acostado esta noche, el caso es que hacia media mañana todavía no era persona. A las dos se ha sentado a la mesa recién despierto para un cocidaco fenomenal. En esto sí que ha cumplido bien, al completo, con total entrega… Lo ha bordado.

Y tampoco por la tarde le petaba un paseo a pata limpia. ¿Por?, le pregunto. “Porque estoy bien aquí (en el sofá), descansando”. Ah, bueno, si  es por una razón tan convincente, me piro solo. Vuelvo a la ruta de Villaescusa que interrumpí ayer, y cuando ya me acercaba al paso bajo la autovía y tiraba unas fotos al caserío hundido, me llama mi hermano. Otra vez, atrás, Mora.

Le digo que me espere que en veinte minutos estoy en casa, aunque luego he tardado más. No había calculado la distancia. Mon quería ver por el videoguasap la pinta del socio. Le ha bajado bastante la inflamación, pero está amoratado todavía y parece cualquier cosa con vendas tan anchas. En cambio, por fortuna, las heridas son rasguños y no tiene dolores. A ver si podemos ir a Piña el próximo día de Difuntos. Ya en casa, charlamos un buen rato de nuestras cosillas y quedamos para el día mentado.

Es una pena porque he tenido que dejar para otra tarde con esta luz otoñal unas fotos a los chopos que bordean el camino, algunos de ellos de los más antiguos y gruesos de tronco de los contornos y especialmente bellos los de la alameda inmediatamente antes de llegar al puente sobre el Pisuerga, ya en la entrada al pequeño pueblo. Allí paseamos años atrás nosotros, LU: tú echándole paciencia a mis locuras; yo empeñado en sorprender en un pequeño vídeo la caída de hojas, pero con la luz exacta, amarilla, mortecina, veneciana...

Nunca lo he conseguido, pero este año estoy acérrimo en ello. La razón es que sería maravilloso sorprender ese momento casi de pintura impresionista en uno de los chopos majestuosos, al llegar a la depuradora, en el que se ve grabado en su enorme tronco lo siguiente: JxL. Se conoce que por allí pasan adolescentes o gente joven que deja su mensaje sentimental. Hay toda una hilera de ellos con iniciales de parejas de enamorados. La casualidad (o un milagro tuyo) me ha permitido darme cuenta y voy a verlo con frecuencia. También como un adolescente… abandonado de ti. Y no puedo por menos de recordar los versos del pobre Machado: “…tienen en sus cortezas/ grabadas iniciales que son nombres/ de enamorados, cifras que son fechas/… álamos del amor cerca del agua…/ conmigo vais, mi corazón os lleva”.

Me recojo en mi refugio bajo tejado. No sé si huyo. Quiero pensar que también el frío encoge el ánimo y produce congoja. Primer día que enciendo la calefacción porque la bajada de grados ha sido brutal en nada de tiempo. Tiendo a descuidarme de abrigo en casa y no quiero catarros ahora que ya tengo cita para vacunarme la próxima semana.

Intento como sea evitar pensamientos negativos respecto a ti, LU. Pero hay momentos en que me aterroriza perderte casi más que cuando estabas ya en la recta final. Ayer mismo mi hermano me recordó la fecha de la muerte de mi padre, ¡hace ya quince años! Sinceramente, no caí en la cuenta en todo el día y reparé en que pienso más a menudo en mi suegro, quizá por la cercanía de su muerte. Esa es la crueldad del paso imperdonable del tiempo. Y ese es mi terror también contigo, LU: que algún día pueda olvidar tu cara y tu voz y las fechas de tu vida, para incorporar a la mía esas mismas circunstancias pero de alguien a quien podría querer tanto como a ti.

Y lo más incomprensible de todo es que intuyo cómo te alegrarías en el fondo. Por mí. Por el amor inmenso que me tuviste. Lo sé. Porque siempre me echaste en cara con cariñosa envidia la buena estrella que a mí me había acompañado durante toda mi vida. Y me señalabas mi suerte en las tres cosas de la canción: salud, dinero y amor. Yo te replicaba que para mí lo ideal eran salud, amor y talento. Pues bien, a pesar de tu muerte, me cuesta decirte y me da un poco de pudor reconocer que sigo pensando lo mismo. Que me consideraría muy afortunado si se cumplieran esas tres cosas: subsistir hasta que mis hijos se hayan independizado por completo, compartir la vida con alguien a quien querer de verdad y escribir una obra definitiva. Por ese orden de prioridades. Ojalá sea así. Y te pido, dondequiera que estés, con todos mis miedos al futuro y este grito de palabras en la noche: ¡Ayúdame!¡Ayúdame! ¡Ayúdame!


20/10/23

Está amaneciendo y me entretengo en recoger algunas de mis cosas en la habitación del chaval porque va a venir esta tarde. Soy así de maniático. Leo ahí cuando necesito concentración absoluta porque esa mesa me resulta la más cómoda para ello; leo el periódico en la salita de arriba, bajo el velux y apoyados los pies en el escabel que me preparó tu padre; escribo en el ordenador de mi estudio; y leo también junto al ventanal de la sala de abajo, sobre todo en las mañanas invernales. Ocupo toda la casa porque ahora está entera a mi disposición. Excepto donde la niña, que antes también invadía a ratos, pero ahora me lo tiene prohibido. Leo siempre, a ser posible, en atril (menos el periódico, claro). Tengo media docena porque de eso se ocupó también mi inolvidable suegro.

Como decía, levanto con el mando la persiana del velux donde el chaval y de pronto me fijo en un haz de luz que incide exactamente en la mesa de trabajo y en concreto sobre un portafotos en el que estáis los dos. Tienes la edad aproximada de tu hermana J. en este momento, porque la fecha dice diecinueve del nueve del diecinueve (fecha redonda: ¿qué celebrábamos entonces?). El chico te abraza por el hombro, con la corbata suelta y la sonrisa tímida. Y tú estás elegantísima, con un vestido que llevaba por los hombros una especie de estola y un lazo en la cintura, ambos rojos. Sonríes y se te transparenta el alma. Estás tan preciosa…

Me volvía loco mirarte y tenía que disimular, eso es lo cierto. Pero tú lo sabías porque me conocías: soy tan friqui que necesito alimentar constantemente mis ojos con lo que amo y cuanto más intensamente me fijo más se acrecienta la belleza de lo amado. Acabo de dejarlo en puntos suspensivos hace un instante en el párrafo anterior: Estás tan preciosa que me pareces sobrenatural. Es como si estuviera ante una aparición que pertenece a otro mundo. Espero y deseo que ese mundo sea donde ahora estás. Para toda la eternidad.

Una pausa curiosa. Alguna vez me han preguntado algunos amigos (la última, no hace mucho, mi amigo Tt.) de dónde nace este caudal inagotable de palabras… No hay secreto, sale solo, natural, sin forzar. Yo no necesito más que pensar en qué momentos del día se ha producido un movimiento de temblor en mi vida y si mi alma lo ha registrado. Como en un sismógrafo. Eso me da la pista, de eso es de lo que debo escribir. Ese es el criterio de selección. Ese es un hecho, sin duda, esencial en mí. Tantas cuantas veces mi corazón exulta o gime, todas es porque estoy hablando de lo que amo. Como se dice en la Biblia: “Ex abundantia cordis os loquitur”. De la abundancia del corazón habla la boca. Y una última cuestión: ¿Podría escribir mucho más? Sí, casi interminablemente si me dejara llevar. Cierro paréntesis.

Se aclara la tarde y salgo casi recién terminado el telediario. Tenía prevista la ruta de Villaescusa, pero en la depuradora se me cruza un pensamiento y determino volver sobre mis pasos. Ha salido un solito prometedor y recuerdo que tenía pendiente una visita a mis antiguos dominios de setas. Hace tanto que no salgo que me estimula también volver a sentir el gusanillo recolector. Otra cosa de la que había desistido por dejadez y desencanto.

Ya tenía preparados algunos bártulos de días anteriores. Mi cuñado I. había dejado recogidas las cestas que utilizaba Santos y un par de machetes temerosos para la temporada de setas. Una de esas cestas y un cuchillo los voy a heredar yo con permiso de los hijos, ¿vale, LU? Aunque tengo un par de navajas Opinel divinas, me hace ilusión llevar lo de tu padre.

He tirado para el monte de S., hacia algunos setales que me enseñó el abuelo A. casi al comienzo de casarnos. Allí he pillado yo algunos años un filón de plateras, por ejemplo. Digo, vamos para allá, pumba. A ver si es posible con un poco de suerte corresponder con unas buenas de cardo a quienes me han regalado a mí. Iba ya con los ojos dilatados. Pues… ¡qué decepción, amiguetes! Na de na de na. Cuatro senderuelas como botoncines o pezoncitos. Más nada. Ya se sabe, esto podrá gustar a principiantes, pero a mí me china. Habrá que insistir… Lo malo es que me da que lo han andado, aunque no he visto roderas de coches ni restos de cortes. Han estado allí. Me juego algo. Lo huelo. Para esto yo tengo napia de Cyrano y fato de perro.

Mientras escribo, me contesta JMP a un guas que le puse a media mañana. Ha publicado toda una página en EP (suplemento El viajero) con un cómic maravilloso, simpático y muy comprometido con nuestra tierra palentina, titulado “Osos y románico”. Me ha parecido ejemplar, un toque de genio sin paliativos. Me dice que es un trabajo en colaboración con su hija Elisa.

Desde luego, lo que este gran hombre hace por su pueblo y su gente no tiene parangón y es impagable. La historia lo reconocerá. Vive pensando en proyectos constantes para revitalizar este territorio. Me consta. Desde todos los ángulos, por ejemplo, en su última novela sobre el Beato de Liébana. ¡Cómo se emocionaba este verano en el Calero cuando me lo contaba! ¡Cuánto te quería a ti, LU! ¡Cómo se identificaba con nosotros! Éramos un símbolo para él, tal y como lo relató el día de la presentación de mi novela en el Monasterio… ¡Qué bello lo que dijo! El monasterio se rehabilitó para que un profesor de literatura (enseñanza) y una trabajadora de la Fundación (patrimonio), se conocieran y vivieran su historia de amor.

¿Lo ves? Otra fábula más en la que hemos sido protagonistas. Gracias a ti, claro, que desde que te conocí conseguiste que brillase una aureola alrededor de nosotros. Esto fue bien patente el día que nos casamos. Tú eras una starlet a la altura de Meryl Streep. Yo no era más que un tío que estaba al lado con un clavel en la solapa; o sea, un comparsa necesario para las fotos de boda.

Intentaré ver la Sexta columna después de cenar. Un programa sobre Israel y Palestina. Por supuesto, todos estos aspectos sociales y políticos siguen interesándome muchísimo (máxime, la política nacional); pero prometí que no formarían parte de esta sección del diario. Y lo voy cumpliendo, ¿no?

Como es lógico, mi vida no se reduce a lo que escribo a diario, que no es solo lo que aparece en estas líneas. Me llaman la atención muchas más cosas, casi excesivas y que me hacen estar pendiente y hasta inquieto por no poder abarcar todas al mismo tiempo. Cuestiones laborales, reflexiones de carácter existencial, el microcosmos de mi pueblo y de mi infancia, la trayectoria presente y futura de mis hijos… A mí, con sinceridad, me interesa casi todo, incluidas algunas cuestiones de negocios (aunque no lo parezca, ¿verdad?). Pues me gustaría, qué te diría yo, invertir algo en letras del tesoro… ya ves tú. En definitiva, tengo vida, como es normal, un poco más allá de estas líneas diarias. Pero como género literario, estas prosas intentan atenerse a una parte muy personal mía, incluso íntima, quizá a lo más verdadero y valioso que hay en mí. Si es que lo hay. Tendrán que decirlo los demás. Yo acepto todas las opiniones, menos que alguien dijera que soy un vago, que para mí es el insulto máximo. Eso no lo soportaría.


19/10/23

No apetecía pero nada de nada salir hoy. Curiosamente, al menos para mí, la lluvia sin ventarrón apenas es molesta. Abrigado y con paraguas, siempre me ha producido un agradable recogimiento interior. El culmen de esto lo experimenté las dos veces del Camino de Santiago: la marcha silenciosa escuchando simultáneamente el repiqueteo de las gotas en el impermeable y el efecto de grava triturada tras los pasos. Tiene algo de mágico. Fui la primera vez con el chaval y la segunda contigo, LU, recuérdalo, para agradecer (a quien fuese) que seguías aferrada a la vida y a la esperanza. Fue inútil. Ay. Pero bueno, ni lamento ni tristeza. No quiero penar.

Esta tarde he metido casi hora y media a buena pastilla. No puedo dejarlo si no existe una razón fundada. No valen excusas. Y cuando seque el suelo, a por la bici gorda, la tuya. Entre todos los efectos beneficiosos también está el balsámico a la hora de coger el sueño. Como un niño. Solo que a partir de ahora ya me he propuesto no ingerir una sola gota de líquido después del paseo. Para no levantarme cuatro o cinco veces por la noche. Me gusta muchísimo el melón en ensalada, pero creo que lo voy a sustituir por manzana. Ahora que viene el tiempo frío igual intento también un poquito de pescado, fácil de hacer, al estilo suegra… No sé, no sé, solo de pensarlo ya me pongo nervioso.

Hablando de comida, qué será que se me reactivan los jugos. Pues lo tengo crudo porque falta todavía para la hora de cenar… El último “envío” de Masterchef por Glovo lo he dividido en tres raciones (que son tres mañanas sin sofocos y varias horas de lectura a mayores) y estaba de chuparse los dedos. Hosti, tú, qué rico... Es también la diferencia entre disfrutar una cosa con gusto y trasegar un pienso de agua con salvados. Lo agradezco en el alma, aunque no creo que quien me provee tenga conocimiento de estas líneas porque no hay quien aguante semejante tosta. Como te pasaba a ti, LU, no nos engañemos: las “monteras” sois más de acción que de meditación. Aunque eso es precisamente lo que a mí me encanta. Ya ves lo que son las cosas. La razón es sencilla: como el estómago está no lejos del corazón, cuando el uno bulle de gusto el otro escucha y se emociona. Así de básico es un servidor de ustedes.

Y puestos a rematar el menú del día, para más inri, he pasado por el Lupa a coger unas botellas de bebida deportiva y ¿a que no te imaginas lo que había en unos expositores nada más entrar, a la vista y a los mismísimos morros? Cinco o seis clases de polvorones: de almendra, de vino, del toro, de Carlos I… y de la madre que lo parió. Dan ganas de comprarse un kilo y cepillárselos sin beber ni un buchito. Tendré que traer algo para esta navidad… Vamos, digo yo.

De vuelta a casa, me fijo en la furgo de la Fundación, aparcada donde siempre. La 675JXF, única matrícula que me he sabido de memoria sin olvidarla un solo momento. Porque era imprescindible cuando íbamos a Madrid a la feria. Husmeo a través de la ventanilla en la bandeja delantera con la ingenuidad de sorprender un resto de nuestra felicidad pasada… Te veo conduciendo hasta Aranda, atenta, activa, alegre… Y yo de copiloto acompañante, sin mucha más labor que apoyarte con algunos recados y, sobre todo, pegarme el atracón de libros. Juntos… Vivos… Nunca… Más.

Ayer tocaba día de limpieza y me contaba MAE, durante alguna pausa, anécdotas de cuando tú y yo comenzamos a salir y se hizo público en el centro de FP donde ambos éramos alumna y profesor. Aunque nunca te di clase, ciertamente. Pero me contaba MA los chascarrillos que nos identificaban con los personajes de una telenovela de moda antaño titulada “Abigail”, como la protagonista. Cuando los de los cursos superiores nos veían, decían señalándonos sin que se notase mucho: Abigail y Carlos Alfredo. Sinceramente, algo me llegó de pasada. Ella, una alumna algo díscola, guapísima y altiva, enamorada locamente de su profesor de literatura, que en el caso de la tele también era guapísimo (no como yo).

Pero la imaginación jugaba a favor nuestro. Seguían nuestro romance como si se tratara de capítulos diarios. Nos veían salir al recreo y acercarnos al bar de la Pernía a tomar un café y, según MA, disfrutaban observando el curso de los acontecimientos y el presumible final feliz de nuestra relación, o sea, la boda. Como los de la tele. Ya lo ves, LU. Vida y ficción se entremezclan. Y después el destino se encarga de separarlas. El gran triunfo del amor consiste en que no es una línea indefinida sino una rueda que gira y gira y siempre puede surgir la ocasión de recomenzar en la fábula. O en la realidad.


18/10/23

La mañana se estira y cunde si no hay bicicleta. Es así, viéndolo en positivo. Y si se duerme de tirón, más. Madrugando un poquito resulta muy gustoso (arropado con tu polar, LU, y la mantita) ver amanecer en la ventana mientras se lee tranquilo. Hasta la operación, cabeceaba al poco rato y me costaba muchísimo mantenerme despierto. Mucho café, demasiado.

La fortaleza física me presta optimismo, máxime comprobando la respuesta de las piernas, que eran mi parte débil. Mantengo una hidratación óptima aunque no salga (antes apenas bebía) y me propongo hacer la parada de invierno progresivamente. Si es posible, este año no dejaré del todo la montañera. Voy aprendiendo a cuidar todos estos detalles para encontrarme mejor y también voy entendiendo que hay que reflexionar más de lo que se cree para que el deporte sea beneficioso.

Contento, en definitiva, porque sé que he remontado una decadencia física a la que me estaba resignando. Lo analizo a veces y me sorprende aún más que en mi fuero interno hubiese aceptado que ya era viejo. Joder, lo escribo ahora mismo y me dan escalofríos. ¿Cómo cojones pude autoconvencerme de esto? Era como firmar una rendición en toda regla. Es una cuestión cronológica, claro está, pero también una actitud. En este sentido me acuerdo de mi suegro. En su último cumpleaños (ochenta y uno) le felicité y le pregunté cuántos le caían. No lo dudó ni un instante: “Dieciocho”, me dijo. Invirtió la cifra, en una broma muy típica de él. Eso es exactamente la actitud. Consiste en ver la botella medio llena y no medio vacía.

Me comentó mi Chiqui que a lo mejor podía intentar retirar la pastillita de la tensión, si no totalmente, a una más suave. Con el consejo médico, por supuesto. Y así se lo comenté a la doctora hace unos días. Primero me ha rogado que vaya tomando unas muestras regulares con el tensiómetro. Y que lo apunte. Pues vamos a verlo… Porque, ¿cuándo he tenido yo sesenta pulsaciones y 120/73 de tensión? En la puta la vida.

Vamos, que de esta me hago un lictin… Si no fuera porque he visto en la tele recientemente a una actriz y periodista que yo tenía de suyo por una cincuentona de bandera, y hace un par de semanas ha vuelto a salir y casi me he asustado: tiene algunas facciones desencajadas al estilo de algunas muñecas de pelis de terror. ¡Qué decepción!

En cambio, tú, siempre presumí de que eras preciosa de forma completamente natural. Contigo, LU, no iban ni maquillajes ni tratamientos de belleza. Lo mínimo, si acaso. Pero te voy a confesar una cosa: en ciertas ocasiones señaladas en que observaba ese toquecito coquetón y apenas perceptible, me agradaba. Incluso me hubiese gustado que lucieses un poquito los ojos y los labios pintados. No me digas por qué. Me refiero en actos familiares y sociales, por supuesto. Es posible que mi inconsciente me traicionase y sintiese el deseo de que todo el mundo se embelesase y reconociese lo que a mí me parecía indiscutible: que no eras miss universo porque no te habías presentado al concurso…

Además, yo lo había voceado a los cuatro vientos. Desde que te vi la primera vez y en el instituto comenzaron a sacarnos cantares, puesto que entonces estaba de moda aquella telenovela titulada “Abigail”. ¿Sí o no? Pero esa historia la contaré otro día… ¿Mañana? 

Día hermoso aunque el otoño se empeñe en lo contrario. En esto también soy tan subjetivo como cuando era estudiante y me echaba a recorrer las calles de Pucela cuando la naturaleza parecía que se había desatado completamente en forma de brumas, lluvia o viento. Me parecía tan romántico como aquella imagen de James Dean paseando por el Bulevar de los Sueños Perdidos. Tuve un póster de ella.

Llamo bonito al día en que todo sale bien de principio a fin. A primera hora unas manos benditas y misteriosas han dejado un táper para mí en el local… ¿Quién? Cuando lo subo y miro el contenido antes de meterlo en el frigo, no me emociono porque no puedo… porque estoy imaginando el momento, degustando e insalivando.

En cuanto al socio, paso varias veces por su piso y compruebo que se encuentra bien para lo que podía haber sido. Se le ha inflamado un ojo y le ha salido un moratón, pero ni siquiera tiene dolor. No ha necesitado ni un paracetamol. Eso sí, tiene pinta de eccehomo. Mañana, revisión en el centro sanitario.

Por la tarde le hago una visita de nuevo y duerme la siesta como un bendito. Estoy un poco con él hasta la hora de salir al paseo y le aconsejo que ande con cuidado y esté tranquilo en casa, al menos hoy, que tenía pinta de llover. Pues me lo he encontrado en la calle sin paraguas cuando he regresado. Maravillosa vuelta de casi dos horas sin apartarme mucho del pueblo pero a buen paso. Me ha gustado porque creo que también es una alternativa interesante si la cosa sigue borrascosa. Y de paso me he entretenido capiscando en algún sitio que me sé, donde ya he descubierto cuatro setas de cardo. Tengo que husmear un poco más los próximos días. A ver qué hay ahí, que hace mucho que no voy de gira campera.

Espero terminar con buen pie y que a la noche esté bien el programa dedicado a los años 60 y 70. No me lo puedo perder. Fue la época más intensamente feliz, comprometida y decisiva de mi vida. Qué día el de hoy. Chapó.


17/10/23

Aguanté muy bien la peli teniendo en cuenta que a diario me cuesta pasar de las once u once y media. Pero es de esas con capacidad de imán, que te pegan los ojos a la pantalla sin poder apartarlos, sobre todo del rostro semejante a ratos al de una Dolorosa de la protagonista. Pensé que me iba a revolver por dentro, pero no fue así. Al contrario, sentí una alegría enorme porque en cierto modo considero que realizaste uno de esos “milagros” tuyos, LU, de manera que tuve el pálpito de que la estábamos viendo juntos. Sí, viva, de otra forma. Y dormí en paz y esperanza.

El interés por la peli me ha picado la curiosidad y en esta ocasión me he bajado la obra homónima en que se basa, del escritor William Styron. Ahí anda, en la red, por unos ocho euros. Me quedé con ganas de un desarrollo más detallado de las vidas torturadas por su pasado del trío de personajes.

Por otro lado, esta novela la relaciono con alguna circunstancia personal. Tú lo recordarás, LU, aquella cita en casa de nuestro querido JMP, en Madrid. Y es que en el informe que me hizo Planeta de otra novela mía, “Mujeres de ceniza”, por mediación de este excelente amigo y maestro, en algún momento se me aconsejaba la lectura de la titulada “El cartero siempre llama dos veces”, de James M. Cain. Pero el escrito no se refería a esta. Se trabucaron los títulos. Siempre he pensado que fue un error o lapsus de la encargada de la valoración, la editora BL, miembro por cierto del jurado que ha premiado estos días a la periodista SÓ con el goloso premio Planeta de un millón de euros. Que está trayendo cola en las redes…

Puesto que mi historia tenía algunas escenas en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrük, lo que me sugería dicha editora es que tomara como modelo en realidad esta de “La decisión de Sophie”, por el impactante final con la elección de uno de los dos hijos para entregarlo al horno crematorio. De ahí el éxito inolvidable del texto. En la peli de ayer no tiene mucha duración esta secuencia.

Lo que no supe hacer ver en mis “Mujeres de ceniza” (o no lo supieron leer con detenimiento literario, no comercial), fue que mi final era en forma escalonada y una vez descubierto el principal hilo de la intriga, el resto consistía en una coda que ponía de manifiesto las consecuencias nunca superadas de quienes han pasado por una experiencia tan traumática. Estoy convencido de que esta mía también es una buena novela y quizá algún día vea la luz. Si mis bizarros editores JH/AdlG lo quieren, creo que tengo material hasta que cumpla los cien. Incluido este diario, que pienso que va a quedar muy bien logrado en originalidad y estilo.

Desde luego, tanto en esta de la que hablo y que finalmente me la rechazaron, como en este diario que construyo ahora mismo, lo que no tengo ninguna duda es que se alude a unas mujeres que están muy alejadas del feminismo líquido de moda y se hace un análisis que, lógicamente, no resulta vendible (ni venal). El futuro dirá dónde vibra la literatura auténtica. E incluso cuando yo no esté, ojalá alguien supiera destapar aquí la verdad humana, el torbellino de sentimientos y el homenaje cordial hacia las mujeres a las que dirijo mi voz. Y, por supuesto, el estilo cyranesco de mi prosa. Aunque no vaya a ganar nunca el premio Panceta.

El resto, un día lluvioso y revoltoso, o sea, desapacible y jodón. Terminados los recados hacia las doce y media pasadas, y en previsión de que no llegase el agua hasta después de comer (como así ha sucedido), me digo que no aguanto más sin comprobar cómo ando de patas. Y de calambres. Para Barru y vuelta, daba justo. Al carril… Oye, pues ni pizca. Qué chachi.

Ahora bien, ya a la salida me había cruzado con mi amigo Tt. y me había dicho que me iba a comer el lobo a la vuelta. Ya me lo imaginaba yo. Una ventolera a trechos que te sacaba de pista a capotazos y te obligaba a serpentear constantemente. Bien amarrado a las orejas de la burra, se presentía que podías ir a tierra sin aviso. No era de principiantes. He tenido que aguantar los machos funcionando hasta seis por hora, como el otro día en el “Golibier”. Ya es decir. Y he respetado en todo momento esos consejos que te da la veteranía: No fuerces una sola pedalada de más, porque puede resentirse el músculo y vas a llegar lesionado y abrasado. Para más inri, hoy se me había olvidado el móvil cargando en casa. Anda, jodeté.

Entretengo la sobremesa con el periódico y un colacao casero. Frío. Buenón. Nada de siesta para no desperezarse con murria. Ya estaba trabajando tan a gustito y sin otra música que el tintineo agradable de las gotas en el velux, cuando me ha llamado por teléfono mi cuñada M. avisándome de que mi socio se había caído en su paseo vespertino. Habían contactado previamente con ella. En urgencias, estaba el pavo.

Me he presentado allí y el médico me dice que sin importancia. Pero en el ínterin ya lo habían acercado a casa dos chicas conocidas y le habían atendido. Buenas samaritanas y lo agradezco. En efecto, no han sido nada más que unos rasguños en un lado de la cara, un poco aparatosos por la gasa grandona que le han puesto, pero afortunadamente hemos librado por esta vez. El zarandeo del aire y el tropezón subsiguiente. Nada grave. Mejor.


16/10/23

No estaba dispuesto a permitir que la grisura de la mañana me fastidiara el día. O sea que he bajado trotando de gozo por las escaleras camino del cafelito de media mañana y cuando he salido a la calle he caído en la cuenta del error. Ya era tarde. Los calambres bajaban desde lo alto de los cuádriceps hasta el calcaño. Joder, joder, qué listo soy… Sea por el cambio de temperatura, de presión, grado de humedad o distensión muscular después de una semana sin entrenamiento… el caso es que pensé que la había cagado de colores (enseguida iba a ver las estrellas en pantalla psicodélica). He soltado un poco las piernas y he caminado despacio, y se me ha aliviado bastante. Uf, uf. Debo de haber salvado por los pelos.

Luego de unos recados y de comprobar que no tenía mayores consecuencias, me he preparado en casa un botellón de litro y medio con bicarbonato sódico y el zumo de dos limones. Le he puesto un poquito de azúcar, porque otra vez alguien me comentó que un poco de sal también venía bien… pero sabía a rayos. Me lo he bebido a lo largo de la mañana. Espero que funcione. En definitiva, pienso que tengo equilibrados los minerales básicos, pero quién puede entender la personal bioquímica del cuerpo de cada cual. Ciertamente, estoy convencido de que en otras circunstancias me hubiese paralizado para varios días. Ahora mismo, estoy sin molestia alguna. Por tanto: sodio, calcio, potasio y magnesio. Y a tirar millas, que todavía hay camino por andar.

Para probarme he salido de nuevo después de comer a caminar con paso ligero. Bien. Menos mal. La temperatura era agradable y en esa hora no ha caído una gota de agua. Me entretengo con LG, un amiguete con quien me suelo parar en cualquier esquina y no echamos menos de media hora de palique. Es un tipo tan radical en sus opiniones que me hace gracia. Y antes de llegar a casa, también me he encontrado con HR y su señora. Desde los tiempos en que quiso montar aquí su museo sé que me tiene cierta simpatía. Entre otras cosillas más interesantes, como llegaba de Palencia, también me ha recomendado que alguna vez pare a comer en Los Chopos, de Osorno, que era un alto obligado cuando hacíamos el trayecto por la carretera antigua. Me ha chocado. Igual lo pruebo el Día de Todos los Santos de camino a Pucela con el socio. A ver.

Antes de ponerme a trabajar no me sufre la condición de enredar algo por casa. Ya sé que esto te ponía mala a ti, LU, pero es una especie de ritual preparatorio que no puedo evitar. Abro armarios, revuelvo en baúles y cajas de arriba, toco y huelo tu ropa, reviso cajones por si hay alguna cosa olvidada y que pudiera servir aún… Suelo encontrar algo. Hace días que tenía hecho acopio de algunos desodorantes que fui dejando donde la Chiqui. Encontré el FlowerbyEnzo que utilizabas tú a veces. De bola. Lo destapo. Inhalo con profundidad. Vuelves a la vida, vuelves junto a mí, vuelves a reír…

Era una noche también de cambio de temporada, porque la ropa de la cama ya resultaba insuficiente. Me estaba quedando destemplado por la fiebre previa al amor. Te sonreías porque me brillaban los ojos con la codicia de quien prepara lentamente el asalto. Y te recorría oliendo ese perfume de Enzo. Era octubre y sin venir mucho a cuento te conté que el color de las hojas había variado al “rubio veneciano”, como lo llamaba la guapísima Roxana. Te chocó ese color y porfiaste… Lo cierto es que era octubre porque yo suelo releer la obra (o alguna parte) en ese mes. Era octubre porque esta parte en concreto (acto cinco, escena cinco) es otra de las bellísimas en el drama. Era octubre porque Cyrano solo puede morir en octubre…

Más adelante comprobarías que existe ese color y que a las mujeres francesas les gusta muchísimo por su rareza. Es una especie de mezcla entre el pelirrojo y el rubio. Quizá por eso es impensable una protagonista que no tenga estas características (nadie se imagina una Roxana de piel y pelo muy morenos, por muy guapa que sea). Y es, en definitiva, a esta mujer soñada idealmente por todo poeta, a quien el poeta que hay en Cyrano le abrirá su alma para mostrarle cómo va a morir en los instantes siguientes: como las hojas de amarillo veneciano. Es decir, a pesar del miedo de caer a tierra y pudrirse, el descenso de la rama al suelo lo harán con un vuelo lleno de gracia y de belleza. Este es el estilo. Este es mi amigo Cyrano. Digno fin.

Pensé que estabas callada en un silencio menos expectante que aburrido. Pensé de repente que solo a un tipo tan friqui como yo se le ocurría un rollo así en un momento así… Pensé con cierto temor que te habrías quedado dormida. Te pregunté. No hubo respuesta. Te abrazaste a mí con una fuerza emocionada, muy enamorada. O yo lo entendí así. Y ni una palabra más.

Una de esas rubias con un poderoso don de transmitir la tragedia interior es la actriz Meryl Streep. Esta noche ponen en TV2 una peli en que ella está sublime, “La decisión de Sophie”, del director Alan J. Pakula. No sé si será la tercera vez que la veré. Espero que no me venza el sueño porque dura dos horas y media. Lo intentaré. Me gustaría tanto verla contigo al lado…


15/10/23

Ahora sí, otoño ha llegado de súbito con su meteorología precisa. Me entretengo previamente en apuntes para relatos y siento que deseo cuanto antes entrar en estas notas. Para estar un poco contigo, LU. Abro el archivo y elijo en el Spoti un álbum de cien baladas que ahorren luego el andar buscando mientras trabajo hasta la hora de cenar. ¿Será melancolía? Entonces escucho a Roxana cuando se extraña de ver mustio a Cyrano: “Melancolique, vous!” (He concluido una lectura más de la obra).

Debe de haber sido esto, que el tiempo y la marcha de los dos hijos me han pillado desprevenido y me he arrugado de momento. No me había dado cuenta hasta que he cerrado la puerta a las cinco y ha sonado el doble clac-clac metálico al que no consigo acostumbrarme después de casi año y medio. Ya un año y medio, me repito en voz alta. Aunque solo. ¿Abandonado? Así dice un verso de la “Canción desesperada” de Pablo Neruda: “Es la hora de partir, ¡oh abandonado!”. En mi juventud me preguntaba muchas veces cómo la gente podía vivir sin haber leído “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. O sin haber escuchado el último parlamento entre Cyrano y Roxana… Hoy lo comprendo mejor. Quizá porque la vida es ir claudicando. Capitulando o pactando, como lo diría el propio Cyrano: “Que je pactise? Jamais, jamais!”

Sé que la vida es entretener el instante un día y otro día. Mi carácter no es precisamente pasivo, tiendo a la acción con lo que gusta. Por eso, en cuanto se han largado los dos lebreles me entretengo en recoger y recolocar todo lo que se ha movido durante el finde y volver a ponerlo a mi gusto. Más que nada en la cocina, que es donde más cristo se monta.

Hacia las cinco clavadas me manda un guas mi Chiqui avisándome de que ya llegó a su destino. El otro ha salido un poco más tarde, pero este me avisará o no… Así era yo de joven, ya trabajando, y tardaba meses en llamar a casa. Era la prueba más noticiosa de que me encontraba muy bien. En fin, estoy satisfecho porque hoy he quedado con ellos como un campeón en la comida: me ha salido la fabada del uno. Han rebañado el plato, que me he fijado. Contundente de material, potente de sabor y ligada de caldo. ¡Acojonante!

Antes de ponerme a lo mío y puesto que no tengo síntomas de siesta (he dormido seguidas siete horas bien guapas), completo el periódico y después me distraigo en la TV2 hasta que me harta la reproducción de las tortugas marinas… Es pronto aún. Tomo dos piezas de fruta y como cuatro nueces por hacer algo. Estoy distraído y he utilizado por error el cuchillo que no es, o sea que tengo uno romo o despuntado para buscarle la mollera a la nuez… Se me ha resbalado y me he metido un puntazo en la mano izquierda. Sangro unas pocas gotas gordas y hasta me da la risa. ¿Estamos tontos o qué? Me presiono con un trozo de papel higiénico sobre el rasguño y espero un poco de tiempo sentado de nuevo en el sofá frente a la tele… Ahora llegan a la cópula de los osos panda… Lo que me faltaba, me digo. Afortunadamente, a mí me coagula deprisa (no sé si será lo normal). Vamos a trabajar un rato y dejémonos de pijadas, concluyo.

Pero antes creo que voy a cancelar este disco tan cutre, porque llevo más de una hora y no sé quién coños habrá hecho la selección. Claro, para llenarlo con cien temas hay que afinar mucho. El caso es que tienes que tragar con Eros Ramazzotti y Laura Pausini para llegar a alguno bueno. En fin, me han compensado otros y por ellos ha merecido la pena: “Carrie”, de Europe; “Wind of Change”, de Scorpions; “Fiels of gold”, de Sting...

Estoy pensando que mañana tendré que preparar un programa alternativo. Si se mantiene lluvioso saldré con paraguas en plan de marcha rápida. No me puedo quedar en casa apoltronado con hormigueo de patas. Está claro que la actividad física regular me viene de perlas. Por lo demás, no darle demasiadas vueltas a la peonza, ¿verdad, LU? Echarle filosofía al asunto y releer aquel poema de Machado con que remata su última novela nuestro querido JMP, Peridis: “Sabe esperar, aguarda que la marea fluya […//…] Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya”. Quizá la felicidad no está tan lejos. A veces, al salir a la puerta de la calle.


14/10/23

Como padre no voy a negar que me ha producido una enorme alegría íntima la comida de reencuentro. En este aspecto la Chiqui, como toda mujer, sabe que hay que mantener las celebraciones periódicas con cualquier motivo y ella misma se encarga de organizarnos. Es maravilloso tenerlos conmigo, LU, y seguir cuidándolos, como tú me pediste. Te juro que hago lo que puedo para que se encuentren a gusto y pienso que ellos me guardan todavía un gran apego, a pesar de que funcionan con plena autonomía en sus vidas.

La comida y el lugar solo son una disculpa, ya te lo imaginas, pero también recordarás que alguna vez que estuvimos todos (todos, tú también) nos satisfizo y lo disfrutamos a tope. Lo difícil desde que faltas es notar sin decirlo la silla libre, el hueco vacío, la ausencia presente. Es tan clamoroso en el ambiente implícito, que si inicio alguna referencia al recuerdo no le gusta nada a la Chiqui y frunce el ceño. Me interrumpo y seguimos charlando animadamente de las banalidades de nuestra vida diaria…

Pero hay una felicidad intensa y una paz muy grande en mi corazón cuando regresamos entre chascarrillos y risas. Solo los álamos que jalonan todo el trayecto distraen mi atención y dirigen mis ojos a la variación cromática de sus hojas. Parece que el último sol de la tarde se encarga de realzarlos con clara luz y de destacar los amarillos que en pocos días se harán marrones fruncidos y a punto de desgajarse en una elegante caída. Y todo ello oculta por dentro una disimulada tristeza de melancolía otoñal.

En cuanto a mí, no tienes que preocuparte, aunque se me hace muy duro el paso de los días sin verte y, por supuesto, sin tenerte. Y, como me sucedía antaño en los comienzos si no te contemplaba a menudo o pasaba algún tiempo sin coincidir contigo, vuelve a atacarme la sensación de impotencia por no poder hacer nada para estar cerca de ti. Entiendo que no hay otro remedio y acepto que tu voluntad sea alejarte de mí. Tal vez, poco a poco, quieres ir dejándome para que recobre mi libertad de sentimientos. Aun así, te apareces en mis sueños y es contradictorio que te escuche llamarme y rogarme: ¡Quiéreme siempre!

Es en lo físico donde, inexplicablemente, me observo con un tono vital que está en las antípodas del decaimiento. Llevo tres días sin coger la bici y me lo están pidiendo las piernas con urgencia. Espero que haga bueno o, de lo contrario, tendré que variar las salidas a la hora posterior a la comida aprovechando el rato más templado del día. Si es preciso, en la de montaña que era tuya, LU. Es otro milagro que has hecho para protegerme, estoy convencido, porque el año pasado me sirvió de estímulo y de pretemporada para sumar también una buena pila de kilómetros por caminos de los contornos de Aguilar. La retomaré de nuevo.

Lo verdad es que me gustaría no desperdiciar mi buen estado de forma y aprovechar antes de que se meta el frío para hacer alguna parte (si no entera) de la ruta del Calleja. O trazarme unos itinerarios más o menos paralelos para tenerlos ojeados y controlados de tiempo y dificultad. El propósito completo sería visitar ciertas iglesias románicas que jalonan estos parajes y, por tanto, necesitarían de una parada imprescindible. Creo que alguna vez lo hablamos nosotros, LU, y las circunstancias lo dejaron en suspenso… Igual que otras tantas cosas que quedaron pendientes y que yo procuraré ir completando en lo posible, sería muy bello dedicártelo a ti.


13/10/23

El día ha sido magnífico porque ha salido todo redondo. Teníamos cita a media mañana en el banco y el problema de las consecuencias del móvil robado se ha resuelto favorablemente. Como no podía ser de otra manera, porque no estaba dispuesto a conformarme fácilmente en caso contrario. Pero agradezco no tener que andar metido en pleitos y líos. El banco se ha portado muy bien, especialmente K. Y me alegro muchísimo por mi niña, que llevaba todo este tiempo atrás preocupada. Por mi parte, en ningún momento se me había ocurrido responsabilizarla. En conclusión, asunto zanjado.

Después de comer llama mi hermano R. para decirme que vienen de paso desde Tosande, donde los tejos, y pararán a tomar un café. Estupendo. Echamos otro rato de palique (los dos somos de razonamiento prolijo) y damos un repaso a las cuatro cosas de chispeante actualidad. Enseguida se acopla también mi chaval, que llega de Santa. Bienvenido sea, porque vamos a comer mañana todos juntos en Cervera.

De vez en cuando los necesito cerca, pero me conformo con poco. No soy posesivo, pues mi carácter en el fondo es bastante independiente. Eso no quiere decir que no los reclamaría si me encontrara mal. Tengo cierto temor a la soledad sin fuerzas, a la vejez sin salud. Debo aprender el modo de resistencia frente a un tiempo futuro incierto. Y vivir con serenidad.

Tenemos en el horno unas pizas que ha traído mi Chiqui. Bien, a ellos les gustan y a mí no me disgustan (yo soy capaz de comer hormigón armado). No pudimos concluir ayer la peli de Cyrano porque ella cenó finalmente fuera de casa. Hoy remataremos aunque después salga a divertirse con sus amigas. Eso me ha prometido. Y de premio, una bolsa de patatas fritas industriales, que hace tiempo que no pruebo. Verás cómo luego me revuelven la barriga cuando esté en la cama.

Más extraño me pareció anoche despertarme hacia las seis de la mañana. Tal vez fue que me dormí con la idea pendiente de no haber visto el remate de la peli dichosa. Algo me preocupaba, de todos modos, porque Cyrano no se apartaba de mi cabeza y me dormí con sus juegos verbales sonándome en los oídos. Tengo que reconocer que se me ocurrió leer una parte de la obra que me encanta (acto tres, escena siete) al meterme en la cama y ya todo se trabucó en el mundo imaginario de mi inconsciente…

Al rato volví a dormirme rendido y cuando abrí los ojos al amanecer me di cuenta de que había dejado la lamparita encendida. Al lado, las gafas y el libro que tantas veces he repasado con fervor. Me pareció una escena íntima y tierna. Tanto es así que le saqué una foto y me dije que podría publicarla el próximo domingo. Me gustaría que la vieras, LU. Y que la viera Roxana.  Las dos sois la protagonista de la misma historia.


12/10/23

Estos días atrás venía  acordándome de tu padre, LU. Hoy cumpliría ochenta y dos, como ha recordado en el IG tu hermana J. esta mañana. Me uno de todo corazón, claro que sí, porque era un hombre básicamente noble pero temperamental, inteligente con fino humor y el tipo más recio para el trabajo que he conocido en mi vida. Y mira que en mi casa no eran flojos, pero este no tenía parangón, lo reconozco. Me admiraban sus ganas de ponerse a hacer algo de provecho en cualquier momento. Cariñoso y muy servicial como suegro. Una suerte, LU, haber podido compartir también a tu familia. A menudo le echo de menos, sobre todo, cuando entro a diario en el local de abajo… Gran tipo, sí señor. Ojalá que ahora mismo estéis juntos celebrando su cumpleaños en un restaurante de la Galaxia Eternidad (cinco estrellas). La Chiqui y yo hemos brindado con una copa de ribera en la comida.

Por cierto, con la Chiqui, sus más y sus menos. Es llegar y buscarme las vueltas. Cuando se ha levantado, yo estaba haciendo con toda mi ilusión una pasta italiana buenísima, con salchichas y tomate. Para darle una cariñosa sorpresa. Pues resulta que he apañado del trastero sin proponérmelo la que había traído expresamente de su viaje a Italia. Cinco raciones he sacado, todo orgulloso. (Me ha extrañado que tardasen veinte minutos en cocerse).

Una bronca, me ha echado… del uno. Porque iban a estar cinco horas antes de comer y se iban a quedar secos… Bueno, ¿y qué pasa? Porque eran “Rigatoni” de mucha calidad y caros… ¿Y qué? Porque los pensaba poner ella con una salsa que también tenía guardada… ¿Y? Porque de estos no los venden en España… ¿¿¿??? (Ya los he localizado yo en el Mercadona, tranquila). Se ha terminado dando cuenta de que no tengo remedio y lo cierto es que tampoco me he alterado mucho, porque lo que pretendía en definitiva era comer juntos en amor y compañía. Como así ha sido. Además, ella sí había traído una sorpresa buenona: dos tartaletas bañadas de nata, diiiviiinaaas.

Hablamos una vez más, raca raca, de mi gloriosa hazaña bicicletera. Me gusta que mi hija me dé coba. Otra vez, por favor, repite eso de que tu papá es un fenómeno de la naturaleza (físico, sobre todo; no hay más que verlo). Y como me encuentro tan hinchado de pecho, le confieso que he descansado siete horas seguidas y que las piernas ya están como si tal cosa, preparadas para una nueva salida mañana mismo si se puede. La curiosidad la vence y le propongo que tomemos un café en Barru, después de subir con el coche hasta el Golobar. El doble de altitud que Aguilar, especifico. Vale.

Me ha tirado fotos para un reportaje completo. Le ha sorprendido el paraje, claro, lo cual quiere decir que llevará al novio allí cuando se tercie. Me he dejado retratar en todo tipo de escorzos y posturas heroicas. Soy en este momento un campeón olímpico y me aprovecho de ello. Bajamos hasta Barruelo en un pispás, y eso es decepcionante porque no permite empatizar y, en consecuencia, disfrutar del logro conseguido… ¡Con lo que cuesta subir a pedal, coño! Como quien hace una buena comida para que luego la familia se la zampe en diez minutos, y encima alguien ponga pegas.

En el bareto del Ayuntamiento, sentados amigablemente en la terraza porque hace agradable, echamos una parrafadita: colacao frío y café con leche. La miro y la remiro y la halago diciéndole que se parece a su madre, aunque con los labios más bonitos (y alguna otra mentirijilla piadosa).

Se alegra porque me encuentra muy recuperado en todos los sentidos. Me conoce y lo deduce con solo mirarme. Reconozco que me siento bien, a pesar del castigo de la vida que aún esta reciente. No tengo complejo de culpabilidad por evolucionar con rapidez. Mi naturaleza es inocente y optimista, y eso se suma al buen estado del cuerpo y del ánimo. El resto lo ocupo en mis proyectos literarios más que nada. Y esa labor me llena.

Mi Chiqui es lista y también aprovecha de pasada para indagar como que no quiere la cosa en mi estado sentimental. Me sonrío y dejo que se explique. Intercambiamos impresiones y opiniones. Tratamos de imaginar un futuro si yo encontrase… Es demasiado niña todavía, demasiado pura, demasiado buena para entender un corazón como el mío. Me callo.

Después de cenar terminaremos de ver la parte que dejamos pendiente de la última versión de mi héroe favorito, mi semejante, mi par. Volveremos a comernos unas palomitas y se acurrucará un momento en el sofá junto a mí para que la abrace. Como lo hacía contigo, LU. Y yo estaré feliz de tenerla a mi lado unos días. Y le pediré silencio y le aconsejaré que escuche, atentamente, una por una, varias veces (dale a la moviola), las palabras dirigidas a Roxana en el balcón, que Cyrano pronuncia desde las sombras…


11/10/23

He descansado de maravilla, prueba de que el esfuerzo de ayer tampoco supuso un quebranto. No obstante, las patas pesan todavía porque no fue una broma. Voy a dejar dos días de recuperación y si el tiempo se mantiene benigno seguiré saliendo.

Me lo debía a mí mismo, LU. Tú me conoces y estoy seguro de que ahora comprendes lo que llevaba por dentro… Llevaba años así… Derrotado y al borde de abandonar. La bici era el símbolo. Yo no soy un héroe, pero soy difícil de rendir. Y estaba acabado, sin fuerzas de cuerpo ni de ánimo, poniendo excusas y a punto de colgar definitivamente las dos ruedas en una pared del local de abajo.

En los dos últimos años anteriores a tu muerte he sido un zombi, un muerto andante, que llegué a desear progresivamente que se acabara todo: para ti y para mí. Llegué a pensar que no hubiese sido mala salida terminar contigo y abrazado a ti. Mi vida se encogió hasta el punto de que tengo todavía en sueños la imagen permanente de las mañanas heladas dentro del coche, durante la pandemia, leyendo atravesado por el frío, frente a dos chopos deshojados, inclinados el uno contra el otro y vencidos, a unos pocos metros del aparcamiento del hospital. Mi vida se redujo a un viaje de ida y vuelta a sabiendas de que no había solución. “Estamos ya en un escenario muy grave”, dijo FA, el oncólogo. Los dos lo oímos. Y preguntaste cuánto tiempo te quedaba…

No quiero recrearme en lo triste. No es mi propósito, ya me comprometí. Solo desvelaré, a modo de ejemplo, uno de esos papeles en que yo apuntaba mis cosas y los ocultaba donde tú no tuvieras acceso: el día tres de octubre de hace dos años mi tensión era 149/94. Me controlaba con el tensiómetro que me regalaste y te iba mintiendo. Bastante teníamos con lo tuyo. Así, en todo. Hasta llegar a no dormir prácticamente en la cama sino a ratos, y en una butaca o en el sofá, incorporado en busca de un poco de aire y víctima (ese es el nombre certero) de un problema grave con mis cornetes. Problema del que no quería ocuparme por miedo a que se complicasen las cosas y pudieras necesitarme tú. Porque te prometí que estaría hasta el segundo final para darte la mano y besar tus labios. Y así fue. No hay mentira ni exageración. No podría.

Y eso es precisamente lo que me debía a mí mismo, lo que te debía a ti, LU, mi amor. Tenía que demostrarme que no estaba realmente muerto. Que no puedo ni debo ir ahora contigo. Todavía. Y ha sido a partir de la operación de nariz cuando poco a poco mi cuerpo ha ido entrando en reacción. He podido quitar siete u ocho kilos haciendo unos mil quinientos kilómetros de bici y he controlado un poco la comida que la ansiedad me hacía desordenar. Y he recuperado fuerzas y moral, con toda sinceridad. Llevaba todo el verano preguntándome si estaba descartado intentar más allá del trayecto de Aguilar a Barruelo. Y la constancia me ha hecho ver que la vida está todavía ahí. También para mí. He subido al Golobar, que no es cualquier cosa. Por lo tanto, puedo atreverme a iniciar cualquier otro proyecto con ilusión. Estoy contento.

Sí, estoy recomenzando a sentirme feliz. Como me ha sobrado tiempo, me entretengo en pintar la oreja astillada de uno de los gatos de casa, el de la habitación de la niña, que ha venido hoy y se ha marchado enseguida a ver a su abuela. Me embeleso remirando el álbum con la colección completa de décimos en los que se ha homenajeado a la generación poética del 27 y que me ha regalado generosamente mi amiguete el lotero.

También pasa mi chaval a media tarde, recién llegado de Pucela, de camino al pueblo de su novieta… Besos y saludos, y continúo escuchando en el Spoty alguna otra de mis colecciones más cutres de música ligera: Charles Aznavour. A mí es que estas baladas francesas me ponen mimosón y se me va la cabeza a París… Pero no, no es necesario soñar, que me encuentro estupendamente aquí, tan Pichi, tomándome un riberita y comiéndome unas nueces. Mejor, casi imposible. Solo me faltas tú.


10/10/23

Tenía que dejar la comida preparada y me apetecía ensaladilla. Al socio le priva. El caso es que desde que me encontré con mi excompañera L. en el súper quería poner en práctica su consejo: para ahorrar tiempo, lo mejor es la olla rápida con los ingredientes de cocción: patatas, zanahorias y huevos. Cinco minutos, no lo dudes, me había asegurado L. Porque le dije que me ponía enfermo el tiempo que necesitaban las patatas. En efecto, allá que han ido peladas y todo: siete minutos desde que ha subido el pitorrito.

Me ha salido bastante bien. La pega de la ensaladilla, según tengo comprobado, es que parece mucho ingrediente y al final da para tres raciones peladas. Y eso no convence si necesitamos ganar días libres. El próximo van a ir dentro por lo menos ocho patatas terciadas. Como hay dios.

Cuatro barbaridades en el café de la tertulia y nos quedamos tan anchos. Hoy había cosas que ventilar por parte de la concurrencia. A las once y media, cada uno a sus quehaceres. Iba a pegar un tirón a la lectura pendiente, pero está haciendo tan magnífico, que cómo te metes en casa, apollardado, en una mañana así, que está diciendo: ¡cómeme! He metido en el maillot tres galletas y he salido con el propósito de Brañosera y vuelta.

Total, que según iba llegando yo veía que me iba a quedar a media miel. Ni despeinarme. Sin jadear. Vaya mierda. Y más arriba no era aconsejable tirar porque no había cogido bastante avituallamiento. Además, mucho calor de esas horas en adelante… ¡Que no! Pero no hacía más que pensar en Ella, en sus curvas sinuosas y seductoras… en la Montaña. Desde hacía más de un mes. Quería despedirme de Ella celebrando el fin de temporada. Era ponerme frente al cartel que marca los seis y medio al Golobar y se me iban los ojos detrás de Ella, que ascendía con paso cadencioso y contoneante, diciéndome: ¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!

Ya en el monumento al 824 del fuero, un paisano sentado me ha picado jaleándome al paso: Venga para arriba. Cuando yo era joven subía al Golobar como un águila. Ahora ya soy mayor y no puedo con el alma… Le he preguntado que cuántos años tenía y me ha dicho que cerca de setenta. (Hostia, tú, Gabilucho, dónde vas… que ese tío es casi quinto tuyo). En fin, que algo debía de llevar escociendo por dentro de mí, que al divisar la entradilla al bar del Gordo (es apelativo cariñoso), la burra se ha desviado prácticamente sola. Pero al empujar la puerta, enseguida me ha dicho el dueño: Hoy no abrimos. Como no tenía ningún pincho, le he pedido que me diera un vaso de leche con algo dulce. Tres sobaos minis. Comidos y pagados. Me ha regalado otros dos. En el bolso del maillot, tres galletas horneadas y dos minisobaos. ¿Por qué esa parada cuando no es lo habitual? ¿Una premonición?

La una y media coronando Grullos. Las vacas me miraban pacíficas y comprensivas. Menos mal que no hablan: ¿Dónde va este idiota a estas horas y con este calorazo? Han seguido pastando y me han despreciado, que se lo he visto. ¿Dónde voy a ir, cojones? A ver el cartel una vez más que anuncia a esa preciosidad que se escapa entre curvas, más allá del hotel en ruinas y de camino al pico de Valdecebollas. Esa Ruta, esa Montaña, esa Mujer... ¡Me cagüen mi puta agüela! (he oído el grito de guerra de mi difunto suegro). He enfocado los cuernos de la bicha hacia arriba y he sentenciado: Aunque deje los huevos pegados al sillín…

El primer repechón, como dicen, es kilómetro y medio mortal de necesidad. Es para profesionales, porque se empina a trechos en rampas del catorce por ciento. Si cabeceas das con los morros en el manillar. Si no pegas la pedalada siguiente, a cinco por hora, vas al suelo. Y por primera vez te cuestionas qué clase de insensato eres para no dar la vuelta y que le den mucho por el culo. Pero sigues porque entra en funcionamiento la cabeza por encima de la tensión de patas y adviertes en el visor que ya has subido un kilómetro, que Ella es hermosa y deseable, y que tú eres una hormiga frente a la inmensidad excelsa de su altura. Y ya no puedes volver la cabeza y apenas levantarla para atisbar una silueta de construcción a lo lejos, junto a la línea del cielo, donde quieres llegar para verla a Ella. Quieres llegar por Ella. Porque tú en ese instante no vales nada. Eres apenas una babosa oscura de brillante sudor.

Tener escuela, en cambio, sí vale de mucho. Ya lo sabía yo. Muchos años de escuela. Hay que poner el contador parcial a cero y mirar cada cierto tiempo. El resto de la información no aporta nada. Solo importa cuando señala dos kilómetros, tres kilómetros… En una pequeña plataforma llana decido hacer un alto. Me como las tres horneadas, pego unos tragos largos a la botella. En ese momento, mi experiencia me dice que la voy a conquistar. Que Ella ya me está esperando en lo alto. La veo más nítida en la lejanía. Pero tengo que volver a apretar los dientes. Ese repecho segundo aún puede tronzarte los gemelos, en su trece por ciento de pendiente. Sube, me ordeno, sube, cabrón, aunque sea lo último que hagas en tu vida. Sube a mirarla, a adorarla a un metro de su limpio rostro, a preguntarle la verdad de toda esta locura. La verdad de la vida. La Verdad de ti. Por mucho que te duela.

Al tran, tran. Sorprendentemente, respiras con regularidad, tu mente no está ofuscada sino que controla los tiempos y las distancias. Notas que lo has hecho bien: hidratación oportuna, alimentos con azúcar, ritmo sin forzar y adaptado con inteligencia a lo que exige el camino… Comprendes que la mente y el cuerpo van acordes y que vas a llegar. Sin duda. Vas a llegar. Solo la rampa final del doce por ciento tensa los últimos quinientos metros aproximadamente. Pero la ves ya. La reconoces ya. La tienes ya. Te espera.

Y entras por fin en la zona de cascajo suelto (ojo, no vayas a pinchar ahora), que marca el fin del camino. A la derecha la ruina vergonzosa de lo que pretendió ser hotel. Ahora vallado, con advertencia de no traspasar. Dos fotos y para abajo, te dices… Tu cuerpo está bien. La botella, a medias. Quedan dos sobaos para la vuelta. Incluso has sabido dosificar. Estás aprendiendo a recuperar tu vida, reflexionas. Has coronado: sufrido pero no vencido. Te quedan fuerzas suplementarias para saber la Verdad, allí, en lo más alto, frente a Ella, batido por la frescura de un viento que por momentos se hace destemplado. No puedes permanecer mucho más… Eres tú, LU, desde la cresta de la montaña quien me lo susurra en el rizo del aire: la Verdad: Tienes que ser auténtico. Nunca renuncies a tus sentimientos. Es lo mejor de ti.

A punto de enfilar la bajada, por uno de los laterales del edificio decrépito aparece la simpática figura de un muchacho con unas gafas psicodélicas . No lo habías visto, ni su bici. ¿De dónde sale este?, te preguntas. Me dirijo a él para que me haga unas fotos con el móvil (nos haremos varias). Al momento compruebo que es un tipo que responde a la impresión que da. Hablador, amigable, extravertido. Me dice que es de Valladolid. Cuarenta años. Bajamos juntos hasta el cruce. Intercambiamos número de teléfono (por la tarde chatearemos un poco). Nos contamos lo básico para identificarnos. Le pregunto su nombre, me contesta que se llama Ángel. No me extraña lo más mínimo. Cuando se sube tan arriba, casi rozando las nubes, termina uno encontrándose con algún ángel.


09/10/23

Cuando un día se tuerce desde su mismo comienzo, en mi caso, es que va a ser de disparates o de averías. No he dormido mal ni había cenado en exceso, ya que el empacho suele producirme pesadillas. A la que vamos, que me he despertado a las seis soñando con bichos. A lo mejor es porque se titula así, “Bicho”, mi próximo libro de relatos (últimamente dudo si no sería mejor “Bichito”; en todo caso, una palabra, porque todos los relatos se titulan con una sola).

Pero lo que en el mundo onírico eran en principio lombrices se han terminado volviendo caracoles. Y ahí es cuando la han cagado, porque… me los he comido. Como hay dios. Pero en sueños. O quizá es que tengo pendiente una comida con CA en Palencia, y se me deben de haber cruzado los cables… Si el sueño dicen que es una satisfacción de un deseo o un miedo reprimidos, quizá yo lo que busco en el fondo es encontrarme con este amigo y tapiñarnos una buena ración de caracoles en el bar Jota.

Por lo demás, la mañana se anunciaba perfecta, solo que el Valen estaba cerrado y la tertulia ha tenido que mudar al Omega Plaza. Hasta que me han llamado del centro médico para confirmarme que la visita con mi socio era a las once y media. Una hora infame, en mi opinión, como todas las que parten en dos cualquier programa. En fin, que la tos no respondía más que a un catarro sin importancia. Pastilla y a casa. Pero eran las doce cuando he dejado el coche en el garaje.

...

Daba para un tirón hasta Barru en burra. Digo, vamos a ello. ¡Cómo me ha sacudido un aire revuelto y revirado! Digo, pero de dónde viene hoy este hijoputa. Casi hasta las Angosturas, de vuelta, no me ha cogido la espalda. Pero me he cansado y me he mosqueado porque era inexplicable que el cuerpo no pudiera apretar en treinta kilómetros de mierda. Habiendo reposado ayer en blanco. Pues no. No carburaba bien. Y he tenido que echarle paciencia y veteranía. O sea, que también se ha torcido en este punto.

Y, además, que sigo barruntando y dándole vueltas a una idea mala. No me conviene en absoluto. Pero tengo metido en la chinostra que hay que terminar la temporada con un día glorioso. No sé, no sé… Desistí de hacer la de Comillas que me ofreció Tt. porque eso ya no es un reto nuevo. Sin embargo, los pocos días de Grullos, me he quedado mirando el letrero del Golobar, pensativo, receloso, ansioso…

El día que subí con un chavalín de Reinosa me contó que le había costado mucho “esa montaña”. Así dijo, y luego me aclaró que se refería al Golobar. Y añadió que esa montaña era “mucha hembrona”, con el característico aumentativo cántabro que a mí enseguida me atrapó el oído. Tendría el amiguete treinta y pocos años, ¿cómo iba a ser mucho para él? Y si para él era mucha hembrona, ¿cuánto sería para mí? Uy, uy, uy, que me parece que estoy pensando demasiadas veces en esa hembrona. Y no quiero, ¿eh? Mejor es que se me quite de la cabeza. Porque yo no tengo la fuerza de treinta años, es cierto; pero tengo otra cosa: mucha escuela, ¿verdad? Treinta y ocho años de escuela. ¿Quién va a tener más escuela que yo? ¿O no? Ahí queda.

Me lío en casa a recoger fotos sueltas y agruparlas, más que clasificarlas (porque tampoco me quiero detener mucho en verlas), para posteriormente incluirlas en un par de álbumes que he encontrado sin desprecintar. En lo posible, prefiero evitar los ataques de melancolía. Al menos, no buscarlos, pues ya tengo bastante con capear los que vienen sin esperarlos.

No sé cómo me las apaño, o que tengo unas manos de excomunión, que se me ha caído uno de mis gallos desde un mueble de la buhardilla y ha quedado hecho añicos. Concretamente seis o siete trozos pequeñísimos, de la cabeza, porque ¡le he decapitado! ¡Qué aciago día el de hoy, de verdad! Han bajado del cielo dios y todos los santos.

Menos mal que me he acordado de dónde guardabas tú, LU, ese pegamento Imedio que atornillaba literalmente cualquier tipo de material. Lo he recuperado de un cajón de la sala y me temblaban las manos, porque ya sabes que lo mío son zarpas. He puesto tal cuidado que en principio la cara del gallito de Viarce parecía una de esas de soldados mutilados, injertados y recosidos, por efecto de la metralla en la Primera Guerra Mundial. Lo he visto en un par de ocasiones por la tele. Pero, mira tú, después de infinita paciencia e intentos, he conseguido dejarlo presentable.

Me he venido arriba y cuando estaba guardando los pegamentos he observado que allí mismo habías dejado un par de “marcelos” con alguna parte rota y, al lado, los trozos pendientes de reconstrucción. Sé que esos “marcelillos” o figuritas del niño guía con atuendo medieval, se desechaban en tu Fundación porque ya no tenían venta y tú los “operabas” hasta que renacían y los pegábamos con su imán en la chapa de la caldera de gas. Ahí han quedado los cuatro, LU. Lo he hecho por ti. Por terminar una tarea que habías dejado pendiente. Por estar compartiendo un rato contigo como si se tratase de un juego infantil. Después te he besado en una foto y he regresado a mi trabajo habitual. Y el día que parecía que iba a ser gafe, se ha enderezado por fin.


08/10/23

Día de relax en lo físico. Es necesario un stop de vez en cuando. Me despierto pronto y aprovecho para leer y después de la colada me tiro a por el periódico como una fiera. Lo disfruto a placer y encuentro un artículo delicioso (“La huida”), de MV, en la contraportada. Recojo una frase literal que podría haber sido escrita “ex profeso” para mí: “En esta tarde melancólica de domingo deberías tener […//…] una música que te hiciera recordar bellos momentos del pasado […//…] Solo eres un poeta, un maldito esteta, y desde la calle te reclaman para que abandones la torre de marfil y bajes a pisar la mierda como los demás mortales. Has elegido huir…”

En efecto, LU, tú me advertiste varias veces que no me encerrase (enterrase) entre mis libros, que no me obsesionase con la sola actividad literaria, que saliese y me distrajese. Quizás intuías los peligros de la soledad en un carácter como el mío. Pero lo voy capeando, no te vayas a creer.

Después de comer voy a echar gasolina y a la vuelta me parece que es prontísimo para trincar la puerta y recluirme en la buhardilla. Hay un sol esplendente y me bulle la sangre. Siento hastío intelectual y cuento con que la revisión de los relatos ya está prácticamente concluida. En ese instante recuerdo que he leído que es el día de la provincia en Cervera y me apetece tomar un café allí.

Estaba “petao”. He tenido que aparcar entre la Cascarita y el Peñalabra. Casi intransitable por el centro. Me paro siempre en una librería y en una carnicería cercanas, bajo los soportales. En esta última porque tienen desde hace muchísimo tiempo en el expositor una colección como de Playmóbil en la que destacan dos gallitos que me encantaría tener en mi colección. Es más, en alguna ocasión pasada pregunté dentro si me los vendían. Se sonrieron. Vas a tener que comprar el juego completo, me avisaron.

Tomo un café por hacer tiempo a que comience una actuación musical frente al ayuntamiento y curioseando por las inmediaciones me sorprende una galería de arte de la que nunca me había percatado. ¿En Cervera?, me cuestiono. Cuando entro me dicen que lleva dos años y pico. Pero lo curioso es que me atiende un matrimonio con sus dos hijos, a los cuales he dado clase ¡a los cuatro! Se desviven enseñándome las instalaciones y explicándome con detalle los artistas representados allí, con diferentes técnicas. Tanta es su amabilidad que casi se me iba el tiempo para ubicarme convenientemente antes del concierto susodicho. Me despido. También de una pareja de Mave conocida de mis tiempos de concejal. Y por el camino de otros cuantos, entre antiguos alumnos y varios aguilarenses que estaban a lo mismo.

Aguanto media docena de canciones por compromiso. El tipo es cántabro, un tanto a su favor, pero no le termino de pillar. En principio es un equipo que para el espacio me parece bastante precario y para el vocalista no le proyecta la voz (una buena voz, por cierto). O sea, un cantautor al que no se le entienden las letras o yo no oigo bien, lo cual también es cierto De ritmos, me ha parecido escuchar todo menos “folk”, que sería lo suyo. Y tan pronto ha cambiado a ritmo de vals, como de rabeladas, como de "pop” con introducciones recitadas (que tampoco se entendían). Tengo que buscarle en la red.

 Y he dicho: “Tira pa casa, Gabilucho”, que aquí ya está todo el pescado vendido. En ese ínterin en que calibraba la salida más fácil y rápida, se produce el encuentro con una persona de trato esporádico que realmente me ha incomodado (y no es la primera vez), puesto que adopta una actitud esquiva que no acierto a entender si es timidez o prevención. Me da en el olfato que malinterpreta mi simpatía natural. Nos saludamos y se esfuma con cierto apuro casi sin mirarme. A saber qué puede pasar por la cabeza de una mujer. Por la mía, hacia ella, está claro: nada.

Busco el regreso por una calle paralela a la principal, que retomo adrede a través de ese estrecho pasaje que une las dos a la entrada de la plaza. Y te vuelvo a ver, LU, en toda tu hermosura de los veinticinco años, cuando se desplazaba a los jueves en Cervera todo el ambiente juvenil de la zona. Ya es de noche. Solo suenan nuestros pasos. En un minuto en que la travesía se queda solitaria, embozada a partes en sombra, te detengo, te abrazo, te beso, te susurro dos palabras de puro amor. Te envuelves en mí, te ríes de felicidad, me tomas de la mano y tiras adelante arrastrándome al río de la gente, al jaleo, al gozo de la vida, a un futuro esperanzador…

Fiel al trabajo, tecleo mis historias retornado a la buharda. Tan concentrado por momentos, que llego a pensar que dispongo a mi antojo del tiempo para llenarlo de voces y de palabras imperecederas. En definitiva, para detener el tiempo, como pretende todo artista. Y recuperarte. Sin darme cuenta de que ese no es el tiempo real. Es ficticio. Irreal. Engañoso. Inexistente. Un sueño.


07/10/23

Me he enrollado mucho en el café, con T/ML, a quienes conozco desde que llegué a Aguilar con veintidós febreros. Siempre nos hemos tenido aprecio, quizá porque T. y yo somos muy habladores los dos, aunque me saca más de veinte años. Él me aconsejó comprar el pisuco de Santa, como hicieron ellos de muy jóvenes hasta que lo han vendido hace poco. El suyo, magnífico y en una zona privilegiada a cinco minutos del Sardi.

Siempre que nos encontramos pegamos un rato la hebra y vamos turnándonos en la invitación a café. Andan ya bastante delicados de salud. Pero no prescinden del paseo con parada en alguna cafetería de su recorrido. Me insisten muchas veces en que tengo que subir a su casa, en la plaza, para enseñarme la foto de una hija que se les mató por accidente en Llano. De nueve años. Hablando con ellos, noto que salgo reconfortado, es decir, más fuerte para llevar mi carga sin ti, LU. Pero es evidente que lo suyo es el peso más insoportable que puede caerle a alguien de por vida.

No me gusta cortar la calidez de estos contactos. No me importa y me olvido de todo mientras vea que ellos se encuentran también cómodos en nuestra relación siempre cariñosa. Pero me he quedado sin tiempo de bici, más que para llegar a Fuente Moragas y pegar la vuelta. Por no perder comba y mover un tantín las piernas. Casi ha sido como un descanso, pues estoy potente en esta prolongación impensable de fin de temporada.

De vuelta arreglo unas lentejas que ya había dejado preparadas a primera hora y les meto un hervor con una morcilla burgalesa. Me han salido recias, las jodidas. Seguro que al socio le han calentado el pellejo. No sé si el trozo de chorizo picante era demasiado grande… El caso es que nunca encuentro el equilibrio adecuado. ¡Qué manos las mías! Pero me las he comido, sentado pacíficamente a mi lado de la mesa, y en un momento he pensado calentar un plato y ponerlo en el tuyo… Para que las probaras, a ver qué opinabas… Un halago no, de eso estoy seguro. Pero me gustaría mucho oírte recriminándome mi torpeza con una de esas interjecciones tuyas que a mí me sonaban como una música en el alma.

Antes de sentarme a la labor de la tarde, hacía tan tremendamente bueno que me daba pereza meterme en casa. Habría sido maravilloso proponerte un pícnic como lo hacíamos de vez en cuando en el buen tiempo. Era algo con lo que yo me remontaba y tú lo sabías bien…

Recuerdo algunos gloriosos, improvisados a la vera arbolada de aquella ruta por Huesca hacia Lérida cuando me pillaron con las dos bolsonas llenas de almendrucos, o en los aparcamientos de una terminal de Barajas, o en la explanada de hierba de la torre Eiffel, con una tortilla de patata que hizo furor en los grupos de franchutes que nos rodeaban y que te vieron disponer sobre la manta un milagro culinario y perfecto del arte prêt à porter…

Son instantáneas que en mi recuerdo guardan incluso un sutil significado erótico. Pues no hay escena con más sensualidad para mí como la observación íntima del misterio de lo doméstico y cotidiano. Otros necesitan de extrañísimas lencerías, retorcidísimos artilugios y demás marranadas. A mí un cuerpo codiciado bajo una bata me basta. El resto lo pone mi cabeza…

No. No ha sido posible pasear contigo. Como tantas otras cosas a las que tendré que acostumbrarme. He pasado por el local para comprobar si quedaban botellas de esa bebida deportiva que no sé si tendrá alguna virtud más que un poco de limón que sale caro.

He caído en la cuenta de que llevaba días con la idea de subir a casa alguno más de esos gatos de madera que tallaba tu padre. Un pequeño ruido ilocalizable, de cañerías o de cachivaches que no terminan de acomodarse porque no se acostumbran todavía a estar sin él, me lo ha traído al pensamiento. Mis labios han estado a punto de decir mirando hacia el fondo: “¿Qué pasa, Santos?” Como tantas otras veces. Pero no estaba allí… O quizá sí. Estabais los dos. Y me saludabais desde el mundo invisible. He subido con los gatos a casa y me he entretenido en lavarlos y limpiarlos bien. Y ahora ya hay cuatro, uno a la puerta de cada habitación. No he visto animales más limpios ni más tranquilos ni que gasten menos en comida. Estoy encantadito con su compañía.

Ah, ayer me gustó la función de teatro. Hoy trabajaba el grupo del Sangre, o sea, que lo previsible es que esté hasta la bandera. Paso. Sin embargo, ya digo, anoche hubo un poco de esa magia que se crea cuando es verdadero lo que vemos a través de la cuarta pared.

Fue una historia muy simpática de un grupo de amigos de los noventa, con el motivo de fondo de la confusión de géneros para crear el enredo. Muy modernilla de lenguaje, con cinco actores (uno de ellos del pueblo) alrededor de los treinta, saladísimos y de experimentada capacidad interpretativa. Notable dominio del ritmo dramático y del espacio, con algunos parlamentos que no llegaban claros de voz. En fin, volví a casa con tan buen sabor de boca que creo que me quedé frito enseguida con cara de pánfilo feliz.


06/10/23

Me adelanté como los almendros y a las siete ya estaba a la puerta del Amor. Allí estaba tu amiga IR, también a la espera, y charlamos un ratito hasta que abrieron la taquilla. También su madre y su hermana, y creo que eso hizo que los silencios fuesen más cómodos. Porque los dos sabíamos lo que tratábamos de evitar en la conversación. Más que nada por ella, pues ya imaginas que es de lágrima fácil. No solo eso… (sabes lo que voy a decir, LU, ¿verdad?): ¡cómo me costó callarme lo que nos rondaba en la boca a los dos todo el tiempo!

No he probado en mi vida un bizcocho casero tan bueno como el de ella. ¡Hum!, me pongo malo solo de pensarlo. Pero no me atreví ni siquiera a sugerirlo, porque la conozco un poquito y sé que de inmediato se comprometería. Y tampoco tengo tanta confianza. ¡Qué daría yo por volver a pillar una rosca de esas, doradita, esponjadita, mantequillosa…! ¡Ñam! Dame, Señor de los alimentos, a alguien que tenga esas cualidades y te prometo que la veneraré y que escribiré una obra inmortal para ti.

Al menos por esto, valió la pena. Y alguna otra atención y saludos en las butacas aledañas. Caí también al lado de MT, y mientras comenzaba la función, me sorprendió que se interesara tanto por cómo estaba sobrellevando las cosas. Fue extraño, porque tampoco teníamos nosotros demasiada cercanía con ella, pero me preguntó por nuestros hijos y me aconsejó con mucha ternura, y observé que le asomaban unas lágrimas pequeñitas e imagino que dulces como las galletas que se hacen en su fábrica. Las horneadas que me molan.

Desde luego, lo que no valió demasiado la pena fue la obra que vimos. Un típico ejercicio de buenismo en torno al tema de la vejez y los recuerdos, sin estructura suficiente como para denominarse teatro, con momentos de relleno circense de la única protagonista: un mimo sin diálogos (sí, con buena técnica, pero no basta). Para colmo, prolongada en uno de esos contactos posteriores con el público que me ponen del hígado, donde se trata de justificar el esfuerzo o de vender algo. Na. Pero me tira tanto que hoy volveré a la misma hora a encabezar la fila.

En la salida bicicletera me detengo en Vallejo a mirar despacio y tirar unas cuantas fotos a la ermita de santa Bárbara. Lo que se aprecia de pasada en el deterioro de los tejados no es más que una impresión… porque además por ahí ya se baja embalado. Ay, amigo, cuando te detienes. La he circundado y ni siquiera permite acercarse en algunas partes porque amenaza derrumbamiento y, de hecho, está acotada con un trozo de cinta ridícula.

Pero me he arriesgado a meter la cabeza por una ventana y lo que se ve dentro es un cuadro completo de demolición. Da vergüenza observar la solidez de algunas columnas y la gracia de algún capitel frente a tanta consecuencia de la pura incuria. Sí, dejadez, desidia… de quienquiera que sea responsable. Allí figura un logo de la Junta y un cartel del año 2012 de la empresa propietaria advirtiendo y eximiéndose del riesgo. Ya no queda prácticamente nada salvable. Y, además, ¿para qué?

Embelesado en mis pesquisas y de mal humor, me he enciscado en el recorrido por detrás y encima he tenido que salir por la plantación de ortigas más grande que he visto en mi vida. Como los calcetines de deporte apenas cubren el pie, me he puesto las canillas rojas como llagas de nazareno. Gracias a que un sol triunfante campeaba en medio de la alta mañana llenándome de su fuego, de su alegría y de su vigor. Y he picado suelas hacia abajo comiéndome unas horneadas de esas, que me han sabido a gloria bendita. He rezado a santa Bárbara la jaculatoria consabida y le he pedido que de alguna forma te haga volver a mí. No me digas cómo, LU. Pero ya que las dos estáis en el cielo, entendeos entre vosotras, ¿vale?


05/10/23

Ni sudar siquiera porque a las doce la temperatura era la justa. Por seguir haciendo piernas tiro a Barru con vuelta por Vallejo. Es ruta sentimental porque la hicimos juntos muchas veces. Tú me mandabas seguir adelante para mantener tu propio ritmo, sobre todo en la tachuela al salir de Barru. Porque no eras buena escaladora; no te gustaba que el corazón se pusiera explosivo, al contrario que a mí. Y andabas con muchísimo cuidado en la travesía del pueblo en pendiente. Luego, más tranquilos, acompasábamos durante un trecho el ritmo, en silencio, gozosos de compartir el latir potente de la vida…, de compartir el camino… un camino con final.

Al tomar arriba del pueblo minero la curva, me emociona como siempre el cine decrépito y escombrado de desilusiones; y hacia mitad de la cuesta, la iglesia amenazando ruina desde el tejado derrengado hasta la planta; y alejándose ya de la población, entre el boscaje espeso, la imagen casi fantasmal de las ventanas abiertas sin sentido, desenmarcadas y desenrejadas, en los muros de ladrillo restantes del lavadero de carbón… ¡Qué tres símbolos más potentes de la historia de la montaña palentina!

Y, sin embargo, es un recorrido tan variado y exuberante y concentrado de vegetación, que comunica otra especie de vida natural en la que no es necesaria la presencia humana. Ahí siempre encuentro más claro lo invisible, más luminoso cada reflejo, y me siento más propenso a reencontrarme contigo para seguir dando pedaladas hasta volver a casa… 

Y no hace falta decir que te adoraría si pudiéramos volver a hacer este paseo cualquier día antes de que se meta el otoño encima y ya no pueda ser. Porque hoy mismo he observado que se descolgaban las hojas de los chopos y había un revoloteo alegre de alas en la brisa. Enseguida he recordado a Cyrano en el parlamento maravilloso en que alaba la forma de morir con estilo de esas hojas, a pesar de saber que caen a tierra y se pudrirán. ¡Comme elles tombent bien…!, le dice a Roxana. ¡Qué bien caen…!

Recibo noticas del compañero MO, que sigue en el hospital recuperándose del ictus que le dio el sábado pasado. Otro compañero, LG, me tiene al tanto porque su relación es más cercana. Pensábamos ir a verle pero L. tiene un viaje y parece que la evolución ha sido tan buena que el enfermo volverá a casa en breve. Eso sí, le mandé un guas con un abrazo y me contestó con buen ánimo.

Le había afectado de momento el área del lenguaje, pero la medicación ha funcionado sobre el pequeño coágulo que le causó el problema. Me alegro por él. Buen tipo, inteligentísimo, y de un trato excelente los treinta años que hemos compartido en el instituto. Siempre recordaré que sus hijos, cuando eran pequeños, no habían oído la palabra “parlín”. Sobre todo la cría, a la que yo llamaba “parlina”. Con lo cual, y observando la niña que yo no callaba, comenzó a llamarme a mí Parlino. Nombre con el que me quedé para siempre en esa casa. Y lo tengo muy a gala y lo llevo con gran cariño.

Voy a salir al teatro de sala que ha comenzado ayer. No me parece muy lucida la selección en el programa de mano. Tengo la sospecha de que están abandonando esta actividad, que en mi concejalía tuvo mucha importancia. Este año han dejado la entrada libre. Habré que ver lo que da de sí el aforo. Total, que es algo que me gusta (y a ti, LU), y tendré que acercarme una hora antes a pillar butaca. Ya contaré.


04/10/23

Nada, que me resulta imposible pasar de las once de la noche si la tele no ofrece algo que me atrape de verdad. El MasterChef que siempre veíamos juntos con unas chuches (¿verdad, LU?) ya no he vuelto a mirarlo porque me oprimen los recuerdos y temo no poder conciliar el sueño después. Y el First Dates termina superándome de pura insustancialidad con esas parejas de mi edad (y más), que se preguntan a los dos minutos por sus gustos sexuales detalladamente. Me imagino en esa situación levantándome de la mesa y largándome con cajas destempladas: Vete a la mierda, guarra. En fin, que me pliego en el sobre y al poco tiempo caigo como un bendito. No es de extrañar que hacia las siete ya levante la pestaña.

Como hoy. Cuando abro los ojos, tengo la sensación de que la vida es tan bonita que no puedo desperdiciar un segundo. Tocaba fabada y ahí es cuando me he metido de pocero, bien desayunado, y no es que me haya salido muy espesa, pero mañana espesará. Eso me digo.  De todas formas, aunque las alubias sean buenas, la próxima vez voy a volver a los tres o cuatro puñados de arroz como hacías tú, LU. Bueno, pero tres días salvados.

Después del rato de tertulia se me han roto los planes porque se ha demorado bastante la revisión del coche. He tenido que esperar impaciente tomando un café en Los Olmos y mirando la prensa. Pero a gusto. Y el resto lo he empleado de compras semanales en el súper. No encuentro las cebollitas pequeñas, moradas, que están riquísimas en cualquier tipo de ensalada, ni recuerdo dónde compré hace mucho unas morcillas buenísimas. Porque recorro varios sitios diferentes y no me aprendo nunca dónde están las cosas que me interesan de ocasiones anteriores. Un tocho.

El telediario no me lo pierdo y antes de la cuatro estaba rehusando la bici porque apretaba el calor. No era día para salir a esas horas aunque me lo pidieran las patas. Entonces ha llegado N. para la limpieza y me ha contado que mi suegra andaba mal de la espalda otra vez. He pasado a verla y se nos ha alargado la parrafada. A ratos tiene fuertes molestias. Ahora estaba tranquila. Estas "agripinas" son duras como morrillos. Correosas y valientes, como eras tú, LU. Me gustan las mujeres fuertes.

He completado en la estación un ratito más breve y a la vuelta me ha atrapado la vista de Santa Cecilia, donde he subido para recorrerla una vez más describiéndola despacio. La torre, sobremanera. Es lugar tan recoleto que disfruto un poco de reposo en un banco a la sombra y le hace mucho bien a mi temperamento inquieto. Los ojos se llenan de piedra vuelta belleza, al mismo tiempo materia y espíritu; es decir, eternidad. Me refresco en la coqueta fuente pegada al murete bajo del atrio. Poéticamente, agua es igual a eternidad.

Regreso a casa, al trabajo diario, a la clausura de la buharda, a la busca de unas pocas palabras nuevas que también persigan un rastro de belleza para elevarme más alto. Soy uno más, me digo, en la historia de los hombres, que se atreve a soñar con subir a la eternidad para describirla, dibujarla. Intentando detener el tiempo. A ver si en ese intento te vuelvo a encontrar a ti, que ya vives en un lugar de esa eternidad. Sin tiempo.


03/10/23

Tenía a las once reservada la pelu y por fin me he pelao las greñas, que ya me estaban chinando desde el día del entierro de mi tía. “A ver si cortamos ese pelo”, me dijeron al oído más de media docena de familiares. Era verdad: ya no las soportaba, pegajosas del sudor copioso dentro del casco, lo cual me obligaba a ducharme y lavarme el pelo dos veces. Pero pasaban de las doce. Hacía dieciocho grados (o sea, magnífico para la burra) y he tirado hasta Barru, con vuelta por ese territorio soñado que es Vallejo, más contento que unas Pascuas. Bruuutaaal. En serio. Si es que he dormido casi hasta las siete todo seguido…, por tanto, disfruto dándole caña hasta desfogarme.

En cambio, el aire andaba jodón en el colacao de los buses. No dejaba parar el periódico y me ponía de mala leche. Por eso, he cerrado el papel y me he dedicado a disfrutar del maravilloso tilo frente a la estación, al que yo dediqué aquel poemario que me maquetó JA y, por mediación suya, conseguí una portada primorosa sacada de la acuarela regalada por el pintor palentino AC. “Tilo es olvido” (solo unos pocos amigos lo saben, poetas sobre todo), encierra una historia íntima muy bella, a golpes de una estrofa tripentasílaba que pretendía representar cada latido del corazón… Lo que me fastidia es que el magnífico árbol de mis suspiros hoy está al lado de un corralito de esos donde se encierra el contenedor de la basura. Y me molesta. Y mucho.

Esta geografía sentimental de los que escribimos suele ser muy golosa cuando alguien se convierte en un autor famoso. Los críticos suelen rastrear la huella más leve de la vida personal y secreta del artista. No será mi caso, sin ninguna duda. Pero es curioso que hace poco me encontrase con un compa de colegio universitario estando de compras en una localidad próxima, que me confesó haber leído mi novela del policía y creyó adivinar en algunos rasgos de la “mujer fatal”, protagonista y víctima, un vínculo con alguien de esa localidad donde nos encontrábamos. Me dejó perplejo, porque nunca hubiese pasado por mi cabeza ese nexo entre realidad y ficción. No había nada de aquello en el personaje creado por mí. Mi interlocutor puso cara de no creérselo. Fue suficiente para que no le contara la verdad. Pero como nada es imposible, pudiera ser que leyera este diario. Ahora ha llegado el momento de saber cómo se forma un personaje de ficción. Va para ti, amigo, para tu curiosidad y sorpresa.

La mujer salvajemente asesinada en “Perlas en racimos” es un Frankenstein. Sí, un ser hecho de trozos de otros seres diferentes. El escritor no es más que ese científico que en la novela de Mary Shelley los recoge, los une y les insufla la vida con un soplo. Por eso se dice que el artista, el escritor en este caso, es un creador. Es una manera de ser Dios.

Como mi novela se desarrollaba en tres ciudades reconocibles de mi experiencia vital, tomé de cada una de ellas una mujer real (algún aspecto particular) para construir una personalidad verosímil. De Valladolid recordé el clasismo, la altivez y la frialdad de una primera mujer. De Palencia procedía el misterioso poder de atracción contra el que no se puede luchar, de una segunda mujer. Y de Santander era la mujer que asesinaron brutalmente en una bajada a las playas y que me proporcionó las circunstancias detalladas del suceso tomadas de los periódicos y de un libro sobre la crónica negra en Cantabria. Junté todas estas características de las tres… Y cobró vida mi personaje: María Soledad.

Así trabajan muchos escritores, aunque a algunos les produce vergüenza enseñar la cocina, como suele decirse. Para mí resulta interesante hacerlo explícito porque también algunos me han preguntado si conocí a la sinuosa prostituta llamada en la novela Susi Miel… Y otros me han interrogado: ¿Tú eres el Niño? ¿O eres el viejo policía? Pues bien, todos tienen algo de la realidad y yo soy todos ellos juntos. Yo soy el orgulloso (y, sin embargo, humillado) diosecillo que los ha dado vida.

Del millón (largo) de fans que me siguen, a la mitad les intereso por lo literario y a la otra mitad por lo personal. Eso lo sé seguro porque a algunos, naturalmente, los conozco. Y me comentan algunas cosillas. Otros nunca me dirían que leen esto. Me parece respetable. Mi criterio es que el diario sea abierto a los cuatro vientos y no me importa exponerme ni a la chamusquina ni a la cellisca. Porque nunca de mis manos saldrá intención mala. Es un regalo que ofrezco. De corazón.

Eso sí, pretende un objetivo general que ya he anunciado anteriormente. Sin embargo, debe participar de cuatro aspectos que combinados le den alguna gracia (si es que la tiene de por sí). Algún sentido. Algún valor noble. O sea, que debo contentar en lo posible a todo el mundo, que es tanto como decir al tipo de lector que yo pueda imaginar que me sigue. En consecuencia, aquí se encontrarán mis lágrimas por el amor que me arrebató la vida, mis veleidades artísticas y literarias, mi pasión por la eucaristía de los alimentos y las personas que se dan a través de ellos, y mi afición medio deportiva por la bicicleta. Quienes valoren mi estilo literario, pienso que se regocijarán a ratos. Quienes me quieran como el pobre hombre que soy, me dice la intuición que alguna vez llorarán. ¿Me equivoco?


02/10/23

La parada de ayer para recuperar piernas y el descanso absoluto de anoche se han notado en la subida de hoy. Sin apenas enterarme, la verdad. Me cruzo con mi compa EM, pero él está de vuelta y no le cuadra ir más arriba de Barru. Bueno, no hacemos planes porque ya nos conocemos y cada uno programa su día como le conviene. Mientras haga bueno, le digo, yo saldré por la mañana hacia las once. Y hasta Grullos, todo lo más lejos. En mis planes, la burra es una actividad muy necesaria, pero siempre que no me ocupe mucho más de dos horas. El resto es para otras aficiones que me atraen por encima del ejercicio físico. Lo físico para mí es un complemento y una ayuda hacia otros objetivos.

Y reconozco que me viene genial. Llego a casa y me peso a culo pajarero. La báscula ya indica setenta y dos y medio. Se lo prometí a mi Chiqui. Este es el punto perfecto para mi morfología. Lo sé de siempre. A partir de aquí debo andar con cuidado porque por debajo de esto me quedo sin chicha y sin cuerpo. Ya me pasó. Pero entonces era contra mi voluntad y por efecto del miedo ante tu enfermedad, LU, cuyo impacto me hizo tambalear. Ahora mismo, sinceramente, no me siento en aquel vórtice de antaño. Mentiría si me hiciera la víctima: sufro todavía tu pérdida pero mi ánimo va entrando en una fase de aceptación serena. No me siento enfermo de ninguna forma. Soy un hombre maduro que está tratando de encajar un gran dolor.

A última hora de ayer mi queridísimo EM, excompañero de Cabezón y con quien estuve hace unos días en Torrelavega, me envía un guas diciéndome con cierta retranca que se ha despeñado con la bici y se ha roto la clavícula. Quizá necesite operación. Ya he alertado yo aquí anteayer del peligro de los bicicleteros, que no salimos catapultados por los aires porque dios no quiere. En fin, le contesto que al menos él cuenta con el consuelo y los mimos de mi admirada I., reina de las patatas a la importancia. Me parece que las vamos a disfrutar antes de lo que imaginábamos. En cuanto esté presentable me acercaré a verle.

Después de comer evito el sopor en el sofá y me largo enseguida a leer bien a gustito en la estación de buses. Últimamente me encanta tomarme allí el colacao con leche fría. Además, he descubierto que trabaja de cocinero DH, un gitanillo al que yo cuidé mucho cuando entró en el insti porque era más listo que el hambre pero no hacía nada porque no le estimulaba lo que le ofrecíamos. Hoy es un muchacho espigado, bien parecido, y centrado en convertirse en un buen profesional. Me dice que quizá compagine estudiando a días algo de Hostelería en Reinosa.

Quiere recuperar el tiempo perdido, quiere progresar porque se ha casado (tengo entendido) con una morenita muy linda que ronda por allí a ratos. Me gusta saber que va saliendo adelante. ¿Tú te acuerdas, LU, que te planteé llevarle en una feria del libro a que conociera el Bernabeu? Total, iba a ser un fin de semana, que podría haber dormido en el pequeño cuarto sobrante del piso de la Fundación… ¿Estás loco?, me dijiste. ¿Tú sabes qué responsabilidad asumes? Era verdad. Como también es verdad que desde que salió de las aulas no he conocido un chaval más cariñoso, que se alegre tanto cuando me ve por ahí y que me siga considerando como lo resumió una vez: Tú eres payo güeno, me dijo. Tenía once años.

Pillé por azar una peli maja y aguanté hasta las doce y pico. “Los europeos”, de V. García León es una muestra aparentemente tópica de lo que éramos los españolitos en los años cincuenta, cuando algunos se desbravaban en Ibiza con las extranjeras. Pero tiene poco de peli de Pepito Piscinas y mucho de una acidez que le viene del guion de R. Azcona. Aquella sociedad tan hipócrita todavía queda retratada en una francesita que se queda embarazada de un noviete españolazo y tiene que abortar… Y algo que hoy no llegaría ni siquiera a anécdota encubre la miseria ambiente de una época para pasar página. Como así ha sido. Por suerte.


01/10/23

Sin novedad un día más de domingo, si no es insólito este sol picajoso a media tarde más propio de pleno verano. El cambio de clima es una evidencia científica. Octubre, de todas formas, es mes crucial. Lo que no varía es la sensación de tarde dominical sin pulso y a la espera de que el finde desemboque en una larga noche de descanso. La única pequeña gracia para afrontar la semana próxima. Esta ha sido siempre mi percepción desde niño en el internado. Un consuelo.

Tampoco varía con el clima (es más, se acentúa) la traumática entrada en octubre. Otoño baja la moral a los pies a los muy sensibles. Además, se añaden los efectos del cambio de hora. Octubre es mes conocido porque la caída de la hoja se lleva a mucha gente por enfermedad o vejez.

Octubre fue el mes de tu mal, cuando una mañana me llamaste para que acudiera enseguida a casa y sentados en aquel sofá rojo me contaste que el ginecólogo te había dicho que aquello tenía muy mala pinta… Te abracé, te besé mucho la cara llena de lágrimas, te prometí que no te pasaría nada… Y todavía hoy siento mi hombría herida de pura impotencia porque no pude defenderte con uñas y dientes contra aquel enemigo tan cruel, implacable, tan letal. Fue el comienzo de quince años funestos. Hasta sucumbir. Fin.

Me he prometido no convertir esta parte del diario en un catálogo de desdichas, es decir, en la escatología de tu enfermedad. No lo he podido aguantar cuando lo he leído en los testimonios de otros. Esta parte de nuestras vidas incluirá algunos fogonazos para esclarecer una experiencia de vida tan traumática. Pero nada más. 

Esta parte contará sobre todo cómo nos despediremos definitivamente (ocultándote para siempre en un minúsculo hueco de mí), y presiento que eso sucederá (tal vez, tal vez, tal vez) cuando alguien venga a ocupar con el mismo derecho que tú el palacio entero de mi corazón. Entonces ya tengo pensado dónde esparciré tus cenizas sobre nuestro querido Cantábrico. Entonces tendré que prescindir de este anillo con tu nombre y permitir que otro nombre distinto (tal vez, tal vez, tal vez) designe en mi mano un nuevo amor. Con el mismo derecho que tú. Tal vez, tal vez, tal vez, si la vida y el tiempo ganan todas las batallas y lo disponen así. No podré oponerme y sé que tú también lo comprenderás. Serás feliz. Me sonreirás. Fin. Pasará la página. Continuará…

Y basta por hoy. Es demasiado peso. Es octubre. Disculpad.


30/09/23

Madrugo para dejar la comida preparada. Tres días que libro: una maravilla. Se anuncian hasta treinta grados y eso quiere decir que hay que salir pronto con la máquina, pero yo no voy a poder hasta las once. Me lo he tomado con calma y he pasado un ratito muy agradable en las mesas del Valen con la prensa y un café reconfortante.

A esa hora dicha me tiro al carril y lo cojo con ansia después de una semana sin brearme. Lo de la minibici es puro divertimento (aunque también me vale para mantener, sin duda). He subido con mucho aire y me he entretenido con un reinosano que se estaba echando unos selfis, de pura chulería, porque era una chavalín majete y me ha hecho gracia. Le pido que me tire un par de ellas a mí con mi propio móvil, echamos un trago en la fuente y nos despedimos. Aquí tienes un amigo. Y tú en Reinosa, contesta. Ya me gustaría pillar esa edad, voy pensando al iniciar la vuelta. Y quién no era chuleta entonces… Aunque no valiera uno ni para tacos de escopeta. Pero la juventud es un árbol que cada día se levanta a desafiar a los cielos.

Me echo a rodar de vuelta, y paro en el 824 a tomar una foto. Bajo a tumba abierta hasta Barru, sin manos, comiéndome unas horneadas buenonas para meter un poco de azúcar, sin reflexionar como un hombre sensato en edad provecta que debería darse cuenta de que una carretera con costurones como esa es una posibilidad cierta de salir volando por el manillar adelante. ¿Y qué?, me contesto. Como un gilipollas.

Al llegar bajo el puentecillo cercano a Villavega se me suelta la bomba y queda por el camino. Paro, la recojo, pego otro par de fotos desde allí hacia un punto de fuga en el horizonte, calculando que quizá está tu pueblo, LU, detrás de aquellos tesos saltando de un valle a otro. Y me alegro al pensar en la casa donde naciste y me propongo acercarme un día también a tirar media docena de instantáneas por si estás asomada a alguna de aquellas ventanas que dan a la carretera. Se me encoge un poco el corazón y al punto sé cuál será el motivo de mi instagrama del domingo. Y casi a renglón seguido me llega a la cabeza una de esas cuartetas de estilo machadiano, que retocaré y dejaré en limpio dentro de un rato para acompañar las imágenes. Una machadiana más de las que ya me he servido otras veces.

El airón era surazo y me ha fatigado más de lo que pensaba. Después de comer he notado el plomo en las patas. Me he cansado hoy por no caer en la cuenta de que llevaba una semana sin montar en la de carretera. Hasta tal punto que no me ha apetecido salir a tomar un colacao. Me he cambiado y me he encaramado en esta buharda a trabajar un rato. Cuando trinco la puerta a diario, se cierra y se abre para mí un mundo que no sabría cómo explicar. Entro en el reino de la fantasía y ya no lo abandono hasta acostarme, y aun así continúo en sueños a veces hermosos y a veces turbios hasta despertar de nuevo. Estos días, tanto en Santa como aquí, he dejado la persiana subida para recibir durante la noche el baño de la luna llena que rige las mareas del mundo y también las del corazón de los enamorados.

Pero me he cansado mucho y bien. He tenido que tomarme un paracetamol porque no quiero arriesgarme a un dolor de cabeza inoportuno mientras sigo con mi tarea de corrección de los relatos. Y en esas estoy. Pocas cosas más de relevancia me quedan por vivir hasta que despierte al alba. Ni siquiera una película después de cenar que me pueda elevar a otra realidad que no sea tan plana como esta, tan anodina, tan repetitiva. Solo la imaginación me salva, por fortuna. ¡Qué bello sería este sábado si ahora mismo te llevara cogida de la mano! Tal vez esperaríamos a que bajase la noche lunar a acariciarnos los cuerpos en la habitación en penumbra… Pero me ha tocado otro personaje en esta peli. El que ya no espera nada.


29/09/23

Disfruto a tope de la lectura pausada del periódico, con doblete de café bajo una acacia que filtra un sol retozón, frente al hospital Santa Clotilde. Por ser el último día de mis semivacaciones, sé que no voy a estar concentrado para leer literatura, teniendo pendiente la tarea de recoger y dejar un poco pasable el pisuco. Soy así de intranquilo (más que nervioso). Se me ocurre de súbito que me vendría bien romper el plan cotidiano…

Dicho y hecho. Me viene una idea y enfilo hacia los chinos a comprarme unas sandalias de playa que nunca he usado… Voy a pasear las dos playas del Sardi porque tengo dos horas por delante. Como hacíamos tú y yo, LU: hasta tres y cuatro vueltas completas. Como despedida y como recuerdo recuperado que todavía no había sido capaz de afrontar. Sé que me va suponer un rato de congoja. Pero voy a intentarlo. Quiero hacerlo. Como si de nuevo caminásemos el uno al lado del otro.

Es curioso que lo que más me apura y desconcierta sean las pequeñas cosas de la vida práctica que aún no he aprendido a resolver. No te enfades conmigo, LU, puedo con asuntos más serios pero en esto me aturullo. Y es que tú no estás y tengo que ir aprendiendo a arreglármelas solo. Esa es mi realidad: la dificultad de las pequeñas cosas. Los primores de lo sencillo, como decía de su estilo el escritor Azorín. Total que he comprado unas chanclas grises, agujereadas (parece que no me he confundido de número y que camino bien), pero no sé si son para trabajo sanitario, de limpieza o de hostelería. Lo interesante es que lo he resuelto, me he pertrechado con la mochilita que llevabas tú y allí he incluido todo lo necesario. En cuanto he pisado la arena, también he guardado dentro las chanclas. Ni un solo detalle olvidado, incluida la crema en la cara. Un par de vueltas en tu compañía (porque mirabas por mis ojos acuosos de la emoción). Estaba la marea baja y la playa casi como en pleno verano. He recogido una de esas conchas que coleccionabas y he vuelto con ella a casa. La he depositado en el bol de cristal. La primera sin ti…

Ya te digo. A las dos estaba de vuelta. Genial todo. Excepto la comida, claro. Puedo sobrellevar con imaginación tu ausencia, puedo soportar la necesidad de un cuerpo engañándome con actividad física, pero lo que no puedo consentirme es terminar siendo un comemierda. Esto lo llevo fatal. Toda la semana tirando de latas. ¡Qué asco! ¡Jodeeerrr! Gano tiempo para otras cosas, pero no aguanto sentarme a una mesa más solo que la una, calentar dos minutos una plasta para perros (chof, chof, suena al caer del bote al plato) y rabiar por no sentir a mi lado que alguien también disfruta con los cinco sentidos de una comida corriente pero hecha con amor, como se disfruta con los sentidos del acto mismo de hacer el amor. ¡Me cagüentoooo!

Tengo que enfrentarme a la realidad. Gracias a mi buena estrella, nuestra sobrina P. vuelve a llamarme y me dice que me deja los boletus prometidos donde tu madre. Aleluya. De vuelta paro en el Mercadona de Reinosa. Me encanta esa costilla en adobo, solo que cada día viene la ración más mermada, supongo que con el objeto de que salga más barata. Mañana pondré un bendito cocido y resolveré para unos días.

Tengo que retornar a mi realidad, que consiste en no dejar que la imaginación se apodere de los hechos. Necesito centrarme en el trabajo y retomar todas las rutinas que me favorecen porque me tranquilizan. Aunque mi temperamento es ardiente, traigo un poco de paz de espíritu. No sé cuánto me durará. Porque no tengo remedio. Literalmente.


28/09/23

Quienes conocen algo de mi estilo literario saben que suelo concluir la entrada del día con lo que se llama en retórica literaria un “epifonema”; es decir, una forma de cerrar con una frase breve, enfática, condensativa… En fin, es lo de menos… Lo que tiene esta técnica es que después es muy difícil añadir algo. Además, el asunto en tono jocoso con que rematé ayer impedía cualquier otro y menos uno de carácter muy serio.

 Eso es justamente lo que me sucedió anoche en el preciso instante de hacer la publicación, cuando me llamó mi querido y admirado maestro JMP, Peridis, compungido y desorientado, para comunicarme la muerte de su hermano LPG. Yo sabía desde la reunión de este verano en el Calero que ya andaba bastante mal. Creo que di con unas pocas palabras emocionadas que lo aliviaron momentáneamente y me lo agradeció. Quedamos en vernos pronto para abrazarle.

Asimismo, en el guas del Psoe dieron noticia también de la muerte de una gran compañera, B., de cuyo grave estado de salud no tenía conocimiento. Hija de un socialista histórico aguilarense, era excelente compañera y mejor persona, en lo que tuve de relación militante mientras fui concejal. Q.e.p.d. No me han informado con más detalle del sepelio, o sea que no he tenido necesidad de modificar planes y regresar antes. Nada me ha escrito la compañera a la que dejé encargada con este cometido. El pésame, de todas formas, lo manifesté en el chat del grupo político. Me gusta cumplir.

Cambio de tercio. ¡Qué días más preciosos de luz y de calor! No había podido disfrutar en todo el verano de Santa por circunstancias y esta semana completa me he resarcido. Este veranillo de san Miguel ha sido mi verdadero veraneo. ¡Cómo la he gozado!

A veces pienso que si no fuera por la obligación con el socio, permanecería bastante más tiempo aquí. Ocupados los hijos en sus obligaciones, nadie me echa de menos, ni me espera, ni piensa en mí. No vale engañarse. Has desaparecido, LU, y ya nadie se parará un instante a preguntarse: “Qué será de este allí?" Y si ya no regresara nunca, estoy convencido de que en poco tiempo desaparecería también el recuerdo del ámbito ordinario donde uno se mueve. En el fondo es otra forma de muerte, pues como dijo el poeta LGM en el poemario homenaje tras la muerte de su mujer, AG: “¿Qué es lo que sucede con el muerto que se queda?” Bien, no quiero dejarme caer.

Los chicos me insisten mucho cada vez que vuelvo al pisuco (sobre todo A.): “Riega las plantas de la terraza, papá”. Demasiado bien entiendo esa preocupación concretísima. Parece que en esas plantas que tú mantenías, LU, como pimpollos, cifran ellos simbólicamente la persistencia de tu paso por esta vida y el gobierno de esta casa. ¡Qué bien sabías hacerlo! He ocupado un rato de descanso en la tarea de esta mañana para adecentar lo que comienza a ser una selva inextricable, enmarañada. Hasta he podado los ramos descoyuntados, descolgados y secos… No sé cómo quedará… Había diez plantas y creo que se mantienen con vida seis. Hago lo que puedo con buena voluntad, pero ya sabes que no tengo ninguna maña para esto.

Por la tarde no me entretengo ni siquiera con el politiqueo del parte. Estoy tan en forma que me muero por salir con la minibici al carril. Todo Santa me he cruzado, primero hasta los supermercados de la entrada y desde ahí hasta la otra punta del parque de la Marga, saliendo para Bilbao, con vuelta por el centro y túnel de Tetuán. Casi tres horas, ligero. Estoy como una moto de contento. Y, por si fuera poco, un pequeño toque en la pierna derecha se ha corregido metiendo y achicando agua como una noria. Sin dejar el magnesio. Aquí en Santa, la humedad me saca muchísimo sudor y ahí se me van las sales que luego me reclama el cuerpo. Lo voy controlando.

A la ducha le sigue un tomate grandón de esos de Cantabria, con aceite y sal. Me siento a disfrutarlo mientras el sol ya busca camino del oeste la ventana de la cocina. Ni el Rey de España vive mejor que yo, me digo….

Cuando voy a editar estas notas, el contador me sorprende una vez más porque no me explico qué interés puede tener una vida tan minúscula como la mía. Excepto que haya un buen puñado de gente que me admira (mi arte literario) o me quiere (mi desamparado corazón). En todo caso, yo lo agradezco con regocijo y propósito de dar cada jornada mi esfuerzo mejor. Aun teniendo facilidad para ello, no es fácil poner todos los días cientos de palabras con cierto fundamento. No, no vayáis a pensar… Pero tened por seguro que lo haría incluso sin que hubiera nadie al otro lado del hilo. Porque es una necesidad de mi corazón, que sangra de pena y necesita purgarse todos los días, aunque sea ladrando a la luna, como los perros solitarios o los lobos enamorados.

Y particularmente quiero señalar a ese grupo de personas extranjeras que vuelven regularmente a estas líneas que son mi casa y su casa. No puedo saber la identidad, pero es muy bello que haya días como hoy en que se registran once entradas ¡de Singapur! Pero qué interés puede tener alguien en la otra parte del mundo, a quince horas en avión. De vosotros, amigos, me gustaría tener alguna noticia. Siempre tenéis el espacio de los comentarios si os apetece hacerme llegar vuestra voz. O si lo preferís y me conocéis por el Ínstagram, podéis presentaros en privado. Estaré feliz de conoceros.

Remato estas vacaciones de lujo (yo me conformo con poco). Mañana por la tarde regresaré a Aguilar. Y continuaré mi itinerario vital, que es tan sencillo como lo que voy mostrando. Me consuelo frecuentemente diciéndome que a lo mejor soy importante para  alguna persona que no imagino, pues me vence tu ausencia, LU. Ya lo ves, hasta en Singapur tengo fans.

Pero no hay que ir tan lejos para encontrar a alguien que se acuerda de mí. Después de comer recibo una llamada de teléfono y se pone al aparato una voz de cascabel y los ojos azules más bonitos de España. ¿Te guardo algún boletus para cuando vuelvas? Sííííí. ¿Hay algo más grande que ofrecerse en forma de alimento? A mí eso me conquista porque derriba de golpe los muros del castillo de mi alma. ¡Qué lástima no haber tenido treinta o treinta y cinco años menos para tragarme un ángel con una cara tan bonita! Por lo menos lo hubiera intentado. ¿Eh, LU?


27/09/23

Me imaginaba que el periódico vendría hoy prieto, así que a las nueve y media ya estaba yo en el “Picacho” con el primer café, y media hora después hacía doblete en el “Cabo Quintres”, que también tiene una terraza tranquila hasta media mañana que llegan los de los perros. Y qué día más perfecto de solito filtrado a rachas, pero con veinticinco grados sostenidos. Me he leído de cabo a rabo lo que no pude ver del debate en directo ayer. Pero esto lo dejaremos aparte.

Aun diré más: es que ha sido uno de los días en que yo redondeo o pongo flecha indicativa en varios artículos. Ya digo, hoy sin desperdicio. Entre las curiosidades me ha captado una noticia sobre uno de esos otakus (manga, anime… toda esa purrela) que se dicen fictosexuales o enamorados de un personaje ficticio. Y se hacía referencia a un individuo muy famoso porque se casó con una muñeca que representaba a una estrella de dibujos animados. Una cosa demencial, propia de retrasados mentales con diploma de primera excelencia.

Espero que no se le ocurra a nadie comparar una memez de este tipo con la idealización o amor platónico hacia una mujer, al que algunos somos muy propensos por carácter creativo, y que representa el modelo perfecto del amor. Incluso encarnado en ciertas mujeres reales. Ha sido el motivo por excelencia de toda la historia literaria y poética. Se les llamaba y se les llama con un nombre precioso: “musas”. Hasta aquí , de acuerdo.

Pero confundir la auténtica imaginación o fantasía con un individuo desequilibrado que se compra una muñeca para hablar con ella mediante un programa y se casa con ella (no hay sexo, parece), es cosa de locos. Vivimos en un mundo desquiciado donde todo es posible. Por ejemplo, a este tipo japonés al que hago referencia se le conoce como el primer viudo digital porque le empresa que comercializaba el personaje lo “desconectó” en la pandemia.

Se puede tener un retrato real de la mujer amada, claro que sí, es una muestra de romanticismo. En cambio, no se puede hacer el amor a un “objeto” con la imagen exacta de quien se ama. La explicación es nítida: todo amor se consuma en deseo de penetración dentro de un cuerpo hasta llegar al alma. Y el plástico no tiene alma. Hay que distinguir entre un pervertido sexual y un “traga ángeles”, que es como denominaba un querido amigo mío, médico, que ya murió, a ese estado en que te encuentras cuando se te ha metido alguien dentro. “Estás pillado, ¿eh? Te has tragado un ángel”.

Confirmada sobre el terreno la recomendación de mi colega JLO sobre el restaurante de Las Llamas. Hacia las doce me aseguro reservando en la página de internet, que solo con ver lo bien que funciona me da muy buenas vibras sobre lo que después voy a encontrarme allí. En efecto, con la minibici, disfrutando como un niño, me acerco a la hora convenida. Tomo mesa afuera, bajo toldo, pero frente a un espacio natural agradabilísimo, como bien señalan los comentarios de la página. Qué maravilla. Al fondo la facultad de Ciencias donde estudió mi chaval. Por supuesto, en cuanto recibo la nutrida carta del día, les mando una foto con el menú elegido: coliflor al roquefort, manitas de cerdo, tarta de la abuela, una clara y un cortado: quince pavos… casi causa sorpresa cuando te traen la nota. Mi colega, que es un tanto fachilla, me lo había subrayado: no hay cosa mejor que la competencia. Es cierto, hacía mucho que no encontraba algo tan interesante entre calidad y precio. Un sitio más que me apunto para soluciones rápidas y pausas en la comida basura a la que suelo recurrir en Santa.

Me recorre un cúmulo de buenas sensaciones… Soy un hiperestésico que se deshace a cachos en multitud de sensaciones… Soy un cuadro impresionista en mi paisaje interior. Casi puedo decir que soy feliz, que me siento un afortunado a pesar de lo recién vivido, que disfruto de mi privilegio de jubilado con paga gorda, que me dedico con gran pasión a lo que me gusta… Que estoy solo aquí, con los ojos empañados, pensando mucho en ti, LU. Es verdad, no tengo amor. No necesito a alguien que me quiera. Pero tengo esperanza. Podría aparecer alguien a quien querer. Vuelvo a retomar con ligereza mi bicicletilla y cuando paso por Piquío me paro un momento a ver la playa bastante concurrida todavía. Los cuerpos se ofrecen al sol.

He llegado un poco sudado a la cita para resolver los asuntos de la luz y el bono de mi socio. Bah, no me cantaba demasiado el alerón, porque la camiseta estaba limpia y recién cambiada. A la hora precisa de la cita. He candado la minibici y he entrado a la oficina. Llegaba con el pecho un tantín agitado: desde que respiro como un toro, la ventilación de los pulmones es más fogosa… Me ha atendido la misma rubianca que me dio la cita ayer in situ. Eficaz, inteligente y muy, muy atractiva. Mientras cumplimentaba el contrato en el ordenador, no sé qué me pasaba que mis ojos atónitos se iban a por ella como dos lobos… Me he montado la película… No creo que se haya dado cuenta. Que me perdone mi amor imposible. Pero esto es desde que me he operado de los cornetes… ¿Será la caló?


26/09/23

Jornada sin nada más destacable que haber sido provechosa al completo. No se presentaba un día bonito pero ha terminado arreglándose, es decir, una temperatura de pasear cómodamente en manga corta. “El Picacho” ya me tiene como cliente habitual y me satisface porque tiene buenas mesas y buena luz cuando hay que permanecer en el interior; y una terraza suficiente en días de estos para la media docena de clientes habituales al café del recreo.

Después de una pequeña compra, vuelvo a la atalaya y leo con buena concentración. El sol pega de plano en lo alto de la ventana, hay ajetreo de obras abajo (luego preguntaré a un operario que me informa de que sustituyen tuberías antiguas ¡de uralita!). “Maddi…”, la nueva novela de EP tiene el inconveniente de que la primera persona en un contexto de inmediatez de la acción produce un efecto extraño, no funciona con eficacia, no termina de chutar.

Por la tarde no me entretengo en el telediario porque debo solucionar un asunto en la Cía. de la luz. Hoy, precisamente, que es el día del debate de investidura y me hubiera tragado una buena parte… Antes de que comience la primera réplica me pongo de deporte y me voy a pie hasta Castelar. Mira tú por dónde, pero en estos asuntos sí soy pragmático. Se trata de conseguir el bono social para el piso de Lzr. y llevo tiempo detrás de ello, pero una vez más tengo que reservar cita para mañana a media tarde porque hoy está petado y va con mucho retraso y… una mierda para ellos… Total, que me he perdido el politiqueo pero ya lo recuperaré en la trastele.

La caminata ha sido de más de dos horas y a paso ligero, con lo cual me lo he sudado bien. Hago una vuelta tremenda desde Piquío hasta el Ayuntamiento y desde ahí hasta Cuatro Caminos para recorrer toda General Dávila. No me he parado excepto unos minutos, o sea que dos horas y veinte a buen paso dan para un trecho largo. He localizado el “Quebec” porque ayer E/I me dijeron más o menos por dónde estaba y sus celebradas tortillas. ¡No te lo vas a creer, LU! Está justamente debajo de la peluquería de Figuero donde tantas veces fuimos a reponer las pelucas que utilizabas. Me he quedado clavado allí un instante… Casi sentía ganas de subir a saludar a las muchachas que todavía me recordarán (fui solo muchas veces a recogerlas tras su limpieza, ¿te acuerdas?). Pero lo cierto es que no tendría fuerzas para contarles que ya vuelas junto a las aves marinas…

También me interesaba ubicar los tres sitios donde he visto en el IG que mejores rabas se comen en Santa. He tomado buena nota y tú sabes, LU, que en esto soy caprichoso. Me voy a guardar los nombres pero los tengo en un archivo de guas dedicado a la cocina que llamo JM/Culinaria. Ahí están. Creo que mejor aun que los que ya tenemos conocidos y frecuentados.

Al mismo tiempo, un amiguete de aquí del barrio, estudiante, me ha recomendado el restaurante que hay en el parque de Las Llamas, de tapas y plato del día. No caro y muy rico. Lo que me atrae sobre todo es la ubicación tan agradable de su terraza, frente al humedal debajo de la universidad del chico. Lo he paseado mucho. Mañana tal vez me voy a acercar con la minibici porque ya me produce tristeza el solo hecho de abrir el bote con los grumos de grasilla naranja, para calentarlo y comérmelo sin gusto.

LU, ¿tú no me podrías buscar una mujer que me haga una comida sencilla y rica…? Pero todos los días, tooodooos. Y yo le ofrezco a cambio mi patrimonio y el imperio sobre mi corazón. No te digo de veinte ni de cuarenta, pero tampoco de setenta p´arriba. Tampoco eso, no jodamos.

Vi anoche por tercera vez “El guateque”, película que siempre me hizo muchísima gracia y de la que, casualmente y sin ningún motivo, había estado comentando algunas escenas con mis amigos A/I. Casualidad o telepatía. Pero me dormí muy risueñamente.

Y otra peli que me gustaría ver pronto es una del año pasado que todavía tengo apuntada en cartera. Es el “Cyrano”, de Jon Wright, con Peter Dinklage de protagonista (el enano de Juegos de Tronos, para entendernos). Aparte de que es musical, me intriga saber qué efecto crea en la bella Roxana un tipo de 135 centímetros de estatura. ¿Dará el pego? ¿Es este el espíritu de Cyrano? No termina de convencerme. Cyrano podrá ser feo y narizotas, pero siempre mantiene la ilusión de conquistar a su amor. Un tipo tan corto de estatura… lo dudo.

En último caso, si no me gusta, cambio por otra y se acabó. Por la de José Ferrer y Mala Powers, por ejemplo. Esta sí que es una peli chachi. Quiero que reconstruyan con tu adn a alguien como tú y quiero volver a verla contigo, en el sofá, bajo la manta, con el bol lleno de palomitas… Y oír aquello que dice Roxana cuando descubre el engaño: “La voz que hablaba desde las sombras… ¡eras tú!” Y aquellas otras palabras cuando quiere retenerlo y Cyrano tiene prisa por despedirse porque está herido de muerte… Nadie mejor que José Ferrer ha dicho: “I must go”. Debo partir.

¡Oh, señor Cyrano de Bergerac! Mi maestro, mi héroe: llévale a ella estas palabras mías pronunciadas desde las sombras. Quienquiera que sea. Dondequiera que esté.


25/09/23

Tenía pendiente una llamada a mis amigos E/I, un matrimonio majísimo y como tantos otros ocupado en los nietos, por lo que finalmente he cambiado los planes para hacerles una visita hoy mismo en Torrelavega. A media mañana ya les estaba esperando en el bar donde solíamos quedar para un café durante los meses que la chica tuvo prácticas en el hospital de Sierrallana. Tus fuerzas ya estaban muy mermadas, ¿recuerdas, LU?, y ya no te movías prácticamente del pisuco. Aún hacías la comida para sentirte útil y esperabas a nuestra Chiqui con la sonrisa ancha. Era el comienzo del otoño del veintiuno. Hoy he regresado a la misma hora con la nostalgia de compañera y de copiloto.

Lo hemos pasado bien, la verdad, porque hemos hecho nuestro paseo habitual y la amistad con ellos es franca desde los tiempos del instituto de Cabezón. Él es un tío listo de la primera promoción de catedráticos de Tecnología. No han variado nuestro vínculo ni la separación ni las cuatro décadas transcurridas. Ella fue la madre que yo necesitaba entonces, con veinticinco años, y de todas las delicatesen con que me agasajaba los viernes recuerdo mucho las patatas a la importancia. Hemos quedado que en mi próxima escapada a Santa, me enseñará a darles el toque perfecto (con patatas rellenas, claro) y que comeré con ellos. Yo llevaré el vino. Hoy no quería entretenerme, aunque hemos apurado hasta las dos, porque tenía cosas que ventilar y además hacía veintitantos grados que no podía desaprovechar con la minibici plegable. De todas formas, nos hemos acercado a la Plaza Roja y después a la del Ayuntamiento y hemos probado tres tipos de tortilla donde sabemos que lo bordan. Se estaba en la terraza como en el paraíso. Allí he recibido también un par de guas de mi editor.

A las cuatro trotaba yo por el parque de las Llamas con mi potrilla o mi bicicletilla, ramoneando entre árboles exóticos cuyos nombres desconozco y parándome a mirar el letrero de todos ellos, porque para el escritor vale más el nombre de las cosas que las cosas mismas. No obstante, un poco picado por la mosca del calor y un poco asilvestrado entre la hierba, al final me he tumbado un ratín en un banco ancho de rejilla y he cerrado los ojos unos instantes, acariciado por una brisa suavina, como si un ángel me soplase en el rostro. Así, un poco asilvestrado y un poco desasido del mundo, he pasado diez minutos de siesta hasta que me puesto rumbo a las playas y hacia el centro.

Cuando ya me pesaban un poco las patas he tomado los ascensores que suben desde Reina Victoria hasta Miranda (tú me enseñaste ese camino, LU, porque eras espabilada como una liebre para las cosas prácticas de la vida). Y la verdad es que, aunque hiciera como que no le daba importancia, a mí me encantaba esa inteligencia práctica tuya, de mujer que sabe afrontar con realismo la vida y gobernar con determinación su casa, sencilla y directa, resolutiva cuando llegábamos y ponías cualquier cosa sobre la mesa en un pispás y a mí me sabía a sagrada comunión… Tu carácter recio, tu energía permanente, tu capacidad para mandar y al mismo tiempo saber llevar a un hombre. Yo nunca quise ni querré otra cosa que una mujer normal y corriente. Como tú. Y no sé si la encontraré… Eso sí, me tiene que parecer guapa y me tiene que poner. Si no, vamos mal.

El editor, JH, vuelve a la carga con otras dos propuestas de portada. Y ya van por lo menos diez. Ninguna termina de convencerme, pero al menos una de las de hoy me ha servido para concebir la idea que le voy a proponer para que la trabaje MN, la ilustradora. Ya me aconsejó el maestro JC que hablase directamente con MN y se lo especificase bien. Igual la llamo. Es tímida y dulce y guapa, como si conservara la inocencia intacta.

El caso es que no quiero una portada muy impactante, por muy comercial que pueda resultar, si limita toda la colección de cuentos a una sola idea: la de un solo cuento relevante o destacado. Por una razón: porque tiñe a todos los demás y lleva al lector a pensar que hay un tema único. No.

Más o menos lo que yo le plantearía a MN sería una imagen alegórica con tres símbolos: Una cama de hospital en blanco (enfermedad), un cuervo o pájaro negro (muerte y homenaje a Poe, padre del relato moderno) y un crucifijo o imagen religiosa (misericordia, perdón, que es la función del humor en casi todos los relatos). Más o menos, por ahí iría la cosa.

Y es que todavía la están peinando, como suele decirse. Resulta que JC me confesó ayer que al final JH no quiere prescindir de ninguno de los cuentos, ocupen lo que ocupen. Pero a mí no me lo ha comentado, el zorro de él. Así que, escribiré el último que tenía meditado y veré si al final puede encajar. Y si no, servirá para la colección siguiente, pues JC me ha animado muchísimo con su experta palabra y me dice que continúe con ese género porque le parece que tengo buena mano… Pero entonces, ¿en qué quedamos? Cuando hacía poesía, me aconsejaba CAA, catedrático de Literatura en Palencia, que me lanzase a la novela. Y ahora me dicen que el relato es lo mío… A este paso voy a terminar escribiendo guiones de cine. Y no lo digo en broma, pues el editor me comentaba uno de estos días que lamentaba que ya hubiera muerto el gran director de cine cántabro Mario Camus, muy amigo suyo.

—¿Qué hubiera dicho de tus relatos el maestro Camus? ¿Quién sabe si no te hubiera planteado llevar alguno a la pantalla?

Joder, joder. Pero ¿estamos tontos o qué? ¿Es que solo lo dice como halago? No tendría sentido. Para publicarme la primera novela me hace esperar siete años, y ahora no pasa día sin que se ponga en contacto conmigo y me comente una nueva idea. Y porque está por Toledo y Madrid de promoción, me ha dicho, porque en cuanto venga tengo que pasar por su casa a probar el marmitaco de mi adorada AdlG. En la Mansión de las Palmeras, como yo la llamo en broma, porque la entrada está flanqueada por dos gigantescas como en las de los antiguos indianos; unos perrazos en el vestíbulo de acceso que ya no me dan miedo porque me conocen; y un jardín inmenso con todo tipo de árboles autóctonos, que JH te va enseñando cada vez que lo visitas y repitiéndote quién, cuándo y por qué se plantó cada uno de ellos. Y el menda, feliz como una perdiz. ¿Será verdad esto que me está pasando, LU? Tienes que reencarnarte en otra igual que tú y volver para acompañarme en alguna de estas visitas. Prométemelo.


24/09/23

Hoy, sí. Antes de las ocho ya se presentía el alba luminosa y se filtraba por los huecos de la persiana anunciando un día espléndido. Me ha pillado enredando con el IG que edito los domingos, un entretenimiento más con formas breves y sencillas pero con cierto gusto literario. O eso es lo que me propongo con lo que llamé desde el principio mis “instagramas”.

Es tan maravillosa la mañana que le dedico un buen rato a la última novela de EP, pareja del también excelente escritor JO, y ambos de la escudería de Anagrama, con los que contacto en las ferias de Madrid. Conservo la relación y el agradecimiento desde que nos acogieron en esas quedadas posteriores a cada jornada calurosísima de la feria, en un amplio círculo acompañado de grandes jarras de cerveza. ¿Te acuerdas, verdad, LU? Fueron entrañables contigo porque sabían las circunstancias por MS y, sobre todo, por Chema, su marido, mi mentor y guía desde los comienzos por la selva de las casetas (me habrá presentado a más de cien escritores) y amigo cariñoso y leal como pocos. ¿Recuerdas la cena con ellos dos en la terraza de la calle Ibiza? Sabíamos los cuatro que se estaban despidiendo de ti…

Apenas concluido el telediario, me cambio y despliego la bicicletilla para enfilar por la Avenida de los Infantes hasta el largo carril de las playas. Ni miaja de aire y veintidós grados perfectos que me hacen sudar copiosamente por la humedad ambiental. En Santa es así, no sudas por el esfuerzo y, sin embargo, tienes calados desde el canal de la espalda hasta la rajilla del culo. Hace una tarde tan seductora que me alargo hasta el final de Marqués de la Hermida, recalando en la Biblioteca Pública para mirar los horarios. Mi sorpresa es que se abre también los fines de semana. Mañana veremos.

Pero será a la vuelta, mientras disfruto de un colacao en la Plaza de las Estaciones (otro de nuestros enclaves favoritos, Lu) cuando recibo un guas y a continuación la llamada telefónica de JH, mi bizarro editor. Está casi emocionado y me dice que tome asiento en algún lugar tranquilo porque va a leerme el Prólogo o Advertencia que ha escrito el maestro JC para abrir mi libro de relatos, mi “Bicho”. Es una página, como todo buen prólogo que se precie, pero… ¡ay, amigo mío! Me ha costado mantener la garganta engrasada para seguir hablando con él… Es algo que está más allá de lo sentimental y que no puedo revelar aquí hasta que salga el libro. Pero las palabras que JC me dedica son muy grandes, son muy bellas, son algo sublime que me trae la vida en este momento inesperado. No quiero abundar más en ello porque soy un bocachancla y corro el riesgo de cascarlo.

—¡Anda, vete a casa, abre el archivo y llora a gusto! —me ha recomendado el editor.

He salido a escape en busca del túnel de Tetuán hacia Los Castros y con una miniparada en la Plaza de las Ciencias ante la estatua que me encanta del científico LTQ, he cogido los ascensores porque estaba deseando llegar a mi rincón. Creo que en realidad la visita a Torres Quevedo era para contárselo a alguien. Porque me quemaba en la boca…

Y aquí estoy ahora, en mi rinconzuco, en la atalaya, desde donde he llamado antes de nada al maestro JC para agradecerle sus elogios a mi escritura y su dulce magisterio, y hemos echado una buena parrafada. Como dos buenos amigos.

ؙ—Aquí no hay maestro y discípulo —me ha dicho de todo corazón—. Aquí hay dos escritores que se admiran y se quieren.

Ha sido cuando hemos terminado de hablar, cuando me he quedado en silencio absorto frente a la ventana… Entonces es cuando me han comenzado a resbalar unas pocas lágrimas, suaves y muy sentidas…

Porque enseguida he caído en la cuenta de que, aparte de tan grato reconocimiento, no es eso lo que yo pretendía. En cierto modo, hace tiempo que lo sabía y lo esperaba, pues nunca he dudado de mí en este aspecto. Lo que me ha arrancado esas pocas lágrimas tristes es que no he podido contártelo a ti, LU. Que yo daba pedales desesperados buscándote y tú no estabas. Que este insignificante “éxito” literario que se ha sucedido justamente después de tu muerte, en realidad es la prueba de mi derrota y mi fracaso. Pues toda mi gloria, en el fondo, residía en que tú me mirases con una sonrisa y yo comprendiese que te sentías orgullosa de mí.

Y por todo ello me escondo en este rincón, junto a una ventana frente a la que se alza una luna creciente de una noche mansa y despejada. Seguiré trabajando por la ilusión de escribir una obra que merezca la pena. Pero sin ti, LU, no sabrá igual el pan tierno de la alegría. Será más bien el pan áspero y duro que comen los que rumian su pena en soledad.


23/09/23

Llegué a Santa con lluvia recia y me temí lo peor: parecía que iba a tener un finde pasado por agua. Una cosa que tampoco me ha solido importar demasiado, pero que a ti, LU, te ponía de muy mal humor. A mí me bastaba que estuvieras tú cerca, esa era mi garantía para estar bien.

El amanecer me confirmó que se presentaba mal día porque el mar estaba envuelto en bruma. Apenas se divisaba nada por encima de los edificios colindantes. Me resigné a una lectura madrugadora de luces grises en la ventana. Vaya, me dije, con lo felices que me las prometía… Paciencia.

Todavía mientras hojeaba la prensa, en la terraza de uno de los bares habituales que visito en General Dávila, me encontraba a gusto de temperatura pero con un ambiente feo y un comienzo de jornada poco prometedora para disfrutar en la calle.

Y de pronto, hacia las once, como por arte de magia, sin saber cómo ni por qué, el cielo se ha abierto inundado de claridad y un sol alegre se ha expandido como una patena radiante y cálida. Y como si hubiera tenido un efecto psicológico poderoso sobre mí, me ha llenado a raudales por dentro de felicidad. No me lo explico, pero he notado el subidón rapidísimo de adrenalina, la necesidad de gozar, las ganas de vivir.  He pensado en la bicicleta plegable, pero me había propuesto ya una labor hasta la hora de comer y no he querido modificar el plan. Después de unas compras en el súper, he trabajado con auténtico placer. He disfrutado, en una palabra. Tanto es así que he abierto una botella de ribera y la he dejado respirar hasta que me he sentado delante de un plato humeante de fabada (Litoral, claro) y he levantado la copa al aire diciendo mentalmente: Va por ti, LU.

Largo paseo después de comer a veintidós grados, en ropa de deporte y sudando la camiseta. He aguantado dos horas porque hacía ideal. He tomado una de nuestras rutas, LU: la que remata en el Regma de Hernán Cortés; por supuesto, me he aplicado a besos y chupetones con una tarrina (avellana y crema tostada, tu combinación favorita) sentado en un banco de la plaza de Pombo, cuyas terrazas estaban a rebosar. Una maravilla, sin escurrir una gota ni mancharme una pizca el pantalón. Para que veas…

Al mismo tiempo, hace meses que vengo observando con detenimiento y detalle la casa palacio de Juan Pombo, que hoy es el Club de regatas. Es una construcción soberbia que levantó este tipo nacido en Villada y que se trasladó de dieciséis años a Santander para dar salida al cereal  de Tierra de Campos y llegó a ser tan importante como el Marqués de Comillas. Su mujer era de Frómista. Es una historia que me atrae mucho y de la que voy recogiendo notas que no sé si llegarán a alguna parte. Pero me mola y me entretiene.

Igual a partir del lunes voy a la biblioteca a husmear qué documentación existe sobre este particular. Al mismo tiempo puedo aprovechar para entrar en un Zara cercano a comprarme algún calzoncillo de esos de pata corta, porque los de esa marca son los que más me gustan. Ya me he parado en la puerta en otro par de ocasiones que he estado aquí. Pero no sé si me da vergüenza o qué, que me desanimo, me desinflo y me largo de mal humor. No sé qué coños será esa sensación que me hace sentir incómodo. O sea, que sería la primera vez que me compro una prenda yo solo en décadas. Es así de patética la vida sin ti. Y seguro que tú me recriminarías: ¡No seas tan ridículo! Pero es verdad, sabes que el grueso de los asuntos familiares los he resuelto con buen criterio. Pues, ya lo ves, solo, no soy capaz de comprarme ni un mísero calzoncillo.

Cuando levanto los ojos de estas líneas, veo a través de la atalaya de esta ventana de mi habitación que la luz ha huido. Pero aún queda un buen rato para otra tarea de corrección. Estoy tranquilo conmigo mismo por dentro (por fuera, imposible, ya me conoces) y es una buena prueba de que intento adaptarme a las circunstancias. Lo cual no quiere decir que no tenga ratos en que siento una gran confusión de emociones porque intento luchar contra mí mismo y oponerme a lo que puede hacerme daño. Por desgracia, soy poco práctico y no sé limitarme a lo posible y conveniente. Sueño despierto y concibo esperanzas sin ninguna base. Podré ser idealista en exceso, lo admito, sin embargo siempre soy fiel a lo que siento. O sea que con estos mimbres se pueden escribir excelentes novelas, pero no estoy tan seguro de que se pueda llegar a vivir feliz. “Anduviendo y deprendiendo”, decía una viejuca del pueblo de tu madre, LU. Se lo he oído contar muchas veces. Pues eso mismo.


22/09/23

Ayer llegué a la hora de cenar y dejé pasar las notas del día. Estaba cansado y un poco melancólico por las emociones del reencuentro con toda la familia paterna. Tampoco acompañó el comienzo de otoño con una tarde desapacible de aire fresco en los altos de Villaco, tanto en la modesta iglesia como en el pequeño camposanto. La familia va desapareciendo. En este caso era la última de los seis Gabiluchos de la generación anterior. Aunque, afortunadamente, por su orden de edad y después de una vida completa.

Eso iba reflexionando cuando inicié el regreso y, súbitamente, decidí tomar una pequeña carretera apenas frecuentada que cruza los páramos del Cerrato vallisoletano hasta los del palentino para salir en Venta de Baños. Conocía muy bien una parte porque la recorría en su tiempo con la bici y el primer pueblo donde iba a caer era la humilde Alba, el pueblo donde comenzó mi tío el cura.

Y también el pueblo de otro famoso cura poeta, ER, que me honra con su amistad (fue monaguillo de mi tío y está jubilado desde hace años) y con quien compartí en una ocasión un acto poético en la biblioteca municipal de la ciudad. Era un homenaje al soneto convocado, como siempre, por el motor cultural de Palencia, mi querido JA, que reunió a una docena de escritores, cada uno de los cuales tuvimos que recitar un poema propio. Yo elegí uno dedicado a Quevedo y recuerdo a la perfección que el cura ER recitó uno suyo prodigioso que yo siempre me he sabido de memoria. Por ahí andan recogidos todos en una pequeña publicación que hizo Julián.

Y ahora llega a mi memoria y viene a cuento porque una de sus estrofas, tenía para nosotros un sentido muy especial. ¿Te acuerdas, LU? Yo te lo recité muchas veces (al menos la segunda estrofa) acercando mi rostro al tuyo en la oscuridad de la noche y unas veces antes y otras después del amor. ¿Verdad que no miento, LU? Si era antes, te camelaba con la voz mientras mis manos resbalaban por ti; si después, te besaba el hombro o el vientre o en el hoyito de tu barbilla donde me encantaba poner mis labios.

“Te digo amor, que soy tu prisionero/ y fiel guardián de tus sagradas tiendas/, que soy, amor, para que tú lo enciendas/ leña que corta tu mejor montero”. Y te lo repetía hasta que me hacías callar: “leña que corta tu mejor MONTERO”. ¡Calla, pesado!

Este recuerdo me hizo recobrar el buen humor mientras cruzaba la paramera salpicada de carrascas y encinas. Caía la tarde con mansedumbre por Cevico y Tariego. Sentí aceptación, serenidad y felicidad. Y noto que me encuentro bien todavía, incluso alegre, aunque me dé un poco apuro reconocerlo. Pero es verdad, LU, estoy cada vez mejor a pesar de echarte de menos. Creo que me ha venido estupendamente el ejercicio que me ha quitado algunos kilos y he comprobado que la tensión se me ha regulado automáticamente. Ya me lo había anunciado la chica. Descanso profundamente y eso me permite trabajar gustoso y optimista.

Creo, en definitiva, que estoy renaciendo y pienso modestamente que un poco me lo merezco después de tantos años sufriendo junto a ti y de perderte para siempre. Vuelvo a oír cantar a los gallos totémicos de mi vida. Mis queridos gallos. Y ahora me viene a la memoria también un verso del poeta norteamericano E. Pound que te recité en unas vacaciones cuando visitábamos aquel pueblo precioso amurallado en las alturas: “Al amanecer, todavía cantan los gallos en Medinaceli”

El mundo sigue girando y quizá me invita a seguir rodando con él. Tú también lo desearías, ¿verdad? Por mi parte, estoy dispuesto a continuar. A vivir una madurez creativa y gozosa. Mi única duda es si encontraré alguien a quien querer tanto como a ti. Si no, caminaré solo.

A última hora, para no variar, me dice el chico que este finde no va a venir a Aguilar. Eso significa que puedo hacer mis propios planes. Me he puesto manos a la obra y he dejado arreglado al socio para una semana si me apetece. Y me apetece. Porque estoy feliz en este momento. Así que tengo la bolsa preparada y en cuanto publique estas líneas, me largo unos cuantos días a Santa. Cenaré una tortilla de esas del Manila, que dicen que son las mejores de la ciudad y me pilla a cinco minutos de casa. A las diez voy a ver una bonita película en la 2. Y mañana al amanecer, mientras desayuno, correré el visillo para observar el color del mar.


20/09/23

He librado de tareas domésticas a las doce y me he lanzado al carril. He subido ligero, suelto, seguro… pero, ay al regreso, desde la primera revuelta de las Angosturas me ha machacado un airón de sur que me ha roto. ¿Cómo es posible que me haya matado en los dos últimos kilómetros? No he sabido gestionarlo, he metido los cuernos y he empujado de riñones, o sea, mal. A ese no bicho se le puede vencer amochándole, y lo sé. Pues como si no. Como tonto. He llegado desfondado, por expresarlo a lo fino; desgüevao, como se dice en la Esgueva. Conclusión, que no se puede ir uno tan arriba. Y me he dicho: Más temple, gallo, que parece mentira… Espabila. Todavía en la ducha estaba un poquito mosca.

Murió mi tía Feli y mañana por la tarde tengo que asistir al entierro en Villaco. Iré con el socio, claro. Reunión de familia, desgraciadamente, para esto. Me lo dijo mi primo F. en cierta ocasión, en el coro de la iglesia de Piña: Cada vez que vengas, al margen de la semana de verano, es que habrá caído alguno de esos bancos de ahí abajo. Y me señaló, en efecto, medio pueblo muy envejecido. Pero es mi raza y tengo que dar el último adiós. De corazón.

A la hora de comer me topo con mi cuñado JR. Me dice para mi sorpresa y a bocajarro que lee este diario. No me lo imaginaba en él, la verdad. Sé por experiencia que esto es muy aburrido para quien no te admira o te quiere. Por eso últimamente me choca que el contador registre bastantes visitas. No se puede conocer la identidad, pero es curioso que haya en una semana diez entradas de Singapur o seis de Estados Unidos, y algunas otras sueltas de países inimaginables… No miento. Tal vez sea porque alguien que lo estudia juzgue que escribo un español bonito y musical.

Y, desde luego, no me preocupa que sea público (¿quién va a leerlo entero, que es la forma de comprender sus claves?), sino que sea publicado por el editor si lo considera de interés. Y lo tendrá. Pero no por la curiosidad (o el morbo o el cotilleo) que suscite en el lector, cosa que se consigue con técnicas literarias muy elementales y eficaces; sino por la hondura de sentimientos hacia la persona con la que estableceré el diálogo principal y de quien tendré que despedirme definitivamente. Tú, el amor de mi vida, LU.

Por lo demás, conozco muchos diarios o novelas autobiográficas y todos tienen una parte confesional más o menos delicada. Desde el prudente Delibes, que detalla la última vez que hizo el amor con su mujer ya herida de muerte por un tumor, hasta la descarnada homosexualidad de Chirbes, cuyo tercer tomo se publica ahora. Ninguno de estos es mi ideal, pues lo que yo estoy dispuesto a revelar pertenecerá a mi exclusiva intimidad (y a la tuya, LU, sin rozar un mínimo tu honor). Ni nombraré ni descubriré ni comprometeré a terceras personas. Y lo haré con la máxima discreción, respeto y elegancia. Que no le quepa a nadie ninguna duda.

Otra cuestión diferente es que todo escrito literario utiliza mecanismos de enganche, de captación de la atención, de creación de nuevo interés… Para atrapar al lector por el hocico y tenerle preso hasta el final. Pero esto pertenece, ya digo, a los trucos del prestidigitador de la ficción. Hasta es posible que alguien vea su reflejo. Posiblemente se equivocará. Quien lea desde la vanidad, solo verá sombras; quien lea desde el amor, verá la verdad clara. Y en último caso, no me confundiré porque te tengo a ti, mi Chiqui, mi Hija, la Niña de mis ojos. Tú eres mi principal lectora, me consta. Y sé que lo que tú entiendas y lo que tú pienses y lo que tú me digas, será sin duda la opinión de mamá. ¿O no?

Me manda JH, mi bizarro editor, una nueva propuesta de portada. Es bonita, porque él tiene gusto, pero al ser una obra de arte conocida la encuentro repetida en otros libros con solo dar un pequeño paseo por internet. Y algo que no sea original, rechina. ¿No sería mejor permitirle a Maite libertad absoluta tras una lectura del libro completo y que decida ella como ilustradora el motivo final? Estoy convencido de que lo clavaría.

Por otra parte, descartados algunos cuentos porque previamente a mí no me convencían del todo o por ser muy breves para el gusto de los editores, he caído en la cuenta de que la colección se quedaría en nueve, que es un número ridículo. Diez es lo redondo. Por tanto, he pensado un cuento más.

El problema es que sospecho que terminaré superando las doscientas páginas y eso supone un escollo muy grande para la costumbre de un libro de relatos en Valnera, además de que el precio del papel está por las nubes. Y el que se va a poner por las nubes entonces va a ser JH… Pero no mi adorada editora AdlG.

Total, en estos dos últimos días que he subido a Brañosera solo, metido dentro de mi cabeza como un animal que se devora y se come a sí mismo, dando pedaladas y rodando (una serpiente cada rueda) sin saber por dónde llegaba… he ideado un relato casi perfecto (tan sutil en la forma y tan secreto de contenido) que no van a tener cojones de rechazarlo. Aunque supere el número de páginas prohibido, aunque desgobierne la maqueta ya programada y aunque yo no cobre ni un céntimo. Por la madre que me parió. Por esta fiebre a ful, a muerte con la literatura. Por estas.


19/09/23

He descansado como un lirón, o sea que me levanto pronto y leo un buen rato. Y después de un café en la tertulia los pies me llevan solos hasta tu querida Fundación, solo por abrir la puerta (como otras veces, sin que me vean) y alargar los ojos hasta aquel puesto de trabajo desde el que me sonreías al verme entrar. Y es tal mi tristeza y mi desánimo que he tenido que salir a toda prisa.

Es en la calle donde se produce el milagro, pues parece que me adviertes:

—¡Espera! ¡Mira ahí…!

Y frente a la pequeña gasolinera, en la puerta de la floristería, veo dos gallos orondos, plantados con el pecho orgulloso entre macetas de flores. Qué bello motivo, me digo, para mi próximo Ínstagram. Pero no puedo fotografiarme con ellos porque si intento un selfi ya sé de antemano que me saldrá un churro. No tengo esa habilidad y, como estoy solo, lo dejo. Quizá mañana…

—¡Que tío más inútil! —parece que te oigo decir a mis espaldas mientras me alejo.

Entonces, al llegar a la puerta de casa se produce algo maravilloso: Una verdadera aparición o epifanía. Como si tú misma estuvieses moviendo los hilos de una historia, veo a tu hermana M. en la ventana de tu madre. Y digo yo: Esta es la mía… Total que me ha solucionado la papeleta haciéndome varias fotos con los gallos. ¡Lo que le pida! ¡Qué majetona!

Después de comer, según lo previsto. Una temperatura templadita, ideal para subir a la Braña levantándome en la bici y moviendo el culo como un torerín. Que ni me he enterado, oye. Algo de aire, ni gota de sudor. Iba con un ataque de contento y optimismo y, de repente, alguien lo tenía que fastidiar.

Hacia el chalé donde está la escultura del 824 del Fuero, me topo con una señora a un lado del carril, parada y hablando por el móvil… o eso suponía yo. Al pasar a su lado he levantado la vista y me ha parecido (casi lo aseguraría) que hacía como que se tapaba la oreja con el cuenco de la mano. Digo yo, ¿pero qué coños es esto? He seguido adelante mosqueado, dándole vueltas al asunto y he llegado a la conclusión de que trataba de simular que hablaba con alguien por suspicacia o miedo hacia mí según me iba acercando… La verdad es que yo diría que ha comenzado el simulacro cuando me ha visto aparecer en la bici. Conclusión: que me hubiese gustado decirle:

—Señora, que usted ya pasa de los setenta y muchos, por la pinta, ¿verdad? Y, además, comprendo que se oyen por la tele muchas cosas de violaciones y cosas así, ¿verdad? Bueno, pues sepa que por muy necesitado que esté uno, a ningún hombre se le pasaría por la cabeza tal barbaridad; y menos levantarle a usted las faldas por temor a encontrarse con un nido de cigüeña, ¿no es cierto? Uf, uf, uf. ¿Cómo se están poniendo las cosas?

Ducha y trabajo intenso a partir de las seis, muy concentrado. El ejercicio me ha aplacado y me ha puesto en el punto para rendir a tope. Siento que poco a poco recupero la alegría y el optimismo de la vida, que son naturales en mí a pesar de las circunstancias en contra de tantos años atrás… Sí, tengo que vivir. Tú me lo dijiste muchas veces, LU, cuando me preguntaba a solas qué iba a ser de mí y a ti te preguntaba qué iba a hacer sin ti.

—Seguir. Seguir viviendo —repetías con tranquilidad.

—¿Para qué? —te replicaba angustiado.

—Para cuidar de nuestros hijos.

—Sí. Te lo prometo.

—Y también te volverás a enamorar —me sorprendiste, porque en esas intimidades no solías entrar. Mirabas de frente, como si te diera cierta vergüenza compartir esas confidencias, incluso conmigo. Eras pudorosa, es cierto.

—¿Qué dices? ¿Cómo lo sabes?

—Porque tú eres así…

—Ya no querré a otra igual que a ti…

—La querrás igual —aseguraste—. Pero no más, ¿eh? —me amonestaste sonriéndote y moviendo la mano en señal de castigo si incumplía.

—No, LU, no hay nadie que te pueda sustituir…

Me interrumpiste apretando con tus dedos mis labios. Y entonces, contra todo lo esperable e imaginable en ti, acercaste tu boca a mi oído y me susurraste un nombre… En los treinta años que estuve contigo jamás sospeché que pudieras conocerme tanto y llegar tan al fondo de mí.


18/09/23

Pensaba que estaba el tiempo fresco y he descartado la bici. Pero he salido después de comer a caminar hora y media y he regresado sudando. He metido viento a las dos burras y las he dejado preparadas para mañana por si se puede. Todavía pienso aprovechar porque me afina bien las carnes y me divierte muchísimo. La respiración, quién lo imaginaba. La plétora del aire estallando en el pecho, esta es la clave de mi buen estado actual.

He pasado por la tertulia hacia las diez y luego he dado el repaso al periódico a plena luz, bajo el velux, en la hamaca, como un pequeño hidalgo que viviera de sus rentas. Y así es en cierto modo. La guinda de la mañana han sido unas lentejas apoteósicas (dos días salvados), en las que el chorizo picante o un poco de exceso en el pimentón del arreglo le han puesto el gusto un tanto potente. Hay que equilibrarlo más para la próxima. Me gustaría hacerte alguno de esta docena y media de platos que repito hasta el aburrimiento, para que vieras que se dejan comer. Incluso tienen cierto gusto. Más allá de esto no me pidas. De momento.

Vuelto del paseo me siento de inmediato a la labor. Son rutinas tan pautadas que evitan la pérdida de tiempo. Lo primero, en cuanto abro estas notas caigo en la cuenta de que he citado mal ayer el elepé de Triana al que hice referencia, porque lo he vuelto a pinchar en el Spoty y el que yo oía entonces era también una recopilación titulada “Sé de un lugar”, que ya tenía desde dos mil cuatro. Es un estuche con tres cedés, una colección divina del grupo, con las caras de los tres jichos en la portada en blanco y negro. Posteriormente, en dos mil ocho, salió “Déjame contarte”. Son básicamente las mismas canciones.  Pero ahora voy a rular con el primero y me voy a dar un poco de caña. Porque me siento recio y no me importa sacudirle unas hostias a mi corazón. Por tan poco práctico. Por soñador de quimeras. Por idiota, coño. Vamoooos, Trianaaaa.

No suele gustarle al que escribe enseñar la cocina de sus textos. Es un tabú del oficio. Bah, a mí no me importa admitir que, para empezar, todo escrito debe ser corregido, máxime cuando el escritor es muy fértil o profuso, como es mi caso. Por eso, casi todos los días, antes de publicar lo del día, doy una lectura a lo del anterior para comprobar si algo me ha pasado desapercibido del estilo o si el contenido es adecuado mirándolo ya en frío. Normalmente no suelo ponerme demasiados peros. Si acaso algunas precisiones léxicas o ajustes gramaticales. Y comienzo con lo nuevo.

Respecto a la organización del trabajo, primero suelo echar un vistazo a varias páginas con novedades bibliográficas; luego apunto algunas notas e ideas de novelas o relatos en algún cuaderno de mano para volver allí de vez en cuando por si me quedo vacío y siento el horror de la página en blanco; a esto sigue la revisión despaciosa, página a página, de cada relato de mi nuevo libro, con varias lecturas también en voz alta; es frecuente que interfiera alguna consulta sobre el asunto que me ocupa en el momento (a veces me alargo y me come el resto de la tarde).

Finalmente, pico en el Spoty algo de la música de mi alma, que en la base es el rock progresivo (sobre todo, el de los años setenta, la única época de mi vida en que fui inmensamente feliz, defendí la grandeza del ser humano y me creí inmortal). Y cuando suena una canción tan preciosa como la de este preciso instante, “Diálogo”, subo un poco el volumen, apoyo los codos en la mesa y me concentro cerrando los ojos. Después comienzo a redactar la entrada correspondiente de este diario. Esto que ahora estás leyendo tú, quienquiera que seas y dondequiera que estés.

La del escritor es una vida monótona (fascinante para su mundo interior, aburrida para su circunstancia externa). La creación artística justifica su existencia. Sin embargo, ahora mismo, sin pensármelo un momento, cerraría esta ventana, apagaría de un pisotón el interruptor, me colgaría la bandolera al hombro y te diría: “Vamos a ver el atardecer desde los acantilados de Ciriego, o desde las rocas horadadas de Monte o de Cueto, después de haber recorrido un par de horas la senda colgada sobre el mar en la Costa Quebrada, hasta la Capilla del Inglés… Y después, cuando regresemos, tomaremos unas tapas en la zona de C. Sainz, junto a la rotonda de la Sardinera. Y al anochecer volveremos a casa, un poco cansados, como tantas veces, y nos dormiremos juntos, felices, desprevenidos de la vida…”

Pero esto no podrá ser. Porque ya no estás.


17/09/23

Día tranquilísimo. A ratos se aclara el cielo y me deja poner las dos lavadoras. ¡Fenomenal! Porque es el día barato y a partir de las doce estaba a 0,03. ¿A que no te lo imaginabas en mí, LU? Ahora mismo te puedo demostrar que ahorro bastante más que tú en estos gastos. No es por nada, pero he tenido que ponerme al día y he metido unas horas mirando tarifas. Ahí lo tienes, y eso que me decías que era un manirroto y que me arruinaría en cuanto me dejases solo. ¡Y un huevo de pato! Total, con el aire que hacía, se me ha secado todo y a las seis he podido dejarlo planchado. Yo solo, como un campeón.

La chica pretende regresar pronto a León. No quiere entretenerse por si se mete el mal tiempo. Comemos mano a mano y se ríe cuando me recuerda que anoche se sorprendió muchísimo conmigo. ¿Por?, le pregunto. Pues porque no esperaba tener una conversación de sexo con su padre y menos siendo ella quien me aconsejase. Bueno, me explico, porque tampoco es para tanto. Solo que ella lo veía muy raro.

Es cierto que yo puedo tirar a tradicional en esos asuntos (¡háblalo con tu madre!), pero también es verdad que conmigo por hablar que no quede. Como si se trata sobre el rabo del diablo. Yo no tengo freno en la comunicación. Bien, es sencillo. Me decía que me encontraba muy recuperado físicamente desde la operación de nariz. Es exactamente así. Los dos años anteriores a tu muerte, LU, por miedo a complicar las cosas, estuve viviendo en unas condiciones muy poco saludables. No descansaba apenas y eso me estaba pasando factura. Era evidente que comenzaba a sentirme viejo y que llegué a pensar que tendría que aceptar que entraba en la descendente. Había perdido mucho interés en lo sexual. No lo pensaba.

Y como mi chica lee lo que escribo a diario, parecía haber deducido que también había recuperado el vigor y las ganas de vivir. En fin, no le he negado que experimento emociones y deseos con normalidad.

Sentados en el sofá, como dos buenos amigos, me mira con un amor tal que me traspasa, como si te estuviera viendo a ti conmigo en similar circunstancia. Todavía, a veces, le digo, me rebelo, un tanto confuso, si me descubro ciertos sentimientos hacia alguien. Pero no me avergüenzo ni lo rechazo. Eso no, ¿verdad, LU? Tú sabes muy bien en cada momento desde tu muerte los vientos y las olas que baten mi corazón. Y aun antes. Y nunca voy a negarme a mí mismo por dentro. Ni existe nadie capaz de impedírmelo. Eso sí, yo respeto y acepto la realidad.

Y algo parecido es lo que le conté anoche a nuestra chica, LU. Y aquí me planté. Claro que ella me preguntó si aceptaría alguna relación esporádica, es decir, un arreglo como desahogo. No, no me vale. Porque no puedo. Todavía me considero con fuerzas para dar estopa, le aclaré con ojos maliciosos, pero a estas alturas tiene que ser con alguien por quien sienta algo. No lo haré con una tipa añosa y con bigote, a la que se le queden clavados los dientes en mis narices. Antes me despellejo metiéndola por el agujero de un ladrillo caravista.

Pero pongámonos serios. Hace años, cuando ya combatíamos tu enfermedad a brazo partido y había pasado el tiempo suficiente para estallar la crisis de pareja y rompernos íntimamente, yo me propuse no abandonarte por encima de cualquier renuncia a la que tuviese que enfrentarme. Así lo hice. Porque te amé de principio a final ciegamente (y creo que más al final, cuando tu cuerpo ya solo era un despojo). Sin embargo, me enamoré con verdadera pasión de otra mujer. Pero esta última no llegó a saberlo jamás. Nunca te hubiese dejado, y en todo caso a la otra mujer yo no le interesaba en absoluto como hombre. Me miraba como quien ve un murciélago.

Pues bien, entonces aprendí una manera de superar la angustia al instante, que era poniéndome unos cascos y escuchando música a tope, mucho tiempo seguido y repitiendo sin cesar el disco hasta aturdirme, hasta enajenarme, hasta olvidarme de mí mismo. La otra manera, por supuesto, fue escribir febril y desesperadamente, y así fue como recuperé mi vocación literaria y, decidido a ser profesional, en Burdeos me enfrenté a las mil páginas de mi primera novela, “Eran sombras de gallos”. Creo que lo mejor que he escrito.

El disco que ponía recurrentemente, cuyas canciones unían como con sutura mi cuerpo desgarrado por una parte contigo, y por otra con aquella mujer, era el que escucho en este momento, el titulado “Quiero contarte”, de Triana. No lo elegí por nada especial. Simplemente era lo que tocó entonces por pura coincidencia. Y cada vez que lo oigo de nuevo vuelve a resurgir la emoción… Esta es la vida, mi querida LU. Esta es la vida, mi querida hija.


16/09/23

Amanezco pronto para sentarme a leer. Está un día feo con amenaza de lluvia y pienso en los que han salido para la clásica de Comillas. A ver si tienen suerte. Luego, a mediodía, me mandarán alguna foto en la que parece que les ha ido bien. Me alegro.

Yo me recojo junto a la ventana y me siento satisfecho porque están los hijos aquí. Hemos comido juntos un cocido que me ha salido bastante bien y hemos brindado con el primer ribera de la temporada. Y de premio un café de sobremesa que me ha sabido a cálido. Lo importante venía después.

Puntualmente a las cinco nos hemos concentrado en la plaza para el comienzo de la cuarta carrera contra el cáncer. Había amagos de lluvia fina pero no se ha deslucido del todo una asistencia mediana de gente. Hemos salido a buen ritmo y, personalmente, con el ánimo contento porque estábamos toda la familia de Aguilar (que es la tuya LU, pero también la considero mía de corazón).

Habían colocado el cartel con tu homenaje en el mismo punto del año anterior. Muy cerca de la puerta del instituto, algo que ya entonces me alegró muchísimo por su simbolismo. Y también bajo el gran platanero donde yo aparcaba de ordinario cuando todavía estaba en activo. Ya lo sabes, LU, llegaba unos veinte minutos antes de comenzar las clases y los dedicaba a escuchar en la radio las noticias de la mañana. Nunca te dije que decenas de veces, dentro del coche y con los cristales empañados por el frío, también aprovechaba para llorar y purgarme para entrar limpio en las aulas. Aquí y en la biblioteca han sido los dos lugares donde más lágrimas he enjugado.

Por ser tan significativo, pues, he pedido a tu hermana que me hiciera una foto y mañana intentaré dejarla como testimonio en el Ínstagram. Aparezco solo. Los hijos no han querido posar porque no les gusta manifestar su pena en público. Lo respeto, pero yo lo entiendo de otra manera. Por supuesto, nos hemos hecho algunas fotos más de toda la familia.

Concluido el acto de nuevo en la plaza, mientras dan los premios, disfruto de una suave paz íntima. Pero enseguida comprendo que el objetivo común de la familia ya se ha cumplido y que el grupo se divide a su vez en las respectivas familias que lo componen. Cada una de ellas tiene su plan de sábado, como es lógico, y de aquí en adelante yo me encuentro fuera de lugar. No porque ellos me rechacen, claro, o por tímido o por huraño, o porque tenga prisa por regresar a mis asuntos… No, no es nada de esto. Es simplemente la toma de conciencia de vuelta a la soledad. Y eso es lo que hago, regreso poco a poco con mi suegra a casa. La observo con cierta ternura, convencido de que ella experimentará algo parecido. También ahora está sola, desde junio.

Me he recluido en la buharda, cómo no. Hasta la hora de cenar me perderé en mis historias… Vivir un poco por inercia soportando heridas (tres heridas, por si una fuera poco). Escribir (hablar solo) emboscado en las sombras, como Cyrano, llenándolas de palabras hermosas. Leer hasta el deliro aquellos breves versos de Miguel Hernández: “Con tres heridas yo:/ la de la vida,/ la de la muerte,/ la del amor”.


15/09/23

Adelanto mis notas casi a la sobremesa. Al final de tarde tenemos merienda en Salinas donde M/F. Es la segunda en poco tiempo porque en la otra no pudimos estar el foro al completo. No creo que se entretenga mucho la gente que mañana tiene que participar en la anual bajada al mar, una clásica con la que rematamos la temporada en Comillas. Me habría hecho ilusión medir este año mis fuerzas muy recuperadas respecto a circunstancias anteriores. En fin, lo de la carrera contra el cáncer es una querida obligación y así me lo tomo. Me sentiré bien con mi familia, lo sé. Y espero que mi tía F., que ya está en las últimas, aguante, la pobre.


Después de que han valorado a mi socio a efectos de la ley de dependencia, hacia media mañana, me llama el editor. Hemos pasado una hora gustosa mientras me detallaba la minuciosidad crítica del maestro JC sobre mi manuscrito de relatos. Por supuesto, me halagan muchísimo sus elogios y pongo completa atención a sus correcciones y observaciones. Algunas, finísimas y otras escrupulosísimas. Pero así es él: un estilista. Lo que está haciendo por mí ya no es corriente entre escritores y tiene una razón que me enfatiza el editor: “JC te quiere mucho”. No hace falta que me lo diga. El último día que estuvimos juntos noté su gran cariño en lo personal. No somos solo colegas. Y me atrevo a decir que lo mismo me pasa con el otro gran escritor de Valnera, JAA. No sé por qué. Deben de intuir que mi exceso de pasión por la literatura compensa mis carencias afectivas. Lo ideal sería que ambas cosas estuviesen equilibradas. Tampoco es cuestión de disimularlo y tú siempre lo supiste, LU: yo no sé vivir sin calor por dentro. Pero la vida es como es y la mía se ha quedado a la intemperie.


14/09/23

Ya ves tú, paisana, un día que se anunciaba muy fresco en las primeras horas y, sin embargo, a las once y media hemos salido Tt., Sb. y yo con un tiempo templadito y agradable para llegar a Barru y volver por Valle. Como ayer. No daba para más el reloj, pero el cuerpo respondía perfecto. Mientras nos respete, todos los días que se pueda, lo tengo claro. No será este sábado, pero Tt. me plantea repetir la de Comillas en petí comité. No sé si septiembre dará para tanto.

Yo quería largarme, solo, hasta Cabezón, algún día suelto. Pero sin bici, claro, porque ¿cómo haría la vuelta? No hay más remedio. Veremos. Sucede como en la playa, que pasearía un rato grande por las orillas con la marea baja; sin embargo, ¿cómo me las arreglo para la crema en la espalda? He pensado llevar un envase de aerosol y decir a una viejuca: “Señora, ¿me echa un poco de esto en la espalda?” Y me puede contestar que sí o que me lo eche mi madre. Y entonces tendría que aclarar que soy huérfano y viudo, a ver si con la pena se ablanda. Pero, ¿todos los días con la misma copla y buscando a señorucas mayores con el spray en la mano…? Terminaría detenido en comisaría y posando de frente y de perfil para la ficha policial. Con esta cara mía que ya no se lleva… Quita, quita.

Después de comer llama Mon. La tía F., la hermana pequeña de mi padre, está ya muy maluca e ingresada. Entiendo que mis primos nos avisan para que estemos prevenidos. Me fastidiaría que ocurriese algo el sábado coincidiendo con la carrera contra el cáncer. En este caso, no tendría más remedio que dar prioridad a lo más imperioso.

Estupenda hoy la tranquilidad en la terraza de los buses, con mi prensa y mi colacao. Últimamente, me priva con leche fría aunque tarde un rato en disolverse. Pero no vas a llevar contigo por ahí la baticao. La mía tiene una pequeña hélice que corona la tapa. Y deja la mezcla de anuncio. Luego, desde aquí, me he largado donde P. a comprar una tapa plateada que remata como embellecedor el cuerno del manillar. La había perdido y me ponía malo cada vez que miraba y veía el hueco vacío, oscuro, horroroso…

En cuanto entro en casa con toda la intención de centrarme en lo mío, noto que algo no funciona bien en mis emociones. Ya había tenido el pálpito mientras comía. Una luz me ha invadido por dentro y no comprendo su auténtica naturaleza. Presiento que es buena y bella y verdadera. No obstante, algo me dice que debo rechazarla, que no me conviene. Me duele y necesito olvidarla.

En estos casos suelo ponerme a planchar ropa si ya he efectuado algo de ejercicio físico; pero ahora necesito también moverme. No me apetece planchar la lavadora que todos los findes deja pendiente mi chico. Junto con lo mío, decido demorarlo todo para el domingo por la mañana. Tampoco es tanto. Me ocupo al azar de revolver en algunos cajones que hace tiempo que mis hijos no miran. Desempolvo alguna ropa de la chica. Y también una sorpresa en forma de cartera con los restos de un viaje a Estados Unidos. Cuando venga, se encontrará con un regalito inesperado…

He concluido la tarde con una buenísima concentración en mi trabajo. He recuperado el tono y casi la serenidad entera. Voy acostumbrándome poco a poco a la tragedia de la soledad, que consiste no en superarla sino en caminar con ella siempre al lado. Me digo a mí mismo (con cierto espanto, lo confieso) que no me queda más compañía que la palabra escrita. Y aunque nadie me lea ahora, guardo la esperanza de que algún día (aunque yo ya no esté) alguien descubra que aquí quedó esbozado un pequeño perfil de mi alma. Que es tan bella como la de los demás. Con la diferencia de que yo intento dibujarla. Mostrar un poquito. Sin conseguirlo. Por tanto, no hay vanidad en el fracaso. Solo es pasión literaria. O cabezonería. No sé. Por espantar el miedo al silencio de la casa vacía.


13/09/23

Como me pillaba próxima me he acercado a la estación de buses y allí me he instalado tranquilo con un colacao a echar el ojo a la prensa. Tranquilísimo, era pronto. Cierto colega me habla sobre un cardiólogo relacionado con Aguilar en el hospital donde trabaja la chica. Tomo nota y luego se lo comento por guas. La encuentro más tranquila, pues van tomando buen rumbo los problemas recién pasados en relación con el puñetero móvil. Nada más comer, no me concedo ni un instante de sofá porque si se me caen los ojos ya no podré salir pronto con la burra. Lo dicho, hasta Barru y vuelta por Valle, con buenas vibras. Piernas duras, sin calambres y casi sin sudar la camiseta. Al tran tran, buen ritmo. Llego contentísimo y me encuentro con la sobrina P. Sigue igual que siempre, LU, con esa felicidad limpia que le estalla en la risa.

Interesaba volver a tiempo para continuar con los relatos, pues durante el café me ha llamado el editor. No es una cuestión de meter prisa, todo lo contrario. El maestro JC se ha tomado tan en serio la lectura de mi manuscrito que lo ha plagado de consideraciones varias, me dice JH. Así es de riguroso, casi como un editor de lujo, solo por puro cariño e interés hacia mi exigua persona. Está ya con el prólogo o advertencia (así va a llamarlo). No sé si al final no se caerán los dos cuentos más cortos. Bueno.

La cuestión es que un día de esta semana, seguramente, pasará JH por Aguilar y comeremos juntos. Después miraremos cómo encajamos en el primer borrador que le envié los cambios propuestos por JC y los míos propios. En este momento la editorial está a tope, con varias ediciones simultáneas en las diferentes colecciones. Me supongo que lo mío estará para la próxima feria de Madrid. Casi mejor. Será un renacer.

Muy tocado estos días por El último de la fila. Debe de ser que he pasado el finde en Piña y Manolo García y su música siempre los asocio con JCC, un vecino y amigo de mi pueblo que me descubrió al cantante en sus inicios porque mi hermano Mon me dijo que este muchacho lo imitaba muy bien.  Sé que en este momento anda hospitalizado con una grave fractura de huesos en una pierna. Ahora que veo a Manolo García cantando, me acuerdo de él y cierro los ojos para enviarle un abrazo de ánimo. No leerá esto, con toda seguridad, pero eso es indiferente porque toda palabra escrita (más aun que la hablada, por mucho que se crea lo contrario) antes o después vuela por el mundo en busca de lugar y sentido.

Es curioso que en alguna ocasión habláramos nosotros dos, LU, confidencialmente, de esas canciones concretas asociadas a personas concretas. Antes de conocerme a mí, por ejemplo, tú me contaste que te emocionaba la canción de Celtas Cortos, “Veinte de abril”, porque te traía el recuerdo de un amor del pasado. De la misma manera me sucedía a mí con otra también de El último de la fila, titulada “En mi pecho”. Afortunadamente, los dos ya juntos y abrazados (o de viaje en el coche), muchas veces, cantábamos a dúo en cuanto sonaban los primeros acordes de “Cosas que pasan”: “Aaaaal ritmo de tus dííías, al flujo de tu tiempo vela que dominaaas, aaal vaivén que marcas, capricho amor, a tu calor me arrimooo…”

Tú entonabas muy bien, lo reconozco (te venía de raza) y siempre me cortabas la inspiración y me tapabas la boca con la mano diciéndome:

—Anda, ¡cierra el pico, majo!


12/09/23

Día de ajetreo sin tregua. Había que solucionar cosas. Venga y venga. Entre el bochorno de un tiempo nublado que no terminaba de explotar y las diversas actividades a un ritmo frenético, lo que me ha estallado ha sido la cabeza y se me ha puesto tal dolor que no comprendo cómo a estas horas se me puede haber pasado sin tomar ni un solo analgésico. Contento porque a fin de cuentas puedo disponer de tres horas por delante.

Tiempo, tiempo, tiempo. Lo que necesito es tiempo para olvidarme de la realidad y perderme en la ficción. Pero aun esto lleva un proceso de acomodo desde que uno se sienta hasta que está en ese reino fantástico. Por suerte, he preparado hoy una olla y cuento con dos o tres días a lo sumo de libertad sin esta que es la más perentoria preocupación. Tiempo, sí. Regálame tiempo, por favor, para llenar tu ausencia de palabras.

Increíble. Al caer la tarde asoma un sol débil aunque caritativo. Cuando ya no hace falta, se diría, pero se agradece. Ese blancor del velux encendido de repente es un futuro consuelo. Como si aún quedara septiembre para trotar con la burriquilla un par de horas al día. Quién sabe. Mañana se verá.

Mientras tanto, tengo que aprovechar también cada día para revisar uno o dos relatos. No corre prisa, me dijo JH, pero cuanto antes lo ventile mejor. Me ha concedido todo este mes. La maqueta enviada me produce un cosquilleo muy agradable, porque ya huelo a letra de molde. Me imagino el tembleque cuando llegue la ilustración de MN. La espero emocionado.

En la librería, por otra parte, me cuentan que este verano se han llevado los últimos ejemplares de mis Perlas. ¿Quién habrá sido?, me pregunto en la soledad del sofá… ¿Qué rostro desconocido se forma en la penumbra cuando alguien te lee sin saber nada de ti? Después viene la segunda parte si te conocen. El viernes pasado, después de la cena con mi amigo JL, una señoruca me riñó muchísimo al reconocerme. Por los tacos que echa mi policía jubilado. Se hacía de cruces y ponía cierto tono de recriminación, como diciendo: Que no se vuelva a repetir. Se lo tuve que prometer: Señora, en mi próxima novela, si usted encuentra un solo taco, le devuelvo el dinero. Tenía razón: soy muy mal hablado, pero en la ficción no soy yo.

Te presiento, antes de concluir estas líneas. Un escalofrío destemplado. Surges de pronto en la canción que escucho en este momento y que tú adorabas: “Cosas que pasan”, de El último de la fila. Una de las pocas que compartíamos de absoluto acuerdo. Su letra nos fascinaba, ¿verdad? El coche cerca con la ventanilla baja de donde llega una suave música hasta la arena. Y el descenso de aquella noche cósmica sobre las dunas de Oyambre, que me traspasó con su humedad y comencé a temblar por la fiebre del amor. Me frotabas el cuerpo. El mar batía lentamente con su lengua hacia dentro y hacia afuera. Como en aquel extraño relato francés de Mandiargues. Mi cuerpo se aplacó. Entonces tenía cuerpo para ti. Hoy ya no tengo derecho a tener cuerpo.


11/09/23

Regreso de Piña como una malva. La semana había sido tensa de gestiones y me ha venido genial la escapada y el contacto con mi gente (hermano y amigos). Apenas he parado en casa, como es lógico, pero anoche por fin he descansado como un fardo. Aquello tiene un efecto mirífico para mí, está clarísimo. El caserón, el contacto cariñosón y el ribera me aplacan. Puedo continuar un trecho largo con esta recarga energética.

El inconveniente es que hay que retornar también a la normalidad de comidas y de horarios, porque allí no rige reloj ni dieta. Y, claro, eso gusta. Para unos días, porque continuar en ese régimen semisalvaje es imposible. Terminaría amigando con la perra Luna; de hecho, ya me lamía el niqui pringado de pastel de chocolate. ¡Qué bien he comido y qué bien he bebido! Oye, y el ribera ni un mero gorgorito en el estómago. ¡Una medicina! Dos comidas del uno en Valoria y las bodegas de Arzuaga. Una cena en Renedo y dos en el patio de casa de JL/Adela. Leña, leña y leña.

Y para desayuno, la higuera: cada madrugada al levantarme estaba poblada de miles de higos, pajarería varia y millones de hormiguillas. Una docena de la rama a la boca, directamente. En pijama y chanclas por el corral, porque ha hecho templadísimo. Ducha con ventanón abierto de par en par. Y de remate, un tomate en rodajas, con sal, de la huerta que vendimos a Q. No se puede gozar más de la vida…

Claro está, no he puesto una letra en tres días. Ni de mano ni de molde. Ni falta que hace. Pues ¿qué otra cosa podría hacerme falta? Nada. Tan solo, TÚ, lejana. No debería pensar tanto en ti.


07/09/23

Mañana frenética en asuntos de bancos intentando solucionar un problema delicado. Punto. No hablaré de ciertas cosas en esta parte del diario (ni de otras como política, ya lo apunté) sino que las mentaré para dejar constancia temporal, sin detalle alguno. Después me he incorporado a la tertulia del café de media mañana, ya un poco tarde, y me he quedado sin tiempo para la otra tertulia esporádica del Foro. En fin, que carteros, veterinarios y docentes hemos sumado hasta cuatro y nos hemos ido a comer un cocidazo potente y riquísimo. Y salga el sol por Antequera, porque si uno se deja pisar por las circunstancias entraría en depresión. Personalmente, no estoy dispuesto. La pasión por la escritura, mis hijos y cierta esperanza en no sé qué me sostienen y me apartan de pensamientos malos. Yo, de natural, no soy malo.

A pesar de las mil contingencias que me impiden centrarme y volcarme a ful en la literatura, he podido revisar de primera mañana una doble página del DP sobre mi gran amigo y escritor, JA. Desde la foto a sus palabras en la entrevista, intuyo en él la devastación del tiempo y la resistencia de la memoria, que han sido sus temas capitales en una obra poética variada y que merecería más interés del que se le ha prestado.

Pero el arte de la palabra, cada vez más, ni se vende ni interesa. Mucho menos la poesía. En narrativa se considera un éxito que un desconocido como yo haya agotado una edición completa de quinientos ejemplares. Muchos profesionales con nombre público lo quisieran para sí. Evidentemente, lo mío ha sido un grupo numeroso de amigos, que no ha llegado a dar el salto hasta los desconocidos. Ese es mi reto pendiente y si la vida me preserva, como mínimo, la energía que ahora mismo tengo, seguiré clavándome de cuernos a diario frente a esta pantalla y empeñándome con total cabezonería en sacar en adelante algo que valga la pena. Por mí, desde luego, y también por ti, bella flor misteriosa.

Y otro texto que me he pulido a las tantas de la noche, cuando me desvelé sobresaltado por algunas preocupaciones, ha sido uno que me ha proporcionado mi excompañero de profesión FG. Es un ensayo brillante (como todo lo suyo) sobre un estrafalario morisco exiliado en Francia y dedicado a enseñar el arte de la guitarra española en la primera mitad del siglo XVII. Sus letras no tienen desperdicio y de fondo guardan muchísimas coincidencias con los sufíes musulmanes que inspiraron a poetas españoles de la talla de san Juan de la Cruz. Es todo aquello de la mística de la carne, que tuvo larga vida en la historia literaria posterior. No quiero aburrir más.

Ya sé que esto a mí me ha fascinado a las tres y pico de la mañana, pero reconozco que soy un poco friki. De algo relacionado con ello tenía yo pensado hablar en el recital al que no pude acudir en Renedo a finales de agosto. Y estoy convencido de que se habrían llevado alguna sorpresa.

Mañana a media tarde me largaré a pasar el finde a mi pueblo. Mi amigo JC ya me ha puesto el aviso de que la partida de vinacho de la última campaña me lo deja donde JL. Magnífico. No sé si podré escribir alguna nota allí porque el portátil lo tengo permanentemente en Santa. Seguro que garabateo algún apunte en el cuaderno de mano, el chino (lo compré ahí). Y segurísimo que en ese lugar del mundo que para mí es su corazón y tiene forma de piña, surgirán mil anécdotas y otras mil historias. Las encerraré en mi cabeza, como vengo haciéndolo toda mi vida, para recuperarlas algún día hechas ficción. De una forma u otra. Y como JH, mi editor, me ha comunicado que me deja una página en blanco de cortesía para la dedicatoria, si no surge nada mejor, en mi próximo libro figurará así: “A la Esgueva y su gente, que es mi raza”. Conste aquí como primicia. Para el millón y medio de los que me leéis, entre los que no faltará un judas ni una magdalena. Como es natural.


06/09/23

Fundido por las emociones, ya no fui capaz ayer de retomar el hilo para contar la extensa charla con mis editores. Cuando había publicado la entrada del día y me disponía a cenar, me llamaron por teléfono y me dijeron que tenían un rato mientras se hacía la hora de entrar al cine. Estaban en Santa y querían hablarme.

Con el altavoz activado pude escuchar sus respectivas opiniones sobre mi libro de relatos, que habían leído ambos de tirón y sobre el cual habían cambiado pareceres.

—A los dos nos ha encantado, de verdad. Buenísimos en conjunto —me confesó mi cariñosa editora AdlG.

—Ya está prácticamente maquetado el libro, mañana concluiré —siempre muy práctico mi bizarro editor JH.

No supe qué decir de pronto, empañada un poquito la voz por el sentimiento que me subía desde el corazón a la boca.

—Uf, uf, uf, ¡qué alegría, amigos!

Entramos en detalles, me confesaron que habían puntuado con una nota por relato cada uno de ellos por separado. Me señalaron la coincidencia en los dos que menos les habían gustado, de una docena en total. Pero consideraron dejarlos por mantener la unidad del conjunto.

—Ciento noventa y dos páginas, cacho cabrón —me recriminó JH—, y eso que tú decías que sobre ciento cuarenta. Pero, en fin, vamos adelante porque creemos que van a gustar mucho.

Otros aspectos salieron a relucir. Me enviaron varias ideas para la portada sobre la que trabajará MN, mi admirada ilustradora.

—¿Me lo estáis diciendo en serio? —pregunté con intención y tono lastimero de falsa modestia…

Quería darme el gustazo de oír la respuesta, pues en el fondo estoy convencido de que la obra en conjunto es bastante buena y no suelo dudar de mí mismo en este aspecto. Me considero escritor contra todo aquel que pueda considerar que peco de arrogancia. Para mí, no es así.

La respuesta de mis editores fue muchísimo más allá de lo que yo me esperaba, pues me revelaron lo que en principio pensaban mantener como secreto: que me hará un prólogo mi admirado y querido JC, uno de los grandes maestros literarios que tiene el sello Valnera. Se lo habían consultado y, por supuesto, ya estaba leyendo el borrador.

He recibido hoy la maqueta. No he parado de revisar, aunque me han concedido todo este mes para que vaya con paso seguro. Dudo entre varias portadas que me sacan las lágrimas cuando las miro una y otra vez.

No he dormido apenas en toda la noche, porque mi fantasía me ha elevado a territorios siderales de ilusión y sueños futuros. Durante el día me he mantenido flotando fuera de la realidad y quizá por este motivo hoy me ha dolido mucho la cabeza. Pero siento que la vida quiere regalarme todavía alguna felicidad. Y siento que debo tomarla.


05/09/23

La mañana ha sido provechosa hasta después del café en tertulia. Luego se me ha enredado con recados de fotocopias en el instituto, compras, Aquona y la madre que lo parió a todo. ¿Hay alguna señora mayor que quiera hacer de asistenta? Pago bien, con tal de que cumpla ocupándose de las cinco “ces” clásicas (menos una): casa, críos, comida, colada, y cama.

Acierto pleno, sin embargo, en la salida con la burra después de comer. Temperatura perfecta, según lo esperado. Vuelvo por Vallejo y compruebo, después de una semana, que ni me entero. Las piernas están respondiendo a las pastillas de magnesio si no me equivoco. Como siga el buen tiempo, todavía voy a disfrutar y eso me anima. Lo que no va a ser posible es lo de Comillas, ni siquiera la comida, pues creo que ese día se celebra aquí la carrera anual contra el cáncer. Quiero asistir. Recuerdo muchas veces tus palabras literales, LU, cuando me veías que me costaba apartarme de mis tareas:

—Tú a lo tuyo, majo.

Era una manera irónica de significarme que estaba muy metido en “lo mío” (casi siempre, la literatura) y también de criticarme que no cumpliera con algún compromiso común. Pero te voy a decir algo que no te dije nunca, LU: Solo había un motivo más fuerte que mi vocación por la escritura, y al que siempre me esforcé por dar prioridad: Tú. Y si ahora lo piensas, desde el cielo donde estás (allí donde se sabe la verdad completa de todas las cosas) te darás cuenta de que no miento. Para mí, tú estabas por encima de todo. También el próximo día de la marcha lo pasaremos juntos. Una vez más.


04/09/23

Anteayer me di cuenta, en Santa. Al morir la tarde estaba mirando el último sol reflejado a través de la ventana de la cocina, que da a poniente, y ya era una luz desmayada. Es decir, llega el otoño. Aprieta la nostalgia. Me prometí que haría algo para combatir ese anticipo cronológico de la estación más triste. Quizá evocar el rostro de alguien con quien todavía el futuro pudiera traerme un poco de felicidad. Pero la realidad y sus circunstancias se imponen y comprendo que eso no es posible.

¿Tendré que conformarme con lo que decía ayer MV en su artículo dominical? “Es un bello oficio dedicarse a contemplar cómo pasa el tiempo, cómo pasa la vida”. Para ser sinceros, me parece insuficiente. Más atinado estaba VL en EP: “…leer novelas, esos extraordinarios libros que suelen proyectarnos sobre realidades construidas mediante deformaciones inteligentes y magníficas de la vida real”. Por este lado sí estamos de acuerdo, claro. Y añade a renglón seguido que se trata de dedicarse “...a la pura irrealidad y a los grandes espejismos que construyen los seres humanos para escapar del tiempo sucio e insincero y acceder, gracias al sueño, a órdenes más ricos y sustanciosos que la realidad”. ¡Olé! Esto sí que es canela pura.

He tenido que dedicar un buen rato mañanero a lo típico: comidas, alguna compra y dos recados. Como recoger una certificación en correos que me pone de mala uva, porque el catastro me actualiza la valoración de una finca y eso me lleva un rato de incomodidad, mientras me concentro, lo leo y lo entiendo. Para empezar, no sé dónde está. Total, que luego se lo remito a mi hermano M. y santas pascuas. Me quedo tranquilo, porque creo que no me va a suponer ninguna gestión más.

Cuando ya estaba sentado para ponerme con los relatos, me llaman por teléfono los que me pusieron la caldera de gas en el apartamento. Si quiero aprovecharme de la subvención, tengo que mandar el recibo del pago bancario. Menos mal que consigo descargarlo online y enviarlo por email. Casualidad, como hay dios. En fin, queda pendiente para mañana resolver una memez en Aquona… Y así casi todos los días.

¿Qué es lo que vengo diciendo? ¿Es que se puede escribir cuando tienes la cabeza bombardeada por mil urgencias de la vida práctica? Eso precisamente es lo que yo llamo mi problema de tiempo.

Pues para remate aún he tenido que salir a sacar una copia en papel del libro de relatos para enviarlo a Valnera. Los cartuchos de impresora moderna aguantan apenas ciento cincuenta copias y son muy caros. Por el camino no falta quien me invita a un café y, como me quiere bien, aprovecha para señalarme a alguien que está de “muy buen ver”. Así de serviciales son los amigos. A los viudos nos sucede esto con cierta frecuencia. Observo de reojo. Prefiero una oveja.

Prácticamente, la única noticia del día superbuena ha sido que me he puesto en contacto con mi amigo JC porque el próximo finde lo pasaré en mi pueblo. Me va a llevar el vino prometido de la última cosecha. ¡Aleluya!


03/09/23

Ya estoy de nuevo en la buharda. El velux arrasado de gotas de lluvia, que no termina de desatarse a placer. También en Santa lucía parecido, así que he visto un poco el telediario y a las cinco más o menos me he largado. Total, para malos morros del cielo, igual da allí que aquí. Además, cuando tengo que hacer un viaje, por corto que sea, me siento intranquilo. Cuanto antes me ponga en camino, mejor.

Cuando entro en casa, el chico ya ha marchado a Pucela pero me ha dejado una bonita sorpresa en la consola de la entrada: una foto tuya, LU, de tamaño mediano y que tu madre ha encontrado en Salinas. Calculo que serás de niña como la sobrina, C., en estos momentos. Y tenéis un gran parecido. Es en blanco y negro y tienes la mirada de lado con una sonrisa pícara, quizá más madura de lo que corresponde por edad. Una sonrisa de agudeza infantil. Un relámpago de esa inteligencia tuya tan bien dotada, capaz de traducirse en actos de inmediato. Un temperamento primario. Una escopeta, como dice a veces tu madre, y yo entiendo perfectamente su sentido. ¡Qué guapa estás ahí, LU! ¡Qué guapa eras de natural! Nada en ti era disimulado. Y yo adoraba mirarte cuando creías que pasabas desapercibida.

Me pongo enseguida con la corrección de los relatos de “Bicho”. Necesito trabajar este par de horas todavía. Quizá debería salir algo más a socializar si hubiera ocasión, lo sé. Tú me lo recomendaste varias veces:

—No estés todo el santo día metido entre libros

—¿Y qué hago?

—Salir. Distraerte.

Sé que debo hacerlo. Pero el maestro JC también lo aconsejaba y, sin embargo, se cuestionaba qué hacemos de todas formas con la enormidad de tiempo que pasamos solos a lo largo del día. A mí no me cuesta relacionarme, aunque eso solo es una parte; la otra es compartir la intimidad a pesar incluso de convivir en silencio. Lo que es nocivo es la incomunicación. Eso, creo, de momento encuentro el modo de suplirlo.

Después de redactadas estas notas, me llama el chico. Se ha pirado a Pucela y me había avisado que me dejaba una parte (mínima) de los cangrejos que le había preparado su tía este finde. ¡Menuda batida que ha debido de pegar, que ha dejado la cazuelona con cuatro bichos viudos flotando en un poquito de salsa!

Pero Dios le ha castigado, por tragón. O tal vez ha sido otro milagro tuyo, LU. Hace un instante, como digo, me ha puesto un guas diciéndome que se le ha olvidado en el bajo un táper con comida que le había preparado también la tía M. ¡Qué alegrón! He bajado a toda pastilla no me lo vayan a levantar. En cuestión de comida, yo espabilo mucho. ¡Es menestra! Así que me he dicho a mí mismo: Pal menda. Y a él le he dicho: No comentes nada a tu tía. Ya lo he puesto a recado en el frigo.


02/09/23

Regresé a las nueve y pico de la visita al maestro JC. A media tarde ya estaba puntualmente a su puerta. Vive en esa zona noble que baja desde Miranda a la Magdalena. Fui con el coche para desplazarnos después hasta el aparcamiento del Rácing, al lado del Palacio de Exposiciones, donde tuvimos la suerte de pillar un sitio justo frente a la entrada.

Nos gustó la muestra “inmersiva” (como dicen ahora), aunque nuestra formación clásica y nuestra deformación docente hace que echemos de menos alguna explicación más de viva voz. No estamos preparados para entender bien esa ambientación solo a través de sensaciones. Sin embargo, fue interesante el recorrido con lo que ya sabíamos previamente del pintor. A cualquier museo o exposición o muestra hay que acudir un mínimo informados y un poco estudiados.

Desde luego, lo más llamativo es la parte modernista con el uso característico del “pan de oro”. Eso le hace singular y reconocible. A mí me atrapó en particular la mirada de sus mujeres, con ojos cerrados, entornados o interrogantes. Y, por supuesto, ese beso de su cuadro más famoso en que se funden dos cuerpos arropados como en un solo bloque y que me trajo a la memoria las decenas de miles de besos con que quise darte a mi modo la salud que se escapaba con tu vida, LU. Esta experiencia te hubiese gustado, creo.

Charlamos con tranquilidad durante un buen rato (pues JC solo contaba con tres horas, hasta el relevo para atender a su mujer). Hablamos de las muchas cosas que tenemos en común, aunque él es una generación anterior a mí por edad. Para comenzar, ese sentimiento que también le escuché en una entrevista y que me volvió a confesar en privado: cuánto quería a su mujer a pesar de estar postrada en silla de ruedas y con Alhzéimer desde hace tanto tiempo que, en realidad vive con una desconocida. Me dijo que la quería si cabe más que cuando estaba sana. Algo, justamente, que me pasó a mí, que te amé sobre todas las cosas cuando comprendí que te perdería, LU. Un amor desesperado, contrarreloj. Un amor que los artistas identificamos con el tema barroco de la “belleza enferma”, es decir, la angustia de saber que lo más bello se convierte en miseria. Y eso lo he vivido yo en persona, día a día, con la impotencia del que no puede parar la muerte. Y lo ha vivido sobremanera el maestro JC, por partida doble, pues también se le murió aún joven su primera mujer. Quizá lo reconocimos ambos en algunas pinturas de la primera época de Klimt. Y lloramos por dentro en silencio, estoy seguro.

Todavía a la salida nos sobró una media hora larga para recorrer un poco la Feria de las Naciones, que JC no conocía y le llamó muchísimo la atención. La verdad es que aquello sí constituye una inmersión de lleno en la bulliciosa vida. A él le encantó y le deslumbró. Casetas de treinta y tantos países, muchas de ellas dedicadas al asunto culinario, y como era de los últimos días estaba de bote en bote. Nos quedamos con ganas de cenar allí pero no había tiempo.

Fue una tarde bonita. Entre comentarios sobre lo visto al paso, cambiamos ideas sobre nuestra literatura y nuestros proyectos actuales. Y sobre el método de trabajo, que es algo también interesante para quien se dedica a ello. Intercambiamos mucha información, la verdad. Y a mí me resultó de una impagable riqueza. Se me pasó el tiempo sin sentirlo.

Bien dormido, he abierto el ojo hacia las ocho de la mañana. Había un cielo ceniciento de pinceladas suaves, y poco a poco el día ha aclarado sin abandonar un gris tristón. Santa se ha vaciado de repente. Lo noto en cuanto salgo al café y el periódico. Leo atento a última hora de la mañana y termino la novelita que me regaló el maestro.

Mando por correo electrónico a L., la editora, el archivo con el libro de relatos y dejo pendiente el envío en papel hasta regresar a Aguilar, porque aquí no tengo impresora. Le escribo a ella una larga carta para hacerles ver mi interés también por la segunda novela que continúa la saga de Santamarina. Y para que confíen en mí y sepan que han fichado a un escritor como la copa de un pino. No necesito recurrir a ninguna falsa modestia. Si me siguen dando bola, les entregaré cosas realmente valiosas. Algunas ya las tengo escritas y otras vendrán poco a poco. Solo pido tiempo.

Este es mi caballo de batalla principal: que se me han limitado en gran medida una buena parte de las horas con que antes contaba para dedicarme a esto; y, lo que es más importante, la calidad del tiempo en que estoy dedicado a ello. Porque no solo necesito horas de estar escribiendo sino estar abstraído de preocupaciones de la vida práctica durante ese tiempo. Quizá esto último sea lo esencial. A lo mejor, todo esto lo arreglaba una mujer, como me aconseja mi buen amigo y maestro. No quiero arreglos. Ni estoy seguro, porque no sé si tengo fuerzas para querer de nuevo, ni si tengo algo que ofrecer a alguien. Lo único que sé es que he tomado un colacao después de comer, en la terraza del Casino, abajo, y me he entretenido mirando el deambular de la gente… Nadie me llama la atención. Y he venido a toda prisa hasta esta atalaya del pisuco, contento porque tenía unas horas por delante para disfrutar de esta locura por las palabras.


31/08/23

Ayer llegué tarde a casa y ya no tuve ganas de ponerme al tajo después de cenar. De joven era un noctámbulo incansable; hoy soy incapaz de trabajar un solo minuto después de las nueve. Y a las once y media como máximo, salvo que una película me atrape, me aplana un cansancio cósmico. Para volver a salir de fiesta nocturna, necesitaría una readaptación de un par de días, como me sucede cuando voy a mi pueblo. Si no hay nada que lo impida, la segunda semana de septiembre.

En resumen, una jornada de grandes emociones. Lo pasamos muy bien, muy bien, con esa camaradería y cariño de amigos que llegan incluso a hacer el ganso a ratos. Como niños (sobre todo JH y yo). En el Daría, chapó por esas formas de nueva cocina que a ti te encantaban, LU. Me acordé varias veces, cuando nos presentaban cada plato con elaboraciones curiosísimas, que es lo de siempre pero evolucionado y adaptado al gusto moderno. Es la sorpresa de probar un simple huevo que no parece tal y estalla en la boca y sabe a huevo y sabe a trufa, o un torrezno de cerdo transformado en otra cosa buenísima con salsa coreana, o un rodaballo que conserva un sabor al mar de origen… En fin, LU, no sé cómo explicártelo pero sospecho que lo hubieses ponderado porque eras disfrutona. Y yo también, ¿no es cierto?, sin más límite moral para el placer que sentirse cómodos y confidentes en la intimidad. Y de postres no sé qué decir porque no sé qué comí, la verdad. Eso sí, divino.

Dimos un paseo vespertino y algo de terraceo mientras hacíamos tiempo para encontrarnos con MN, la ilustradora, que no había podido estar en la comida por motivos familiares. Nos hicimos unas fotos graciosísimas, porque JH es muy gamberro metido en faena y se prestó a todo tipo de bobadas para sacar en mi Ínstagran del próximo día. Me divertí como un niño. Y creo que el resto tambié se soltó la melena. Al final de tarde rematamos en el Reina Victoria con MN. y tratamos la parte más seria; es decir los nuevos proyectos artísticos y literarios. Largo y tendido. En mi caso me admitieron los relatos de “Bicho”, para salir pronto. Así que estoy jodido corrigiendo a toda prisa para mandar el primer borrador.

Además, me regaló el Maestro JC uno de sus libros y ya casi le tengo a medias. Mañana por la mañana le daré matarile (no es mucho, son ciento veinte páginas, ligeras, de literatura juvenil). Creo que le caigo bien porque espontáneamente ya me llama Chuchi, sin que a nadie se lo haya escuchado en este grupo hasta ahora. Y en la despedida noté su abrazo efusivo. Hoy hemos vuelto a hablar y vamos a ir mañana a ver la muestra del pintor Klimt en el Palacio de Exposiciones y después cenaremos algo en la Feria de las Naciones, que está al lado.

Poco más en este día, que ha acompañado como ayer, luminoso y soleado, de temperatura justa. Ya se sabe, en Santa el grado de humedad a mí me hidrata y duermo como un leño. He leído muy bien por la mañana y después lo tenía pensado: no voy a dedicar en toda la semana ni un solo minuto a la cocina. Me he pertrechado estupendamente: hoy, fabada Litoral; mañana, potaje de garbanzos Mamía; pasado, lentejas con chorizo Alteza… Y así sucesivamente, aunque se me caigan los dientes de escorbuto. Para cenar, ensaladas varias. De postre, todos los días, melón, riquísimo, grandísimo, en su punto perfecto de maduración. No fallo, lo bordo.

O sea, que dentro de la pequeña felicidad posible a la que puedo aspirar, estoy bastante satisfecho. De esta manera, ocupo la cabeza en proyectos ilusionantes y provechosos (no por el dinero, claro, sino por lo que me llena la creación literaria) y evito esa tendencia de mi temperamento soñador y de mi imaginación fecunda a fantasear y a levantar castillos en el aire y a hacerme ilusiones que no me convienen en absoluto.

Y para afianzarme en mis propósitos y simbolizar mi renacer de cada día, me he pegado un paseo largo esta tarde y me he entretenido un buen rato en esa Feria que he mentado, al lado del Estadio del Racing. Y me he comprado en una de las casetas un nuevo gallito bien guapo para mi colección. Joder, para ser un gallo me han desplumado cuatro pavos… ¡Jajaja! Esta broma te la hubiese repetido muchas veces si hubieses estado aquí, LU. Porque a mí me hacen una gracia terrible los juegos de palabras. Y sé lo que me hubieses contestado: “Pero ¡qué tonto eres, hijo mío!”


29/08/23

Bien, ya estoy aquí: una hora de camino y un cambio de mundo; al menos para mí es así. Lo primero, contacto con la familia Valnera para ver cuándo les viene bien la comida de reencuentro. Parece que mañana. Vale, pues le concedemos a la editora, o sea, a L. el honor de reservar sitio, ya que ella ostenta sobre nosotros la autoridad ganada en repetidas ocasiones de regalarnos con un marmitaco de lo mejor que he probado yo en el norte. El maestro JC no tiene inconveniente mayor para asistir, y lamento que no pueda acompañarnos la frágil y tímida y guapa ilustradora, MN, para felicitarla por su último premio y rogarle a ser posible por segunda vez la portada de mi próximo libro, con la venia de los jefes.

El rinconzuco o la atalaya de Santa. Otro lugar mágico situado en pleno cruce concurridíaimo de estas barriadas antiguas que bajan a la playa, entre urbanizaciones de gente más ricachona. Siempre me he encontrado feliz aquí, LU, tú lo recuerdas muy bien, ¿no es cierto? Como un perruco perdido subo a toda prisa a casa y entro en nuestra habitación guiado por un instinto que me lleva directamente a abrir el armario y hundir la nariz entre tus ropas. Todavía colgadas de sus perchas, serenas, esperando… Pero quietas. Algo he avanzado pues ya no se me revuelve el estómago y las lágrimas se reducen a dos durante un buen rato pegadas al extremo externo de cada ojo.

La ventaja de esta atalaya frente a la mole de telefónica es que desde aquí observo por la ventana el paso acelerado de la vida mientras escribo. De cuando en cuando, apoyo la cara sobre una mano y me quedo pensativo. Y te hablo, y te cuento en voz baja como antaño: Tengo que seguir, LU, tengo que continuar. Tengo que dar pasos sin ti, mi amor. Tengo que ir alejándome mientras tú quedas parada a mi espalda, aunque al volver la cara te vea con la mano alzada en señal de despedida. Tengo que dejarte porque la sangre me impulsa a buscar otra vida. Y tal vez me he venido también aquí huyendo de esa otra vida. Por contradictorio que pueda parecer.

Llaman, por fin, mis bizarros editores. Muy buena elección la de L.; la comida será en el Daría. Ahí ya hemos estado nosotros, ¿verdad, LU?


28/08/23

Hoy no estaba Tt. y, sin embargo, me he entretenido en un par de recados. Quería haber salido antes. A pesar de la bajada severa de grados, el tiempo era soportable. Hasta el punto de que no he cambiado la ropa ordinaria, pero no he pasado frío. He subido bien, con un ligero toquecín arriba del muslo derecho. Quizá es que debería estirar un poco antes de comenzar, o dar unas vueltas aquí abajo en las rotondas, hasta engrasar, o simplemente no arrancar con pedaladas potentes en frío. No sé lo que hago mal, coño. El caso es que se ha ido calentando el músculo y ya no he notado más molestias. Ha sido al terminar y quedarme quieto. He frotado con el Radio Salil. Y hasta la siguiente. Todo lo compensa la sensación de tener el pecho abombado y repleto de oxígeno. Los monstruos de la cabeza huyen de uno cuando el cuerpo llega a ese punto perfecto de ritmo y resistencia.

Entre el socio y yo rematamos la paella que me ha dado juego para varios días. Acojonante. Mañana ya tendré que preparar para el resto de la semana si quiero estar en Santa. Paciencia y mejor a primera hora.

Pruebo unas cuantas ciruelas que ha traído mi cuñada J. Necesitan un poco de maduración y de sabor son pasables. El caso es que no había visto yo esa variedad de forma ovoidal. Me pega que no hay que abusar de ellas si no quiere andar uno con el culo como un abubillo.

Me da muchísima pereza corregir lo que tengo escrito desde hace tiempo. Me está resultando pesadísimo y he decidido revisar los relatos a uno por día. Creía haberlo dejado a punto cuando lo preparé para el premio RdeD. Al volver sobre ello, después de casi dos años, es imposible no verlo con nuevos ojos y eso te lleva a recomenzar. Es una experiencia que ya conozco de otras veces. Nunca se termina de dejarlo perfecto. Y se corre el peligro en algunos casos de estropear la frescura inicial. Un rollo, pero necesario.

Espero que se dé bien la cosa y en Santa aprovecharé también para quedar en T. con mi amigo E. Hace ya tiempo que no lo veo y varias veces me ha recordado otro buen colega, J., que tenemos pendiente una comida en la casa de Ongayo. Sinceramente, estoy a gusto con todos ellos, aunque no me hallo bien en ningún lugar durante mucho tiempo seguido. Es tu ausencia, Lu. Me ocurre, sobre todo, en Santa. La ciudad entera está poblada de ti…

Donde procuraré hacer una visita relámpago es en C. Me apetece pero allí siempre hay un riesgo latente. Tengo excelentes y cariñosísimos amigos y amigas, es verdad, ya que viví cinco años. Y también es cierto que no quiero coincidir con gente del pasado con quien sería peligroso aventurarme a una noche de copas. Tú lo sabes, Lu, puesto que te abrí mi corazón de par en par y, lógicamente, fue muy anterior a ti. En cambio, ahora, solo, vacío y con un cuerpo que no quiere envejecer y es castigado por el deseo, no sé cómo reaccionaría si tuviera ocasión, que lo dudo… Porque, desde luego, tú ya sabes que ni soy un santo ni me acobardo fácilmente… Y espero que esto no suene mal, puesto que te he prometido en esta parte de mi diario que hablaría con total libertad. Pero sin perder la elegancia. Por tanto, dejémoslo así.


27/08/23

Madrugo para toparme con una mañana desapacible y un viento desagradable que me hacen abandonar la intención de salir en la máquina. Además, hay que poner tres lavadoras (porque es el día barato), vigilarlas y tenderlas. Un rato de periódico con el café y un empujón a la novela simpática pero un tanto dispersa de MT., la más reciente del sello Valnera; o sea, de casa.

Por fin veo a nuestro chico, Lu, y tomamos el café juntos, porque a comer no se ha levantado. Se ha metido más de doce horas seguidas de sueño, el tío. No sé por qué le he respetado la última porción de cangrejos que quedaba… Pero me agrada charlar un poco con él. Siempre parco de palabras y funcional en el diálogo. Como tú, Lu. No sabéis hablar por hablar. Por jugar. Por gozar. Eso es algo que nunca se os ha pegado de mí.

Últimamente me alejo de los sitios habituales donde paro, porque me he dado cuenta de que enseguida entro en conversación con cualquiera que pase y me conozca (que es mucha gente y no puedo ni sé evitarlo). Así que después de comer me largo, por ejemplo, a la carpa de los buses donde todavía no me tienen localizado y me pido allí un colacao con leche bien fría porque es donde mejor me lo ponen de toda la villa. Emboscado y con el tilo a la vista que en su día convertí en un libro de poemas, remato la prensa. Qué rato más bueno sin interrupciones. Casi como cuando estoy en Santa.

Y aquí es donde quería llegar. Tenía el propósito de haberme largado allí ya el fin de semana, pero he aguantado por estar algo con el chico… Total, para un ratín. Bueno, el caso es que estaba pensando en marchar mañana o pasado y permanecer el resto de la semana. Es lo que andaba barruntando. Cuando, casi por milagro (un nuevo milagro tuyo, Lu), me ha contestado JH, de Valnera, a un mensaje y a seguido me ha llamado por teléfono. Hemos charlado un rato, también con L., su mujer. Mis bizarros editores.

Cuando un escritor oye la voz de su editor, le pasa como a un paciente cuando está frente a su médico: se le curan casi todos los males de repente y su angustia por publicar se transforma en euforia. Así me ha sucedido a mí. Quedamos a mitad de la semana que viene a comer. Los dos editores, mi admirado maestro el escritor JC y un servidor. Es decir, tres jesuses y una lines. Eso me sube al cielo. JH me dice que así aprovechamos para que les presente mis proyectos. Puede encajar, me aventura, al menos el libro de relatos. Yo intentaré hablar de tres trabajos o tres opciones; porque yo quiero todo, así de claro. Ningún escritor es humilde y prudente de entrada. Es imposible, no cuadra con la condición del creador admitir freno a su pasión, como en el amor. Luego el editor se encargará de ponerle a uno en su sitio. Así funciona.

Lo mejor es que me deja con muy buen sabor de boca cuando le pregunto si me va a tener como con el libro anterior, siete años rondándole como a una novia… hasta que fue su propia mujer quien le obligó a darme un sí o un no definitivos.

—No, hombre, ahora la cosa ha cambiado totalmente —me dice.

—Pues, menos mal…

—Ahora ya la novia está contentísima contigo —concluye, con una ironía deliciosa que a mí me suena a música celestial.

Mañana, si el tiempo lo permite, volaré hacia las diez camino de la braña, y hasta más arriba, impulsado por una poderosa ilusión. Como si tú fueses a mi lado acompañándome, escuchándome y aconsejándome.


26/08/23

Estaba cansado y me acosté pronto. Duermo profundo y seguido hasta las seis y pico. Luego, comienzo a dar vueltas, me inquieto y decido levantarme antes de ponerme nervioso. He acertado porque leo con placer y avidez, prueba de que me encuentro bien. Sin embargo, amanece el cielo con cara fría y decido no salir hoy a rodar. Aviso a Tt. Me conozco y temo los cambios de tiempo, para la garganta y las piernas. Además, hay un silencio gozoso a ambos lados de la ventana.

Y me digo que estoy vivo, fuerte y sano aún, comenzando una lectura nueva y comenzada una escritura nueva, solo pero con una vida interior muy intensa, sin nadie por quien sentir un amor bueno… Pues la mayor fatalidad en el amor no es no poder encontrar a alguien que te quiera, sino encontrar a alguien a quien no puedas querer. ¡Cuántas veces lo hablábamos nosotros, Lu! Aunque a ti no te gustaba mi exceso de reflexión en muchos asuntos cruciales de la vida, ¿verdad? Pero llegábamos a la misma conclusión: ¡Vive! ¡Afróntalo! Y desde que vimos aquella película de “El renacido”, con L. DiCaprio, fue tu lema: “Mientras tengas aliento, lucha!”

Por la tarde hablo un rato largo con mi amigo JL. Me cuenta la historia sentimental de un viudo que murió y renació simbólicamente salvado por una buena amiga. Historia singular y muy cercana para él y para su mujer, A., que me cuida como una madre cuando voy a mi pueblo. Historia tan conmovedora que no sé si alguna vez me decidiré a contarla. Si a ellos les parece bien.

En fin, dispongo también de la tarde entera y estoy tan sublimado y pienso en ti con tal intensidad, Lu, que tengo la impresión de oírte abajo, en la sala, dedicada a tus cosas, acompañada de una música disco (siempre alegre, como te gustaba a ti), discreta, laboriosa, quizá preparando alguna cosa para sorprenderme luego, a la hora de cenar.

Mientras, yo sigo tan concentrado en mi trabajo que no quiero moverme de aquí, de lo alto de la buharda, confiado en que cuando baje buscaré el olor de tu pelo al acercarme, el roce del beso al descuido, el abrazo reconvertido en unos pasos de baile (¡Para, idiota, que me mareo!). Todo aquello, Lu, todo aquello…

Por eso me resisto a bajar. Quizá tenga miedo a bajar. Prefiero seguir trayéndote desesperadamente a mi escritura, a estas líneas, para que no te vayas nunca. Y a lo mejor también te decides a escuchar de una vez por todas algunas de las canciones de este bellísimo disco de Pink Floyd que ahora suena. Por ejemplo, la primera y la última de “Wish you were here”. Un título muy significativo: “Ojalá tú estuvieras aquí”.


25/08/23

Satisfecho como nunca de la forma física para subir a la Braña. Al tran tran pero sin pizca de desmayo. Hoy acompañaba un poquito la bajada de temperatura. No hemos podido salir casi hasta las once. Hay que tirar como muy tarde a las diez y media. Con tiempo normal, digo. Ya sé que mejor sería madrugar más pero también hay cosas que hacer. Hoy, por fortuna, de nuevo tenía todo resuelto por mis cocineras de guardia. De maravilla.

El tiempo se dilata para la prensa, para revisar alguna cosilla que pueda enviar a JH, para escribir unas páginas. Esta labor del diario, con sinceridad, es que la menos me lleva. Lo enjareto en el aire. Pero pudiera tener también su interés editorial si doy con el ritmo y las claves que voy buscando. Estos días que estoy en el tajo a las cinco como muy tarde me cunden mucho. Entonces, se me aplaca bastante la aceleración nerviosa y me siento optimista. Incluso llego a pensar a ratos que podría volver a ser un poco feliz.

Llamada de nuestra Chiqui. Ya se me hacía largo, Lu, aunque prefiero esperar a que sea ella quien tome la iniciativa para no interferir en sus quehaceres. No le han vuelto a molestar las migrañas. Está ilusionadísima con su trabajo en el hospital. Es lo que queríamos, ¿no? El chico vendrá dentro de un rato (esta noche se va a llevar una sorpresita cuando abra el frigo). La vida, en fin, les pertenece, y eso sin duda me da mucho ánimo para seguir adelante.

Por lo demás, finde tranquilo. En cuanto compruebe unos días más que el socio funciona sin problemas de salud, me largo una semana a Santa. Necesito ya regresar a nuestros escenarios más queridos. Incluso solo, allí he aprendido poco a poco a experimentar una sensación de nostalgia bonita y enriquecedora. Me gustaría compartirlo, pero eso ya sabes tú que no es posible, claro.

Donde no necesito demasiado hacer calle es aquí, en Aguilar, más allá de la tertulia del café por la mañana, del café con prensa de después de comer, y de las salidas para hacer deporte o las quedadas con el foro a partir de que acaben las vacaciones.

Ayer lo pasamos entretenido y simpático en tu pueblo, Lu. Acompañó la tarde y disfrutamos de la casa recién estrenada de M. y F. Ya sabes cómo es M., que le gusta agasajar y le hace a uno comer más de la cuenta… A mí me conoce muy bien y sabe que se me conquista por la barriga. Ella se sonríe. Y tenías que haber visto la casa: ha dividido el chalet en dos partes y la de la izquierda la ha dedicado a salón con cocina americana, de tal manera que le ha dado una gran amplitud y unas magníficas vistas al río mediante cristaleras que ocupan casi toda la pared correspondiente. Estupendo.

Volvimos pasadas las doce. La verdad es que he dormido regular, pues a media noche en sueños te echaba de menos a ti (o a alguien como tú) y me he desvelado un rato largo. Después he comprendido que la realidad es implacable. Y me he vuelto a quedar dormido despacio. Pensando.


24/06/23

Me ha mandado un guas a primera hora mi colega Tt. diciéndome que hoy necesitaba descansar, y también yo he preferido hacer un alto y dejar la borriquilla aparcada en el local. Milagrosamente (creo que eres tú, Lu, quien me cuida junto a mi sombra), esta temporada no estoy nada tocado de patas, ya lo vengo diciendo, pero tampoco quiero irme demasiado para arriba. En fin, que no pasa nada ni hay ninguna necesidad de forzar. Mañana me tiro al monte.

Paso donde tu hermana J. a felicitarla y a tomar un café y un tiramisú buenón. Ya ves, aquella niña que llevamos un día a la playa al comienzo de salir nosotros y que nos miraba con ojos almendrados y pensativos ya a las puertas de descubrir la vida y sus secretos… Se ha convertido en una mujer espléndida en todos los sentidos. Es una familia en la plenitud y eso también me alivia y me alegra las penas. De corazón.

...

Tal vez es la misma niña que vi desde el puente de Salinas cuando vine por primera vez a Aguilar, con veintipocos años. Te lo he contado otras veces. Miraba yo esas aguas por uno de los lados y, de súbito, observé una muchachita núbil que chapoteaba con alegría en el discurrir de la corriente. Cruzamos un instante las miradas… Siempre te dije que eras tú, Lu, y que te reencontré cuando tenías ya el doble de aquella edad.

—¡Qué peliculero eres!

—¡Ya lo sé! Pero, a fin de cuentas, esto de la literatura es como cuando Jesús anduvo sobre las aguas.

—¿Por qué sabes que era yo? ¡Demuéstramelo!

—No puedo. Pues nunca nadie se baña dos veces en el mismo río.

—Eso solo son palabras.

—Sí, pero las dijo el filósofo Heráclito hace veinticinco siglos: Todo es uno y lo mismo, a la vez que todo es pasajero y cambiante.

—No sé cómo se te ocurren esas cosas. ¿Qué tienes en la cabeza?

—No lo sé. Quizá que quiero siempre lo imposible, el absoluto o nada.

Remataré la tarde en Salinas. Esto tal vez me ha llevado a evocar lo anterior. Ya lo he dicho: mi cabeza es una jaula de grillos. Bueno, el caso es que me han invitado mis amigos F. y M. a merendar en un chalet que acaban de reformar. Por tanto, algo de esto diré mañana.

....

Llama por teléfono C., mi suegra, mientras escribo mis ocurrencias. Que si quiero paella. ¡Joder! ¿No voy a querer? ¡Más que a mi vida! Últimamente estoy rodeado de ángeles de la alimentación. Y todos vienen con comida en las manos. Pues no diré que no. Aunque convierta estos papeles en un recetario de cocina familiar. Venga pacá, como si es hormigón. Pa la buchaca.


23/08/23

A las diez y algo nos tiramos al carril y, a pesar de que a esas horas ya caía fuego, hemos subido Tt. y yo hasta Grullos como dos osetes en las estribaciones de los picos de Europa: lentos pero seguros. Yo me he notado muy bien, fuerte, he picado suelas para arriba sin apenas jadear y no he sentido después de comer ninguna cargazón de piernas. Estoy contento. Sea lo que sea, desde antes de la pandemia no había vuelto a encontrar el tono (físico y mental).

Y no me he desplomado en el sofá después de meterme un platazo de quinoa con verduras que ha traído la despensera mayor, por supuesto, para tu hijo. Tu hijo se deja querer y yo me pego a él como un perrillo pedigüeño. Ya lo dice el refrán: ¿Por qué te quiero, Andrés…? Ha regresado a Pucela puesto que mañana debe trabajar necesariamente “in situ” (lo malo es que se ha llevado el táper grande, el cabrón de él).

Me quedo hoy con el artículo del escritor colombiano JGV en Opinión de EP sobre algunos secretos de la ficción. Aunque no demasiado original porque esto ya lo he leído en MVL, entre otros, es cierto que fabulamos (leemos y escribimos) porque es una “insatisfacción insoportable” tener solo una vida y las novelas nos permiten “tener más vidas, sí, para ser otros, para saber hasta donde pueda saberse cómo es vivir siendo otra persona”. 

Yo profundizaría incluso un poco más: Es en este territorio de la imaginación, por mi parte, donde lucho a diario para seguir viéndote y oyéndote sin que estés aquí. Pero no puedo tocarte. ¡Ay! Necesito un cuerpo. Y esta es mi tragedia y mi condena.


22/08/23

Finalmente, el socio soportó la retirada de la sonda sin problemas añadidos. Pero hasta prácticamente la hora de acostarse no comenzó a recuperar la función normal de la vejiga. Hasta ese momento estuve preocupado. Después, aunque no bebió más líquidos, comenzaron a hacer efecto las tres botellitas de un tercio de litro que le había obligado a tragarse. Y también le mandé orinar en un cubo para ver la cantidad evacuada durante la noche. A las nueve de la mañana comprobé que había lo que podía considerarse normal. Y respiré. O respiramos. Porque él también estaba contento, pues en caso de haberse complicado ambos sabíamos que nos enfrentaríamos a un problema serio. A decisiones delicadas.

El objeto es que a las diez y media he podido contactar con Tt. para una vuelta corta a Barru. El calor ya agobiaba y hemos dejado la subida a Grullos hasta que pase la ola. Mañana tengo dentista, revisión rutinaria que espero que sea breve para poder largarnos a una hora prudente.

En fin, estoy algo más relajado. Además, un ángel guardián con alas en las muñecas de sus manos, como si se tratase de una diosa de las mitologías antiguas, me cuida, me asiste y me protege. Y no tengo más remedio que reconocer que eres tú, invisible y reconvertida en carne mortal. Para dar paz a mi corazón. (Todavía hoy, cuando me encuentro en Santa, paso por la calle de “Le vélo” y husmeo desde fuera el pequeño interior donde comprabas aquellas camisetas francesas con motivos de alas que tanto te gustaban).

Dedico la primera parte de la tarde a poner en orden los cuentos titulados “Bicho” que escribí en la pandemia, aunque tú ya no tuviste humor ni fuerzas para leerlos. Te hubiesen gustado, Lu. Y voy a meter también un par de semanas hasta finales de este mes, a ratos, para dar una vuelta a la novela “Los amigos del libro verdadero”, que sería la segunda en la serie ambientada en Cantabria. Creo que tengo que publicar de nuevo el curso próximo. Pienso que estos dos trabajos le pueden interesar a JH, mi editor. Hace tiempo que no hablo con él y sé que ha estado con JC en Santander. ¡Cuánto me gustaría haberme reunido con los dos a comer por allí y haberlos pedido opinión! Pero este jodido contratiempo de salud de Lz. me ha desbaratado los planes. Constancia. Concentración. Corrección. No rendirse, no claudicar. Mientras siga viéndote de vez en cuando en carne mortal tendré una razón para seguir escribiendo, es decir, para seguir viviendo. Para superar mi angustia los días veintidós de cada mes, como hoy.

Y también para ascender aquí, a esta buhardilla apartada del mundo, a veintiséis grados ahora que lleva un rato subida la persiana en el velux. Mis dedos pican nerviosamente las teclas sacándoles diminutas chispas de literatura. ¿Qué es lo que persigo? No lo sé. Tengo que seguir repicando en este pentagrama para descubrir qué busco. Tal vez algún día vislumbraré algo…

Mientras tanto, hoy ha tocado pinchar dos elepés de The Alan Parsons Project, los titulados “Vulture culture” y “Eve”. Curiosamente, este último es un homenaje a la mujer y, en definitiva, de un feminismo primigenio de hace más de cuarenta años, cuando nadie había oído siquiera plantear estos asuntos. Tampoco yo era consciente, por supuesto. Y de hecho este segundo disco tuve que escucharlo muchos años después. Pero ¿dónde? No estoy seguro. Del mismo modo que acabo de descubrir el “Pyramid”, de finales de los setenta, que no conocía y me ha encantado. Y es que hoy el Spoty te lo pone a tiro. A mí por lo menos me hace disfrutar muchísimo.


21/08/23

Día de calor extremo, inexplicable en Aguilar. Y todavía ahora, cuando debería comenzar a caer la tarde y aparecer el cierzo, tenemos cerca de treinta grados. África se extiende poco a poco hacia el norte y pienso que será bueno conservar el pisuco de Santa, único lugar de España donde se mantienen temperaturas habituales. Lo sigo casi a diario en el periódico. Me alegro por las niñas, Lu. Ya han vuelto y me han contado lo bien que lo han pasado en la playa. El único inconveniente, me cuentan, es que cada vez se hace más imposible aparcar, también en nuestra zona. Si puedo, iré unos días en septiembre. Ya no me queda otra opción.

También tu hermana J. me da otro alegrón cuando me cuenta (y me muestra el resultado, discreto, bonito) que se han tatuado ella, tu hermana M. y tu sobrina P. Yo había entendido ayer que solo había sido esta última. Pero no. Las tres llevan tatus con algún motivo de tu padre y tuyo. A veces la vida te ahoga un poco menos. Y por unos instantes siento el aire fresco y pasajero de la felicidad en la pequeña ventana del alma que mantengo a la intemperie.

Teníamos médico a media mañana con el socio, así que he comenzado la nueva novela de mi amigo JC hasta la hora del café. Siempre minimalista, de fino humor y motivo sentimental de fondo. Me ha enganchado enseguida. Me encanta esa brevedad habitual en Carazo, que es tanto por respeto con el tiempo disponible del lector actual como por rasgo recurrente de su estilo.

La enfermera ha retirado la sonda a Lz. pero nos ha advertido que debe recuperar la función en unas seis horas. De lo contrario, habría que volver a urgencias. El caso es que con el socio no rigen patrones habituales. Ni ha bebido suficiente agua ni ha orinado apenas (al menos que él sepa explicarme). Decido controlar con una pequeña botella lo que va embuchando y a su vez comprobar lo que va desaguando en un barreño de plástico. De lo contrario, no habría manera. Le conozco mucho. Me he concedido de plazo hasta la hora de cenar. Después, valoraré si acudir una vez más a urgencias. Con la posibilidad de que haya que salir para Palencia.

Ni que decir tiene que he renunciado al recital de mañana con mi amigo JL. Tendrá que arreglárselas solo y sé muy bien que no tendrá problema. Menos que mi socio para mear, desde luego. En fin, que en estas circunstancias no puedo arriesgarme a dejarle solo aquí. Esta noche me quedaré en su piso a dormir y veremos cómo se desarrolla la cosa.

O sea que estoy jodido. Que mi suerte se va tornando. He vivido como un rey hasta no hace demasiado (a pesar de tu enfermedad, Lu, que no nos desestabilizó prácticamente hasta última hora, porque eras fuerte como una mujer bíblica) y de ahora en adelante me da la impresión de que voy a tener que afrontar dificultades mayores. Porque no puede mejorar un hombre que supera los ochenta y un cuidador desmoralizado que se acerca a la mitad de los sesenta. Dos calamidades juntas, para qué engañarnos. Sin embargo, es mi destino y le plantaré cara. Tú lo sabes tan bien como yo.

A ratos siento que estoy alcanzado. Necesito tiempo, tiempo. Sobre todo, porque no puedo dedicarme a la literatura sin tasa, pues es mi pasión y mi justificación de vivir. Hago cábalas sobre la posibilidad de buscar compañía y solucionarme la vida de esa manera, lo cual supondría arreglarse con alguien al estilo de esas parejas que se forman en First Dates…

Y no puedo, Lu, la verdad es que no puedo. Tú me conoces a la perfección. Lo tengo muy difícil porque no aceptaré jamás una transacción de intereses: ni siquiera para tener compañía y cuidados; ni siquiera para tener la comida hecha; ni siquiera para follar. No se la meteré a nadie que no me emocione, aunque se me caiga a cachos de no usarla. No me creo más que nadie, pero soy demasiado orgulloso para aceptar eso. Lo dejo porque me pongo del hígado si me lío a darle vueltas.

Intento tranquilizarme. Escucho otro elepé de KC y me estremece oír con la misma inocencia que a mis veinte años la canción titulada “Starless”, del disco “Red”. Y pienso: Ay, dios, dame unas pocas canciones como esta para aguantar y algunos poemas inolvidables y déjame escribir una, aunque solo sea una historia que esté atravesada por la belleza… O de lo contrario no sé cómo acabará la fiesta.


20/08/23

La mañana se me ha amontonado porque tenía lavadoras, plancha y comida. Por tanto, no he tenido más que un ratito de lectura a las ocho y pico, y de bici, nada de nada. Al menos he salido contento con un cocidaco buenísimo, de ocho raciones, que me da margen para tres días. Tenías tú razón cuando me decías que la costilla adobada de Mercadona es la mejor; he vuelto a traerla y hoy estaba divina. He comido solo y orgulloso, tal cual.

Es el último día de teatro callejero, pero veo cosas de danza y las descarto. Y después de comer me apetecía leer el periódico tomando un café. Hacía cerca de treinta grados, así que he dado por concluido el festival por este año. Cómo te gustaba a ti, ¿verdad? A mí el sol termina comiéndome mis narizotas de Cyrano y me las pone rojas en cuanto me descuido, incluso con protección y sombrero. Nada, nada, que he vuelto a mi buharda a estrenar libro para pasar la tarde.

Es un poco penoso reconocerlo, pero no tengo otro plan alternativo… o, mejor dicho, no tengo con quién hacer un plan que me ilusione. Esto es así y sospecho que en el futuro tendré que aceptarlo y acostumbrarme. Dejamos aquel recorrido que habías ideado por Europa y ya nunca será. No iré si no es con alguien que me emocione, lo tengo claro; o sea, que ya no iré.

Ayer a última hora me llevé una alegría grande en el Ínstagram cuando vi que la sobrina, P., la de tu hermana M., se había hecho nuevos tatuajes. No me alcanzaban muy bien los ojos, pero me pareció que alguno hacía referencia a una de tus frases favoritas: “Mientras tengas aliento, lucha”. Esa eras tú, compañera de mi vida y de mi muerte. Y entre dos alas del tatu de P. se distinguía la “L” de tu nombre. El nombre por el que yo volvería a nacer para conocerte otra vez y vivir otra vida contigo.


19/08/23

Leo como una máquina a primera hora de la mañana. Tal vez sea porque hacía mucho tiempo que no descansaba en condiciones. Lo cierto es que no he vuelto a levantarme para dormir en la butaca desde que me operaron de la nariz. Nuestros dos últimos años juntos, Lu, ya sabes, fueron dos angustias que se molestaban constantemente por la noche. Y tuvimos que separarnos en la cama. Lo pienso a ratos sin pretenderlo y no puedo quitar esta tristeza pegajosa. Pero me despierto pletórico.

Lo dicho, hasta la Braña con la bici no es suficiente. Hay que darle hasta más arriba. Ni un solo calambre en las patas. Increíble. ¿El magnesio? ¿El sueño profundo y seguido, como acabo de decir? ¿El oxígeno a raudales en el pecho? En todo caso es una sensación de vigor placentero que despierta mi deseo sexual. Y no sé si debería reconocerlo, Lu, pero a pesar de que sufre por ti mi corazón en muchos instantes del día, en otros mi hombría busca no sé qué o no sé a quién. Y tampoco sé tan siquiera si es discreto mencionar esto. Pero el escritor debe ser sincero sin comprometerse ni comprometer. En eso no caeré nunca. Conozco muchos diarios literarios.

En el periódico de hoy leo un artículo sobre la escritora norteamericana S. Hustvedt. En el texto se habla de los efectos que tuvo en ella la muerte de su padre hace una docena de años y ahora el cáncer que padece su marido. Y se argumenta que la forma más grande de afrontar esas tragedias es la escritura. Porque la muerte y el sexo son misterios imposibles de descifrar, “de ahí que asomarse al abismo y atreverse a compartirlo sea un gesto terriblemente aterrador y terriblemente generoso”. No puede decirse de una manera más exacta: se crea o no mi escritura nace de la generosidad, de algo bueno que hay en el fondo de mí; de esto estoy totalmente seguro.

En el Castillo, además, me regalan hoy la taza batidora Doraemon. Por mi fidelidad de cliente habitual y mi preferencia por el colacao frío. Va con pilas y lo deja niquelao. Me hace mucha gracia.

Y por la tarde, en el teatro callejero me ha gustado un espectáculo circense muy poético, sobre una pareja que conquistaba su amor acercándose progresivamente, ella desde lo alto de la pértiga coronada de flores (cielo, idealismo) y él desde abajo (tierra, realismo) sirviéndose de unos zancos. Hasta llegar a encontrarse. Muy tierno. He tomado unas fotos y quizá ponga mañana algo en el Ínstagram, porque también he pillado la cara preciosísima de una niña que tenía a mi lado y que miraba con ojos mágicos la actuación. Con el permiso de su papá, claro, que me lo ha facilitado.

¡Ah! Me llama mi amigo JL. Resulta que por fin también le ha mordido a él el bicho. No se encuentra mal, pero si sigue así lo mejor será posponer el recital del próximo martes para otro día. No vaya a ser que.


18/08/23

Salgo con Tt. en la burra y hasta Barru ya nos sabe a poco. Ni he sudado. Hay que aprovechar y subir más arriba. Lo piden las piernas, está claro. Me siento fuerte físicamente, es curioso, a pesar de que noto la telaraña de la tristeza por dentro.

Y por la tarde vuelvo a cometer el error de aguantar hasta el final las dos actuaciones escogidas del teatro de calle. Sin apenas ritmo, humor deslavazado, falta de historia coherente… Mucha gente de circo, de danza, de mimo, que tiene que reciclarse en las artes de calle para ganarse la vida. Es comprensible y lícito, pero la consecuencia son bolos incompletos, sin interés y aburridos finalmente. Me encuentro con los cuñados, que me invitan al de pago, pero rechazo la oferta porque he tenido suficiente con lo visto. Me temo que con el tiempo la calidad empeora.

No me ha llamado mi chica y eso me alegra porque es signo de que se encuentra bien. Ha tenido alguna migraña molesta desde que ha comenzado a trabajar. Me imagino que todo influye: cambio de horarios, trabajo duro, exceso de responsabilidad, etcétera. Le insisto en que me avise en cuanto me necesite, aunque solo sea para charlar un rato. Y, por supuesto, si tengo que ir a acompañarla no tendría ningún problema. Me imagino que será pasajero. Ella es fuerte y animosa, como su madre. Lo sé. Y estas cosas las gestionaría mejor con su madre. También lo sé. 


17/08/23

La mañana me ha cundido en gestiones: Aquona, Ceas y Caixa. Eso me pone de buen humor, porque me deja libre la tarde para dividirla entre el teatro de calle y la buharda. El primero me ha decepcionado porque he visto dos espectáculos cortos de tiempo y de pretensiones. Como de relleno y que podrían formar parte de un programa en “off”. Ahora esto ya no se lleva y todo dios cobra como profesional (y no barato, precisamente). Pero no estoy seguro de que sea merecido. A cada cual lo suyo: al profesional y al aficionado. Eso sí, la tarde ha quedado magnífica para disfrutar en la calle. Mañana seleccionaré con cuidado dos o tres cosas. No más.

Vuelvo pensativo a casa. No sé por qué. Algo me inquieta. ¿Eres tú quien susurra en mi oído? Frente a la puerta de los “VII Linajes” me asalta un recuerdo nítido de hace treinta años: pegada a la pared, bajo los soportales y al extremo del arco, había entonces una cabina pública de teléfonos. Como yo vivía en uno de esos apartamentos, casi a diario bajaba a llamarte cuando hiciste el viaje de estudios a Bruselas. ¿Recuerdas, Lu? Cambiaba un billete en monedas de cien (aquellas chocolatinas) y hablábamos mientras duraban las mil pesetas. Luego subía a mi apartamento y escribía frenéticamente poemas de amor. Los fui pegando en las paredes hasta empapelarlas por completo. Y todavía ahora te estoy viendo mirar atónita el día que regresaste. Aquel fue nuestro primer refugio de amor, donde se fundieron nuestros cuerpos y nuestras almas. No sabíamos que el destino los desgarraría hasta separarlos. Demasiado pronto.


16/08/23

Nada, como una rosa. Me ha preguntado por guas mi amigo JL. y ya ni me acordaba: ni un solo síntoma del bicho, por lo menos de momento. Ellos también se encuentran bien. El caso es que, encima, he llevado al socio a primera hora al centro sanitario para unos análisis. Bueno, que normal.

No andaba la mañana muy despejada y no he querido salir en burra. Tiempo habrá. Me he puesto a unas patatas con vainas y a mitad de faena se ha presentado una vez más la tía M. con unos ¡¡¡caracoles!!! Joder, ¡¡¡me privan!!! Y encima mi chaval no estará ni hoy ni mañana a efectos de comidas (me ha confirmado por guas). O sea, de maravilla. Todo pa la buchaca. Después ha pasado por casa para verme, pero tiene celebraciones en Barru, con la novia. Me parece bien. Quedamos en que yo vaya dándole cera a las cazuelas. Y lo que quede quedó. Así, perfecto, le digo. Les voy a dar tal mano de cera a cazuelas y táperes, que los voy a dejar suavísimos.

Y después del café y la prensa, por la tarde, cojo en la farmacia unos test Covid porque ya no quedaba ninguno en casa y hago una pequeña compra. Con lo cual a las seis estoy libre y al lío. Contento un día más por disponer de la tarde para mí. “El tío de la buhardilla”, decías tú, Lu, cuando subías para alguna cosa práctica y me observabas cabeceando con la música y aporreando el teclado del ordenador como si fuera un piano imperfecto y disonante. Pero hermoso, sincero, inocente, como mi corazón interpretando una partitura extraña, Lu. Y lo sabías. Intuías que estaba entrenando el arte de contar algo especial: el tiempo que vivimos juntos y fuimos felices. Así de elemental y de mágico a la vez.

Hojeando el periódico, encuentro una crónica que forma parte de una serie titulada “Historias de amor”. Es la cuarta que leo, ahora en verano. La de hoy contaba la de Camilo y María, una pareja de Pontevedra (¡cuántas veces veraneamos nosotros en Vigo!). Ella enfermó de cáncer a los treinta y tres años, la operaron a vida o muerte y vivió nueve más. Su pareja explica: “Siempre decíamos que esos últimos nueve años fueron nuestros mejores años, los años que aprendimos todo el uno del otro, los años que aprovechamos el tiempo y la vida de otra manera, la época en que nos quisimos de una manera irrepetible y auténtica, y peleamos y ganamos juntos y resistimos hasta donde pudimos, que fue mucho”.

Sé de qué hablas, Camilo, amigo en la tristeza. María falleció el veintitrés de diciembre de dos mil veintidós, ¿verdad? Sé de qué hablas, Camilo, compañero en la soledad. Pero ahora dime: Y después de esa fecha, ¿qué? Escucha, Camilo: Tú y yo volveremos esta noche a nuestro abismo de pesadillas y sueños. Porque quizá no podamos evitar nunca el dolor de un nuevo cuerpo real que se ama y no se puede tener. Y esa es la parte de la muerte que se ha quedado con nosotros, hermano.

Pongo muy alta la música de King Crimson, la voz grave, seductora, tan sedante para mí, de Greg Lake. Y, por supuesto, paso un par de vueltas seguidas el “Epitaph”, con traducción simultánea. Después he dejado que el disco rulara a su bola. Ya hablé aquí de esta canción a finales de julio: “Cuando un hombre está destrozado con pesadillas y sueños…”. Pues eso mismo digo yo.


15/08/23

Vienen a verme mis amigos JL. y A., y como siempre que estoy con ellos lo pasamos de primerona. Así se dice en nuestro pueblo. Damos una vueltecita por el mercado y luego nos vamos a comer al camping.

No le dedicamos mucho tiempo al asunto del recital de la próxima semana, lo necesario para tener las claves y salir airosos con la experiencia que ya acumulamos de años pasados. Y es que ni siquiera sabemos si las circunstancias me permitirán a mí desplazarme. Esperemos que todo vaya bien el día antes, cuando le retiren a mi socio la sonda. Así que, quedamos a la espera y, si no fuese posible, JL. tendrá que recurrir a un plan alternativo.

Es una pena que se hayan tenido que marchar casi inmediatamente después de comer, pero en ese momento les ha llamado su chico diciéndoles que ha pillado el Covid y lógicamente no hemos querido complicar el asunto. Mañana mismo mi socio tiene análisis a primera hora y es mejor prevenir. En fin, otra vez será más despacio, que no estamos a tanta distancia en realidad.

Me he apalancado un poco en el sofá al llegar a casa y he pillado al comienzo una peli que me ha enganchado, King Kong, de tres horas pasadas. Tenía un poco cargada la cabeza y no me ha apetecido salir ya ni hacer nada. La peli, versión de dos mil seis, resulta en general descabellada, aunque la ambientación sea magnífica y tenga momentos de fuerza simbólica. Bueno, en general, un disparate. Pero los protas eran buenos: Jack Black con un papel a lo Orson Welles interesante; Naomi Watts, guapísima, con momentos muy tiernos; y, sobre todo, claro está, Adrien Brody, otro de mis narizotas favoritos, siempre con el mismo gesto tristón y la cara escurrida de lampazo. Me la he tragado enterita.


14/08/23

Ya estaba a punto de echarme a llorar porque se me había malogrado la mañana: que si acercarme al centro de salud porque faltaba la firma de la enfermera en unos papeles del socio, que si acudir a Aquona porque me escriben que no se ha pagado la última factura (cinco años domiciliado sin ningún problema) y para colmo está cerrado, que si enviar en correos (petao) papeleo de la caldera de gas nueva del apartamento… que si la madre que lo parió a todo.

Quería salir en la burrilla porque estaba viendo una brisa bien rica y una temperatura perfecta (hasta Barru, joder, que no es mucho pedir). Pero se me habían hecho las doce y tenía que preparar comida para mí (el socio estaba servido). Qué coños hago, ¿eh? Dímelo tú, Lu, ¿cómo te las arreglabas? ¿Cómo os arregláis las mujeres, cojones? Porque para colmo tampoco había hecho la compra ya imprescindible (el frigo pelado con media cebolla y una sola caja de leche). Total, estaba cardiaco, a punto de infarto…

Y de pronto oigo que me llaman y aparece la tía M. como ángel caído del cielo y me cuenta que me ha traído unos cangrejos. Casi no podía escucharla de la emoción, pero no iba a dejar que me viera poner puchera. Y entonces aparecen dos táper repletos, rotundos, cerrados herméticamente con lo que yo me imaginaba rojos cangrejos como rubíes… ¡Día salvado! ¡Qué alegría!

He subido a toda pastilla a casa y he metido el tesoro en el frigo. Me he cambiado en un pispás y he salido a escape hasta Barru con la ligereza de un galgo. ¡Qué maravilla! He regresado lleno de oxígeno a raudales y cuando he abierto la puerta de casa me temblaba el pulso. Pensando en los cangrejos. ¡Uf! ¡Picantitos! ¡Brutales!


13/08/23

No termina de despejar ni a media mañana, con viento un tanto fresco. Determino no salir al carril porque tengo otras obligaciones. Hacer algo de comida y, al final, tres coladas, porque es el día de luz más barata. Esto nunca te lo oí a ti, aunque eras ahorradora; pero a mí me resulta muy cómodo poner la lavadora los domingos, sobre todo cuando estoy solo.

El hijo regresa de una ruta a comer y la hija pasa por la tarde a saludar, de vuelta de Santa. Los dos marchan a sus respectivos menesteres. Siento una curiosa y liberadora tranquilidad. No es que no me alegre cuando están aquí, pero me quedo muy a gusto en cuanto vuelvo a estar a solas.

Salgo a tomar un café y termino de leer la prensa. Después, cierro la puerta de casa y me pongo al lío. Tal vez no estoy muy ágil durante la tarde y me embeleso con la poesía de Machado, en busca de algunos sonetos que no recuerdo con precisión de qué libro procedían. Todo ello me lleva tiempo y, finalmente, los encuentro en “Nuevas canciones”. Es una serie de cinco, de los que releo dos maravillosos.

Es el misterio que guardan los poetas profundos y eternos:  con su vida, alumbran tu propia vida. Machado habla aquí a Leonor ya muerta y le explica que algunas veces ha traicionado su memoria, pero que la vida sigue como un río y al mismo tiempo que arrastra lodos y turbiedades desprendidas de los bordes del camino, eso no quita para que siempre lleve el agua limpia de su nombre bienamado. ¡Ay, consuelo de la poesía!


12/08/23

Café, hoy, con mis amigos F. y MS. en el Valen. Llevo el informe de salud del socio y me aconsejan detalladamente. La enfermera se olvidó de firmar. El lunes, vuelta al centro médico. Espero que no sea más que un trámite.

Retomo la burra y apenas noto pequeños amagos de calambres, pero nada serio. Salgo flojo y me voy animando poco a poco según voy comprobando que tampoco me molesta el toque de hace dos semanas en la pata derecha. Se ha curado prácticamente. Llego muy desahogado a Barru. Mañana, para arriba, hasta la Braña. Bien, bien, bien. Sísifo vuelve a cargar la piedra a las costillas y recomienza el ascenso a la montaña. Vuelvo a mi ser.

Con el chico se me ha pasado la chamusquina. Levanto el dedo índice con el ultimátum y le digo que no me tiente de nuevo, que ya dispongo de muy poco margen. Y me joden muchísimo esas torpezas de postadolescente. Sé que lo toma en cuenta. A ver.

Leo un rato el periódico en el Castillo y charleta gustosa con mi amigo J. y su hermano D., a los que hace tiempo que no veía. Risas y buen rollo. Son de los que hablan con gran formación y criterio. Me mola. Y no me importa haberle dedicado ese rato, aunque luego haya tenido que perder otro en el ordenador tratando de solucionar gilipolleces administrativas de Aquona. Demoledor para mi cabeza, pero insoslayable.

Leo a primera hora de la mañana y a última de la tarde, con avidez. Luego, poco antes de cenar, recuerdo que tenía que buscar una foto tuya, de muy niña, cuando te dieron un diploma en el colegio. Por comparar… Y es que hace unos días tu hermana J. me enseñó una de la niña pequeña, de C., de esas que representan una simulación del envejecimiento realizada con un programa especial, y me quedé atónito. Por su parecido contigo. Aunque pienso que ahora mismo también existe esa gran similitud milagrosa. Y me emocioné mucho cuando lo pensé después, en casa, solo. Ya siempre solo, sin tu cara viva. Sin tu vida.


11/08/23

Desde el mismo momento de levantarme, hirviendo por dentro como si llevase gas embolsado a punto de reventar. Y así llevo todo el día. Te cuento… Salto de la cama a las siete y media porque me había parecido oír algo y observo la puerta de casa entornada. ¿Dónde anda este?, me digo. Y le distingo en el pasillo exterior, a oscuras, pegando bandazos con la fregona… En efecto, lo que me temía: la cerveza ya le salía por las orejas y nada más abrir la puerta del ascensor ha ido a estallar contra la pared del vecino… No te cuento más, Lu, porque sabes de otras veces cómo he reaccionado. Al final la limpieza lo ha dejado bastante curioso, pero una vez más le he tenido que ayudar y luego le ha sacado del apuro su tía M. Estoy hasta los huevos, amiga mía. Te dije que los seguiría cuidando, pero todo tiene un límite. Ojo. A este paso me voy a buscar a alguien y que cada cual se las apañe. Que yo no tengo vocación de sufridor.

Luego la mañana se arregla un poco cuando en el médico le reconocen al socio, por fin, en el informe de valoración, un cierto grado de deterioro cognitivo. Espero que eso sirva para una mínima asistencia en el aseo personal (ahora que no sabemos cuánto tendrá que llevar la sonda) y en la limpieza de la casa. Eso corresponde a los servicios sociales. Ya veremos. Pero al menos no es la tomadura de pelo que supuso en marzo, cuando el médico solicitó un informe neurológico sobre el que todavía no hemos tenido respuesta. No una fecha de cita más o menos prolongada, me refiero a cinco meses de silencio a una prescripción facultativa. Castilleón care.

En cuanto a las patas para la bici, casi recuperado. Sin calambres. Cosa curiosa. A ver si van a funcionar  las pastillas de magnesio... Pero hace tanto calorazo que mañana voy a intentar salir con la burriquilla a una hora en que todavía haya temperatura soportable. Y nada más. Reviso algunos poemas para el recital del día veintidós en Renedo con mi amigo JL. Y tengo una vida empobrecida de ilusiones y a piñón fijo, que es quizá lo que me conviene y deseo de aquí al final. Una puta mierda, vamos. Eso sí, he sacado hoy adelante ocho raciones de fabes con costilla adobada y un morcillón maravilloso. También regalo de la tía M. para tus hijos. Pero se lo he robado. De mala hostia.


10/08/23

Toda la semana pendiente del socio, a ver cómo funcionaba con la sonda puesta… Pues, además, sufrió una lipotimia sin más consecuencias en la calle. Cree que puede aguantar a la sombra con treinta y cinco grados.

Se acercó mi hermano Mon, que a la vez que acompaña al socio se encarga de repararme todo lo que en la casa se va desarreglando: tendedero, puerta del escurreplatos, lavabo, puerta de la calle… el copón bendito, porque yo soy un manazas total. Pero al mismo tiempo pierdo la rutina sedante del día a día ordenado, que tan beneficiosa me resulta para no amontonarme y estresarme. Me desestabilizo. Descubro de pronto que no me he afeitado, y otros ratos me doy cuenta de que me he olvidado de cagar.

Para remate, está aquí el chico todavía de vacaciones y va un poquito a su aire, y la chica tuvo que desplazarse desde León, en viaje relámpago, para asuntos administrativos de la familia. Y tanta gente me desborda porque no sé ni por dónde se comienza. Me descentro. Máxime cuando la chica me dice que ha tenido migraña también de estrés y de falta de descanso. Y entonces me chamusco aún más.

La cuestión añadida es que no tengo tiempo para las cosas que realmente me gustan y esto termina por pudrirme la sangre. No puedo pensar en comidas y en novelas. No sé hacerlo. Soy muy limitado. El escritor M. Kundera, recientemente fallecido, según creo recordar, hablaba de las tres “ces” imprescindibles para el escritor: concentración, constancia y corrección. Yo ando bastante perdido últimamente, esa es la verdad.

Por fortuna, también he tenido la asistencia impagable de la tía M., que trajo comida para un regimiento y, aunque en principio era para los sobrinos, nos hemos aprovechado todos de ello. Menos mal. Estaba a punto de tirar unas latillas encima de los platos. Una por barba.


07/08/23

No ha podido ser. Estábamos preparando para largarnos a Piña y se nos ha chafado el plan. Ya el viernes pasado tuve que acudir al médico con el socio debido a problemas de próstata y ayer, domingo, después de comer, tuve que bajarle a Palencia para que pudieran sondarle. Volvimos a las once de la noche y tuvieron de dejarle con una bolsa puesta. Tendrá que aguantar así quince días hasta ver si remite la infección. Dentro de lo malo, el hombre se va valiendo con un tapón de quita y pon cuando le entran ganas de orinar.

Es lo que hay. Y es un problema que me toca atender a mí, así que tendré que comérmelo con patatas. No es que me queje, pero me produce cierto agotamiento, sobre todo, psicológico, que se explica por el peso de los acontecimientos de nuestra historia reciente. No se termina nunca. Lo comprobé, una vez más, al llegar al aparcamiento del hospital, después de más de un año de lo tuyo, Lu. Ese espacio irremediable al que se acude siempre confuso, entre la esperanza y la fatalidad. Parar allí, salir del coche, enfilar a la consulta de urgencias… es tener la sensación de andar con la vida en vilo.


05/08/23

Ya volvió el otro de la Costa Brava, así que ahora mismo tenemos a los dos aquí. Por poco tiempo: un día vamos a estar juntos, puesto que yo me marcho a Piña con el socio mañana por la tarde. Lo celebraremos igual, con una tortilla como una gigantea que pienso hacer para cenar esta noche. Como ves, Lu, bajo tu custodia, hago lo que puedo. Pero me siento feliz de compartir estos ratos. Porque tú también estás entre nosotros a tu manera.

Con la chica, nos hemos alargado hasta Mercadona, en Reinosa, y luego nos hemos tomado un café en ese del cruce junto al puente que tiene amplios ventanales. A mí me ponen un poco nostálgico sus vistas. Antes, al pasar por el teatro Principal, no puedo por menos de recordar aquellos viernes cuando asistíamos al festival de otoño. A veces había grupos sorprendentes a pesar de ser aficionados. Luego picábamos algo antes de volver y regresábamos silenciosos, felices (incluso en días crudísimos), con la sensación plena dentro del coche de ser invulnerables, inmarcesibles, inmortales. Ay, el espejismo de la ilusión…

A la noche, a las once, me toca de padre conductor. Tengo que llevar al grupo de amigas a las fiestas de Herrera. Bueno, qué te voy a contar… El chico tiene todavía estas dos semanas siguientes de vacaciones, pero no sé cómo se va a organizar. No sé si quedará aquí de amo de casa, de momento. Le interrogaré esta noche durante la cena. Suponiendo que venga…

En fin, si me preguntas por mi vivir, te diré que soy pequeño río de poca importancia y poco caudal, que discurre despacio, sin demasiada maleza a su paso, sin apenas pendiente y sin mucha conciencia de la distancia hasta su mar. Y que arrastra casi sin fuerza una pequeña barca hecha de juncos con tu recuerdo.


04/08/23

Seguía pendiente una antigua cita en el cámping de Cervera, ¿recuerdas? No pudo ser contigo, pero hoy la chica me ha invitado a comer allí. Magnífico sitio en todos los sentidos, tenía razón la propaganda que te había llegado. Incluso en nuestro encuentro de a dos, mano a mano, ha sido gozoso y bonito. El caso es juntarse, pienso yo, y donde estemos dos estamos los cuatro. Gran madurez la de nuestra mediquilla, ya es una mujer completa.

De regreso nos llama mi hermano y familia, que vienen de Asturias y paran a tomar un café con nosotros y el socio. Pasamos otro ratito agradable y nos despedimos hasta que nos veamos en Piña la semana próxima.

De nuevo en casa la chica me hace un repaso práctico que me recuerda mucho a ti. Me dice que tengo que ir guapo a mi pueblo y me rasura los pelillos de las orejas y la pelusilla del cuello. Y, por supuesto, le gusta también quitar espinillas de la espalda con esa fruición que a mí me parece un atavismo de nuestros orígenes primates. En fin, esto solo puede entenderlo quien tiene hijas más que hijos. Aunque te quieran y los quieras igual. Es así. A pesar de todo, reflexiono, estoy contento con la vida.


03/08/23

A la hora de comer ha llegado nuestra chica, que se ha tomado dos días de puente. Siempre nos alegraba verlos abrir la puerta y entrar con la bolsa, ¿verdad? Me sigo poniendo como un pavo en cuanto se planta frente a mí. Ella lo nota y se sonríe, como todas las mujeres que por diferentes razones saben que son el exclusivo centro de atención de unos ojos. Es la imponente presencia del amor en todas sus variantes.

También es verdad que me amontono un poco y que me descoloca algo su estancia, por cuestiones de organización. Pero bien, muy orgulloso. Quizá algo acelerado en mi afán por saber cosas de su vida. Hasta resultar un tanto cargante. Mi torpe asalto de padre solitario. Y que soy un tipo con un toque, no friqui, pero sí particular, rozando lo especial. Tú me conocías muy bien y te reías algunas veces.

—Anda que lo que no te pase a ti…

Hoy, claro está, le he detallado mi “lesión” muscular. Pero que apenas me molestaba ya, por supuesto, un tema atrás, pantalla superada. Estoy como un animal de forma física. Eso le he dicho. Pues, verás, te cuento, Lu:

Habíamos terminado de comer y ella se había echado un ratito la siesta. Yo, mientras, había preparado un cocido. El caso es que, como remate, he probado el punto de sal en la sopa. Estaba bastante caliente y he notado que me rascaba en la garganta al pasar. La chica se ha levantado a renglón seguido porque tenía reservada la peluquería. Y en cuanto se ha marchado, he notado que mi garganta se inflamaba…

No es novedad. También al chico le pasa. Si se lo cuento a algunos considerarían que soy rarísimo. Me ha pasado. Y sí, soy un ser frágil en muchos aspectos (más físicos que otra cosa). Pero, joder, yo no encuentro extraño a quien me dice que tiene fastidiadas las rodillas de cargar peso en su trabajo, por ejemplo; entonces, ¿por qué coños voy a ser un anormal si se me inflama precisamente aquella parte que más he machacado durante casi cuarenta años, profesionalmente, más otro tanto por el gusto de hablar por los codos. ¿Eh?

Al regresar la chica, me ha mirado y me ha dicho que, efectivamente, se me observaba el pequeño edema en el paladar blando. Nada preocupante, de ordinario. Pequeña contrariedad. Y que solo reviste gravedad en casos extremos de impedir la respiración… ¡No, no me he asustado! Me ha sucedido alguna noche de vuelta a casa, cuando era más joven, que me notaba la campanilla tremendamente abultada del exceso de hielo en la bebida… Pero sucedía que entonces no necesitaba a nadie y ahora no soporto, sobre todo, que no estés tú. No poder decírtelo a ti. Contarlo. Verbalizarlo. El principio de mi curación de cuerpo y alma es transformarme en palabras. ¿Es que voy a tener que pedir perdón por ello?

—No. Siempre me gustó eso de ti. Que me hablases. Que me contases tus historias. A veces, hasta el aburrimiento. ¡Me he quedado dormida tantas veces oyendo el rumor de tu voz mientras me leías! Todo es preferible al silencio de la incomunicación.

—¡Ah! Pues ya se lo podías contar esto hoy a la chica…

—La chica ha venido a casa porque yo se lo he susurrado al oído…

—¿Sí? ¿Para qué?

—Para cuidarte. Por si lo de la garganta se complicaba.

Y aquí estamos. Me he preparado en una botellita de agua una disolución de dos cucharaditas de miel. Y después de cenar, ibuprofeno. Y listos.


02/08/23

Salimos Tt. y yo con las burras hacia media mañana. Ya picaba el calor pero agradaba con viento templado. Hemos subido hasta Brañosera y hemos parado en la segunda fuente. Mientras él cargaba la botella yo esperaba montado en la bici con el pie clavado en la cala del pedal alto. La bicha me ha hecho un extraño al moverme un tantín y he tenido que liberar a toda prisa el pie para no darme la hostia. Pero al apoyar mal en el empedrado y cargar el peso sobre la pierna, el cuádriceps exterior derecho se ha resentido. Me he mancado, coño. Me he lesionado.

Conozco el mito de Sísifo desde los quince años, cuando nos lo contaba y traducíamos pequeños párrafos en griego con el hermano Eduardo Montero ¡Cuánto le admiraba yo! Sísifo provoca a los dioses o los engaña, y burla a Tánatos, la Muerte. Su castigo en el inframundo será cargar con una redonda roca cuesta arriba y, cuando va a coronar, le fallan las manos y la mole rueda cuesta abajo hasta la base de la montaña. Y así sucesivamente y sin tregua y por toda la eternidad. Nunca logrará llevarla hasta la cima.

Esta también es mi condición. Mira que llevo kilómetros esta temporada con la esperanza de retomar la bajada al mar de Comillas (después de varios años sin fuerzas por las circunstancias), y estaba tan contento por la buena evolución de mi forma física (operado de la nariz, la ayuda del magnesio, con algún kilo de menos)… Pues todo se ha ido por la borda una vez más.

El escritor francés Camus explica que esa es la verdadera esencia del hombre: perseguir inútilmente un sueño, buscando la felicidad en el intento y no en el resultado. ¡Y una mierda para él! Ahora tendré que descansar unos cuantos días hasta que esto se cure. O ya veremos…

No soy creyente y pienso que Dios es una construcción fantástica de la mente humana (como literatura, pase; pero, mejor, la mitología). No obstante, si existiera yo le despreciaría tanto que no vendería mi alma al Diablo, como hizo Fausto para conseguir a la mujer amada o salud o riquezas, sino que yo se la regalaría directamente. Solo por joder a Dios, ese hijo de puta que es capaz de matar la belleza más sublime: tu cara, Lu. Tus ojos mirándome mudos con la perplejidad aterrorizada de la muerte. Como preguntándome: ¿es posible que me esté muriendo? ¿tan pronto? Y ya de viva voz, cuando me hiciste esta confidencia: Unos pocos años más no hubieran estado mal…

Una pena este percance con la bici, una cura de humildad, una casualidad puñetera, una vuelta a empezar. ¿Quién sabe? El caso es que había dormido como una piedra, noche casi perfecta. Me sentía potente en la subida, oxigenado, ágil, feliz… Había abierto los ojos en duermevela, como tantas veces, en el conticinio de la alta madrugada, hacia las cuatro y pico. Esa hora en que suelen gritar mis ángeles o mis demonios. ¿Cómo es posible que me suceda esto con tanta frecuencia? Fui consciente de que se me había cruzado un sueño raro.

Estoy en el Monasterio y oigo que me llaman. Sigo el origen de esa voz y subo al claustro alto. Mis ojos están heridos por un último sol y no consigo distinguir con claridad a alguien que al acercarme me abraza. Siento paz. Creo oír tu tono de voz. Es más, huele a ti. A continuación, me despierto. Y contra la costumbre, me vuelvo a dormir enseguida. Plácidamente. Satisfecho unos instantes al comprender que solo soy un pobre hombre, estragado e intoxicado de literatura; desquiciado por la locura de unas pocas palabras que nombren la belleza perfecta. La tuya. Que busco repetida en este mundo.

01/08/23

Los días que tengo que dedicarme a las cuentas de casa termino exhausto y, además, cabreadísimo. ¡Me cago en la puta que lo parió a todo! Me he metido a pagar la comunidad de vecinos y se me ha ocurrido dar un repasillo a los gastos corrientes de los servicios básicos, y he estado a punto de abrir el velux, encaramarme al tejado y echarme a rodar por la cornisa al vacío. ¡Toda la tarde he perdido en esta mierda administrativa, que encima me deja las neuronas machadas, a cero, inútiles para cualquier otra idea noble! Y ya no he podido trabajar en nada más… Día en blanco… Muerte cerebral… Ni leer ni escribir… ¿Cómo lo hacías tú para llevar todo (curro, casa y cuentas) simultáneamente y con agilidad alada? ¡Mecagüen tooooo!

—¡Anda, deja de quejarte, zoquete!

—¡Y una polla como una olla!


31/07/23

Calorina persistente con veinticuatro grados sin una brizna de viento. A estas horas de la tarde, totalmente anómalo en Aguilar, cuando lo normal sería un espantagalbanas que te tira de la bici si viene de lado. Pues eso, que cada día se hace más evidente el trastorno del clima y que terminaremos siendo una nación africana más. De salvar, la cornisa cantábrica. El pisuco de Santa. Y, para colmo, que no se me arregla marcharme unos días hasta mediados de agosto.

Por eso, hacia las doce he aguantado con la burrilla hasta Barru y me he dado la vuelta con prudencia porque tiempo habrá de subir más alto. Ayer, la Braña. Mañana igual descanso: algo me han avisado hoy las patas. No forzar. Pero no le sufre a uno la condición de darle candela.

Muy a gusto he leído de mañana, pero luego he pasado por la tertulia a la hora del café y ya no he cogido el periódico hasta la sobremesa en el Castillo. Buen rato, sin molestas interrupciones. También he dejado preparada comida para tres días. ¡Si me vieras, paisana! Voy organizándome, sobrevivo. No es lo material lo que inquieta mis silencios. Ya lo sabes tú que no me acobarda el trabajo habitual de casa y que no dependo de nadie. Lo básico. Me valgo para mí y para el socio. La limpieza, como te dije, hace tiempo que viene N.

Lo que echo de menos es físico, corporal, pero cruzado con la necesidad de cariño; de darlo más que de recibirlo. Tú me conocías en eso mejor que nadie: es quitar la pena de uno mismo haciendo feliz a alguien. Satisfacerme a solas, siempre me ha producido aburrimiento. Y satisfacerme en otro cuerpo sin más se me da muy mal. Yo gozo haciendo gozar. Es así.

Otras preocupaciones se atraviesan, para qué engañarnos, que tienen que ver con la cantidad de tiempo que me roban algunas ocupaciones que no tenía por qué atender. Por ejemplo, soy el recadero de la comunidad; y últimamente parezco el encargado de obras. Te digo más: con el piso alquilado, hay sus más y sus menos. Y no es un asunto económico precisamente. Creo que voy a tener que tomar decisiones drásticas.

¡Ah! Ahora que hablo de esto: me he vuelto majareta buscando en tus carpetas del ordenador y he encontrado los cinco contratos de alquiler anteriores. Menos el último, precisamente. ¿No puedes iluminarme para que me tope de bruces con el jodido archivo? Háblalo con san Antonio, que es santo muy milagrero, patrono de mi pueblo y bajo cuya advocación me depositaron en su altar el día que me bautizaron. San Antonio bendito, luz de las causas y los objetos perdidos, socórreme.


30/07/23

Día pleno el de ayer, redondo, completo. Muy gozoso como siempre lo es la cita en la finca la Verónica de los Martín. Me rondaron las memorias tristes del pasado, pero supe callármelas. Segundo año que voy allí sin ti, Lu. El grupo se ha vuelto impar y no te encontré tampoco por las calles de la parda Amusco. Pero mantuve la alegría pensando que estarías por allí de vuelo, como una paloma torcaz, atisbando desde lo alto de la espiga grácil de la iglesia de san Pedro. La visitamos, claro está, fieles a la costumbre.

También fue un día muy divertido y animado por la pareja de químicos de Gullón, con quienes hacía tiempo que no coincidíamos. Organizaron en la sobremesa un miniconcurso musical ochentero y lo pasamos en grande. Chicos contra chicas. Nos ganaron. Con lo que tú controlabas toda esa música. ¿Cómo te lo perdiste, compañera?

Y ya imaginarás que fue jornada de comer como limas o alimañas todas las asaduras de barbacoa que no comemos en un mes. Como si no hubiera mañana. Y pan hasta con la fruta. Cafés tripetidos. Pensaba yo que no sería posible pegar el ojo en toda la noche. Presentía el gluglú de tripas y los ojos como luciérnagas hasta el amanecer. Pues no. He dormido como un saco. Por cierto, me cambié de ropa al final, bien alicatado y atufado de un repelente de insectos por si aparecían los típicos mosquitos esos que parecen tordos… Tuvimos una suerte loca: se levantó norte y ni una roncha hasta el momento en que escribo estos garabatos.

Eso sí, se había mentado a Allan Poe de pasada. Creo que a cuenta del título de una canción. Y me lo traje en el subconsciente hasta que reapareció a las tres y media de la mañana. Por fortuna, inocuo. Pero resonó en mi sesera la recitación del poema “The raven” y tuve que buscar en el Yutu la maravillosa voz del actor Christopher Lee. Subí a la buharda, busqué el volumen color plateado de Libros Río Nuevo, la Poesía Completa, que compré hace cuarenta años en Galerías Preciados (se conserva pegada la etiquetilla) y seguí un poco adormilado, pero mecido como por una canción de cuna, la traducción de esas largas y bíblicas estrofas o estancias, como las llama el propio autor…

Y me dormí, sí, como he dicho. Sin daño alguno. Sereno porque el arte también es ese bálsamo de Galaad que pide el pobre protagonista de la historia, que ha perdido a la mujer que amaba…

Dice la parte final del larguísimo poema: “…dile a esta pobre alma cargada de angustia si en el lejano Edén/ podrá abrazar a una joven santa a quien los ángeles llaman Leonor/, abrazar a una preciosa y radiante doncella a quien los ángeles llaman Leonor…

El cuervo dijo: Nunca Más”

Pero esto, aunque no se sepa el idioma, hay que escucharlo en inglés. Yo me ayudo siempre de la traducción y, además, lo he escuchado docenas de veces. Y me dormí, vuelvo a repetir, a pesar de todo. Vencido pero limpio. Inconsciente como quien soporta fuego sobre una herida abierta.

Maravillosa jornada. Y repetible, por favor. Dejé hoy en Ínstagram una foto del grupito y un toque social en la visión de Castilla… Ya digo, se puede ver en mi IG. Por cierto, me contesta con un comentario muy brillante nuestro amigo el arquitecto FS, sorprendiéndome la vena poética entre sus muchos saberes. ¿Eh, Tinuqo?


28/07/23

Ya lo ves, paisanilla, me he puesto en la buharda a deambular por el Spoti y he ido a parar a King Crimson. Yo de esto no podía hablar contigo porque enseguida lo calificabas de “música ratonera”. Para ti en esta categoría entraban desde los Brandenburgo de Bach hasta las canciones de mi queridísimo Aznavour. Pero tienes que reconocer que te descolocaba y te quedabas perpleja cuando yo tiraba de alguna casete como esta de la Corte del Rey Crimson. La canción que escuchaba más veces era la de “Epitaph”, que parece a ratos que lleva un ritmo de paso de semana santa. Y dice aquello de que “la confusión será mi epitafio” y repite el estribillo incansable de “temo que mañana estaré llorando”. Sí, amiga mía, resultó premonitoria.

Hacía calorazo para la burra y además he salido tarde con Tt. hasta Brañosera. Pero hemos disfrutado piano piano. Me encuentro poco a poco en mejor forma física, sin forzar demasiado. Ya veremos cuando pare la semana que vayamos a Piña. Ahí es cuando suelen atacar los calambres. De momento, bien. Cada día pienso en dar un poco más: la semana que viene, el alto de Grullos, con un par.

—Bueno, no te vayas tan arriba.

—Lo que estás oyendo.

Un poco tarde hemos regresado, entretenidos con la charleta. Pero estaba soñando con un táper con verduras de esos que me trae de vez en cuando tu hermana M. y me ha sabido a gloria. Desde luego, si hubiera una clónica de la M., me la traería a casa. Luego he preparado yo un perolón de lentejas para media semana. Y así vamos funcionando.

Ahora suena “In the wake of Poseidon”, que también es preciosa. Me hace sentir bien mientras recojo, aquí en la buharda. Subo la persiana del velux antes de bajar a cenar y miro a lo lejos la montaña del Curavacas. A punto de descender el sol, se ha quedado una tarde suavísima, estallada de fulgor detrás de una nube gris. Una estampa que me recuerda a nuestra chica, porque ha puesto en el IG una viñeta de cómic en la que una niña buscaba a alguien que identificaba con el atardecer. Tal cual. Y yo le he contestado con una lluvia de corazones. Naturalmente. ¿O no?


27/07/23

Madrugo porque me encuentro muy atascado de la nariz. Pienso que puede deberse a que cogí algo de moquita hace un par de días al volver en bici con norte de cara. Durante el día, muy caluroso de mañana, ya me he notado mejor. Por eso pensaba salir por la tarde. Nada. Imposible. Todo al revés.

He tenido que atender a los que estaban concluyendo la obra del garaje. Son autónomos y se quejan, claro. Las cosas están mal para ellos desde que se les acabó el sistema de módulos. No sé cómo van hoy esas cosas. Al final, no han podido rematar porque no llegaba corriente al brazo de la barrera. La hemos dejado subida. Mañana tendrán que idear otra manera. Pero ya he metido el coche dentro. Después nos hemos ido a almorzar al polígono, así que ya no he conseguido mirar el periódico.

...

Después de comer se remueve el aire y para más inri dan tormentas de tarde. Decido no arriesgarme, porque además me viene bien un día de descanso en las patas; aunque funciono como nunca, la verdad. Me voy a tomar un café y doy la barrida al periódico. Acojonante. El resto para leer. Ya me estaba relamiendo.

Pero no. Me llama JM, que ha venido a clausurar el curso del monacato. Que si nos vemos en el Calero para charlar un rato. Y así le acerco luego al tren, a las ocho y media. Pasamos un rato agradable, como siempre. De charleta sobre el reciente politiqueo y sobre lo que ambos estamos escribiendo. Sé que valora mucho la crítica detallada que le hago sobre su última novela. Cambiamos pareceres en la Posada. Tranquilos porque allí es la manera de que no nos interrumpan. Y a la hora, para Camesa.

Noto cómo me aprecia. Y lo muchísimo que te quería a ti, Lu. ¡Con qué cariño te recuerda! Porque JM es sincero, incluso tierno en sus sentimientos. Le digo que igual nos vemos en un viaje de finde a Madrid, para ver las Colecciones Reales ya inauguradas. Su mujer es la directora o comisaria de la exposición. Algo grande, sin duda. Me encantaría esa visita. Y completar con algo de teatro que he visto en Tribueñe, y el paseo por Chueca, y algún sitio para comer algo especial en el barrio…. Pero sin ti no sé si será posible. O se impondrá el olvido. El silencio futuro de las ilusiones.


26/07/23

A las doce he salido en bici porque ya me imaginaba que la tarde iba a ser de aúpa. En efecto, cerca de treinta grados y sin aire. Pero había desayunado pronto y se me había bajado a los pies. He tenido que parar en la gasolinera a comprar unas chocolatinas y enseguida he visto que el combustible me subía el ánimo. He tirado para arriba hasta Brañosera. Parada en la fuente (ahora no potable) y vuelta.

Buen ritmo y buen cambio de planes, porque después de comer me he tomado el café en el Castillo y he leído plácidamente el periódico. ¿Qué te parece, paisana? Me gusta el día que tengo todo el tiempo para mí sin la preocupación de la comida. El puré que hice ayer es para tres días. Coño, me quedé un poco corto de materiales. En fin, cinco raciones. O sea, tres días libres. El socio y yo no ponemos pegas a repetir.

Por cierto, es insólito que algunos tarros que dejaste en el frigo (no en el congelador) sigan en perfecto estado. Ayer cené un revuelto de setas y me supo de rechupete. Era de lo que habías dejado tú, porque reconozco el tipo de las que nos traía tu padre y cómo las troceabas y envasabas al vacío después de cocerlas… Eso pensaba durante la cena y se me caían las lágrimas. Todo se acabó, compañera.

Me he liado con Supertramp, el “Crime of the century”. Repito varias veces la de “School”, que suena a protesta de adolescente rebelde. Lo que no comprendo es cómo antaño nos decían que una buena manera de aprender un idioma era escuchar su música. Francés, vaya; pero ¿inglés? Que me diga a mí quién tiene salero para entender la canción que acabo de mentar, incluso con la traducción al lado del original.

Las niñas, las jessis, han salido hoy hacia Disneylandia de París. ¡Oh, quién pudiera vender el alma al diablo por estar de nuevo allí nosotros cuatro juntos! No sé si te dije que la chica estuvo en Sevilla durante la semana de vacaciones que le correspondía. Ahora se va también A. con su novia hasta la Costa Brava, pasando por Pamplona. No he querido mentarle la nostalgia de esta ciudad, que vio nuestra última etapa de amor y amargura. Cuando fuimos a constatar que ya no había remedio… Tu vida desvaneciéndose… Bah, lo dejo, Lu. No quiero revolverme por dentro. Voy a leer un rato hasta la hora de la cena. Ojalá pueda algún día remontar este dolor. Atenuarlo. Dominar esta auténtica hidra de tres cabezas: Angustia de haberte perdido; Ansiedad de la falta de tu cuerpo; Ausencia de tu compañía para los restos. Ay, amiga. No está siendo fácil. Aunque procuro poner buena cara cuando me asomo al exterior de mis ventanas. Ya me conoces.


25/07/23

Santiago Apóstol. Es un julio fugitivo de antaño. Está mi abuelo Melchor con la espalda apoyada en la pared de casa, al lado de la ventana de la estufa, mirando hacia la fuente. El cielo limpio está, sin exageración, desgarrado del pandemónium de vencejos que cazan y ceban sus crías, colgándose unos instantes brevísimos con sus garras apodiformes de los nidos múltiples y alineados bajo el alero de tejas de la ermita de san Pedro. Trisan como histéricos.

—A partir de hoy, en unos días, no quedará ni uno —le oigo, mientras miro absorto a su lado el cielo asaeteado de esas pequeñas ballestas desesperadas. 

Aún no te conocía yo, Lu. Solo era una preparación para la vida plena que vendría después. Hasta su consumación. Eran esos mismos vencejos, cuya fotografía conservo, refrenando el vuelo al alcanzar el mismo marco de la ventana de la habitación del hospital donde morirías al día siguiente. Leía yo entonces, sentado al pie de tu cama (sin concentración y sin consuelo) el libro "Los vencejos", de FA. Ay, la casualidad.

—No te entristezcas. Conserva la alegría natural en ti —me susurras.

No me gusta despertarme a media noche. Si me desvelo, algunos días, me cuesta retomar el sueño. Abro los ojos y me estremezco. Pero sobre todo temo esa hora de tu visita que se repite con extraña e irregular constancia sobre las cuatro cuarenta y cuatro de la madrugada. Me ha sucedido multitud de veces. Como anoche.

Es una angustia traicionera. Sufro porque es humano sufrir, lo sé, pero no quiero sufrir con tu recuerdo. Como si te culpase por ello. Comprendo que no tengo todavía paz. Además, el cuerpo pide a ratos. Pensé que con mi edad podría dominar mejor el tirón del deseo. Pero no, todavía siento intensamente el vigor de la vida. El cuerpo es un animal sin domar del todo. 

Y este verdadero desgarro, esta división en dos (cuerpo y alma), se apodera de mí en plena noche. Sin salida. Busco en el aire el recuerdo de tu olor, el tono de tu voz, el calor perdido, el tacto olvidado… No hay nada. Solo tu recuerdo flotando en el aire negro y espeso de la habitación, y mi cuerpo derrumbado en la cama como un fardo y abandonado en medio de la oscuridad. Y la conciencia de que no sueño. Es real.


23/07/23

Día de elecciones generales. De política no voy a hablar, ya lo dije. Voto a primera hora. Mi opción, como siempre, es la socialdemocracia. Sé que tú también hubieras votado al Psoe. (Sí).

Me tomo un descanso con la bici para no sobrecargar las piernas. Paso el día tranquilo, ojeando el periódico y leyendo algunos sonetos de la Zubia, de AG. Remato también la novela de MS.


22/07/23

Otra mañana más a Barru con Tt. Contento porque me encuentro en un buen momento físico y compruebo que tal vez el magnesio pueda estar ayudándome con los calambres. Le hace gracia a Tt. cuando le cuento que, casualmente, en un mismo día de hace una semana, dos informadores diferentes me advirtieron que ese mineral podría fallarme en la bioquímica del cuerpo y eso explicaría mi fragilidad de cuádriceps. Lo curioso es que yo lo interpreté como dos avisos tuyos a través de dos médium para que me apresurara a comprar esas pastillas efervescentes que llevo tomando desde entonces. Quiero creer que sigues revoloteando en torno a mí y auxilándome. 

No dejes de cuidarme. Es evidente que resisto y me adapto al miedo cada día. Pero. Alguien que no lo haya vivido no podrá nunca entenderlo cabalmente: ver cómo se va gota a gota la vida de quien más se ama. Y no poder hacer nada. Es una herida indescriptible que jamás alcanzaré a perfilar siquiera. Y por eso este diario nace fracasado. Como su autor.


20/07/23

Esta mañana me he encontrado con Tt., que iba a dar un paseo en burra hacia las doce, y me he animado a retomar hasta Barru con él, porque estaba ya deseoso después de una semana parado por culpa del virus estomacal. Ha sido un ratito pero he disfrutado de bici y conversación.

Me ha dado el sueño reparador de diez minutos después de comer y, además, posteriormente, me he distraído un rato largo con un programa sobre monos macacos de China. La curiosidad. Después me he metido de nuevo con la selección de poemas amorosos para el recital.

Garcilaso me ha demorado mucho. Así no es práctico. Me engancho y paso excesivo tiempo releyendo. Siempre me gustaron bastante algunos sonetos como los conocidos “Escrito está en mi alma vuestro gesto”, o bien, “Oh, dulces prendas por mi mal halladas”. Pero es menos oído el 38, que dice “Estoy contino en lágrimas bañado”. Quizá me quede con este último por la delicadeza y finura del sentimiento de desesperanza amorosa.

Luego llega A., que va a pasar el finde con M. en el piso de Santa. Suena en mi Espoti “Sultans of Swing”, por milésima vez. No me cansa. Me dice el chico que también le mola. Le digo que la versión que estoy oyendo es un chunda chunda (Pick Wither en la percusión) comparada con otra en la que lleva los palos el señor Terry Williams.

La diferencia me la hizo notar mi hermano Mon hace ya bastante tiempo. Puede encontrarse en Yutu un vídeo de ello y fijarse en secuencias como, por ejemplo, del minuto 2,29 al 2,35, cuando Terry se encuentra en éxtasis. Se le nota a Mark Knopfler maravillado cuando oye por detrás de él los prodigiosos redobles de batería en esos segundos exactos, incluso se vuelve sonriéndose y luego cruza una mirada cómplice con el bajista John Illsley.

Pero lo más curioso es que encuentro en uno de los comentarios a la canción de hace dos meses estas palabras de un usuario: “Yo tengo una teoría: entre 2:28 y 2:35 es la razón por la que esta interpretación es tan legendaria. Puedes ver cuán visiblemente emocionado está Mark después de que Terry termina el relleno…” ¡Qué cosas, Mon! ¡Qué buen oído el tuyo!

Y poco más. En estas bobadas paso el tiempo esperando a que vuelvas.


18/07/23

Pues aquí me tienes de nuevo, paisana. Más solo que la una. Jodido pero contento. Me voy recuperando de ese virus dañino, ayudado por un protector de estómago y un ibuprofeno cada ocho horas. Como me ha aconsejado la chica. Entre nosotros no está mal que presuma de médica en la familia, ¿verdad?

Siempre he pensado que su vocación tuvo principio en tu enfermedad, bajo cuya espada tuvo que aprender a vivir desde los nueve años. ¡Quién te hubiese visto a ti, con esa manera tan discreta tuya de mostrar el orgullo que pasaba siempre por hacer un desplante a mis aspavientos excesivos! Pero yo te conocía bien, Lu. Yo sabía detectar en ti el mínimo gesto que delataba una emoción muy íntima. Tu maternal orgullo escondido. A mí no podías engañarme. Y yo me derretía al constatarlo.

¡Qué pena que no aguantases un año más, solo uno, para haber visto cumplidos todos nuestros sueños! Para haberlos vivido abrazándola, como yo la abracé, llorando los dos por ti, a la salida del examen del MIR; y también después, el día que supimos la magnífica nota y el otro en que le dieron el destino que tanto deseaba en el hospital de León.

Algún amigo me ha recordado a veces que con nosotros se repitió la historia entre Machado y Leonor. En efecto, Leonor llegó a ver publicada la primera edición de “Campos de Castilla” poca antes de morir. Quizá resulte petulante compararme con un poeta tan grande, pero tú también viste publicada mi novela “Perlas en racimos” ese diecisiete de mayo, en edición digitalizada que se aprestó a mandarnos JH, nuestro cariñoso editor… La tuviste en tus manos, la tocaste transmitiéndole el último calor de tus dedos… de tu vida. Cinco días antes de tu muerte. Sí, en esto sí compartí esa pequeña suerte machadiana.

Y ya te digo, aquí continúo, sentado en la buharda, tecleando con el mejor ánimo posible para sobreponerme a tu presencia constante, que no me deja todavía tener vida propia. Ni yo lo quiero, eso es lo cierto. Últimamente (creo que ya te lo he contado) me pongo la discografía de Dire Straits y dejo que suene toda la tarde sin saber muy bien dónde llega en la lista del Espoti. Y todo resulta tan casual, demasiado casual, ahora que suena “So far away for me”.

Aquí, escondido bajo teja de una temperatura inhabitual en Aguilar cercana a los treinta grados; escondido de la gente, que me carga después de un rato muy corto; escondido de mí mismo para dejar salir esa cara cyranesca que es la más verdadera mía: la que sonríe al exterior manteniendo el tipo muy firme mientras me desplomo interiormente desde la cabeza a los pies. Todo un tipo con clase o una mera cuestión de estilo.

Solo tú has visto el rostro de Cyrano en mí, mi auténtica cara. Y muy pocas veces. ¿Recuerdas? Me tomaste unas cuantas fotos cuando estuvimos en Bergerac, aquel verano. En la plazoleta en la que se veía una imagen de Roxana asomando a un balconcito, escondido entre árboles, me mandaste elevar la vista y mirar allí y pensar en algo… Y tiempo después, ya de regreso en casa, me comentaste que esa foto mía te encantaba. Que era mi verdadero yo. Tenías razón, siempre que la he observado (ahora mismo la miro con fascinación) creo ver un idealismo que refleja lo mejor de mí. Escondido. Solo. Sin ser visto por Roxana. Sin ser visto por ti. Solo visto por el ojo divino de la cámara fotográfica. Me dejé captar sin pretenderlo. Pero al mirar a lo alto, sinceramente, imaginé que arriba estabas tú.

Leo en el periódico un artículo sobre la artrosis. No sé para qué, pues se reactivan mis neuras. En realidad, lo que más afectado tengo son los dedos índice y corazón de ambas manos. No tengo dolor mayor afortunadamente, pero se me van torciendo. Leo que el cincuenta por ciento de la población mayor de sesenta y cinco años lo padece, y el ochenta de más de ochenta. Y me como el tarro cavilando si alguna vez la evolución de esto no me dejará escribir, por ejemplo. Y, para mí, ya lo sabes, leer y escribir son los límites de lo que es soportable en la vida. Sin esto, no hay vida. Lo tengo claro. Por si acaso, recupero la pelota roja y no dejo de estrujarla entre mis manos nada más sentarme en el sofá, siempre que me acuerdo. Los médicos dicen que es una puerta que se oxida sin moverla y que se mantiene en funcionamiento abriéndola y cerrándola. Entrenemos, pues.

Además, se me acentúa una mayor propensión a la ansiedad en cuanto me falla en lo más mínimo lo físico. Es algo que no puedo soportar sin ti. Ni una simple gripe, ni esta afección pasajera de estómago, ni nada que mine mi salud. Este es mi punto débil: que puedo resistir la soledad mientras me acompañe el vigor, pero jamás podré aguantar solo y enfermo sin tu compañía. Lo sé. Se me complicará el deterioro psicológico. Y no sé cómo podré afrontarlo. Sin ti y sin salud, todo pierde el sentido. Y, sin ambas cosas, también se derrumbará la fascinación por la página en blanco. Es decir, habré llegado al punto final de la historia.


17/07/23

En la merienda del otro día pillé un virus o una gastroenteritis. También mi amiga M., como constaté por el guas. Ahora tengo que aguantar el hambre unos días hasta que se repare el estropicio dentro de la barriga. La tengo medio hinchada y me duele al palpar. Ajo. Y agua, claro.

Como no puedo gastar fuerzas porque me ha quedado mucha flojera, paso el día aburrido en casa. Cuando estoy malo no me apetece nada. Me tiro en el sofá y dejo pasar el tiempo. Aunque a ratos he intentado leer sin conseguirlo. Solo he salido un momento por la mañana a la tertulia, sobre todo por coger el periódico (lo único que he leído). Después de comer me he acercado a la plaza también por mover las piernas y he vuelto enseguida. Incómodo. A. se ha marchado a media tarde a Pucela. Le observo tranquilo y eso me gusta.

La niña me llama por la tarde y pasamos un rato muy animado mientras me cuenta las vicisitudes del hospital. Tiene un interés tan grande que la hace agobiarse a ratos. Sin embargo, la noto contentísima. Es recia lo sé. También eso me alegra y sé que aprenderá muy rápido.


15/07/23

Va mediado ya este julio calurosísimo. Aunque hoy ha aflojado bastante. No he querido salir con la burra para aprovechar bien la tarde, pues mañana tengo excursión con mis cuñados I. y S. con sus niños. Vamos a la ruta de Ursi a pasar el día. Bueno, no digo que no a estas citas porque así cultivo en lo posible la relación con la familia. Está bien.

La mañana se ha mantenido plácida y me he pegado un buen repaso al periódico en el Valen, con un cafetito. Después ya me he metido con la colada del socio y una olla de cocido para estos días. Ocho raciones he sacado, como un machote. Así también A. se lleva algo mañana cuando vuelva a Pucela.

Remato con colacao en el Castillo y otra vuelta a EP. Me conforta mucho hoy el artículo de Vicent, estoico, melancólico y muy sabio. Hay toda una épica en el fracaso, sin duda, y por edad vamos llegando allá. Nada importa y todo se ve de otra manera, en efecto, si se mira con la hombría templada de la experiencia. Aunque sea triste en el fondo. Mañana lo diré en unas imágenes y una estrofilla en mi Ístagram.

Mantengo un interés encendido estos días por la inminencia de las elecciones. Ya sabes tú, Lu, cómo me interesan los asuntos colectivos. Y si alguna vez levanto aquí la voz escrita un poco más, no lo publicaré y quedará autocensurado en rojo. Para el futuro. Quién sabe. Por lo demás, en el debate directo, ya muy poca gente entra, ni siquiera amigos, como constaté en una sardinada en casa de los B/E hace un par de días. Después de un rato, el tema político cansa o molesta. Pero me parece evidente que ha calado hasta el fondo la estrategia de la Gran Mentira contra este gobierno. Sin remedio, me temo. Me callo.

Por encima de todo, la Literatura. Mi gran pasión vital. La causa primera y última de mi vida y mi destino. La razón que me ata a la vida. Echo unos ratitos a elegir los poemas que mejor pueden venir para el recital de finales de agosto con mi amigo JL en Renedo. Busco una línea del discurso.

También leo las novelas pendientes y busco datos sobre Pombo. A ver qué da de sí. Encima, anteayer me llamó JA, de paso por Aguilar, para tomar un corto. Charlamos un rato y me contó que a mediados de diciembre habrá unas jornadas en el LECRAC sobre Carriedo. Andan buscando quien haya leído a Gabino, eso para empezar. Me apetece sobremanera pero hay otros en Palencia, me consta, que saben mucho más que yo y que me parecen preferentes. Desde luego, el que más de los que conozco, CAA, si acepta. Porque hoy nadie quiere compromisos. Lo cierto es que sería un auténtico trabajo al que merecería la pena dedicar medio año. Por la patilla, claro. Le contesté a Julián que por mi parte lo dejaba en cuarentena. Que preguntase por ahí. A ver.

Por fin, cómo no comentarte que la orfandad la siento más a través del chico, cuando le observo los fines de semana que viene. Este, se ha marchado a las fiestas de Barru con la novia. Pero no puedo evitar la sensación deducida de algunos detalles. Como si él estuviese más indefenso (no más vulnerable que la chica, no), más expuesto al golpe de la melancolía inesperada. Igual que me pasa a mí. ¿Es que tenemos que seguir conviviendo tan cerca de ti? ¿O no puedes alejarte tú un poquito más de nosotros?


12/07/23

Pasó la ola de calor, aquí, aparentemente. No obstante, ayer pude salir con la bici fina hacia las siete y pico de la tarde. Barru, ida y vuelta, ya con norte fresquito a la chepa. Pero es horario muy tardío, sin duda. Y hoy daban agua después de comer, aunque he cogido la burra gorda y me he tirado a los caminos. He acertado, porque el cielo tenía mala cara, pero me ha respetado justo hasta la hora de llegada. Cinematográfico.

De cine, como dice mi amigo y quintorro, JG, que ayer cumplió seis y cuatro. Larga vida, amigo. Entre las muchas cosas que compartimos está que somos medio mielgueros (mitad Piña, mitad Esguevillas), él de los Cesteros y yo de los Gabiluchos. Gentes ambas de narices grandes. Esto provoca el síndrome cyranesco, que es normalmente bueno.

He cambiado el orden de entradas en el blog para que primero aparezca en el diario la última entrada, es decir, la más reciente. Orden cronológico inverso. Así puedo dejar todo el conjunto y no estar borrando constantemente para que solo se vea lo de la última semana evitando que ocupe demasiado espacio. En fin, no sabe uno cómo hacerlo para cuatro gatos que se acercan a fisgar. Con cariño, por supuesto. Y yo muy honrado. Para eso se escribe.


09/07/23

Este finde han estado en casa A. y M. Así que ayer tuve que preparar comida y entre el periódico y una charleta con C., una antigua compañera del insti con la que me encontré, se me fue la mañana. Pero contento.

Luego mi cuñada J. me provee de una pila de cuadernitos para mis notas, que calculo que me llegarán hasta final de año. Fenómeno. Como a Penélope le regalaban para seguir tejiendo, pues igual a mí. Para que siga escribiendo. Así, despisto la desazón. Cómo me quiere la familia. La otra cuñada, M., hoy le ha cocinado no sé qué (no me ha dado tiempo a husmear el táper porque he salido enseguida con la bici) a mi chaval. Para que se lo lleven a Pucela. Y para mí, hostias en vinagre. Antes, cuando tú preparabas algo especial para ellos y yo me metía a oliscón, me decías que era por envidioso. O celoso. Frío, frío. Porque quien hace algo por mis hijos, lo está haciendo también por mí. Así que yo, feliz. Pero con la miel en los labios.

Y por la tarde me enredé de mala manera (una cosa que odio y de la que luego me arrepiento con cabreos de chivorro) y me dediqué a revisar y ordenar cosas en la buharda. Total, que aparecieron varios álbumes de nuestra historia familiar que me hicieron un daño exagerado. Y ya no levanté cabeza hasta la hora de cenar. Me trinqué toda la discografía de Dire Straits y terminé con un nudo en la garganta propio de algún tipo de mono cuyo nombre no recuerdo. ¡Quién me mandaba!

Por si no había bastante, también ojeé dos antiguas carpetas tuyas, Lu, de cuando hiciste Cou. Apuntes preparatorios de la Selectividad. Estaban en el bajo y me las dio tu madre. Tu letra inconfundible, menos clara que regular, limpia, ordenadísima. Como era tu inteligencia, que yo admiraba tanto. Con el tiempo se te fue empequeñeciendo y a veces yo te criticaba esas líneas piojosas y hormigueantes. Se empañaban los ojos y no me dejaban leer. Por supuesto, en la pestaña que marcaba “Filosofía” y “Lengua”, no encontré un solo apunte. Sé que sacaste una nota magnífica.

Me había tomado el día de descanso de la burra y debido a eso, pienso, no me entró el sueño hasta tarde. Excepcionalmente me fui a la cama hacia la una. Además, me atrapó un programa sobre la decadencia y desaparición de la civilización maya. Me gustó mucho. Anoche dormí seguido y con la nariz bien hidratada. Deben de ser las gotas inocuas con ácido hialurónico que me recomendó T. Le hice caso y me van bien. Me hidratan.

Buen rato con el café de esta mañana dedicado al periódico. Me interesan muchísimo las próximas elecciones del día veintitrés. Pero te prometí que esta parte del diario no se metería en esos charcos. Mañana será el cara a cara en la tele. Expectación. Luego hablaré a las diez con mi hermano Mon sobre ello, después de cenar. Seguro, porque a él también le priva el tema.

Me ha dado tiempo a sacar adelante algunas lecturas pendientes y sigo seleccionando poemas de amor para el posible recital en Piña. Mucho me ha gustado siempre el del Marqués de Santillana que comienza: “Si el pelo por ventura voy trocando…” Creo que deberíamos comenzar por ese soneto.

Como me encontraba descansado he alargado un poco la salida y he regresado por Vallejo. Me he parado, como tantas veces, para sacar unas fotos al decrépito cine Ideal. Me he sentido identificado, hermanado con esa ruina. Tú sabes que para mí cualquier edificio en demolición tiene una atracción inexplicable. Así me sucede con este. Me servirá para el Ístagram de la próxima semana.

Sin embargo, me he sentido físicamente muy bien en la bicicleta y creo que mañana voy a subir la primera de la temporada a la Braña. Estoy intentando meter todos los días en el buche litro y medio de agua como mínimo. A ver si esto es la solución para la fragilidad de mis cuádriceps.

A primera hora de la mañana, cuando me he sentado a leer, he recibido respuesta de Abella a un guas que le había mandado. Me aclara con mucha amabilidad algunas cuestiones que le planteo sobre la relación de su novela con la obra de teatro. De fondo, tal vez la estupidez política de los nacionalismos regionalistas y españolistas. Ambos. Qué más da. Lo que Ortega llamaba “particularismos”. ¡Qué bien le vendría a tanta gente leerse despacio “España invertebrada”, casi a cien años justos de su publicación! En este país abundan los indocumentados y los indómitos. ¿Qué votarán esos en estas próximas elecciones? ¿Te lo imaginas?


07/07/23

San Fermín. Pamplona y aquella hornacina con la diminuta figurilla del santo. Me he quedado plantado. Se me deben de haber derretido los sesos. Porque así llevo desde las seis, después del trayecto a veintisiete grados en la bici, y tras una ducha de supervivencia. Y aquí sigo, inmóvil, transportado… Quizá ha sido esta canción de Supertramp, que reproduzco una vez y otra, la voz de Dogson: “Si tan solo pudiera encontrar una manera de sentir tu dulzura durante el día…”. No sé lo que despierta esa voz. Importa cómo me cubre de soledad y sombras en un día radiante, de viento espeso, surazo africano. Y aquí ando, a la espera de no sé qué…

He rematado recogiendo en una caja en el trastero numerosos frasquitos de champú y geles de los que hacíamos acopio cuando salíamos por ahí y pernoctábamos en algún hotel. ¿Te acuerdas, Lu? Yo no dejaba uno, todos pal neceser, aunque no cupiesen. Los habrá (ya secos, ya inútiles, ya muertos) de hace veinticinco años sin exagerar. Quise aprovecharlos después de que te fuiste y se lo propuse a los chicos colocándolos en los baños de casa. Los retiraron. Una mala idea, papá.

Observo los últimos, todavía aprovechables, los del hotel Andia, en Orcoyen, a diez minutos de la clínica de Navarra en coche, atravesando la ciudad hacia el oeste y cruzando el río Arga. Saco el mapa que utilizamos entonces y sigo la trayectoria… Y se convierte en un camino del alma, en una rasgadura, en una cruz. Trazo la ruta en gúgel (cómo llegar) para recuperar el camino que hicimos la última vez (juntos, aunque ya sin esperanza, aunque yo te quería más que nunca, Lu), cuando apenas podías sostenerte en pie. Y bajo la imagen del hotel el buscador me recuerda: "Visitó esta página en abril de 2022”. Lo sé, lo sé.



06/07/23

La mañana se ha ido en la tertulia (hoy, doble) y en algún recado para arreglar el voto por correo del socio, que por fin figura ya en este padrón y en este censo aguilarenses. Definitivamente, más cómodo para él, puesto que lo más seguro sea que ya nunca se mueva de aquí.

También hoy el tiempo me ha consentido la salida en bici por la tarde, pero cuando casi llegaba a Barru se le han arrugado los morros al cielo y me he vuelto a toda pastilla para casa por si las moscas. Al final, aquí se ha quedado la tarde soleada aunque fresca. En fin, poca cosa ha sido, pero menos da una piedra.

Leo algunos artículos de EP y encuentro nuevamente noticias sobre atentados contra la libertad de expresión y, en concreto, una sobre la censura de hechos culturales o artísticos (teatro, sobre todo), fenómeno extendido cada vez con mayor frecuencia y denunciado en este caso por personalidades relevantes de ese mundo. Se vuelve a hacer referencia a la cancelación en Briviesca (Burgos) de la representación sobre el maestro republicano A. Benaiges…

Sin embargo, no terminan de encajarme algunas teselas. Este último hecho citado lo “lamenta” en un comunicado Alberto Conejero, coautor de dicha obra de teatro; pero lo sorprendente es que fue nombrado director del Festival de Otoño de Madrid por Marta Rivera de la Cruz, anterior consejera de Cultura y ahora número dos en las listas del PP. ¿Qué lamenta realmente el señor Conejero? ¡No entiendo nada!

Y para más inri me documento un mínimo sobre la obra en cuestión, en cartelera desde hace tiempo y anunciada como “El mar: visión de unos niños que no lo han visto” (sic). Lo cual empeora con tan grosera repetición el título hermosísimo que lleva la novela original de JA Abella, “Aquel mar que nunca vimos”, y que revela hasta en el título, como puede observarse, una posible deuda (digámoslo de forma eufemística) con la obra de Abella. Es más, no encuentro en la ficha artística de la obra teatral una sola mención a la obra narrativa. ¿Qué pasa aquí?

Este es otro asunto chocante porque en esa misma ficha se consigna que el libreto está creado “a partir de textos de los niños de la escuela de Bañuelos de Bureba…”. Y, si mal no recuerdo, es en el trabajo de Abella donde se incluyen todos aquellos textos sugeridos y recogidos por el maestro para ser publicados en una imprenta de uso particular en aquella escuela, que es la clave del proyecto pedagógico desarrollado por el maestro asesinado en cuanto estalló la guerra civil.

No sé si ha quedado claro lo que pretendía explicar(me). De todos modos, al menos me ha satisfecho que mandé a mi editor Jesús Herrán lo que escribí aquí en la entrada de hace dos días para que se lo comunicase a JA Abella y este lo echase un vistazo. Era una nadería, unas simples palabras de homenaje y admiración a este grandísimo artista. Y contestó con un agradecimiento que me hace sentirme muy honrado de su magisterio y amistad. Gracias, José Antonio.


04/07/23

Jaleos por la mañana en la obra del garaje. Joder, le tienen a uno como un zarandillo y no hay manera de concentrarse entre ruidos, teléfono y recados. Lo que me gusta, eso sí, es cuando me llama mi amigo JL. Me propone algunas ideas para el verano cultural de nuestro pueblo y otros asuntos. No quiero comprometerme a más de la cuenta porque a la mínima hipoteco el verano y en este momento ando con una posible investigación para fabular algo histórico, más alguna otra idea puramente de ficción, además de leer algunas cosas de la editorial y tener preparadas varias reseñas, y el copón de lecturas apiladas… No llego, no llego… Reflexiono después de hablar con JL y me fastidia no darle el capricho, pero los formatos de conferencia en los que él piensa llevan mucho tiempo y trabajo. Mejor algo como antología de poemas, que es en lo que hemos quedado: elección sencilla, y preparación y ejecución rápidas.

Poco que decir de la burra fina, pero ha sido una gozada brutal hasta Barruelo. Un airón de miedo encarado al ir y la compensación de regreso volando con el bicho a las espaldas. Se me ha puesto la cara negra como un tito. A ver si con un poco de suerte podemos continuar con este tiempo disfrutón.

Ahí se había quedado, archivado en la memoria del Espoti. Y ahí tienes de nuevo el disco de Camel que estaba escuchando desde hace unos días. Lo cierto es que de este grupo a mí solo me suenan un par de álbumes de principios de los setenta (bueno, sonarme sonarme…, más bien es visual la percepción de mi recuerdo): el del camello y el de la gansa blanca. Ahora compruebo los siguientes trabajos en la wiki y ya me pierdo con la discografía posterior. Pero sí reconozco estos que miento del principio del grupo. Posteriormente conocí ese cuento largo tan bello del farero jorobado, la gansa herida y la niña dueña. No sé cómo no sirve, por su sencillez, de lectura para todos los estudiantes de inglés en algún momento de la secundaria. Hoy está también traducido, claro.

Me entristece (más bien me crispa las manos) la noticia que me llega por Ístagram sobre un caso de censura infame a una representación teatral contratada en Briviesca, basada en una novela sobre el maestro republicano A. Benaiges, que ejerció justamente en un pueblecito de la Bureba. Ha sido cambiar la corporación municipal, entrar la carcunda y cancelar dicha actividad. Ya se va viendo por toda España con qué propósito vuelven los de antaño: a las andadas, al monte, a las calles provistos de catanas, como manda la fascistona y suavona Marine a sus secuaces, a restablecer el orden de la república a machetazos. ¿Es que no está claro? ¿Aplicarán también este “modus operandi” en Cataluña en un futuro próximo?

Además, el caso del autor de la novela aludida —el médico, escultor y escritor JAA, al que considero colega y amigo—, es emblemático de la persecución decretada desde hace tiempo contra algunos intelectuales por el rancio nacionalismo españolista de última hora (aunque venga de antiguo). Segovia ha sido testigo de la nueva cruzada neofranquista. El delito de JAA no es otro que aplicar la lupa de la honestidad y el escalpelo del análisis a su trabajo. No es preciso decir nada más. Y hace ya años que esta actitud le viene exigiendo de su ánimo pagar un precio supino. Quien le ha seguido de cerca lo sabe muy bien.

No quiero hablar mucho de política en esta sección del diario. Te prometí que no me despeñaría por ahí, como lo hice en una fase anterior, durante la pandemia, y tú lo leíste horrorizada. Y eso que entonces solo publiqué lo que consideré oportuno, sin cortarme un mínimo y sin importarme un pimiento. Pero admito que esta radicalidad ya no se repetirá. Y que estas declaraciones de ahora se centrarán sobre todo en ti. En nosotros. Mi querida Lu, debemos dejar todo muy bien aclarado, pues sospecho que esta será nuestra conversación final.

Por eso, midamos bien las palabras, por favor. Sin bilis pero sin velos. Sería un homenaje estupendo para sumarnos al que recientemente se ha tributado a José Antonio Abella, autor de “Aquel mar que nunca vimos”. Sería materializar en la práctica su estilo. Todo un estilo, el de un artista completo.


03/07/23

Pensé que se iba a estropear la tarde porque daban agua. Ha resistido muy bien, con bastante viento de norte. Por eso he cogido hacia el alto de Cabria por la orilla de la autovía, hasta atravesar el pueblo y caer al otro lado de la carretera antigua. De ahí me he metido por donde antaño íbamos a setas los mataos que no las veíamos hasta que nos cabeceaban en los bajos… Como decía tu padre, aunque lo expresaba de otra manera más dura y graciosa. He aparecido, al fin, en Grijera y vuelta por el carril de Barru.

En definitiva, buen ritmo para ser la bici gorda. Y cuando he llegado he preparado la otra, la de carretera, la fina, pero he recordado que se me había roto la bomba y me he acercado donde P. a comprar una.

Y aquí estoy, plantado como un tontaina, escuchando aquel disco doble de C. Cano sobre el Tamarit de Lorca. Todavía hace llorar, de veras.

—Tampoco hace falta ponerlo una vez y otra… Que eres muy pesado cuando te da por algo… Coges obsesión. Aparte de que ya sabes que para mí es música ratonera…

—Pero ¡cómo dices eso! ¡Anda, calla!

—Lo que oyes… Y ponlo bajo o cierra la puerta, venga.

—¡Escucha! ¡Escucha esto…!

“Siempre, siempre, jardín de mi agonía, tu cuerpo fugitivo para siempre”.

—Pues muy bien.


02/07/23

Mi padre cumpliría hoy noventa y tres años, pero solo llegó hasta los setenta y nueve. ¿Quién estará aquí escribiendo en el futuro este martirio de los días y escuchando a Tangerine Dream, a Yes, a Camel…? (Me he quedado con un disco de este último, que tiene canciones muy bonitas como la que presta título al elepé: “El ganso de nieve”, basado en una novela).

¿Quién habitará, pues, esta buharda en una tarde como esta después de catorce años de mi propia muerte? Es probable que un descendiente mío si aún conservasen este piso familiar. Un nieto o un bisnieto, que confirmará una opinión escuchada en el sentido de que su antepasado fue un tipo particular. O tal vez lo hayan vendido a un extraño, que en este recogimiento haya decidido leer este diario porque alguien le haya informado de que existe un libro publicado que fue escrito en este espacio de tranquilidad. Y yo te digo ahora a ti, lector que me sobrevivirás: también a ti te alcanzará tu muerte propia y pasarán catorce años de ello. Y lo único que restará flotando en el aire será el eco sordo de estas palabras y el amor que las inspiró. Y el tiempo que se llevó los recuerdos. E incluso te diré más: permanecerá vibrando el deseo y la codicia por otro cuerpo encendido de belleza, que es tan arrebatador como el mismo amor, cuando ambos coinciden en un solo ser. Pues la vida no cesa tampoco de reclamarnos.


01/07/23

Depositamos las cenizas del abuelo en el panteón familiar de Salinas. Buen viaje, amigo, le despido mentalmente. Conmigo no pudiste ser mejor suegro ni más cariñoso ni más servicial. Ojalá vueles hasta las estrellas y te reúnas allí con quien tanto quise y quisimos todos. En fin, ¿para qué voy a detallarte más a ti, Lu, que oyes y sabes todos mis pensamientos?

Después hemos comido en Llano, en el bar de la ermita donde nos casamos. Ya sabes dónde digo, ¿no? Ahora lo lleva una chica rumana muy apañada y tu hermana M., que es hábil y despierta como una liebre, ha contratado allí la comida. Muy rica, en general, muy bien atendidos y muy agradable el lugar bajo toldo en la explanada de la ermita.

Ha sido una reunión más de familia, agradable y bulliciosa como siempre, que me reafirma en la vieja idea de que me resultaría dificilísimo abandonar este núcleo de cariño, de seguridad y de colaboración. Por eso creo que me agobio solo con pensar que más adelante pudiera encontrar a alguien con quien retomar mi vida y entrar a formar parte de una familia nueva. Solo imaginarlo me disuade de pura pereza. No, no puedo. De momento, mi corazón no se siente capaz de volver a latir con esperanza. No quiero.

La sobremesa ha sido despaciosa y ha rematado, como tantas veces, en una de esas batallas con globos de agua y demás gansadas. Total, que todos los niños se han unido contra A., que ha llegado a casa como una sopa. Pero lo más chocante es que se ha cambiado en su habitación y allí ha dejado toda la ropa hecha un gurruño. Cuando lo veo me pongo de mal humor. ¿Es que piensa que vas a venir tú detrás recogiéndolo y poniendo orden en todo? Se lo comento a la abuela y me dice que es eso exactamente, que actúa al modo de un niño al amparo feliz de su madre. Y me rebelo, porque yo solamente sé hacer de padre y mal. Pero este síntoma de que te echa tantísimo en falta me enternece. Termino colocando la ropa en el tendedero.

Después, de súbito, me quedo un momento caviloso y regresa un escalofrío. Me encierro a toda prisa en la buharda, como un útero o un refugio o un nido donde recogerme en un ovillo cálido. Me ayuda que el sol ha calentado toda la tarde el estudio y el termómetro marca veintisiete grados. ¿Por qué, de pronto, esta sensación de ausencia? ¿Por qué esta soledad brutal se me echa de golpe encima? ¿Por qué no me sirven ni siquiera mis libros, mi escritura, mi mundo interior de ordinario tan imaginativo? Me repito una y otra vez que tengo el aprecio, el afecto, el cariño de todos los que me rodean. Es verdad. Pero ¿qué me falta?, ¿quién me falta?

Busco salida desesperada en Emerson, Like and Palmer, en aquel disco de título tan enrevesado que hablaba de una ensalada en el cerebro y yo lo interpreto como mi propio cacao mental, como se decía antes. Aunque el rock progresivo es la verdadera música de mi alma (solo nos llena la que escuchamos de los quince a los veinticinco años y jamás pasa de moda), en este momento me resulta tan disonante, tan áspera para mi ánimo que cambio de inmediato al elepé de Allan Parsons sobre los cuentos de Poe. No entiendo por qué pero enseguida me noto mejor. Mis nervios se calman y con la alegría de la tarde que declina a través del velux con una luz muy viva, pienso en algo con alguien que tal vez no debería pensar. No me siento culpable.

Recojo algunas ideas quizá para una nueva novela, y caigo en la cuenta de que con ella están asociadas dos películas bastante conocidas: “Obsesión”, de Hitchcock, y “No es bueno que el hombre esté solo”, de P. Olea. Esta última la vi en la tele ayer mismo por la noche. Interesantes.

También reflexiono con frecuencia sobre estas confesiones que ya se me han estirado más de la cuenta hasta alcanzar cerca de mil páginas en los últimos cuatro años y pico. Tal vez debería darles una salida como hacen tantos escritores del momento con materiales autobiográficos. El problema principal es que hay que dejarlo en doscientos y pico como mucho y luego hay que encontrar el punto para no caer en revelaciones que susciten el cotilleo o que molesten a alguien. De hecho, muchísimas entradas las tengo marcadas en rojo para no ser publicadas jamás. En mi blog siempre ha aparecido una selección discreta. No es un reáliti lo que me interesa, sino encontrar literariamente un tema y un tono, como los encontró en su día M. Delibes en la novela en que aborda la muerte de su esposa. A mí me gustaría narrar honestamente esta experiencia que ha partido mi vida en dos.


30/06/23

Mañana más que tranquila, anodina, repartida entre unas compras después de la tertulia corta y la lectura del periódico. Mano a mano con A. frente a unas lentejas que sinceramente me han salido un poco aguadas pero muy ricas de sabor. Después le acompaño hasta Barruelo a dejar el coche de su chica y vuelta con promesa de cenar juntos unos huevos fritos con salchichas. Nada más. La vida misma, como cuando estabas tú. La emoción íntima de estar con él y sentir que seguimos unidos contigo por dentro.

He renunciado al paseo de la tarde porque teníamos algunas cuestiones de papeleo que nos ha pedido tu hermana J. para arreglar lo de tu padre. Y poco más. Busco una alegría nueva, la que sea, y voy a parar a G. Zamfir en el Espoti. Me sereno por dentro con la hora y pico de una música suave que me conforta, arrullado por la flauta mágica de este artista al que llegué casualmente a través de un disco titulado “El pastor solitario”. Por ahí anda para quien quiera escucharlo. El adagio es un buen gancho, aunque luego todas las canciones son bastante conocidas y resultonas. Bueno, ya lo ves, así voy matando las horas tristonas de la tarde.


29/06/23

Volví de Santa a la comida de jubilación de JG y pasé un rato bueno con el grupo de amiguetes de la docencia. Después, una copa en la Cascajera. Me prometo que voy a ver a la orquesta Panorama por la noche, porque es previsible una plaza hasta la bandera. Así me han contado que fue. En el último momento me desanimo, me da pereza y en vez de ponerme el pantalón vaquero me pongo el del pijama y me meto en la cama. Ya sé lo que vas a decirme, pero no tengo ánimo. Nunca he sido aburrido, reconócelo, es que las circunstancias me pueden. Sé que si me planto en el jaleo no faltará con quién charlar un rato y tomar algo. Sin embargo, tu ausencia crea un vacío absoluto y me hace más consciente de que me encuentro solo. Es la sensación de que sin ti no tiene mucho sentido salir. Y dejo que el sueño me venza.

Esta tarde no es que haya hecho muy bueno, pero he gozado un buen paseo de casi dos horas. Regreso tonificado, respirando como nunca (esta última noche notaba una pequeña obstrucción de nariz, cojones), pero mira por dónde me he encontrado en el Soto con la chica que me aconsejó el médico y la intervención, y me ha contado que a ella le llevó prácticamente un año estar el cien por cien. Me ha subido la moral.

Seguro que después de cenar volveré a plantearme si salir a fisgonear (más que nada) un ratito. Me ha llamado A. para decirme que viene a dormir y mañana trabajará de ordenador. Le propongo tortillita y me dice que adelante. Sabes muy bien que la bordo. Sí, por mucho que pongas esa cara, me sale ya tan bien como a ti.


27/06/23

Amanece un día prometedor, de temperatura moderadamente buena. Ya en la terraza del café leo el periódico muy a gusto. Me llama tu madre para ver dónde ando y darme algún recado, y me dice que en Aguilar hace frío. Para variar. Más me alegro todavía de estar aquí arriba, el único sitio de España donde pienso que se va a poder vivir (y respirar) en un futuro no tan lejano.

Y, dicho sea de paso, en esto de respirar he ganado sobre todo con un sueño casi continuo, regular y apacible. De los peligros para la salud de un sueño alterado, hablaba EP de este fin de semana en tres páginas completas. Es increíble la cantidad de gente que duerme poco o mal. Las consecuencias, gravísimas. Creo que me he librado de un problema serio en el futuro. Estoy muy contento en este sentido. Tengo la sensación de que tú me hubieras hablado al oído y me hubieses aconsejado operarme.

Leo con buena concentración antes de comer. Después hago recuento y discoteca con unas cuantas canciones que me emocionan especialmente porque hablan del asunto de la pérdida de personas amadas. Intento buscar una publicación del Instagram de tu hermana J., en la que recuerdo que había puesto una música de fondo bonita. Al final, me obceco y no doy con ello. Le mando un guas y me lo devuelve con el enlace. Realmente, “Tata”, la canción de Beret, es tan atinada en la letra y tan eficaz sentimentalmente, que me arranca esas lágrimas silenciosas y prolongadas que solo me permito cuando estoy solo. Aquí, en el rinconzuco, mirando por la ventana, pensando en ti. No sé cómo será soltarme de tus brazos y liberarme de ti, de tu amor. Porque no cesa la triple tortura: ansiedad, angustia y ausencia. Y la mente que tira para un lado y el cuerpo que tira para el opuesto.

No pensaba hacer el paseo tan largo, ha salido así. Por la tarde subo por Cueto en busca de la Costa quebrada, pero he desatinado el rumbo y me ha llevado hora y media hasta encontrar por fin los acantilados que algunas veces paseábamos juntos en el buen tiempo. He ido a parar al Panteón del inglés y desde allí ya me he reorientado. Por la senda angosta, he sudado la camiseta, y he notado los pinchazos musculares habituales en cuanto me deshidrato mínimamente. En Cabo Mayor me he sentado en la terraza del bar del faro, que estaba a tope porque hacía espectacular, y ya he metido líquido al cuerpo. Gracias a eso la vuelta ha resultado más relajada. Escribo y leo un rato.

Me encuentro bien, sí, y por eso en cierto lugar muy especial del trayecto he pensado subir con los chicos un atardecer y aventar allí tus cenizas finalmente. Porque en algún momento debo separarme de ti y dejar que entres en esa estancia minúscula y mágica de mi corazón que te tengo reservada para que vivas allí conmigo hasta el final. Solo yo podré entrar a visitarte de vez en cuando y solo allí volveremos a charlar y a ser felices otra vez los dos. Pero luego tendré que escaparme y volver a vivir mi vida todavía real. Y tendré que dejarte reposar mientras tanto. Porque tú ya nunca podrás salir de allí a buscarme. Y tendrás que permitir que mi vida real sea ya solo mía. ¿Te parece bien?


26/06/23

Once días que no tocaba el cuaderno chino. Tantos como no recalaba aquí, en “El camino. Bistró colonial. Espíritu del norte”. Nunca habría supuesto semejante denominación para un bar: nombre y dos apellidos. Pero me agrada esta cafetería apartada un tanto del paseo playero, ya lo dije. Por lo demás, tampoco he visto nada tan funcional y despersonalizado. Es como si su estilo de decoración negase su pomposo nombre, su identidad.

La estampida hasta Santa ha sido un visto y no visto: armar la bolsa verde y salir pitando diez minutos después de haber escuchado la barrena de la máquina que ha comenzado a picar en la obra de entrada al garaje comenzada hoy mismo, justamente bajo la fachada adonde asoma mi casa. Ya he tenido bastante con lo del piso vecino, me he dicho. En dos acelerones, me he plantado en el mar. Esto es lo que me encanta del pisuco: la libertad de un refugio solitario. Y a pasear y a pensar y a escribir. Lo que salga y se elija. Aunque el miércoles tengo que volver a una comida de compromiso.

Además, es que la decisión ha surgido con un golpe de mala leche porque hace un par de días estaba rodando con la bici a casi treinta grados (ayer mismo, si me apuras, achicharraba todavía el sol), y esta mañana se la levantado con un frío norteño de quince grados. He dicho: A tomar por culo, en Santa por lo menos pasearé en camiseta. Y así es, gris pero a veintidós grados, humedad y sudor en la espalda pero brisuca rica.

Para mí concluyeron las fiestas con los grupos de baile ayer tarde en la plaza. Porque actuaban nuestras niñas. Luego tomé un par de cervezas gaseosas con G. y P., buenos amigos, y te recordamos mucho sin mentarte, unidos en un mismo pensamiento silencioso. ¡Cuánto te gustaba jugar al pádel con ellos y qué gracia te hacía él cuando se enfadaba!

Por cierto, pensaba retomar hoy la burrilla, pero con esta mierda de tiempo… Y aquí tampoco pega bajo este cielo cenizo. Ya he preparado también la de carretera para alguna salida en breve. En el local de abajo queda la huella de tu padre por todas partes. Me cuesta andar entre sus cosas, que han quedado en su provisionalidad, abandonadas como con desgana: el barullo en su mesa de operaciones, el amontonamiento de útiles y el desbarajuste que él controlaba a la perfección. Ni tú ni él aparecéis ante mi vista cuando os convoco y os llamo en susurros, por mucho que ojeo de un rincón a otro. Y aquí no os encuentro, y me desanimo. ¿Quizá estáis juntos en algún lugar?

—Deja ya de preguntar

Me monto en la bici estática que ha dejado al fondo como si acabara de bajarse de ella, todavía dispuesta… Permanezco unos minutos pedaleando… Por hacer verdadera la apariencia de que la fiel bicicleta se mueve todavía a impulsos suyos… Y se me humedecen los ojos.

—Deja de darle vueltas

—No puedo soltarme de vosotros

—El tiempo dirá

Contenta como unos cascabeles, nuestra chica me manda por guas foto de su primera nómina. La felicito y le digo lo orgullosos que estamos de ella. El resto de la tarde, durante el paseo posterior a estos garabatos, pienso mucho en nuestros chicos, en los dos. Con toda la vida entera para ellos. Y siento que me dejaste un gran regalo en herencia. Gracias, compañera. Seguiré cuidándolos hasta el final, como te dije.


23/06/23

Primer día de verano en el que ha apretado el calor según ha ido avanzando la mañana, a pesar de que he tenido que tomar un paracetamol a media noche porque la frente se me partía. Es por la niebla, seguro, me ha sucedido numerosas veces. Pensé que algún pensamiento angustioso me visitaría y me partiría el descanso en dos (como tantas veces hasta la operación de nariz), y tampoco quiero tomar ninguna pastilla para dormir, ni siquiera esas gominolas que dice que no son adictivas. Nada, no quiero. Tengo que buscar el descanso natural, o sea, dormir por encontrarme cansado del ejercicio físico y del trabajo intelectual. Afortunadamente me he vuelto a quedar como un fardo perdido y arrumbado en medio del monte.

Primera sesión en la terraza del bar vecino para el vistazo cotidiano al periódico. Con el toldo de protección, uno de mis pequeños gozos, una maravilla. Luego, compras de súper a la espera de que lleguen los chicos por la tarde. Siempre se alegra el corazón en esa espera esperanzada, ¿verdad? Nos poníamos de buen humor cuando regresaban después de una temporada, ¿te acuerdas?

—¡Pues claro, pánfilo! ¡A mí me lo vas a decir!

Yo me hacía el celoso en cuanto nos poníamos a comer juntos, porque lo normal es tú hubieses preparado algo de su gusto. Yo lo ponderaba en exceso y les guiñaba el ojo diciendo en voz alta que a mí no me preparabas a diario cosas tan ricas. Ellos se sonreían y tú me mirabas muy seria.

—¡Anda, calla y no digas tantas bobadas! —zanjabas las bromas.

La tarde ha sido magnífica de temperatura, algo excesiva, pero se echaba ya en falta el verano de verdad. Aunque aquí ya se sabe… He salido a la vuelta circular por Villallano hacia las Tuerces y vuelta por Villaescusa, por debajo de la pasarela. Otra maravillosa ruta que no hicimos juntos en bici (aunque sí andando). Otra ocasión perdida. He regresado con la plétora henchida de brisa, de luz y fragancias desconocidas. Ya estaban los chicos en casa. Descansando y preparándose para la noche de san Juan. Hemos quedado en cenar juntos unas empanadas que ha traído la niña. Igual me acerco a la hoguera por acompañar y para que vayas conmigo (o en mí). Para que lo veas desde dentro de mí. ¡Si pudieras sentirlo! ¡Hace tan bueno! ¡Ay, mi pobre amor perdido en mitad del camino!

Me acompaño también hoy de Bob Dylan, de aquel elepé que comenzaba con “Hurricane”, el único que yo recuerdo y asocio a los alrededores de la facultad de Medicina, el pub del rincón y la sangre hirviendo al comienzo de un verano y de la vida. Maravillosa canción, esta titulada “Sara”. ¿Cómo no busqué entonces la traducción? ¿Por qué no escuché a este tipo con la suficiente atención? ¿Dónde estabas tú? Porque yo te esperaba ya.

22/06/23

Ayer. Se arrugó la tarde y remató en lluvia, así que las actividades programadas en la terraza de buses tuvieron que trasladarlas al vestíbulo. No eran condiciones para escuchar pero vi a nuestras niñas, que tocaron el piano al alimón mientras su madre cantaba lo de la Bella y la Bestia. Maravilloso, un sueño (que a mí me emociona porque me suena repetido, o sea, revivido o redivivo).

Y me quedé también a la actuación de la hija de EG, que se lo tomaba con tanta pasión y tan en serio que daba gusto. Si sale a su padre será canela en rama. Cómo te apreció siempre y tú a él. Qué alma más grande. Y así sigue por lo que puedo percibir cuando nos topamos casualmente. Siempre me pregunta qué tal voy.

El último en actuar fue un chaval de bachillerato con muy buen dominio de la guitarra, bastante mejor que su voz, que tocaba melodías complejas de composición propia y letras en inglés (por lo que me dijeron, muy poéticas). Un nuevo Bob Dylan, vamos. No supe el nombre. Ahora he puesto a Dylan para que me acompañe en estas letras que garabateo.

Hoy, tertulia doble a media mañana. Divagamos sobre naderías. Luego tu hermana M. me ha dejado una buena ración de calabacín con pimientos, que ya he probado otras veces y está bien rico. Me lo iba a tapiñar yo solo, pero ha llamado A. que venía al entierro del abuelo de un amigo. Lo compartiremos a la noche, porque él tiene que volverse a Pucela. Ni que lo oliera, el mamón. De todas formas, ya preparé ayer un cocido de siete raciones para varios días. El socio y yo no le hacemos asco a nada. Por muy repetido que sea.

La tarde asomaba un poquito dudosa pero he acertado al coger la burriquilla y tirarme al monte. Cómo he disfrutado. No tengo recuerdos de haberlo recorrido nunca contigo. ¿Cuántas tardes más pudimos salir juntos y no lo hicimos por pereza u obligaciones? ¿Cuántas veces dejamos de ir al lado, codo con codo, solo por acompañarnos?  Ahora lo siento, mientras pedaleo y te voy hablando y enseñándote esta ruta tan guapa.

He cogido por la salida a Barru a la derecha, dejando el perfil rocoso del dinosaurio a un lado y tirando en dirección a Grijera. De ahí, atravesando la carretera he subido hacia la gravera y el vertedero, pero ya me conozco de otras veces que es mejor tomar el camino de Matalbaniega. Ahí siempre encuentro un tramo exento de civilización que es puro placer. Por supuesto, paro en san Martín y lo circundo observando los muy numerosos canecillos, y otras singularidades extrañas en lugar tan pequeño. Me llegan cantos de gallos y el denso olor del aligustre, que enseguida identifico. Y al cruzar el pueblo, unos pocos y cuidados rosales de rojo ruboroso. Llaman al pillaje, pero están a las mismas puertas de las casas… ¡Quién pudiera tener un amor para llevarle siete rosas robadas!

No paro en santa Juliana de Corvio. Quiero estar en casa para cuando llegue A. porque me ha dicho que no trae llaves. Salgo a la comarcal por la raqueta en donde tantas tantas veces me aposté para contemplar el amanecer del sol, cuando todavía estaba en activo. Cuando tú me decías al verme salir de casa media hora antes de entrar al instituto:

—¡Qué necesidad tienes! ¡Estás como una cabra! Cualquiera que te vea… ¿A quién se le ocurre?


20/06/23

Por la mañana, sin más cosa de interés que el rato de tertulia descabellada (literalmente), después de un repaso ligero al periódico. Y luego el regreso a casa con intención de preparar unos guisantes con jamón, que son facilones. Pero he subido al trastero porque me faltaba precisamente el material principal (ya sabes que soy poco previsor) y, sí, claro que había varios botes pequeños; pero me he topado con unos cuantos de esos envases de cartón de una cosa que ponía Noodles con salsa de no sé dónde coños era, y se me ha ocurrido probarlo. De preparación rápida, sin duda… Pero, ay amigo, un mazacote de fideos pegados de textura pastosa y el moje de Thailandia como muy cerca, picantón, extraño a mi gusto, tan pesadazo que no conseguía terminarlo. Todo ello calentado en el microondas dentro de su propio recipiente de cartón, lo cual le debe aportar un sabor especialísimo. Y como no había cabrón que lo pasase por la garganta, pues he decido añadirle una cucharada de mayonesa para terminar de rematarlo… Nunca más.

A media tarde me acerco a ver a nuestras niñas en el polideportivo, que participaban en una exhibición de gimnasia rítmica. Como juncos, oye. Como ligaternas de ligeras y espabiladas. He pasado un rato agradable con tu madre y tu hermana y vuelta para casa. También por buscar un poquito de calor familiar. Sé que te habría gustado verlas, porque siempre que tenías ocasión no te lo perdías. Te aseguro que han progresado un montón. Y me han alegrado un poco la vida con su frescura de vida recién comenzada a florecer y porque mientras las miraba estaba pensando que tú también las veías a través de mis ojos. Como te prometí tantas veces.


19/06/23

Ayer amaneció el día en Santa tan feo, gris, semilluvioso y desagradable, que a media mañana recogí y me volví a Aguilar. Sin más.

Hoy me he levantado con la consabida mosca detrás de la oreja, a ver lo que nos deparaban las obras de esta vecina casa de los horrores. Sin embargo, no he escuchado demasiado alboroto y, además, al menos han desalojado el andamiaje del patio de luces y lo han limpiado. Algo es algo.

A la una me tomo con el socio el aperitivo que teníamos reservado desde el día de san Antonio. Tenía guardadas en el frigo dos latillas de mejillones al natural y sendas birras, una Radler para mí.

—Está bueno este moje, hombre

—Excelso —confirmo

Y después de comer sustituyo el parte por un programa que habla de ciudades famosas; en concreto, Versalles y París. Dos grandes emociones de nuestro pasado, dos grandes momentos de eternidad atrapada en nuestra común historia de felicidad. Que pasaron como un agua junto a nosotros mientras dormíamos. ¡Qué inocentes! ¡Qué desprevenidos! Pero todo se fue ya por una senda desdibujada si miro hacia atrás. Mejor, dolerme y huir hacia adelante.

Por eso he cogido la bici gorda y me he tirado una hora y pico por esos caminos de Dios. Alguno todavía con nuestras huellas dobles, tan recientes si me dejo llevar por la evocación melancólica que persiste… Y no quiero.

El resto es el rato en esta buharda. He puesto el Ommadawn de M. Oldfield. Y no pensar demasiado más que en lo inmediato. Escribo estos rasgos imprecisos y de poco interés. Y bajo a leer hasta la cena.


17/06/23

Tremendo voltio de algo más de dos horas esta tarde. Pretendía compensar que esta mañana no he podido, porque me ha llamado I. a la hora del café detallándome lo que quería que trasladase de su habitación de aquí a Aguilar, para llevarlo finalmente a León. Carrito de maquillajes, espejo, todos esos telares, que ya me han tenido ocupado un buen rato.

Como digo, nada más comer y pasado el telediario, me he cambiado con intención de salir con la bici, pero han empezado a caer gotas y he mudado de idea y de vestimenta y, paraguas en alto, me he tirado a la calle. Ha sido enfilar General Dávila y no ha vuelto a caer una gota más. Pero yo ya transportaba colgados del brazo una chamarretilla y el puto paraguas. Sin embargo, me ha prestado el recorrido. En Camilo Alonso Vega me encuentro con JL y me dice que se va a Sanvi a darse un baño y que si me apetece. Se lo agradezco pero no me hace ese plan. Sigo.

En Pombo me he parado brevemente, hoy también, a observar detalles y darle la vuelta a la magnífica casa de este prohombre que fue tan importante para la ciudad como el Marqués de Comillas. Con la particularidad de que procedía de Villada (Palencia), tal y como leí ayer: Juan Pombo Conejo. ¡Un tipo singular! No hay más que consultar la wiki. Luego he intentado sentarme en lo de Botín y he calculado que se me iba el tiempo, así que he apretado todo seguido para casa. Podría haberlo disfrutado en bici; la temperatura era muy buena, aunque el cielo no se ha movido de un gris que amagaba agua.

Total, que he subido al rincón a poner cuatro letras y enseguida meterme con un par de novelas que estoy leyendo a la par y estoy a punto de concluir. No sé qué se puede hacer mejor en un Santander que me ha dado la impresión de vacío, mustio, sin mucho pulso (imagino que hasta la noche). Un planazo de sábado, ¿no te parece?

—Siempre has sido un aburrido. Porque te animaba yo a ver algún sitio…

—No digo que no. Mi escaso interés viajero dependía de lo que tú me propusieras. Me gustaba verte disfrutar con los preparativos, sobre la marcha y cuando recogías para la vuelta. Por eso nunca te dije que no a ningún viaje, reconócelo.

—Eso también es verdad.

—En cambio, los viajes fuera de España fueron iniciativa mía, como el último que te sugerí, con los chicos, por Europa (porque intuí que no habría más) y por circunstancias se nos chafó. Y, en efecto, no hubo más.

—¡Cuánto me gustaría volver contigo a París! ¡O Burdeos! —me parece oírte decir…

—Y a mí… ¡Cuánto me gustaría volver a verte! ¡Y escucharte! ¡Y tocarte!

—Bueno, bueno, no seas pesado…

—Y volver a besarte y recordar el olor de tu cara.

16/06/23

No estaba yo hoy muy andarín. De todas formas, el día no acababa de entonar ni siquiera después de comer. No me atraía coger la bici. Pero he bajado y me he sentado en Pombo. Burguesa y decimonónica plaza, cuadrangular y perfecta, con su pérgola y su tiovivo, con su churrería rodante y su arbolado exótico… Todo en su punto. También el paisanaje es convencional, solo alterado por algunos cuerpos exultantes al paso. Pero tú no llegaste y tampoco llegó el poema. No quiere la belleza. Y me apena porque no puedo quererte sin cuerpo. De carne o palabra.

Vuelvo a casa con paso cansino y voy pensando que debería sospechar por qué te busco con tanta insistencia y sin embargo no te llamo. Quizá porque no me atrevo a comprobar que no hay más respuesta que el silencio. Me acerco de pasada al pórtico de Santa Lucía y luego leo la inscripción de la estatua al cardenal Herrera Oria: El amor no descansa. Puede que sea cierto, pues nunca le faltará a quien atender. Pero en mi caso, ya no lo tengo. Y es insufrible sentarse a una mesa de cualquier terraza, en cualquier momento o lugar, y saberse descartado, sentir y notar que no eres querido por nadie. Y lo que es más terrible todavía: el miedo a tu propia incapacidad para amar porque ya no tienes nada que ofrecer. Eres una nuez con el fruto seco por dentro.


15/06/23

No sé si a todo el mundo le gustan tanto como a mí los cruces de caminos. En la antigüedad tenían simbolismo propio, según he leído. Son los cruceros o encrucijadas, lugares conectados con el más allá o con otra realidad. Quizá de ahí deriva inconscientemente mi interés por estos misterios compitales.

Me he dejado andar y mis pasos me han llevado a la Plaza de las estaciones. Amplia, ordenada, bulliciosa como no puede ser menos. Y de pronto caigo en la cuenta de que en esta intersección te estoy buscando a ti una vez más. No puedo evitarlo. Y tampoco es la primera vez que recalo en este lugar, ahora que lo pienso. El ruido, sorprendentemente, me aísla y me concentra. El recuerdo de Pepe Hierro me viene a la mente, tan escribidor de calle, de café. A la derecha y sobre el Pasaje de Peña se alza el murallón por el que se accede a la calle Alta. Justamente ahí es donde se van mis ojos húmedos, mis ojos de antaño cuando hacíamos ese camino juntos. ¡Ay!

Un lugar de paso, eso es lo que me atrae y me arrastra, un punto desde el que convertirme en invisible y desaparecer en la escritura. Para renacer en otra realidad. Literaria.

He subido, claro, por el parque del agua y Sotileza hasta la calle Alta y el Parlamento cántabro. La ruta tiene siempre el sabor de esa pared pintada entera con el trampantojo de una casa de vecinos propia de la novela de Pereda (que es lo que pretende y recrea). Y eso es lo que descubrí por primera vez contigo, y el paseo por el que me guiaste con esa orientación tuya de brújula y una inteligencia luminosa para interpretar la realidad que a mí me maravillaba. Eso simplemente me ha llenado de alegría y fortaleza para el regreso al pisuco (un buen garbeo, sin duda). Y venir a la realidad de otro plato de callos con garbanzos, sin remedio ni alternativa. Aunque antes he comprado bastante fruta, porque apetece con este leve cambio de tiempo tirando a caluroso y airoso. Desde la ventana de I. el mar ha variado de plomo a cian. Y esto también es una belleza gozosa.

Después de comer, vuelta al bareto de costumbre. He metido unos bombazos a la bici y me he pegado el primer paseo de la temporada. Por Infantes y Pontejos, como una bala. No me he entretenido mucho porque a las seis había quedado con Rodrigo, el negrito colombiano, de acento dulzón y ojos intensos, remendón en una tienda que se llama propiamente “Zapatones”. Sin embargo, antes, de paso, todavía me he acercado a la Plaza de la ciencia a echar unas fotos a don Leonardo Torres Quevedo, que es uno de mis cyranos favoritos: por la nariz y por los ojos de su estatua, en bronce, de cuerpo entero.

—De verdá que están nuevos, mijo

—No están los tiempos para andar tirando a la basura —me justifico.

—No etán los palos para jacer escobas —me replica al modo de su tierra.

—Pues hasta otra, amigo

—Ya sabe dónde etamo


14/06/23

Para el escritor, la ausencia de expresión o de palabra recta que transcriba su angustia es una angustia en sí misma, añadida. No poder ser exacto en el sentimiento de tu ausencia hecho verbo, es parte de mi tristeza. Ni un poema, ni una ficción o fábula. Ni siquiera desde el “yo” autobiográfico del diario… No acierto, no encuentro el modo de decir que estoy roto por dentro. Desgarrado sin ti, creyendo como en una alucinación, que estás aquí al lado, en otra habitación de casa, en la sala viendo un poco la tele... Y termino de mal humor, abatido en el sofá. Y tengo que hacer el esfuerzo de alzarme y venir al rincón a descargar esta pena insistente en el ordenador.

Sin embargo, el día ha mejorado muchísimo, indiferente a mi ánimo. Y se hay quedado una tarde feliz y templada que me saca el sudor por la canal maestra y me pega la camiseta a la espalda mientras camino. El móvil me señala veintidós grados, sin demasiado sol pero despejado.

Me he acercado otra vez a este café recogido y discreto en el paseo del Sardi (“El Camino. Espíritu del Norte”, se llama con pomposo apellido), quizá también por el gusto de estar solo, por un principio de misantropía que tira en estos momentos muy fuerte de mí.

Y esta misma razón me conduce a no aceptar amigos de ningún tipo, ni siquiera un amigo tan seductor pero tóxico como el tabaco, o amigas igualmente tóxicas (alguna hay) para relaciones ocasionales. Por eso cuando me llaman he inventado una disculpa. Mejor solo, sin duda.

Por otra parte, no valgo para arreglos al estilo Fisrt Dates, es decir, una huida a la desesperada para no salir solo, no comer solo o no dormir solo. De ninguna manera. Yo solo viviré otra historia si es de verdad, o sea, si me ilusiona. Y para mí la ilusión consiste en hacer que alguien que me atrae esté bien, en todos los aspectos. Así simplemente. El amor es conseguir que alguien se sienta plenamente feliz contigo. Así lo entiendo.

Otra vez he comido garbanzos con callos. En cuanto llego a Santa no sé salir de este menú de los cojones. Me había propuesto en esta ocasión hacer algo menos facilón, pero no me hallo en la cocina de aquí. El problema es que voy a estar toda la semana completa y no es plan, coño. Al final me temo que remataré con unos botes de Litoral, que viene a ser más de lo mismo. ¡Qué calamidad, copón!

—¡Ay, inútil!

—¡Déjame en paz!

Eso sí, leo y escribo sin ocuparme de otra cosa, algo imposible ya en Aguilar.

Cuando me canso de escribir en el cuaderno chino (el que compré en los chinos por 1,20), decido hacer un paseo largo en la vuelta a casa. Me paro en uno de esos váteres públicos en forma de discreto kiosco y me topo con un tipo singular. Bigotillo y gafas oscuras a lo facha, edad y vestimenta de tal. Intentaba pulsar un botón sin resultado y se movía con ciertos espasmos de urgencia. En fin, que estaba a punto de reventar. Le digo que hay que meter monedas o pasar la banda magnética de cualquier tarjeta al uso.

—Pero pagando con la tarjeta bancaria, ¿no?

—Gratis —le aseguro con cara listísima.

Y se me ocurre una idea. Tiro de cartera y saco la tarjeta del partido, y le digo al paisano que me observa con ojos atónitos cuando se la acerco a la vista para que perciba el anagrama del Psoe:

—Mira, esta vez le va a invitar a mear Pedro Sánchez, aunque no creo que usted le haya votado, ¿eh?

—Ehhh, no, la verdad es que no…

—Pues, ande, pase usted primero y alíviese

Cuando la puerta abre en semicírculo se le ilumina el careto y levanta un poco el morro característico de la derechona más pesetera. Al cabo de unos minutos sale sonriente, radiante, parlón… Pero ni da las gracias ni hace alusión a la política. Eso sí, la eterna cantinela:

—Antes había servicios públicos en todos los sitios…

—¡Que le vaya bien, amigo!


13/06/23

Mis quintos me recuerdan que viva san Antonio. Pues que viva. Pero los hechos demuestran que quien se va y no vuelve de sus exilios deja de ser de su tierra en la práctica. No en el corazón. Se intuye un mínimo desplante en la despedida y los síntomas de una raza que va perdiendo su raíz.

Apenas me he comprado ropa desde lo tuyo. En esto es en lo único que he ahorrado, porque el año ha sido de gastos como nunca. Imprescindibles, desde luego, y los doy por buenos, como de auténtica inversión. El caso es que he recuperado unos zapatos claros, de verano, comodísimos, que apenas tienen un pequeño descosido sobre la lengüeta, y se los he llevado a un remendón del que me han dado noticia aquí, en nuestra calle, en el 42...

—Enfrente del Clarel

—¡Joder qué lista andas!

—No voy a ser como tú…

 Pues el tío me ha dicho que por seis euros los deja como nuevos. Negrito, cubano, parece. Buen tipo. Para el jueves por la tarde.

Después de una cabezadita, por la tarde, no he conseguido solucionar en Castelar lo del bono social para Lz. Me faltaba documentación. No me ha molestado. Otro día será y así tengo excusa para adelantar la siguiente visita.

Deambulo buscándote por la plaza de Pombo. Allí no me apetece sentarme porque otro café a esas horas me desvelaría a la noche casi seguro. Miro la carta en el Mercado del Este para alguna vez que planee comida con los chicos. Por lo menos el sitio es chulo. Luego me acerco a Le vèlo, echo una mirada desde fuera ante la sonrisa de una dependienta, hago como si te buscara (y realmente te estoy buscando, esa es la triste verdad) y doblo por el Banesto, que ha quedado blanquísimo con la rehabilitación. Subo en el ascensor de Río de la Pila. Hoy no me hubiese apetecido nada ascender por las escaleras en caso de avería del aparato. Es este cansancio.


12/06/23

Vuelta a la atalaya santanderina. Bonito nombre, también, como el rinconzuco. Exactos y poéticos. Tal vez me muevo porque necesito estimular a empujones la escritura, pues últimamente escribo a rachas. Algo plasmo a mano en el cuaderno chino de la bandolera, de todos modos. Lo cierto es que tampoco he querido dejar testimonio publicado durante todo este año completo para no influir con mi luto fundamentalmente a mis hijos. En adelante, seguiré con la costumbre de incluir algo cada semana borrando lo anterior para que no ocupe mucho espacio ni resulte pesado.

Creo haberte dicho que murió tu padre el día seis de este. Como a ti (como a casi todo el mundo) le sobraron algunos días de sufrimiento. El resto lo alivió también la química. Un año y quince días, os habéis llevado. Pienso que penó mucho por ti aunque no puedo decir que se le notase tanto como a tu madre. Sin embargo, me parece que ella se repondrá todavía para seguir sobrellevando el mismo sufrimiento. Igual que yo.

En realidad, esto mío ha sido una escapada. No lo tenía pensado, pero he consultado el calendario y he visto la semana en blanco, libre, y me he dicho qué pinto yo aquí. Y he preparado la consuetudinaria bolsa en cuanto he dejado atendido al socio (por el mañana el médico ha visto sus análisis moderadamente estables: un antibiótico de dos días para lo que apunta a una pequeña infección de orina indolora).

Otros motivos me han influido, sin duda. Las putas obras en el piso vecino, que no rematan después de cuatro meses de molestias. Estoy tentado de consultar en el ayuntamiento la Ley del Ruido. Un vecino que se dice solidario y pretende construir un búnker en un inmueble convencional… No hay manera de sentarse a trabajar diez minutos seguidos.

Y finalmente, me ha movido una tristeza rara, que no es normal en mí y menos en esta época de esplendor vegetal a punto de entrar en el verano. ¿Por qué? Ayer tu hermana J. nos invitó a comer a tu madre, a tu hermana M. y a mí, para corresponder conmigo, entiendo, porque no pude estar el día señalado de la comunión (el día que pasé entero en el hospital con tu padre y he detallado arriba). Estaban muy bonitas las dos niñas. C. radiante, con el vestidito blanco. Candorosa como toda niña que ofrece una mano para que le depositen allí la eucarística forma blanca y redonda. E inocente.

Comimos en Mave, incluidos los dos trozos reservados de la tarta San Marcos, con la consiguiente alegría (relativa, claro, por el inevitable peso de las circunstancias) y después tomamos una copa en el camping de Aguilar. Un día bonito, familiar, de sensaciones muy dulces. Tus hermanas estaban bien guapas y me tratan a cuerpo de rey. Pero yo me encuentro triste y no acierto con el motivo. Por eso he huido hasta esta altura de la atalaya cántabra.

26/05/23

Llego a última hora de la tarde a Valladolid para sustituir a tu hermana M. en el Clínico, donde se encuentra tu padre. Muy fastidiado, eso es lo cierto. Así, mañana, ella podrá acudir a la celebración del triplete de comuniones de los sobrinos. Creo que es justo que ella asista y me he brindado a pasar yo el día al cuidado del abuelo. Sin ti, la verdad, todo da un poco igual. Pero no he querido subrayar esto delante de la familia. El año pasado, en esta fecha, acababas de morir. Se cumplían cinco días de tu ausencia. O sea, el vacío. Y ahora, tras un año y cinco días, tampoco resulta demasiado diferente. Menos mal que me espera mi hermano y salimos a tomar una copa a la Plaza M. Vuelvo pronto al piso de A. y M. porque mañana presumo un día duro de pura inanición, pero me cuesta alcanzar el sueño en una cama de noventa.

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